jueves, 9 de abril de 2020

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EL PRESIDENTE DE MÉXICO, ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR SIGUE EN EL CAMINO DE CONVERTIRSE EN EL MEJOR PRESIDENTE DE LA NACIÓN, PESE A LOS TRAIDORES EXISTENTES.

Miguel Ángel Reyes.

 

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El capitalismo es una religión. “Dios no murió, se convirtió en dinero”


rebelion.org

El capitalismo es una religión. “Dios no murió, se convirtió en dinero” 

Jorge Majfud

El título que precede al presente escrito puede considerarse en principio como una hipótesis de trabajo. El documento siguiente está dirigido a probar dicha hipótesis y en consecuencia a convertirla en tesis.
El trabajo que se presenta tiene la forma de una paráfrasis, a veces discrepante, de dos escritos fundamentales. El primero de ellos es de Giorgio Agamben y se titula El capitalismo como religión. Se trata de una traducción, publicada en Artillería Inmanente en 2018, de una parte de los trabajos que constituían la publicación llamada Creación y Anarquía y publicada a su vez por Neri Pozza, Vicenza en 2017. Dicha parte ya había sido presentada como la última de cinco lecciones impartidas en la Academia de Arquitectura de Mendrisio en 2013.
El segundo es un escrito más largo de Franz J. Hinkelammert publicado en Arlekin, San José (Costa Rica) en 2007. Su título es Hacia una crítica de la razón mítica: El laberinto de la modernidad. Se trata de un libro algo errático y mal traducido del alemán, pero que contiene muy valiosas intuiciones. En el capítulo1 (parte b): Los inicios de los mitos de la modernidad en el cristianismo, se sientan las bases para lo que luego se desarrollará en el capítulo 4: El capitalismo como culto, y que va en la misma dirección que el escrito de Agamben.
Sin embargo ambos documentos están fundamentados en un breve pero fundamental texto de Walter Benjamin titulado «El capitalismo como religión». Ese texto, poco accesible y por tanto poco conocido, fue publicado por primera vez en castellano en 1990 por la revista El Porteño.
Empecemos pues la paráfrasis comentada que constituye nuestra aportación al tema con una de esas señales de los tiempos (Mt. 16, 2-4) que son claves de interpretación de la realidad, como postula el Concilio Vaticano II, pero que incluso siendo evidentes, pasan desapercibidas para la mayor parte de personas que miran al dedo en lugar de mirar a las estrellas que el dedo señala. El 15 de agosto de 1971, es decir en pleno y sudoroso verano, el gobierno de ese país que hoy se considera el Imperio, declaró suspendida la convertibilidad del dólar americano en oro. A partir de ese momento, los billetes de banco ya no llevarían la inscripción: “Se pagará al portador de tantos dólares la cantidad en oro correspondiente a esos dólares”. La referencia al patrón oro se había cancelado. A partir de ahora el dinero posee cada vez más valor autorreferencial, es decir su valor está remitido a sí mismo. Los poseedores de dinero ya no podían convertirlo en oro. Nadie que fuera parte del colectivo de los grandes poseedores de dinero protestó por ello. El dinero se había convertido en papel. Papel bonito, con muchos colores y marcas de agua para evitar falsificaciones, pero papel al fin y al cabo. La moneda se había así desmaterializado, un proceso que había comenzado mucho antes por la necesidad de evitar el trasiego pesado y peligroso de las monedas de metal. Las monedas impresas, notas de banco, títulos, papel moneda, son desde ahora en realidad títulos de crédito.
Schumpeter dijo que todo el dinero es crédito y, se podría añadir, un crédito que se fundamenta en sí mismo porque no corresponde nada más que a sí mismo ya que es autorreferencial. Sin embargo, el dinero sigue siendo el patrón de cambio, el homogeneizador universal, de todas las mercancías.
En términos antropológicos, es como el amor que también es autorreferencial, es decir, sólo se remite a sí mismo. Pregunta: ¿Por qué amo a una persona? Respuesta: Porque la amo. Es lo que dice Ana Schmidt (Alida Valli en la película El tercer hombre) a Rollo Martins (Joseph Cotten en la película) cuando éste le ha demostrado (con la oscura pretensión de hacerse con ella) lo mala persona que era su amante Harry Lime (Orson Wells en la película): “Yo quería a un hombre, ya se lo he dicho. Un hombre no es diferente porque uno descubra cosas (malas) sobre él. Es siempre el mismo hombre”.
En términos teológicos el dinero sigue con su pretensión de hacerse como Dios, que también es autorreferencial. Pregunta: ¿A quién se remite Dios? Respuesta: A sí mismo. Sin embargo las consecuencias de una y otra fe, porque de fe se trata, son diametralmente opuestas como vamos a tratar de probar.
Hay que ver en el capitalismo una religión, porque el capitalismo sirve esencialmente para la satisfacción de las mismas preocupaciones, pulsiones e inquietudes a las que daban, y todavía dan, respuesta las llamadas religiones. Vamos a ver los rasgos característicos de esa nueva religión, o mejor, estructura religiosa, recién descubierta.
  1. El capitalismo es una religión de puro culto. Lleva al culto a su extremo. En el capitalismo todo tiene significado por su relación inmediata con el culto. No hay dogmas, como no sean los del mercado, ni tampoco teología.
  2. Un segundo rasgo del capitalismo como religión es la duración permanente del culto. No hay días de fiesta especialmente dedicados al culto, sino que este es ininterrumpido. La celebración más específica del culto tiene lugar en la jornada laboral. Ahí se despliega toda la pompa sacral, en la extrema tensión del adorante. La propaganda comercial no es propiamente el culto, es parte de la celebración del culto, por eso está tan presente en nuestras vidas: para que no nos olvidemos. Nos dicen: “Lo perfecto es posible con nuestro nuevo sistema de barrer, fregar o con nuestro nuevo modelo de coche”.
  3. En tercer lugar el culto capitalista es culpabilizante. Es probablemente el primer y único caso de culto no expiante sino culpabilizante. No se dirige a la redención de una culpa sino a la culpa misma. De lo que se trata es de hacer universal la culpa y la consiguiente culpabilización, de meterla a la viva fuerza en la conciencia y de implicar a Dios mismo en el proceso culpabilizador.
