Daraya, un suburbio de la capital siria y que estuvo un lustro
bajo control de los rebeldes, le dio una lección al mundo. En la
localidad –bombardeada todos los días, incluso con napalm–, algunos
jóvenes de la resistencia hallaron un tesoro: miles de libros
abandonados. Se impusieron la tarea de protegerlos a toda costa… y así
nació la biblioteca secreta, la que no sólo conservó ese tesoro durante
años, sino que se dio el lujo de organizar conferencias y debates –vía
satelital– y de imprimir una revista bimestral con consejos prácticos
para sobrevivir al asedio. Pero el paraíso se acabó en septiembre de
2016, cuando las tropas del gobierno tomaron la plaza. Ahora los
volúmenes de la biblioteca secreta se malbaratan en los mercadillos de
Damasco.
PARÍS (Proceso).- Esa mañana fresca de octubre de 2015 Delphine Minoui consultaba las páginas web y de Facebook dedicadas a Siria. Es la primera tarea diaria de esa reportera del matutino francés Le Figaro.
De pronto llamó su atención una imagen publicada por Humans of Syria, un colectivo de fotógrafos sirios: acaba de ser tomada en el infierno de Daraya, un suburbio de Damasco hostil al régimen de Bashar al-Assad.
En ella, sin embargo, no se vislumbra la mínima huella de combates ni destrucción. Muestra a dos jóvenes en una cómoda sala de lectura, bañada por una insólita luz artificial, con estanterías blancas llenas de libros, mesas de trabajo, sillas, sillones. Uno está sentado, leyendo. Otro, de espaldas, parece buscar algún ejemplar. El pie de foto asombró a la periodista: “Biblioteca secreta de Daraya”.
Radicada en Estambul, la reportera lleva dos décadas cubriendo la información de los países de Medio Oriente. Desde 2011 escribe con frecuencia sobre la situación siria y conoce de sobra la tragedia de Daraya, una ciudad de 250 mil habitantes, siete kilómetros al suroeste de Damasco, en una fértil llanura agrícola.
En marzo de 2011, al inicio de la Primavera Árabe, los jóvenes de ese suburbio, que tiene cierta tradición de rebeldía, fueron de los primeros en movilizarse para manifestar pacíficamente sus aspiraciones democráticas.
La represión del régimen no tardó, y en febrero de 2012 se recrudeció: tanques y soldados “invadieron” las calles de Daraya, interrumpiendo los funerales de los activistas caídos en las marchas de protesta. Murieron acribilladas 30 personas.
Daraya no se dejó intimidar y multiplicó las acciones de resistencia. Seis meses después, el 25 de agosto, volvieron los tanques y las tropas. La masacre duró tres días, le costó la vida a más de 500 personas y provocó un éxodo masivo, que redujo la población a 22 mil habitantes. Esencialmente quedaron combatientes del Ejército Libre Sirio (ELS), jóvenes activistas, y familias y ancianos imposibilitados de huir.
Daraya no se dio por vencida: los resistentes eligieron un Consejo Local para administrar el municipio, mientras brigadas del ELS organizaron su defensa. A diferencia de la mayoría de las otras ciudades rebeldes del país, aquí fueron los civiles los que mandaron.
El 8 de noviembre de 2012 Al-Assad ordenó sitiar Daraya, que así quedó totalmente aislada del resto del país y sufrió bombardeos diarios.
Como atestiguan sobrevivientes y servicios de inteligencia europeos, el 21 de agosto de 2013 dos misiles con gas sarín cayeron sobre Daraya. Hablan solas las imágenes de centenares de pacientes amontonados en corredores de un precario hospital: sufren crisis convulsivas y de sofocación, sus pupilas están anormalmente dilatadas.
Tres años más tarde, el 4 de agosto de 2016, helicópteros militares rociaron la ciudad moribunda con napalm. Los días 16 y 19 de ese mes, nuevos bombardeos de napalm borraron del mapa el hospital. El 27 de agosto los últimos 8 mil resistentes se rindieron.
