EL PRESIDENTE DE MÉXICO, ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR SIGUE EN EL CAMINO DE CONVERTIRSE EN EL MEJOR PRESIDENTE DE LA NACIÓN, PESE A LOS TRAIDORES EXISTENTES. Miguel Ángel Reyes.
El capitalismo es una religión. “Dios no murió, se convirtió en dinero”
Jorge Majfud
45-58 minutes
El título que precede al presente escrito puede considerarse en
principio como una hipótesis de trabajo. El documento siguiente está
dirigido a probar dicha hipótesis y en consecuencia a convertirla en
tesis.
El trabajo que se presenta tiene la
forma de una paráfrasis, a veces discrepante, de dos escritos fundamentales. El
primero de ellos es de Giorgio Agamben y se titula El capitalismo como religión. Se trata de una
traducción, publicada en Artillería Inmanente en 2018, de una parte de los
trabajos que constituían la publicación llamada Creación y Anarquía y publicada a su vez por Neri
Pozza, Vicenza en 2017. Dicha parte ya había sido presentada como la última de
cinco lecciones impartidas en la Academia de Arquitectura de Mendrisio en 2013.
El segundo es un escrito más largo de
Franz J. Hinkelammert publicado en Arlekin, San José (Costa Rica) en 2007. Su
título es Hacia una crítica de la razón mítica: El
laberinto de la modernidad. Se trata de un libro algo errático y mal traducido
del alemán, pero que contiene muy valiosas intuiciones. En el capítulo1 (parte
b): Los inicios de los mitos de la modernidad en el cristianismo, se sientan
las bases para lo que luego se desarrollará en el capítulo 4: El capitalismo
como culto, y que va en la misma dirección que el escrito de Agamben.
Sin embargo ambos documentos están
fundamentados en un breve pero fundamental texto de Walter Benjamin titulado
«El capitalismo como religión». Ese texto, poco accesible y por tanto poco
conocido, fue publicado por primera vez en castellano en 1990 por la
revista El Porteño.
Empecemos pues la paráfrasis comentada
que constituye nuestra aportación al tema con una de esas señales de los
tiempos (Mt. 16, 2-4) que son claves de interpretación de la realidad, como
postula el Concilio Vaticano II, pero que incluso siendo evidentes, pasan
desapercibidas para la mayor parte de personas que miran al dedo en lugar de
mirar a las estrellas que el dedo señala. El 15 de agosto de 1971, es decir en
pleno y sudoroso verano, el gobierno de ese país que hoy se considera el
Imperio, declaró suspendida la convertibilidad del dólar americano en oro. A
partir de ese momento, los billetes de banco ya no llevarían la inscripción:
“Se pagará al portador de tantos dólares la cantidad en oro correspondiente a
esos dólares”. La referencia al patrón oro se había cancelado. A partir de
ahora el dinero posee cada vez más valor autorreferencial, es decir su valor
está remitido a sí mismo. Los poseedores de dinero ya no podían convertirlo en
oro. Nadie que fuera parte del colectivo de los grandes poseedores de dinero
protestó por ello. El dinero se había convertido en papel. Papel bonito, con
muchos colores y marcas de agua para evitar falsificaciones, pero papel al fin
y al cabo. La moneda se había así desmaterializado, un proceso que había
comenzado mucho antes por la necesidad de evitar el trasiego pesado y peligroso
de las monedas de metal. Las monedas impresas, notas de banco, títulos, papel
moneda, son desde ahora en realidad títulos de crédito.
Schumpeter dijo que todo el dinero es
crédito y, se podría añadir, un crédito que se fundamenta en sí mismo porque no
corresponde nada más que a sí mismo ya que es autorreferencial. Sin embargo, el
dinero sigue siendo el patrón de cambio, el homogeneizador universal, de todas
las mercancías.
En términos antropológicos, es como el
amor que también es autorreferencial, es decir, sólo se remite a sí mismo.
Pregunta: ¿Por qué amo a una persona? Respuesta: Porque la amo. Es lo que dice
Ana Schmidt (Alida Valli en la película El tercer hombre) a Rollo
Martins (Joseph Cotten en la película) cuando éste le ha demostrado (con la
oscura pretensión de hacerse con ella) lo mala persona que era su amante Harry
Lime (Orson Wells en la película): “Yo quería a un hombre, ya se lo he dicho.
Un hombre no es diferente porque uno descubra cosas (malas) sobre él. Es
siempre el mismo hombre”.
En términos teológicos el dinero sigue
con su pretensión de hacerse como Dios, que también es autorreferencial.
Pregunta: ¿A quién se remite Dios? Respuesta: A sí mismo. Sin embargo las
consecuencias de una y otra fe, porque de fe se trata, son diametralmente
opuestas como vamos a tratar de probar.
Hay que ver en el capitalismo una religión, porque el capitalismo sirve
esencialmente para la satisfacción de las mismas preocupaciones, pulsiones e
inquietudes a las que daban, y todavía dan, respuesta las llamadas religiones.
Vamos a ver los rasgos característicos de esa nueva religión, o mejor,
estructura religiosa, recién descubierta.
El capitalismo es una religión de puro culto. Lleva al culto a su extremo.
En el capitalismo todo tiene significado por su relación inmediata con el
culto. No hay dogmas, como no sean los del mercado, ni tampoco teología.
Un segundo rasgo del capitalismo como religión es la duración permanente
del culto. No hay días de fiesta especialmente dedicados al culto, sino que
este es ininterrumpido. La celebración más específica del culto tiene lugar en
la jornada laboral. Ahí se despliega toda la pompa sacral, en la extrema
tensión del adorante. La propaganda comercial no es propiamente el culto, es
parte de la celebración del culto, por eso está tan presente en nuestras vidas:
para que no nos olvidemos. Nos dicen: “Lo perfecto es posible con nuestro nuevo
sistema de barrer, fregar o con nuestro nuevo modelo de coche”.
En tercer lugar el culto capitalista es culpabilizante. Es probablemente el
primer y único caso de culto no expiante sino culpabilizante. No se dirige a la
redención de una culpa sino a la culpa misma. De lo que se trata es de hacer
universal la culpa y la consiguiente culpabilización, de meterla a la viva
fuerza en la conciencia y de implicar a Dios mismo en el proceso
culpabilizador.
