LA ENORME PATRAÑA DEL 11-M (1ª PARTE)
El
reciente fallecimiento del reportero Fernando Múgica nos ha privado,
además de un profesional curtido en los diversos frentes bélicos que
cubrió, de un investigador tenaz que dedicó cuatro años de su vida,
jugándose su prestigio, su salud y su tranquilidad, a investigar la
incómoda verdad detrás de los atentados del 11-M. Una verdad que creyó
haber descubierto y que se disponía a novelar cuando la dama de la
guadaña se lo ha llevado con el trabajo a medio hacer, como siempre
ocurre con los hombres de valía.
El siguiente
texto, en el que sostiene que las Fuerzas de Seguridad taparon con
pruebas falsas el papel de "potencias extranjeras", iba a servir de
prólogo a su libro. Sirva de homenaje a un tenaz buscador de la verdad y
de recordatorio de cómo el Poder siempre miente, por lo que solo los
cínicos o los cansados pueden aceptar que detente la última palabra.
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El recientemente desaparecido Fernando Múgica |
Una
de las personas más importantes del Gobierno de Aznar me hizo varias
confidencias junto al mar. Fueron muchas horas de conversación durante
dos días de verano. Hubo solo un mensaje que repitió en tres ocasiones.
"A
mí lo que siempre me ha fascinado" -me insistió- "es por qué no has
tenido problemas físicos. Sigues empeñado" -se refería claro está a la
investigación sobre el 11-M- "en pasar de la cascarilla. Lo que me
asombra es que a tu edad sigas con esa fantasía de que vas a poder
llegar más allá de la espuma de lo que pasó. Estás loco. Tú eres
perfectamente consciente de que en el momento en que traspases la espuma
de la realidad duras exactamente 24h".
Y tenía razón. El
conjunto de datos de la investigación policial que dio lugar al sumario
y, más tarde, a la sentencia del 11-M constituyen una simple y
gigantesca cascarilla. La razón de Estado, apoyada con el doble estímulo
del terror y las prebendas, se impuso entre las fuerzas del orden para
fabricar esa espuma envolvente que tanto nos ha distraído.
Los
más escépticos entre los periodistas, los políticos y los agentes de la
ley, fuimos laminados. A otros se les estimuló con reconocimientos,
ascensos o traslados a diferentes embajadas. Se colocó en puestos clave
de control a tres policías incondicionales del nuevo Gobierno, aunque
para ello tuvieran que sacrificar durante una temporada a la maquinaria
engrasada y eficaz de la Unidad Central de Inteligencia. Se controlaron
llamadas y ordenadores. Se cambiaron cerraduras y protocolos.
Al
final, unos antes y otros después, todos los cuerpos de seguridad
terminaron apoyando una versión en la que cada cual trató de introducir a
sus culpables. Fue una batalla sin cuartel, y contra reloj, de
fabricación de pruebas, camuflaje de listados de teléfonos y tarjetas y
terminales que llegaron a detenciones anticipadas y arbitrarias.
"UN ERROR GARRAFAL" Uno
de los errores más grandes que hemos cometido a lo largo de la
investigación es considerar que las Fuerzas de Seguridad del Estado
actuaron desde el primer momento con una única intención.
La
realidad es que en los primeros dos meses tras el 11-M se produjo una
batalla salvaje entre los distintos organismos policiales y de
inteligencia. Cada grupo se enrocó, se impermeabilizó por instinto, ante
la brutal sorpresa de los atentados. Cada departamento razonaba, dentro
de su muralla, que si no habían sido los suyos, ni la gente que ellos
controlaban, tenían que estar implicados los demás. Se montaron, unos a
otros, escuchas y seguimientos porque nadie se creía que aquellos
primeros personajes que ciertos departamentos de la policía presentaban
como autores tuvieran nada que ver con lo sucedido.
El asunto
era muy grave así que se exigieron pruebas de fidelidad, se
desenterraron viejas hermandades de los años 80 y 90, como el clan de
Valencia, los de Barcelona o los guarreras de la vieja Brigada de
Interior. Tardaron varias semanas en ponerse de acuerdo y al final lo
hicieron convencidos de que seguir por ese camino nos podía llevar a
todos a una catástrofe mucho mayor de la que había sucedido.
La
matanza ya no tenía remedio. El cambio político no tenía marcha atrás.
Hubo un juramento por el que nadie iba a responsabilizar de nada a
ningún colega si se llegaba a un consenso férreo sobre los culpables. El
linchamiento público de Agustín Díaz de Mera, ex Director General de la
Policía, -un político que no pertenece al Cuerpo- cuando quiso salirse
del guion, camina en esta dirección.
