Las circunstancias obligan a mirar al pasado si no
queremos repetir viejos errores. A mitad del siglo XX, hubo en América
Latina procesos de cambio semejantes a los actuales, que la historia
económica registra como industrialización sustitutiva y la historia
política como “populismo desarrollista”.
(Este es un artículo originalmente escrito en 2013. Pero preserva
completa actualidad, por un lado, porque está claro que la política de
la derecha venezolana y del imperialismo yanqui siempre ha sido, muerto
Hugo Chávez, sacar a Nicolás Maduro del poder y matar el Proceso
Bolivariano; dos, porque hacemos una reflexión sobre los problemas
estructurales a resolver en América Latina, que han dado al traste con
otros procesos nacionalistas en el pasado. La relación entre un proyecto
nacional populista de un sector de la burguesía latinoamericana y el
movimiento obrero y socialista es otro de los dilemas del pasado y del
presente).
En Venezuela se juega el futuro de la revolución latinoamericana. Por
esa razón el resultado de las elecciones del 14 de abril ha preocupado a
la vanguardia socialista de todo el continente. Pese a que el triunfo
de Nicolás Maduro es incuestionable, y llamamos a defenderlo con lo que
haga falta, admitamos que el avance electoral de la derecha en tan poco
tiempo ha sido un balde de agua fría para quienes creíamos en la solidez
de la Revolución Bolivariana aún en la ausencia de su gran líder, Hugo
Chávez. De pronto hemos caído en cuenta en algo que ya sabíamos pero que
estaba hundido en el subconsciente: no hay procesos políticos
irreversibles.
Preocupa que el resultado electoral porque, al menos en apariencia,
pueda significar un cambio de la correlación de fuerzas, pasando la
reacción venezolana y el imperialismo yanqui de una situación defensiva
desde el fracasado golpe contra Hugo Chávez de 2002, a una ofensiva cada
vez más virulenta contra la Revolución Bolivariana y contra el proceso
de cambios abierto a inicios del siglo en todo el continente.
¿Por qué se ha producido este viraje? ¿Qué hay que hacer ahora? Ese es el debate planteado.
Una realidad compleja
Debate siempre complicado pues, la realidad es que, mientras la
derecha latinoamericana y su cabeza, el imperialismo yanqui, saben lo
que quieren; en la izquierda parece que las cosas no están claras. Hay
confusión y/o diferencias respecto a los objetivos estratégicos y
tácticos en materia política, social y económica. Pero en el fondo es el
viejo dilema, que otras generaciones ya tuvieron, entre reforma y
revolución.
Dilema que obliga también a revisar la historia de América Latina a
ver si hay algunas lecciones que sacar de nuestro pasado porque, pese a
que las circunstancias específicas puedan ser diferentes, estos procesos
no son completamente nuevos.
Dilema que, obviamente, no tiene fácil resolución pese a lo que crean
los sectarios (que todo lo tienen resuelto en sus cabezas) porque la
realidad a la que hay que enfrentar tiene diversos planos que se
entrelazan:
- Una realidad externa, muy difícil de controlar, como el sistema
mundo capitalista (Wallerstein) o mercado mundial, que impone
condiciones de explotación y subordinación que caben en los conceptos:
imperialismo, dependencia, naciones opresoras y naciones oprimidas, etc.
El control imperialista del mundo es un factor complejo que se expresa
en múltiples sentidos: político, económico, militar, propagandístico,
cultural. Factor que impone límites y exige respuestas.
- Una realidad interna de cada país, en que la contradicción básica se
dirime entre el capital y los llamados “sectores populares”,
encabezados por la clase trabajadora. Pero donde el número (la cantidad)
no es el factor decisivo, sino la calidad de la correlación de fuerzas
está marcada por el grado de conciencia, de experiencia y de acción
(movilización) de la clase trabajadora.
El “populismo desarrollista” ¿qué nos enseñó?
Las circunstancias obligan a mirar al pasado si no queremos repetir
viejos errores. A mitad del siglo XX, hubo en América Latina procesos de
cambio semejantes a los actuales, que la historia económica registra
como el período de “industrialización sustitutiva” y la historia
política como “populismo desarrollista”. Aunque no compartimos todas sus
conclusiones, para la comprensión de este período siempre recomiendo un
libro que en su tiempo fue un clásico, aunque luego uno de sus autores
se desacreditó como presidente y cabeza del neoliberalismo brasileño: “
Dependencia y desarrollo en América Latina“, de F. H. Cardoso y E. Faletto, publicado en 1969.
