miércoles, 11 de julio de 2018

Efectos y razones del cataclismo electoral en México


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Efectos y razones del cataclismo electoral en México

 

 


El legado histórico del neoliberalismo oligárquico   Una profunda impugnación en su expresión electoral pronunció su más sentido rechazo nacional a la violenta forma de reproducción del capital (dependiente, concentradora, excluyente), junto a su inescindible configuración de un régimen político autoritario caracterizado por una permanente crisis de representación y de legitimidad, signo del estado dedescomposición del aparato institucional estatal. A más de tres décadas de una densa acumulación histórica se presentó la más determinante manifestación colectiva contra lo que se ha conformado como el legado histórico del neoliberalismo oligárquico en México.
I. Efectos del cataclismo electoral: crisis de la partidocracia dominante
El domingo 1º de Julio, el partido político Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), con tan sólo cuatro años de edad, conquistó de forma avasalladora la presidencia del país, gubernaturas estatales, diputaciones y senadurías federales, capitales y grandes ciudades, congresos locales, presidencias municipales, alcaldías. Arrastró los propios bastiones de los partidos tradicionales. Barrió con fuerza a la imperante partidocracia del gimen político mexicano. Nunca antes, la manifestación colectiva se había volcado con enorme extensión por un partido de centro-izquierda con bases sociales impulsoras de un programa de “bienestar social”, neodesarrollista y “nacionalista” al mismo tiempo.
El rasgo dominante del régimen político mexicano constituido en gran parte por la auto-legitimada “transición democrática” y “pluralismo de partidos”, ha sido cuestionado. Se ha hecho con tal ímpetu, que se ha logrado desplazar a condiciones cercanas a la marginalidad (otros llaman “extinción”) a los otrora imperantes partidos tradicionales, PRI, PAN, PRD (conocidos como el bloque del PRIANRD) y sus “partidos satélites”, que en conjunto forman una de las columnas principales del régimen político autoritario, y en la que ha reposado por varias décadas el capitalismo dependiente y neoliberal en México.
Presentamos a continuación un primer análisis que permite avalar la magnitud del reciente huracán electoral y destacar algunos de sus efectos. Esto le plantea a Morena, el nuevo partido dominante, y sobre todo a sus bases sociales y simpatizantes que lo eligieron, importantes interrogantes. Por ejemplo, puede discutirse si MORENA tendrá las condiciones y la voluntad política de definir una estrategia orientada a consolidar la crisis terminal de la partidocracia hegemónica.
Nuevo mapa político-electoral
El candidato presidencial ganador, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), de la coalición “Juntos Haremos Historia”, conformada por su partido MORENA, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES), fue elegida con el 53.19 % de los sufragios, contabilizando 30 millones 113 mil 483 votos, un número que casi dobla el número de votos del presidente electo que había sido más votado en los registros de elecciones presidenciales anteriores. Por primera vez, un candidato presidencial gana en 31 de 32 entidades del país, tiñendo al país de un sólo color partidista.[1] La alianza “Todos por México” (PRI-PVEM-NA) perdió en los 300 distritos electorales que integran el país . AMLO gana en 91.3% de los distritos, y la coalición “Por México al Frente” sólo el 8.7% de éstos.
Solamente el estado de Guanajuato, bastión conservador del PAN, AMLO no logró ganar, no obstante que conquistó en ese estado un tercio de los votos. Correspondió al candidato conservador, Ricardo Anaya, quien con la coalición “Por México al Frente”, formada por su partido (PAN), el partido “Movimiento Ciudadano”, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), contabilizar el 22.27% de los votos, con 12 millones 610 mil 120 sufragios, a treinta puntos porcentuales del ganador. El candidato oficialista del Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien ocupó el tercer lugar, José Antonio Meade, de la coalición “Todos por México” conformada por los partidos PRI, Partido Verde Ecologista de México (PVEM), y Partido Nueva Alianza (NA), contabilizó el 16.40% de sufragios, nueve millones 289 mil 853 votos.
Si consideramos la tradicional alianza del bloque PRIANRD, que esta vez, significativas causas impidieron, ni sumando los votos de las coaliciones en segundo y tercer lugar podrían haber vencido al candidato ganador. En todo caso, pudo haber sido más competitiva, limitándose así la debacle de este bloque partidista.
A pesar de que esta vez fue en coalición, la votación del candidato del PAN, Ricardo Anaya, fue menor a la votación que contabilizó su partido en las últimas dos elecciones presidenciales. Lo mismo le ocurrió al candidato del PRI-PVEM-NA, quien superó negativamente el peor derrumbe del PRI en el año de 2006, cayendo hoy por debajo de 6 puntos porcentuales de aquella votación que logró el 22.03%.
El huracán electoral impactó igualmente a los partidos “satélites” del PRIAN. Hoy, cinco partidos “satélites” están en riesgo de perder el registro ante el Instituto Nacional Electoral (INE), al no lograr el 3% de la votación presidencial.[2] El PRD, contabilizó 1 millón 300 mil votos, 2.83% de la votación nacional en la elección presidencial. Un derrumbe que lo separa con fuerza de su votación registrada en 2012, con más de 9 millones de sufragios. El Partido Encuentro Social (PES), minúsculo partido de derecha que participó esta vez en la coalición con MORENA-PT, logró el 2.7% de los sufragios para la presidencia. El PVEM, logró el 1.85% de los votos para esta elección. El partido MC y Nueva Alianza obtuvieron el 1.78 y el 0.99% de la votación, respectivamente.
Importante es mencionar que el abstencionismo en México. En esta elección, no se modificó respecto a la tendencia general que es de 40% entre 1988 y 2018. Sólo en 1994, la abstención fue de 22.8%. En esta elección de 2018, con una Lista Nominal de Electores de poco más de 89 millones, la participación fue de 62.6%, muy similar a la participación en la elección de 2012.
La composición en el Congreso
Como se observa, el derrumbe para la partidocracia mexicana fue enorme. Frente a la avalancha Morenista, todos cayeron. Más aún si observamos la composición del Congreso Federal, las gubernaturas disputadas en esta elección, y el poder Ejecutivo. Una crisis profunda del “sistema político mexicano” lo amenaza. Depende de las luchas sociales y populares presionar a Morena hacia su transformación de raíz.
De nueve gobiernos estatales competidos, Morena gana 5, PAN 2, MC 1 (el actual virtual gobernador electo se ha desligado de su partido y busca a Morena), el PRI 0, y resta la gubernatura de Puebla, en litigio por Fraude del PAN contra Morena.
El próximo Congreso asumirá una nueva composición. En la Cámara de Diputados, la coalición “Juntos Haremos Historia” (Morena-PT-PES) contará con 303 diputaciones de 500 que componen la Cámara baja; la coalición “Por México al Frente” (PAN-PRD-MC) obtendrá 140 y la coalición “Todos por México” (PRI-PVEM-NA) obtendrá 63.[3]
Según el cómputo de elecciones de senadurías, la alianza encabezada por MORENA triunfó en 25 de 32 entidades de la República mexicana. La alianza del Frente gana en 5 estados, el PRI sólo 1, y MC, sin alianza, gana 1. Y de acuerdo a la elección de la Cámara de Diputados, Morena gana en 219 de los 300 distritos electorales.
En la Cámara de Senadores, conformada por 128 escaños, la alianza ganadora contará con 70; el Frente obtendrá 38 y la coalición oficialista “Todos por México”, contabilizará 20 senadores. Como se observa, el Ejecutivo tendrá mayoría absoluta  en el Congreso, por lo que no tendrá argumentos para no ejercer un programa a favor de los derechos sociales, colectivos y laborales erosionados en las últimas décadas.  
La debacle del aparato partidista se percibe de mejor manera al observar la nueva composición en el Congreso de cada partido político por separado.
Morena, en las elecciones federales de 2015 en que se renovaron los 500 espacios de la Cámara de Diputados, contabilizó 35 diputaciones. Así se integró al inicio de la LXIII Legislatura (1 de agosto de 2015). En esta elección del primer domingo de julio de 2018, logró 191 espacios. En la última elección de Senadores de 2013, Morena no existía como partido político, por lo que no tenía senadores. En esta elección de 2018 contabilizó 55 senadores.[4]
En la Cámara de diputados, el PT, aliado de Morena, contabiliza 61 curules, de sólo 6 que ganó en 2015. Contabiliza 6 senadurías de las mismas 6 de la elección anterior. El PES, de 8 diputaciones logra 55 espacios. En el senado logra 7 en esta elección. Es muy posible que los nuevos representantes del PT y PES, se integren a Morena, dada la seria posibilidad de pérdida de registro de su partido político.
El derrumbe del PRI es quizá el más significativo. De 204 diputados con los que contaba, cae a 40. Muy lejos quedaron los tiempos en los que el PRI se daba el “lujo” de “traspasar” ocho diputados al PVEM (sept/2017), para evitar que Morena -debido a la desbandada de diputados del PRD y otros partidos a Morena- se pudiera conformar como cuarta fuerza política en el Legislativo.
De 48 senadores que disponía el PRI, pasa a 14, sólo una ganada de mayoría (elección directa), las restantes son otorgadas por primera minoría y plurinominales. Muy atrás quedarán los intereses priistas de eliminar los espacios de representación proporcional y plurinominales, así como de recortar el número de diputados que expusiera con sus propuestas en septiembre de 2017.
El PRI, obtendrá menos diputados que el PT, que contabilizará 61. El derrumbe priista lo lleva de primera fuerza en el Legislativo a quinta fuerza parlamentaria, detrás de Morena, PAN, PT y Encuentro Social . En su estado bastión, el Estado de México, gobernará menos de 20 municipios, de un total de 125. En el Congreso local, sólo ganó en un distrito. En la actualidad, sólo gobierna 12 gubernaturas, muy débiles ante el dominio del nuevo presidente y su partido mayoritario. Un ligero esfuerzo de Morena, y el PRI puede extinguirse. A los priistas –hoy en fuertes divisiones internas dados los resultados– sólo le resta aliarse con los nuevos ganadores. Como se aprecia, el mandado popular barrió con gran fuerza al PRI. Dependerá del nuevo liderazgo Morenista si los empuja al vacío o los “integra”.
El PVEM, satélite del PRI, pierde 38 diputaciones manteniendo sólo 17. Y sólo obtendrá 4 senadurías, perdiendo muy posiblemente todas las plurinominales debido a su bajísima participación en los sufragios. El partido Nueva Alianza, perderá 11 diputados, de los 12 que tiene hoy, quedándose con uno.
El PAN desciende de 114 diputaciones a 82 en la nueva legislatura. Y pasa de 38 senadurías a 24. Será la segunda fuerza en el Senado, pero peligra más por la profundización de sus divisiones internas (como el PRI) y la futura suerte de su principal líder, el candidato presidencial Ricardo Anaya, acusado de delitos como lavado de dinero.
El PRD, aliado de “Por México al Frente”, contabilizó el 5.35% y 5.36% de los sufragios para candidatos a diputados y senadores, respectivamente. Obtendrá 21 diputados, 83 menos que los que tiene ahora (104), y perderá 14 senadores, manteniendo solo 8 de 21 que ocupaba. Este partido queda marginalizado, a un paso de su desaparición.[5] No sólo no ganó ninguna gubernatura de las nueve competidas, sino que perdió sus bastiones, Ciudad de México, Tabasco y Morelos. La sociedad se expresó por la pulverización del PRD.
El partido “satélite” MC, de la coalición del Frente, quien mantenía 17 diputaciones y una senaduría (que posteriormente se integró al PT), a pesar de su bajísima votación en la elección presidencial, logrará 27 diputaciones y 7 senadores. Es la única fuerza que mejoró sus espacios en el Congreso.
En general, la sociedad arrolló al conjunto de partidos tradicionales. No es un dato menor. Si se consolida una crisis terminal del régimen de partidos, puede abrirse una nueva relación de fuerzas en el aparato estatal. Si bien la disputa por el poder político rebasa con mucho al aparato de Estado y su organismo electoral, pues el capital es una fuerza extraparlamentaria por excelencia[6], bien puede avanzarse hacia el final de la partidocracia como momento significativo para construir una nueva relación de fuerzas encaminada en el corto plazo, al logro de importantes “reformas” (económicas y políticas) a favor de los explotados y excluidos. Pues si no se modifican las principales columnas del aparato de Estado muy difícil será lograr y conservar un Estado social de derechos.
Ahora bien, ¿cómo debemos entender la presente manifestación electoral de una gran parte de la sociedad? ¿Dónde encontrar las señales sísmicas que lo permitirían avizorar? ¿Cuáles serían las razones que empujaron este cataclismo electoral en México? A continuación presentamos algunos de los elementos estructurales que sin duda nos permiten dar razones para explicarlo.
II. Razones del cataclismo electoral: Reproducción del capital, neoliberalismo y Estado oligárquico
Desde 1982 se impuso una violenta forma de reproducción del capital vinculada a la reestructuración de la economía internacional, la cual fue continuamente vehiculizada de modo predominante mediante políticas económicas neoliberales de expreso carácter anti-social (privatizaciones, política monetaria ortodoxa, disciplina fiscal, reducción del gasto social, desmantelamiento del Estado, disciplina salarial, endeudamiento externo e interno, etc.).
En estas décadas, se establecieron las bases de reproducción del capital que definieron la forma de un patrón de reproducción subordinado a los capitales trasnacionales, consolidado en 1994 con el TLCAN y cuyo principal sustento ha residido en un régimen de superexplotación del trabajo. Los nuevos ejes de acumulación se orientaron a la conformación de un patrón de especialización productiva[7] caracterizado por un proceso de desmantelamiento de la estructura industrial, el carácter selectivo y privilegiado de nuevos núcleos de acumulación dominados por unas cuantos sectores manufactureros de bajo valor agregado (maquiladora), dependientes de inversiones, tecnología y mercado predominantemente estadounidenses.
Con el fin del otrora patrón de diversificación productiva-industrial, se establecieron dinámicos polos productivos de estructura monopolista, volcados al mercado externo, a costas de la exclusión y abandono de sectores de producción orientados al mercado interno. Millones de pequeños y medianos productores fueron empujados a la desaparición y al deterioro de sus capacidades productivas y de competencia. Asistimos a la contracción crónica del mercado interno.
La dinámica de un aparato de especialización productiva volcado a la satisfacción de las demandas del mercado externo –una integración subordinada a la “globalización” –, terminó por reforzar una tendencia estructural del ciclo del capital común a las economías dependientes latinoamericanas: un mayor distanciamiento de sus estructuras productivas respecto a las necesidades de consumo de los trabajadores.[8] Al acentuarse las condiciones de subordinación de una esfera productiva volcada al mercado exterior, vehiculizada por la liberalización de la economía y una proliferación en México de Tratados de Libre Comercio, la principal tendencia del patrón de reproducción del capital fue mermar las condiciones de vida y de consumo de los trabajadores, experimentada mediante la continua pérdida del poder adquisitivo del salario, ampliación de las brechas entre salario nominal y salarionecesario, caída de la participación del trabajo en el ingreso nacional, así como la expansión de las condiciones de precarización del trabajo.
Tanto el desmantelamiento y entrega del sector energético, el despojo de recursos naturales, el abandono de la producción en el campo, es otro signo de una especialización regresiva altamente concentradora y excluyente que ha generalizado los condiciones de pobreza, de crisis y violencia social en México, lo que impactó, por ejemplo, en los elevados movimientos migratorios hacia Estados Unidos (a un ritmo de 500 mil personas por año en las últimas dos décadas).
La forma monopolista que asumió la especialización productiva integrada a los encadenamientos de valor de las corporaciones trasnacionales, terminó por pulverizar encadenamientos productivos nacionales, una de las causas de los elevados niveles de desocupación real, del fuerte declive de la participación de la economía en el PIB mundial, del cuasi estancamiento económico durante más de tres décadas, así como del estancamiento y deterioro del PIB per cápita.