Por consiguiente, es parte de la esencia de ese movimiento religioso que es
el capitalismo, el llevar al sujeto a la consecución de un estado de permanente
inestabilidad y estrés sicológico que puede desembocar en la desesperación. Por
lo tanto se trata de una religión que no apunta a la redención, ni siquiera a
la transformación del mundo, sino a su destrucción, desespedazando al sujeto
como efecto colateral. Su dominio en la época que vivimos es tan total que,
según Benjamin, incluso los tres grandes profetas de la modernidad, a saber,
Nietzche, Marx y Freud son de alguna manera solidarios con la religión de la
desesperación. “Este tránsito del hombre por la casa de la desesperación en la
soledad absoluta de su recorrido es el ethos que define a Nietzche. Se trata
del Superhombre, el primero que se reconoce miembro de la nueva religión. Pero
también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: “Lo
reprimido, la representación pecaminosa, es el capital, sobre el cual el
infierno del inconsciente paga los intereses”. Y en Marx, el capitalismo, “con
los intereses simples con los que paga, y los compuestos con los que cobra, y
que son función de la culpa, se transformará en socialismo”.
Existe un cuarto y último rasgo de la religión capitalista: Su dios tiene
que ser ocultado, no es un Dios oculto como el cristiano, sino que debe ser
ocultado, que es diferente. Sólo en el cenit de la culpabilización puede ser
mencionado.
En el capitalismo, la culpa proviene de la deuda (en el idioma alemán se
usa la misma palabra para deuda que para culpa). La deuda tiene que ser, por
supuesto, impagable. Por ello la situación del culpable-deudor, es
absolutamente sin salida. Un “cul de sac” sin opción. Las preocupaciones
cotidianas del sujeto son el índice de esa conciencia de culpa entronizada en
el mismísimo coco de dicho sujeto.
Si el capitalismo es una religión podemos plantearnos ahora la pregunta en
términos de fe ¿En qué cree el capitalismo? Vamos a tratar de verlo. La fe capitalista
El término griego que Jesús y sus apóstoles usaban para “fe” es pistis.
Por eso los primeros y perseguidos cristianos se daban a conocer
clandestinamente dibujando en tierra un pez (piscis) que luego borraban
inmediatamente por razones de seguridad y evitar ser comida de los leones.
Hoy día la manera de escribir en griego “banco de crédito” es usando la
misma palabra. Por eso se puede empezar el análisis asimilando “fe” al
“crédito” que le damos a aquel en quién depositamos nuestra fe. Si la fe tiene
como objeto Dios, entonces se trata del crédito del que gozamos ante Dios y del
cual la Persona y la Palabra (Verbum) de Dios goza ante nosotros.
Inciso. Por supuesto fe y creencias no son lo mismo. En
palabras de don Tomás Malagón (consiliario nacional de la HOAC en la década de
los sesenta), la fe es la actitud que Dios suscita en el hombre al revelarse;
las creencias son las formulaciones (siempre limitadas e imperfectas) con las
que la persona humana trata de explicarse y entender el contenido de dicha
revelación, una revelación que es ante todo la del amor gratuito e
incondicionado por parte de Dios. Es la misma distinción que él hacía entre los
niveles óntico y ontológico (los del ser y de la interpretación que hacemos del
ser). Por eso las creencias son un símbolo de la fe y por eso decimos que el
credo de la misa es un símbolo de la fe. Se usa el artículo indeterminado
porque existen muchos símbolos de la fe: el primitivo credo de la carta a los
Filipenses, el credo de los apóstoles, el credo de Nicea, etc. Hay gente que
tiene fe pero no sabe o no puede expresarla en forma de creencias, es lo que
les acontece a muchos místicos. Hay otros que tienen creencias pero tales
creencias no se apoyan en ninguna fe. Por ejemplo los discípulos de Jesús
creían en fantasmas y por eso pensaron que aquel que estaba preparando un
almuerzo a base de pescado asado en la orilla del lago era de hecho un
fantasma. Sin embargo se puede creer en fantasmas pero no tener necesariamente
fe en ellos. La fe es más que todo eso. Los hombres del Antiguo Testamento sellaban la fe con
una alianza. Por eso Pablo propone la actitud de Abraham como modelo
referencial de fe. Una alianza es un pacto, si puede ser, entre iguales. Se
trata de establecer una relación fiduciaria entre dos partes a base de tomar al
otro bajo nuestra protección o prestarle dinero o algún bien fiándonos de él.
Aquel que es objeto de fe, entendida así, tiene en sus manos a la persona que
se fía de él. En su forma primitiva esa relación de fe implicaba una
reciprocidad y suponía una garantía. Por supuesto la fe de aquellos hombres y
mujeres no tenía como objeto lo mismo que nosotros entendemos por fe que es una
adhesión personal e intransferible a la persona de Jesucristo, sobre la base de
ese Acontecimiento (así con mayúsculas) llamado resurrección con todas las
consecuencias que ello implica en lo relativo al seguimiento y al compromiso.
Resumiendo: Fe es por tanto una actitud antropológica fundamental que da
sentido y significado a la existencia. Las creencias son las diferentes
formulaciones de la fe. La religión, sin embargo, es una especie de cajón de
sastre donde han tenido cabida muchas cosas, incluso contradictorias entre sí. Implica una serie de ritos, comportamientos y
protocolos que algunas veces en ciertas religiones han tenido carácter mágico.
En cualquier caso, se trata de mediaciones, es decir, de instrumentos que como
tales pueden cambiar dentro de una misma religión. Más adelante se dará una
definición de religión debida a Bergson que denota una realidad en la forma de
entender la relación o religación con la divinidad. Fe y religión: sentido y
eficacia. Si se pierde la fe se produce la desorientación del sujeto, si se
desprecian las mediaciones se cae en la ineficacia.
Fin del inciso.
Si se asume como cierto lo anterior, resulta obvio que el capitalismo es
una religión de puro culto fundada en una fe, en un crédito, y ese crédito
tiene como objeto material el dinero. En el capitalismo la fe en el Dios de
Jesús ha sido sustituida por la fe en el crédito, cuya materia sacramental es
el dinero. Es una religión cuyo Dios es el dinero. En el mismo sentido, la
banca ha tomado el papel de la Iglesia, en cuanto es la detentadora, la
gobernanta, la manipuladora y la gestora de ese bien supremo que es el dinero.
Por eso los edificios de los bancos se parecen a las iglesias con sus columnas,
su ornamentación y su boato. El confesonario es la ventanilla donde evacuamos
los secretos de nuestro patrimonio que escondemos púdicamente frente a la
mirada ajena: “no traspase la línea amarilla para proteger la
confidencialidad”. El sagrario es la caja fuerte que se halla protegida por
todo tipo de medidas de seguridad y que encierra lo más sagrado y amado
(inconfesadamente) por todos nosotros: el dinero. Pero prosigamos con nuestras
pesquisas.
