¿Fin de una edad de oro? Progresistas, postneoliberalismo y emancipación en Nuestramérica
Después
de su participación en el coloquio internacional que coordinamos en
junio pasado sobre “Gobiernos progresistas y postneolibneralismo en
América Latina: ¿el fin de una edad de oro?” en la Universidad de
Grenoble (Francia) 1/,
nos pareció interesante volver sobre la coyuntura latino-americana e
internacional con los sociólogos Edgardo Lander (Venezuela) y Miriam
Lang (Ecuador). Tanto ella como él tienen una aguda mirada crítica, y
muy a menudo a contrapelo sobre el panorama actual, ambos han
participado activamente en los últimos años de los debates sobre el
primer balance de los gobiernos progresistas del periodo 1998-2015, en
particular desde la Fundación Rosa Luxemburgo de Quito 2/ en el caso de Miriam y desde el Transnational Institute 3/
para Edgardo. Es así que se han adentrado y han escrito sobre temáticas
como la problemática del desarrollo y del Estado, el neocolonialismo y
el extractivismo, de las izquierdas y de los movimientos, e igualmente
han abordado la dificultad de pensar los caminos de la emancipación en
momentos en que la humanidad atraviesa una profunda crisis civilizatoria
y ecosistémica, retos que significa –entre otros- volver a inventar la
izquierda y el (eco) socialismo en el siglo XXI.
Franck Gaudichaud: En el último periodo, ha habido muchos debates sobre el fin de ciclo
de los gobiernos progresistas y nacional-populares en América Latina, o
más bien su posible reflujo y pérdida de hegemonía política. ¿Qué les
parece este debate? A estas alturas, ¿podemos pensar que se está
superando este debate sobre fin de ciclo? Y, ¿cómo llamar la coyuntura actual de cara a la experiencia progresista 1999-2015?
Edgardo Lander:
Efectivamente, este es un debate muy intenso, sobre todo en América
Latina, porque se habían producido muchas expectativas sobre las
posibilidades de transformación profunda en estas sociedades a partir de
la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en el año 1998. Este el punto
de partida de un proceso de cambio político que llevó a que la mayoría
de los gobiernos de América del Sur fuesen identificados con algo
llamado
progresista, o de izquierda, en alguna de sus versiones.
Estas expectativas de transformaciones que condujeran a sociedades
post-capitalistas plantearon severos retos, tanto por la experiencia
negativa de los socialismos del siglo pasado, como por nuevas realidades
como el cambio climático y los límites del planeta Tierra que era
necesario enfrentar. Pensar en la transformación hoy significa
necesariamente algo muy diferente a lo que significaba en el siglo
pasado. Cuando el discurso del socialismo había prácticamente
desaparecido de la gramática política en buena parte del mundo,
reaparece en este nuevo momento histórico en América del Sur.
Especialmente a partir de las luchas de los pueblos indígenas, en
algunos de estos procesos parece incorporarse de una forma muy central
un profundo cuestionamiento de aspectos fundamentales de lo que había
sido el socialismo del siglo XX. Se hacen presentes en forma medular, en
parte de los imaginarios de la transformación, temas como la
pluriculturalidad, otras formas de relación con el resto de la redes de
la vida, nociones de derechos de la naturaleza y concepciones del buen
vivir, que apuntaban a una posibilidad de transformación que fuese capaz
de dar cuenta de las limitaciones de los procesos anteriores y abrir
nuevos horizontes para abordar las nuevas condiciones de la humanidad y
del planeta.
FG: Entonces, estás hablando del periodo inicial, de arranque,
al inicio de los años 2000, cuando se combinaron resistencias desde
abajo y la creación de dinámicas sociopolíticas más o menos rupturistas y
postneoliberales según los casos, que incluso lograron emerger en el
plano electoral nacional gubernamental.
EL: Sí, de un
período en el cual se generaron extraordinarias esperanzas de que se
iniciaban transformaciones radicales de la sociedad. En los casos de
Ecuador y de Bolivia, los nuevos gobiernos fueron consecuencia de
procesos de acumulación de fuerzas de movimientos y organizaciones
sociales en lucha contra gobiernos neoliberales. La experiencia del
Levantamiento Indígena en el caso ecuatoriano y de la Guerra del Agua en
Bolivia, fueron expresiones de sociedades en movimiento en las cuales
sectores sociales que no eran los más
típicos de la acción
política de la izquierda jugaron papeles protagónicos. Se trata de una
emergencia plebeya, sectores sociales antes invisibilizados, indígenas,
campesinos, populares urbanos, que pasan a ocupar un lugar central en la
arena política. Esto generó extraordinarias expectativas.
Sin
embargo, con el tiempo fueron apareciendo severos obstáculos. A pesar de
los discursos altisonantes, sectores importantes de la izquierda que
tuvieron papeles de dirigencia en estos procesos de lucha no habían
sometido la experiencia del socialismo del siglo XX a una reflexión
suficientemente crítica. Muchas de las viejas formas de entender el
liderazgo, el partido, la vanguardia, las relaciones del Estado con la
sociedad, el desarrollo económico, las relaciones con el resto de la
naturaleza, además del peso de las cosmovisiones eurocéntricas
monoculturales y del patriarcado, se hicieron presentes en estos
proyectos de cambio. Se profundizaron las históricas formas coloniales
de inserción en la división internacional del trabajo y de la
naturaleza. Es evidente que todo proyecto que pretenda superar el
capitalismo en el mundo actual tiene necesariamente que confrontarse a
los severos retos que plantea la profunda crisis civilizatoria que hoy
vive la humanidad, en particular la lógica hegemónica del crecimiento
sin fin de la modernidad que ha llevado a sobrepasar la capacidad de
carga del planeta y está socavando las condiciones que hacen posible la
reproducción de la vida.
La experiencia de los denominados gobiernos
progresistas
se da en momentos en que se está acelerando la globalización neoliberal
y China se está convirtiendo en la fábrica del mundo y principal
economía planetaria. Esto produce un salto cualitativo en la demanda y
precio de los
commodities: bienes energéticos, minerales y
productos de la agroindustria como la soja. En estas condiciones, cada
uno de los gobiernos progresistas opta por financiar las
transformaciones sociales planteadas por la vía de la profundización del
extractivismo depredador. Esto tiene no solo las obvias implicaciones
de que la estructura productiva de estos países no es cuestionada, sino
que es profundizada en términos de las formas neocoloniales de inserción
en la división internacional de trabajo y la naturaleza. Acentúa
igualmente el papel del Estado como receptor principal del ingreso de
las rentas que se producen a través de la exportación de
commodities.
Con ello, más allá de lo que digan los textos constitucionales sobre la
plurinacionalidad y la interculturalidad, prevalece una concepción de
la transformación centrada prioritariamente en el Estado y en la
identificación del Estado con el bien común. Esto conduce
inevitablemente a conflictos entorno a los territorios, los derechos
indígenas y campesinos, a luchas por la defensa y el acceso al agua y
resistencias a la megaminería. Estas luchas populares y territoriales
han sido vistas por estos gobiernos como amenazas al proyecto nacional
representado, diseñado y dirigido por el Estado como representante del
interés nacional. Para llevar adelante sus proyectos neo-desarrollistas,
a pesar de estas resistencias, los gobiernos han recurrido a la
represión y van asumiendo tendencias crecientemente autoritarias. Al
definir desde el centro cuáles son las prioridades y ver como amenaza
todo aquello que enfrenta a esa prioridad, se va instalando una lógica
de razón del Estado que requiere socavar las resistencias.
