Nota de edición:
Noam Chomsky cumplió el pasado viernes (7-12) noventa años. En esta
entrevista, el gran lingüista y activista vincula la laminación de los
valores democráticos con la caída de la tasa de beneficios y la
alternativa fabricada por los amos del poder: el neoliberalismo.
Incluimos aquí un fragmento de una conversación entre Chomsky y Lydon, extraída de
Comments Off on Destroying Democracy,
en la que el veterano activista vincula la laminación de los valores
democráticos con la caída de la tasa de beneficios y la solución dada
por los poderes políticos y económicos a esa caída: el neoliberalismo.
—
Todo lo que te pedimos es que nos expliques dónde estamos en este mundo, cuando…
—Eso es fácil.
—
…cuando tanta gente está al borde de algo, de algo histórico. ¿Puede hacernos un sumario?
—Bueno,
un breve sumario, creo que si se le echa un vistazo a la historia
después de la Segunda Guerra Mundial, algo extraordinario ha sucedido.
En primer lugar, la inteligencia humana ha creado dos bombas capaces de
acabar con nuestra existencia –o como mínimo con nuestra existencia
organizada–, ambas después de la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas
nos es familiar. De hecho, las dos lo son. La Segunda Guerra Mundial
terminó con el uso de las armas nucleares. Fue inmediatamente obvio el 6
de agosto de 1945, un día que recuerdo muy bien. Fue obvio que la
tecnología se iba a desarrollar hasta el punto de un definitivo
desastre.
En 1945, el Bulletin of Atomic Scientists inauguró su
famoso Reloj del Apocalipsis. Se puso en marcha cuando faltaban siete
minutos para la medianoche. En 1953 ya se había movido dos minutos hacia
la medianoche. Ese fue el año en que los Estados Unidos y la Unión
Soviética hicieron explotar sus bombas de hidrógeno. Pero resulta que
ahora comprendemos que al término de la Segunda Guerra Mundial entramos
en una nueva era geológica. La llamamos Antropoceno, la era en que los
humanos producen un impacto severo, de hecho casi desastroso, sobre el
medio ambiente. El reloj volvió a cambiar en 2015 y, de nuevo, en 2016.
Inmediatamente después de la elección de Trump, a finales de enero del
año pasado, el reloj se volvió a adelantar, faltando solo dos minutos y
medio para la medianoche, lo más cerca que ha estado desde 1954. Así que
hay dos amenazas existenciales –que pueden, en el caso de que haya una
guerra nuclear, exterminarnos; y, en el caso de catástrofe
medioambiental, crear un impacto severo sobre nuestra forma de vida– y
quizás más.
Ocurrió un tercer acontecimiento. Empezando alrededor
de los años setenta, la inteligencia humana se dedicó a eliminar, o por
lo menos a debilitar, a las principales barreras contra estas amenazas.
Lo llaman neoliberalismo. Hubo una transición en la época que algunos
denominaron estado de bienestar, los cincuenta y los sesenta, con un
gran periodo de crecimiento, de crecimiento igualitario, progreso en la
justicia social y así…
La socialdemocracia…
La
social democracia, sí. A veces se le llama “la edad de oro del
capitalismo moderno”. Esto cambió en los setenta, cuando se estableció
la era del neoliberalismo en la que vivimos desde entonces. Si te
preguntas qué clase de era es, pues su principio fundamental es
desactivar los mecanismos de solidaridad social y soporte mutuo, y el
compromiso popular en la determinación de las políticas.
No se
llama así. Se le llama “libertad”, pero “libertad” implica subordinación
a las decisiones de un poder concentrado, no responsable, privado. Eso
es lo que significa. Las instituciones gubernamentales –u otros tipos de
asociaciones que posibilitan la participación de la gente en la toma de
decisiones– son sistemáticamente debilitadas. Margaret Thatcher lo dijo
muy educadamente: “la sociedad no existe, solo existen individuos”.
De
hecho, estaba parafraseando, seguramente de forma inconsciente, a Marx
quien, en su condena de la represión en Francia, dijo “la represión está
transformando a la sociedad en un saco de patatas, solo individuos, una
masa amorfa que no puede actuar conjuntamente”. Era una condena. Para
Thatcher, es un ideal –y eso es el neoliberalismo. Destruimos, o como
mínimo desacreditamos los mecanismos de gobierno a través de los cuales
la gente, al menos en principio, puede participar en la medida en que
esa sociedad sea democrática. Así que debilitadlos, desacreditad a los
sindicatos, a otras formas de asociaciones, dejadlos como un saco de
patatas y, mientras tanto, transferid la toma de decisiones a poderes
privados y no responsables; todo con la retórica de la libertad.