¿Qué significó, para esta religión, la decisión de suspender la
convertibilidad del dinero en oro? Supuso algo parecido a la acción de Moisés
destruyendo el becerro de oro: una purificación de la fe. Supuso cancelar su
nexo idolátrico con el oro y la afirmación de su total independencia con
relación a cualquier referente, a cualquier fundamento. El dinero se ha
emancipado de cualquier referente, se ha vuelto autoreferencial. En el mismo
sentido, el crédito pasa a ser un ser inmaterial, un verdadero fetiche sin
representación. Notemos de paso, que lo que Pablo propone es que aquel que ha
puesto su pistis en Cristo, tome la palabra de Cristo como si
fuera la verdadera sustancia (ousia en griego), el verdadero
fundamento. Pero este “como si” es lo que la parodia de la religión capitalista
cancela. El dinero, que se ha vuelto intangible, es ahora la sustancia
a-referenciada. El dinero es la esencia misma de la cosa, su ousia, es
decir la sustancia pura. De esta manera se va suprimiendo el último obstáculo
para la transformación integral del dinero en mercancía y por tanto para llegar
al mercado universal del dinero. La universalización es la pretensión secreta
de cualquier religión. Se trata de la omnipresencia. El carácter destructivo de
la religión capitalista aparece aquí con toda su fuerza. Vamos a verlo. Una
sociedad cuya religión es el crédito, que tiene fe en el crédito y que cree
sólo en las formalidades asociadas al crédito, es una sociedad que está
condenada a vivir del crédito. Crédito a muerte dice Robert Kurz (El
fin de la política y la apoteosis del dinero, Roma, Manifestolibri, 1997).
“Para el capital privado del siglo XIX todavía valían los principios de la
fiabilidad y la solvencia y servía el valor de la palabra dada. El crédito y
por tanto los negocios del “capital ficticio” parecían una obscenidad propia de
estafadores”. Hoy la estafa se ha globalizado porque en el siglo XX esa
concepción patriarcal se ha disuelto en las frías aguas del capitalismo
financiero. Esto significa que las empresas, para poder continuar con la
producción, deben hipotecar anticipadamente siempre mayores cantidades de un
bien que no es propiamente suyo: el trabajo humano. En un primer momento, el
capital que se usa para producir mercancías se alimenta ficticiamente de un
futuro ciertamente incierto, porque ellos sabían perfectamente que hay créditos
de dudoso cobro y procuran prestar sólo al que pide sin necesidad de pedir. En
su libro de economía Samuelson decía, “Una ley que hace la desgracia del que no
la sigue: Nunca preste a quién lo necesita”. Pero ahora, en el presente estadio
del capitalismo, se presta dinero incluso al que lo necesita, sabiendo de
antemano que no lo va a devolver, pero que eso le va a convertir en un ser
sometido a perpetuidad. La religión capitalista vive, de esta manera, de un
endeudamiento continuo que no puede ni debe ser extinguido. Y de manera análoga
a la forma como operan las empresas, las personas y las familias se endeudan
recurriendo al crédito, con lo que se comprometen religiosamente en ese acto
continuo y generalizado de fe sobre el incierto futuro. Y es la banca que como
sumo sacerdote administra el dinero a los fieles por medio del único sacramento
de la religión capitalista: el crédito-deuda-culpa. Por ello, si la gente, por
efecto de un extraño milagro, dejara de tener fe en el crédito y dejara de
vivir a crédito tendido, el capitalismo se derrumbaría inmediatamente. Se trata
por tanto de ser ateo con relación a ese dios crédito.
Cuatro años antes de la supresión del patrón oro, Guy Debord publicó La
sociedad del espectáculo. La tesis central de ese libro es que en la
etapa actual de desarrollo del capitalismo, éste se presenta como una inmensa
acumulación de imágenes en un escenario en que todo lo realmente vivido se
aleja de la realidad para convertirse en una representación. Paralelamente todo
valor de uso desaparece porque todo queda transformado en dinero, elemento
básico del valor de cambio. “El espectáculo es el dinero, porque en él la
totalidad del uso se ha intercambiado por la totalidad de una representación
abstracta, por una abstracción, que es dinero. El dinero es la mercancía
absoluta que no puede ya referirse a una cantidad específica de metal-oro. En
consecuencia, el dinero tiende cada vez a ser más invisible: “pague ahora sin
dinero”. Para eso están las tarjetas de crédito. El dinero crediticio es sólo
un apunte en una libreta o, más frecuentemente, un frío dato en un ordenador.
Llegamos así a la abstracción suprema, al fetiche del fetiche: la tarjeta de
crédito. Ella es nuestra salvación ante el peligro de una insolvencia
momentánea y por eso la llevamos en la cartera junto a la oración a Jesús
Obrero y a la ficha donde los de la HOAC tenemos escrito nuestro proyecto
personal de vida militante.
En este contexto, el lenguaje humano se transforma, porque ya no hay nada
que comunicar, es decir, ya que el dinero es cada vez más autorreferencial, en
el mismo sentido, el lenguaje ha roto su nexo con el mundo real y se convierte
en “comunicación de lo incomunicable”, porque ya no hay nada que comunicar sino
la misma comunicación que no dice nada. Existe por tanto, una semejanza entre
el lenguaje y el dinero. Si el lenguaje se convierte también en
autorreferencial entonces el lenguaje no dice nada aunque se emitan sonidos. Se
ha roto el nexo entre el lenguaje y el mundo real y como consecuencia el Verbo,
la Palabra, ya no se ha hecho carne. Se vuelve del revés el veredicto de Dios
sobre el mundo real. Aquí es donde aparece con total claridad la relación
parasitaria del capitalismo con el cristianismo. Un parásito absorbe y
capitaliza la savia vital de la que vive el sujeto paciente dejando a éste
inerme e indefenso frente a agresiones externas. Es como el cáncer que vive a
costa del enfermo que lo padece hasta que consigue la destrucción de la vida del
paciente que lo sufre y concomitantemente la muerte del propio cáncer.