En el
caso de Bolivia y Ecuador esto condujo a cierta desmovilización de las
principales organizaciones sociales, así como a divisiones promovidas
desde el gobierno de los movimientos que generaron fragmentaciones de su
tejido social y que fueron debilitando la energía transformadora
democrática que los caracterizaba.
FG: Frente a este análisis, y
en particular en cuanto a la razón de Estado, las y los militantes e
intelectuales que participan en estos procesos desde los gobiernos y las
filas de los partidos oficialistas progresistas afirman que,
finalmente, la única manera de construir un auténtico camino
postneoliberal en América Latina era recuperar el Estado primero,
gracias a las movilizaciones sociales-plebeyas que desplazaron a las
viejas elites partidarias y, después de contundentes victorias
electorales anti-oligárquicas, desde el Estado (pero con lazos hacia los
de abajo), comenzar a distribuir y a reconstituir la posibilidad de una
alternativa al neoliberalismo “real”.
Miriam Lang: Antes de comenzar a abordar esto, quisiera retomar un poco lo que dice Edgardo, porque el término
fin de ciclo sugiere
un poco que se mira toda la región a partir de la experiencia argentina
y brasileña donde efectivamente volvió la derecha. Sin embargo, la
lectura más adecuada sería la de mirar cómo ha cambiado el proyecto de
transformación durante los progresismos y por qué ahora de todas maneras
estamos en otra coyuntura que hace 10 o 15 años, también en los países
donde todavía hay progresismos en el gobierno, como Bolivia o Ecuador.
Me refiero a lo que algunos llaman la transformación de los
transformadores, y también a la diversidad de tendencias políticas que
componen estos gobiernos, donde realmente las izquierdas transformadoras
ya no son necesariamente hegemónicas. Sino que estos procesos se han
convertido en proyectos de modernización exitosos de las relaciones
capitalistas y de la inserción al mercado mundial.
FG: Al fin y al cabo, ustedes tienen una clara postura crítica sobre la división internacional del trabajo, los commodities,
el uso del extractivismo, sobre el problema del Estado (a menudo
autoritario y clientelar hasta hoy), fenómenos que, por cierto, no
desaparecieron e incluso se consolidaron en varios planos con los
progresismos. Pero no mencionaron aquí las bolsas familia, la importante
reducción de la pobreza e incluso de la desigualdad, la incorporación
de clases sociales subalternas a la política, la reconstrucción de los
sistemas de servicios básicos, de salud pública, el espectacular
crecimiento de las infraestructuras, etc., durante la década de la edad de oro
de los progresismos. En resumen, si me hago portavoz de la lógica del
vice-presidente boliviano García Linera, ustedes serian estos
intelectuales críticos de cafetín 4/
que Linera denuncia por no tener una real empatía hacia los sectores
populares y sus condiciones de vida cotidianas. Es por lo menos un
clásico de la argumentación de los progresismos y del debate actual
frente a la izquierda crítica.
ML: O sea, eso depende
un poco del lente con el que cada uno mira la realidad. Hay que ver, por
ejemplo, en la constitución bolivariana y en la constitución
ecuatoriana el proyecto de transformación delineado ahí que iba mucho
más allá de la reducción de la pobreza. Todo el acumulado de las luchas
sociales anteriores iba mucho más allá de un poco de distribución de la
renta, Con eso yo no quiero desconocer que pueda haberse hecho más fácil
el día a día de muchas personas, al menos en los años de precios altos
de los hidrocarburos. Pero también hay una mirada que va más allá de las
estadísticas de pobreza. Podemos decir que según la línea de pobreza,
tantas personas han salido de allí y eso está perfecto; pero también
podemos mirar un poco más de cerca y decir: ¿de qué tipo de pobreza
estamos hablando? En América Latina prima aún la medición de pobreza por
ingresos y por consumo, eso es un dato que evalúa en qué medida un
hogar participa del modo de vida capitalista y, posiblemente, dice poco
sobre la calidad de vida que hay en este hogar. Invisibiliza las
dimensiones de las economías de subsistencia, las dimensiones de la
calidad de las relaciones humanas, etc. ¿En qué medida la gente pudo
expresar realmente sus necesidades acorde a su contexto? ¿En qué medida
esas políticas redistributivas han fortalecido o expandido
territorialmente las lógicas del mercado capitalista en países donde
buena parte de la población, por la enorme diversidad cultural que
existe, aún no vivía completamente bajo preceptos capitalistas?
Podríamos
decir que esta diversidad de modos de vida constituía un potencial
transformador importante para los horizontes de superación del
capitalismo. Incluso si miramos las condiciones ecológicas del planeta,
en lugar de ser etiquetadas como pobres y subdesarrolladas, muchas
comunidades campesinas, indígenas, negras o urbano-populares a lo mejor
hubieran podido ser vistas como ejemplo de cómo se puede consumir menos y
ser satisfecho mejor. En cambio, lo que pasó es justamente lo que yo
llamo el “dispositivo del subdesarrollo”
5/;
en el contexto de la “erradicación de la pobreza” se les dice: su modo
de vida que requiere de tan poco dinero es indigno, ustedes tienen que
asemejarse a la población urbana, capitalista, consumidora, tienen que
manejar dinero, y la forma de intercambio es el mercado capitalista, no
hay otras formas de intercambio válidas. La llamada
alfabetización financiera,
que formó parte de la política progresista contra la pobreza, ayudó al
capital financiero a establecer nuevos mercados de crédito para los más
pobres, a unas tasas de interés muchas veces altísimas. Y la famosa
inclusión al consumo suele darse en condiciones de tercera. Entonces, al
final, tenemos poblaciones endeudadas por consumo, a las que se les han
generado necesidades que quizás antes no tenían. O sea, depende un poco
de donde una mira estos temas. Es un problema de valores y de
perspectiva, de cómo queremos que vivan las generaciones futuras. No se
trata solamente de democratizar el consumo, sino que la apuesta era
construir un mundo que sea sostenible para al menos 5, 6, 7 generaciones
más adelante, y yo tengo serias dudas si esta forma de erradicación de
la pobreza ha contribuido a estos fines.
EL: En el caso
venezolano, la utilización de la renta petrolera en una forma diferente
de como se había utilizado históricamente tuvo enormes consecuencias
durante la primera década del gobierno de Chávez. El gasto social llegó a
representar algo así como el 70 por ciento del presupuesto nacional.