Por consiguiente, es parte de la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo, el llevar al sujeto a la consecución de un estado de permanente inestabilidad y estrés sicológico que puede desembocar en la desesperación. Por lo tanto se trata de una religión que no apunta a la redención, ni siquiera a la transformación del mundo, sino a su destrucción, desespedazando al sujeto como efecto colateral. Su dominio en la época que vivimos es tan total que, según Benjamin, incluso los tres grandes profetas de la modernidad, a saber, Nietzche, Marx y Freud son de alguna manera solidarios con la religión de la desesperación. “Este tránsito del hombre por la casa de la desesperación en la soledad absoluta de su recorrido es el ethos que define a Nietzche. Se trata del Superhombre, el primero que se reconoce miembro de la nueva religión. Pero también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: “Lo reprimido, la representación pecaminosa, es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente paga los intereses”. Y en Marx, el capitalismo, “con los intereses simples con los que paga, y los compuestos con los que cobra, y que son función de la culpa, se transformará en socialismo”.
Existe un cuarto y último rasgo de la religión capitalista: Su dios tiene que ser ocultado, no es un Dios oculto como el cristiano, sino que debe ser ocultado, que es diferente. Sólo en el cenit de la culpabilización puede ser mencionado.
En el capitalismo, la culpa proviene de la deuda (en el idioma alemán se usa la misma palabra para deuda que para culpa). La deuda tiene que ser, por supuesto, impagable. Por ello la situación del culpable-deudor, es absolutamente sin salida. Un “cul de sac” sin opción. Las preocupaciones cotidianas del sujeto son el índice de esa conciencia de culpa entronizada en el mismísimo coco de dicho sujeto.
Si el capitalismo es una religión podemos plantearnos ahora la pregunta en términos de fe ¿En qué cree el capitalismo? Vamos a tratar de verlo.
La fe capitalista
El término griego que Jesús y sus apóstoles usaban para “fe” es pistis. Por eso los primeros y perseguidos cristianos se daban a conocer clandestinamente dibujando en tierra un pez (piscis) que luego borraban inmediatamente por razones de seguridad y evitar ser comida de los leones.
Hoy día la manera de escribir en griego “banco de crédito” es usando la misma palabra. Por eso se puede empezar el análisis asimilando “fe” al “crédito” que le damos a aquel en quién depositamos nuestra fe. Si la fe tiene como objeto Dios, entonces se trata del crédito del que gozamos ante Dios y del cual la Persona y la Palabra (Verbum) de Dios goza ante nosotros.
Inciso.
Por supuesto fe y creencias no son lo mismo. En palabras de don Tomás Malagón (consiliario nacional de la HOAC en la década de los sesenta), la fe es la actitud que Dios suscita en el hombre al revelarse; las creencias son las formulaciones (siempre limitadas e imperfectas) con las que la persona humana trata de explicarse y entender el contenido de dicha revelación, una revelación que es ante todo la del amor gratuito e incondicionado por parte de Dios. Es la misma distinción que él hacía entre los niveles óntico y ontológico (los del ser y de la interpretación que hacemos del ser). Por eso las creencias son un símbolo de la fe y por eso decimos que el credo de la misa es un símbolo de la fe. Se usa el artículo indeterminado porque existen muchos símbolos de la fe: el primitivo credo de la carta a los Filipenses, el credo de los apóstoles, el credo de Nicea, etc. Hay gente que tiene fe pero no sabe o no puede expresarla en forma de creencias, es lo que les acontece a muchos místicos. Hay otros que tienen creencias pero tales creencias no se apoyan en ninguna fe. Por ejemplo los discípulos de Jesús creían en fantasmas y por eso pensaron que aquel que estaba preparando un almuerzo a base de pescado asado en la orilla del lago era de hecho un fantasma. Sin embargo se puede creer en fantasmas pero no tener necesariamente fe en ellos. La fe es más que todo eso.
Los hombres del Antiguo Testamento sellaban la fe con una alianza. Por eso Pablo propone la actitud de Abraham como modelo referencial de fe. Una alianza es un pacto, si puede ser, entre iguales. Se trata de establecer una relación fiduciaria entre dos partes a base de tomar al otro bajo nuestra protección o prestarle dinero o algún bien fiándonos de él. Aquel que es objeto de fe, entendida así, tiene en sus manos a la persona que se fía de él. En su forma primitiva esa relación de fe implicaba una reciprocidad y suponía una garantía. Por supuesto la fe de aquellos hombres y mujeres no tenía como objeto lo mismo que nosotros entendemos por fe que es una adhesión personal e intransferible a la persona de Jesucristo, sobre la base de ese Acontecimiento (así con mayúsculas) llamado resurrección con todas las consecuencias que ello implica en lo relativo al seguimiento y al compromiso. Resumiendo: Fe es por tanto una actitud antropológica fundamental que da sentido y significado a la existencia. Las creencias son las diferentes formulaciones de la fe. La religión, sin embargo, es una especie de cajón de sastre donde han tenido cabida muchas cosas, incluso contradictorias entre sí.
Implica una serie de ritos, comportamientos y protocolos que algunas veces en ciertas religiones han tenido carácter mágico. En cualquier caso, se trata de mediaciones, es decir, de instrumentos que como tales pueden cambiar dentro de una misma religión. Más adelante se dará una definición de religión debida a Bergson que denota una realidad en la forma de entender la relación o religación con la divinidad. Fe y religión: sentido y eficacia. Si se pierde la fe se produce la desorientación del sujeto, si se desprecian las mediaciones se cae en la ineficacia.
Fin del inciso.
Si se asume como cierto lo anterior, resulta obvio que el capitalismo es una religión de puro culto fundada en una fe, en un crédito, y ese crédito tiene como objeto material el dinero. En el capitalismo la fe en el Dios de Jesús ha sido sustituida por la fe en el crédito, cuya materia sacramental es el dinero. Es una religión cuyo Dios es el dinero. En el mismo sentido, la banca ha tomado el papel de la Iglesia, en cuanto es la detentadora, la gobernanta, la manipuladora y la gestora de ese bien supremo que es el dinero. Por eso los edificios de los bancos se parecen a las iglesias con sus columnas, su ornamentación y su boato. El confesonario es la ventanilla donde evacuamos los secretos de nuestro patrimonio que escondemos púdicamente frente a la mirada ajena: “no traspase la línea amarilla para proteger la confidencialidad”. El sagrario es la caja fuerte que se halla protegida por todo tipo de medidas de seguridad y que encierra lo más sagrado y amado (inconfesadamente) por todos nosotros: el dinero. Pero prosigamos con nuestras pesquisas.