La desindustrialización fue sustituida por una marea de importaciones de insumos intermedios y tecnología, con impactos en un déficit comercial permanente, y la acentuación de la dependencia del capital extranjero para sostener los problemas externos. La juventud quedó condenada a la exclusión cuando los grandes empresarios se volcaron a las compras del exterior, abandonándose el crecimiento educativo y procesos de investigación científico-tecnológica.
De igual modo, se redoblaron las asimetrías entre sectores productivos profundizando una desarticulación de la estructura productiva que agravó los desequilibrios económicos, y remarcó la incapacidad de reproducción orgánica volviéndola mucho más dependiente del exterior.
Ha sido tal la forma de especialización productiva y sus impactos en la desarticulación del aparato productivo que ésta asumió propiedades geográfico-territoriales. Detrás del establecimiento de polos productivos y corredores mercantiles en la zona norte fronteriza y la región del bajío -regiones donde predomina la manufactura maquiladora de exportación conectada a determinados circuitos de la economía estadounidense-, se desenvolvió un abierto proceso de desarticulación productiva territorial (desterritorialización) con impactos en condiciones de profunda desigualdad regional, de expresiones clasistas y racistas. Una heterogénea geografía de la exclusión y de la desigualdad económica y social con trazos ideológicos, políticos (y de alcances electorales) fractura al país, dividiéndolo en uno, dos, muchos Méxicos. En este sentido, es notable que, en la reciente elección del candidato presidencial, existió -de modo inédito- gran homogeneidad de la preferencia electoral entre el norte y el sur.
Estado oligárquico y ciclo político neoliberal
Esta forma de reproducción del capital es inescindible de su forma política de dominación estatal. El capital es una relación social constituida como relación de explotación y dominio. El actual patrón de reproducción del capital en México fue establecido a través del Estado en tanto instancia que condensa una relación política de fuerzas. Distintos intereses yproyectos económicos y sociales son construidos por las principales clases sociales, grupos económicos y fuerzas políticas de una sociedad. Las relaciones de poder y de fuerza entre estos agentes sociales terminan por concretar una fuerza hegemónica que se impone desde el Estado al conjunto de la sociedad presentándola como “proyecto de nación”. En términos meramente descriptivos, el bloque en el poder es el conjunto de clases y fuerzas sociales que detentan la hegemonía en el diseño, establecimiento y reproducción del proyecto económico y social, el cual adquiere una determinada forma de reproducción del capital. Es en este sentido, que el Estado no es un órgano neutral por encima de los intereses de la sociedad. El Estado es una relación social de clase.
En México, el Estado de clase de nuestro tiempo se constituyó dentro del ciclo político neoliberal. Una de sus principales caracterizaciones que se ponen de relieve se refiere a su marcada estructuración oligárquica. Una centralizada esfera del poder político en la que participa un reducido núcleo de capitalistas locales- trasnacionales con la capacidad de imponer y controlar las principales estructuras de acumulación del capital establecidas mediante el aparato de dominación estatal. Una modalidad de concentración económica logró recrear una esfera impenetrable del poder político, y consecuentemente, promovió un proceso de erosión de derechos políticos y de exclusión política sin concesiones al mundo del trabajo y al movimiento social popular sometido a una narrativa abstracta de “transición democrática”, “nueva forma de hacer política” y “pluralismo de partidos”.
El periodo 1982-2018, seis sexenios presidenciales que dan forma integral al ciclo político neoliberal en México (1982-1988/1988-1994/1995-2000 con gobiernos presidenciales del PRI; 2000-2006/2006-2012 con gobiernos del PAN; 2012-2018 gobierno del PRI), constituyó de modo permanente una forma oligárquica y autoritaria del Estado mexicano impuesto entre otros elementos mediante el recurso al Fraude Electoral (de Estado) en el año de 1988, 2006 y 2012, recurso que hace añicos cualquier narrativa de “pluralidad” y “democracia”.
La “transición pactada” acontecida en el año 2000 en que el PRI pierde la presidencia por primera vez en 70 años (en sus tres expresiones históricas PNR, PRM, PRI), y cedida al gobierno conservador pro empresarial y religioso del PAN con Vicente Fox (2000-2006), constituyó una “alternancia sin alternativa”, una mera continuidad de la economía dependiente y de las políticas neoliberales que se prolongaron (vía el nodus político del Fraude de 2006) con el sexenio panista de F. Calderón (2006-2012).
El régimen político durante el ciclo político neoliberal de “pluralismo de partidos” fue entonces controlado por lo que se conoce como el PRIAN, y un reducido y minoritario grupo de cuatro o cinco “partidos satélites”.  
2012-2018: El “Pacto por México”, crisis económica y Estado de excepción
En 2012, la elección del priista Enrique Peña Nieto (EPN) como presidente del país, se llevó a cabo mediante una enorme confluencia polisémica de multivariadas prácticas que transgreden al cuerpo jurídico escrito y sistemático de la “democracia electoral” que hacen al Fraude. Otra elección nacional más marcada por la des-legitimidad política.
El 2 de diciembre de 2012, segundo día de su investidura presidencial, se presentó el “Pacto por México”, un programa de contra-reformas estructurales acordado por una alianza neoliberal entre el poder Ejecutivo y las cúpulas de los principales partidos políticos (PRI, PAN, PRD), como los dirigentes de estos partidos al frente, Cristina Díaz Salazar (interina del PRI), Gustavo Madero (PAN) y Jesús Zambrano (PRD), intermediarios de la mayor ofensiva del gran capital en los últimos años, y a la que -dicho sea de paso- el entonces secretario de la OEA, José Miguel Insulza, señalaría como “un camino que otras democracias de América Latina deberían seguir”.
El llamado “Pacto por México” fue una nueva etapa de reestructuración neoliberal celebrada por los grandes capitales y organismos internacionales, en el que se impulsó un programa de once contra-reformas estructurales de carácter anti-obrero y anti-nacional.[9] Entre éstas destacan la Reforma Laboral, Reforma Educativa, Reforma de Telecomunicaciones, Hacendaria, Financiera, de Competencia Económica y la Reforma Energética entreguista del petróleo como integración subordinada a la geoeconomía y geopolítica de Estados Unidos.
Además de su profundo carácter anti-social y regresivo, el Pacto destacó por constituirse bajo una forma autoritaria estatal, esto es, como “una especie de supra o extra parlamento sobrepuesto a los poderes legalmente constituidos del Estado mexicano, en particular, el Poder Legislativo”[10].
El “Pacto por México” evidenció con gran nitidez la forma más acabada de la estructuración del Estado oligárquico, así como el carácter de clase en la organización y establecimiento del nuevo programa contra-reformista del capitalismo dependiente mexicano. Asistimos aquí a la acentuación del periodo de agotamiento democrático.
Las olímpicas promesas de “crecimiento”, “modernización” y “desarrollo” que acompañaban al Pacto oligárquico, difundidas por una frecuencia mediática neoliberal nacional e internacional, muy pronto se estrellaron con la realidad: estancamiento económico, disciplina salarial, desempleo, precarización e informalidad laboral, creciente endeudamiento público, austeridad social, transferencias de riqueza al exterior, desmantelamiento de PEMEX, extranjerización de hidrocarburos, devaluación, elevación de los precios de combustibles, inflación, caída del poder adquisitivo, mayor concentración de riqueza, expansión de las desigualdades, profundización de la infra-soberanía con Estados Unidos. Un conjunto de fenómenos que recargaron el profundo cuestionamiento social y popular al Poder Ejecutivo, a los órganos del Estado, a la partidocracia, a los grandes agentes empresariales, esto es, a las personificaciones de esta violenta etapa de reproducción del capital.
Vinculado al despliegue de esta espiral de crisis económica, se agravó el estado de violencia social que superaría el número de homicidios y desapariciones del sexenio anterior (2006-2012), de por sí éste ya estigmatizado porque superaba negativamente todos los indicadores de violencia y crimen organizado de la historia del país. Uno de los momentos deinflexión de la crisis social se precipitó con el agravamiento del proceso de criminalización real del aparato de Estado en sus distintos niveles (federal, estatal, municipal), el cual se expresó con la crisis humanitaria en Ayotzinapa, con el asesinato de seis estudiantes normalistas y la desaparición forzada de 43 de sus compañeros, en los que la sociedad mexicana responsabilizó directamente al Estado. A la fecha, sigue impune. 
Dentro de este cuadro de crisis económica e inestabilidad política, permeada por una creciente movilización social popular entre los que destacan el movimiento magisterial, la organización de los padres de los 43 estudiantes desaparecidos, las manifestaciones populares contra la privatización de la industria energética, y contra la elevación y liberalización de los precios de los combustibles, la partidocracia legisló e impuso la Ley de Seguridad Interior en diciembre de 2017, una ley que establece un cambio cualitativo entre unamilitarización de facto a una militarización de jure de la protesta social, habilitando con ello el Estado de excepción en México.
No obstante las “estrategias” del gobierno de EPN para solucionar la “crisis de inseguridad”, como observamos en los últimos tres meses de la reciente campaña electoral, en que la violencia se agudizó a niveles “inéditos” según la ONU, el gobierno de EPN junto a los grandes grupos empresariales que lo respaldaron en esta materia, heredan al país el enorme fracaso de su “estrategia de seguridad”, sostenida en su mandato de “vigencia plena del Estado de Derecho” y “confianza en las instituciones”, dejando una elevada carga de descomposición social.
En resumen, puede decirse que lo que precipitó con fuerza el cataclismo electoral fue la forma que ha asumido el “desarrollo del subdesarrollo” en las últimas tres décadas en México, dirigido por una estatalidad infra soberana y antidemocrática, lo que de conjunto terminó por remover capas tectónicas de los intereses colectivos urdiendo con fuerza entre el mundo del trabajo, el ágora pública y las urnas.  
El actual huracán electoral, no puede leerse de un modo unilateral como una respuesta nacional al “Pacto por México”[11], sus partidos firmantes o al gobierno de EPN, aunque éste haya labrado con gran fuerza para la irrupción colectiva y sus exigencias de otro tiempo social. Siendo más estrictos, es una tendencia de orden estructural, transexenal, que atañe a la forma de acumulación del capital construida desde 1982 y a sus violentas políticas neoliberales que la acompañan, esto es, el legado histórico del neoliberalismo oligárquico. De lo contrario, dejaríamos fuera de este largo ciclo la manifestación mayoritaria de la sociedad (evidenciado en 1988 y 2006) contra este orden económico-político, o a la propia insurgencia zapatista antineoliberal y anticapitalista.
¿“Fiesta” o agotamiento de la democracia?
A unas horas de conocerse los resultados de la elección del 1º de julio, ideólogos del statu quo interpretaron el recién mandato popular como un “triunfo de la democracia”, como una “prueba de la consolidación democrática y de sus instituciones”. Hubo a su vez quien argumentó que se trató de una genuina manifestación ciudadana contra la “corrupción” de la clase política tradicional.
Es natural que se difundan estas ideas, pues tienen en común pretender opacar y sesgar el profundo cuestionamiento de la sociedad a un orden de dominación económica y política. Preocupados de perder las condiciones de “gobernabilidad” y de dominación política sustentadas en el orden político institucional y su “sistema de partidos” tradicional -puesto en tela de juicio en el actual escrutinio público-, corresponde a la narrativa mediática del poder hacer la apología del “sistema político mexicano” para impedir con ello el desmantelamiento delrégimen político hegemónico.[12]
Tal y como lo hemos venido señalando, lo que el mandato popular expresó mediante este cataclismo electoral fue la prueba más categórica del estado de agotamiento del régimen democrático, el cual reposa en una esfera impenetrable de toma de decisiones compuesta por nexos orgánicos entre poderosas fracciones y grupos económicos (locales-trasnacionales) y altos mandos del Estado. Se trata de una crisis de la democracia política evidenciada con la permanente crisis de representación y de legitimidad que permea a los tres poderes que integran al orden político-estatal, y que al mismo tiempo, acentúan las condiciones de inestabilidad y crisis política. Esta realidad es la que motivó con la Ley de Seguridad Interior al agravamiento de la militarización de las relaciones de explotación y dominio.
Contrario a las voces oficiales, se trata de la crisis de un régimen político sustentado en un ideario liberal, dotado de los principios abstractos de “apertura política”, “pluralismo”, “ciudadanización”, “inclusión política” y “Estado de Derecho”. El mandato popular experimentado ha sido de gran envergadura, y se ha manifestado contra los caracteres formales, abstractos e insustantivos de estos principios.
La elevada presión de la movilización social, la crítica social, un acumulado histórico de luchas sociales, la des-legitimidad institucional, hicieron que el arma del Fraude electoral lograra ser denunciada, contenida, neutralizada. El conjunto de recursos e instrumentos del régimen político y de las clases dominantes, fue puesto a la luz pública, y junto con ello, fueron rebasadas por una gran manifestación social inclinada por un nuevo tiempo social.
A la búsqueda de un cambio, de un nuevo tiempo social
México experimenta una crisis orgánica, esto es, una simultaneidad de crisis económica, política y social. Al optar de un modo tan expansivo por la opción de Morena, un partido político de tan sólo cuatro años de edad, más allá de si este partido puede o no representar sus expectativas de cambio[13] (“cambia el capataz pero el finquero es el mismo” dicen los zapatistas), la mayor parte de la sociedad exige grandes transformaciones, y por ello barrió con gran parte de la clase política tradicional, el PRIAN y sus satélites, colocándolos a unos pasos de su desaparición.
Gran parte de la sociedad rechazó la violenta forma de acumulación neoliberal. Vinculado a ello, ha impugnado a la partidocracia tradicional lanzándola a unos pasos del abismo. La sociedad exige cambios profundos, demanda un nuevo tiempo social. Cuando AMLO y su “Cuarta transformación” colocan como centro de su proyecto un “Plan de Reconciliación”, se ciernen grandes obstáculos al mandato popular. La ironía residiría en que estaría integrando a los que el mandato popular ha expulsado.
Las luchas de los trabajadores, el movimiento social y popular enfrenta grandes desafíos.
Notas
[1]
EXCELSIOR
, 3/07/2018,
https://www.excelsior.com.mx/nacional/mexico-se-tine-de-guinda-morena-conquista-congresos-gubernaturas-y-alcaldias/1249811 [2] Debate , 7/07/2018. https://www.debate.com.mx/politica/prd-pvem-mc-panal-pes-pierden-registro-federal-victoria-amlo-morena-elecciones-2018-20180707-0099.html
[3] EXCELSIOR, op cit.
[4] Forbes (en línea), 4/07/2018, https://www.forbes.com.mx/asi-luce-la-mayoria-de-morena-en-el-congreso/
[5] Sinembargo, 3/07/2018, http://www.sinembargo.mx/03-07-2018/3436753
[6] István Mészáros, “La unificación de la esfera reproductiva material y la esfera política: Alternativa alParlamentarismo”,LaHaine.org,10/10/2007, https://www.lahaine.org/est_espanol.php/la_unificacion_de_la_esfera_reproductiva
[7] Jaime Osorio, Explotación redoblada y actualidad de la revolución. Edit. Itaca-UAM-X. México, 2009. Cap. X.
[8] Ibid. A este respecto, ver, Tercera Parte: “La caracterización del capitalismo latinoamericano”.
[9] Adrián Sotelo Valencia, México (des)cargado. Del Mexico´s moment al Mexico´s disaster, Itaca-UNAM, 2016.
[10] Ibid. p. 39.
[11] Ver, Luis Hernández Navarro, “El beso del diablo”, La Jornada, 3/07/2018. https://www.jornada.com.mx/2018/07/03/opinion/019a1pol
[12] El mismo jefe del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto, pronunció su discurso en este sentido, señalando que ya sean ganadores o perdedores, “todos acreditaron la vitalidad de la democracia mexicana”. La Jornada, 5/07/2018, http://www.jornada.com.mx/2018/07/05/politica/007n1pol
[13] Véase nuestro análisis sobre el programa económico de AMLO, “El nuevo desarrollismo progresista en México”,
Rebelion.org,
19/05/
2018,
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=241796 Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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Rumbo a la formación del estado plurinacional