El capitalismo es el final de la historia que como tal no tiene más salida
que el acto final de reverencial sumisión al capital precipitándose en una nada
que se ve llegar. De ahí que el capitalismo esté sumido permanentemente en la
crisis (que etimológicamente significa “juicio definitivo”), es decir, en un
estado de excepción permanente. El desenlace de esta macabra historia es un
apocalipsis, que en este caso es la consecuencia de una carrera sin sentido
hacia la nada, y cuyos profetas son los científicos convertidos ahora en
profetas que anuncian el inminente fin de la vida sobre la tierra, lo que desde
luego no carece de fundamento. Un apocalipsis que, por supuesto, no tiene nada que
ver con el atribuido a Juan sino que representa su inversión radical. La misma
inversión que supone el que la acción humana ya no esté fundamentada en el ser:
por eso es libre, pero con una libertad que está condenada al azar y a la
aleatoriedad que es precisamente lo que produce el mercado en su anárquico
comportamiento. Se trataría pues de empezar a abrir un espacio en el que
pensar, ese nuevo acto subversivo, vuelva a ser posible aunque con riesgo de
ser detenido por las fuerzas del orden.
Como pieza a añadir en esta tapicería, que quedará sin concluir y por ello
permanecerá abierta de momento, habría que hablar del proceso, del mecanismo
por medio del cual se produce la parasitización a que se acaba de aludir. Pero
para ello hace falta dar un pequeño rodeo. Se trata de explorar los orígenes y
causas de lo que ha conducido a que el capitalismo se haya convertido en un
parásito del cristianismo. Por eso hay que hablar de mitos y de la mitología
subyacente en el capitalismo. Un mito es un relato (story) acerca de los
orígenes de cualquier realidad. Se suele apelar, aunque no necesariamente, a lo
sobrenatural como elemento explicativo del mismo. Eso no quiere decir, sin
embargo, que el mito esté exento de base histórica (history). Por ejemplo, la
historia de Abraham contiene elementos claramente míticos (ver cursillo de
Biblia impartido por la HOAC), pero algo muy importante debió
de pasar en la historia (history) para que aquel personaje mítico no asesinando
ritualmente (es decir religiosamente) a su hijo, tuvo que salir corriendo de su
pueblo y llevar una vida itinerante, es decir nómada, por el desierto.
Ese algo muy importante fue un elemento decisivo en el origen
de un pueblo que pactó con ese Dios innombrable (IHWH) una alianza que le
garantizaría un futuro y una descendencia grandiosa, como las estrellas del
cielo y las arenas del mar, pese a la esterilidad del propio Abraham (que se
cuelga a Sara, sin fundamento médico alguno), y que más tarde tanto Jesús como
Pablo computaron como fe (pistis).
Otro inciso. Se han escrito las dos palabras, story e history en
inglés porque en ese idioma se distingue lo que es una historia ejemplar más o
menos fabulosa, o un simple relato de un sucedido (story), de un suceso del
pasado (history) del que se tiene constancia y verificación empírica y por ello
se puede analizar con las metodologías de cualquier otra ciencia.
Fin del segundo inciso.
Volvamos a los mitos. Los mitos elaboran marcos categoriales (las
categorías permiten la distinción, la separación y la clasificación de los
hechos) de un pensamiento frente a la contingencia o sea las limitaciones, del
mundo, en particular frente a los juicios vida/muerte. En cierto sentido, es lo
que dice Bergson sobre la religión (ver Las dos fuentes de la moral y de la
religión): “la religión es una reacción defensiva de la naturaleza contra la
representación, por la inteligencia, de un margen desalentador de
imprevisibilidad entre la iniciativa tomada y el efecto deseado, de lo que
podría haber de deprimente para el sujeto, y de disolvente para la sociedad, y
sobre todo de la inevitabilidad de la muerte”. Eso explica el origen de los
elementos míticos en la historia de las religiones. Los mitos no son categorías
de la razón instrumental y de los juicios medio-fin, cuyo centro es el
principio de causalidad, porque en el mito no hay causalidad. Los mitos
aparecen más allá de la razón instrumental, precisamente cuando aparece la
irracionalidad de la razón instrumental, es decir de la racionalidad medio-fin
que es la propia del capitalismo. Aparecen mitos que niegan las amenazas para
la vida y que a veces tienen un carácter marcadamente sacrificial y en los que
se celebra la muerte para la vida. Porque si bien la muerte es algo seguro, lo
más inseguro es la hora de la muerte. Esa inseguridad es la contingencia a la
que se aludía más arriba. Hay que suponer entonces una referencia trascendente,
que es pura ilusión. La modernidad intenta defenderse contra el mito, pero no
puede escapar de ellos, incluso fabrica nuevos mitos sólo que secularizando los
antiguos. Pero como en el mito se hace abstracción de la muerte, hay que
recurrir a la racionalidad medio fin, es decir la razón instrumental que sólo
se fija en los resultados, en la eficiencia, o sea, en la performance.
Es como elviaje del Titanic o como cortar la rama del árbol.
Esas acciones parecen racionales, pero son profundamente irracionales. En el
viaje del Titanic la irracionalidad consistió en ir a toda velocidad en medio
de los icebergs. En cortar la rama del árbol la irracionalidad consiste en
cortar la rama del árbol entre el sitio donde estoy sentado y el tronco del
árbol. Los resultados de tales acciones irracionales son de preveer, y de hecho
el primero de los casos citados forma parte de la historia. En el marco del
sistema económico neoliberal, el resultado es la desorientación del mercado y
del propio pensamiento sobre el mercado con relación a la racionalidad
reproductiva. En el mercado todas las acciones medio-fin son igualmente
racionales con tal de que sean eficientes, aunque con relación a la
racionalidad reproductiva tengan efectos destructivos. De igual manera, cortar
la rama del árbol sobre la que está uno sentado es tan racional como cortar
cualquier otra rama. De aquí que la tendencia del mercado es inherentemente destructiva
y destruye seres humanos a la vez que la propia naturaleza. Se trata de la
irracionalidad de lo racionalizado. La racionalidad reproductiva se asume como
“imperfección” del mercado. Sin embargo, la racionalidad reproductiva no es
cuestión de voluntad o de deseo: El ser humano tiene que producir y reproducir
(consumir) continuamente. De ahí resulta la indiferencia entre la vida y la
muerte que existe como paradigma en el seno del capitalismo.
Por eso el capitalismo necesita de mitos, y si pueden ser religiosos mejor.