Las autoridades sirias procedieron a la evacuación de la población civil hacia la ciudad de Sahanya, bajo su control, y trasladaron a los combatientes y activistas a Idlib, capital de la provincia homónima del noroeste de Siria y controlada por distintos grupos rebeldes, entre los que destaca Tahrir Al Cham, afiliada al Al Qaeda. Todo se hizo bajo protección de la Media Luna Roja. Daraya está vencida.
Y fue 10 meses antes de ese dramático desenlace cuando Delphine Minoui descubrió la biblioteca secreta. Ese hallazgo le pareció tan inverosímil que movió todos sus contactos dentro y fuera de Siria para esclarecer el misterio. Informantes fidedignos le aseguraron que sí existía ese lugar.
El 15 de octubre de 2015 la reportera entró en contacto, vía Skype, con Ahmad. Tenía 23 años. Estudiaba ingeniería civil en la Universidad de Damasco cuando se involucró en la Primavera Árabe, en 2011. Fue un pilar de la biblioteca secreta de su ciudad asediada.
Al paso de los días, y pese a las aleatorias comunicaciones por Skype, Facebook y WhatsApp, Delphine y Ahmad pudieron tejer una relación de confianza.
Poco a poco el activista contó a la reportera la historia fuera de lo común de un oasis de cultura escondido bajo tierra, donde lectores jóvenes escapaban a la deshumanización de la guerra, se olvidaban durante unas horas de las bombas, del miedo, del hambre, de la desesperanza y de la muerte.
Son sus relatos y los testimonios de sus compañeros los que Minoui reúne en Les Passeurs de livres de Daraya, une bibliothèque secrète en Syrie (Los coyotes de libros de Daraya, una biblioteca secreta en Siria), libro publicado a finales del año pasado en Francia.
El rescate
Todo comenzó en diciembre de 2013, el día en que Ahmad y sus amigos descubrieron centenares de libros bajo los escombros de una casa destruida por las bombas. Los jóvenes conocían al dueño del lugar: un director de escuela que había huido de Daraya y abandonó todos sus bienes.
Leer no es el punto fuerte de los activistas. Consideraban los libros instrumentos de propaganda de la dinastía al-Assad. Pero no dejó de impresionarlos la cantidad de volúmenes esparcidos entre las ruinas. Descubrieron libros de filosofía, ciencia, psicología, poesía, teología, literatura, política, sociología. Casi todos en árabe; había otros en inglés. Muchas eran obras censuradas.
No daban crédito; sintieron que tenían a su alcance una fuente inagotable de conocimiento. Decidieron salvar los libros.
Consiguieron una pick up y cargaron cuantos volúmenes pudieron, a toda prisa entre dos bombardeos, y los guardaron en un lugar seguro. No tardaron en juntar a otros 40 jóvenes que se sintieron obligados a cumplir una misión capital, aunque no alcanzaban a medir su alcance.
Durante días y días todos se dedicaron al rescate de los libros de Daraya. Se asomaron a mezquitas devastadas, exploraron casas abandonadas, se deslizaron a oficinas derruidas, visitaron escuelas asoladas e incansablemente recogieron libros.
Al cabo de un mes tenían 15 mil. Con mucho cuidado apuntaron en la primera página de cada uno de los volúmenes el nombre del dueño –si lo conocían– o el lugar donde fue encontrado.
“No somos ladrones ni saqueadores”, enfatizaba Ahmad a Delphine. “Estos libros pertenecen a los habitantes de Daraya. Algunos ya están muertos. Otros se fueron. Otros están encarcelados. Cuando acabe la guerra, sus propietarios o sus familiares podrán recuperarlos.”
¿Qué hacer con tantos libros? La respuesta se impuso pronto: abrir una biblioteca. Sería la primera jamás creada en ese modesto suburbio.
Los rescatistas se adueñaron del amplio sótano de un edificio vacío, cerca de la línea del frente en la que combatientes del ELS defienden la ciudad, y también en las proximidades del Centro de Comunicación del Consejo Local, vocero oficial del grupo opositor que dirigía Daraya.
