El periodista y escritor argentino publica Sinfín, una novela
sobre un hipotético futuro en el que los humanos han conseguido vencer a
la muerte «Hay religiones en las que ya no cree nadie porque empezamos a
pensar que deber obediencia a un señor que dice haber sido elegido por
Dios es una estupidez, salvo que estés en España» Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) dice que su última novela
es, como todas, una historia de dudosa veracidad, pero hecha de la forma
en la que se hacen las crónicas periodísticas. «Tenía ganas de reírme
un poco de todo esto», confiesa sin desvelar si al final no se lo ha
acabado tomando demasiado en serio. Sinfín (Literatura
Random House) habla de un mundo en el que la muerte se ha extinguido y
en el que las religiones han perdido el monopolio que durante años
ejercieron sobre la vida eterna. Los Estados modernos han colapsado, el
trabajo ha desaparecido, Europa vive una Nueva Edad Media y las grandes
corporaciones tecnológicas han logrado dominar el mundo. 天 –que se pronuncia tsian y significa paraíso– nos ha hecho
inmortales, pero hemos tenido que pagar un precio muy alto para vivir
como dioses. Caparrós nos cuenta el mundo de 天 y de 2070 a través de los
ojos de una de las últimas periodistas. Un personaje del que apenas
sabremos nada y que trata de desvelar lo que nunca nos contaron sobre
LaMásBellaHistoria, la mitología oficial que silencia los sacrificios
humanos que sirvieron para inventar la tecnología que acabó con la
muerte. ¿Qué es una ficción sin novela, como ha descrito Sinfín?
Supongo que es lo
contrario de una novela sin ficción, que es este género que aparentemente se
trabaja mucho en estos tiempos. Es un género que también se ha venido llamando
crónica o no ficción, esto de armar tus recuerdos, con tu vida, con tus
tatarabuelos, con algo más o menos real o qué se yo, y en el cual me atribuyen
cierta presencia.
Tenía ganas de reírme
un poco de todo eso y de hacer lo contrario: armar algo que tuviera la
estructura de una no ficción, la forma de una crónica, pero que al narrar
hechos que suceden en 2070 fuera de dudosa veracidad. La idea inicial era
desmitificar un poco la crónica, un género demasiado reverenciado
últimamente, usando sus formar para contar algo obviamente falso. ¿Cuándo pasó de ser
una forma de desmitificar su oficio a ser algo más?
Cuando empecé a
escribir, qué se yo. Me entusiasmó la idea de montar un ‘mundito’ y darle
ciertas características, pensarlo e imaginar cómo contarlo. Digamos que mantuve
la forma inicial de no ficción pero estando cada vez más centrado en construir
ese futuro y lo que pasa en él. Tiene ciertos problemas técnicos esto de
escribir crónicas desde el futuro. ¿Sí?
Sí, por ejemplo, había
muchas cosas que nosotros no podemos conocer porque todavía no se han
inventado y que no podía explicar en el texto. Describir lo que es un
TruVí en el momento en el que todo el mundo lo está usando es como explicar lo
que es un coche en un texto contemporáneo. Todos esos problemas técnicos que
había que ir resolviendo me parecían muy atractivos. Todo parte de un gran
dilema y es esa pregunta que se hace la periodista al principio de la novela:
«¿Nos importaría que nuestra salvación se construyera sobre la condena de
unos ‘pobres diablos’?».
En realidad, el
principio es todavía parte de mi desmitificación: un narrador visitando un
lugar muy pobre, donde todos sufren y están excluidos del resto; podría estar
en cualquiera de mis crónicas. Quería tomarme un poco el pelo. Después lo fui
integrando en la estructura de la narración y dándole un sentido. Me gustó
esta idea de que todos los avances técnicos de los que la novela habla
funcionan para los que puedan pagarlos. Grandes avances como el hecho de poder
comer todos los días, por ejemplo, sirven a quien puede pagarlo, y muchos no lo
consiguen porque están excluidos de nuestros mecanismos. No sé si una cosa es
la condición para que exista la otra, pero así es como funciona. ¿Por qué decide
colocar a una periodista en el centro de la acción?
