- Una vista de la audiencia del 73º Periodo de Sesiones de la Asamblea General de la ONU.
A pesar de las apariencias, no es inútil el desfile de jefes de
Estado y/o de Gobierno o de ministros de Relaciones Exteriores por la
tribuna de la Asamblea General de la ONU. No deja de ser cierto que,
muchos de ellos, al no tener realmente nada que decir, optaron
por utilizar esa tribuna internacional para dirigirse a la opinión
pública de sus propios países, criticando el despilfarro de la ONU y
haciendo llamados formales a respetar el derecho. Pero hubo varias
intervenciones que sí abordaron el verdadero problema a debatir:
¿Cómo resolver los litigios entre Estados y garantizar la paz?
Los tres primeros días de discursos estuvieron marcados por
la intervención del presidente estadounidense Donald Trump y las
respuestas del presidente francés Emmanuel Macron y del presidente
de Irán Hassan Rohani. Pero el cuarto día, esa problemática voló
en pedazos con la intervención del ministro de Exteriores de la
Federación Rusa, Serguei Lavrov, quien presentó a la Asamblea General el
mapa del mundo postoccidental.
El cambio mundial según Donald Trump
El presidente Trump, cuyos discursos son de costumbre extremadamente
confusos y desordenados, había preparado esta vez un texto muy
estructurado [
1]. Distanciándose de sus predecesores, Trump dijo optar por «
la independencia y la cooperación» antes que «
la gobernanza, el control y la dominación globales». Para decirlo en otros términos: los intereses nacionales están por encima de los intereses del «
Imperio estadounidense». Seguidamente, Trump enumeró los reajustes que él mismo ha realizado en el sistema.
Estados
Unidos no ha declarado una guerra comercial contra China sino que está
tratando de reequilibrar su balanza de pagos. Simultáneamente está
tratando de restaurar un mercado internacional basado en la libre
competencia, así lo demuestra su posición en el plano energético.
Estados Unidos se ha convertido en un gran exportador de hidrocarburos
y, por consiguiente, le conviene que los precios sean elevados, pero
cuestiona la existencia de un cártel intergubernamental –la OPEP
(Organización de Países Exportadores de Petróleo)– y se pronuncia por
precios más bajos.
Estados
Unidos se opone a las estructuras y tratados de la globalización
(o sea, desde el punto de vista de la Casa Blanca, a las estructuras y
tratados del imperialismo financiero internacional), sobre todo al
Consejo de los Derechos Humanos, a la Corte Penal Internacional y a la
Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el
Oriente Próximo (UNRWA, siglas en inglés). No se trata, por supuesto, de
predicar la tortura (legitimada en tiempos de la administración de
Bush hijo) o el crimen, ni de hambrear a los palestinos sino de
echar abajo organizaciones que se sirven de sus objetivos supuestos para
alcanzar otros fines.
En
cuanto a las migraciones de Latinoamérica hacia Estados Unidos y dentro
del propio continente sudamericano, la administración Trump tiene
intenciones de erradicar el mal atacando sus raíces. Para la Casa
Blanca, ese problema es fruto de las reglas impuestas por los tratados
de la globalización, principalmente por el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN [
2]).
El presidente Trump ya negoció con México un nuevo acuerdo que vincula
las exportaciones al respeto de los derechos sociales de los
trabajadores mexicanos. Su objetivo es volver al sentido original de la
doctrina Monroe: las transnacionales ya no podrán interferir en
la gobernanza del continente.
La referencia de Trump a la doctrina Monroe merece una explicación
aparte ya que esa expresión se vincula generalmente al colonialismo
estadounidense de principios del siglo XX. Donald Trump es un admirador
de la política exterior de dos personalidades estadounidenses muy
controvertidas: los presidentes Andrew Jackson (1829-1837) y Richard
Nixon (1969-74).
La doctrina Monroe –que data de 1823– se elaboró durante la
intervención del entonces general Andrew Jackson en la colonia española
de La Florida. En aquella época, James Monroe aspiraba a proteger
el continente americano del imperialismo europeo. Se vivía en aquellos
tiempos la «
era de las buenas intenciones». Monroe se comprometió
entonces a que Estados Unidos no intervendría en Europa…
si los europeos dejaban de intervenir en las Américas. No fue hasta
tres cuartos de siglos después, principalmente bajo Theodore Roosevelt
(1901-1909), que la doctrina Monroe fue utilizada para justificar la
dominación del imperialismo estadounidense sobre Latinoamérica.