El “populismo desarrollista” tuvo su momento estelar, entre los años
30 y 60 del siglo pasado, con los regímenes de Perón en Argentina,
Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México, también Jacobo
Arbenz en Guatemala, y otros; tardíamente a inicios de los 70, con los
regímenes de Morales Bermúdez en Perú y Omar Torrijos en Panamá (quienes
inspiraron al joven militar Hugo Chávez, a decir de él mismo en una
famosa conversación con García Márquez). Creo que el trágico gobierno
Allende en Chile, y la “vía pacífica al socialismo”, cae en esta
categoría.
¿Qué circunstancias dieron origen y sustentación al “populismo desarrollista”?
Primero, la crisis mundial capitalista de los años 20 y las dos
guerras mundiales, que debilitaron de alguna manera el control económico
y político del mundo por parte de las potencias capitalistas.
Segundo, en el plano interno un rápido proceso de urbanización, que
produjo la masificación de un nuevo sujeto social: la clase obrera,
combinado con el nacimiento de una industria para el consumo (mercado
interno) que “sustituía” la importación de bienes que antes se hacía de
países centrales. También en la clase dominante se produjeron cambios:
la oligarquía exportadora y terrateniente, sin desaparecer, cedió
espacios a una naciente burguesía industrial y las llamadas “clases
medias modernas”.
Los regímenes de “populismo desarrollista” procuraron inaugurar una
fase de desarrollo capitalista autónomo (nacional), con independencia
del imperialismo extranjero, apoyándose en un equilibrio de las clases
sociales internas que, con políticas sociales de redistribución de la
renta y una gran intervención estatal procuraron atenuar las
contradicciones de clase.
De hecho, entre los 40 y 50, Argentina llegó a estar entre las 10
principales economías del mundo. Cárdenas nacionalizó el petróleo usando
sus ingresos para sufragar el crecimiento del mercado interior, etc.
Brasil requiere un análisis particular, y sólo diré que, mientras
algunos analistas consideran a las BRICs (que este país encabeza) como
potencias autónomas emergentes, otros lo ven como apéndices del capital
imperialista del OCDE.
En fin, el asunto es que todos esos procesos de desarrollo nacional
autónomo y de equilibrios sociales internos se rompieron a partir de la
post guerra en los años 50. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, que emergió
de la Segunda Guerra Mundial, como la principal potencia capitalista,
volteó sus ojos hacia el “patio trasero” y, en alianza con sectores
internos (principalmente de las oligarquías tradicionales y la
oficialidad militar, pero también de propios sectores de “capas medias” e
industriales), decidió cortar el desarrollo capitalista autónomo y
someter a estos países a un régimen de dependencia económica y política,
para beneficio de sus empresas monopólicas. Se impuso la dependencia
económica y política.
Una ola de sangrientos golpes de estado militar se esparció por el
continente. La represión fue la manera de imponer a la clase trabajadora
un capitalismo poco “redistributivo” en beneficio de un capital
industrial que, de “sustitutivo”, pasó a apéndice del capital monopólico
yanqui.
La Teoría de la Revolución Permanente, Trotsky y el Che
¿Qué habría impedido el retroceso de estos procesos desarrollistas?
Lo que no hicieron los “populistas” de entonces: apelar a la
movilización de la clase obrera, dándoles verdadero poder político,
junto con la destrucción de la base material que sirve de sustento a la
reacción: expropiando a la oligarquía y a la burguesía golpista.
Ese fue el gran debate en la izquierda latinoamericana de los años
50, 60 y 70. Debate que la Revolución Cubana puso a la orden del día y
que remitió a otras circunstancias parecidas al otro lado del mundo: la
Revolución Rusa, y los debates entre la dirección del PCUS y la
Oposición de Izquierda; entre José Stalin y León Trotsky.
Entonces, como ahora, el problema que ocupaba a la socialdemocracia
rusa luego de la Revolución de 1905, es el carácter de las revoluciones
sociales del presente, cuya mejor solución expresó León Trotsky con su
Teoría de la Revolución Permanente:
a partir del siglo XX, en la fase histórica del capitalismo
imperialista, las burguesías nacionales de los estados periféricos están
imposibilitadas de seguir el proceso de desarrollo autónomo que
siguieron los países “centrales” durante el siglo XIX (lo que pretendía
el “desarrollismo” de la CEPAL y la teoría stalinista de “la revolución
por etapas”), porque nuestras burguesías han perdido su filo
revolucionario, ya que le temen más a su clase trabajadora que a
supeditarse al capital imperialista.