Porque para hacer una
crónica hace falta alguien que la escriba. También porque quería evitar que el
yo del narrador estuviera muy presente. Apenas sabemos nada sobre ella; aparece
poco y cuando lo hace es a través de lo que cuenta, que es la forma en la que a
mí me parece que debe aparecer un cronista. Siempre digo que no hay que
confundir esto de escribir en primera persona con escribir sobre la primera persona. Es casi una de sus
obsesiones.
Claro. Se trata de
encontrar una manera en que la primera persona esté, sobre todo porque legitima
el hecho de que toda visión es subjetiva y de que no hay objetividad posible,
pero que, al mismo tiempo, no se entretenga narrando de qué color son sus
pantalones. A mí qué me importa eso. ¿Son los mitos, como
el de LaMásBellaHistoria, los que sostienen nuestras sociedades?
Sí, de cualquier
religión o de cualquier patria que se jacte o se precie de serlo. Todas ellas
son construcciones ideológicas basadas en algún relato que tiene la suficiente
fuerza como para que millones de personas lo crean y actúen en función de ese
relato. Un mito es el relato inverosímil de que todos los que viven dentro de
los límites que se fijaron hace 200 años, 500 años, 80 años, qué se yo, son
compatriotas y comparten una identidad que aquel que vive veinte kilómetros más
allá ya no tiene. Yo quería armar esto, un relato, un mecanismo ideológico, que
creara este tipo de adhesión identitaria. Los personajes
de Sinfín se acogen a ese mito porque su mundo se desmorona:
Europa se hunde por los nacionalismos y la llegada masiva de refugiados; las
religiones se radicalizan e inician nuevas Cruzadas; las máquinas desplazan a
los humanos como fuerza de trabajo; y las corporaciones toman el poder. Tiene
mucho que ver con algunas cosas que están pasando en el año 2020.
Un poco. Obviamente,
la situación es mucho menos dramática de lo que cuento en la novela, pero es un
poco una prolongación de las líneas que se ven en este momento. Sobre todo el
hecho de la hegemonía china, que va creciendo todo el tiempo y que no es más
que la corrección de un error breve de la historia. China siempre fue el país
más poderoso, salvo por un momento de confusión que duró dos o tres siglos.
Ahora eso se está corrigiendo y vuelve a ser el país más poderoso, pero para
serlo, en este momento, necesita tener cierta hegemonía sobre el resto del
mundo. Nunca les interesó a los chinos, pero no tienen más remedio que hacerlo. Además de China,
Brasil y la India son los otros dos Estados que «se salvan» en la
novela y logran permanecer por encima del resto. ¿Por qué eliges estos dos
países?
Fue una decisión
arbitraria, qué se yo. Aunque arbitraria dentro de cierta lógica. La India
tiene 1.200 millones de habitante y un poder muy fuerte; es probable que
sobreviva como Estado, aún cuando otros vayan cayendo. Brasil, dentro de todo,
es el único que en América Latina tiene una entidad totalmente distinta a todas
las demás. Pero qué se yo, quería elegir dos o tres que permanecieran y esos me
parecieron los más verosímiles. ¿Cree que los
nacionalismos pueden precipitar la ruptura de Europa? Porque esa es
precisamente una de las razones de su hundimiento en la novela: el nacionalismo
y el cierre de fronteras como respuesta a la llegada masiva de migrantes.
Los nacionalismos son
el engaño más bobo que se ha inventado en los últimos 600 años, y lo curioso es
que funciona. Eso quiere decir que somos muy bobos. Los nacionalismos siempre
producen problemas, conflictos innecesarios, malestar y muertes; florecen bajo
supuestas amenazas, ya sean ciertas o agrandadas por aquellos a los que les
conviene que haya una sensación de amenaza, que es lo que suelen hacer los
líderes nacionalistas. Es lo que estuvieron haciendo aquí durante varios años
el señor Rajoy y el señor que estuviera en Barcelona, ¿no?.