Los presidentes Macron y Rohani defienden el “mundo de antes”
En una extraña inversión de los papeles, el presidente de Francia,
Emmanuel Macron, se presentó en la ONU como el Barack Obama europeo
frente al Charles De Gaulle estadounidense –Donald Trump. Macron declaró
simbólicamente la guerra al jefe de la Casa Blanca al exclamar: «
No firmemos más acuerdos comerciales con las potencias que no respetan el Acuerdo de París», o sea con Estados Unidos. ¡Extraña manera de defender el multilateralismo!
El presidente francés inició su intervención aludiendo a lo que ya había señalado Donald Trump: la crisis del «
orden liberal westfaliano» actual [
3].
O sea, la crisis de los Estados-naciones, provocada en realidad por la
globalización económica. Pero el objetivo de su alusión era cuestionar
la solución de la Casa Blanca, que calificó de «
ley del más fuerte». Macron promovió entonces la solución “francesa” «
alrededor
de tres principios: el primero es el respeto de las soberanías, que
forma parte de la base misma de nuestra Carta; el segundo es el
fortalecimiento de nuestras cooperaciones regionales; y el tercero es la
aportación de garantías internacionales más robustas».
Luego, el discurso de Macron cayó en picada y el orador trató
al final de recuperar altura recurriendo al lirismo, en lo que
en realidad fue más bien un claro ejemplo de hipocresía infantil, rayana
en la esquizofrenia.
Como ejemplo del «
respeto de las soberanías», Macron llamó a no «
suplantar al pueblo sirio»
para decidir quién debe dirigirlo… pero excluye que el presidente Assad
pueda someterse –nuevamente– al veredicto de las urnas.
Sobre el «
fortalecimiento de las cooperaciones regionales»,
Macron citó el apoyo de la Unión Africana a la operación antiterrorista
de Francia en el Sahel. El problema es que esa operación sólo es
en realidad la parte terrestre de un plan más amplio, dirigido por el
AfriCom estadounidense, cuya fase aérea está en manos de Estados Unidos.
La Unión Africana, que carece de un ejército propiamente dicho,
participa únicamente para legalizar lo que de hecho es una operación
colonial. Asimismo, las sumas invertidas en el desarrollo del Sahel
–sumas que el presidente francés no citó en euros sino en dólares
estadounidenses– mezclan verdaderos proyectos africanos y una ayuda
exterior al desarrollo cuya ineficacia está más que demostrada para todo
el mundo.
Sobre «
la aportación de garantías internacionales más robustas»,
Macron anunció el trabajo de lucha contra las desigualdades al que
supuestamente se dedicará el G7 en la ciudad francesa de Biarritz.
Lo que en realidad pretendía Macron era resaltar el liderazgo occidental
sobre el resto del mundo. Para ello aseguró que «
la época en que un club de países ricos podía definir solo los equilibrios del mundo ha quedado atrás»
y se comprometió a… informar a la Asamblea General las decisiones
tomadas por las potencias occidentales. También proclamó que el «
G7 tendrá que ser el motor» de la lucha contra las desigualdades que prevé la ONU.
Por su parte, el presidente-jeque iraní Hassan Rohani describió como
la Casa Blanca destruye uno a uno los principios del derecho
internacional [
4].
Rohani recordó que el Consejo de Seguridad de la ONU había avalado el
acuerdo 5+1 (JCPOA), además de haber llamado –en la Resolución 2231–
numerosas instituciones a respaldarlo, y que la administración Trump
sacó después a Estados Unidos de ese acuerdo, contradiciendo así
la firma de la administración Obama y el principio de continuidad de los
compromisos de Estados Unidos como Estado. Rohani subrayó que, como
lo demuestran 12 informes consecutivos de la Organización Internacional
de la Energía Atómica (OIEA), Irán estaba respetando las obligaciones
que ese acuerdo le imponía y expresó su indignación ante el llamado del
presidente Trump a no respetar la resolución de la ONU y ante la amenaza
del propio Trump contra quienes la apliquen.
El presidente Rohani terminó su discurso recordando que Irán combatió
contra Saddam Hussein, contra los talibanes y contra el Emirato
Islámico (Daesh) cuando Estados Unidos aún los respaldaba, con lo cual
estaba subrayando que hace mucho que los cambios de posición de
Estados Unidos no responden a la lógica del Derecho sino a la lógica de
sus intereses ocultos.