Este gasto público en salud, educación, alimentación, vivienda y
seguridad social significó efectivamente una transformación profunda en
las condiciones de vida de la mayoría de la población. Venezuela que,
como el resto de América Latina, ha sido históricamente un país de
profundas desigualdades, no sólo redujo muy significativamente los
niveles de pobreza (medidos por ingreso monetario), igualmente logró
reducir la desigualdad en forma notoria. La CEPAL señaló que Venezuela
llegó a ser, junto con Uruguay, uno de los dos países menos desiguales
del continente. Se trata de una transformación muy importante y que se
expresa en asuntos tan vitales como la reducción de la mortalidad
infantil y el aumento del peso y la talla de los niños. No son de modo
algunas cuestiones secundarias.
Por otra parte, esto estuvo
acompañado desde el punto de vista político con procesos de organización
popular de base extraordinariamente amplios en los que participaron
millones de personas. Algunas de las más importantes políticas sociales
fueron diseñadas de tal manera que para funcionar requerían la
organización de la gente. El mejor ejemplo de esto fue la
Misión Barrio Adentro,
servicio primario de salud de amplia cobertura en los sectores
populares de todo el país, llevado a cabo con participación prioritaria
de médicos cubanos. Un programa que representó la posibilidad de otras
formas de entender las políticas públicas en una forma no clientelar que
exigía la participación de la gente.
Se iniciaron, con la
Misión Barrio Adentro,
pasos importantes en la transformación del sistema de salud en el país.
Se pasa de un sistema médico que era fundamentalmente hospitalario a un
régimen descentralizado con servicios primarios ubicados en los propios
sectores populares. De una situación en que, por ejemplo, un niño
deshidratado en un barrio de Caracas en la mitad de la noche tenía que
ser trasladado, fuera del horario del transporte público, al hospital
más cercano, donde tenía la familia que confrontarse a las dramáticas
escenas de las salas de emergencia, se pasa a una situación en la cual
el módulo de atención primaria, donde vive el médico, está a poca
distancia de su casa y a la hora que sea se puede tocar la puerta y ser
atendido.
Barrio Adentro fue concebido como un proyecto que
para funcionar requería la participación de la comunidad. El médico por
sí mismo, especialmente si se trataba de un médico cubano que no
conocía ni el barrio ni la ciudad, sólo podía trabajar con apoyo de la
comunidad. Esto implicaba, entre otras cosas, un censo de la comunidad,
la identificación de las mujeres embarazadas, de los niños con problemas
de desnutrición, los ancianos, y en general la gente con requerimientos
especiales. Esto constituye una concepción de política social
completamente diferente a una dádiva que viene desde arriba porque hace a
la comunidad coparticipe de su funcionamiento. Había en esta dinámica
una potencialidad extraordinariamente rica.
FG: Entonces ¿esta potencialidad constituyente y disruptiva del proceso se fue agotando? ¿Es lo que estás diciendo?
EL:
Durante los años del proceso bolivariano no sólo no se alteró la
estructura productiva del país, sino que el país se hizo más altamente
dependiente de las exportaciones petroleras. Las políticas públicas
dirigidas hacia los sectores populares se han caracterizado en todo
momento por su carácter distributivo, con un muy limitado impulso de
procesos productivos alternativos al extractivismo petrolero. Esta
dependencia de los altos ingresos petroleros le impuso severos límites
al proceso bolivariano
6/.
El
carácter dinámico, incentivador de procesos organizativos populares de
las políticas públicas, se fue agotando por diferentes razones. En
primer lugar, porque no en todas las Misiones (nombre genérico de las
diferentes políticas sociales), se dio la riqueza que tuvieron en
algunas áreas como en los programas de alfabetización y
Barrio Adentro.
Pero también por el hecho de que los procesos organizativos de mayor
escala que se fueron organizando, hasta llegar a los Consejos Comunales y
las Comunas, fueron procesos en los cuales se produjo siempre una
fuerte tensión entre las tendencias de autogobierno, autonomía, de
auto-organización etc., y el hecho de que casi todos los proyectos que
se podían realizar desde estas organizaciones han dependido de
transferencia de recursos que vienen desde arriba, desde alguna
institución del Estado. Esto ha generado una recurrente tensión entre el
control político-financiero desde arriba y las posibilidades de
auto-organización más autónoma. Estas tensiones operaron de forma muy
diversa, dependiendo de las condiciones existentes en el lugar: de la
presencia o no de liderazgos locales previos; de la existencia o no de
experiencias político organizativas de la comunidad antes del proceso
bolivariano; así como de las concepciones políticas de los funcionarios y
militantes del PSUV (
Partido Socialista Unido de Venezuela)
responsables de las relaciones entre las instituciones del Estado y
estas organizaciones. El hecho es que ha habido una extraordinaria
dependencia de la transferencia de recursos desde el Estado. No hubo
posibilidad de autonomía de la mayoría de las organizaciones populares
de base porque éstas no tenían capacidad productiva propia. Cuando, con
la actual crisis económica que se inicia en el año 2014, se reducen las
trasferencias de recursos a estas organizaciones populares, éstas
tienden a debilitarse y muchas de ellas entran en crisis. Otro factor de
este debilitamiento ha sido la creación de los Comités Locales de
Abastecimiento y Producción (CLAP) como mecanismo para la distribución
de alimentos básicos altamente subsidiados a los sectores populares de
la población. En la práctica, estos se han convertido en modalidades
organizativas clientelares dedicadas exclusivamente a la distribución de
alimentos y carentes de autonomía que tienden a reemplazar a los
Consejos Comunales.
Las políticas de solidaridad y cooperación
latinoamericanas han sido igualmente altamente dependientes de los
ingresos petroleros. Para llevar a cabo políticas internacionales como
los programas de entrega subsidiada de petróleo a países
centroamericanos y del Caribe, apoyo financiero a Bolivia y Nicaragua, y
otras diversas iniciativas que tomó el gobierno venezolano en el
terreno latinoamericano, era necesario garantizar a corto y mediano
plazo un incremento de los ingresos petroleros. Cuando Chávez fallece en
el año 2013, el petróleo representa un 96 por ciento del valor total de
las exportaciones, haciendo que la dependencia del país en el petróleo
fuese más elevada que nunca antes.
En la historia petrolera
venezolana, la primera década del siglo fue el momento en el que se
dieron las mejores condiciones posibles para debatir, reflexionar y
comenzar a experimentar en otras prácticas y otros futuros posibles para
la sociedad venezolana más allá del petróleo. Un momento privilegiado
para abordar los retos de la transición hacia una sociedad
post-petrolera. Fue una coyuntura en la que Chávez contaba con un
extraordinario liderazgo y legitimidad. Tenía capacidad para darle un
sentido de rumbo a la sociedad venezolana y, con precios del petróleo
que llegaron hasta 140 dólares por barril, existían recursos para
responder a las necesidades de la población y dar, aunque fuesen
iniciales, los pasos de una transición más allá del petróleo. Ocurrió
todo lo contrario. Se repite en esos años la intoxicación en la
abundancia, el imaginario de la
Venezuela saudita que se había
dado en la época del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez en la década
de los setenta del siglo pasado. Nadie en Venezuela pensó que era
posible que por decreto se cerrasen todos los pozos de petróleo de un
día para otro. Pero las políticas gubernamentales lejos de tomar pasos,
aunque fuesen tímidos e iniciales, para superar la dependencia del
petróleo, lo que hicieron fue profundizar esa dependencia. En
condiciones de sobreabundancia de divisas y con el fin de intentar
frenar la fuga de capitales, se estableció una paridad cambiaria
controlada absolutamente insostenible. De esta manera, se acentuó la
llamada
enfermedad holandesa que contribuyó al desmantelamiento de la capacidad productiva del país.