Se necesitan seguridades ante las contingencias. Para el capitalismo la
seguridad la ofrece el mercado. Entonces la modernidad (como ya se dijo, y
digan los sabios lo que digan) fabrica mitos o toma mitos antiguos
secularizándolos. El gran mito de la modernidad es el progreso, entendido como
crecimiento. Se trata de un progreso indefinido. Ese mito es inseparable de las
ciencias empíricas e implica hacer abstracción de la muerte. “Lo perfecto es
posible”. Empieza con las ciencias empíricas (duras) pero se extiende a la
economía. En la economía neoclásica se han sustituido las necesidades por las
preferencias, las apetencias (los apetitos que diría san Juan de la Cruz). En
ese punto, se abstrae la muerte. El poder político mata, por el contrario el
poder del mercado deja morir. Pero el resultado es el mismo. Al abstraer la
muerte se omite el criterio de verdad. Abstrayendo la muerte se puede pensar en
un tiempo sin fin. Como el espacio del mito es el que se refiere a las
limitaciones de la condición humana, y la muerte es la mayor limitación a la
vida, el mito es la otra cara (la cara bonita) de la razón instrumental. Ahora
el mito es la verdad, la pistis, porque la verdad es aquello con y
por lo cual se puede (y merece la pena) vivir.
Tercer inciso. Pero como la condición humana implica la muerte como
contingencia fundamental del ser humano hay que buscar remedio a esa
problemática. Sin embargo la ciencia empírica no puede analizar la contingencia
sino sólo tiene que suponerla, admitirla. La contingencia presupone la
causalidad como referencia de todo análisis. Es decir dada la contingencia de
la vida humana y del mundo, se tiene que recurrir a la causalidad. La
causalidad se impone por el hecho de que el mundo es contingente. La causalidad
es la muleta que precisa la contingencia. Al no poder conocer el mundo en su
interior, en su verdad, sustituimos ese conocimiento por el supuesto de la
causalidad. No podemos derivar el principio de causalidad de ciencia empírica
alguna, es al revés, es la causalidad la que hace posible la ciencia empírica y
la tecnología, la cual también está rodeada de un halo mítico. Ni Hume, ni
Kant, que despreciaban la metafísica, se pueden librar de argumentos que
aparecen en el espacio mítico y que acaba siendo la otra cara de la razón
instrumental. Lo mismo pasa con los científicos: la mayor parte dicen que son
agnósticos (no saben, no contestan) pero que acaban creyendo en cosas tales
como la masa puntual, el gas perfecto, el aislante ideal, etc.,etc. que son todo
abstracciones idealizadas. En definitiva: la causalidad es condición humana.
Por supuesto el Acontecimiento se salta la causalidad. El ejemplo más claro es
precisamente la Resurrección, como la entiende Pablo, que es el fin de la
contingencia y por tanto está más allá de la causalidad.
Fin del tercer inciso.
Como consecuencia de lo dicho, asociado a este tipo de categorías
neoliberales, aparece también el gran mito de la razón sacrificial. Se trata de
atribuir eficacia al sacrificio. Está claro que eso es una secularización. Pero
como estamos en una sociedad donde lo que predomina es el cálculo (de
utilidades, de oportunidades, de la eficiencia), se trata de calcular el número
de sacrificios humanos que va a ser necesario. El neoliberalismo económico se
vuelve sacrificial. La historia de los sacrificios humanos es muy antigua,
recordemos lo dicho sobre Abraham. Atraviesa las religiones. Ahora, cuando ya
parecía que la historia de los sacrificios se había acabado (según dice la
carta a los Hebreos), resulta que desde la economía se nos piden sacrificios.
Para que unos vivan, otros tienen que morir. Es lo que dice Hayek, premio Nobel
de economía. Es lo mismo que decir que para acabar con el paro hay que mandar
gente a la calle. Para decir eso que dice Hayek, no hace falta que encima le
den el premio Nobel. Sería más adecuado aplicarle la ley de peligrosidad
social. Nueva paradoja, los profetas de la muerte son ensalzados como pasó con
el nazismo. Pero detrás del mito del sacrificio necesario aparece el mito del poder.
Porque de la contingencia se puede pasar a la discusión sobre las
instituciones, las leyes y de los protocolos sociales, incluyendo los que
proceden de la religión. La institucionalización impone unas normas de
comportamiento, que la modernidad etiqueta como leyes. Pero como esas normas no
se cumplen espontáneamente, esa institucionalización implica el ejercicio del
poder. Esa institucionalización es la administración de la contingencia y en el
fondo de la muerte. El gran mito del poder, es por tanto un mito sacrificial:
para que unos vivan, otros tienen que morir. Hay que producir muerte para que
haya vida. Se trata de un gran circuito sacrificial. ¿Cuáles son las reglas
morales que llevan al “cálculo de vidas”?: La propiedad privada y el contrato.
Y como las desgracias nunca vienen solas, la compañera del mito del sacrificio
es la agresividad. La sociedad neoliberal es profundamente agresiva una
agresividad que se detecta fácilmente en los rasgos de la cultura dominante y
es también una consecuencia de la desesperación a que conduce el crédito (pistis)
capitalista.
Si el rito se contextualiza en el sacrificio, lo propio del rito es la
seriedad. Una seriedad que va adornada con frecuencia del correspondiente
boato. Por eso un mecanismo de des-sacralización, léase profanación, es la
banalización, la burla, la frivolización, la sátira, el juego, el chiste. El
pueblo ibérico es experto en la profanación por medio de los chistes. El juego,
que en su versión infantil es la forma sacramental anticipada de algo tan serio
como el trabajo humano, es también una inversión de la esfera sagrada. El juego
de los disfraces es una forma de des-sacralización. A eso apunta la oración que
se propone como apertura del cursillo (ver página 1 del mismo). Jesús mismo
utiliza el humor burlón como herramienta pedagógica. Parafraseando a Benzo: “el
humor apunta con frecuencia en las palabras de jesús, unas veces en forma de
ironía amable, y otras, de sátira amarga. (Mt. 11, 7-8, Id. 16-19, Lucas 16,
1-9; 18, 1-8; Mt. 9, 12; Lc. 13, 33; Juan, 10, 32; Lucas, 6, 41-42; Mt. 23; Lc,
22, 25; Mc. 14, 48).