¿Qué significó, para esta religión, la decisión de suspender la convertibilidad del dinero en oro? Supuso algo parecido a la acción de Moisés destruyendo el becerro de oro: una purificación de la fe. Supuso cancelar su nexo idolátrico con el oro y la afirmación de su total independencia con relación a cualquier referente, a cualquier fundamento. El dinero se ha emancipado de cualquier referente, se ha vuelto autoreferencial. En el mismo sentido, el crédito pasa a ser un ser inmaterial, un verdadero fetiche sin representación. Notemos de paso, que lo que Pablo propone es que aquel que ha puesto su pistis en Cristo, tome la palabra de Cristo como si fuera la verdadera sustancia (ousia en griego), el verdadero fundamento. Pero este “como si” es lo que la parodia de la religión capitalista cancela. El dinero, que se ha vuelto intangible, es ahora la sustancia a-referenciada. El dinero es la esencia misma de la cosa, su ousia, es decir la sustancia pura. De esta manera se va suprimiendo el último obstáculo para la transformación integral del dinero en mercancía y por tanto para llegar al mercado universal del dinero. La universalización es la pretensión secreta de cualquier religión. Se trata de la omnipresencia. El carácter destructivo de la religión capitalista aparece aquí con toda su fuerza. Vamos a verlo. Una sociedad cuya religión es el crédito, que tiene fe en el crédito y que cree sólo en las formalidades asociadas al crédito, es una sociedad que está condenada a vivir del crédito. Crédito a muerte dice Robert Kurz (El fin de la política y la apoteosis del dinero, Roma, Manifestolibri, 1997). “Para el capital privado del siglo XIX todavía valían los principios de la fiabilidad y la solvencia y servía el valor de la palabra dada. El crédito y por tanto los negocios del “capital ficticio” parecían una obscenidad propia de estafadores”. Hoy la estafa se ha globalizado porque en el siglo XX esa concepción patriarcal se ha disuelto en las frías aguas del capitalismo financiero. Esto significa que las empresas, para poder continuar con la producción, deben hipotecar anticipadamente siempre mayores cantidades de un bien que no es propiamente suyo: el trabajo humano. En un primer momento, el capital que se usa para producir mercancías se alimenta ficticiamente de un futuro ciertamente incierto, porque ellos sabían perfectamente que hay créditos de dudoso cobro y procuran prestar sólo al que pide sin necesidad de pedir. En su libro de economía Samuelson decía, “Una ley que hace la desgracia del que no la sigue: Nunca preste a quién lo necesita”. Pero ahora, en el presente estadio del capitalismo, se presta dinero incluso al que lo necesita, sabiendo de antemano que no lo va a devolver, pero que eso le va a convertir en un ser sometido a perpetuidad. La religión capitalista vive, de esta manera, de un endeudamiento continuo que no puede ni debe ser extinguido. Y de manera análoga a la forma como operan las empresas, las personas y las familias se endeudan recurriendo al crédito, con lo que se comprometen religiosamente en ese acto continuo y generalizado de fe sobre el incierto futuro. Y es la banca que como sumo sacerdote administra el dinero a los fieles por medio del único sacramento de la religión capitalista: el crédito-deuda-culpa. Por ello, si la gente, por efecto de un extraño milagro, dejara de tener fe en el crédito y dejara de vivir a crédito tendido, el capitalismo se derrumbaría inmediatamente. Se trata por tanto de ser ateo con relación a ese dios crédito.
Cuatro años antes de la supresión del patrón oro, Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo. La tesis central de ese libro es que en la etapa actual de desarrollo del capitalismo, éste se presenta como una inmensa acumulación de imágenes en un escenario en que todo lo realmente vivido se aleja de la realidad para convertirse en una representación. Paralelamente todo valor de uso desaparece porque todo queda transformado en dinero, elemento básico del valor de cambio. “El espectáculo es el dinero, porque en él la totalidad del uso se ha intercambiado por la totalidad de una representación abstracta, por una abstracción, que es dinero. El dinero es la mercancía absoluta que no puede ya referirse a una cantidad específica de metal-oro. En consecuencia, el dinero tiende cada vez a ser más invisible: “pague ahora sin dinero”. Para eso están las tarjetas de crédito. El dinero crediticio es sólo un apunte en una libreta o, más frecuentemente, un frío dato en un ordenador. Llegamos así a la abstracción suprema, al fetiche del fetiche: la tarjeta de crédito. Ella es nuestra salvación ante el peligro de una insolvencia momentánea y por eso la llevamos en la cartera junto a la oración a Jesús Obrero y a la ficha donde los de la HOAC tenemos escrito nuestro proyecto personal de vida militante.
En este contexto, el lenguaje humano se transforma, porque ya no hay nada que comunicar, es decir, ya que el dinero es cada vez más autorreferencial, en el mismo sentido, el lenguaje ha roto su nexo con el mundo real y se convierte en “comunicación de lo incomunicable”, porque ya no hay nada que comunicar sino la misma comunicación que no dice nada. Existe por tanto, una semejanza entre el lenguaje y el dinero. Si el lenguaje se convierte también en autorreferencial entonces el lenguaje no dice nada aunque se emitan sonidos. Se ha roto el nexo entre el lenguaje y el mundo real y como consecuencia el Verbo, la Palabra, ya no se ha hecho carne. Se vuelve del revés el veredicto de Dios sobre el mundo real. Aquí es donde aparece con total claridad la relación parasitaria del capitalismo con el cristianismo. Un parásito absorbe y capitaliza la savia vital de la que vive el sujeto paciente dejando a éste inerme e indefenso frente a agresiones externas. Es como el cáncer que vive a costa del enfermo que lo padece hasta que consigue la destrucción de la vida del paciente que lo sufre y concomitantemente la muerte del propio cáncer.