"QUE SE LO COMAN" Un
oficial antiterrorista de la Guardia Civil definió la situación,
delante de sus hombres, de una forma impecable: "El PP ya está jodido
hagamos lo que hagamos. Esto se lo van a comer los moros. Son tan
gilipollas que al final ellos mismos van a convencerse de que lo han
hecho. Se acusarán mutuamente para salvar el culo. Y el que hable, ya
sabe, está muerto".
Una consigna parecida caló en todos los
estamentos de seguridad. No faltaban, claro está, los que aplaudían con
las orejas por el cambio de régimen que los atentados habían alentado.
La marcha del odiado Trillo o del prepotente Aznar -¡cómo aplaudían los
de Información de Zaragoza en la noche del 14-M!- era un alivio para
muchos. Pero la conspiración de silencio rebasó cualquier inclinación
política.
Antes de llegar a ese pacto hubo una batalla sorda por
averiguar implicaciones y complicidades. Todos querían guardarse
munición -y lo hicieron- por si venían mal dadas ...
La
sentencia no ha sido más que la consagración salomónica de la parte de
la versión oficial que resulta suficiente, de cara a la galería, para
pasar página por parte de las distintas corrientes. Ha dejado al
descubierto, sin embargo, suficientes lagunas como para que nadie pueda
proclamarse vencedor.
Los políticos de ambos signos lo tenían
asumido hace tiempo. Era mejor eso que desvelar que agentes
incontrolados de potencias extranjeras hubieran cambiado, sin nadie que
se lo impidiera, la historia de España. No podían admitir además el
control, bordeando la complicidad, que habían desarrollado durante años
para alimentar y tener controladas a las bandas del norte y del sur, a
ETA y a los musulmanes radicales.
LOS AGENTES INFILTRADOS España
era, en las semanas previas a los atentados, un entramado gigantesco de
observadores, vigilantes, confidentes y agentes encubiertos. Lo mejor
de cada casa estaba en las calles con los ojos bien abiertos. Corría el
dinero y se palpaba una euforia prepotente. Los posibles grupos
terroristas de uno y otro signo estaban tan infiltrados, tan
controlados, tan neutralizados que las propias fuerzas de seguridad les
daban cuerda para que pudieran seguir adelante sin sospechas, por si
tenían que utilizarlos.
Las
redes de la UCO, de la UCE1 y UCE2, de la UCII y la UCIE, de la UCAO,
de la UDYCO, del CNI y un largo etcétera controlaban las caravanas de la
droga, las rutas de los explosivos, las reuniones de los integristas
islámicos. Por eso los avisos exteriores solo provocaban sonrisas de
suficiencia.
A veces tenían que jugar al ratón y al gato y al
escondite para que unos grupos policiales no interfirieran en la labor
de los otros. ¿El Tunecino? Pero si era uno de los chicos del CNI. Por
eso tuvieron que espantarlo de su piso cuando el acoso de la policía se
había vuelto asfixiante. Facilitaron su huida para desesperación de los
controladores policiales.
¿Lamari? Pero si estaba enrolado en el
mismo barco desde hacía tiempo. Por eso Safwan Sabag, El Pollero de
Valencia no le perdía ni a sol ni a sombra desde que consiguieron
sacarlo anticipadamente de la cárcel. Tuvieron que intervenir su
teléfono, el 1 de julio del 2004 para que cuando la policía metiera las
narices con el Skoda Fabia ya no pudieran escucharle. Y a Benesmail, su
lugarteniente oficial, lo introdujeron en Asturias -y todo está grabado-
en la misma cárcel, Villabona, y el mismo mes, julio de 2001, que
ingresó Antonio Toro Castro el tapado en el comercio de los explosivos, y
tan solo un mes antes de que entrara en la misma cárcel Rafa Zouhier,
el tapado de la Guardia Civil.
Para completar el control de la
zona estaba el argelino Rabiá Gaya, al que montaron una carnicería
musulmana en Gijón y Fernando Huarte, el enlace con asociaciones
Palestinas que sacaba a pasear a Benesmail con la excusa del dentista,
como si eso fuese posible y habitual en un peligroso terrorista en
régimen de vigilancia especial.
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Rafa Zouhier proclama su inocencia durante el juicio |
Durante
los últimos años, todas las tramas de traficantes se habían puesto bajo
la lupa policial con muchos medios. Para las caravanas de droga desde
el Magreb, el PP contaba en 2003 -cuando aparece el proveedor Jamal
Ahmidan, El Chino, procedente de una cárcel de Marruecos- con los ocho
años de experiencia de Gonzalo Robles al frente del Plan Nacional sobre
Drogas. El 21 de noviembre de 2003 el Consejo de Ministros le nombra
Delegado del Gobierno para Extranjería e Inmigración. Se aduce algo que
era verdad, su "gran conocimiento de las rutas del narcotráfico en El
Estrecho".