De hecho un profeta es un sujeto que usa extensivamente ese mismo
procedimiento. Se ha dicho, que el profeta es un individuo que situándose vital
y epistemológicamente en el lugar de los pobres hace un análisis crítico (la
crítica es una forma de des-sacralización) de las patologías del poder del
imperio. Chesterton, también él burlón, dice que lo primero que tiene que hacer
un profeta es burlarse de sí mismo. En general nos tomamos demasiado en serio a
nosotros mismos y a lo que hacemos. Afortunadamente con la edad se relativizan
esas “grandes acciones” en las que nos hemos visto envueltos. Teresa de
Lisieux, santa y doctora de la Iglesia, decía que le gustaría ser una canica
para que el Niño Jesús jugara con ella. Palabras infantiles de quién hizo del
espíritu de infancia una forma de vida. Dejando a los santos y yendo a los
ateos, Benjamin decía que el derecho desactivado y no aplicado, sino sólo
estudiado, abría la puerta a la justicia. Notemos de pasada que son
precisamente los jueces, con todas sus puñetas en la bocamanga de sus negros
trajes los que engalanados de esa guisa aplican leyes supuestamente justas. El
carácter negligente e informal de los sacramentos cristianos se manifiesta en
la forma banal de la llamada materia sacramental. No sólo algo tan banal como
el pan y el vino son la materia sacramental (recordemos aquello de materia,
forma, ministro y sujeto) de la eucaristía, en el caso del matrimonio son los
cuerpos desnudos, y por tanto pobres, vulnerables y des-sacralizados, de los
contrayentes los que constituyen la materia prima viva del sacramento. Resulta
así que la materia del sacramento es también la manera sacramental (valga la
redundancia) de des-sacralizar, de profanar, el sacramento. No cabe ya la menor
duda de que nuestro Dios es un Dios mediático. A Dios parece que le placen las
mediaciones y los disfraces. Volvamos al poder
No se ha reflexionado bastante sobre el poder. Tiene el poder, el que es
capaz de dictar el estado de excepción. Los pobres viven en estado de excepción
permanente. Pero además, el poder económico es claramente mítico porque su
concepto teórico básico es el conocimiento perfecto: la omnisciencia, que es
claramente una abstracción. De ahí deriva el poder sin control de las compañías
multinacionales. Sin contestar a ese mito final no hay salida posible para la
vida. O haces sacrificios de buen grado o te los impone el poder, tú eliges.
Sin embargo Dios, de quién se dice que es todopoderoso, no parece usar nunca de
su infinito poder. Entonces, una de dos o es que tiene tanto poder que no
necesita usar de él o es que en realidad no tiene ningún poder. A ver si
resulta que el poder de Dios es el poder de amar. Claro que todo eso es
metafísica.
Lo dicho tiene que ver con la metafísica que llevan inherentes las
abstracciones. Sin embargo, el problema no está en que hagan abstracciones,
sino en la “falacia de la reducción (concreción) injustificada”. Es decir, una
cosa es que se haga abstracción de lo incidental para destacar lo fundamental,
y otra que se abstraiga lo fundamental para salvar un modelo (económico,
físico, moral, tanto da) ideal asumido previamente como dogma. Las
idealizaciones son siempre parte de la metafísica. Por ejemplo, la competencia
perfecta es metafísica. Los sistemas ideales en los que se basan las leyes
físicas e incluso los experimentos son pura metafísica. Se trata de una ilusión
trascendental. La ciencia empírica moderna recurre constantemente a la creación
de representaciones idealizadas de la realidad. Esas idealizaciones no son
alcanzables empíricamente y por tanto no son factibles. Se trata de reconstruir
artificialmente la realidad a partir de modelos presuntamente basados en la
experiencia. Aquí aparecen los llamados mecanismos de funcionamiento del estilo
del diablillo de Maxwell de la Termodinámica, que es omnisciente (lo sabe todo)
y por tanto orienta el proceso de separación de las partículas de una mezcla.
Esa omnisciencia se puede aplicar a una deidad o se puede secularizar. Sin
embargo, la paradoja (tautología) es evidente: Si se quiere una explicación
natural, es decir, sin recurrir a ningún factor externo, entonces se necesita
un “conocimiento perfecto”, pero ese conocimiento no es un factor natural, sino
resultado de la metafísica. Aparece subrepticiamente la instancia omnisciente.
Resulta pues que, aunque san Alberto Magno decía que hay que hacer ciencia como
si Dios no existiera, la verdad es que los científicos empíricos sostienen
implícitamente que hay un dios, aunque se declaren agnósticos o ateos. Claro
que lo sostienen virtualmente, como el sexo virtual. Por eso la ciencia
empírica es menos empírica de lo que el público de a pie se imagina. Ahora ya estamos en condiciones de abordar el tema de
la mitificación-parasitización del cristianismo
El primer anuncio fundamental del cristianismo es: Dios se ha hecho hombre,
es decir ser humano en Jesús de Nazaret. (El segundo, no menos importante, es:
Jesús ha resucitado). Ese primer anuncio trastoca completamente el universo
mítico existente. Todos los marcos categoriales del pensamiento mítico cambian.
1) El mensaje subyacente es “Haz como Dios, o sea humanízate”. Eso quiere
decir dejar de ser inhumano. Deja lo que te hace ser inhumano. 1ª)
Contrapartida mítica: Jesucristo es hombre pero no como los demás: Compartió la
condición humana menos en el pecado. ¿Y quién ha dicho que la condición humana
implique precisa y necesariamente el pecado, cuando lo más inhumano es
precisamente el pecado?
2) Jesús fue ejecutado en el cumplimiento de la ley, judía y romana.
Consecuencia: la aplicación de la ley lleva la muerte A partir de Pablo, al que
se adhiere Juan, el pecado se comete cumpliendo la ley. No se trata de los
pecados, sino del pecado. ¿Qué pecado?: El asesinato del Pobre, lo que es una
injusticia. “La cólera de Dios se revela desde el cielo contra los hombres que
tienen atrapada la verdad en la injusticia” (Rm. 1, 18). Se trata de una
injusticia declarada justicia, pero que acaba con la vida del justo. El mundo
cambia si digo, creyéndolo: Yo soy si tú eres. Así pues la ley no es la
justicia. Pablo es el primero que dijo eso, tomen nota los letrados. El viejo
Marx no hace más que seguir con eso (no estoy seguro si se dio cuenta de ello),
sólo que secularizándolo en la forma de la ley del mercado. En cualquier caso,
la ley ha sido clavada en la cruz. 2ª) Contrapartida mítica. Jesús no fue
ejecutado cumpliendo la ley sino por unos judíos malos que interpretaron la ley
a su conveniencia. O peor aún, Jesús fue víctima de un terrible malentendido.
¿Fue Jesús, entonces, el que no se explicó con la suficiente claridad?
3) El hombre Jesús, Hijo de Dios, y por medio del cual todos somos hijos de
Dios, resucitó para una nueva vida corporal. Además si Jesucristo no resucitó
vana es nuestra fe (1Cor. 15, 14). Y si nosotros no resucitamos también, es que
El tampoco resucitó (1Cor. 15, 13). La eternidad pasa ahora a ser cosa de los
cuerpos, no del alma (eso ya se sabía). El enemigo a vencer es la muerte, y
Jesús venció a la muerte. 3ª) Contrapartida mítica. El cuerpo resucitado es un
cuerpo sin sensualidad ni apetitos. Está controlado por el alma que como es
sabido está al margen de todo tipo de deseos (que son potencialmente malos). Se
trata de un cuerpo abstracto incapaz de producir un cuestionamiento de la ley.