Las
políticas "distribucionistas" y las iniciativas políticas del Estado
lograron mejorar las condiciones de vida de la población y fomentaron el
fortalecimiento de los tejidos sociales, con amplias experiencias de
participación popular. Sin embargo, esto no estuvo acompañado de un
proyecto de transformación de la estructura productiva del país. Esto
marcó los límites del proceso bolivariano como proyecto de
transformación de la sociedad venezolana. Esto quiere decir que los
procesos organizativos de base amplios que han involucrado a millones de
personas, estuvieron basados en la redistribución y no en la creación
de nuevos procesos productivos.
FG: Ahora, siguiendo de nuevo a García Linera (pues resume a veces más inteligentemente lo que otros opinólogos, seguidores y lo que llamo yo intelectuales de palacio
intentan decir y escribir en esta línea de argumentación): según el
sociólogo y estatista boliviano, esta tensión entre Estado y
autoorganización, entre gobierno y movimientos, entre reivindicación del
buen vivir y extractivismo a corto plazo son tensiones normales y creativas
de un proceso largo de transformación revolucionaria en América Latina.
Para él, los críticos de la izquierda radical hacia los procesos
progresistas no entienden que son tensiones necesarias y, supuestamente,
quieren proclamar el socialismo por decreto.
ML: Un
problema es que los gobiernos progresistas, en la medida en que sus
integrantes venían de procesos de movimientos sociales y de protesta con
una identidad política de izquierda, han asumido una suerte de
identidad de
vanguardia. Como si ellos ya supieran qué necesita
la gente. De esta manera, se han perdido los espacios de interlocución
real, donde la gente diversa puede proponer efectivamente. Y la
participación política se ha vuelto una especie de aclamación al
proyecto del ejecutivo. Ahí es donde se empobrece precisamente. Hay
muchos ejemplos en la historia europea que me hacen pensar en que se
trata de una dinámica inevitable, que solemos subestimar mucho. Las
izquierdas que llegan a manejar los aparatos del estado finalmente están
inmersas en poderosas dinámicas propias de estos aparatos y se
transforman como personas, a través de los espacios nuevos en los que se
mueven, porque las lógicas del cargo les brindan otras experiencias y
comienzan a moldear sus horizontes políticos y su cultura también. Se
transforma su subjetividad, incorporan el ejercicio del poder. Y
entonces, si no hay un correctivo por parte de una sociedad organizada
fuerte, que puede reclamarles, que puede corregir, protestar, y también
criticar, esto tiene que desviar obligatoriamente el proyecto.
Por
otro lado, no se trata tanto de criticar los tiempos en los que se
cambian las cosas –porque en eso estoy de acuerdo, en que las
transformaciones profundas necesitan mucho tiempo, necesitan de un
cambio cultural e incluso pueden ser generaciones. Se trata de mirar la
direccionalidad
que toma un proyecto político de transformación– o sea, si va en la
buena dirección o no, al ritmo que sea. Y allí creo que la cuestión de
profundizar el extractivismo y de rematar la naturaleza de un país
simplemente anula otras posibilidades de transformación a futuro. Si
estamos cerrando ciertas opciones de futuro que nos importaban por
cálculos más cortoplacistas, o también por
dificultades que se
presentan en el momento, pues no podemos decir que es una cuestión de
temporalidad; es una cuestión de direccionalidad. Tú puedes
mercantilizar o desmercantilizar, pero si dices primero voy a
mercantilizar todo para después desmercantilizar, no me parece que hay
mucha lógica; si dices: estoy desmercantilizando pero me va a tomar más
tiempo, sin embargo ahí pueden ver que estoy dando pasos en la dirección
indicada, estaría bien. Entonces, por ahí creo que hay una diferencia
fundamental en la lectura de los procesos.
EL: En los debates críticos sobre el extractivismo uno de los asuntos que yo creo medular es ¿qué entendemos por
extractivismo?
Si concebimos al extractivismo solo como un modelo económico, o como
dice Alvaro García Linera como “una relación técnica con la naturaleza”
compatible con cualquier modelo de sociedad, se podría concluir que es
necesario profundizar el extractivismo no solo para responder a las
demandas sociales, sino igualmente con el fin de acumular los recursos
necesarios para invertir en actividades productivas alternativas que
permitan superar el extractivismo. Pero si uno entiende el extractivismo
en unos términos más amplios, si entiende que el extractivismo es una
forma de relación de los seres humanos con la naturaleza; que forma
parte de un patrón de acumulación del capital global; que es una forma
específica de inserción en el sistema capitalista mundial y en la
división internacional del trabajo y de la naturaleza; si se entiende
que el extractivismo genera y reproduce unas determinadas
institucionalidades, unos modelos de Estado, unos patrones de
comportamiento de su burocracia; si se entiende que el extractivismo
genera sujetos sociales y subjetividades; que construye cultura,
necesariamente se llega a otras conclusiones.
Basta con ver los
cien años de extractivismo en Venezuela. Tenemos profundamente instalada
una cultura de país rico, país de abundancia. Como tenemos las reservas
petroleras más grandes del planeta nos merecemos que el Estado
satisfaga no sólo todas nuestras necesidades, sino igualmente, nuestras
aspiraciones de consumo. Nos imaginamos que es posible una sociedad con
derechos, pero sin responsabilidades. Nos merecemos que la gasolina sea
gratis. Estos patrones culturales, una vez firmemente arraigados en el
imaginario colectivo constituyen un severo obstáculo para la posibilidad
de una transformación no sólo para superar el capitalismo sino para
afrontar la crisis civilizatoria que hoy vive la humanidad. Sirven estos
imaginarios de abundancia material siempre creciente de sustento a
concepciones economicistas/consumistas de la vida que dejan afuera una
amplia gama de los asuntos fundamentales que tendríamos que confrontar
hoy. Ello bloquea la posibilidad del reconocimiento de que las
decisiones que se están tomando hoy tienen consecuencias a largo plazo
en un sentido absolutamente divergente de lo que proclama el discurso
oficial como horizonte de futuro para la sociedad venezolana.
