Estamos todos tratando de pensar de qué tipo es ese “fascismo que
viene” a nivel global y local -por ahora sólo tenemos las viejas
etiquetas para nombrarlo- y cómo se puede combatir con eficacia. Lo que
puedes leer a continuación son algunos apuntes e intuiciones que, a
pesar de su tono demasiado nítido y concluyente, quisieran simplemente
servir para empezar una conversación y abrir procesos de pensamiento e
iniciativas post 15M.
La crisis y el cortafuegos 15M
La irrupción de Vox en las elecciones andaluzas evidencia que la crisis
sigue siendo, diez años después y a pesar de cómo se interpreten los
datos macro, la situación que mejor describe la coyuntura política y la
vida social. La novedad sería que, mientras que el malestar de la crisis
se activó primero en el 15M y luego en el voto a Podemos o las
confluencias, ahora se estaría desplazando muy hacia la derecha.
Tras la irrupción de Vox, se han podido leer por aquí y por allá
comentarios que consideraban refutada la idea de que el 15M había
supuesto en España un “cortafuegos” del ascenso general de la extrema
derecha que vemos en toda Europa. Me parece un error gravísimo.
El 15M supuso verdaderamente un antídoto de la derechización
-canalizando el malestar hacia arriba (políticos y banqueros) y no hacia
abajo (migrantes)-, pero no se puede pensar como una vacuna milagrosa,
eterna y que funcionase de una vez por todas. Había que renovarla,
actualizarla, para mantener vivos sus efectos.
Y eso es lo que no ha ocurrido.
El 15M ya fue, es agua pasada. Lo que venga como nueva politización se
llamará de otro modo y tendrá otra forma. Pero es muy importante
entender bien
qué fue. Es decir, qué fue lo que durante los peores años de la crisis neutralizó el virus fascistizante.
Resumiendo mucho, podríamos decir que el 15M fue 1)
una dinámica de autoorganización popular.
Es decir, no un movimiento referido a un sujeto preconstituido (la
clase obrera, etc.), sino un proceso de “creación de pueblo”. Porque es
la acción colectiva la crea un pueblo y no al revés. Un pueblo es un
proceso que se hace, como en el tejido de un patchwork se van añadiendo
nuevos fragmentos a la tela. Por ejemplo, en las plazas del 15M no había
prácticamente inmigrantes, pero estos se unieron más tarde al
movimiento a través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la
politización del problema de los desahucios.
Y el 15M fue 2)
un efecto de re-sensibilización social.
Donde la crisis ponía en el centro la victimización, el resentimiento,
la competencia y el sálvese quien pueda, el 15M puso la activación
social, el empoderamiento, la empatía y la solidaridad. El otro, lejos
de convertirse en obstáculo o enemigo, se volvía un cómplice para la
acción transformadora. Más que un común ideológico, el 15M creó un
común sensible
en el cual se sentía como algo propio y cercano lo que les sucedía a
otros desconocidos. Una nueva manera de decir “nosotros”, abierta e
incluyente a cualquiera que estuviese indignado con la situación
presente de precariedad generalizada y ausencia de democracia.
El asalto institucional
El “asalto institucional” quería trasladar al poder político -blindado y
sordo a los movimientos de la calle- algunas de las demandas y de las
nuevas claves nacidas durante el 15M. Sin duda una muy buena idea. Sin
embargo, durante el proceso se rompe la tensión productiva entre
intervención política e intervención social. La disputa en el campo
social
-que es precisamente donde se “crea pueblo” y donde se modulan los afectos colectivos-
se abandona en favor de la conquista del Estado, dejando así el terreno
libre a las estrategias derechistas -tanto mediáticas como de
intervención sobre los territorios de vida.
La desactivación del
“cortafuegos” 15M -los lazos de acción colectiva, apoyo mutuo, empatía y
solidaridad- deja el paso libre a los virus que siempre están ahí
durante una crisis económica y social: el miedo, el aislamiento, la
amargura, la victimización, el resentimiento, la agresividad, la
búsqueda de chivos expiatorios. De esa “pasionalidad oscura” -como dice
Diego Sztulwark- se alimenta actualmente el desplazamiento hacia la
derecha extrema y la extrema derecha.
Se habla del efecto
multiplicador que han tenido los medios de comunicación en la aparición
de Vox. Con toda seguridad es cierto. Pero hay que recordar que los
medios de comunicación no pueden imponer a la sociedad lo que quieren
siempre que quieren. Por ejemplo, era imposible que en un clima social
como el creado por el 15M prendiese la idea de que la salida de la
crisis pasaba por el rechazo de los migrantes o el endurecimiento del
orden. Es en el debilitamiento del clima social generado por el 15M
donde calan esas ideas.
Nueva Política
No sólo
hemos visto cómo sube Vox, sino cómo baja Unidos Podemos. En unas
elecciones donde se ha castigado al establishment (PP-PSOE) con una
pérdida importantísima de apoyo político, Unidos Podemos no ha logrado
recoger ni un solo voto más, sino todo lo contrario. ¿De qué nos habla
esto?
De la decepción y el desencanto que ha generado en un cortísimo lapso de tiempo la Nueva Política.
El asalto institucional se hizo cargo en determinado momento de una
cantidad enorme de energía que venía del 15M: ilusión, esperanza, deseo.
Pero hemos visto cómo ha disminuido conforme se iba asimilando a la
vieja política en sus formas de hacer: personalismo extremo, opacidad y
verticalización en la toma de decisiones, lógica de bandos y camarillas,
relaciones instrumentales, un canibalismo interno pocas veces visto en
un partido…
Por tanto, el giro político “realista” decidido en
determinado momento por las élites de Podemos -subordinarlo todo a la
conquista del poder político: construcción de movimiento, formas de
hacer democráticas, aceptación del pluralismo y la crítica, relación
positiva con el otro y con el adversario- se revela ahora como lo más
iluso e ilusorio: ni se tiene el poder político, ni se tiene una sociedad en movimiento, activa o crítica.
