jueves, 4 de julio de 2019

Trump y el Estado policiaco global


rebelion.org

Trump y el Estado policiaco global

 

 


En muy corto plazo, la guerra de migrantes por aranceles desatada el 30 de mayo por Donald Trump derivó en una grave crisis humanitaria en México. Y de manera vertiginosa, también, la imagen progresista y humanista del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador se trasmutó en la de un país que opera como un módulo más del Estado policiaco global, como característica principal del capitalismo actual, asentado en sistemas cada vez más ubicuos y omnipresentes de control social de masas y humanidad superflua mediante la represión estatal y guerras difusas, como forma militarizada de acumulación de capital por despojo.
Más allá de la narrativa populista, el neoliberalismo con esteroides de Trump (William I. Robinson dixit) es una respuesta clasista de la ultraderecha a la crisis de legitimidad del sistema, que descansa sobre un mensaje nacionalista y proteccionista de corte neonazi, dirigido, en particular, a generar emociones y movilizar al sector más reaccionario de su electorado blanco, anglosajón y protestante (WASP, por sus siglas en inglés), que en 2016 resultó deslumbrado por el narcisismo, el rostro rosado, la gorra roja y el grito de campaña America first! del actual inquilino de la Casa Blanca.
Entonces como ahora, la fanfarronería imperial y el discurso supremacista blanco y xenófobo de Trump −que criminaliza al otro, ese extranjero− están dirigidos a despertar el sentimiento antimexicano y antinmigrante en ese sector de trabajadores estadunidenses perjudicados por el TLCAN, para que canalicen su temor e inseguridad hacia una conciencia racista de su condición; lo que alienta la reproducción de milicias privadas, organizaciones fundamentalistas de todo tipo y grupos de vigilancia antinmigrantes.
En la coyuntura, la retórica deconstruir el muro y el fuerte incremento de las redadas y las detenciones de personas sin papeles que huyen del horror, la persecución y la violencia criminal (delincuencial y estatal) forman parte de una estrategia más amplia para desarticular en EU a las llamadas minorías en resistencia. A lo que se suma la necesidad de la economía estadunidense y la clase capitalista trasnacional de remplazar el actual sistema de superexplotación de la mano de obra indocumentada con un masivo programa de trabajadores con visas, que sería más eficaz en conjugar la superexplotación y nuevas formas autoritarias de disciplina laboral con la vigilancia en masa y el supercontrol social.
De allí la guerra (no) declarada de Trump contra los inmigrantes, los refugiados y las pandillas (los bad hombres), que se combina con la construcción de muros fronterizos, cárceles y centros de detención de inmigrantes (lucrativos negocios todos) incluso fuera de EU, como es el caso de México en la coyuntura. Un sistema concentracionario que se va gestando a la par del surgimiento de una cultura neofascista mediante la militarización de sociedades enteras, la xenofobia, la misoginia y la imposición de una ideología que abarca una supremacía racial/cultural que normaliza la guerra, la dominación y la violencia social.
Pero la cultura militarista y masculinista de Trump viene de atrás. Las políticas de Hitler se inspiraron en el racismo institucionalizado de EU y el pragmatismo del derecho consuetudinario; en Mein Kampf, el futuro führer alabó las restricciones de EU a la inmigración. Los nazis consideraban a EU modelo para la raza blanca, un imperio racial nórdico que había conquistado una ingente cantidad de lebensraum (espacio vital). Rasse y raum −raza y espacio vital− eran para los nazis pala­bras claves tras el triunfo de EU en el mundo. Los nazis veían a los judíos, los zíngaros, etcétera, como inferiores, igual que los sureños blancos veían a los esclavos negros y sus descendientes como una raza extranjera de invasores que amenazaba con tomar la delantera.
Asimismo, y a la luz de la historia, el magnate especulador inmobiliario de Nueva York no habría llegado a la Oficina Oval, si antes el senador republicano Barry Goldwater no sentara las bases del neoconservadurismo extremista de estirpe racista que abrazaría después Ronald Reagan. El eslogan Make America great again fue creado y usado por primera vez por Reagan en 1980. Por lo que Trump no es una falla crítica del sistema, sino la culminación de ese proceso.
Como dice James Petras, Trump está completamente integrado en la estructura más profunda del imperialismo estadunidense; durante su mandato las instituciones permanentes del Estado se han mantenido sin cambios. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores. Sus diferencias con Barack Obama se limitan al estilo y la retórica. Con su demagogia pseudoprogresista Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores mexicanos (2 millones en ocho años); Trump ha continuado la senda prometiendo aumentar las deportaciones. Pero inmigrantes y refugiados son producto del cambio climático, de la depredación ecológica, de la acumulación de capital por despojo. Y de las guerras directas y encubiertas de Obama; de sus políticas de cambio de régimen que provocaron desplazamientos forzosos, la muerte de millones de civiles y miseria por doquier. Obama derramó la sangre y a Trump le toca arreglar el caos. México no escapa a esa lógica.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/07/01/opinion/016a2pol#texto