Se arremangaron y limpiaron, pintaron, armaron estanterías. Consiguieron muebles y un generador de electricidad. Registraron todos los libros, los clasificaron por temas y en orden alfabético, sin censurar obra alguna. Redactaron un estricto reglamento de préstamos.
Y finalmente, a principios de 2014, inauguraron su biblioteca secreta, que abría de las 09:00 a las 17:00, salvo los viernes, día feriado en los países musulmanes, o cuando los bombardeos eran demasiado nutridos.
“La biblioteca es el símbolo más fuerte de nuestra ciudad insumisa”, proclamaba Ahmad. “Nos enorgullece construir algo cuando todo se derrumba a nuestro alrededor”.
Al principio el lugar acogía a unos 25 lectores diarios. Sólo hombres. Las mujeres y los niños casi nunca salían de sus casas o albergues. Los maridos, hermanos y padres pedían prestados los libros para sus familiares.
Con el curso de los meses la biblioteca secreta se convirtió en el alma de la ciudad asediada. Los lectores fueron cada vez más numerosos y creció el número de combatientes del ELS que pasaban sus horas de descanso leyendo. Muchos llevaban literatura a la línea de combate.
Las actividades de la biblioteca se diversificaron. En salas anexas, debidamente acondicionadas, se empezaron a impartir cursos de ciencias políticas o de inglés. Se armaron debates sobre los libros más leídos, sobre la democracia, su historia, sus conceptos, su construcción…
Gracias a satélites recuperados al principio de la primavera de 2011 y al ingenio de los activistas, los bibliotecarios organizaron ciclos de conferencias vía Skype con expertos árabes que viven fuera de Siria, debates con opositores exiliados…
“Sumergirse en el mundo de las ideas y de la reflexión aleja temporalmente la guerra y le da un carácter provisional”, comentaba a Delphine un lector asiduo.
Tan fuerte fue la estimulación intelectual generada por la biblioteca secreta, que Ahmad y sus compañeros se animaron a realizar y “publicar”, muy artesanalmente, una revista bimestral con un tiraje de 500 ejemplares. Se llamaba Karkabeh (Caos) y era una especie de manual de sobrevivencia para los habitantes de una ciudad al borde de la agonía, donde todo escaseaba.
Ahí, los flamantes periodistas explicaban a sus lectores cómo hacer potable el agua de lluvia o cómo quemar plástico para obtener carburante. Pero también escribían sobre deportes, cine, política, literatura o historia. Se expresaban en un estilo depurado y con mucho humor negro. Buscaban mantener lazos sociales en su gueto y reírse para no enloquecer, decían.
“Daraya es una ciudad que escribe sobre su vida diaria mientras lucha para no morirse, que se burla de sí y de sus terrores para dominarlos mejor”, comentaba Delphine, admirada.
Los más leídos
“¿Cuales son los autores más leídos?”, preguntó la reportera a los visitantes de la biblioteca secreta, en azarosas entrevistas vía Skype.
Llamaban la atención las eclécticas respuestas: Ibn Khaldum e Ibn Qayyim –teólogos del siglo XIV, el primero, egipcio, y el segundo, sirio– se codeaban con Shakespeare, Proust o Coetzee.
El Principito, de Saint Exupéry, les encantaba, pero también pasaban horas leyendo los poemas de amor del sirio Nizar Kabbani (1923-1998, considerado uno de los mayores poetas árabes modernos) o las obras de otro gran bardo contemporáneo, el palestino Mahmud Darwish (1943-2008).
Sin embargo, algunas respuestas dejaron perpleja a la reportera francesa.
