<<Es
un bichito que si se cae de la mesa, se mata>>. Quién usaba tan
zoológica metáfora era el ministro de Sanidad de UCD, Jesús Sancho Rof,
para <<desdramatizar>> la crisis del síndrome tóxico
desatada en 1981 con un saldo letal de 356 víctimas. Treinta y nueve
años después historia se repite con una pandemia aún sin denominación de
origen. Y se reproduce en las palabras de madera del presidente del
Gobierno de coalición PSOE-UP. <<Haremos lo que haga falta, donde
haga falta y cuándo haga falta>>, manifestó Pedro Sánchez en su
comparecencia del jueves 13 de marzo, tras dos horas de tensa espera por
parte de una ciudadanía alarmada, para desgranar las medidas adoptadas a
fin de contener la plaga del coronavirus, que a esa hora se había
cobrado 3018 afectados y 84 muertos.
Arrancada de caballo y parada de burro. <<Lo que haga falta>>, << dónde haga falta>> y << cuando haga falta>>, con una epidemia galopante, en cuestión de horas podrían ser términos no solo inadecuados sino incluso incompatibles. De hecho, en el lapso que hubo entra la hora prevista para la aparición pública del jefe del Ejecutivo y la efectiva, el Ibex 35 se desplomó hasta el punto más bajo de su historia. A más más, pero en sus antípodas, nueve días antes, el 4 de marzo, la ministra de Economía Nadia Calviño había declarado a la prensa que <<el impacto de la crisis no sería significativo para la economía>>. Palabras, palabras, palabras. Como pasar de la estrategia de la <<contención>> a la de <<contención reforzada>> mientras el Gabinete multiusos se sumaba festivamente a la multitudinaria manifestación del 8-M.Ocurría apenas 24 horas de que el ministro de Sanidad, el insípido Salvador Illa, lanzara las campanas al duelo anunciando las primeras medidas de contingencia con la coletilla << y mañana habrá más>>. Una escalada hacia la incertidumbre que derivó, como no podía ser de otra manera, en asaltó a los supermercados esa misma tarde-noche.
El anuncio era el broche extravagante de la política de comunicación aplicada por Moncloa desde los primeros acordes del COVID-19, dejando al director de emergencias sanitarias Fernando Simón como mascarón de proa <<científico>> para eximir a Sánchez de actuaciones resolutivas que pudieran empañar los fatos de su política <<rotundamente progresista>>. De hecho, contra todo pronóstico y racionalidad, se produjo un apagón informativo en el seno del Gobierno cuando muchos de sus miembros, que una semana antes se habían prodigado en las televisiones amigas para su difundir su particular agit-prop, pasaron de la noche a la mañana a estar missing. Una estrategia suicida a mayor gloria del gurú de la comunicación monclovita Iván Redondo. En el momento en que Pedro Sánchez se asomaba al país por videoconferencia (ahora <<el plasma bueno>>), y con las preguntas de la prensa tasadas al mínimo, España tenía ya más morbilidad en términos relativos que la alcanzada por China, hechas las oportunas transferencias de población.
Y aun así, la clientela política, ideológica y mediática habitual se empeñaba en buscar un enemigo invisible detrás de la pandemia en la otra orilla. Resultó ridículo por más de penoso ver al bueno de Simón valorar como <<valiosas>> las drásticas medidas tomadas por el Gobierno amigo de La Rioja en el caso de Haro, mientras deslizaba una crítica solapada al tachar de algo excesivas las adoptadas por la Comunidad de Madrid, del bando contrario. Cuando por su mayor demografía es la potencial bomba atómica del COVID-19. El fraude de la victimización siguió con la opinión de los tertulianos de la casa remontándose a los recortes de la herencia recibida (en realidad empezaron en el 2010 con Zapatero al timón) como factor de cronificación. Por supuesto, nadie supo decir por qué un país de nuestra idiosincrasia como Grecia, con una Sanidad pública infinitamente peor y verdaderamente asediada por esos hachazos presupuestarios, apenas sufría los embates del coronavirus (1 muerto al redactar esta nota) y sin embargo dispuso controles en los accesos al territorio nacional nada más ver la secuencia italiana.