¿Qué
conlleva esto? La única barrera que nos protege de estas destructivas
amenazas es una sociedad comprometida, una sociedad informada y
comprometida que actúe conjuntamente para desarrollar los medios que
permitan hacer frente a estas amenazas y responder a ellas. Esta ha sido
sistemáticamente debilitada, deliberadamente. Quiero decir, en los
setenta hablábamos de esto. Hubo un gran debate entre la élite sobre el
peligro de que hubiera demasiada democracia y la necesidad de lo que
llamaron “moderación” en la democracia, para que la gente fuera más
pasiva y apática, para que no moleste demasiado; eso es lo que hacen los
programas neoliberales. Lo mezclas todo y ¿qué sale? Una tormenta
perfecta.
—
Todo el mundo ve los titulares, con el Brexit,
Donald Trump y el nacionalismo hindú y el nacionalismo en todas partes y
Le Pen; se ponen más o menos juntos y sugieren un fenómeno mundial
real.
—Está claro y era predecible. No se puede saber en qué
momento pero, cuando se imponen políticas socioeconómicas que conducen
al estancamiento o al declive para la mayoría de la población, a
deslegitimar la democracia, a que las decisiones políticas no estén en
manos del pueblo, el resultado es gente descontenta, enfurecida y
atemorizada. Y este es el fenómeno que, de forma engañosa, se conoce
como “populismo”.
—No sé qué piensas de Pankaj Mishra pero a
mí me gusta su libro “La edad de la ira”, que empieza con una carta
anónima a un periódico de alguien que dice “Deberíamos admitir que no
solo estamos aterrorizados sino que también estamos desconcertados.
Desde el triunfo de los vándalos en Roma y el norte de África, nada ha
sido tan incomprensible y difícil de revertir”.
—Ahí está el
fallo del sistema informativo, porque es muy comprensible y muy obvio y
muy simple. Fíjate, por ejemplo, en los Estados Unidos, que ha sufrido
mucho menos por estas políticas que otros países. Toma el año 2007, un
año crucial justo antes del derrumbe. ¿Cómo era aquella magnífica
economía que era tan elogiada en aquél momento? Era una en la que los
salarios de los trabajadores americanos, de hecho, eran más bajos que en
1979, cuando empezó el periodo neoliberal.
Este hecho no tiene
precedentes históricos, exceptuando situaciones tras catástrofes,
guerras o cosas parecidas. Fue un periodo largo en el que los salarios
reales habían decrecido, aunque se amasaron riquezas en algunos
bolsillos. También fue una época en la que se crearon nuevas
instituciones, instituciones financieras. Si nos fijamos en los años
cincuenta y sesenta –la llamada época dorada– los bancos estaban
conectados con la economía real. Esa era su función. No había caídas en
la banca porque había regulaciones de los mercados financieros.
A
principios de los años setenta hubo un cambio drástico. En primer
lugar, las entidades financieras se inflaron a gran escala. En 2007
obtuvieron un 40% de beneficios. Por lo tanto, dejaron de estar
conectadas a la economía real.
En Europa, la forma en que se
desacredita a la democracia es muy directa. Las decisiones están en las
manos de una troika que no ha sido elegida: la Comisión Europea, que no
se vota; el FMI, por supuesto no votado; y el Banco Central Europeo.
Ellos son los que toman las decisiones. Así que la gente está enfadada,
está perdiendo el control de sus vidas. Ellos son los que sufren las
consecuencias de las políticas económicas, y el resultado es ira,
desilusión, descontento, etcétera.
Hemos visto en las pasadas
elecciones francesas que los dos candidatos eran ajenos al
establishment. Los partidos centrales se han hundido. Lo vimos en las
elecciones americanas. Dos candidatos fueron capaces de movilizar a las
masas: uno de ellos era un multimillonario odiado por el sistema, el
candidato republicano que ganó las elecciones –pero fijaros en que una
vez toma posesión es el antiguo sistema el que dirige el país. Puedes
manifestarte en contra de Goldman Sachs durante el periodo de campaña,
pero asegúrate de que se encarguen de la economía cuando seas
presidente.
—
Así que la cuestión es, en un momento en que la
gente está casi lista para actuar y casi lista para reconocer que este
juego no funciona, ¿tenemos la capacidad, como especie, de actuar en
consecuencia, de adentrarnos en ese estado de perplejidad y, más
adelante, pasar a la acción?