Serguei Lavrov presenta el mundo postoccidental
Este debate, que no fue a favor o en contra de Estados Unidos y sus
políticas sino a favor o en contra de Trump, se desarrollaba alrededor
de dos argumentos principales:
La
Casa Blanca está destruyendo el sistema que tanto ha beneficiado a las
élites financieras internacionales (argumento de Macron).
La Casa Blanca ya ni siquiera finge respetar el Derecho Internacional (argumento de Rohani).
Para el ministro de Exteriores de la Federación Rusa, Serguei Lavrov, ese debate oculta un problema mucho más profundo:
«Por una parte, vemos el fortalecimiento de los principios
policéntricos del orden mundial, (…) la aspiración de los pueblos a
preservar la soberanía y modelos de desarrollo compatibles con sus
identidades nacionales, culturales y religiosas.
Por otra parte, vemos el deseo de varios Estados occidentales de conservar sus estatus de autoproclamados “líderes mundiales” y de frenar el proceso objetivo irreversible de establecimiento de la multipolaridad» [5].
A partir de ahí, el blanco de Moscú no era el presidente Trump
–ni siquiera Estados Unidos en sí– sino las potencias occidentales
en general. Lavrov estableció incluso un paralelo con los Acuerdos
de Munich de 1938. En aquella época, el Reino Unido y Francia se aliaron
con Alemania e Italia. Claro, ese hecho es presentado hoy en Europa
occidental como una cobardía franco-británica ante las exigencias de
los nazis. Pero se mantiene grabado en la memoria rusa como el paso
decisivo que abrió la puerta a la Segunda Guerra Mundial. Mientras
los historiadores de Europa occidental siguen empeñados en diferenciar
quién tomó aquella decisión y quién se limitó a “seguir la corriente”,
los historiadores rusos sólo ven un hecho: no hubo ni un país de Europa
occidental que fuese capaz de asumir sus responsabilidades.
Extendiendo el alcance de su crítica, Serguei Lavrov no se limitó a
denunciar las violaciones del Derecho sino las violaciones de las
estructuras internacionales. Observó que las potencias occidentales
pretenden obligar los pueblos a integrar –en contra de su voluntad–
alianzas militares y que amenazan a los Estados que se atreven a escoger
sus socios por sí mismos.
En alusión al caso del estadounidense Jeffrey Feltman [
6],
Lavrov denunció los intentos de controlar la administración de la ONU,
de hacerle desempeñar el papel que pertenece a los Estados miembros y,
en definitiva, de utilizar la secretaría general para manipular a
los miembros de la organización internacional.
Lavrov ejemplificó la desesperación que caracteriza esas
manipulaciones recordando la ineficacia de los ya más de 50 años de
bloqueo económico y financiero estadounidense contra Cuba. También
criticó la pretensión británica de juzgar y condenar sin pruebas en base
a lo que Londres pueda considerar «
altamente probable».
El ministro ruso de Exteriores concluyó subrayando que todos
los desórdenes occidentales no pueden impedir que los demas países
del mundo cooperen entre sí y que se desarrollen. Recordó la «
Asociación de la Eurasia ampliada», mencionada por el presidente ruso Vladimir Putin en el Foro de Valdai –en 2016– como elemento que debe completar la «
Iniciativa del Cinturón y la Ruta»
(la “Nueva Ruta de la Seda” o, en inglés, “One Belt, One Road”) del
presidente chino Xi Jinping. Inicialmente acogida con poco entusiasmo
por la parte china, esa asociación cuenta ahora con el respaldo de la
Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OSTC), de la Unión
Económica Euroasiática, de la Comunidad de Estados Independientes (CEI),
de los países del grupo BRICS y de la Organización de Cooperación de
Shanghai. Las contraproposiciones de Australia, Japón y la Unión Europea
murieron antes de nacer.
Los responsables occidentales acostumbran a anunciar sus proyectos
mucho antes de comenzar siquiera a ponerse de acuerdo, pero
los diplomáticos rusos los mencionan sólo cuando ya están en marcha y
existen garantías de su realización.
En resumen, la estrategia de «
contención», concebida contra Rusia y China por el diputado británico Halford J. Mackinder [
7] y expuesta por el consejero de seguridad nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski [
8],
ha fracasado. El centro de gravedad del mundo se desplaza hacia
el este, pero no en contra de los occidentales sino por culpa de ellos
mismos [
9].
Sacando las primeras conclusiones de esos análisis, el viceprimer
ministro de la República Árabe Siria, Walid al-Moallem, exigía al
día siguiente, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, la
retirada inmediata de las fuerzas militares de Estados Unidos, Francia
y Turquía presentes ilegalmente en suelo sirio [
10].