Por ejemplo, muchos jóvenes señalaron con entusiasmo las traducciones al árabe de El Alquimista, de Paulo Coelho. Explicaron que la epopeya de ese pastor andaluz que “se desafía a sí mismo” y lo arriesga todo en busca de su “leyenda personal” les hablaba de su propia odisea y consolidaba su fe ciega en la utopía de una libertad infinita. Les ayudaba mucho, dijeron, creer que la voluntad del ser humano puede mover montañas…
Todos los lectores, sin excepción, calificaron de “obra maestra” y “auténtica revelación” Al Qawasa (El caparazón), libro autobiográfico de una dureza extrema, en el que Mustafa Khalifé, cristiano sirio, cuenta los 12 años atroces (1982-1994) que pasó en las cárceles de Hafez al-Assad. El libro siempre estuvo prohibido en Siria.
Delphine quedó otra vez estupefacta cuando supo que el libro que disputó a Al Qawasa el título de obra predilecta en Daraya era nada menos que Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, un manual de desarrollo personal escrito por Stephen Covey (1931-2012), hombre de negocios bastante avispado que se convirtió en adinerado campeón de la autorrealización.
Sus entrevistados fueron unánimes. El libro les dio armas para sobrevivir en el infierno de su ciudad-cárcel… Covey es el psicólogo que soñaban consultar, el sabio consejero que los entendía mejor que nadie…
“Los siete hábitos de la gente altamente efectiva me enseñó a organizar mis ideas, a pensar en forma positiva, a aceptar a los demás con sus diferencias y a mantener un clima de emulación sana entre todos”, le confió Ahmad.
El libro no había aparecido entre los escombros de Daraya. Los jóvenes lo descargaron de internet y a duras penas imprimieron dos ejemplares, en hojas sueltas, que pasaron por centenares de manos y acabaron hechos trizas.
Los siete hábitos de la gente altamente efectiva desató tanto interés, que los bibliotecarios organizaron dos ciclos de conferencias vía Skype con especialistas en autoayuda y desarrollo del capital humano.
Otros grandes éxitos de la biblioteca secreta: los testimonios sobre el cruento cerco que los serbios impusieron a Sarajevo durante cuatro años. Los jóvenes resistentes de Daraya descubrieron varios libros sobre el tema en su biblioteca secreta y de inmediato se identificaron con los 350 mil habitantes de la asediada capital de Bosnia Herzegovina.
“En los momentos de profundo desasosiego nos da mucha fuerza interior leer testimonios de quienes pasaron por lo mismo que nosotros, nos hace sentir menos solos, menos vulnerables”, dijo Ahmad.
Gracias a una red de contactos, los resistentes de Daraya lograron comunicarse vía WhatsApp con sobrevivientes de Sarajevo… El contacto se dio enseguida entre bosnios y sirios: emoción, solidaridad, consejos prácticos e intercambio de experiencias.
Pasaron los meses, se recrudecieron los ataques aéreos, y el verano de 2016 se volvió terrorífico. A los bombardeos masivos con explosivos sucedieron los de napalm.
Ahmad le aseguró a Delphine que 90% de las casas y edificios de Daraya fueron aniquilados. También le habló de los habitantes sepultados bajo los escombros, de la imposibilidad de atender a todos los heridos, de la falta de anestésicos, del cementerio que se ampliaba cada día y del ritmo acelerado de los entierros en cadena sin ceremonias ni rezos.
Las tinieblas envolvieron Daraya.
El saqueo
El 27 de agosto de 2016 Ahmad, directivos de la biblioteca secreta y lectores, activistas y combatientes del ELS abordaron autobuses de la Media Luna Roja para ser trasladados a Idlib. Grabaron con sus celulares los escombros de su ciudad derrotada.
El 12 de septiembre de 2016 Bashar al-Assad recorrió triunfal las calles fantasmagóricas del suburbio. Uno de los escasos reporteros autorizados a acompañarlo tomó fotos de la biblioteca secreta saqueada. Las estanterías estaban vacías, pero no eran muchos los libros tirados en el piso.
¿Dónde están los 15 mil volúmenes que llenaban de orgullo a los resistentes de Daraya?
A finales de septiembre de 2016 Ahmad contactó a Delphine desde Idlib. Ya indagó el destino del tesoro que permitió a tantos jóvenes crecer como seres humanos, pese a tener a la muerte pisándoles los talones.
