Andrés Manuel López Obrador es el candidato a vencer.
Por más que se repita como mantra que ha alcanzado su techo y que
difícilmente crecerá, es incontrovertible su posición en las
preferencias electorales. El escenario más probable de este proceso es
que gane la elección presidencial. Es, sin duda, la hipótesis de trabajo
para cualquier tipo de análisis y estrategia. Su conocimiento es alto,
sus negativos se han estabilizado, tiene una estructura partidaria bajo
su control, financiamiento público, una buena presencia en redes
sociales y un número importante de promocionales gratuitos en radio y
televisión. Si no comete errores, integra un equipo creíble y
técnicamente solvente, suma nuevos respaldos y endorsos, sobre todo de
perfiles que puedan movilizar al voto indeciso, Andrés Manuel podrá ver
materializado el afán que ha movido su vida política.
El
candidato de Morena está más cerca que cualquiera de sus contrincantes
de los 17 millones de votos que van a decidir esta elección. En la
elección de 2012 aumentó su votación en 24 entidades federativas, con
respecto a 2006. Es el retador natural en seis de las nueve entidades
con elección de gobernador y jefe de Gobierno. Su intención de voto ha
aumentado en varios estados del norte del país, que en las dos
elecciones previas se le habían resistido. Ya no es aquel candidato con
presencia focalizada en el centro y el sureste, y visto con antipatía
por las clases medias. Se ha apropiado rápidamente de la narrativa del
cambio. En un contexto antisistema, ha situado en sí mismo la cuestión a
resolver en la elección: la continuidad o yo. Sus adversarios se la han puesto fácil. Andrés Manuel no está bajo un escrutinio estricto sobre sus posiciones. La imposible defensa del estatus quo y los márgenes de indefinición que acompañan a las coaliciones electorales, que mal agregan a expresiones ideológicas de distinto signo, es una ventaja que lo libera de asumir apuestas programáticas. Su oferta es simplista: represento al pueblo auténtico y, cuando yo gane, todo lo bueno vendrá y todo lo malo desaparecerá. Es un candidato que se presume de izquierda, al que se le perdona no definirse en las libertades sociales, porque ninguno de sus contrincantes se ha colocado en esa agenda. No tiene costos por cuestionar la reforma energética o por proponer que revertirá la educativa, por la sencilla razón de que el valor e importancia de esos cambios institucionales no son parte de nuestra conversación pública. Andrés Manuel puede hablar para audiencias específicas, porque no tiene exigencia externa de congruencia e idoneidad. Nadie le opone un nuevo proyecto o visión de país que lo obligue a desbrozar el suyo. Es un candidato al que nadie ha logrado subir al ring del contraste.
Es un error pensar que, para vencer a Andrés Manuel, se podrá reeditar el relato del peligro para México. El ánimo social simplemente no sintoniza con la idea de que el rumbo actual es un bien mayor que cualquier alternativa. No hay sentido compartido de riesgo en esta elección. Es un desatino asumir que, en la lógica de un plebiscito sobre su persona, una mayoría social plural se formará naturalmente en torno a aquel que le pueda ganar. El miedo puede, efectivamente, ser un catalizador determinante del voto estratégico o útil, cuando es mayor que el enojo o la intención de cambio. En la deslegitimación progresiva del sistema político mexicano y de la autoridad democráticamente electa, no hay razones fuertes para preferir el mal conocido. En el agotamiento de un régimen que frustró las expectativas sociales, en el vacío de un consenso básico que defender, en una campaña sin alternativa, no hay mucho espacio para asustar al elector con el cuento del lobo.
Al candidato y probable presidente del país se le debe poner una agenda en la mesa. Una serie de compromisos sobre gobernabilidad democrática, procuración autónoma de justicia, estabilidad económica, respeto a las instituciones y garantía plena a las libertades económicas y políticas de los mexicanos. Una hoja de ruta de reformas para recuperar la legitimidad y la eficacia del Estado. Un nuevo acuerdo sobre la forma de gobierno y de la relación entre poderes en pluralidad. La revisión integral del arreglo federal, empezando por las responsabilidades en materia fiscal y en la provisión de bienes y servicios públicos. El redimensionamiento del Estado, para servir mejor a la causa de la igualdad.
México no se merece estar cada seis años al borde del abismo. Tampoco puede reinventarse sexenalmente. Eso lo debe entender Andrés Manuel. Si gana, esa agenda le será exigible. Si pierde, quedará ahí para ponernos todos, incluido él, a trabajar.
Senador de la República.
Twitter: @rgilzuarth
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