 

 


Se ha dicho que el gobierno que encabezaría Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sería, ideológicamente, un gobierno de centro-izquierda. Él mismo ha manifestado en reiteradas ocasiones que el movimiento que encabeza constituye la cuarta transformación nacional a través de la cual se construiría la Cuarta República o Estado, cuya definición se irá configurando durante los próximos seis meses. Aunque, con la crisis teórica-política estatal acontecida con la caída de la paradigmática Unión de Repúblicas Socialistas (URSS) en los años ochenta, resulta previsible que el Estado en construcción será de corte liberal, reduciéndose el debate más bien en el carácter multicultural o plurinacional de la próxima República.
En lo personal, opino que el Estado en construcción debe ser, en cuanto a su composición plurinacional, en cuanto a sus principios, instituciones y políticas públicas debe ser intercultural, en el entendido de que distintos conceptos afines al multiculturalismo, tales como el de “tolerancia”, “discriminación”, acciones y políticas públicas han sido más próximos y funcionales al capitalismo y, perpetuado las condiciones de colonialismo, racismo y explotación en el México indígena actual. En fin, dejo el debate para más adelante, por ahora solo me quiero ocupar de algunas cuestiones prácticas que servirían para manejar una “ruta crítica” de gobierno de AMLO con resultados visibles para los pueblos indígenas durante los primeros años de su gobierno.
En el discurso indígena, sobre todo, han predominado conceptos como el de una “nueva relación” entre el Estado y los pueblos indígenas, o bien la necesidad de volver a reformar el artículo segundo constitucional en el sentido de reconocer como entidades de derecho público a los pueblos indígenas, y otros conceptos devenidos de la intelectualidad indígena y no indígena, de los cuales siempre he tenido la impresión de ser demasiados abstractos, si no es que glorifican el pasado indígena pero desconocen a los indígenas de hoy, o bien reducen la cuestión indígena a contexto culturales, dejando de lado los aspectos epistémicos, políticos, económicos y sociales.
Precisamente, quiero partir de estos últimos, el económico. De acuerdo con el estudio realizado por Marcos Matías Alonso, profesor investigador del CIESAS, el presupuesto de egresos total para pueblos indígenas 2017, transversal y el de la Comisión Nacional para los Pueblos Indígenas (CDI), tuvo una disminución real del 12.86% en relación con el presupuesto fiscal de 2016. En el caso de la CDI, la reducción fue del 51.21%, siendo de los más afectados dentro de este rubro los recursos destinados a obras de infraestructura con el 70.17% y proyectos de producción con el 50.87%, equivalentes al presupuesto de la CDI, a una reducción de 5.5 de 11.5 mil millones de pesos con relación al ejercicio presupuestal de 2016.
Asimismo, si bien la asignación presupuestal de la última década ha crecido en un poco más del 120%, no así el presupuesto asignado a la entidad no sectorizado (CDI), quien como vimos, tuvo un significativo retroceso en lo que va de la actual administración de Enrique Peña Nieto. En efecto, en el paquete económico de 2008, la asignación presupuestal transversal indígena, es decir, el presupuesto asignado a distintas secretarías del Estado como la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) o Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial y Urbano (SEDATU) era de 31 mil millones, en tanto que a la CDI se le había asignado 7 mil millones de pesos. Hoy día, si bien el presupuesto transversal llega a los 78 mil millones de pesos, el de la CDI se redujo a 6 mil millones de pesos. Como puede observarse, en 2008 el presupuesto recibido por la entidad no sectorizada (CDI) con relación a ejercicio transversal era un poco más de una cuarta parte. Así, de cara a la Nueva República, a la conformación del Estado Plurinacional, el gobierno de AMLO y el partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) el cual tendrá la mayoría en el Congreso de la Unión, deberán proponer y aprobar un presupuesto mayor a los 20 mil millones de pesos para la CDI, considerando que el presupuesto transversal será superior a los 80 mil millones de pesos en el próximo PE2019. Esta sería la “ruta crítica” de gobierno de AMLO en el primer año, por tanto, será una medida temporal, en lo que se resuelve si la CDI se mantiene como una dependencia no sectorizada o se erige como una Secretaría de Estado y se redefinen criterios demográficos, programas y acciones orientadas a los pueblos indígenas, que constituyen, por cierto, el 21% de la población total y se corresponden con las poblaciones con el más alto índice de pobreza en nuestro país.
Solo con este incremento en el presupuesto de egresos 2019, se podrán hacer visibles y medibles en el corto plazo, obras de infraestructuras de impacto como carreteras y caminos, centros de salud, proyectos de producción y vivienda que nos permitan pensar que hemos iniciado con la cuarta transformación y la fundación de la Cuarta República o Estado Plurinacional.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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El tsunami obradorista y el espaldarazo a la “mafia del poder”


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El tsunami obradorista y el espaldarazo a la “mafia del poder”

 

 