Palestina no está en venta


rebelion.org

Palestina no está en venta

 

 


Durante décadas, los planes de paz han hecho demandas imposibles a los palestinos, obligándoles a rechazar las condiciones que se les ofrecían y creando así un pretexto para que Israel se apodere más de su patria. Jonathan Cook.
 Estos días asistimos a otra iniciativa de los poderes occidentales –la última de una larga lista en un siglo− para imponer sus intereses estratégicos en Oriente Medio y presionar al pueblo palestino para que claudique. La propuesta para que renuncie a su legítima lucha por la autodeterminación y normalice la dominación israelí a cambio de vanas promesas envueltas en dinero viene siendo anunciada pomposamente como el “Acuerdo del siglo” y presentada por Jared Kushner, un rico hombre de negocios judío-sionista cuyo mérito consiste en ser yerno (y ‘asesor’) de Donald Trump.
El 25 de junio Kushner presentó en una reunión realizada en Baréin el ‘componente económico’ del plan, titulado “Paz para la Prosperidad”, a manera de adelanto de lo que sería el programa político para alcanzar la paz entre Israel y Palestina, a presentarse próximamente. El orden de los factores revela la estrategia que anima la iniciativa, como si la promesa de supuestas inversiones pudiera sustituir o prevalecer sobre la cuestión política fundamental que está en juego: cómo liberar a Palestina de la ocupación colonial y el apartheid israelíes. El documento anuncia 50.000 millones de dólares (que no se sabe de dónde saldrían; probablemente de las monarquías del Golfo aliadas de EE.UU.) repartidos en 179 proyectos. La mitad del dinero se gastaría en infraestructura palestina durante 10 años, y el resto se repartiría entre Egipto, Líbano y Jordania.
El plan de la familia Trump está de antemano condenado al fracaso por una simple cuestión de credibilidad, como han señalado analistas y dirigentes palestinos: ¿qué de bueno se puede esperar de un gobierno estadounidense que no ha hecho otra cosa que llevar el apoyo a Israel a niveles desconocidos en la historia de EE.UU., reconociendo a Jerusalén como su capital, cortando la ayuda económica y humanitaria a Palestina y a la UNRWA (organismo de Naciones Unidas que provee salud y educación a cinco millones de refugiados/as palestinos/as), clausurando la oficina de la OLP en Washington, reconociendo la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios (ocupados desde 1967), nombrando como enviado (Jason Greenblatt) y embajador (David Freedman) a ultrasionistas fanáticos, defensores a ultranza de la colonización y la anexión, y afirmando recientemente –por boca del mismo Kushner− que los palestinos no son capaces de gobernarse a sí mismos? La Administración Trump no ha hecho otra cosa en estos dos años que tomar medidas para humillar al pueblo palestino y forzarlo a la sumisión.
El historiador palestino Rashid Khalidi criticó justamente la arrogancia neocolonial del plan Kushner, recordando que hace un siglo (1917) el canciller del imperio británico Lord Balfour le prometía a los ricos dirigentes sionistas crear “un hogar judío en Palestina” con absoluta prescindencia de la opinión o los intereses de la población árabe nativa que habitaba en ese territorio.
Significativamente, el plan estadounidense habla de traer desarrollo económico a la Franja de Gaza y Cisjordania, pero jamás habla de Palestina como entidad (menos aún como Estado), ni tampoco de Jerusalén. Tampoco se mencionan las colonias israelíes ilegales en el territorio ocupado. Se trata claramente de una apuesta (¿invitación? ¿amenaza?) a que el pueblo palestino acepte vivir bajo el dominio de Israel, renunciando a su derecho a la autodeterminación, a cambio de promesas de mejora económica; como si esto no hubiera sido ensayado antes, y como si se pudiera confiar en que Israel va a permitir alguna vez el desarrollo palestino.
En efecto, el analista Ali Abunimah observó esta semana que este plan no es más que un refrito de otras iniciativas del pasado “para una ‘paz económica’: la esperanza de que unas cuantas migajas financieras compren al pueblo palestino para que deje de exigir la liberación y de resistir al sistema israelí de ocupación, colonialismo y apartheid.” En los 1990s cuando se firmaron los tramposos Acuerdos de Oslo, en 2005 cuando Israel retiró a sus colonos de Gaza, en 2008 cuando Tony Blair comandaba el no menos engañoso Cuarteto para Medio Oriente, siempre hubo grandes anuncios de un futuro dorado para el pueblo palestino, en el cual Gaza se convertiría en la Singapur o la Hong Kong del Mediterráno. Ahora Kushner afirma que “Así como Dubai y Singapur se han beneficiado de sus ubicaciones estratégicas y han florecido como centros financieros regionales, Cisjordania y Gaza pueden convertirse en un centro del comercio regional”.
Lo que Kushner y los líderes occidentales dejan de lado en sus planes y promesas es el elefante en el salón del que nadie habla: la ocupación colonial israelí y su proyecto de limpiar étnicamente a Palestina (como viene haciendo desde hace más de 70 años bajo la premisa: el máximo de tierra palestina con el mínimo de árabes). En ningún momento del documento “Paz para la Prosperidad” se reconoce que la principal causa de la postración de la economía palestina es la ocupación israelí, que ha convertido a la población ocupada –a pesar de su alto nivel educativo− en un ejército de desempleados dependientes de la ayuda internacional, impidiéndoles trabajar soberanamente su tierra, exportar su producción, controlar sus fronteras, sus ingresos e impuestos, contar con puertos, aeropuerto, sistemas de transporte y comunicaciones independientes (recién el año pasado Israel autorizó la tecnología 3G en el territorio ocupado). En cambio, el lenguaje y la visión del plan consideran a las y los palestinos como consumidores en lugar de ciudadanos/as.
