Las
victorias del primer ministro iraquí Haider al-Abadi sobre el Estado
Islámico y el retroceso de la cuestión de la independencia kurda han
provocado optimismo respecto al futuro de Iraq, pero el líder iraquí
todavía tiene que empezar a construir un nuevo país inclusivo.
Iraq puede contar con dos logros importantes en 2017. En julio liberó
por fin del Estado Islámico (EI) a la segunda ciudad del país, Mosul, y
sofocó la campaña kurda por la independencia tras el referéndum sobre la
independencia del Kurdistán el 25 de septiembre.
Estos logros
aumentaron la confianza de las élites políticas en Bagdad. El país atrae
cada vez más una cobertura positiva de los medios de comunicación. El
primer ministro iraquí Haidar Abadi incluso ha llegado a
figurar en la lista de 2017 de los cien principales pensadores mundiales elaborada por la revista
Foreign Policy . Esta revista
describ ía
sus logros de la siguiente manera: “A lo largo del año pasado ha
expulsado al Estado Islámico de las ciudades iraquíes, ha emprendido
planes para reformar el masivo y corrupto sector público del país, y ha
planificado una política exterior destinada a impedir que las potencias
regionales utilicen Iraq como campo de batalla. La victoria más
importante de Abadi en 2017 fue la liberación de Mosul, la segunda
ciudad de Iraq, en julio. Su intento de mantener Iraq unido le he
exigido luchar contra algo más que contra los yihadistas. En octubre,
después de que los kurdos celebraran un referéndum sobre la
independencia, autorizó una exitosa operación para retomar de manos de
los
peshmerga la rica en petroleo y disputada región de Kirkuk”
.
Victorias pírricas
Además
de estos éxitos, algunos analistas han sugerido que asistimos a un
renacer de una identidad cívica o nacionalismo iraquí más allá y por
encima de las identidades sectarias.
Una dosis mesurada de
confianza en sí mismo es saludable y necesaria en Oriente Medio, pero
esta confianza en sí mismo puede acarrear resultados nocivos si se
convierte en exceso de confianza o en orgullo desmedido. La historia
política de Oriente Medio está repleta de ejemplos de este exceso de
confianza que han dado lugar a victorias pírricas.
Parece que
este peligro se les presenta tanto a Iraq como al propio primer
ministro. Varios incidentes ocurridos recientemente no apuntan a un
liderazgo inteligente capaz de sacar partido de estas victorias
recientes para lograr la estabilidad, la paz social y la cohesión entre
los diferentes componentes de la sociedad iraquí.
Por desgracia,
el gobierno central iraquí ha desaprovechado varias oportunidades
importantes para demostrar a su pueblo su compromiso con un modelo de
gobernanza inclusivo y no sectario. Por ejemplo, ¿qué puede poner de
manifiesto un terremoto? ¿La tragedia, la miseria, la naturaleza de la
gobernanza, el nivel de responsabilidad de la clase política? La lista
podría continuar. Pero un terremoto también puede sacar a un primer
plano los fallos sociopolíticos de un país y la calidad de sus élites
políticas.
Eso es precisamente lo que ha revelado el trágico
terremoto que afectó el mes pasado a la región del Kurdistán de Iraq e Irán.
Iraq
sigue siendo un país que está política y emocionalmente dividido. La
respuesta del gobierno central ante el terremoto fue una clara
manifestación de dicha división. Mientras los kurdos lidiaban con las
consecuencias de este mortífero terremoto, la simpatía y solidaridad
públicas y políticas con los kurdos por parte del resto de Iraq estaban
en su punto más bajo.
Según
informes iniciales
del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG, por sus siglas en inglés),
diez personas murieron y más de 500 resultaron heridas en la región de
Kurdistán donde el pasado 12 de noviembre un terremoto afectó a unas
640.000 personas.
Mientras sus compatriotas hacían frente a esta
calamidad no se vio por ninguna parte a Abadi, al que cada vez se le
considera más un hombre de Estados Unidos en Bagdad. Le costó cierto
tiempo emitir un comunicado carente de simpatía y compasión al día
siguiente. La oficina de Abadi afirmó que el primer ministro “está
siguiendo la situación de los ciudadanos tras el terremoto”.