“Ha habido en las pasadas elecciones claramente un ganador, un virtual ganador, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien obtuvo una victoria clara, contundente e inobjetable. ”El reconocimiento de su victoria da certidumbre” son algunas de las muchas palabras pronunciadas por Enrique Peña Nieto, presidente de México, con las cuales sintetizó lo que la “mafia del poder” de la cual es él conspicuo representante, piensa en estos días inmediatos posteriores al triunfo electoral arrasador de AMLO. En efecto, la primera entrevista que AMLO tuvo después del 1° de julio fue precisamente con Peña Nieto con quien se reunió dos días después a solas en el Palacio Nacional durante varias horas ante la expectación de los medios que esperaban sus declaraciones al final de la reunión.
Cordialidad entre AMLO, Peña Nieto y la “mafia del poder”
Así fue que salieron al público las fotos de los dos personajes sentados y caminando por los salones del Palacio casi como antiguos amigos, con palmadas de AMLO a su acompañante al que elogió y apoyó sin cortapisas. Ante los medios describió el encuentro como cordial y al referirse al proceso electoral felicitó a Peña por su conducta en el mismo en términos que seguramente le supieron a gloria a éste: “Yo he padecido de ese intervencionismo faccioso que no corresponde a sistemas políticos democráticos y ahora debo reconocer que el presidente Enrique Peña Nieto actuó con respeto y las elecciones fueron, en lo general, libres y limpias”. Una opinión que obviamente no se puede comprobar fácilmente y que Ricardo Anaya, el candidato de la coalición del PAN, acusado sin pruebas por el gobierno de Peña de ser cómplice de negocios de lavado de dinero, no comparte en absoluto.
AMLO y Peña Nieto se comprometieron a realizar la mejor coordinación posible durante la larga transición gubernamental de cinco meses que la arcaica ley electoral vigente señala entre el día de las elecciones presidenciales y la toma de posesión del candidato ganador. Como se ha dicho, Peña felicitó a AMLO por su triunfo y le ofreció todas las garantías para que el gabinete de secretarios (ministros) ya nombrado por AMLO trabaje junto con los suyos para emprender los planes relacionados con las cuestiones que afectan directamente la puesta en marcha de la siguiente administración, entre las cuales está el presupuesto de 2019. Y también los dos fueron enfáticos y repetitivos en lo que para ellos surge cada vez más como evidente y que es lo fundamental: enviar un mensaje de tranquilidad lo más claro y contundente posible a los mercados y los inversionistas de que sus intereses son preservados. Y en efecto la confianza y tranquilidad de la generalidad de los empresarios ante el triunfo de López Obrador se ha expresado en que desde dos días antes de las elecciones, la Bolsa Mexicana de Valores está cerrando con alzas y en que el peso ha avanzado un 1% en su valor ante el dólar estadounidense.
Al día siguiente vino la siguiente entrevista precisamente con los empresarios del Consejo Coordinador Empresarial, el cual en la figura de su presidente Juan Pablo Castañón, acompañado de otros prominentes miembros como el conspicuo y belicoso Claudio X. González, se expresaron en los mejores términos, abrazándose y declarándose prestos a colaborar lo mejor posible con el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). “Necesitamos un gobierno sólido y fuerte” dijo Castañón en un tono muy diferente del que usaron él y sus colegas cuando antes de las elecciones criticaron a AMLO en una carta abierta publicada ampliamente en que reclamaban a AMLO sus declaraciones contra ellos: “Así no” decían en su carta impugnando las opiniones críticas de AMLO contra la “mafia del poder”, privilegiada con el tráfico de influencias con el gobierno de Peña Nieto. Atrás quedaron, pues, los calificativos apocalípticos que consideraban a AMLO un “peligro para México” y la convocatoria a no votar por él como lo hicieron los magnates Germán Larrea y Alberto Bailléres, dos de los hombres más ricos del país. Alfonso Romo, próximo jefe de gabinete presidencial obradorista, amigo y colega de dichos magnates lo dijo con claridad: “ entre los representantes de la iniciativa privada y AMLO hay ahora una Luna de miel y se quieren todos”. Ya no son miembros de la “minoría rapaz” de antes del 1° de julio.
También la cuestión de la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM) se mantiene dentro de cauces de un diálogo con los magnates “sobre su viabilidad” y ya no se critica su construcción como lo que es, un atentado colosal contra el medio ambiente de la región del vaso del antiguo lago de Texcoco.
En su camino hacia la silla del águila en la que se sentará el 1° de diciembre ya están anunciadas las próximas estaciones: Trump y AMLO ya se intercomunicaron y Mike Pompeo, quien era director de la CIA en el gobierno de Trump y de ahí pasó a ser secretario de Estado, visitará próximamente el país y se entrevistará con Peña y AMLO; en este mes se reunirá con los presidentes que asistirán a una reunión en Puerto Vallarta; durante agosto y septiembre se dedicará a perfilar su programa de gobierno y en octubre y noviembre hará una nueva visita a las diversas regiones del país para presentar sus planes de desarrollo integral.
En el discurso en el Zócalo, en la noche del 1° de julio festejando su victoria ante la multitud que lo aclamaba, AMLO se apresuró, aprovechando el momento, para anunciar su visión del México democrático que quiere presidir y mandar un mensaje a los capitalistas que son los amos de México. Con una franqueza completa expresó muy en alto cuáles serán las libertades que reinarán en su gobierno y entonces mencionó, cómo no, la “libertad de empresas”, primero que la de reunión y de expresión. Así nadie podrá llamarse a engaño sobre donde pisa el Peje.
Ellos los hombres y las mujeres más ricos entre los ricos, los agrupados en el Consejo Mexicano de Negocios no se han tardado en reaccionar y cuatro días después de la victoria obradorista ya se reivindican como los mejores aliados del nuevo líder nacional. Aupados por los medios de comunicación que son sus instrumentos, en especial las dos cadenas televisoras principales, Televisa y TV Azteca, allí aparecen todos ellos en videos rápidamente montados declarándose partidarios enérgicos e insustituibles del presidente electo. La “mafia del poder” se declara obradorista.
La política en las elecciones
El trato que está recibiendo de Peña Nieto después de todo es la respuesta a la estrategia que AMLO puso en práctica desde mediados del sexenio peñista consistente en convocar al presidente priista a realizar una transición aterciopelada, adelantándose a la camarilla en Los Pinos en su percepción de que en las elecciones del 1° de julio saldría como seguro ganador. Fue tajante una y otra vez: habrá amnistía para Peña Nieto, quien no debería preocuparse por rendir cuentas de sus numerosos crímenes pues AMLO no lo perseguiría para tomar venganza. En cambio, Peña y su grupo hicieron todo lo posible por evitar el triunfo del Peje y hasta sólo días antes del día de las elecciones los rumores de un fraude corrían como los millones de pesos que se reportaban en circulación comprando votos: se llegó a reportar la compra de votos hasta por 5 mil pesos (unos 250 dólares) y más. También se informó en los medios que aunque hubo miles que aceptaron, otros tanto, incluso millones, rechazaron vender sus votos a los ofrecimientos que los partidos hicieron, con el PRI como el que más dinero reservó para esta compra. Pero la táctica empleada, de nuevo, ante todo por el PRI, partido que ha perdido por completo la hegemonía dentro del sistema que disfrutó durante décadas, fue superada del todo por el hartazgo social que llegó a cotas inauditas de malestar precisamente en el actual sexenio de Peña.
El triunfo arrasador obradorista del 1° de julio (ganó en todos los estados de la República con la excepción de Guanajuato, el estado de Vicente Fox) ha cambiado muchas cosas y se explica ante todo por el descontento y la resistencia sociales de millones de mexicanos y mexicanas, la abrumadora mayoría de ellos y ellas trabajadores formales e informales por igual víctimas de las políticas criminales de austeridad, privatizaciones, violencia y represión que se iniciaron hace más de tres décadas y que llegaron a su máxima expresión durante el actual gobierno de Peña Nieto.
La astucia de AMLO consistió en entender eso y mantenerse como oposición leal dentro del sistema, apostando todo, como buen político sistémico, a las elecciones. Su objetivo era, aceptando las reglas electorales institucionales, estirar la liga lo más posible. Todo para intentar hacer imposible un nuevo fraude como los de 1988 (contra Cuauhtémoc Cárdenas) y 2006 (contra él mismo). Había que mantenerse siempre en la línea de la más estricta legalidad, recurriendo a los baños de pueblo permanente, de allí las críticas a su “populismo” de muchos de sus adversarios: durante más de diez años AMLO visitó decenas de municipios del país varias veces. Se volvió, por mucho, el político más popular y conocido del país.
En el comienzo de su sexenio cuando Peña Nieto convocó al Pacto por México, AMLO se colocó claramente en oposición al mismo. Conformado con el objetivo de cubrir las políticas privatizadoras de “tercera generación” con la sombrilla de la “unidad nacional”, el Pacto por México se integró con los tres principales partidos PRI, PAN y PRD de entonces, los cuales el 1° de julio han sufrido la peor derrota de su historia. Por su parte AMLO se dedicó a fundar y dirigir el Morena que en menos de cinco años se ha convertido en el partido mayoritario: según el INE contabilizados los sufragios emitidos los resultados arrojan más de 30 millones de votos (53 por ciento) para AMLO, contra 10.2 millones de Ricardo Anaya (22 por ciento) candidato de la Coalición encabezada por el PAN y el PRD y 9 millones de José Antonio Meade (15 por ciento) candidato de la coalición del PRI. Ello se traduce en una mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso de la Unión. Igualmente de los nueve estados que tuvieron elecciones para la gubernatura ninguno ganó el PRI, cinco se los llevó Morena (Veracruz, Morelos, Chiapas, Tabasco y la Ciudad de México, bastión tradicional del PRD), Yucatán y Guanajuato correspondieron al PAN, Jalisco fue para Movimiento Ciudadano, participante en la coalición del PAN y en Puebla seguramente habrá la intervención del Tribunal Electoral para decidir si el PAN o Morena es el ganador.
El colapso del sistema tradicional de partidos
La debacle del PRI, del PAN y el PRD es el otro factor político sobresaliente de las jornadas del 1° de julio cuyas consecuencias incidirán en el proceso de transformación de las relaciones entre las clases y grupos sociales. El PRI en sus nueve décadas de existencia tuvo su peor resultado: triunfó sólo en un distrito electoral de los 300 existentes. Todo le salió mal desde que decidió elegir a un alto funcionario que nunca había sido priista como su candidato presidencial: José Antonio Meade, quien fue secretario de estado durante los gobiernos tanto de Calderón como de Peña Nieto.
La raquítica bancada de sus diputados será la tercera de la Cámara e integrada sólo por diputados de proporcionalidad (los llamados plurinominales). El anuncio de la decadencia priista era ya evidente en su primera derrota en el año 2000, pero la restauración del gobierno de Peña Nieto infundió bríos y condujo al descontrol que significó el espectáculo de corrupción devastador de sus gobernadores en Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo, Coahuila, Tamaulipas y, por supuesto, encabezándolos a todos del propio Peña Nieto. Refundación del partido, incluido la posibilidad del cambio de nombre, son los temas que confronta una dirección desmoralizada que se encuentra al borde del precipicio.