Los libros no acabaron en una hoguera, como temían sus lectores. Miles fueron robados por los soldados del régimen y ahora se malvenden en las banquetas del mercado de pulgas de Damasco.
Este reportaje se publicó el 14 de enero de 2018 en la edición 2150 de la revista Proceso.
COMPARTE EL SITIO DE: https://plataformadistritocero.blogspot.mx/
PARÍS (Proceso).- Esa mañana fresca de octubre de 2015 Delphine Minoui consultaba las páginas web y de Facebook dedicadas a Siria. Es la primera tarea diaria de esa reportera del matutino francés Le Figaro.
De pronto llamó su atención una imagen publicada por Humans of Syria, un colectivo de fotógrafos sirios: acaba de ser tomada en el infierno de Daraya, un suburbio de Damasco hostil al régimen de Bashar al-Assad.
En ella, sin embargo, no se vislumbra la mínima huella de combates ni destrucción. Muestra a dos jóvenes en una cómoda sala de lectura, bañada por una insólita luz artificial, con estanterías blancas llenas de libros, mesas de trabajo, sillas, sillones. Uno está sentado, leyendo. Otro, de espaldas, parece buscar algún ejemplar. El pie de foto asombró a la periodista: “Biblioteca secreta de Daraya”.
Radicada en Estambul, la reportera lleva dos décadas cubriendo la información de los países de Medio Oriente. Desde 2011 escribe con frecuencia sobre la situación siria y conoce de sobra la tragedia de Daraya, una ciudad de 250 mil habitantes, siete kilómetros al suroeste de Damasco, en una fértil llanura agrícola.
En marzo de 2011, al inicio de la Primavera Árabe, los jóvenes de ese suburbio, que tiene cierta tradición de rebeldía, fueron de los primeros en movilizarse para manifestar pacíficamente sus aspiraciones democráticas.
La represión del régimen no tardó, y en febrero de 2012 se recrudeció: tanques y soldados “invadieron” las calles de Daraya, interrumpiendo los funerales de los activistas caídos en las marchas de protesta. Murieron acribilladas 30 personas.
Daraya no se dejó intimidar y multiplicó las acciones de resistencia. Seis meses después, el 25 de agosto, volvieron los tanques y las tropas. La masacre duró tres días, le costó la vida a más de 500 personas y provocó un éxodo masivo, que redujo la población a 22 mil habitantes. Esencialmente quedaron combatientes del Ejército Libre Sirio (ELS), jóvenes activistas, y familias y ancianos imposibilitados de huir.
Daraya no se dio por vencida: los resistentes eligieron un Consejo Local para administrar el municipio, mientras brigadas del ELS organizaron su defensa. A diferencia de la mayoría de las otras ciudades rebeldes del país, aquí fueron los civiles los que mandaron.
El 8 de noviembre de 2012 Al-Assad ordenó sitiar Daraya, que así quedó totalmente aislada del resto del país y sufrió bombardeos diarios.
Como atestiguan sobrevivientes y servicios de inteligencia europeos, el 21 de agosto de 2013 dos misiles con gas sarín cayeron sobre Daraya. Hablan solas las imágenes de centenares de pacientes amontonados en corredores de un precario hospital: sufren crisis convulsivas y de sofocación, sus pupilas están anormalmente dilatadas.
Tres años más tarde, el 4 de agosto de 2016, helicópteros militares rociaron la ciudad moribunda con napalm. Los días 16 y 19 de ese mes, nuevos bombardeos de napalm borraron del mapa el hospital. El 27 de agosto los últimos 8 mil resistentes se rindieron.
Las autoridades sirias procedieron a la evacuación de la población civil hacia la ciudad de Sahanya, bajo su control, y trasladaron a los combatientes y activistas a Idlib, capital de la provincia homónima del noroeste de Siria y controlada por distintos grupos rebeldes, entre los que destaca Tahrir Al Cham, afiliada al Al Qaeda. Todo se hizo bajo protección de la Media Luna Roja. Daraya está vencida.