Por el contario, la estrategia pasaba por instar retóricamente a la resiliencia (la cadena virtuosa de la probidad individual) mientras se despreciaba la sabiduría popular que aconsejaba mejor prevenir que curar. Como no era para tanto y estábamos en manos de los expertos, la doctrina que caló entre la gente, bien alimentada por la casta político-mediática. Era que la gripe era peor que el coronavirus, fue el lema de campaña. Y así, de tumbo en tamba, fuimos de la nada a la más absoluta indigencia. Mientras, en otros países con una sociedad civil menos acomplejada, la clase política evitaba seguir el modelo hispano de considerar a los ciudadanos como niños sin capacidad mental. Ángela Merkel anunciaba a los alemanes (3 defunciones) que el virus <<podía afectar hasta al 70% de la población si no se le ponía coto>>, y con la misma Boris Johnson advertía sin paños calientes a los ingleses (8 muertos registrados) que <<muchas personas perderán a sus seres queridos antes de tiempo>>. La opción parecía clara: o asumir como sociedad adulta la responsabilidad de la gestión del miedo o caer en la irracionalidad de permitir que cunda el pánico en un especie de sálvense quien pueda.
Otra vez <<lo del bichito>> en versión <<nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia>>. Desde que Moncloa disciplinó a sus cargos para rebatir la suspensión del Mobile, el mantra oficial fue siempre del parecido calibre. Negar la terrible evidencia que mostraban en cabeza ajea otros países, como la atormentada Italia. Cuando en la última semana de febrero el país trasalpino alcanzaba las 7 fallecidos, sus autoridades ya cursaron órdenes para restringir la entrada de personas procedentes de zonas de riesgo. Y así y todo fue imposible evitar la progresión exponencial del contagio. Aquí, por el contrario, se impuso un negacionismo al que denominaron <<pautar las medidas acorde con lo que digan los expertos>>, que en román paladino significa ir a remolque de los acontecimientos. Como si en plena ofensiva de un ejército invasor, el alto mando decidiera dejar que avanzara el enemigo hasta que llegar a la cocina para luego rechazarlo con más rabia.
Esa arriesga pachorra gubernamental, que incluso llega hasta dilatar la declaración de Estado de Alarma, instrumento constitucionalmente necesario para aislar poblaciones (afortunadamente aquí aún no se puede actuar manu militari), contrasta con la diligencia sobrevenida que muestran nuestros dirigentes políticos en ámbitos de su exclusiva competencia. Aprovechándose de las circunstancias, se pretende que la oposición parlamentaria otorgue un cheque en blanco al Gobierno para aprobar de los presupuestos. Y la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ha dispuesto cerrar la sede de la soberanía popular durante 15 días para celebrar plenos. Precisamente lo que se niega a hacer el Ejecutivo para bloquear temporalmente la movilidad en la Comunidad de Madrid (competencia exclusiva del Gobierno del Estado) hasta que la crisis escampe.
Manos mal que nos queda Portugal (cero muertos y desde hace tiempo con los centros de reunión masiva clausurados en diferentes zonas del país).
Arrancada de caballo y parada de burro. <<Lo que haga falta>>, << dónde haga falta>> y << cuando haga falta>>, con una epidemia galopante, en cuestión de horas podrían ser términos no solo inadecuados sino incluso incompatibles. De hecho, en el lapso que hubo entra la hora prevista para la aparición pública del jefe del Ejecutivo y la efectiva, el Ibex 35 se desplomó hasta el punto más bajo de su historia. A más más, pero en sus antípodas, nueve días antes, el 4 de marzo, la ministra de Economía Nadia Calviño había declarado a la prensa que <<el impacto de la crisis no sería significativo para la economía>>. Palabras, palabras, palabras. Como pasar de la estrategia de la <<contención>> a la de <<contención reforzada>> mientras el Gabinete multiusos se sumaba festivamente a la multitudinaria manifestación del 8-M.Ocurría apenas 24 horas de que el ministro de Sanidad, el insípido Salvador Illa, lanzara las campanas al duelo anunciando las primeras medidas de contingencia con la coletilla << y mañana habrá más>>. Una escalada hacia la incertidumbre que derivó, como no podía ser de otra manera, en asaltó a los supermercados esa misma tarde-noche.
El anuncio era el broche extravagante de la política de comunicación aplicada por Moncloa desde los primeros acordes del COVID-19, dejando al director de emergencias sanitarias Fernando Simón como mascarón de proa <<científico>> para eximir a Sánchez de actuaciones resolutivas que pudieran empañar los fatos de su política <<rotundamente progresista>>. De hecho, contra todo pronóstico y racionalidad, se produjo un apagón informativo en el seno del Gobierno cuando muchos de sus miembros, que una semana antes se habían prodigado en las televisiones amigas para su difundir su particular agit-prop, pasaron de la noche a la mañana a estar missing. Una estrategia suicida a mayor gloria del gurú de la comunicación monclovita Iván Redondo. En el momento en que Pedro Sánchez se asomaba al país por videoconferencia (ahora <<el plasma bueno>>), y con las preguntas de la prensa tasadas al mínimo, España tenía ya más morbilidad en términos relativos que la alcanzada por China, hechas las oportunas transferencias de población.
