El
sociólogo y politólogo argentino Atilio Boron es uno de los más
destacados pensadores y analistas de la región, frecuentemente
consultado por políticos, académicos y militantes de la izquierda de
toda América Latina y el Caribe.
Autor de más de una decena de libros, entre los que destacan
Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo (2000),
Aristóteles en Macondo. Notas sobre el fetichismo democrático en América Latina (2009) y
América Latina en la geopolítica del imperialismo (2012),
en el año 2004 resultó acreedor del Premio de Ensayo Casa de las
Américas ( Cuba), y cinco años más tarde con el Premio Internacional
José Martí, por la Unesco.
Para hablar de la coyuntura política hemisférica,
La Correo le contactó en Buenos Aires, dando paso a una exclusiva, larga, distendida y profunda conversación.
América
Latina se encuentra en un punto de transición que –algunos sugieren– no
está del todo claro. Para usted, ¿la derecha llegó para consolidarse, o
sus evidentes descalabros sociales y retrocesos institucionales auguran
un rápido retorno a los postulados de la izquierda?
Ante
todo, creo que hay que pensar esto en un sentido histórico, como tantas
veces recomendaba Fidel. Él decía que “para hacer la Revolución es
preciso tener conciencia del momento histórico” y el momento histórico
actual está caracterizado por una situación ambigua, con una América
Latina en disputa, en donde el ciclo progresista y de izquierda que se
inaugurara con el triunfo electoral de Hugo Chávez en el año 1998,
evidentemente ha ido perdiendo fuerza en los últimos años debido a una
serie de circunstancias. En primer lugar –y quizás lo más
significativo–, es que los gobiernos representativos de esa tendencia,
como el de Cristina Fernández en Argentina, no lograron consolidar su
sucesión. Cristina fue derrotada en las urnas por un muy escaso margen
(pero derrotada al fin) por una coalición de derecha.
Pero
cuando uno mira el panorama y amplía el foco desde una perspectiva más
vasta, se da cuenta que es muy difícil pronosticar el inicio de un ciclo
de predominio de la derecha, que es lo que más o menos ocurrió con la
izquierda. Sobre todo porque los nuevos gobiernos que se han instalado
desde la derecha, como en el caso de Brasil mediante un golpe blando
institucional, son en realidad gobiernos que no tienen ninguna
oportunidad de prevalecer en las elecciones. Y ésa es la razón por la
que Lula está preso y se lo inhabilita para competir en los comicios. La
derecha no tiene un candidato que pueda siquiera acercársele a Lula, el
cual supera en más de 20 puntos a su más inmediato competidor (por no
hablar de los restantes, a los cuales les lleva más de 30 puntos de
ventaja). Por lo tanto, en Brasil no hay una perspectiva de la
consolidación de la derecha, sino a través de un mecanismo nefasto y
despótico, pero difícilmente eso pueda ser considerado como un éxito.
En
el caso de Argentina, los que daban por segura la sucesión de Macri
hace seis meses, hoy dudan no sólo si Macri se podría reelegir, sino que
la alianza de Cambiemos podría sobrevivir tras unas elecciones. En
Perú, el presidente Pedro Pablo Kuczynski, que era un político típico de
esta tendencia, tuvo que renunciar debido a que le probaron gravísimas
irregularidades (de hecho hubo robos) y para no exponerse a un juicio
político que le hubiese sido desfavorable.
En Colombia, el
candidato de la izquierda, Gustavo Petro, pasó de casi un millón
novecientos mil votos a casi ocho millones. Y en México ganó Andrés
López Obrador, derrotando por primera vez a lo que era un co-gobierno a
lo largo de 36 años, entre el PRI y el PAN, bajo la tutela del Fondo
Monetario Internacional (FMI). López Obrador triunfó con una amplia
mayoría, absoluta en ambas cámaras y derrotando en todos los estados,
excepto Guanajuato.