La marginalidad política a la que fue arrojado el PRI en estas elecciones es un acontecimiento de envergadura histórica. Se trata ni más ni menos de la debacle del partido dominante durante la mayoría del siglo XX en México. El imperio del PRI marcó indeleblemente a la política mexicana. Sus consecuencias están todavía presentes y no desaparecerán fácilmente. AMLO, por ejemplo, dio sus primeros pasos de joven político precisamente en el PRI. Pero el dominio hegemónico priista no logró su restauración definitiva con Peña. Y las condiciones sociales ya no son las que permiten el surgimiento de un nuevo PRI. Muchos que consideran que Morena es precisamente eso, se equivocan como lo hicieron quienes creyeron hace 30 años que el PRD era una versión también de neopriismo. El corporativismo sindical y el pluriclasismo característicos del PRI desaparecieron para no volver. Ciertamente hay muchos aspectos del quehacer priista dominante durante décadas que permearon a distintos sectores políticos y sociales, pero el priismo como factor político del poder gubernamental y el control y dominio corporativo de las masas populares encuadradas en una ideología nacionalista directamente vinculada con mitos provenientes de la Revolución mexicana, ese priismo histórico caducó y no volverá ya a ser hegemónico. Estuvo vinculado desde un principio con la instauración de la forma de estado bonapartista que adquirió la Revolución mexicana hecha gobierno al principio del siglo XX. El bonapartismo se dotó del partido oficial que en la práctica constituía un partido único de facto, casi totalitario. Una burguesía en ascenso, todavía no hegemónica dependía mucho del apoyo y promoción del estado. Las transformaciones sociales y económicas de los últimos cuarenta años han cambiado por completo el panorama. Hoy una poderosa gran burguesía interviene e influye directamente en el estado y no está interesada en reproducir métodos y prácticas bonapartistas. Por su parte, los trabajadores que comienzan a politizarse no buscan la resurrección del PRI sino el surgimiento de organizaciones verdaderamente clasistas.
El PAN, el tradicional partido conservador fundado en los años treinta del auge cardenista, con el cual el PRI forjó la mancuerna del PRIAN que dominó en los últimos treinta años, ha salido también seriamente dañado de estas elecciones. Ricardo Anaya dividió al partido para lograr la candidatura presidencial y realizó un esfuerzo político por ampliar los espacios electorales tradicionales buscando la alianza con el PRD. Su esfuerzo, que no careció de originalidad, se enfrentó a dos obstáculos que lo estancaron por completo. Primeramente la división representó la perdida de adherentes que se fueron con el grupo encabezado por Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón y su unión con el PRD no fue del agrado de amplios sectores conservadores tradicionales. En segundo lugar, el gobierno de Peña Nieto, utilizando de modo completamente antidemocrático a la Procuraduría General de la República, acusó en plena campaña electoral a Anaya de cómplice de negocios fraudulentos, sugiriendo incluso vinculaciones con el narcotráfico. Nunca se probaron en forma contundente dichos cargos, pero obviamente el objetivo político de manchar la campaña del candidato conservador se logró con creces y la misma se estancó en el segundo lugar que nunca amenazó la posición puntera que mantuvo AMLO en todas las encuestas durante los seis meses que duraron la precampaña y la campaña propiamente dicha.
El PRD, el otra hora orgulloso “partido de izquierda”, representa tal vez el caso más desolador del panorama de la crisis de los partidos. Apenas con el 5 por ciento de los votos generales, perdió la joya de la corona que mantuvo durante más de 20 años como su baluarte, la Ciudad de México y fue arrojado a un lejano cuarto lugar con una pequeña representación en la Cámara de diputados. Su alianza en la coalición con el PAN fue una especie de suicidio político al mostrar que la dirección del partido en manos de la corriente denominada de los chuchos (Jesús Ortega, Jesús Zambrano) ya no respondía a principios sino a las crudas necesidades electoralistas sin ningún tipo de justificaciones ideológicas y políticas. Con este comportamiento, el PRD perdió por completo identidad y ha sido arrojado a la anomia política que anuncia su no muy lejana desaparición.
La utopía obradorista
La rapidez con la que se están sucediendo los acontecimientos como consecuencia del alud electoral que ha favorecido a AMLO y a su partido representa un desafío para el análisis y por tanto para la orientación política. Los millones de votantes que han visto en AMLO la alternativa para superar las condiciones del malestar y la violencia a las que han llevado las políticas de los gobernantes en los últimos treinta años también están en una luna de miel con él. ¿Cuánto tiempo durará? Dependerá de muchos factores su tiempo de duración, pero desde hoy se puede decir que no será un trayecto muy largo. En este mismo sexenio obradorista que de facto se está iniciando surgirán los conflictos que lo harán no el gobierno de la paz y la tranquilidad, sino de las movilizaciones y el despertar de las masas populares.
El imperio del PRI duró de los años veinte al 2000. Ciertamente los factores de crisis priista comenzaron a desarrollarse desde los años cincuenta y sobre todo sesenta, pero fueron controlados con masacres (¡Tlatelolco!) y con ensayos reformistas que todavía tenían cierto margen de maniobra como los que se dieron durante los años setenta con las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo. Precisamente en los últimos años del siglo XX se gestó una primera forma de gobierno que intentaba renovar la hegemonía burguesa ampliándola con la participación del partido de la derecha en los asientos del poder político. Los dos sexenios panistas de Fox y Calderón fueron su resultado finalmente fallido. Después vino la restauración priista, también fallida, de Peña Nieto.
La burguesía ha aceptado que AMLO con su Morena sea el recambio necesario para una hegemonía burguesa asediada por una situación socioeconómica deteriorada cuyas consecuencias políticas pueden ser amenazadoras. Todo indica que lo ha hecho de modo pragmático, convencida de su necesidad ante la amenaza de que el espectáculo deprimente de la crisis de los partidos burgueses tradicionales conduzca a un descontrol político y social. Pero muy diferente es la interpretación que el torrente masivo que ha determinado la victoria de AMLO tiene de la situación después del 1° de julio. La mayoría de esa masa busca una alternativa que alivie una situación que ha empeorado sus condiciones de vida de modo cada vez más intolerable. La luna de miel con AMLO que ofrece y convoca a la conciliación, al amor y la paz en estos primeros días de su victoria se demostrará del todo insuficiente para lograr esa alternativa esperada. En el México violento, dividido socialmente y sediento de justicia es una oferta utópica. Las cuestiones que aquejan a los trabajadores y al pueblo oprimido en general no serán resueltas con la conciliación con sus verdugos y represores.
El programa que ha presentado AMLO se puede sintetizar en dos ejes: introducir una política moralizadora, con el ejemplo sobresaliente de la honradez del propio AMLO y sus colaboradores cercanos, para desterrar la corrupción gubernamental lo cual significaría la liberación de miles de millones de pesos que se dedicarían al desarrollo ante todo del mercado interno y para el financiamiento de proyectos de asistencia social: becas para los jóvenes estudiantes y los millones de ninis (ni estudian, ni trabajan) por igual, un sistema universal de salud pública y una ayuda directa a las personas de la tercera edad. ¿Cómo y cuáles serán los métodos y procedimientos para el financiamiento de tales programas? AMLO en todas las entrevistas y polémicas nunca contestó con precisión, dejando en la oscuridad lo relacionado a la política fiscal y contentándose con afirmar una y otra vez que no habrá alza de impuestos, ni mayor endeudamiento y, por supuesto, ninguna reforma fiscal.
El otro eje vinculado a la cuestión que junto a la corrupción fue un punto de la agenda de la campaña de todos los candidatos, o sea la violencia, la seguridad y la consecución de la paz, también AMLO no avanzó mucho más de plantear que promovería una amnistía para todos aquellos que fueran capaces de reintegrarse a la vida social y abandonar los quehaceres delictivos. ¿Cómo? Enfocándose en las causas sociales y económicas que producen las pautas delictivas para a partir de su solución desaparezcan los objetivos de la delincuencia. En las reuniones de cada mañana con sus colaboradores se hará el seguimiento de la campaña de pacificación en la cual las fuerzas armadas seguirán siendo fundamentales hasta que surjan otros cuerpos (una guardia nacional, por ejemplo) que las sustituyan en el futuro.
En todo lo demás la estrategia económica de AMLO no representa una variante de la línea neoliberal dominante desde hace tres décadas. Ya no reivindica la marcha atrás de las privatizaciones energéticas y se limita a proponer menor dependencia del exterior, por ejemplo, construyendo refinerías. De hecho propone la creación en la frontera norte de “zonas francas” como las que ya existen en varios países de Centro y Suramérica y que son un ejemplo mayúsculo de explotación de la mano de obra y del surgimiento de enclaves extraños al cuerpo social de los países en donde se instalan.
Dos causas serán centrales para definir su relación con la masa popular que lo apoya y considera su líder. La del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y la reforma educativa. En el caso del NAICM su posición ha venido reculando desde que en un inicio se opuso a la construcción del mismo. Los pueblos en defensa de la tierra que están amenazados con la construcción del NAICM están dispuestos a seguir en su lucha y seguramente lo presionarán. Esta será una cuestión decisiva que definirá ante los sectores populares su situación. La otra es la reforma educativa. Miles de maestros tanto del sindicato oficial como de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación votaron por él y esperan que eche abajo la reforma educativa de Peña Nieto. Así lo ha prometido y también esta cuestión será definitoria de su actitud con respecto a los millones de votantes que le dieron el triunfo.
Conclusión
AMLO y Morena tienen un reto político colosal. Las contradicciones que se desprenden de su victoria aplastante son enormes. El líder es la pieza central del binomio porque Morena y sus aliados son un bloque integrado por corrientes absolutamente diversas ideológica y políticamente consideradas. Lo mismo hay antiguos miembros prominentes del PRI como del PAN, los hay izquierdistas de las corrientes estalinistas y maoístas como evangélicos y ultraderechistas católicos. Magnates como Carlos Slim, Azcarraga (Televisa) y Salinas Pliego (TV Azteca) han puesto alfiles en sus filas y líderes y ex líderes charros como Napoleón Gómez Urrutia (que será senador) y Elba Esther Gordillo también lo apoyan. Y en sus listas plurinominales del Senado está Nestora Salgado, la promotora de la policía comunitaria en Guerrero.
Este guacamole político tendrá que ser arbitrado por el máximo líder. A los cinco días después de la victoria aplastante de AMLO, hecho definitorio de un brusco cambio en los niveles gubernamentales en más de cincuenta años, todo indica que la lucha política de México ha entrado a una nueva etapa pues al mismo tiempo millones de mexicanos y mexicanas han dado un batacazo formidable a uno de los establishments más poderosos del capitalismo latinoamericano. En cierta forma se ha abierto en México un capítulo nuevo de su lucha de clases.
Manuel Aguilar Mora. Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS). Integró el Comité de lucha de Filosofía y Letras en 1968 al lado de José Revueltas. Fue fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1976, y miembro del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional junto a Ernest Mandel. Es coautor de varios libros, entre los cuales están Interpretaciones de la Revolución Mexicana (1979), ¿Adónde va el mundo? (2002) y La noche de Iguala y el despertar de México (2015). Es autor de La crisis de la izquierda en México. Orígenes y desarrollo (1978), El bonapartismo mexicano, dos tomos: I Ascenso y decadencia, II Crisis y petróleo (1982) y El escándalo del Estado. Una teoría del poder político en México (2000). Es profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) en la cátedra de la Academia de Historia y Sociedad Contemporánea, en la cual enseña Historia del siglo XX, mundial y nacional. Ha participado en la organización de movimientos sociales, sindicales y políticos.
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Una renovación para la izquierda y la juventud