La Nueva Política ha generado en ese sentido una
despolitización
-desafección, desestímulo, decepción y desencanto- y en el vacío de esa
despolitización crece la derechización social. Por todo esto, si
existiese un dios de las palabras, que enmudeciese a todo aquel que las
usase en vano, creo que ningún dirigente de Podemos podría “apelar al
espíritu del 15M” sin perder inmediatamente la voz.
Una palabra sobre Catalunya
No es el conflicto en Catalunya lo que ha “despertado el fascismo” en el resto de España, sino en todo caso la
forma que ha tomado finalmente ese conflicto. ¿Qué quiero decir?
Desde este blog, hemos insistido en
“pensar distinto”
el desafío independentista en Catalunya. No verlo solamente como un
asunto identitario o nacional, sino también como otra expresión más
-difusa, ambigua, impura-
de rechazo al sistema político español y su gestión de la crisis. Pero
la lógica de la representación ha conseguido codificarlo enteramente
como una pelea entre dos nacionalismos, excitando así el anticatalanismo
histórico latente. Ha habido una incapacidad (dentro y fuera de
Catalunya) por encontrar los modos de
hacer ver la complejidad del
procés y plantear un conflicto distinto e
invitador
para las gentes (muchas, muchísimas) que comparten el mismo rechazo
fuera de Catalunya. Lo que era “común” -el malestar de las vidas en
crisis y el rechazo del neoliberalismo- se rompe y se pierde al
articularse en clave nacionalista.
Despolitizarse para repolitizarse
La repolitización que viene -mejor dicho: que ya está viniendo, con los
movimientos de pensionistas o de mujeres- tiene que pasar primero por
una
despolitización. Una despolitización
positiva, un proceso
activo
en el que hacernos una “limpia” de una cantidad de creencias y hábitos
que hemos adquirido durante la etapa del asalto institucional. Por
ejemplo:
-la idea de que la sociedad se cambia desde arriba,
tomando los lugares del Estado. Cuando ni siquiera las mejoras sociales,
si son algo meramente otorgado y no van acompañadas de procesos de
subjetivación colectivos (debate, politización, comprensión crítica,
otros valores…), contribuyen necesariamente al cambio social.
-la idea de que se puede y se debe subordinar todo a la “victoria” y la
“eficacia electoral”: la discusión colectiva, las relaciones de
igualdad, la democracia de los procesos, la pluralidad, el valor de la
pregunta y la crítica, etc. Hemos podido verificar en muy poco tiempo
que se puede perfectamente “ganar pero perder”: ganar poder y
elecciones, pero perder todos los ingredientes del cambio social por el
camino al disociar los medios y los fines.
Se trata de hacer de
la desafección y la decepción con respecto a la Nueva Política un
aprendizaje y un nuevo punto de partida. La ocasión para un cambio y un
viraje. Hacer de la despolitización una palanca.
Disputar el campo social de fuerzas
El filósofo Michel Foucault nos propuso cambiar radicalmente nuestra
concepción del poder: en lugar de verlo como algo que “baja” desde
algunos lugares privilegiados (Estado, instituciones), nos invitó a
pensarlo como un
“campo social de fuerzas”.
El poder viene de todos lados y se juega cotidianamente en millares de
relaciones que configuran nuestra manera de entender la educación, la
salud, la sexualidad o el trabajo.
Las leyes o el poder político no vienen primero, no son los resortes del cambio social, no son su causa, sino justamente los
efectos
de la disputa en ese campo social de fuerzas. Pensemos en los
movimientos obreros, de mujeres, de homosexuales o de minorías étnicas
durante el siglo XX: primero se dieron procesos profundos de
transformación de la percepción, los afectos y los comportamientos
sociales, que más tarde se registrarían a nivel legislativo o
institucional.
Lejos de ser una mirada pesimista (“el poder está
en todos lados”), la mirada de Foucault tiene implicaciones muy
positivas: el cambio social está al alcance de todos, se juega en la
vida cotidiana de cualquiera, nuestros gestos, decisiones y relaciones
cotidianas cuentan y mucho.
Es la disputa en ese “campo social
de fuerzas” lo que hemos abandonado en buena medida, dejando vía libre
al miedo, el aislamiento, la victimización y todas las pasiones tristes
de la que se alimentan las viejas y nuevas derechas.
En este “periodo oscuro” que se abre, en el cual el
malestar social antisistema es canalizado por derecha,
no se trata simplemente de encontrar otra “política comunicativa”
(guiños, gestos, signos) mediante la cual hablar a los votantes
potenciales de la derecha y la extrema derecha y convencerlos de votar a
los partidos de izquierda o progresistas. Así seguimos reduciendo la
política a “comunicación electoral”. La derecha y la extrema derecha
crecen, no porque tengan una política comunicativa mejor, sino porque
son capaces de
producir un tipo de subjetividad (creencia, valores, afectos) con la cual sintoniza luego su mensaje electoral.
La pelea por la hegemonía social se disputa en los territorios de vida,
en todos los entornos laborales, locales y familiares en los que
hacemos experiencia, en cualquiera de los lugares cotidianos donde se
configura nuestra manera de ver y sentir el mundo.
No se trata
necesariamente de abandonar la intervención en la esfera de la
representación, pero sí de complejizarla y repensar-rehacer su engarce
con la intervención en la vida social. Porque es ahí donde se crea
pueblo, se modulan los afectos colectivos y se cambian las cosas.
Fuente:
http://www.eldiario.es/interferencias/fascismo-afectos-vox_6_843475663.html
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