De manera que aquellos que están viendo el
inicio de un ciclo de derecha en América Latina, creo honestamente que
están teniendo visiones que no tienen ningún parentesco con la realidad.
Recién
usted analizaba el caso mexicano. ¿Cree que tras la herencia de los
últimos doce años luego de Felipe Calderón y Peña Nieto, que han
recrudecido la militarización, el narcotráfico y la subordinación
estratégica a EE.UU., López Obrador podrá revertir el panorama en aquel
país?
Creo que es la intención que tiene él y sobre todo los
movimientos sociales que le acompañan, que de ninguna manera están
dispuestos a arrojar por la borda todo lo que López Obrador le prometió
al electorado mexicano. Por supuesto va a ser una tarea muy, muy
difícil. Estamos hablando de un país que tiene frontera con EE.UU. y que
ha estado subordinado a su vecino en los últimos 36 años. Recordemos
que este proceso de sometimiento arranca con la presidencia de Miguel de
la Madrid en 1982, y por tanto, la tarea de revertir las peores
políticas hechas por los gobiernos del PRI y del PAN durante estas
décadas pasadas no va a ser sencilla. De hecho, EE.UU. envió a México
una delegación de altísimo nivel a conversar con López Obrador. Nada
menos que al secretario de Estado, Mike Pompeo, y al secretario del
Tesoro, entre otros funcionarios de primer rango, incluidos algunos del
Consejo de Seguridad Nacional. Esto constituye un gesto insólito e
inédito, y que sin duda se podría definir como una especie de
advertencia o mensaje mafioso para que López Obrador tenga mucho cuidado
con lo que va a hacer. Washington siempre está dispuesto a enderezar
este tipo de problemas con cualquier recurso, ya lo sabemos.
L
as
persecuciones judiciales a los gobiernos bolivarianos salientes,
realizadas además sin garantías jurídicas y por gobiernos totalmente
corruptos como el de Macri o Temer, ¿pueden ser atribuidos a la llamada lawfare o guerra jurídica concebida estratégicamente por Washington?
No
me cabe ninguna duda que Washington está detrás de todo esto. Sus
intelectuales y estrategas hace largo tiempo que vienen diseñando nuevas
formas de intervención en los procesos políticos de los países,
especialmente de la periferia. Vemos toda una nueva actualización del
poder blando, aunque si miramos hacia atrás, no es tan nueva, ya que los
principales autores y analistas de estas estrategias, como Joseph Nye y
otros, llevan más de dos décadas con estos diseños.
¿Se refiere al libro de Nye, Poder blando: medios para el éxito en la política mundial?
Correcto; y también a su otra obra significativa muy anterior, escrita en 1990:
Destinado a liderar: la naturaleza cambiante del poder americano.
Nye y otros analistas llegaron a la conclusión que los gobiernos
militares no tenían en realidad una capacidad de alcanzar una
legitimidad. Atento a esto idearon nuevas formas, cuyo eje se basa en un
pacto estratégico con los medios de comunicación de masas, los cuales
la derecha latinoamericana domina a su antojo. También en EE.UU. las
clases dominantes sujetan a la prensa de una manera similar. A ello
debemos agregar que gracias a los programas y tácticas denominadas de
“buenas prácticas”, ellos llevan a Norteamérica a jueces, fiscales,
comunicadores, académicos y periodistas, y los introducen en cursos
técnicos donde se imparten clases sobre estas buenas prácticas para
ejercer en el ámbito de la justicia, en el periodismo, en la enseñanza y
la investigación. En realidad son cursos de formación ideológica y
adoctrinamiento.
¿Algo así como una Escuela de las Américas para civiles?