—Pienso que el destino de
nuestra especie depende de ello; recuerda, no es solo desigualdad,
estancamiento, estamos ante un desastre terminal. Hemos creado la
tormenta perfecta. Estos deberían ser los titulares de cada día. Desde
la Segunda Guerra Mundial hemos creado dos medios de destrucción. Desde
la era neoliberal hemos desmantelado la forma en que los manejamos. Esas
son nuestras tenazas, eso es a lo que nos enfrentamos y, si no
resolvemos ese problema, estamos acabados.
Quiero volver al libro
de Pankaj Mishra “La edad de la ira” por un momento. No es la edad de
la ira, es la edad del resentimiento contra las políticas
socioeconómicas que han dañado a la mayor parte de la población durante
las últimas generaciones que, conscientemente y como principio, han
desvirtuado la participación democrática. ¿Por qué no debería haber ira?
—Pankaj
Mishra lo llama –es una palabra nietzscheana– “resentimiento”, que hace
referencia a un cierto tipo de ira explosiva. Pero él dice que “es la
característica distintiva de un mundo en el que la promesa moderna de
igualdad colisiona con una masiva disparidad de poder, educación,
estatus, y….”
—Esto ha sido diseñado así. Mira los años
setenta: en el panorama, el panorama de la élite, había una gran
preocupación con el activismo de los años sesenta, un período
tumultuoso. Hizo que el país se convirtiera en civilizado, lo que para
ellos puede ser peligroso. Lo que pasó es que grandes sectores de la
población –que habían sido pasivos, apáticos, obedientes– intentaron
entrar en la escena política de una u otra forma para presentar sus
intereses y preocupaciones. Los llaman de “especial interés”. Eso
significa minorías: la gente joven, los ancianos, los agricultores, los
obreros, las mujeres… En otras palabras: la población. La población es
un “especial interés” y su función es observar en silencio; esto está
claro.
A mediados de los setenta se publicaron dos documentos
bastante importantes. Venían de lugares opuestos en el espectro
político, ambos influyentes y ambos alcanzaron las mismas conclusiones.
Uno de ellos, relativamente más a la izquierda, fue escrito por la
Comisión Trilateral –los liberales internacionalistas, tres de los
grandes países industrializados, la administración del presidente
Carter, beben de esa fuente-. Es el más interesante, “La crisis de la
democracia”, un informe de la Comisión Trilateral. Samuel Huntington, de
Harvard, miraba con nostalgia los días en los que, como él dice, Truman
era capaz de dirigir el país con la ayuda de unos cuantos ejecutivos y
abogados de Wall Street; en ese momento todo estaba bien, la democracia
era perfecta. Pero en los años sesenta todos concluyen que se
complicaron las cosas porque los de “especial interés” empezaron a
intentar entrar en la política y eso causa demasiada presión, que el
estado no puede soportar.
—Recuerdo bien ese libro.
—Necesitamos moderar la democracia.
—
No
solo eso, le dio la vuelta a la frase de Al Smith. Al Smith dijo que
“la cura para la democracia es más democracia.” Huntington dijo, “no, la
cura para esta democracia es menos democracia”.
—No fue él.
Fue el régimen liberal, hablaba en su nombre. Es el punto de vista
consensuado de los liberales internacionalistas y las tres grandes
democracias industriales. Ellos –en su consenso– concluyeron que la
mayor parte del problema es, en sus propias palabras, que “las
instituciones son las responsables del adoctrinamiento de los jóvenes”.
Las escuelas, las universidades, las iglesias, no están haciendo bien su
trabajo. No están adoctrinando a los jóvenes adecuadamente. Los jóvenes
tienen que volver a ser pasivos y obedientes, entonces se arreglará la
democracia. Eso sería el lado izquierdo.
Pero, ¿qué hay en el
lado derecho? Un documento muy influyente: “El memorando Powell”, que se
publicó al mismo tiempo. Lewis Powell, un abogado de empresa y, más
tarde, juez del Tribunal Supremo; escribió un memorando confidencial
para la Cámara de Comercio de EEUU que fue muy influyente y que, más o
menos, desencadenó el moderno “movimiento conservador”. La retórica es
bastante disparatada. La visión general es que una izquierda
alborotadora se ha apoderado de todo. Tenemos que utilizar los recursos
de los que disponemos para vencer a esta izquierda desbocada que está
dañando la libertad y la democracia.
Pero hay algo más. Como
resultado del activismo de los años sesenta y la militancia laboral,
hubo una caída de la tasa de beneficio. Esto no es aceptable, así que
había que revertir esta caída, había que debilitar la participación
democrática. ¿Qué llega? El neoliberalismo, que tiene exactamente esos
efectos.
Entrevista realizada por Christopher Lydon y publicada en el nº 361 de El Viejo Topo, febrero de 2018
Fuente:
http://www.elviejotopo.com/topoexpress/destruyendo-la-democracia/