Las rutas del explosivo hacía tiempo que estaban bajo
la supervisión del CNI y de la Unidad Central Operativa de la Guardia
Civil.
EL HOMBRE DEL REYEl control y la
infiltración de radicales islámicos estaba manejada por la UCIE, de la
policía y la UCE2 de la Guardia Civil, pero sobre todo por el CNI. Las
credenciales del servicio secreto para ello no podían ser mejores. Jorge
Dezcallar, el primer civil nombrado como director del Centro en 2001 -y
el primero que ostentó el cargo de Secretario de Estado-, era un
verdadero especialista en el Magreb. Vino de la mano del Rey.
No
era un hombre de Aznar pero éste sabía de sus conocimientos en materia
de terrorismo islámico ya que acababa de simultanear el cargo de
embajador en Marruecos con el jefe de antena del CNI en la zona. No era
un paracaidista. Llevaba muchos años en esos menesteres.
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Jorge Dezcállar, a la derecha de Federico Trillo |
Para
colmo, a su lado se promocionó a María Dolores Villanueva, asturiana,
divorciada, un sabueso dedicada en cuerpo y alma a descubrir agentes
infiltrados. La mujer con el puesto más alto en la historia del CNI. ¿Su
especialidad?, contra inteligencia. ¿Su misión más reciente?,
responsable de contra inteligencia del Magreb.
Después del 11-S
se habían redoblado los esfuerzos en esa dirección. La realidad
contradecía a lo que luego se convertiría en el latiguillo falso y
estúpido de que el Gobierno había descuidado ese flanco. No faltaban
traductores, ni analistas, ni agentes de campo, bien entendido que en un
servicio secreto, siempre se considera que el doble aún sería
insuficiente.
Antes del 11-M se había constituido un comité de
crisis compuesto por ministros y expertos en el que el propio Dezcallar
explicaba, en cada reunión- y al menos durante los últimos dos meses-,
los seguimientos en Lavapiés y en las mezquitas, la infiltración en
asociaciones y pisos dormitorio, el control en locutorios, carnicerías y
peluquerías. Tenían a sueldo a los individuos destacados en relación a
las corrientes islamistas radicales.
Por eso, en contra de lo
que muchos investigadores escépticos con la versión oficial piensan, los
atentados del 11-M produjeron una enorme sorpresa a los distintos
grupos de inteligencia. Pero lo que realmente causó estupor fue la
inmediata captura de los responsables y la aparición fulgurante de las
pruebas.
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Croquis policial de la mochila de El Pozo |
¿De
dónde salían todas aquellas evidencias que habían pasado hasta ese día
inadvertidas? ¿Estaban preparadas de antemano o fueron saliendo una
detrás de otra, como las cerezas en un plato, en un puro ejercicio de
improvisación?
Si hubieran estado preparadas no habrían tenido
esas inmensas lagunas que más tarde fueron incapaces de cuadrar, aunque
lo intentaran, incluso a martillazos y ante la ceguera y la apatía
general.
Cuando colocaron la mochila de Vallecas no podían saber
que las verdaderas bombas no llevaban metralla. La pusieron en el
convencimiento de que lo normal es que la llevara. Luego tuvieron que
hacer decir a El gitanillo en su declaración de junio aquella frase
presuntamente pronunciada por Trashorras en la mina: "No os olvidéis de
los clavos y los tornillos", solo para justificar la metralla de esa
mochila.
Tampoco tuvieron tiempo de hacer coincidir la
composición de los explosivos reales con los postizos. Sencillamente
porque a la hora en que fabricaron la mochila de Vallecas aún no se
conocían los resultados de los análisis de los restos de las bombas que
habían estallado. Era más cómodo hacer coincidir la dinamita de la
mochila con los restos encontrados en la Kangoo y con la muestra patrón.
Y
ni eso supieron hacer por culpa de la Metenamina que salía en unos
análisis sí y en otros no. Sánchez Manzano, el responsable de los Tedax,
llegó a firmar un escrito en el que se incluía la Metenamina como uno
de los componentes básicos de la dinamita. El resto del debate sobre la
composición de los explosivos es ya conocido de sobra por el lector.
Tuvieron que dejar los primeros análisis en una nebulosa para acoplarlos, en su momento, al atrezzo.
(Fuente:
http://www.elespanol.com/)