Sí,
en efecto, como una Escuela de las Américas, ya no para militares, sino
para adoctrinar a estas otras categorías sociales que son las que
fomentan las iniciativas destituyentes y que actualmente gozan de gran
predicamento. Esto se ensayó muy claramente en la Honduras de Zelaya en
2009. Luego se intentó hacer algo parecido en Ecuador, pero les falló,
pues fracasaron. En 2012 lo hicieron con Fernando Lugo en Paraguay. Y
comenzaron en 2015 hasta finales 2016 con el Gobierno de Dilma Rousseff
con una destitución ilegal, pero convenientemente abonada entre la
opinión pública.
América Latina no desconoce que los factores
emergentes como China o Rusia pueden servir como contrapeso estratégico
para enfrentar a este siglo XXI tan lleno de incertidumbres. ¿Es
correcta esta expectativa? ¿Puede ser funcional a nuestros intereses,
tal como se piensa?
Definitivamente, creo que sí. El esquema
unipolar liderado por EE.UU., que comenzó en la década de 1990, ya quedó
atrás. Este derrumbe y aparición de nuevos actores abre nuevas ventanas
y oportunidades a los países de la periferia, tanto de América Latina
como de África y Asia. Permite contar con distintos socios comerciales y
vías de cooperación. Abre además instancias diplomáticas que antes
estaban completamente ausentes. Si tomamos como ejemplo las muchas
amenazas en contra de Venezuela que aunque no se hayan concretado,
existen (incluso de intervención militar directa), veremos que EE.UU. no
pierde de vista una reacción de China, dado los intereses muy fuertes
que ese país tiene en la industria petrolera venezolana.
Ya que nos adentramos un poco en Venezuela… ¿Ve posible que la administración Tump finalmente pueda atacar a la Revolución?
Una
cosa es la retórica belicista y otra muy distinta son los análisis que
hace EE.UU. hacia adentro. Probablemente aumentarán la presión e
incrementarán las sanciones económicas contra Venezuela. Pero no
olvidemos que hoy Washington ni siquiera puede reunir los dos tercios de
los votos necesarios en la OEA, gracias a que unos pequeños países
caribeños responden con una enorme dignidad, gratitud y reconocimiento a
lo que Chávez hizo con ellos a través de PetroCaribe. Por eso creo que
va a ser muy difícil lanzarse hacia una aventura militar.
Además,
no nos olvidemos que el ejército de Venezuela está muy bien preparado,
bien armado, y también que Colombia es hoy un polvorín. Es un país que
está sufriendo una matanza diaria. Allí se asesina a un líder social, o
afrocolombiano, o ex guerrilleros, o luchadores por los derechos humanos
cada día. Que un país en estas condiciones se meta en una guerra contra
Venezuela puede resultarle realmente fatal debido a que el orden
interno, la coherencia interna que tiene Colombia en este momento es
muy, muy frágil. Encarar un proceso bélico podría poner en marcha otro
proceso de tipo insurreccional representado por algunos sectores de las
FARC que aún no han depuesto sus armas debido a que no estuvieron de
acuerdo con el proceso de paz, pues percibieron las maniobras de
traición que finalmente se produjeron. Igualmente está la influencia del
Ejército de Liberación Nacional (ELN) que se halla en diversas zonas
del país, lo cual hace muy compleja la hipótesis de una guerra desde
Colombia.
Considerando el relevo de poder con Díaz-Canel en
Cuba, lo cual no implica por fuerza una transición de modelo, ¿cuáles
serían las proyecciones que usted percibe para la isla en el nuevo
escenario mundial?
Miguel Díaz-Canel ya ha dicho que no se va
a apartar de la línea histórica de la Revolución cubana, aun cuando
procurará acelerar los cambios propuestos por el ex presidente Raúl
Castro. Seguirá los lineamientos debatidos por toda la sociedad cubana y
que hasta ahora se vinieron implementando, pero de manera muy lenta.
Creo que es significativo que el nuevo presidente le dé un nuevo impulso
a esas políticas de aggiornamiento en el plano económico y político
cubano, que realmente tiene que ser reformado, aun cuando a nadie se le
puede escapar el contexto, con un bloqueo tan pertinaz como el de
EE.UU., que ya lleva 60 años. Y no solamente contra Cuba, sino contra
todos aquellos países que cooperen o comercien con Cuba. Por eso la
posibilidad de que estos cambios se produzcan rápidamente es baja.