Desde este imaginario del
Dorado,
de tierra de abundancia infinita, se asume como necesario, por ejemplo,
la explotación minera en gran escala en el denominado Arco Minero del
Orinoco. Mediante un decreto presidencial, Nicolás Maduro a comienzos
del año 2016, decidió abrir 112 mil kilómetros cuadrados, un territorio
del tamaño de Cuba, el 12 por ciento del territorio nacional, a las
grandes empresas mineras transnacionales. Se trata de una zona que forma
parte de la selva amazónica (con la importancia que ésta tiene en la
regulación de los sistemas climáticos globales); una zona donde habitan
diversos pueblos indígenas diferentes cuyo territorios debían haber sido
demarcados de acuerdo a la Constitución del año 1999 y cuya cultura,
incluso su vida, está hoy severamente amenazadas; un territorio donde
están buena parte de las cuencas de los principales ríos del país; las
principales fuentes de agua; un territorio de una extraordinaria
diversidad biológica; un territorio donde están las represas
hidroeléctricas que producen el 70 por ciento de la electricidad que se
consume en el país. Todo esto está amenazado en una apertura que se ha
iniciado con la convocatoria a 150 empresas transnacionales. Está
concebido como una
zona económica especial donde aspectos
fundamentales de la Constitución y las leyes de la República, como los
derechos de los pueblos indígenas y las legislaciones ambientales y
laborales no tienen que cumplirse. Esto con el fin de crear las
condiciones más favorables posibles para atraer la inversión extranjera.
Se están así tomando decisiones que están diseñando un proyecto de país
que posiblemente tenga consecuencias durante los próximos 100 años.
FG:
Otro tema esencial, según mi entender, para la discusión es la
problemática geopolítica, y en este caso los avances en el plano de la
integración regional conectado a la evaluación de las nuevas estrategias
del imperialismo y su injerencia en el continente. Muy a menudo se critica a los críticos de izquierda (sean marxistas, eco-sociales, feministas, etc.) diciendo ustedes menosprecian y no miden correctamente el impacto de la injerencia o desestabilización de los Estados Unidos,
centrándose esencialmente en una crítica interna de los procesos y de
los gobiernos. Es lo que afirma el sociólogo argentino Atilio Borón
entre otros: varios de sus textos insisten en el hecho que hay que
entender que por moderados que sean los gobiernos progresistas, abrieron
una nueva ola de integración sin los EE UU y que eso
representaría un paso gigantesco en la historia regional en perspectiva
bolivariana. Entonces, ¿qué pensar del estado de la integración
latinoamericana, cuál son los avances y limites hoy en día en este
plano?
M.L: Hace diez años, realmente hubo impulsos y
propuestas interesantes y esperanzadoras a nivel mundial desde América
Latina, en el sentido de que se planteó la integración regional en otra
dirección que la de la Unión Europea con su constitución neoliberal,
sobre todo en términos de lo que fue el Banco del Sur que iba a impulsar
proyectos de soberanía y sustentabilidad y no de desarrollo en términos
clásicos, o con el proyecto del SUCRE. Lamentablemente no han
prosperado estas iniciativas a lo largo de los 10 años, sobre todo por
la resistencia de Brasil, que obviamente tiene un rol importante en la
región y que se orientó más hacia sus socios BRICS y priorizó sus
intereses de potencia mundial.
E.L: Al final, Brasil estaba de acuerdo con el Banco del Sur con tal de que fuese un banco de desarrollo más…
FG:
Si vemos ahora el caso de la honda crisis venezolana, tema y drama que
ha polarizado mucho los intelectuales (como también la sociedad
venezolana obviamente), hemos presenciado la traducción de esta
polarización en torno a dos llamados internacionales. Primero el llamado
que se realizó (con participación activa de Edgardo) desde Venezuela,
"Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en
Venezuela. Mirar a Venezuela, más allá de la polarización" 7/ que ustedes firmaron y, segundo, la respuesta titulada “
¿Quién acusará a los acusadores?”, que dan los miembros dela “Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad” REDH 8/,
que es una respuesta bastante hostil. Uno de los argumentos centrales
de los miembros de la REDH es afirmar que la crisis de Venezuela es,
según ellos, ante todo producto de una agresión imperialista y de una
insurrección de la derecha neoliberal así como también de una “guerra
económica”. Insisten que estamos en un contexto regional de retorno de
las derechas, después del golpe en Brasil, y que eso obliga la izquierda
a cerrar filas detrás de los gobiernos que enfrentan esta agresión,
dejando de lado “contradicciones secundarias”. Al contrario, el llamado
que firmaron ustedes dos dice: “no creemos, como afirman ciertos
sectores de la izquierda latinoamericana, que hoy se trate de salir a
defender a un gobierno popular anti-imperialista. Este apoyo
incondicional de ciertos activistas e intelectuales no sólo revela una
ceguera ideológica sino que es perjudicial, pues contribuye
lamentablemente a la consolidación de un régimen autoritario”. A esta
altura, como leen ese debate que significó varios otros textos e
intercambios a veces claramente ofensivo de ambas partes.
ML:
Hace poco una colega me decía que las miradas geopolíticas
invisibilizan a los intereses y las voces de los pueblos. Y yo no sé si
eso es una contradicción secundaria. A mí me parece muy deplorable la
forma en la que se ha dado esta confrontación, porque más bien cerró
espacios de reflexión en lugar de abrirlos. Creo que lo que necesitamos
en este momento es justamente una reflexión más profunda, son espacios
de debate y no de cerrazón, para poder encontrar alguna solución a la
crisis venezolana. Y tengo la sensación de que mientras más lejos la
gente está del proceso venezolano, más necesidad tiene de afirmar una
suerte de identidad solidaria, que es más bien una suerte de reflejo
anti imperialista bastante abstracto, desvinculado de lo que sucede en
el día a día en Venezuela. Yo creo que las solidaridades que necesitamos
construir son diferentes. No deberían girar alrededor de nosotros
mismos, de nuestras necesidades de afirmar una identidad política tal
como una profesión de fe, sino ser más un buscar caminos conjuntamente,
entre pueblos concretos. La solidaridad debería ser con la gente
realmente existente, que muchas veces no tiene los mismos intereses que
un gobierno.
Y esto me lleva a una autocrítica: Recientemente
regresé a Venezuela y tuve la oportunidad de conversar con algunos
sectores del chavismo crítico, y sólo en este momento fue que entendí
como este campo se ha transformado en los últimos años. Y lo complicado
que es solidarizarse, incluso de manera crítica y diferenciada, en el
escenario hiperpolarizado que existe hoy. La carta que yo firmé a lo
mejor debió pensarse más, discutirse más antes de circularla, y yo misma
debí tomarme más tiempo para dialogar con los diferentes sectores del
chavismo crítico antes de firmar; justamente para ser coherente con mi
propio planteamiento. Aunque sigo pensando que es necesario defender la
institucionalidad democrática y ciertos valores liberales, como lo hace
la carta, o sea, que hay que ampliarlos y profundizarlos pero al mismo
tiempo defenderlos, como resultados de luchas pasadas. Y sobre todo,
pienso que una agresión exterior no puede justificar nunca los errores
que se hacen al interior.
Esta polarización que se ha producido en
Venezuela y en otros países también, que no permite tonos grises más
allá del blanco y negro, es muy negativa y muy nociva a la
transformación. Hace muy difícil solidarizarse sin causar daño por un
lado o por el otro. Como feminista, también siento que la forma en la
que se da todo este debate es extremadamente patriarcal, plagada de
binarismos simplificadores, de lógicas bélicas y de egos que se
autoalimentan, mientras lo que deberíamos hacer es construir lazos y
otras formas de hacer política, es decir acompañarnos en caminos de
búsqueda de alternativas.
