Hace poco, en redes sociales se insistía en el fallecimiento de Luis Echeverría, quien fue el gran represor de 1968 y 1971. El expresidente nunca fue castigado por sus masacres, aunque se intentó por diversos medios. El sistema constantemente lo protegió. Y ahora sabemos que pasó su cumpleaños 96 al lado de sus hijos y nietos.
Ese mismo personaje difundió que el movimiento estudiantil-popular de 1968 era financiado por la entonces Unión Soviética y demás países comunistas. Nunca se enteró que en las naciones anticapitalistas también hubo movilizaciones de jóvenes contra los hombres del poder. Lo que si supo bien Echeverría Álvarez fue que él, como Gustavo Díaz Ordaz, fueron empleados de la CIA, la cual les puso el mote de Litempo.
Ahora, en la desatada elección mexicana, aunque se diga que estamos en precampañas, nuevamente se insiste para denigrar que Andrés Manuel López Obrador tiene profundas relaciones con Venezuela y que será como Nicolás Maduro o Hugo Chávez, sentencia que funcionó hace seis años y ahora no ha prendido, ni con pintas en el país sudamericano con el nombre del tabasqueño.
Como tal fantasma ya nadie lo cree, desde el exterior y aquí se ha dicho que Putin apoyará al morenista para que gane la presidencia de la República. Nuevamente se utiliza a Rusia para espantar, aunque no se diga que, por ejemplo, Luis Videgaray, el inventor de José Antonio Meade, actúa como un lacayo de los Estados Unidos, por medio de Jared Kushner, yerno de Trump.
Pero, al parecer, López Obrador ha aprendido: lejos de irritarse se ha burlado y dice que ahora ya no es Peje, sino Andrés Manuelovich. Asimismo le recomendó a Peña Nieto para calmarse una medicina que se llama Amlodopina. Dos recetas contra la tontería.
Por cierto, en esta pelea se metió Juan Ignacio Zavala con el tufo antiruso y el monero Patricio lo hizo pomada. Aunque esa es otra historia por contar.
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