Gaza no puede parecerse a Singapur o Hong Kong porque Israel le impone desde hace 12 años un férreo bloqueo por aire, tierra y mar (además de bombardearla periódicamente) que ha convertido a la Franja en una prisión inhabitable. Como bien ironizó el periodista Joan Cañete Bayle: “La propuesta estrella es construir una autopista elevada entre Gaza y Cisjordania. Kushner, al que no se le conocen ni experiencia ni conocimientos en política exterior, tal vez debería haber hablado con Condoleezza Rice, que perdió semanas de inútil ‘shuttle diplomacy’ tratando de acordar algo mucho más modesto: un servicio de autobuses entre Gaza y Cisjordania. Fracasó, claro.”
El plan de Kushner no dice una palabra sobre la responsabilidad israelí en el despojo de décadas que sufre el pueblo palestino. A las restricciones a la libertad de circulación de personas y bienes les llama “desafíos de infraestructura”, a lo cual responde Abunimah: “No, Jared: es una ocupación militar, no un ‘desafío logístico’.” Y recuerda que el Banco Mundial (difícilmente sospechoso de ser pro-Palestina) estima que “si se permitiera el desarrollo de empresas y granjas en el Área C −el 60 por ciento de Cisjordania, bajo total control militar de Israel−, ello añadiría hasta un 35 por ciento al PBI palestino.” Y remata: “Si Kushner realmente quisiera aumentar drásticamente el PBI palestino, no se necesitarían 10 años ni miles de millones de dólares. Todo lo que se necesitaría, para empezar, es que Israel ponga fin a sus severas restricciones sobre los sectores palestinos que trabajan, desarrollan empresas y cultivan sus tierras en Cisjordania y la Franja de Gaza ocupadas.”
El rechazo palestino a la iniciativa ha sido unánime. A diferencia de las anteriores, esta vez EE.UU. no consiguió cooptar a los decadentes dirigentes de la Autoridad Palestina, que no le perdonan a Trump lo de Jerusalén (un límite que ningún palestino osaría cruzar). Kushner se quedó sin la foto de abrazos normalizadores en Baréin, pues debido a la ausencia palestina tuvo que des-invitar a los dirigentes israelíes. Incluso socios complacientes de EE.UU. como Jordania, Egipto y la Unión Europea enviaron a representantes de muy bajo rango. El gobierno del Líbano (que a diferencia de sus vecinos no mantiene relaciones diplomáticas con Israel) también hizo saber que las promesas financieras del plan no van a comprar a su país, aunque por razones particulares: Líbano no está dispuesto a recibir dinero a cambio de aceptar definitivamente al medio millón de refugiados/as palestinos/as que viven allí; algo que la misma población palestina refugiada rechaza, pues no está dispuesta a renunciar a su derecho al retorno.
Todo indica que el cacareado plan de los Trump, presentado en Baréin como “la oportunidad del siglo”, será enterrado como otras iniciativas fracasadas. Y los dirigentes israelíes aprovecharán para volver a acusar a los palestinos de “no perder la oportunidad de perder la oportunidad”, intentando hacer creer al público occidental que los oprimidos son los responsables de su desgracia por haber rechazado todas y cada una de las “generosas ofertas” de sus opresores. Como suele suceder cuando del discurso sionista se trata, la realidad es todo lo contrario a lo que se afirma: Israel y sus aliados nunca han presentado una propuesta honesta que contemple los intereses y derechos fundamentales del pueblo palestino; y mal puede acusarse de intransigentes a quienes llevan tres décadas dispuestos a renunciar al 80 por ciento de su territorio histórico (con el aval de sus vecinos árabes) a cambio de un poco de paz.
En Palestina y los países vecinos hubo esta semana grandes movilizaciones y protestas –marcadas por la unidad de todas las facciones y sectores− en rechazo a la reunión de Baréin y a las pretensiones normalizadoras de Trump y su yerno, calificándolas de “la cachetada del siglo”. La consigna más escuchada ha sido “Palestina no está en venta”. Y es que como observara recientemente Marwan Bishara, los gobernantes árabes pueden estar dispuestos a vender a Palestina, pero el pueblo árabe no lo está.
Con Arabia Saudita a la cabeza, esos regímenes dictatoriales, que reprimieron las revueltas de sus pueblos en la llamada Primavera Árabe, son los más dispuestos a normalizar sus relaciones con Israel y a complacer a EE.UU. en la disputa con Irán por la hegemonía regional. Pero incluso estos acérrimos enemigos reivindican por igual la causa palestina –aun de manera oportunista−, precisamente porque saben de su popularidad entre las masas árabes, que durante un siglo han estado inequívoca e incondicionalmente junto a ella.
Durante décadas, Palestina ha sido un símbolo de resistencia contra la hegemonía y la dominación extranjera, ya sea británica, francesa o estadounidense, sostiene Bishara. “Una y otra vez las calles árabes se han levantado en solidaridad con Palestina ocupada y en reacción a su propia ocupación interna.” Por eso la pretensión de Trump de disolver la causa palestina de una vez por todas, “es muy posible que reúna a palestinos/as, árabes y musulmanes contra sus políticas y lacayos en Oriente Medio.” De ser así, será el momento para Trump de lamentar su política temeraria hacia Palestina. Es solo cuestión de tiempo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