El capitalismo es el final de la historia que como tal no tiene más salida que el acto final de reverencial sumisión al capital precipitándose en una nada que se ve llegar. De ahí que el capitalismo esté sumido permanentemente en la crisis (que etimológicamente significa “juicio definitivo”), es decir, en un estado de excepción permanente. El desenlace de esta macabra historia es un apocalipsis, que en este caso es la consecuencia de una carrera sin sentido hacia la nada, y cuyos profetas son los científicos convertidos ahora en profetas que anuncian el inminente fin de la vida sobre la tierra, lo que desde luego no carece de fundamento. Un apocalipsis que, por supuesto, no tiene nada que ver con el atribuido a Juan sino que representa su inversión radical. La misma inversión que supone el que la acción humana ya no esté fundamentada en el ser: por eso es libre, pero con una libertad que está condenada al azar y a la aleatoriedad que es precisamente lo que produce el mercado en su anárquico comportamiento. Se trataría pues de empezar a abrir un espacio en el que pensar, ese nuevo acto subversivo, vuelva a ser posible aunque con riesgo de ser detenido por las fuerzas del orden.
Como pieza a añadir en esta tapicería, que quedará sin concluir y por ello permanecerá abierta de momento, habría que hablar del proceso, del mecanismo por medio del cual se produce la parasitización a que se acaba de aludir. Pero para ello hace falta dar un pequeño rodeo. Se trata de explorar los orígenes y causas de lo que ha conducido a que el capitalismo se haya convertido en un parásito del cristianismo. Por eso hay que hablar de mitos y de la mitología subyacente en el capitalismo. Un mito es un relato (story) acerca de los orígenes de cualquier realidad. Se suele apelar, aunque no necesariamente, a lo sobrenatural como elemento explicativo del mismo. Eso no quiere decir, sin embargo, que el mito esté exento de base histórica (history). Por ejemplo, la historia de Abraham contiene elementos claramente míticos (ver cursillo de Biblia impartido por la HOAC), pero algo muy importante debió de pasar en la historia (history) para que aquel personaje mítico no asesinando ritualmente (es decir religiosamente) a su hijo, tuvo que salir corriendo de su pueblo y llevar una vida itinerante, es decir nómada, por el desierto. Ese algo muy importante fue un elemento decisivo en el origen de un pueblo que pactó con ese Dios innombrable (IHWH) una alianza que le garantizaría un futuro y una descendencia grandiosa, como las estrellas del cielo y las arenas del mar, pese a la esterilidad del propio Abraham (que se cuelga a Sara, sin fundamento médico alguno), y que más tarde tanto Jesús como Pablo computaron como fe (pistis).
Otro inciso.
Se han escrito las dos palabras, story e history en inglés porque en ese idioma se distingue lo que es una historia ejemplar más o menos fabulosa, o un simple relato de un sucedido (story), de un suceso del pasado (history) del que se tiene constancia y verificación empírica y por ello se puede analizar con las metodologías de cualquier otra ciencia.
Fin del segundo inciso.
Volvamos a los mitos. Los mitos elaboran marcos categoriales (las categorías permiten la distinción, la separación y la clasificación de los hechos) de un pensamiento frente a la contingencia o sea las limitaciones, del mundo, en particular frente a los juicios vida/muerte. En cierto sentido, es lo que dice Bergson sobre la religión (ver Las dos fuentes de la moral y de la religión): “la religión es una reacción defensiva de la naturaleza contra la representación, por la inteligencia, de un margen desalentador de imprevisibilidad entre la iniciativa tomada y el efecto deseado, de lo que podría haber de deprimente para el sujeto, y de disolvente para la sociedad, y sobre todo de la inevitabilidad de la muerte”. Eso explica el origen de los elementos míticos en la historia de las religiones. Los mitos no son categorías de la razón instrumental y de los juicios medio-fin, cuyo centro es el principio de causalidad, porque en el mito no hay causalidad. Los mitos aparecen más allá de la razón instrumental, precisamente cuando aparece la irracionalidad de la razón instrumental, es decir de la racionalidad medio-fin que es la propia del capitalismo. Aparecen mitos que niegan las amenazas para la vida y que a veces tienen un carácter marcadamente sacrificial y en los que se celebra la muerte para la vida. Porque si bien la muerte es algo seguro, lo más inseguro es la hora de la muerte. Esa inseguridad es la contingencia a la que se aludía más arriba. Hay que suponer entonces una referencia trascendente, que es pura ilusión. La modernidad intenta defenderse contra el mito, pero no puede escapar de ellos, incluso fabrica nuevos mitos sólo que secularizando los antiguos. Pero como en el mito se hace abstracción de la muerte, hay que recurrir a la racionalidad medio fin, es decir la razón instrumental que sólo se fija en los resultados, en la eficiencia, o sea, en la performance.
Es como elviaje del Titanic o como cortar la rama del árbol. Esas acciones parecen racionales, pero son profundamente irracionales. En el viaje del Titanic la irracionalidad consistió en ir a toda velocidad en medio de los icebergs. En cortar la rama del árbol la irracionalidad consiste en cortar la rama del árbol entre el sitio donde estoy sentado y el tronco del árbol. Los resultados de tales acciones irracionales son de preveer, y de hecho el primero de los casos citados forma parte de la historia. En el marco del sistema económico neoliberal, el resultado es la desorientación del mercado y del propio pensamiento sobre el mercado con relación a la racionalidad reproductiva. En el mercado todas las acciones medio-fin son igualmente racionales con tal de que sean eficientes, aunque con relación a la racionalidad reproductiva tengan efectos destructivos. De igual manera, cortar la rama del árbol sobre la que está uno sentado es tan racional como cortar cualquier otra rama. De aquí que la tendencia del mercado es inherentemente destructiva y destruye seres humanos a la vez que la propia naturaleza. Se trata de la irracionalidad de lo racionalizado. La racionalidad reproductiva se asume como “imperfección” del mercado. Sin embargo, la racionalidad reproductiva no es cuestión de voluntad o de deseo: El ser humano tiene que producir y reproducir (consumir) continuamente. De ahí resulta la indiferencia entre la vida y la muerte que existe como paradigma en el seno del capitalismo.