Se
abstuvo de visitar las ciudades asoladas por el terremoto. Por
desgracia, no parece que la idea de ciudadanía haya dejado una honda
huella en la psicología política del primer ministro o, en este caso, de
la mayoría de las élites políticas de Iraq y de la región de Kurdistán.
Dado que las
ciudades asoladas por el terremoto
(Sulaymaniyah y Halabja) no formaban parte de la circunscripción
política tradicional de Abadi, parece que este pensó que podía permanece
ajeno a sus sufrimientos, lo que no augura nada bueno para el tejido
social y político del país.
Si un acontecimiento trágico de esta
magnitud no pudo forzar a la clase dirigente de Iraq a superar la
división política y el partidismo, pocas cosas pueden hacerlo.
Este
terremoto ocurrió aproximadamente un mes y medio después de que el
Kurdistán iraquí celebrar un referéndum de independencia con una
participación del
72 % y un
93 %
de votos a favor de la independencia. Abadi tenía una oportunidad de
oro de demostrar a los iraquíes en general y a los kurdos en particular
que su gobierno podía ir más allá de las identidades étnicas y sectarias
en el servicio a los iraquíes de todas las tendencias. Pero, por
desgracia, no superó esa prueba.
Euforia en Bagdad
Asimismo,
el equipo nacional de fútbol iraquí, que jugó en la histórica ciudad de
Karbala al día siguiente del terremoto, no empleó unos segundos en
rendir homenaje a las víctimas del terremoto de Kurdistán.
Este
incidente sugiere claramente que a pesar de estar dentro de las mismas
fronteras geográficas, la distancia emocional y psicológica que separa
el Kurdistán iraquí del resto del país parece ser verdaderamente grande.
En
vez de aprovechar la oportunidad para demostrar a los ciudadanos kurdos
que tanto su gobierno como Iraq también eran suyos, la apatía de Abadi y
la lenta respuesta del resto de Iraq sirvió para lo contrario. Este
acontecimiento por sí mismo debería obligar a reconsiderar su valoración
a los analistas que recientemente habían descrito un cuadro de Iraq muy
optimista y de color de rosa.
Como indicamos antes, la derrota
del EI y el desbaratamiento del sueño kurdo de independencia conforman
el trasfondo de este optimismo exagerado en Occidente y de la euforia de
Bagdad.
En cierto modo, es comprensible. La derrota militar de
una organización terrorista vil y el mantenimiento de la unidad
territorial de Iraq tras el referéndum kurdo no son acontecimientos
baladíes. Pero Iraq no ha solucionado el origen de ninguno de los dos
problemas. En Iraq el momento posterior al EI no es lo mismo que el
momento posterior a la crisis.
El EI era un fenómeno político tanto como militar.
Las
condiciones que alimentaron el dinamismo de Al Qaeda durante los
primeros años de la ocupación encabezada por Estados Unidos y que
provocaron la emergencia del EI fueron políticas. Eso está profundamente
relacionado con la estructura que se estableció en los años posteriores
a la invasión por parte de Estados Unidos de Iraq a partir de 2003.
Los agravios de Bagdad-Erbil La
constitución de 2005 otorgó una base legal a esta fallida estructura
política. Elaborada a todas prisas en circunstancias extraordinarias
tras la invasión de Iraq, la constitución claramente
discrimina al componente sunní
de la sociedad iraquí, ya que la sociedad sunní había sido
imprudentemente identificada con el anterior dictador de Iraq, Saddam
Hussein.
Esta marginación de los sunníes en el “nuevo” Iraq es lo
que ha alimentado todo tipo de radicalismos dentro del país y más allá.
La última reiteración de este radicalismo ha sido la barbarie del EI.
Todavía no se han abordado totalmente las reclamaciones de las personas
sunníes.
Asimismo, Iraq ha recibido el respaldo regional e
internacional a su oposición al referéndum sobre la independencia del
Kurdistán. La mayoría de los Estados apoyaron el status quo debido sobre
todo al temor a lo desconocido y al precedente que una independencia de
los kurdos iraquíes establecería para los kurdos que viven en Turquía,
Irán y Siria.