Y fue 10 meses antes de ese dramático desenlace cuando Delphine Minoui descubrió la biblioteca secreta. Ese hallazgo le pareció tan inverosímil que movió todos sus contactos dentro y fuera de Siria para esclarecer el misterio. Informantes fidedignos le aseguraron que sí existía ese lugar.
El 15 de octubre de 2015 la reportera entró en contacto, vía Skype, con Ahmad. Tenía 23 años. Estudiaba ingeniería civil en la Universidad de Damasco cuando se involucró en la Primavera Árabe, en 2011. Fue un pilar de la biblioteca secreta de su ciudad asediada.
Al paso de los días, y pese a las aleatorias comunicaciones por Skype, Facebook y WhatsApp, Delphine y Ahmad pudieron tejer una relación de confianza.
Poco a poco el activista contó a la reportera la historia fuera de lo común de un oasis de cultura escondido bajo tierra, donde lectores jóvenes escapaban a la deshumanización de la guerra, se olvidaban durante unas horas de las bombas, del miedo, del hambre, de la desesperanza y de la muerte.
Son sus relatos y los testimonios de sus compañeros los que Minoui reúne en Les Passeurs de livres de Daraya, une bibliothèque secrète en Syrie (Los coyotes de libros de Daraya, una biblioteca secreta en Siria), libro publicado a finales del año pasado en Francia.
El rescate
Todo comenzó en diciembre de 2013, el día en que Ahmad y sus amigos descubrieron centenares de libros bajo los escombros de una casa destruida por las bombas. Los jóvenes conocían al dueño del lugar: un director de escuela que había huido de Daraya y abandonó todos sus bienes.
Leer no es el punto fuerte de los activistas. Consideraban los libros instrumentos de propaganda de la dinastía al-Assad. Pero no dejó de impresionarlos la cantidad de volúmenes esparcidos entre las ruinas. Descubrieron libros de filosofía, ciencia, psicología, poesía, teología, literatura, política, sociología. Casi todos en árabe; había otros en inglés. Muchas eran obras censuradas.
No daban crédito; sintieron que tenían a su alcance una fuente inagotable de conocimiento. Decidieron salvar los libros.
Consiguieron una pick up y cargaron cuantos volúmenes pudieron, a toda prisa entre dos bombardeos, y los guardaron en un lugar seguro. No tardaron en juntar a otros 40 jóvenes que se sintieron obligados a cumplir una misión capital, aunque no alcanzaban a medir su alcance.
Durante días y días todos se dedicaron al rescate de los libros de Daraya. Se asomaron a mezquitas devastadas, exploraron casas abandonadas, se deslizaron a oficinas derruidas, visitaron escuelas asoladas e incansablemente recogieron libros.
Al cabo de un mes tenían 15 mil. Con mucho cuidado apuntaron en la primera página de cada uno de los volúmenes el nombre del dueño –si lo conocían– o el lugar donde fue encontrado.
“No somos ladrones ni saqueadores”, enfatizaba Ahmad a Delphine. “Estos libros pertenecen a los habitantes de Daraya. Algunos ya están muertos. Otros se fueron. Otros están encarcelados. Cuando acabe la guerra, sus propietarios o sus familiares podrán recuperarlos.”
¿Qué hacer con tantos libros? La respuesta se impuso pronto: abrir una biblioteca. Sería la primera jamás creada en ese modesto suburbio.
Los rescatistas se adueñaron del amplio sótano de un edificio vacío, cerca de la línea del frente en la que combatientes del ELS defienden la ciudad, y también en las proximidades del Centro de Comunicación del Consejo Local, vocero oficial del grupo opositor que dirigía Daraya.
Se arremangaron y limpiaron, pintaron, armaron estanterías. Consiguieron muebles y un generador de electricidad. Registraron todos los libros, los clasificaron por temas y en orden alfabético, sin censurar obra alguna. Redactaron un estricto reglamento de préstamos.