FG: Efectivamente parece que se ha perdido cierta dialéctica del pensamiento crítico en ese debate 9/.
En cuanto a la polarización en Venezuela, los defensores
incondicionales de Maduro subrayan que la polarización es sobre todo
entre la derecha aliada del imperialismo versus el “pueblo” y el
gobierno bolivariano. Tal análisis se basa, obviamente, en elementos
concretos de las coordenadas del conflicto actual, pero no deja espacio
para entender las tensiones, diferenciaciones y contradicciones internas
al chavismo y también dentro del campo popular.
ML:
Hay una especie de construcción artificial de una unidad entre gobierno y
pueblo, como también sucedió mucho en relación a Cuba, por ejemplo. O
sea el pueblo cubano es uno solo y el que habla por el pueblo cubano es
necesariamente su gobierno. Como si no hubiese relaciones de dominación y
conflictos de intereses en la sociedad cubana. Entre hombres y mujeres,
pero también entre Estado y sociedad, o entre negros, mestizos y
blancos, o entre campo y ciudad. Desde esta perspectiva que unifica
gobierno y pueblo en un solo bloque simbólico no puede nacer nada
emancipatorio, realmente. Finalmente, a lo que apostamos es reducir o
superar esas relaciones de dominación, si entiendo bien la tarea. En
esta construcción dicotómica, de polarización, se reactualizan lógicas
de guerra, que son un legado cultural que las izquierdas acarrean desde
la guerra fría, y que ya en aquel momento histórico nos permitieron
evitar muchos aprendizajes necesarios. Legado que tal vez fue superado
parcialmente por la revuelta del ’68 con sus impactos culturales sobre
las sociedades, pero está sufriendo una reactualización ahora que yo
siento bastante dolorosa.
FG: Edgardo sobre las lógicas bélicas y la situación en Venezuela. ¿Cómo intentar enfrentar abajo y a la izquierda
la crisis venezolana? Personalmente, no firmé ninguno de los dos
llamados internacionales, porque realmente sentí que ninguno respondía a la vez
a la urgencia de la situación, a la necesaria denuncia de la agresión
imperialista, de la derecha y sus sectores abiertamente golpistas, y, al
mismo tiempo, en la otra mano, que fuera capaz de emitir un análisis
crítico abierto y claro sobre las derivas autoritarias del madurismo;
pero no sólo desde la defensa formal de la Constitución de 1999, pero
también desde el necesario rescate de las formas de poder popular, de
las experiencias de autoorganización, del proyecto comunal que
sobreviven, a pesar de todo, en los intersticios del proceso…
EL:
Obviamente, ha habido una ofensiva sostenida por parte del Imperio, por
parte de Estados Unidos. Desde el inicio del gobierno de Chávez
existieron tentativas por parte del gobierno de Estados Unidos para
socavar este proceso, tanto por razones geopolíticas como económicas.
Sabemos que tanto las reservas petroleras de Venezuela, como el oro, el
coltán, el uranio y demás abundantes reservas de minerales existentes en
el sur del país son esenciales para Estados Unidos, ya sea para sí
mismo o para limitar el acceso a éstas por parte de sus rivales
globales. Desde 1999, Venezuela representó un punto de entrada para los
cambios en el continente, y por eso también EE UU apoyó el golpe militar
de 2002 y el paro petrolero lock-out empresarial de 2002-2003 que
paralizó el país durante dos meses, con la intención expresa de derrocar
al gobierno del presidente Chávez. Sabemos que grupos y partidos de la
extrema derecha venezolana han contado con el asesoramiento y
financiamiento permanente por parte del Departamento de Estado. El
bloqueo financiero y las explícitas amenazas de intervención armada
formuladas por Trump no pueden de modo alguno ser tomadas a la ligera.
Ha habido igualmente injerencias importantes del uribismo y el
paramilitarismo colombiano. Este tipo de agresiones hacen parte del
panorama de la crisis actual en Venezuela, y nadie desde la izquierda
puede eludirlo o ponerlo en un segundo plano.
Ahora el problema
del proceso bolivariano es: ¿Qué es lo que queremos defender? y ¿Cómo
hay que defenderlo? ¿Tenemos que defender cualquier gobierno por tener
un discurso enfrentado con EE UU? O ¿tenemos que defender un proceso
colectivo de carácter democrático, anticapitalista y antiimperialista,
que apunte a un horizonte que responda a la profunda crisis
civilizatoria que atravesamos? ¿Tenemos que defender al gobierno cada
vez más autoritario de Maduro, o tenemos que defender el potencial
transformador que surgió en el año 1999? Hoy para la preservación del
poder para el gobierno de Maduro juegan un papel mucho más importante el
clientelismo y las amenazas de cortar el acceso a los bienes básicos
subsidiados (en condiciones en que para una elevada proporción de la
población esta es la única forma de tener acceso a la comida), que la
apelación a la participación popular. Y ahí, en el fondo, un tema del
debate es ¿Qué entendemos hoy por
izquierda? ¿Podemos pensar la
izquierda sin el cuestionamiento de lo que ha sido el socialismo del
siglo pasado? Cuando fuerzas que pretendieron superar la
democracia burguesa
terminaron siendo regímenes autoritarios, verticales, de carácter
totalitario… Hoy, en Venezuela, tenemos que preguntarnos si estamos
caminando en la dirección de la profundización de la democracia o si se
están cerrando las puertas a la participación directa de la gente en la
orientación del destino del país.
En Venezuela, en el año 1999 se
realizó una Asamblea Constituyente (AC) con altísimos grados de
participación, se organizó un referéndum para decidir si se iba a
realizar una AC, se eligieron los constituyentes con elevada
participación, se aprobaron los resultados con una mayoría del 62% de
los votos, se gastaron enormes recursos para modernizar el régimen
electoral, estableciendo un sistema totalmente digitalizado,
transparente y con múltiples mecanismos de control, y auditoría. Un
sistema electoral confiable, prácticamente a prueba de fraude como ha
sido reconocido por numerosos organismos internacionales y expertos
electorales en todo el mundo. Pero, en diciembre del 2015, la oposición
gana las elecciones parlamentarias con una amplia mayoría, y el gobierno
se encuentra ante la disyuntiva de respetar dichos resultados
electorales y permanecer fiel a la constitución del año 1999, o por el
contario, hacer todo lo posible por permanecer en el poder, aunque ello
implicase desconocer la voluntad de la mayoría de la población o
sacrificar el sistema electoral que había conquistado tan altos niveles
de legitimidad. Opta claramente por permanecer en el poder a como dé
lugar.