El apoyo activo de sus vecinos, particularmente de
Irán y Turquía, y la aquiescencia de Estados Unidos y Gran Bretaña han
sido fundamentales para el éxito de los pasos dados por Iraq para
recuperar casi todos los territorios que le disputaba el KRG.
Iraq
y la región del Kurdistán se disputan una gran parte de territorio,
incluida la rica en petróleo provincia de Kirkuk: se suponía que no más
tarde del 31 de diciembre de 2007 se habría resuelto el estatus del
territorio según el artículo 140 de la constitución.
Como
continúa sin resolverse, este problema es el principal de la lista de
disputas y agravios entre Bagdad y Erbil. Con la guerra relámpago del EI
y el subsiguiente colapso del ejército iraquí en 2014 los kurdos se
habían hecho con el control de la mayoría de estos territorios.
Con
el pretexto del referéndum el ejército iraquí, junto con las milicias
de las Unidades de Movilización Popular (PMU, por sus siglas en inglés)
que tenía el apoyo total de Irán, se hizo con el control de estos
territorios.
Pero de la misma manera que la toma militar por
parte de los kurdos de estos territorios no acabó con su condición de
territorios disputados en 2014, las recientes campañas militares de Iraq
tampoco han resuelto la disputa.
Iraq ha demostrado a los kurdos
que puede recurrir fácilmente al puro poder militar. Irán también ha
demostrado que usará todos los medios de los que dispone para sofocar
las aspiraciones kurdas. Pero Iraq no ha abordado las reclamaciones de
los kurdos.
Tras el referéndum se sigue sin resolver todas las
reclamaciones que hacían los kurdos al gobierno central de Bagdad antes
del referéndum. El hecho de que el 93 % de los kurdos que participaron
en el referéndum haya votado a favor de la independencia envía un
mensaje claro a Bagdad de que no contemplan un futuro mejor para sí
mismos dentro del marco de Iraq.
Es indudable que se puede
discutir lo acertado de la decisión. Es legítimo preguntar si trazar
nuevas fronteras resolverá las inextricables disputas de Oriente Medio.
No
tiene por qué ser un empeño siniestro el poner en tela de juicio que la
forma de independencia nacional del siglo XIX o XX sea la única forma
válida de autodeterminación nacional para los grupos minoritarios.
Pero
estas preguntas siguen sin cambiar la situación o la realidad política.
El 93 % votó a favor de separarse de Iraq, lo que debería alarmar a las
élites políticas de Bagdad ya que es una de las manifestaciones más
claras de su fracaso colectivo.
Este resultado es
particularmente elocuente si se tiene en cuenta el hecho de que el 98 %
de los kurdos votó a favor de una nueva constitución iraquí en 2005 que
unía su destino a Iraq en un acuerdo federal.
Para resolver esta
última crisis muchos especialistas y altos cargos mencionan la
constitución como la base para resolver la disputa, pero el problema no
es meramente que la constitución iraquí tenga un defecto de nacimiento y
que la corte federal sea parcial, sino que la implementación de la
constitución es muy selectiva.
El gobierno central iraquí y el
KRG se acusan mutuamente de violar constantemente la constitución y
ambos tienen razón. Por ejemplo, el KRG
acusa
al gobierno central de Bagdad de violar 55 de los 143 artículos de la
constitución. Tal y como está, Iraq es un país sin un contrato social
que funcione y que solo tiene una
constitución parcialmente implementada.
Este cuadro no refleja la imagen de un país en vías de lograr la estabilidad.
Una capacidad política responsable Doce
años después, dos de los tres principales componentes de Iraq (chiíes,
sunníes y kurdos) están cada vez más alejados del centro político. La
comunidad chií tampoco ha recibido todavía unos servicios y una
gobernanza buenos.
La marginación de los sunníes ha dado a Al
Qaeda una transfusión de sangre y ha originado el EI. El nacionalismo
kurdo, exacerbado por los agravios recibidos, ha buscado la manera de
romper con Iraq.
Este cuadro demuestra por qué el eufórico estado
de ánimo de Bagdad debe ser sustituido por una habilidad política.