Por eso el capitalismo necesita de mitos, y si pueden ser religiosos mejor. Se necesitan seguridades ante las contingencias. Para el capitalismo la seguridad la ofrece el mercado. Entonces la modernidad (como ya se dijo, y digan los sabios lo que digan) fabrica mitos o toma mitos antiguos secularizándolos. El gran mito de la modernidad es el progreso, entendido como crecimiento. Se trata de un progreso indefinido. Ese mito es inseparable de las ciencias empíricas e implica hacer abstracción de la muerte. “Lo perfecto es posible”. Empieza con las ciencias empíricas (duras) pero se extiende a la economía. En la economía neoclásica se han sustituido las necesidades por las preferencias, las apetencias (los apetitos que diría san Juan de la Cruz). En ese punto, se abstrae la muerte. El poder político mata, por el contrario el poder del mercado deja morir. Pero el resultado es el mismo. Al abstraer la muerte se omite el criterio de verdad. Abstrayendo la muerte se puede pensar en un tiempo sin fin. Como el espacio del mito es el que se refiere a las limitaciones de la condición humana, y la muerte es la mayor limitación a la vida, el mito es la otra cara (la cara bonita) de la razón instrumental. Ahora el mito es la verdad, la pistis, porque la verdad es aquello con y por lo cual se puede (y merece la pena) vivir.
Tercer inciso.
Pero como la condición humana implica la muerte como contingencia fundamental del ser humano hay que buscar remedio a esa problemática. Sin embargo la ciencia empírica no puede analizar la contingencia sino sólo tiene que suponerla, admitirla. La contingencia presupone la causalidad como referencia de todo análisis. Es decir dada la contingencia de la vida humana y del mundo, se tiene que recurrir a la causalidad. La causalidad se impone por el hecho de que el mundo es contingente. La causalidad es la muleta que precisa la contingencia. Al no poder conocer el mundo en su interior, en su verdad, sustituimos ese conocimiento por el supuesto de la causalidad. No podemos derivar el principio de causalidad de ciencia empírica alguna, es al revés, es la causalidad la que hace posible la ciencia empírica y la tecnología, la cual también está rodeada de un halo mítico. Ni Hume, ni Kant, que despreciaban la metafísica, se pueden librar de argumentos que aparecen en el espacio mítico y que acaba siendo la otra cara de la razón instrumental. Lo mismo pasa con los científicos: la mayor parte dicen que son agnósticos (no saben, no contestan) pero que acaban creyendo en cosas tales como la masa puntual, el gas perfecto, el aislante ideal, etc.,etc. que son todo abstracciones idealizadas. En definitiva: la causalidad es condición humana. Por supuesto el Acontecimiento se salta la causalidad. El ejemplo más claro es precisamente la Resurrección, como la entiende Pablo, que es el fin de la contingencia y por tanto está más allá de la causalidad.
Fin del tercer inciso.
Como consecuencia de lo dicho, asociado a este tipo de categorías neoliberales, aparece también el gran mito de la razón sacrificial. Se trata de atribuir eficacia al sacrificio. Está claro que eso es una secularización. Pero como estamos en una sociedad donde lo que predomina es el cálculo (de utilidades, de oportunidades, de la eficiencia), se trata de calcular el número de sacrificios humanos que va a ser necesario. El neoliberalismo económico se vuelve sacrificial. La historia de los sacrificios humanos es muy antigua, recordemos lo dicho sobre Abraham. Atraviesa las religiones. Ahora, cuando ya parecía que la historia de los sacrificios se había acabado (según dice la carta a los Hebreos), resulta que desde la economía se nos piden sacrificios. Para que unos vivan, otros tienen que morir. Es lo que dice Hayek, premio Nobel de economía. Es lo mismo que decir que para acabar con el paro hay que mandar gente a la calle. Para decir eso que dice Hayek, no hace falta que encima le den el premio Nobel. Sería más adecuado aplicarle la ley de peligrosidad social. Nueva paradoja, los profetas de la muerte son ensalzados como pasó con el nazismo. Pero detrás del mito del sacrificio necesario aparece el mito del poder. Porque de la contingencia se puede pasar a la discusión sobre las instituciones, las leyes y de los protocolos sociales, incluyendo los que proceden de la religión. La institucionalización impone unas normas de comportamiento, que la modernidad etiqueta como leyes. Pero como esas normas no se cumplen espontáneamente, esa institucionalización implica el ejercicio del poder. Esa institucionalización es la administración de la contingencia y en el fondo de la muerte. El gran mito del poder, es por tanto un mito sacrificial: para que unos vivan, otros tienen que morir. Hay que producir muerte para que haya vida. Se trata de un gran circuito sacrificial. ¿Cuáles son las reglas morales que llevan al “cálculo de vidas”?: La propiedad privada y el contrato. Y como las desgracias nunca vienen solas, la compañera del mito del sacrificio es la agresividad. La sociedad neoliberal es profundamente agresiva una agresividad que se detecta fácilmente en los rasgos de la cultura dominante y es también una consecuencia de la desesperación a que conduce el crédito (pistis) capitalista.
Si el rito se contextualiza en el sacrificio, lo propio del rito es la seriedad. Una seriedad que va adornada con frecuencia del correspondiente boato. Por eso un mecanismo de des-sacralización, léase profanación, es la banalización, la burla, la frivolización, la sátira, el juego, el chiste. El pueblo ibérico es experto en la profanación por medio de los chistes. El juego, que en su versión infantil es la forma sacramental anticipada de algo tan serio como el trabajo humano, es también una inversión de la esfera sagrada. El juego de los disfraces es una forma de des-sacralización. A eso apunta la oración que se propone como apertura del cursillo (ver página 1 del mismo). Jesús mismo utiliza el humor burlón como herramienta pedagógica. Parafraseando a Benzo: “el humor apunta con frecuencia en las palabras de jesús, unas veces en forma de ironía amable, y otras, de sátira amarga. (Mt. 11, 7-8, Id. 16-19, Lucas 16, 1-9; 18, 1-8; Mt. 9, 12; Lc. 13, 33; Juan, 10, 32; Lucas, 6, 41-42; Mt. 23; Lc, 22, 25; Mc. 14, 48).