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Una renovación para la izquierda y la juventud

 

 


La izquierda del cambio y el orden “Soy el candidato de más edad, pero los jóvenes, con su imaginación, su rebeldía, talento y frescura saben que nosotros representamos lo nuevo” expresaba exultante Andrés Manuel López Obrador en su discurso de cierre de campaña en el Estado Azteca.
Esta victoria pacientemente construida, tras dos frustraciones electorales en 2006 y 2012, renueva las esperanzas de una izquierda regional que venía de sucesivas derrotas como Chile (2017), Colombia (2018), Argentina (2015 y 2017) y Brasil (2016), además de la profunda crisis existente en Venezuela.
La exitosa campaña de AMLO y MORENA muestra que las fuerzas progresistas deben ceder en sus postulados ideológicos para triunfar en sociedades capitalistas electoralmente competitivas. Resulta necesario presentarse como alternativa viable no sólo para quienes piensan igual, sino justamente para aquellos que no tienen una identidad de izquierda, sino que esperan que la política resulte un aporte para la resolución de sus problemas cotidianos.
En este sentido, gran parte de la campaña de López Obrador estuvo dirigida a sectores empresariales para mostrarles que no encarnaba un “populismo chavista”, desmontando las acusaciones de los medios tradicionales. El candidato de MORENA designó a uno de los principales hombres de negocios de Monterrey, Alfonso “Poncho” Romo, como uno de sus más importantes intermediarios[1], a la vez que prometió no incrementar la deuda pública y mantener la austeridad fiscal.
A través de estas operaciones, AMLO logró presentarse como una garantía de transformación a la vez que de preservación del orden, al punto de que Carlos Slim, el multimillonario mexicano, señaló previamente a la elección que una victoria de AMLO resultaba necesaria para conservar la estabilidad económica del país[2].
Con declaraciones que recuerdan los compromisos asumidos con el establishment en Brasil por Lula en 2002 con su “Carta al Pueblo Brasileño”, AMLO llamó en forma permanente a la conciliación y la continuidad mientras encendía el entusiasmo por la transformación.
La estrategia de moderación y la búsqueda de una pluralidad de mensajes hacia distintos sectores no parece originarse en una capitulación del candidato ante el sistema, sino en un reconocimiento de las condiciones y las restricciones en las cuales debe operar una fuerza progresista en un contexto de adversidad.
Tras la victoria, el presidente electo se definió como quien iría a gobernar para “todos los mexicanos, a ricos y pobres, a pobladores del campo y de la ciudad, a migrantes, a creyentes, y no creyentes, a seres humanos de todas las corrientes de pensamiento y de todas las preferencias sexuales”[3].
Las encuestas previas a la elección confirmaban un profundo desencanto existente en la sociedad con la clase política y el gobierno de Enrique Peña Nieto. Un factor de indudable gravitación en esto es la corrupción que se atribuye a los gobiernos que han alternado en los últimos años entre el PRI y el PAN, el llamado “PRIAN”. La creación en 2012 de MORENA, una nueva fuerza partidaria, tras la derrota de AMLO frente al candidato del PRI Enrique Peña Nieto, resultó clave para diferenciarse de una clase política profundamente desprestigiada.
Es muy pronto para sacar conclusiones sobre lo que será su gobierno. Ciertamente, se tratará de un difícil experimento en un país donde los dueños del poder político solían ser otros y aquejado por gravísimos problemas de narcotráfico y violencia. Ahora, se tratará de en qué medida este líder que ha proyectado en su campaña tantas expectativas e ilusiones sobre un país devastado e indignado, puede concretar parte de sus promesas.
Una victoria de los jóvenes que estimula la unidad de las luchas En 2014, la desaparición forzada de 43 maestros normalistas en Ayotzinapa fue para los jóvenes un momento de indignación que reveló la profunda imbricación entre las estructuras estatales y los carteles del narcotráfico. La consigna de López Obrador, “becarios sí, sicarios no” terminó calando en la sociedad como la promesa de reconstrucción de un orden estatal legítimo por oposición a la complicidad con esta situación de la llamada por el candidato “mafia del poder”[4].
AMLO conectó con la juventud precarizada y progresista, que percibe el choque entre las fallidas promesas de la democracia liberal, la inserción globalizada y la realidad de un sistema corrupto en sus bases y una clase política cómplice. El notable nivel de desigualdad existente, a su vez, mantiene a la mitad de la población en la pobreza y a un 60% en el mercado de trabajo informal, que funciona sobre la base de salarios bajos[5].
La juventud que apoya al presidente electo parece tener características comunes con aquellos que se han convertido en el sustento principal de los nuevos liderazgos progresistas que han emergido en Estados Unidos con Bernie Sanders y en Inglaterra con Jeremy Corbyn. No por casualidad, distintos medios de la prensa internacional han denominado a AMLO como el “Bernie Sanders de México”, considerando su capacidad para atraer a los jóvenes en torno a su proyecto progresista y renovador.
Del otro lado de la frontera, la inesperada victoria el 27 de junio de la joven de 28 años Alexandria Ocasio-Cortez, de madre puertorriqueña, en las primarias demócratas de Nueva York frente a Joseph Crowley, un histórico miembro de la elite demócrata, es parte de la misma rebeldía de la juventud precarizada a nivel global frente a las opresiones del sistema y los mercados sobre la vida cotidiana. Previamente a las primarias, Ocasio había estado presente en Texas para protestar contra la dura política inmigratoria de Trump que separa a las familias. “Ellos tienen el dinero, nosotros tenemos al pueblo” fue el slogan de campaña de Alexandria, quien ha participado como organizadora de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016. AMLO presentaba su campaña como esa misma lucha contra la “mafia del poder”.
Trump, que ha basado su carrera a la presidencia en la crítica a los mexicanos como “violadores y ladrones” y en la idea de construir un muro pagado por éstos, humillando al actual presidente Enrique Peña Nieto[6], deberá ahora enfrentar la confrontación tanto adentro -con la renovación que se expresa al interior del Partido Demócrata- como afuera con AMLO que prometió respetuosas relaciones con el presidente de Estados Unidos, al tiempo que declaraba que “México es un país libre y soberano, nunca será piñata de ningún gobierno extranjero”.
Al colocar el tema de la corrupción en primer lugar, AMLO se presentó como alternativa para este tiempo político. En este sentido, “apuesta por una transformación que atañe fundamentalmente a la refundación del Estado en términos éticos, por eso propuso una nueva «Constitución moral»”[7]. Este tema, que no ha sido tratado con la misma prioridad por otros gobiernos progresistas durante su estadía en el poder, es y será seguramente un aspecto prioritario para aquellas fuerzas de izquierda en la región que pretendan retomar la iniciativa.
Notas:
[1] “A new revolution in Mexico”, The New Yorker, 25/06/2018, John Lee Anderson. https://www.newyorker.com/magazine/2018/06/25/a-new-revolution-in-mexico
[2] “Carlos Slim advierte de inestabilidad económica y devaluación, si pierde AMLO”, Regeneración, 26/06/2018. https://regeneracion.mx/carlos-slim-advierte-de-una-inestabilidad-economica-si-pierde-amlo/
Agradezco a Mario Toer el comentario sobre esta cuestión.
[3] “López Obrador gana la presidencia de México con una victoria aplastante”, New York Times en Español, 02/07/2018. https://www.nytimes.com/es/2018/07/02/eleccion-2018-amlo-lopez-obrador/
[4] “La palabra revolución no está prohibida”, Página/12, 04/07/2018. https://www.pagina12.com.ar/126002-la-palabra-revolucion-no-esta-prohibida
[5] “The AMLO Era: Why Mexico’s 2018 Election Matters”, Forbes, 03/07/2018, Nathaniel Parish Flannery. https://www.forbes.com/sites/nathanielparishflannery/2018/07/03/the-amlo-era-why-mexicos-2018-election-matters/#503ff6985986
[6] “Mexico Elections: 5 Takeaways from López Obrador’s Victory”, New York Times, 02/07/2018. https://www.nytimes.com/2018/07/02/world/americas/mexico-election-lopez-obrador.html?emc=edit_ne_20180702&nl=evening-briefing&nlid=6067543320180702&te=1
[7] “Sobre el alcance histórico de la elección de AMLO”, Massimo Modonesi, Nueva Sociedad, Julio 2018, http://nuso.org/articulo/sobre-el-alcance-historico-de-la-eleccion-de-amlo/
Ariel Goldstein. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe / UBA – Conicet Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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“El de AMLO no será un gobierno de izquierda sino más bien socialdemócrata”