Según Trotsky, el factor dinámico en los países de “capitalismo
atrasado” o dependiente debe ser jugado por la clase trabajadora que, a
un mismo tiempo, debe resolver las tareas “nacionales” que la burguesía
no puede cumplir (como industrialización, reforma agraria e
independencia nacional) a la vez que impone medidas de tipo socialista
(como la nacionalización de la industria y el poder obrero). Así lo
probó la Revolución Rusa de 1917
Esta teoría fue sintetizada genialmente por el Che Guevara en los
años 60, y es lo que explica la sobrevivencia de la revolución cubana y
el fracaso del “nacionalismo populista”, en la famosa consigna: “
O revolución socialista, o caricatura de revolución“.
Unas revoluciones a medio camino
El problema de la Revolución Bolivariana, y los procesos semejantes
en Bolivia o Ecuador, es que son revoluciones a medio camino. Son
revoluciones en el sentido de que han surgido de la lucha de las clases
trabajadoras, el campesinado y sectores populares, contra las
consecuencias sociales del neoliberalismo (que a partir de los años 80
profundizó la dependencia, terminó de debilitar las industrias
nacionales y extremó las disparidades sociales).
Esas revoluciones se expresaron en Venezuela con el Caracazo del 89,
la rebelión militar del 92 dirigida por Chávez, y otros hechos
dramáticos; en Bolivia con la “Guerra del Agua” y demás revueltas
populares; en Ecuador con las movilizaciones que tumbaron un sinnúmero
de gobiernos en los 90.
Esos procesos se canalizaron y hallaron sus límites por la vía de
procesos electorales. No han tocado la base económica de la burguesía
“nacional” apéndice del capital extranjero y no han terminado de cuajar
organismos de poder obrero.
Peor aún,
en el plano económico, no se ha superado el modelo
extractivista mono exportador. La base para las políticas
resdistributivas de los programas sociales han sido los buenos precios
de las materias primas en el mercado internacional, particularmente el gas y el petróleo, o la soja para el caso argentino y los biocombustibles para Brasil.
La repartición un poco más social y equilibrada de la renta
exportadora (“renta petrolera” en Venezuela) es lo que ha aportado
estabilidad, hasta ahora, a los llamados gobiernos “populistas” de este
inicio de siglo.
Para nada se ha roto el poder económico de la derecha, cuyo base
social es la burguesía “nacional”, aliada del imperialismo yanqui. Por
ejemplo, en Venezuela, el pese a las nacionalizaciones, el peso del
sector privado en el PIB sigue siendo tan abrumador, que mal podría
caracterizarse su economía como “capitalismo de estado”, menos de
“socialista”.
Marcelo Colussi, en un artículo reciente sobre este tema decía: “
Según
las Cuentas Nacionales, explicitadas por el Banco Central de Venezuela
(BCV), el PIB privado (el porcentaje de la actividad económica del país
en manos directas del empresariado) corresponde al 71% del total (año
2010). En el año de 1999 el PIB privado era de 68%. Es decir que, a
pesar de las nacionalizaciones, el PIB sigue siendo mayoritariamente
privado, y comparado con países que nada tienen que ver con el comunismo
–como Suecia, Francia e Italia, donde el PIB es mayoritariamente
público (estatal)–, el estado venezolano no tiene en sus manos (salvo el
petróleo) ningún resorte económico importante de la economía”, nos
informa un economista marxista como Manuel Sutherland” (
Venezuela post Chávez: una prueba de fuego y un laboratorio para la izquierda (venezolana y mundial).
.
¿Qué sucederá cuando se “deterioren los términos de intercambio”,
para usar la jerga de los economistas? ¿Qué pasará cuando los precios de
las materias primas decaigan y cuando el crecimiento económico de los
últimos diez años decaiga, se estanque o entre en recesión, por efecto
de la crisis abierta en Norteamérica y Europa? Lo que puede estar
empezando a suceder.
La respuesta es simple: el capital monopólico y las burguesías
locales exigirán una parte mayor de la “renta” exportadora para tapar
sus déficits, lo que implica cortar los subsidios sociales y cortar los
procesos políticos “populistas”, así sea a sangre y fuego. ¿No es el
proceso abierto en Venezuela?