De hecho un profeta es un sujeto que usa extensivamente ese mismo procedimiento. Se ha dicho, que el profeta es un individuo que situándose vital y epistemológicamente en el lugar de los pobres hace un análisis crítico (la crítica es una forma de des-sacralización) de las patologías del poder del imperio. Chesterton, también él burlón, dice que lo primero que tiene que hacer un profeta es burlarse de sí mismo. En general nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos y a lo que hacemos. Afortunadamente con la edad se relativizan esas “grandes acciones” en las que nos hemos visto envueltos. Teresa de Lisieux, santa y doctora de la Iglesia, decía que le gustaría ser una canica para que el Niño Jesús jugara con ella. Palabras infantiles de quién hizo del espíritu de infancia una forma de vida. Dejando a los santos y yendo a los ateos, Benjamin decía que el derecho desactivado y no aplicado, sino sólo estudiado, abría la puerta a la justicia. Notemos de pasada que son precisamente los jueces, con todas sus puñetas en la bocamanga de sus negros trajes los que engalanados de esa guisa aplican leyes supuestamente justas. El carácter negligente e informal de los sacramentos cristianos se manifiesta en la forma banal de la llamada materia sacramental. No sólo algo tan banal como el pan y el vino son la materia sacramental (recordemos aquello de materia, forma, ministro y sujeto) de la eucaristía, en el caso del matrimonio son los cuerpos desnudos, y por tanto pobres, vulnerables y des-sacralizados, de los contrayentes los que constituyen la materia prima viva del sacramento. Resulta así que la materia del sacramento es también la manera sacramental (valga la redundancia) de des-sacralizar, de profanar, el sacramento. No cabe ya la menor duda de que nuestro Dios es un Dios mediático. A Dios parece que le placen las mediaciones y los disfraces.
Volvamos al poder
No se ha reflexionado bastante sobre el poder. Tiene el poder, el que es capaz de dictar el estado de excepción. Los pobres viven en estado de excepción permanente. Pero además, el poder económico es claramente mítico porque su concepto teórico básico es el conocimiento perfecto: la omnisciencia, que es claramente una abstracción. De ahí deriva el poder sin control de las compañías multinacionales. Sin contestar a ese mito final no hay salida posible para la vida. O haces sacrificios de buen grado o te los impone el poder, tú eliges. Sin embargo Dios, de quién se dice que es todopoderoso, no parece usar nunca de su infinito poder. Entonces, una de dos o es que tiene tanto poder que no necesita usar de él o es que en realidad no tiene ningún poder. A ver si resulta que el poder de Dios es el poder de amar. Claro que todo eso es metafísica.
Lo dicho tiene que ver con la metafísica que llevan inherentes las abstracciones. Sin embargo, el problema no está en que hagan abstracciones, sino en la “falacia de la reducción (concreción) injustificada”. Es decir, una cosa es que se haga abstracción de lo incidental para destacar lo fundamental, y otra que se abstraiga lo fundamental para salvar un modelo (económico, físico, moral, tanto da) ideal asumido previamente como dogma. Las idealizaciones son siempre parte de la metafísica. Por ejemplo, la competencia perfecta es metafísica. Los sistemas ideales en los que se basan las leyes físicas e incluso los experimentos son pura metafísica. Se trata de una ilusión trascendental. La ciencia empírica moderna recurre constantemente a la creación de representaciones idealizadas de la realidad. Esas idealizaciones no son alcanzables empíricamente y por tanto no son factibles. Se trata de reconstruir artificialmente la realidad a partir de modelos presuntamente basados en la experiencia. Aquí aparecen los llamados mecanismos de funcionamiento del estilo del diablillo de Maxwell de la Termodinámica, que es omnisciente (lo sabe todo) y por tanto orienta el proceso de separación de las partículas de una mezcla. Esa omnisciencia se puede aplicar a una deidad o se puede secularizar. Sin embargo, la paradoja (tautología) es evidente: Si se quiere una explicación natural, es decir, sin recurrir a ningún factor externo, entonces se necesita un “conocimiento perfecto”, pero ese conocimiento no es un factor natural, sino resultado de la metafísica. Aparece subrepticiamente la instancia omnisciente. Resulta pues que, aunque san Alberto Magno decía que hay que hacer ciencia como si Dios no existiera, la verdad es que los científicos empíricos sostienen implícitamente que hay un dios, aunque se declaren agnósticos o ateos. Claro que lo sostienen virtualmente, como el sexo virtual. Por eso la ciencia empírica es menos empírica de lo que el público de a pie se imagina.
Ahora ya estamos en condiciones de abordar el tema de la mitificación-parasitización del cristianismo
El primer anuncio fundamental del cristianismo es: Dios se ha hecho hombre, es decir ser humano en Jesús de Nazaret. (El segundo, no menos importante, es: Jesús ha resucitado). Ese primer anuncio trastoca completamente el universo mítico existente. Todos los marcos categoriales del pensamiento mítico cambian.
1) El mensaje subyacente es “Haz como Dios, o sea humanízate”. Eso quiere decir dejar de ser inhumano. Deja lo que te hace ser inhumano. 1ª) Contrapartida mítica: Jesucristo es hombre pero no como los demás: Compartió la condición humana menos en el pecado. ¿Y quién ha dicho que la condición humana implique precisa y necesariamente el pecado, cuando lo más inhumano es precisamente el pecado?
2) Jesús fue ejecutado en el cumplimiento de la ley, judía y romana. Consecuencia: la aplicación de la ley lleva la muerte A partir de Pablo, al que se adhiere Juan, el pecado se comete cumpliendo la ley. No se trata de los pecados, sino del pecado. ¿Qué pecado?: El asesinato del Pobre, lo que es una injusticia. “La cólera de Dios se revela desde el cielo contra los hombres que tienen atrapada la verdad en la injusticia” (Rm. 1, 18). Se trata de una injusticia declarada justicia, pero que acaba con la vida del justo. El mundo cambia si digo, creyéndolo: Yo soy si tú eres. Así pues la ley no es la justicia. Pablo es el primero que dijo eso, tomen nota los letrados. El viejo Marx no hace más que seguir con eso (no estoy seguro si se dio cuenta de ello), sólo que secularizándolo en la forma de la ley del mercado. En cualquier caso, la ley ha sido clavada en la cruz. 2ª) Contrapartida mítica. Jesús no fue ejecutado cumpliendo la ley sino por unos judíos malos que interpretaron la ley a su conveniencia. O peor aún, Jesús fue víctima de un terrible malentendido. ¿Fue Jesús, entonces, el que no se explicó con la suficiente claridad?
3) El hombre Jesús, Hijo de Dios, y por medio del cual todos somos hijos de Dios, resucitó para una nueva vida corporal. Además si Jesucristo no resucitó vana es nuestra fe (1Cor. 15, 14). Y si nosotros no resucitamos también, es que El tampoco resucitó (1Cor. 15, 13). La eternidad pasa ahora a ser cosa de los cuerpos, no del alma (eso ya se sabía). El enemigo a vencer es la muerte, y Jesús venció a la muerte. 3ª) Contrapartida mítica. El cuerpo resucitado es un cuerpo sin sensualidad ni apetitos. Está controlado por el alma que como es sabido está al margen de todo tipo de deseos (que son potencialmente malos). Se trata de un cuerpo abstracto incapaz de producir un cuestionamiento de la ley. Desaparece con ello el valor de la corporalidad.