Paso a paso se van tomando decisiones que van definiendo
una deriva autoritaria. Se impide la realización del referéndum
presidencial revocatorio en el año 2016, se postergan
inconstitucionalmente las elecciones de gobernadores de diciembre del
mismo año, se desconocen las atribuciones de la Asamblea Nacional y
éstas son usurpadas entre el Tribunal Supremo de Justicia y el Poder
Ejecutivo. A partir de febrero 2016 el Presidente comienza a gobernar
por la vía de un estado de excepción (“emergencia económica”), violando
expresamente las condiciones y límites temporales establecidos en la
Constitución del año 1999. Asumiendo atribuciones que de acuerdo a la
Constitución corresponden al pueblo soberano, Maduro convoca a una
Asamblea Nacional Constituyente y se definen mecanismos electorales
destinados a garantizar el control total de esa asamblea. Se elige una
Asamblea Nacional Constituyente monocolor, sus 545 integrantes están
identificados con el gobierno. Esta asamblea, una vez instalada, se
autoproclama como supraconstitucional y plenipotenciaria. La mayoría de
sus decisiones son adoptadas por aclamación o por unanimidad sin debate
alguno. En lugar de abordar la tarea para la cual supuestamente fue
elegida, la redacción de un nuevo proyecto de Constitución, comienza a
tomar decisiones referidas a todos los ámbitos de los poderes públicos,
destituye funcionarios, convoca elecciones en condiciones destinadas a
impedir o hacer muy difícil la participación de quienes no apoyan al
gobierno, aprueban lo que denomina
leyes constitucionales con lo
cual de hecho se produce la abolición de la Constitución del año 1999.
Aprueban leyes de carácter retroactivo, como la decisión de ilegalizar a
los partidos que no participaron en las elecciones de alcaldes de
diciembre del 2017. Se impide la participación de candidatos de
izquierda diferentes a los decididos por la cúpula del PSUV. Mientras
tanto, el Consejo Nacional Electoral realiza un fraude para bloquear la
elección de Andrés Velázquez como gobernador del Estado Bolívar…
Lo
que está en juego aquí no es la defensa formal de la Constitución del
año 1999, sino de la defensa de la democracia, no una democracia formal
burguesa, sino la apertura hacia la profundización de la democracia que
representó la Constitución del año 1999. Sin que se haya producido un
hito único que defina una ruptura del orden constitucional democrático
creado en el año 1999, como un salami, ese orden democrático
constitucional viene siendo rebanado paso a paso, sucesivamente, hasta
encontrarnos en la situación actual en que ya éste no es reconocible.
FG:
Entonces, después de este panorama muy complejo donde los progresismos
conocen reveses bruscos o graduales, donde las izquierdas críticas o
radicales no logran surgir como fuerza popular masiva, donde las fuerzas
electorales de recambio realmente existentes son, de momento, derechas
neoliberales agresivas, hasta insurreccionales en algunos casos como
Venezuela, ¿cómo pensar alternativas concretas en este fin de hegemonía
de los progresismos y repunte de una neoliberalismo tardío? Desde la
perspectiva del buen vivir y del ecosocialismo, desde la crítica a
los límites y contradicciones de los gobiernos progresistas, desde el
feminismo popular o decolonial, ¿cómo pensar utopías con perspectivas
concretas para Nuestramérica?
EL: En Venezuela, la
única fuente de optimismo para mí en este momento es el hecho de que ha
sido tan profunda la crisis y ha golpeado de tal manera la conciencia
colectiva que es posible que el encanto del petróleo, del rentismo y del
Estado Mágico benefactor proveedor comience, lentamente, a
disiparse. Todo el debate político izquierda-derecha en las últimas
décadas ha operado al interior de los parámetros del imaginario
petrolero, al interior de esta noción de Venezuela país rico, dueño de
las mayores reservas petroleras del planeta. La política ha girado en
torno a las demandas que diferentes sectores de la sociedad le hacen al
Estado para acceder a estos recursos. Yo empiezo a ver señales, todavía
lamentablemente débiles, de un reconocimiento de que no es posible
seguir en ese rumbo. Comienza a asumirse que un ciclo histórico llega a
su fin. La gente empieza a rascarse la cabeza, ¿y ahora qué? Yo tengo
relaciones desde hace años con lo que es el proceso de organización
popular más continuo y más vigoroso en Venezuela, CECOSESOLA
10/.
Es esta una red de cooperativas que operan en varios estados del centro
y occidente del país que relaciona una amplia red de productores
agrícolas y artesanales con consumidores urbanos, además de un estupendo
centro de salud cooperativo y una cooperativa funeraria. Me ha
impactado la presencia de temas como el rescate y el intercambio de
semillas en las conversaciones cotidianas. El reconocimiento de un antes
y un después del inicio de la actual crisis. Hace poco, cuando en
alguna comunidad agrícola alguien bajaba de una población cercana se le
decía
acuérdate de traerme una lata de semilla de tomate. Eso era
lo cotidiano. Esas eran semillas de tomates importadas, seleccionadas e
hibridas que no se reproducían, no necesariamente transgénicas, pero si
estériles después de la primera siembra. Con la crisis económica, ese
acceso a las semillas se corta abruptamente. Se retoman prácticas
campesinas ancestrales. Comienzan reuniones entre campesinos en las que
se plantea ¿quién tiene semillas de qué? Semillas autóctonas que estaban
solo preservadas en pequeña escala empiezan a intercambiarse, semillas
de papas, semillas de tomates, etc. Se abren así nuevas posibilidades.
Vamos a despertarnos de este sueño (que resultó ser una pesadilla) y
pensar en la posibilidad de que estamos en otra parte, en otro país, en
otras condiciones y la vida sigue pero ahora va por nuevo camino.
FG:
Miriam, lo que dice Edgardo es interesante pero describe, por el
momento, embriones muy pequeños de poder popular, que pueden parecer
poco operativos frente a los inmensos desafíos regionales, la
mundialización financiera, el caos mundial….
ML: Claro,
o sea, depende un poco desde donde ves la cosa, yo creo que aquí por
ejemplo en Europa, lo que toca hacer es empezar a tomar conciencia de
los efectos que causa en otras partes del mundo el modo de vida de
consumo intensivo que todos asumen con una naturalidad casi absoluta. Me
parece que las dimensiones de la destrucción que esto ocasiona, no
solamente en términos ambientales sino también de tejido social, de
subjetividades, son mucho más importantes de lo que se presume en
Europa, donde todo esto permanece prácticamente invisible, camuflado por
entornos de consumo agradables y
anestesiantes.
EL: O la creencia de que el nivel de vida del Norte no depende del extractivismo en el Sur.
ML: Algunos denominamos esto el
modo de vida imperial,
que asume automáticamente que los recursos naturales y el trabajo
barato o esclavizado de todo el mundo son para el 20 por ciento más
acomodado de la población mundial que vive en los centros capitalistas o
las clases medias y altas de las sociedades periféricas. Y si es
barato, qué bueno. Da la sensación de que el planeta va a colapsar
ecológica y socialmente por la enorme cantidad de gadgets que se
producen, que nadie necesita realmente excepto “los mercados”, por todo
lo que el capitalismo sugiere como necesidades artificialmente
construidas. Entonces, aquí en los centros capitalistas hay una tarea
muy importante de reducir la cantidad de materia y de energía que se
gasta. Por ejemplo, los movimientos alrededor del decrecimiento tienen
una buena perspectiva en términos de transformación cultural, donde por
los malestares con el neoliberalismo que tú mismo mencionaste antes, la
gente redescubre otras dimensiones no materiales de la calidad de vida, y
también la riqueza de autoproducir ropa, o miel, u otras cosas.