“O revolución socialista” o victoria de la reacción
La disyuntiva está colocada entre dos opciones:
- Tratar de mantener reformas moderadas al capitalismo
latinoamericano, repartiendo un poco más la riqueza social mediante
esquemas redistributivos, en lo económico, y un régimen político
democrático burgués un poco más “participativo” (es decir, tratar de
congelar el proceso revolucionario en los marcos actuales);
- O avanzar en el proceso de revolución social, fomentando organismos
de poder obrero y popular, cortando a su vez la “yugular” económica que
da sustento a la reacción, nacionalizando la gran industria y la banca, y
sentando las bases para una economía nacional que rompa con la
dependencia. Lo que no es lo mismo que nacionalizar toda la economía.
Porque, como dice el compañero Héctor Menéndez: “
La idea de que
gobernando “bien”, haciendo crecer la economía y mejorando la situación
social de las amplias masas como hizo el gobierno de Venezuela en estos
años se puede, evolutivamente, transformar la sociedad quitándole el
poder a la burguesía pacíficamente, manteniendo el sistema democrático
burgués electoral y las formas burguesas del Estado y la representación
esencial del ejército profesional no conoce ninguna verificación
empírica” (
Revolución y contrarrevolución en Venezuela).
La clase trabajadora, y el pueblo en general, no aspira a la
revolución por consignas abstractas y voluntaristas. Visto el proceso
desde lejos, pareciera que gran parte de los votos perdidos por el
chavismo se debió a la devaluación que tumbó el 40% del poder
adquisitivo de los trabajadores. Medida que se tomó una semana antes del
fallecimiento del presidente Chávez, por parte del gobierno encabezado
por Maduro en ese momento. Lo que dio argumentos concretos a la campaña
de Capriles que, entre otras propuestas demagógicas, levantó la promesa
de un aumento salarial inmediato.
Como ha mencionado un comunicado de la corriente
Marea Socialista
la devaluación requería contrapesos, como el control de los precios de
los artículos de primera necesidad, lo que a su vez fuerza al control
estatal del comercio exterior y el control de las divisas. Esos
contrapesos no se tomaron hasta ahora.
Guillermo Almeyra ha señalado las tareas mínimas pendientes: “
En
efecto, todo depende de hacia dónde se incline finalmente la balanza en
la lucha por profundizar el proceso democrático venezolano, dar golpes
reales al capitalismo, construir elementos de autonomía y de autogestión
reforzando las comunas y los gérmenes de poder popular. Para derrotar a
la derecha oligárquica y proimperialista hay que vencer a la
burocracia, al centralismo autoritario, al verticalismo decisionista.
Ese es el desafío para el próximo periodo, y del desenlace de esa
batalla depende hacia dónde irá Venezuela, si hacia el pasado
prechavista o hacia la construcción de elementos socialistas” (
Los gobiernos latinoamericanos después de Chávez).
En el ámbito externo se requiere que los organismos de cooperación
económica a nivel regional, cuyas bases sentó el presidente Hugo Chávez
(ALBA, Petrocaribe, CELAC, Mercosur), avancen como verdaderos órganos de
integración y colaboración solidaria para que puedan dar paso a un
desarrollo económico endogámico que permita romper los mecanismos de la
dependencia externa. Lamentablemente, al respecto existen grandes dudas
de que ese sea el camino que se está tomando, al menos por parte de
algunos gobiernos de la región.
Es el viejo dilema entre reforma y revolución (que sólo puede ser
permanente, si quiere sostenerse). El problema del reformismo es que
tiene patas cortas. Mil veces la experiencia latinoamericana ha
demostrado que los procesos revolucionarios no pueden congelarse,
estancarse o quedarse a medio camino. Mil veces se ha demostrado que las
fuerzas de la reacción apoyadas por el imperialismo no vacilarán en
corromper desde adentro, o aplastar sangrientamente desde afuera, los
procesos revolucionarios que han quedado a medio camino.
No pretendemos, desde nuestras limitadas capacidades dar lecciones a
nadie. Porque hablar de revolución es fácil, lo difícil es hacerlas.
Pero sí deseamos colocar el dedo sobre el problema, para que juntas, las
fuerzas sociales y políticas que aspiramos a la revolución social,
encontremos el camino de la revolución, exorcizando el fantasma de la
contrarrevolución, que ya ha golpeado en el pasado no tan lejano y
amenaza de nuevo.
Panamá, 6 de mayo de 2013.
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