Y finalmente, a principios de 2014, inauguraron su biblioteca secreta, que abría de las 09:00 a las 17:00, salvo los viernes, día feriado en los países musulmanes, o cuando los bombardeos eran demasiado nutridos.
“La biblioteca es el símbolo más fuerte de nuestra ciudad insumisa”, proclamaba Ahmad. “Nos enorgullece construir algo cuando todo se derrumba a nuestro alrededor”.
Al principio el lugar acogía a unos 25 lectores diarios. Sólo hombres. Las mujeres y los niños casi nunca salían de sus casas o albergues. Los maridos, hermanos y padres pedían prestados los libros para sus familiares.
Con el curso de los meses la biblioteca secreta se convirtió en el alma de la ciudad asediada. Los lectores fueron cada vez más numerosos y creció el número de combatientes del ELS que pasaban sus horas de descanso leyendo. Muchos llevaban literatura a la línea de combate.
Las actividades de la biblioteca se diversificaron. En salas anexas, debidamente acondicionadas, se empezaron a impartir cursos de ciencias políticas o de inglés. Se armaron debates sobre los libros más leídos, sobre la democracia, su historia, sus conceptos, su construcción…
Gracias a satélites recuperados al principio de la primavera de 2011 y al ingenio de los activistas, los bibliotecarios organizaron ciclos de conferencias vía Skype con expertos árabes que viven fuera de Siria, debates con opositores exiliados…
“Sumergirse en el mundo de las ideas y de la reflexión aleja temporalmente la guerra y le da un carácter provisional”, comentaba a Delphine un lector asiduo.
Tan fuerte fue la estimulación intelectual generada por la biblioteca secreta, que Ahmad y sus compañeros se animaron a realizar y “publicar”, muy artesanalmente, una revista bimestral con un tiraje de 500 ejemplares. Se llamaba Karkabeh (Caos) y era una especie de manual de sobrevivencia para los habitantes de una ciudad al borde de la agonía, donde todo escaseaba.
Ahí, los flamantes periodistas explicaban a sus lectores cómo hacer potable el agua de lluvia o cómo quemar plástico para obtener carburante. Pero también escribían sobre deportes, cine, política, literatura o historia. Se expresaban en un estilo depurado y con mucho humor negro. Buscaban mantener lazos sociales en su gueto y reírse para no enloquecer, decían.
“Daraya es una ciudad que escribe sobre su vida diaria mientras lucha para no morirse, que se burla de sí y de sus terrores para dominarlos mejor”, comentaba Delphine, admirada.
Los más leídos
“¿Cuales son los autores más leídos?”, preguntó la reportera a los visitantes de la biblioteca secreta, en azarosas entrevistas vía Skype.
Llamaban la atención las eclécticas respuestas: Ibn Khaldum e Ibn Qayyim –teólogos del siglo XIV, el primero, egipcio, y el segundo, sirio– se codeaban con Shakespeare, Proust o Coetzee.
El Principito, de Saint Exupéry, les encantaba, pero también pasaban horas leyendo los poemas de amor del sirio Nizar Kabbani (1923-1998, considerado uno de los mayores poetas árabes modernos) o las obras de otro gran bardo contemporáneo, el palestino Mahmud Darwish (1943-2008).
Sin embargo, algunas respuestas dejaron perpleja a la reportera francesa.
Por ejemplo, muchos jóvenes señalaron con entusiasmo las traducciones al árabe de El Alquimista, de Paulo Coelho. Explicaron que la epopeya de ese pastor andaluz que “se desafía a sí mismo” y lo arriesga todo en busca de su “leyenda personal” les hablaba de su propia odisea y consolidaba su fe ciega en la utopía de una libertad infinita. Les ayudaba mucho, dijeron, creer que la voluntad del ser humano puede mover montañas…
Todos los lectores, sin excepción, calificaron de “obra maestra” y “auténtica revelación” Al Qawasa (El caparazón), libro autobiográfico de una dureza extrema, en el que Mustafa Khalifé, cristiano sirio, cuenta los 12 años atroces (1982-1994) que pasó en las cárceles de Hafez al-Assad. El libro siempre estuvo prohibido en Siria.