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“El de AMLO no será un gobierno de izquierda sino más bien socialdemócrata”

 

 

 


Gilberto López y Rivas militó varios años junto a Andrés Manuel López Obrador y fue funcionario durante su gobierno en la capital mexicana. Lo conoce bien de cerca. Es antropólogo, investigador y columnista del diario La Jornada, y en su currículum también figura su desempeño como diputado y asesor del zapatismo. Prefiere la prudencia ante la ola de entusiasmo que despertó en América Latina el triunfo de AMLO: “Hay que tener cautela en cuanto al alcance de lo que pueda hacer”. Desde una visión crítica, celebra la nueva etapa que se abre en México pero marca los límites que percibe tendrá el próximo gobierno. En política exterior espera “un acercamiento hacia el Sur” y afirma que lo ve “más parecido a Lula que a Chávez”.
Por estos días usted decía que México es “un país en ruinas, devastado, con una crisis económica, social, humanitaria y política exponencial”. ¿Qué cree que podrá hacer AMLO frente a este país devastado? ¿Qué le dejarán hacer los poderes fácticos y hasta dónde cree que se animará a avanzar? En síntesis: ¿a qué nivel deberíamos colocar el entusiasmo que despierta en la región este punto de inflexión en la historia mexicana?
– Creo que hay que tener cautela en cuanto al alcance de lo que pueda hacer López Obrador en la presidencia. Los poderes fácticos que actúan en la sombra tienen poder de fuego, tienen capacidad para actuar y poner todas las trabas a este comienzo de transición democrática que hasta ahora México no ha tenido. Aquí se han impuesto todas las reformas estructurales del neoliberalismo, los territorios están invadidos por mineras, por megaproyectos, y Andrés Manuel no tiene una visión muy distinta a lo que podrían ser las visiones de desarrollo de un demócrata consecuente. De ahí las limitaciones que yo veo en su programa. Él menciona continuamente que luchará contra la corrupción pero no dice que esta corrupción proviene del sistema capitalista. No es que uno le exija que tenga una visión marxista de la realidad pero evidentemente si no conoces bien la naturaleza del saqueo, la explotación y la dominación de las corporaciones que van en busca del agua, el litio, el oro, la mano de obra barata, entonces el alcance de un gobierno tiene grandes límites desde la concepción misma de lo que se puede y lo que no se puede.
Él ha dicho, la noche misma de la elección, que respetará los contratos, que no habrá medidas radicales, que no habrá expropiaciones. Su lema es “por el bien de todos y primero los pobres” pero yo me pregunto ¿quiénes son todos?, ¿todos son todos los habitantes del país o todos son los aliados hechos durante la campaña, el mundo del empresariado, etc.? ¿qué va a pasar con la relación con EEUU, el Ejército, qué va a pasar con la cuestión del narcotráfico que es otra corporación capitalista que está actuando en todo el territorio nacional? Estamos muy contentos con este cambio y que se haya respetado al decisión de millones de electores, que no haya podido imponerse el fraude tradicional, pero al mismo tiempo nos hacemos todas estas preguntas.
¿Cómo imagina sus lineamientos en materia de política exterior y sus alianzas en América Latina?
- López Obrador está proponiendo un regreso a la Doctrina Estrada (N. de la R.: empleada por México en la segunda mitad del siglo XX y que se fundamenta en el principio de no intervención y el respeto a la soberanía de los pueblos). En ese sentido podría esperarse un acercamiento hacia el Sur más que hacia el Norte, pero evidentemente aquí también se verán sus límites. Ha sido muy controvertido su alejamiento, su deslinde, hacia procesos como el de Venezuela o hacia otros procesos de la región. El haber dicho que “México no será otra Venezuela” nos deja bastante confusos sobre cuál va a ser su posición, qué hará ante una OEA al servicio de EEUU o respecto a Cuba o frente a los problemas que está atravesando Brasil o la situación en Colombia como un espacio de penetración militar-política y de inteligencia desde donde se pretende agredir a Venezuela. Son todas preguntas que nos estamos haciendo quienes tenemos el pensamiento crítico despejado y no nos casamos con ningún proyecto que tenga las características de AMLO y su partido MORENA.
¿Con qué líder regional lo podría comparar?
- Si alguna comparación habría que hacer lo veo más parecido a Lula que a Chávez. Pero Andrés Manuel es Andrés Manuel. Tampoco me atrevo a compararlo con Lula porque Lula venía de una trayectoria de un Partido de los Trabajadores, obrero. No hay que entender al gobierno de AMLO como un gobierno de izquierda, como el de Venezuela o Bolivia. Hay gente dentro de su espacio muy reticente a cualquier relación con la revolución bolivariana. Creo que lo que hay que festejar es un cambio democrático, una transición democrática. Pero esperemos a ver qué hará AMLO a partir de diciembre y veremos en la práctica concreta cómo se desarrolla tanto en el plano internacional como en el plano interno.
¿O sea intuye un gobierno más moderado que radical?
- Completamente. AMLO no es un radical. Lo conozco bien de cerca, fuimos compañeros de partido (en el PRD) y conviví mucho con él. No es un radical, no será un gobierno de izquierda sino más bien socialdemócrata.
En México se registran más de 200 mil asesinatos y 35 mil desaparecidos en los últimos 12 años. Se impuso un sistema de violencia múltiple, sistemática y cotidiana de complicidades al que muchos describen como un narco-estado. ¿Cuál cree que será la estrategia de seguridad que empleará AMLO frente a esta tragedia humanitaria?
- Él tiene una política que se basa en su disposición personal para atender el asunto de la seguridad, que fue lo que hizo en la Ciudad de México cuando era jefe de Gobierno, y que es que todas las mañanas tendrá una reunión con el Consejo de Seguridad. Esta es su propuesta, que habrá un mando único y que por lo tanto será centralizado y que se atenderá el problema de la seguridad que es vital y por el cual millones de mexicanos salieron a votar. Pero la cuestión no es tan simple porque los poderes del narcotráfico extienden sus tentáculos en todo el territorio nacional. Hay cobros de derecho de piso desde las grandes empresas hasta los pequeños comercios de la vía pública. El tránsito por las carreteras puede tener retenes que cobren derechos de paso. Efectivamente el Estado se ha visto penetrado. El Ejército, por ejemplo, ha sido muy penetrado por estos cárteles de las drogas de tal manera que un crimen como el de los 43 estudiantes de Ayotzinapa no se puede explicar sin esta complicidad entre los tres niveles de gobierno y entre todos los aparatos de seguridad, incluyendo el propio Ejército, con el narcotráfico.
Él dice que va a brindar empleo para que los jóvenes no se vayan de sicarios y que se va a reunir todos los días con sus secretarios de seguridad. Yo creo que aquí hace falta penetrar más, un programa que vaya a mayor profundidad. Si no se entiende el narcotráfico como una corporación capitalista que se adueña del territorio, que recluta mano de obra, que actúa directamente en el mercado internacional, porque México es el principal centro de distribución hacia los Estados Unidos y actúa con la complacencia de la DEA, que es el principal cártel del mundo, estamos en un verdadero y complejo problema que no se entiende en su totalidad desde una simple propuesta de mando único y de reuniones todas las mañanas con los secretarios de seguridad y de las Fuerzas Armadas.
(*) Entrevista realizada en el programa “Al sur del Río Bravo” que se trasmite los martes de 20 a 22 hs por Radionauta FM 106.3
Fuente: http://www.nodal.am/2018/07/gilberto-lopez-y-rivas-antropologo-y-periodista-mexicano-el-de-amlo-no-sera-un-gobierno-de-izquierda-sino-mas-bien-socialdemocrata/


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El Arca de Andrés Manuel, la esperanza que aborda México