4) De lo dicho resulta una teología de la deuda y de la culpa, cuyo contrapunto se expresa magníficamente en el Padrenuestro: “Perdona nuestras deudas como perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6, 12, según la primera edición de la Biblia de Jerusalén). Según esa teología las deudas no se deben pagar, hay que objetar contra el pago de las deudas. Pagar la deuda es ofender a Dios. Pero, hay condiciones: “como nosotros también perdonamos”. Ser como Dios manda es perdonar las deudas y es además la manera de que Dios perdone las nuestras. 4ª) Contrapartida mítica: Ahora, sin embargo, las deudas se pagan. Además como se trata de deudas impagables, el pago de la deuda es la muerte. Resucitamos la muerte a la que Jesús había vencido. Ni siquiera la sangre de Cristo elimina nuestra deuda impagable con Dios, porque la ley de Cristo obliga a cumplir esa nueva ley de pagar la deuda. La deuda no se cancela, se traslada. Seguimos, pues, endeudados per in secula seculorum.
5) Se abre un marco histórico en el cual se desemboca en una tierra nueva y un cielo nuevo, porque los antiguos “desaparecieron” (Ap. 21, 1)).
5ª) Contrapartida mítica: Se trata de volver al paraíso, el futuro es una vuelta al pasado. Es el mito del eterno retorno que ya conocíamos. El eterno retorno es la estrategia acomodaticia de la modernidad ante la contingencia de una muerte sin resurrección. A este respecto, no ha habido mayor tergiversación que la que se ha llevado a cabo con el Apocalipsis de Juan.
Como vemos, desde la fe en Jesucristo estamos pertrechados para hacer toda una crítica de la razón mítica. Se suele criticar, con motivo, la razón sentimental, pero tan perversas son las tergiversaciones de la razón (ya sea esta científica, mítica o incluso mística) como las de los sentimientos. En ese proceso de mitificación está inherentemente presente el capitalismo. Eso es lo que se ha tratado de probar.
Capítulo siguiente: Alternativas.
Apéndice 1.
Consecuencias políticas que se siguen de lo dicho hasta ahora.
En el presente escrito, se ha criticado la abstracción de la realidad en forma de leyes que siempre son idealizaciones porque toman como base modelos matemáticos supuestamente basados en el empirismo. Y ya se sabe lo que pasa con los y las modelos, que envejecen con el tiempo y son superados por otros y otras más jóvenes y lozanos/as. Ya se dijo que las idealizaciones son siempre parte de la metafísica. La competencia perfecta es metafísica. Los sistemas ideales en los que se basan las leyes físicas son pura metafísica. La ciencia empírica moderna recurre constantemente a la creación de representaciones idealizadas de la realidad. Como ya se dijo, esas idealizaciones no son alcanzables empíricamente y por tanto no son factibles. En el capitalismo se produce la abstracción de la naturaleza en tierra, del patrimonio en capital y la vida y el trabajo humano en mercancía. ¿Por qué se ha abandonado la teoría de la división social del trabajo por una simple teoría abstracta del equilibrio formal de los mercados? Porque no se quiere hablar del reparto del excedente económico ni del problema del poder político que le es inherente.
Se introduce una lógica particular que produce a partir de esa objetividad abstracta un mundo invertido. Ejemplos:
1) Cuando me doy de cabeza contra la pared (circunstancia mucho más frecuente de lo que pudiera parecer) ¿Siento dolor de cabeza porque la pared está dura? O más bien, ¿concluyo que la pared está dura porque siento dolor al pegarle con la cabeza? Más bien esto segundo.
2) ¿Es el asesinato un crimen porque es punible según la ley? ¿No será más bien que hay que prohibir por ley el asesinato porque es un crimen al atentar contra la dignidad de la persona?
3) La sinfonía de “los adioses” o de “la despedida” de Haydn. ¿Se van yendo los músicos poco a poco en el cuarto movimiento para acomodarse el título de la sinfonía? O más bien, ¿No será que la sinfonía saca su nombre de una huelga en forma de plante que hicieron los músicos porque no se les pagaba el salario?
Resulta así un mundo al revés. El mundo se vuelve mágico. ¿Corren los coches?, ¿Lava la ropa la lavadora?, ¿Calcula el ordenador? ¿Trabaja el dinero? La respuesta a todas esas preguntas es NO. Mediante ese dispositivo ideológico la experiencia pierde su valor fundante. Las cosas tienen vida y amor en sus entrañas a la vez que las personas se vuelven cosas extrañas. Ya lo dijo Pablo de Tarso: “Ahora vemos como en un espejo” (1Co. 13, 12). (Es bien sabido que el espejo da una imagen invertida de la realidad). A eso (muchos años más tarde) el viejo Marx le llamaría fetichismo. No sabemos si conocía la primera carta a los corintios. Entonces sucede que el objeto devora al sujeto. El sujeto desaparece o se vuelve abstracto, accesorio. De igual forma el ser humano desaparece ante la ley (física, jurídica, religiosa o del tipo que sea). La ley abstrae a la persona y la convierte en sujeto: sujeto de derechos, sujeto pasivo, sujeto fiscal, etc. Lo mismo pasa con la ciencia empírica moderna que de hecho nace de ese tipo de abstracciones y la convierte con frecuencia en metafísica. Ejemplo: El principio de conservación de la energía nunca ha sido demostrado en su total generalidad. La objetividad del mundo se convierte en una conclusión teórica cuando se independiza de la realidad y de la experiencia. “La vida es sueño” decía Calderón. Así resulta que mirando las cosas del revés, no es que el mundo sea falso, sino que se ve trastocado en un producto teórico. Con esto llegamos al universo mítico que se criticó más arriba. No es que el mito sea necesariamente malo, pero hay que ser conscientes de lo que es un mito y de sus inherentes limitaciones.
Apéndice 2.
Consecuencias cristológicas.