Hace
un par de semanas usted publicó desde La Habana, mientras asistía al
Foro de São Paulo, un interesante artículo (“Nicaragua, la revolución y
la niña en el bote”) sobre cierto irresponsable abandono de la
intelectualidad de la izquierda regional, a Daniel Ortega. ¿Qué nos dice
sobre esta coyuntura?
Lamentablemente, es una coyuntura
muy desafortunada, que por desgracia fue gatillada por los propios
errores del gobierno sandinista. Y no sólo la precipitó, sino que cuando
surgieron las primeras protestas, actuó de una manera absolutamente
desmedida, con una represión muy violenta cuando debieron apelarse a
otras medidas, como el control de los manifestantes más revoltosos o
violentos, tal como hizo Nicolás Maduro con las guarimbas desde 2014,
cuando el Gobierno venezolano prohibió que la Guardia Nacional llevara
armas de fuego en la represión, incluso cuando había riesgo de una
guerra civil. Esta prudencia demostrada por Maduro no la tuvo Ortega.
Por eso cuando escribí esa nota que usted cita, digo que la Revolución
es como una niña que está en un bote y a merced de una marejada intensa.
Y así como hay que llevar al bote con su niña a un puerto seguro, es
decir, no abandonarla a su suerte, en el caso nicaragüense hay que
llevar al Gobierno y lo que representa a un lugar seguro, al menos
intentando no quitarle el apoyo. Abandonar a Nicaragua a su suerte
implica abrir las puertas para que regrese la derecha. Yo creo que lo
importante es revitalizar al Frente Sandinista de Liberación Nacional.
La perspectiva que se tiene desde Argentina es que la organización
política de Nicaragua se ha llamado a silencio y que la conducción del
país ha caído en manos del presidente Ortega y la vicepresidenta Rosario
Murillo. Y esto es un error muy grave.
Concédanos una última pregunta, Atilio. Sabemos que está por entrar a imprenta su último libro, El Hechicero de la Tribu, el cual se anuncia polémico pues refuta al Nobel Mario Vargas Llosa. Háblenos un poco de él.
En
efecto, este libro es una respuesta a la más reciente obra de Mario
Vargas Llosa y donde cuestiono la tesis central que desarrolla en su
libro
La llamada de la tribu, donde el escritor peruano intenta
explicarles a sus lectores cómo dejó de lado el marxismo, al cual él
adhería en su juventud, para convertirse en un apasionado liberal.
Recorre la obra de los siete autores más influyentes que lo llevaron a
apartarse de un marxismo de origen sartreano. Luego narra su decepción
con las ideas de izquierda, con la Revolución cubana y el marxismo en
general y se embarca en un recorrido pretendidamente analítico de los
autores liberales que más le sirvieron para su transformación. Sin
embargo, cuando uno se pone a leer y a reflexionar el libro, cae en la
cuenta de que es una obra muy esquemática, llena de lugares comunes y
plagados de los clichés que tanto abundan en el lenguaje neoliberal
actual. A partir de su lectura, concluí que Vargas Llosa puede ser un
gran escritor de ficción, pero para el análisis de la teoría política no
llega ni siquiera a ser un aficionado. Así que decidí hacer un ensayo
en forma de respuesta, donde critico sus premisas carentes de sustento
analítico e histórico, sobre que en América Latina sólo será posible la
democracia con un liberalismo a ultranza. Este ensayo de Vargas Llosa se
resumiría en la fórmula “si quieres ser democrático, debes ser
liberal”, lo cual constituye una falacia absoluta, tal y como la
historia y la teoría política lo demuestra.
(Publicado en
La Correo No. 77, Agosto de 2018, Bolivia)
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