Y aun así, la clientela política, ideológica y mediática habitual se empeñaba en buscar un enemigo invisible detrás de la pandemia en la otra orilla. Resultó ridículo por más de penoso ver al bueno de Simón valorar como <<valiosas>> las drásticas medidas tomadas por el Gobierno amigo de La Rioja en el caso de Haro, mientras deslizaba una crítica solapada al tachar de algo excesivas las adoptadas por la Comunidad de Madrid, del bando contrario. Cuando por su mayor demografía es la potencial bomba atómica del COVID-19. El fraude de la victimización siguió con la opinión de los tertulianos de la casa remontándose a los recortes de la herencia recibida (en realidad empezaron en el 2010 con Zapatero al timón) como factor de cronificación. Por supuesto, nadie supo decir por qué un país de nuestra idiosincrasia como Grecia, con una Sanidad pública infinitamente peor y verdaderamente asediada por esos hachazos presupuestarios, apenas sufría los embates del coronavirus (1 muerto al redactar esta nota) y sin embargo dispuso controles en los accesos al territorio nacional nada más ver la secuencia italiana.
Por el contario, la estrategia pasaba por instar retóricamente a la resiliencia (la cadena virtuosa de la probidad individual) mientras se despreciaba la sabiduría popular que aconsejaba mejor prevenir que curar. Como no era para tanto y estábamos en manos de los expertos, la doctrina que caló entre la gente, bien alimentada por la casta político-mediática. Era que la gripe era peor que el coronavirus, fue el lema de campaña. Y así, de tumbo en tamba, fuimos de la nada a la más absoluta indigencia. Mientras, en otros países con una sociedad civil menos acomplejada, la clase política evitaba seguir el modelo hispano de considerar a los ciudadanos como niños sin capacidad mental. Ángela Merkel anunciaba a los alemanes (3 defunciones) que el virus <<podía afectar hasta al 70% de la población si no se le ponía coto>>, y con la misma Boris Johnson advertía sin paños calientes a los ingleses (8 muertos registrados) que <<muchas personas perderán a sus seres queridos antes de tiempo>>. La opción parecía clara: o asumir como sociedad adulta la responsabilidad de la gestión del miedo o caer en la irracionalidad de permitir que cunda el pánico en un especie de sálvense quien pueda.
Otra vez <<lo del bichito>> en versión <<nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia>>. Desde que Moncloa disciplinó a sus cargos para rebatir la suspensión del Mobile, el mantra oficial fue siempre del parecido calibre. Negar la terrible evidencia que mostraban en cabeza ajea otros países, como la atormentada Italia. Cuando en la última semana de febrero el país trasalpino alcanzaba las 7 fallecidos, sus autoridades ya cursaron órdenes para restringir la entrada de personas procedentes de zonas de riesgo. Y así y todo fue imposible evitar la progresión exponencial del contagio. Aquí, por el contrario, se impuso un negacionismo al que denominaron <<pautar las medidas acorde con lo que digan los expertos>>, que en román paladino significa ir a remolque de los acontecimientos. Como si en plena ofensiva de un ejército invasor, el alto mando decidiera dejar que avanzara el enemigo hasta que llegar a la cocina para luego rechazarlo con más rabia.
Esa arriesga pachorra gubernamental, que incluso llega hasta dilatar la declaración de Estado de Alarma, instrumento constitucionalmente necesario para aislar poblaciones (afortunadamente aquí aún no se puede actuar manu militari), contrasta con la diligencia sobrevenida que muestran nuestros dirigentes políticos en ámbitos de su exclusiva competencia. Aprovechándose de las circunstancias, se pretende que la oposición parlamentaria otorgue un cheque en blanco al Gobierno para aprobar de los presupuestos. Y la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ha dispuesto cerrar la sede de la soberanía popular durante 15 días para celebrar plenos. Precisamente lo que se niega a hacer el Ejecutivo para bloquear temporalmente la movilidad en la Comunidad de Madrid (competencia exclusiva del Gobierno del Estado) hasta que la crisis escampe.
Manos mal que nos queda Portugal (cero muertos y desde hace tiempo con los centros de reunión masiva clausurados en diferentes zonas del país).
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