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Para los que tenemos menos de 40 años la victoria de López Obrador parece una
reivindicación histórica
: sólo hemos conocido un país en crisis; las perspectivas de tener un empleo, comprar una casa, mandar a nuestros hijos a la escuela es incierta. AMLO ha sido el único que ha nombrado la dicotomía mexicana: los pobres, de un lado, y la mafia del poder, del otro. ¿Quién es López Obrador y cómo ha llegado al poder?
Las próximas líneas aspiran a dar algunas coordenadas. “No quiero llegar maniado (maniatado) a la presidencia de la República”, decía López Obrador cuando estaba seguro de que ganaría las elecciones de 2006... Se refería a las llamadas telefónicas de Elba Esther Gordillo que dejaba sin responder. En aquel entonces se formó una alianza informal para cerrar su camino a Los Pinos: el presidente Fox, empresarios, gobernadores del PRI que apoyaron a Felipe Calderón, la propia Gordillo, líderes religiosos...
En 2018 el escenario luce por completo diferente: Como Noé, López Obrador construyó un Arca y ahí subió a antiguos aliados y viejos enemigos. Para decirlo en pejeñol: una buena parte de la mafia del poder está ahora con él. Para empezar los empresarios: Alfonso Romo, quien formó parte de los Amigos de Fox en 2000, quien será jefe de gabinete; Miguel Torruco, suegro de Carlos Slim, futuro Secretario de Turismo; Marcos Fastlitch, suegro de Emilio Azcárraga Jean. Ricardo Salinas Pliego, cabeza de Grupo Salinas tiene a su principal operador en el equipo de AMLO: Esteban Moctezuma Barragán, director de Fundación Azteca y nominado para la Secretaría de Educación Pública.
Sus viejos enemigos son ahora aduladores: Germán Martínez, estratega de campaña de Felipe Calderón, será senador de Morena. Manuel Espino, presidente del PAN en 2006, ahora comparte los templetes con quien llamó un peligro para México. Elba Esther Gordillo, la exlíder del sindicato de maestros, ahora apoya a Obrador a través de su nieto René Fujiwara. Y en la misma lista plurinominal al Senado están Nestora Salgado y el cacique del sindicato minero, Napoléon Gómez Urrutia, señalado por desviar 55 millones de dólares de sus agremiados.
El Arca de Andrés Manuel rescata por igual a antiguos miembros de la ultraderecha católica como Ricardo Sheffield (candidato a gobernador de Guanajuato), que a los exmaoístas del PT. Esas alianzas han venido con un precio. Los cuadros de Morena han sido marginados de las candidaturas alcaldes y legisladores. Los reporteros que cubren la campaña de AMLO cuentan que en casi la mitad de los mítines hay algún tipo de inconformidad contra los candidatos, que de un día para otro pasaron del PRI o del PAN hacia el partido Morena. López Obrador debe hacer llamados a la unidad, y les advierte que “amor con amor se paga”.
Pero, acaso, la alianza más importante fue la que no se dio. O no de manera explícita: con Enrique Peña Nieto. Desde que inició la campaña, cuando no sentía la presidencia en el bolsillo, López Obrador ofreció una peculiar amnistía —pero no la amnistía para los narcos o los campesinos que siembran droga— sino para Enrique Peña Nieto. AMLO lo ha repetido: no se investigará al Presidente por ninguno de los señalamientos de corrupción; al contrario, ha llamado a que se le respalde hasta el último día de su mandato. No hay pruebas de algún pacto explícito —como acusó Ricardo Anaya— pero lo cierto es que Peña Nieto no tiene por qué sentirse en riesgo. A pesar de la Casa Blanca, Odebrecht, Tlatlaya y Ayotzinapa, se irá tranquilo a su casa sin rendir cuentas.
EL HOMBRE DE DIOS
La escena ocurre en Tabasco: un joven ha caído en uno de los pantanos de la zona rural del estado. Se hunde. Se esfuerza, pero se hunde más. Por su mente pasan los recuerdos de su corta biografía. Tras ese repaso viene la certeza de la muerte. A punto de rendirse hace una oferta al Padre: Sálvame y lucharé por quienes más lo necesitan. Tras esta plegaria el joven pareciera adquirir nuevas fuerzas y, tras una intensa batalla, sale del pantano.
Escuché esta historia de dos excompañeros de Andrés Manuel López Obrador. La contaban como ejemplo de la influencia religiosa en su pensamiento. Más allá de milagros, López Obrador ha sido el político mexicano más hábil en el manejo de la fe. Se ha definido ambiguamente como “católico-cristiano-bíblico”, para abarcar a la mayoría católica, los cristianos evangélicos y los Testigos de Jehová. En su bolsillo carga dos escapularios y en sus discursos resuena la idea central del Sermón de la Montaña: bienaventurados los pobres que de ellos será el Reino.
Su partido se llama Morena, como la Virgen del Tepeyac. En su barca está Alejandro Solalinde, el sacerdote que defiende migrantes y la derecha pentecostal del Partido Encuentro Social (PES).
Tras perder la elección de 2006 López Obrador, viudo de Rocío Beltrán, empezó una nueva familia con Beatriz Gutiérrez Müller. Al hijo de esta unión estuvieron a punto de llamarlo Jesús Salvador, pero algunos amigos le hicieron ver a la pareja que si Jesús Salvador era el Hijo, entonces Andrés Manuel sería Dios Padre. Optaron por nombrarlo Jesús Ernesto, en un homenaje compartido al nazareno y al revolucionario Ernesto Guevara.
EN BLANCO Y NEGRO
En 2007 el Congreso de la Unión discutía un nuevo impuesto: el Impuesto Especial a Tasa Única. Los líderes del PRD no lo veían tan mal. Se trataba de un impuesto que había funcionado en Irlanda y que ayudaba a combatir la evasión fiscal. Si los perredistas aceptaban negociar el nuevo impuesto podrían influir en los detalles, impulsar su agenda, abrir otros temas…
Lo discutieron con López Obrador. Se encontraron un lunes en las oficinas del tabasqueño en la calle de San Luis Potosí, colonia Roma. El entonces presidente legítimo zanjó la discusión: había que oponerse a la reforma fiscal. Su argumento: al pueblo debía explicarle las cosas en términos simples, en blanco y negro. La reforma era buena o mala. Y si era una propuesta de Calderón entonces era mala.
López Obrador así ha descrito el País: como un conjunto de dicotomías. Mafia del poder contra pueblo sabio. Avión presidencial contra Tsuru blanco. Camajanes y machuchones contra políticos purificados en las aguas de Morena. La simplificación es su sello. Su propia carrera a la presidencia la ha retratado como una odisea: el camino de un héroe hacia su destino, que supera un obstáculo tras otro.
DEL ‘MOVIMIENTISMO’ AL NEOLIBERALISMO
AMLO estuvo en la portada de Proceso en febrero de 1996: “López Obrador, descalabrado”, decía la revista debajo de una imagen donde las gotas de sangre manchaban la camisa a rayas del tabasqueño. Con policías, el gobierno había desalojado un bloqueo a los pozos petroleros que encabezaba Obrador, a quien le tocó su respectivo macanazo. Los quejosos exigían que Pemex indemnizara las afectaciones a sus tierras. Era un movimiento en las calles que se enfrentaba al gobierno.
Unos meses después, en abril de 1996, Obrador vapuleó a Heberto Castillo y a Amalia García en la contienda por la presidencia del PRD. Llegó a la dirigencia de ese partido con un programa político: “el movimientismo”: que el PRD se pusiera a la cabeza de los movimientos sociales.
Esa línea se oponía a la “transición pacífica y pactada” que impulsaba Muñoz Ledo y Amalia García. Muy pronto, sin embargo, AMLO se olvidó de los movimientos sociales, y con las negociaciones de la reforma electoral de 1996, finalmente el PRD sí impulsó, en los hechos, la “transición pacífica y pactada”.
Contrario a la imagen de terquedad, López Obrador es un político pragmático, que sabe dónde está parado y adapta su ideario político a la circunstancia. Durante años fue el opositor más relevante a la privatización energética; en el sexenio de Felipe Calderón se opuso a la tímida reforma que promovió el panista, que permitía contratos de riesgo. Pero para la campaña presidencial de 2018 ha cambiado de postura: la reforma energética no se revertirá. El que tomaba pozos en 1996 y se oponía a la apertura energética en 2008, ahora, discretamente, la admite. 
CUANDO EL VINAGRE SE QUEDÓ GUARDADO
Era el primero de septiembre de 2006. El Zócalo estaba ocupado por el campamento de Andrés Manuel López Obrador, que exigía un recuento “voto por voto”. A unos kilómetros se alistaba la entrega del sexto informe presidencial de Vicente Fox. En una reunión privada al interior de una de las carpas, López Obrador proponía que marcharan a la Cámara de Diputados, que salieran del plantón y mostraran su repudio a Fox en las calles y en el Palacio Legislativo. Algunos líderes intermedios ya habían juntado botellas de vinagre: preveían que serían repelidos con gases lacrimógenos y habrían de cubrirse la boca con trapos empapados en ese líquido para poder respirar… La mayoría de sus colaboradores estaban en desacuerdo. Para resolver la diferencia se fueron a votación. López Obrador resultó derrotado: políticos como Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard, Jesús Ortega y Guadalupe Acosta Naranjo le ganaron: no hubo marcha a la Cámara de Diputados.
Durante años López Obrador fue el hombre fuerte del PRD, pero debía conciliar con una constelación de tribus que controlaban el aparato burocrático de ese partido: los Chuchos, ADN, los Bejaranos, Amalios, además de una lista larga de tribus que nacían y morían según la coyuntura. López Obrador se salió del PRD para construir Morena que es, sobre todo, su feudo personal. Sin contrapesos. Las postulaciones de Gómez Urrutia al Senado, de Cuauhtémoc Blanco a la gubernatura de Morelos, la alianza con el PES, entre otras decisiones polémicas, pasaron sin discusión visible. Morena, el partido que encabezará a la izquierda mexicana no ostenta la menor tradición democrática. Está por verse si AMLO gobierna como un presidente imperial; lo cierto es que gobierna Morena como el partido de un solo hombre.
EL MÉXICO DE OBRADOR
¿Cuál será el México de Andrés Manuel López Obrador? Sus alianzas, por supuesto, vienen con un precio. López Obrador ha arriado sus principales banderas. Ya no está en contra de la privatización energética. Ya no impedirá el aeropuerto de Texcoco. Ya no exige la cancelación del TLC para productos agrícolas. López Obrador es cada vez menos de izquierda para asumirse como un político de centro con un programa conservador.
El Arca de Andrés Manuel no implica solamente una alianza electoral. Busca reconfigurar el sistema de partidos de los últimos 20 años. Morena se convertirá en la primera fuerza política; el PRI y el PAN se encogerán, el PRD se tornará una rémora y emergerán el PES y Movimiento Ciudadano como jugadores serios, cada uno con una gubernatura (MC con Jalisco y el PES, Morelos). López Obrador tendrá la fuerza política para formar una nueva hegemonía política que trascienda un sexenio: un grupo con retórica de izquierda que garantice privilegios para la antigua oligarquía política y empresarial y al mismo tiempo conceda espacios de bienestar para la mayoría indignada y empobrecida. Veamos si ese proyecto tiene futuro.

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