Desaparece con ello el valor de la corporalidad.
4) De lo dicho resulta una teología de la deuda y de la culpa, cuyo
contrapunto se expresa magníficamente en el Padrenuestro: “Perdona nuestras
deudas como perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6, 12, según la primera
edición de la Biblia de Jerusalén). Según esa teología las deudas no se deben
pagar, hay que objetar contra el pago de las deudas. Pagar la deuda es ofender
a Dios. Pero, hay condiciones: “como nosotros también perdonamos”. Ser como
Dios manda es perdonar las deudas y es además la manera de que Dios perdone las
nuestras. 4ª) Contrapartida mítica: Ahora, sin embargo, las deudas se pagan.
Además como se trata de deudas impagables, el pago de la deuda es la muerte.
Resucitamos la muerte a la que Jesús había vencido. Ni siquiera la sangre de
Cristo elimina nuestra deuda impagable con Dios, porque la ley de Cristo obliga
a cumplir esa nueva ley de pagar la deuda. La deuda no se cancela, se traslada.
Seguimos, pues, endeudados per in secula seculorum.
5) Se abre un marco histórico en el cual se desemboca en una tierra nueva y
un cielo nuevo, porque los antiguos “desaparecieron” (Ap. 21, 1)).
5ª) Contrapartida mítica: Se trata de volver al paraíso, el futuro es una
vuelta al pasado. Es el mito del eterno retorno que ya conocíamos. El eterno
retorno es la estrategia acomodaticia de la modernidad ante la contingencia de
una muerte sin resurrección. A este respecto, no ha habido mayor tergiversación
que la que se ha llevado a cabo con el Apocalipsis de Juan.
Como vemos, desde la fe en Jesucristo estamos pertrechados para hacer toda
una crítica de la razón mítica. Se suele criticar, con motivo, la razón
sentimental, pero tan perversas son las tergiversaciones de la razón (ya sea
esta científica, mítica o incluso mística) como las de los sentimientos. En ese
proceso de mitificación está inherentemente presente el capitalismo. Eso es lo
que se ha tratado de probar. Capítulo siguiente: Alternativas. Apéndice 1. Consecuencias políticas que se siguen de lo dicho
hasta ahora.
En el presente escrito, se ha criticado la abstracción de la realidad en
forma de leyes que siempre son idealizaciones porque toman como base modelos
matemáticos supuestamente basados en el empirismo. Y ya se sabe lo que pasa con
los y las modelos, que envejecen con el tiempo y son superados por otros y
otras más jóvenes y lozanos/as. Ya se dijo que las idealizaciones son siempre
parte de la metafísica. La competencia perfecta es metafísica. Los sistemas
ideales en los que se basan las leyes físicas son pura metafísica. La ciencia
empírica moderna recurre constantemente a la creación de representaciones
idealizadas de la realidad. Como ya se dijo, esas idealizaciones no son
alcanzables empíricamente y por tanto no son factibles. En el capitalismo se
produce la abstracción de la naturaleza en tierra, del patrimonio en capital y
la vida y el trabajo humano en mercancía. ¿Por qué se ha abandonado la teoría
de la división social del trabajo por una simple teoría abstracta del
equilibrio formal de los mercados? Porque no se quiere hablar del reparto del
excedente económico ni del problema del poder político que le es inherente.
Se introduce una lógica particular que produce a partir de esa objetividad
abstracta un mundo invertido. Ejemplos:
1) Cuando me doy de cabeza contra la pared (circunstancia mucho más
frecuente de lo que pudiera parecer) ¿Siento dolor de cabeza porque la pared
está dura? O más bien, ¿concluyo que la pared está dura porque siento dolor al
pegarle con la cabeza? Más bien esto segundo.
2) ¿Es el asesinato un crimen porque es punible según la ley? ¿No será más
bien que hay que prohibir por ley el asesinato porque es un crimen al atentar
contra la dignidad de la persona?
3) La sinfonía de “los adioses” o de “la despedida” de Haydn. ¿Se van yendo
los músicos poco a poco en el cuarto movimiento para acomodarse el título de la
sinfonía? O más bien, ¿No será que la sinfonía saca su nombre de una huelga en
forma de plante que hicieron los músicos porque no se les pagaba el salario?
Resulta así un mundo al revés. El mundo se vuelve mágico. ¿Corren los
coches?, ¿Lava la ropa la lavadora?, ¿Calcula el ordenador? ¿Trabaja el dinero?
La respuesta a todas esas preguntas es NO. Mediante ese dispositivo ideológico
la experiencia pierde su valor fundante. Las cosas tienen vida y amor en sus
entrañas a la vez que las personas se vuelven cosas extrañas. Ya lo dijo Pablo
de Tarso: “Ahora vemos como en un espejo” (1Co. 13, 12). (Es bien sabido que el
espejo da una imagen invertida de la realidad). A eso (muchos años más tarde)
el viejo Marx le llamaría fetichismo. No sabemos si conocía la primera carta a
los corintios. Entonces sucede que el objeto devora al sujeto. El sujeto
desaparece o se vuelve abstracto, accesorio. De igual forma el ser humano
desaparece ante la ley (física, jurídica, religiosa o del tipo que sea). La ley
abstrae a la persona y la convierte en sujeto: sujeto de derechos, sujeto
pasivo, sujeto fiscal, etc. Lo mismo pasa con la ciencia empírica moderna que
de hecho nace de ese tipo de abstracciones y la convierte con frecuencia en
metafísica. Ejemplo: El principio de conservación de la energía nunca ha sido
demostrado en su total generalidad. La objetividad del mundo se convierte en
una conclusión teórica cuando se independiza de la realidad y de la
experiencia. “La vida es sueño” decía Calderón. Así resulta que mirando las
cosas del revés, no es que el mundo sea falso, sino que se ve trastocado en un
producto teórico. Con esto llegamos al universo mítico que se criticó más
arriba. No es que el mito sea necesariamente malo, pero hay que ser conscientes
de lo que es un mito y de sus inherentes limitaciones. Apéndice 2. Consecuencias cristológicas.