FG:
Sí, aquí también en Francia, hay actualmente un montón de redes
alternativas campesinas, experiencias colectivas autogestionadas, zonas que defender (ZAD), monedas alternativas, etc. pero son todavía muy pequeñas.
ML:
Claro, son redes pequeñas por ahora, sin embargo lo importante es
contagiar a más gente con estos imaginarios de bienestar diferentes,
para que el cambio se haga no por la fuerza, o no por la crisis, sino
por el propio deseo. Que la gente pueda sentir, experimentar en carne
propia que hay otras dimensiones de buena vida que fácilmente pueden
compensar el tener menos materialmente, y que un decrecimiento no tiene
por qué vivirse como pérdida.
EL: No como un sacrificio de dejar de tener cosas…
FG: De hecho, aquí, se habla cada vez más de la necesaria conquista de una sobriedad feliz y austeridad voluntaria frente al despilfarro consumista, es un concepto interesante, potente, que se puede conectar al buen vivir y al ecosocialismo.
ML:
Yo siento cada vez que voy a Europa que hay muchísimo malestar con este
modo de vida superacelerado que prima aquí, tengo muchos amigos que se
enferman, si no físicamente se enferman psicológicamente, el stress, la
depresión, los
burnouts, los ataques de pánico. Las dimensiones
que esto adquiere se ocultan bastante sistemáticamente en los discursos
dominantes que siguen asociando bienestar a crecimiento económico, y
mucho más aún en lo que se percibe desde el Sur global. Visto desde
América Latina, aquí en los países
centrales, todo es necesariamente una
maravilla.
Entonces, visibilizar estos malestares y visibilizar las otras formas
de vida que ya resultan de ellos, sería un paso importante. Porque en el
Sur, curiosamente todo el mundo cree que es mejor vivir en la ciudad,
mientras que en Alemania o en España al contrario se multiplican las
comunidades ecológicas que van al campo. O sea, sería un paso para
contribuir a quebrar esa hegemonía del desarrollo imitativo, que obliga
al Sur a repetir todos los errores que ya se han hecho en las sociedades
del Norte, como el atascar las ciudades con autos, por ejemplo. Pero
algunas de ellas aquí en el Norte se están superando también desde las
nuevas generaciones, como en la división del trabajo entre hombres y
mujeres. Ahora, en las generaciones de la mía para abajo, el compartir
las tareas del cuidado no solamente en la pareja sino más allá de la
pareja, tal vez en el edificio, en la comunidad que se pueda generar en
un espacio reducido de convivencia, ya se ha vuelto más normal.
Eso
también es otro elemento importante, el construir comunidad contra la
individualización forzada, tanto en el campo como en la ciudad. No me
refiero a la comunidad entendida como el pequeño pueblo campesino,
ancestral, fijado en el tiempo, sino a comunidades políticas en
movimiento, que incorporan sus tareas de cuidado como unas tareas
colectivas y entonces reorganizan la vida alrededor de lo que reproduce
la vida, y no alrededor de lo que demandan el mercado o el capital. Y
creo que habría que visibilizar todos los esfuerzos que ya se están
haciendo en este sentido, donde la gente vive relativamente bien, tanto
en el Norte como en el Sur. En el Sur en parte serán comunidades
ancestrales, pero también hay otras de nueva creación, mientras en el
Norte suelen ser recientemente constituidas. Se trata de cambiar un
pensamiento único y mirar las cosas que existen, no hay que inventar
todo de cero.
Por ejemplo, existe una visión de que los barrios
periféricos urbanos son un infierno, en el Sur global sobre todo. Pero
si vas a mirar desde más cerca, hay muchas lógicas ahí que son
absolutamente anticapitalistas, la de no trabajar, la de dar prioridad a
la fiesta, la de intercambios no mediados por la lógica del dinero...
Tal vez no es
el modelo, de todas maneras no hay ningún modelo y
no debería haber, eso es muy importante recalcar. No vamos a tener,
después del socialismo del siglo XX, una nueva
receta única en la
que vamos a inscribirnos todos y seguirla, sino más bien se trata de
permitir esa diversidad de las alternativas, para que desde cada cultura
y contexto puedan construirse, desde la gente que está involucrada en
ellas. Los buenos vivires en plural.
También tenemos que generar
una cultura de alternativas que nos permite errar, equivocarnos,
aprender de los errores. Estos espacios de experimentación social donde
decimos
bueno vamos a intentar eso, no funciona, vamos a intentar otra cosa,
pero en cohesión y sin competir, según el principio de cooperación y no
de competencia. Un libro que se llama “The future of development”
11/
afirma que el porcentaje de la población mundial realmente inserta en
los circuitos del mercado globalizado neoliberal es apenas la mitad, y
que el resto todavía está en lo que llamaríamos
los márgenes. Eso
da esperanzas, también quiere decir que la mitad de la población
mundial está en otra cosa, más allá del modelo dominante, entonces
deberíamos empezar a mirar por ahí.
FG: Muy bien, muchas gracias.
Transcripción
realizada por Alejandra Guacarán (Master LLCER – Universidad
Grenoble-Alpes), revisión, corrección y actualización por FG, EL y ML.
1/ Se
puede consultar parte de las comunicaciones y ver los videos de las
conferencias magistrales de Pierre Salama, Miriam Lang y Edgardo Lander
aquí:
https://progresismos.sciencesconf.org.
2/ www.rosalux.org.ec.
3/ https://www.tni.org.
4/ Ver:
Álvaro García Linera, “Conferencia Magistral en el Teatro Nacional de
la Casa de la Cultura Ecuatoriana” Quito, Ecuador, 2015:
https://www.youtube.com/watch?v=DeZ7xtBJT8U.
5/ Ver: Miriam Lang y Dunia Mokrani (comp.),
Más allá del desarrollo, Fundación Rosa Luxemburg/Abya Yala, Quito, 2012,
www.rosalux.org.mx/docs/Mas_alla_del_desarrollo.pdf.
6/ Edgardo Lander,
La implosión de la Venezuela rentista, TNI, 2016,
https://www.tni.org/es/publicacion/la-implosion-de-la-venezuela-rentista.
7/ http://llamadointernacionalvenezuela.blogspot.fr/2017/05/llamado-internacional-urgente-detener_30.html
8/ www.resumenlatinoamericano.org/2017/06/01/la-red-de-intelectuales-redh-responde-a-una-declaracion-en-la-que-se-ataca-al-proceso-bolivariano-de-venezuela/.
9/ Para un primer balance sobre la crisis Venezolana, desde opiniones plurales, ver:
Daniel Chávez, Hernán Ouviña y Mabel Thwaites Rey (comp.), Venezuela:
Lecturas urgentes desde el Sur, CLACSO, 2017, www.biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/.../Venezuela_Lecturas_Sur.pdf.
10/ http://cecosesola.net.
11/ Gustavo Esteva, Salvatore Babones, and Philipp Babcicky
, The Future of Development: A Radical Manifesto, Policy Press, Bristol, 2013.
Fuente original: http://vientosur.info/spip.php?article13417
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.