El mismo Walter Benjamin había escrito muchos años antes de caer en la cuenta de que el capitalismo es una religión: “Nada es tan anárquico como el orden burgués”. El orden burgués es el que produce el capitalismo. Anarquía viene de An-archos que es una palabra griega compuesta que quiere decir sin principio, sin fundamento, sin referencia. Vamos a ver como las importantes cuestiones cristológicas que se debatieron en la Iglesia desde el principio del siglo IV hasta bien pasado el siglo VI, tienen un claro reflejo en el paradigma de la anarquía capitalista. En efecto, la Iglesia de aquella época estuvo profundamente dividida por la controversia contra el arrianismo, cuya propuesta era que el Hijo, Palabra (Verbum) y praxis de Dios, tiene su fundamento (arché) en el Padre. Parece que el término decisivo en la controversia arriana era precisamente el tema del fundamento, de la referencia. Fue en el concilio de Nicea (325 dC) donde se acuñó la frase “engendrado, no creado, de la misma naturaleza (homousios) que el Padre” con lo que se declaraba también el carácter anárquico de Hijo y con ello el carácter infundado del lenguaje, de la acción y del gobierno de Jesucristo. Es esta escisión entre ser y actuar, entre ontología y praxis lo que introduce la manera de ser secular en todo el occidente. Que Cristo anárquico, además de verdadero Dios, sea hombre verdadero deja abierta la puerta a las infinitas posibilidades de la acción humana y descubre ese nuevo aspecto que consiste en el carácter laico, además de religioso, de la fe cristiana. En otras palabras, enfatiza la libertad y la voluntad con todo lo que eso significa para que la pistis se encarne en la historia humana. Además, sólo encarnándose en la historia humana, Dios se realiza plenamente para el hombre, para todos los hombres.
En esas condiciones, el capitalismo hereda y sobre todo seculariza mediante su estrategia parasitaria el carácter anárquico de la cristología. En manos del capitalismo ya sabemos lo que esto significa: la exaltación de la libertad (ahora concebida como libertad de mercado) y una acción humana infundada en el ser y por tanto sometida a partir de ahora al determinismo de ciertas leyes mercantiles declaradas como dogmas infalibles, cuando no a la aleatoriedad del propio funcionamiento del mercado y a las oscuras apetencias y exigencias del capital.
Apéndice 3.
Consecuencias teológicas.
Hemos dicho que la encarnación del Verbo Divino en Cristo deja abiertas una multitud de posibilidades, buenas y malas, a la libertad humana y marca definitivamente el carácter laico de nuestra religión.
Al mismo tiempo, y de acuerdo con Pablo; el Verbo se hizo carne en Cristo, y este, “siendo de condición divina, no consideró como presa (retuvo ávidamente) el ser igual a Dios, sino que se despojó, no de la naturaleza divina, sino de las prerrogativas, es decir del rango, correspondientes a dicha naturaleza, haciéndose hombre, con todas las consecuencias y limitaciones inherentes a la condición humana, y se humilló, obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz” (Fil. 2, 6-8).
En la cruz se produce el máximo anonadamiento de la condición divina y la máxima separación de dicha condición divina de la condición humana cuando Jesús dice: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46). Ese sentirse abandonado Dios por Dios, es el punto en el que esa aparente brecha radical que separa a Dios del hombre se ha trasladado al propio Dios. Cuando me experimento totalmente separado de Dios, dejado de la mano de Dios, es cuando estoy absolutamente más cerca de Él, porque en ese momento estoy en la situación de Cristo abandonado. Al mismo tiempo la oración de Cristo abandonado por Dios (Mt. 27, 46) se convierte en la oración propia del ateo. Es decir el abandono de Dios por el hombre, léase ateísmo, y el abandono del Hombre Jesucristo por Dios, son estrictamente correlativos, son como las dos caras de un mismo gesto.
Eso implica, al menos, dos cosas: 1) Es en ese horizonte, donde el amor cristiano surge como un amor mucho más allá de la condescendencia, un amor que se manifiesta en la asunción de la indigencia humana. 2) La modernidad, al remover a Dios del mundo, no sólo no ha salido de la teología, sino que no ha hecho más que dar cumplimiento al veredicto divino, que es un proyecto laicista, de convertir al hombre en hijo de Dios mediante el proceso inverso, el proceso reversible, de ese anonadamiento descrito por Pablo en la carta a los filipenses. En otras palabras, Dios ha hecho el mundo como si éste pudiera funcionar bien sin Dios, y lo gobierna providencialmente como si éste se gobernara al margen de Dios, o sea, por sí mismo. En esa imagen todo sucede como si el ateísmo se haya disuelto en teología y la teología en ateísmo, mientras que la democracia ocupa el lugar de la divina providencia. Por ello, en esa imagen, en la que el mundo, creado por Dios, se identifica a sí mismo como un mundo sin Dios, y en el que contingencia, necesidad y libertad se desvanecen unas en otras, aparece a plena luz el veredicto divino según el cual la gloria de Dios mismo está en que viva el pobre, el indigente hombre pobre. Concomitantemente, el veredicto divino es que el pobre queda definitivamente fuera del estado de excepción.
A modo de epílogo (sacado de un texto de Bernanos para incluir en La Impostura y citado por A. Beguin en Bernanos par lui même).
Uno de los principales problemas que existen en la detección del pecado es su carácter oculto, su disfraz. “Ni la efusión de la caridad, ni la intuición de un corazón fraterno sabrían descubrir esa parte secreta que hay en nosotros donde el mal arraiga y se nutre. Sobre este punto nuestra ignorancia recíproca es profunda. Podemos caminar mucho tiempo en compañía, pero al final cada uno abraza por su cuenta su propia mentira para la que está hecho. Se peca solo, como se muere solo. Las fanfarrias del vicio son para los estúpidos, pero su planta secreta sólo es comprendida por muy pocos. Ciertamente el ángel oscuro raramente es descubierto ”in fraganti”, él golpea y se escapa rápidamente. Pero su trabajo más lento y minucioso delata inequívocamente su presencia”.
RDC. 20-25 de octubre de 2019 (corregido el 1 de noviembre de 2019).
Sobre el autor, RDC= Ricardo Díaz Calleja*, es militante de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica). Profesionalmente es catedrático (jubilado) de Termodinámica y Fisicoquímica en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Valencia. Ha investigado en propiedades viscoelásticas y dieléctricas de polímeros y en la actualidad trabaja en problemas de inestabilidad y bifurcación en materiales electroelásticos y en cristales líquidos nemáticos.
Fuente: http://espai-marx.net/?p=7289