El mismo Walter Benjamin había escrito muchos años antes de caer en la
cuenta de que el capitalismo es una religión: “Nada es tan anárquico como el
orden burgués”. El orden burgués es el que produce el capitalismo. Anarquía
viene de An-archos que es una palabra griega compuesta que
quiere decir sin principio, sin fundamento, sin referencia. Vamos a ver como
las importantes cuestiones cristológicas que se debatieron en la Iglesia desde
el principio del siglo IV hasta bien pasado el siglo VI, tienen un claro reflejo
en el paradigma de la anarquía capitalista. En efecto, la Iglesia de aquella
época estuvo profundamente dividida por la controversia contra el arrianismo,
cuya propuesta era que el Hijo, Palabra (Verbum) y praxis de Dios, tiene su
fundamento (arché) en el Padre. Parece que el término decisivo en la
controversia arriana era precisamente el tema del fundamento, de la referencia.
Fue en el concilio de Nicea (325 dC) donde se acuñó la frase “engendrado, no
creado, de la misma naturaleza (homousios) que el Padre” con lo que se
declaraba también el carácter anárquico de Hijo y con ello el carácter
infundado del lenguaje, de la acción y del gobierno de Jesucristo. Es esta
escisión entre ser y actuar, entre ontología y praxis lo que introduce la
manera de ser secular en todo el occidente. Que Cristo anárquico, además de
verdadero Dios, sea hombre verdadero deja abierta la puerta a las infinitas
posibilidades de la acción humana y descubre ese nuevo aspecto que consiste en
el carácter laico, además de religioso, de la fe cristiana. En otras palabras,
enfatiza la libertad y la voluntad con todo lo que eso significa para que
la pistis se encarne en la historia humana. Además, sólo
encarnándose en la historia humana, Dios se realiza plenamente para el hombre,
para todos los hombres.
En esas condiciones, el capitalismo hereda y sobre todo seculariza mediante
su estrategia parasitaria el carácter anárquico de la cristología. En manos del
capitalismo ya sabemos lo que esto significa: la exaltación de la libertad
(ahora concebida como libertad de mercado) y una acción humana infundada en el
ser y por tanto sometida a partir de ahora al determinismo de ciertas leyes
mercantiles declaradas como dogmas infalibles, cuando no a la aleatoriedad del
propio funcionamiento del mercado y a las oscuras apetencias y exigencias del
capital. Apéndice 3. Consecuencias teológicas.
Hemos dicho que la encarnación del Verbo Divino en Cristo deja abiertas una
multitud de posibilidades, buenas y malas, a la libertad humana y marca
definitivamente el carácter laico de nuestra religión.
Al mismo tiempo, y de acuerdo con Pablo; el Verbo se hizo carne en Cristo,
y este, “siendo de condición divina, no consideró como presa (retuvo
ávidamente) el ser igual a Dios, sino que se despojó, no de la naturaleza
divina, sino de las prerrogativas, es decir del rango, correspondientes a dicha
naturaleza, haciéndose hombre, con todas las consecuencias y limitaciones
inherentes a la condición humana, y se humilló, obedeciendo hasta la muerte y
una muerte de cruz” (Fil. 2, 6-8).
En la cruz se produce el máximo anonadamiento de la condición divina y la
máxima separación de dicha condición divina de la condición humana cuando Jesús
dice: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46). Ese sentirse
abandonado Dios por Dios, es el punto en el que esa aparente brecha radical que
separa a Dios del hombre se ha trasladado al propio Dios. Cuando me experimento
totalmente separado de Dios, dejado de la mano de Dios, es cuando estoy
absolutamente más cerca de Él, porque en ese momento estoy en la situación de
Cristo abandonado. Al mismo tiempo la oración de Cristo abandonado por Dios
(Mt. 27, 46) se convierte en la oración propia del ateo. Es decir el abandono
de Dios por el hombre, léase ateísmo, y el abandono del Hombre Jesucristo por
Dios, son estrictamente correlativos, son como las dos caras de un mismo gesto.
Eso implica, al menos, dos cosas: 1) Es en ese horizonte, donde el amor
cristiano surge como un amor mucho más allá de la condescendencia, un amor que
se manifiesta en la asunción de la indigencia humana. 2) La modernidad, al
remover a Dios del mundo, no sólo no ha salido de la teología, sino que no ha
hecho más que dar cumplimiento al veredicto divino, que es un proyecto
laicista, de convertir al hombre en hijo de Dios mediante el proceso inverso,
el proceso reversible, de ese anonadamiento descrito por Pablo en la carta a
los filipenses. En otras palabras, Dios ha hecho el mundo como si éste
pudiera funcionar bien sin Dios, y lo gobierna providencialmente como
si éste se gobernara al margen de Dios, o sea, por sí mismo. En esa
imagen todo sucede como si el ateísmo se haya disuelto en
teología y la teología en ateísmo, mientras que la democracia ocupa el lugar de
la divina providencia. Por ello, en esa imagen, en la que el mundo, creado por
Dios, se identifica a sí mismo como un mundo sin Dios, y en el que contingencia,
necesidad y libertad se desvanecen unas en otras, aparece a plena luz el
veredicto divino según el cual la gloria de Dios mismo está en que viva el
pobre, el indigente hombre pobre. Concomitantemente, el veredicto divino es que
el pobre queda definitivamente fuera del estado de excepción. A modo de epílogo (sacado de un texto de Bernanos
para incluir en La Impostura y citado por A. Beguin en Bernanos
par lui même).
Uno de los principales problemas que existen en la detección del pecado es
su carácter oculto, su disfraz. “Ni la efusión de la caridad, ni la intuición
de un corazón fraterno sabrían descubrir esa parte secreta que hay en nosotros
donde el mal arraiga y se nutre. Sobre este punto nuestra ignorancia recíproca
es profunda. Podemos caminar mucho tiempo en compañía, pero al final cada uno
abraza por su cuenta su propia mentira para la que está hecho. Se peca solo,
como se muere solo. Las fanfarrias del vicio son para los estúpidos, pero su
planta secreta sólo es comprendida por muy pocos. Ciertamente el ángel oscuro
raramente es descubierto ”in fraganti”, él golpea y se escapa
rápidamente. Pero su trabajo más lento y minucioso delata inequívocamente su
presencia”.
RDC. 20-25 de octubre de 2019 (corregido el 1 de noviembre de 2019).
Sobre el autor, RDC= Ricardo Díaz Calleja*, es militante de la HOAC
(Hermandad Obrera de Acción Católica). Profesionalmente es catedrático
(jubilado) de Termodinámica y Fisicoquímica en la Escuela Técnica Superior de
Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Valencia. Ha
investigado en propiedades viscoelásticas y dieléctricas de polímeros y en la
actualidad trabaja en problemas de inestabilidad y bifurcación en materiales
electroelásticos y en cristales líquidos nemáticos.
Fuente: http://espai-marx.net/?p=7289