Además, este cuadro también pone en entredicho las recientes
afirmaciones de que está emergiendo una identidad o nacionalismo cívico
iraquí.
Lo que está ocurriendo no parece ser una forma cívica de
identidad/nacionalismo iraquí que vaya creciendo en todo Iraq, sino que
parece que el componente chií de la sociedad iraquí se está apropiando
de la identidad iraquí, de forma similar a la apropiación por parte de
los sunníes de la identidad iraquí durante en régimen del Partido Baath
en Iraq.
La nueva idea de la identidad iraquí está muy vinculada a
un proceso de construcción del Estado en Iraq centrado en lo chií.
Todavía está por contestar de forma satisfactoria o inclusiva la
pregunta de qué tipo de lugar tienen los árabes sunníes y los kurdos en
esta nueva forma de identidad o nacionalismo iraquí.
Sería
informativo e ilustrativo a este respecto un estudio comparativo sobre
las formas de identidad iraquí en el presente y las que la conformaron
durante el periodo baathista. La locura de Estados Unidos tiene que ver
con ello. La crisis de Iraq tiene sus raíces en su estructura política,
que sufre una crisis de gobernanza, de autoridad política y de
inclusividad. Pero Estados Unidos tiene fijación con ciertos líderes.
[Estados
Unidos] Parece poner todo los huevos en el cesto de la reelección de
Abadi en las elecciones generales del 12 de mayo de 2018. La lógica
declarada de esta política es la siguiente: por medio de la reelección
de Abadi Estados Unidos espera contrarrestar la cada vez mayor
influencia de Irán en Iraq.
Es una política errónea, las
calamidades de Iraq no se pueden solucionar empoderando a un solo
individuo. Es algo sistémico y estructural, que exige reformar el
sistema político de Iraq y el modelo de gobernanza.
La idea de ciudadanía Eso
exige abordar los agravios de los kurdos y que se permita a los árabes
sunníes participar de forma justa en el sistema político. También exige
fortalecer en Iraq las instituciones estatales, la idea de ciudadanía y
el contrato social. En segundo lugar, la fuente de influencia de Irán en
Iraq es estructural, social, política y económica.
Las milicias
respaldadas por Irán casi han construido un estructura de seguridad
paralela en el país. Dado el extremadamente fragmentado sistema político
de Iraq y su profundamente infiltrado sector de seguridad, un solo
individuo, independientemente de la posición que tenga, será incapaz de
acabar con la cada vez mayor influencia de Irán.
Solo un Iraq
funcional e inclusivo, cuyo modelo de gobernanza y cuyo sector de
seguridad se hayan reformado, donde las diferentes comunidades
participen de forma equitativa en el sistema político del país y donde
el poder esté descentralizado logrará hacer disminuir la influencia de
Irán.
En este sentido Iraq seguirá sumido en su cada vez más
profunda crisis y, por lo tanto, sometido a la influencia de Irán a
menos que emprenda una política de liberar al Estado y a la sociedad del
yugo de las milicias. En este aspecto el cuadro es particularmente
desalentador. El poder e influencia de estas militas parece ser mayor,
no menor. La cantidad de ellas supera ampliamente las mil.
Las
milicias funcionan como un Estado dentro del Estado y como una red
transnacional. Ningún político o centro de poder en Iraq parece querer
hacer frente a esta desalentadora realidad o ser capaz de ello.
Es
obvio que es más fácil enumerar esos cambios que llevarlos a cabo. Para
que el futuro de Iraq sea seguro tiene que hacer frente a estos
difíciles retos y sus élites políticas tienen que tomar decisiones
difíciles y, en ocasiones, costosas. De otro modo será solo cuestión de
tiempo la próxima crisis importante de Iraq, incluida la posible
reaparición de una nueva forma de extremismo.
Galip Dalay es director de investigación del al-Sharq Forum e investigador sobre cuestiones turcas y kurdas en el Al Jazeera Centre for Studies.
Fuente:
http://www.middleeasteye.net/essays/despite-euphoria-baghdad-iraq-far-being-stable-49067026
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su
integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente
de la traducción.