En cualquier caso, no
quiero hacerme cargo de lo que cuenta la novela como si fuera una verdad
histórica. Inventé una versión posible del futuro y, si acaso, lo interesante
de leerla puede ser discutir con mi versión del 2070 e ir pensando versiones
propias. Tú lees esto o lees otra cosa y discutes, cambias las cosas, te
extrañas de que yo crea que algo pueda pasar. Lo interesante de la novela es
que el lector vaya discutiendo con ese futuro que invento y ofrezco, qué se yo,
para pasar un rato pensando cómo podría ser en realidad. Creo que es una cosa,
el futuro, en la que no pensamos suficiente. ¿No?
No, le tenemos miedo.
Vivimos una de esas épocas que hay de vez en cuando en la historia en las que
no hay un proyecto de futuro que nos guste, digamos, y en la que no tenemos una
idea clara de la sociedad que queremos construir. El futuro es miedo, es la
amenaza ecológica, la amenaza poblacional, la amenaza política. Y esto ocurre,
básicamente, porque no hay una idea de futuro que nos interese o que queramos
producir o poner en marcha. No hay promesa.
Sí hay una idea de
cambio. Aunque ya no sea un cambio político, como lo fue en los últimos siglos,
sino uno técnico. La técnica ha ocupado el lugar de la política como promesa de
cambio. Cuando piensas en el futuro, piensas en la inteligencia artificial, en
las máquinas, en las nanotecnologías y en todo esto.
Pensamos en cómo serán
nuestras vidas con la inteligencia artificial, cómo será con los robots –¿nos
dominarán, nos harán esto, nos harán lo otro?–, pero no reflexionamos sobre
cómo serán nuestros sistemas políticos o nuestras sociedades o nuestras
relaciones. Nos resulta más fácil imaginarnos el fin del mundo que el final del
capitalismo. Como no hay nada que lo reemplace, nos hemos resignado a creer que
este sistema durará para siempre. Y nunca hubo nada que durara para siempre:
las cosas cambian y se terminan. 天 empieza siendo una forma de huir de la muerte, pero
se acaba convirtiendo en una forma de escapar de las miserias de la propia
vida.
Eso trata de ser una
continuidad muy exacerbada, digamos, de ciertas líneas que ya están
planteadas.
Nosotros vivimos en un mundo cada vez más virtual. No sé si nos damos
cuenta,
qué se yo, parecerá una tontería, pero cuando viajo en el tren –algo que
hago
con cierta frecuencia– no hay nadie que no esté abstraído en su
teléfono. Viven
en su mundo virtual individual, que es lo mismo que 天, solo que a lo
bestia y con placer. Con sus mejoras técnicas, 天 es una exacerbación de
eso. ¿Estamos preparados
para derribar nuestros mitos? Se lo pregunto porque la periodista de la novela
duda sobre si debería o no desvelar lo que descubre sobre LaMásBellaHistoria.
Decide contarlo, pero
lo hace solo por escrito para que nadie se entere. Escribir algo es la mejor
forma de guardar un secreto… Sí, estamos preparados para derribar mitos y
llevamos mucho tiempo haciéndolo. Hay religiones en las que ya no cree nadie y,
por ejemplo, ese que decía que el rey es un señor al que designaba Dios para que
nos gobernara tampoco tiene sentido. Nadie nos dijo que dejáramos de creerlo
sino que empezamos a pensar que deberle absoluta obediencia a un señor que dice
haber sido elegido por Dios es una estupidez, salvo que estés en España.
Aquí parece que hay mucho que todavía no
piensan que sea tan estúpido. Aunque hoy, según me dijeron, ya están empezando
a cambiar de opinión por esos 100 millones [Caparrós se refiere a los 100
millones de euros que Juan Carlos I habría recibido de Arabia Saudí; una supuesta donación que está
investigando la Fiscalía Anticorrupción]. Como si todos esos millones valieran
más que dejarse gobernar por un señor que nació de tal mujer o de tal hombre.
Fuente: https://www.eldiario.es/cultura/Martin-Caparros-imaginarnos-fin-capitalismo_0_1002999879.html
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