Delphine quedó otra vez estupefacta cuando supo que el libro que disputó a Al Qawasa el título de obra predilecta en Daraya era nada menos que Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, un manual de desarrollo personal escrito por Stephen Covey (1931-2012), hombre de negocios bastante avispado que se convirtió en adinerado campeón de la autorrealización.
Sus entrevistados fueron unánimes. El libro les dio armas para sobrevivir en el infierno de su ciudad-cárcel… Covey es el psicólogo que soñaban consultar, el sabio consejero que los entendía mejor que nadie…
“Los siete hábitos de la gente altamente efectiva me enseñó a organizar mis ideas, a pensar en forma positiva, a aceptar a los demás con sus diferencias y a mantener un clima de emulación sana entre todos”, le confió Ahmad.
El libro no había aparecido entre los escombros de Daraya. Los jóvenes lo descargaron de internet y a duras penas imprimieron dos ejemplares, en hojas sueltas, que pasaron por centenares de manos y acabaron hechos trizas.
Los siete hábitos de la gente altamente efectiva desató tanto interés, que los bibliotecarios organizaron dos ciclos de conferencias vía Skype con especialistas en autoayuda y desarrollo del capital humano.
Otros grandes éxitos de la biblioteca secreta: los testimonios sobre el cruento cerco que los serbios impusieron a Sarajevo durante cuatro años. Los jóvenes resistentes de Daraya descubrieron varios libros sobre el tema en su biblioteca secreta y de inmediato se identificaron con los 350 mil habitantes de la asediada capital de Bosnia Herzegovina.
“En los momentos de profundo desasosiego nos da mucha fuerza interior leer testimonios de quienes pasaron por lo mismo que nosotros, nos hace sentir menos solos, menos vulnerables”, dijo Ahmad.
Gracias a una red de contactos, los resistentes de Daraya lograron comunicarse vía WhatsApp con sobrevivientes de Sarajevo… El contacto se dio enseguida entre bosnios y sirios: emoción, solidaridad, consejos prácticos e intercambio de experiencias.
Pasaron los meses, se recrudecieron los ataques aéreos, y el verano de 2016 se volvió terrorífico. A los bombardeos masivos con explosivos sucedieron los de napalm.
Ahmad le aseguró a Delphine que 90% de las casas y edificios de Daraya fueron aniquilados. También le habló de los habitantes sepultados bajo los escombros, de la imposibilidad de atender a todos los heridos, de la falta de anestésicos, del cementerio que se ampliaba cada día y del ritmo acelerado de los entierros en cadena sin ceremonias ni rezos.
Las tinieblas envolvieron Daraya.
El saqueo
El 27 de agosto de 2016 Ahmad, directivos de la biblioteca secreta y lectores, activistas y combatientes del ELS abordaron autobuses de la Media Luna Roja para ser trasladados a Idlib. Grabaron con sus celulares los escombros de su ciudad derrotada.
El 12 de septiembre de 2016 Bashar al-Assad recorrió triunfal las calles fantasmagóricas del suburbio. Uno de los escasos reporteros autorizados a acompañarlo tomó fotos de la biblioteca secreta saqueada. Las estanterías estaban vacías, pero no eran muchos los libros tirados en el piso.
¿Dónde están los 15 mil volúmenes que llenaban de orgullo a los resistentes de Daraya?
A finales de septiembre de 2016 Ahmad contactó a Delphine desde Idlib. Ya indagó el destino del tesoro que permitió a tantos jóvenes crecer como seres humanos, pese a tener a la muerte pisándoles los talones.
Los libros no acabaron en una hoguera, como temían sus lectores. Miles fueron robados por los soldados del régimen y ahora se malvenden en las banquetas del mercado de pulgas de Damasco.
Este reportaje se publicó el 14 de enero de 2018 en la edición 2150 de la revista Proceso.
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