La imposición del siglo y el fracaso del Foro de Bahréin


rebelion.org

La imposición del siglo y el fracaso del Foro de Bahréin

 

 


La necesidad de ser certeros, de dar a conocer lo que creemos que sucede realmente en el plano internacional, nos obliga a usar los conceptos adecuados cuando se habla del plan que Washington e Israel quieren aplicar en Palestina, usando, por parte de esta alianza, un término, no sólo equívoco, sino que absolutamente falso.
No se trata de un “acuerdo del siglo” como dice el consorcio estadounidense-sionista, ni una “bofetada del siglo” como sostiene la Autoridad Nacional Palestina (ANP), es lisa y llanamente una imposición. Un crimen, una violación del derecho internacional y sobre todo atentados permanentes a los derechos humanos del pueblo palestino. Por ello, el ser claro en el uso del lenguaje implica, que tanto el cronista, como el lector, aquellos que analizan y promueven el respeto al derecho internacional, los medios de información, entre otros, seamos capaces de usar el significado apropiado, para dar cuenta de un plan elaborado entre cuatro paredes.
Fracaso en Manama
El pomposamente designado “Plan del Siglo” es una empresa de dominio destinada al fracaso. Primero, porque no cuenta con la participación del pueblo palestino, lo que desmiente tajantemente que nos encontremos ante un proceso de negociaciones, además de estar muy alejado de poder denominarlo y aceptarlo como una propuesta histórica, tan megalómana como suele serlo Trump y Netanyahu. Segundo, porque lo que se está presentando es la Imposición del Siglo sin adorno alguno, que unido al último de los números de este cuadro de comedia falsa, que representa la parte económica titulado Foro de Baréin o “Taller Paz para la Prosperidad”, celebrado en Manama, la capital de esta Monarquía del Golfo Pérsico, los días 25 y 26 de junio, develaron las cartas del soborno a los anhelos de autodeterminación del pueblo palestino.
El “Taller para la Prosperidad” llevaba aparejado el ofrecimiento virtual -porque el dinero no existe y requeriría ser recaudado entre donantes– de un plan económico de 50 mil millones de dólares, que incluye 179 proyectos de inversión tanto en Palestina como en Jordania como en Egipto, presentando sin disimulo la entrega de los territorios palestinos a la ocupación israelí, utilizando para ello viejos planes donde El Cairo y Amman tendrían alguna participación. Se llegó incluso a mencionar, dentro de los posibles beneficiarios del plan, El Líbano, en una clara tentativa de generar discrepancias al interior de los partidos gobernantes en este país levantino.
Nos encontramos ante una tentativa de soborno impulsado por Washington, el lobby sionista en ese país en alianza con la entidad israelí, la Casa al Saud y la casa gobernante de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Una tarea encomendada, en lo público, al yerno del presidente Donald Trump, el empresario inmobiliario y sostenedor del sionismo, Jared Kushner, que se esmeró en mostrar los supuestos beneficios de un plan, que sólo favorece las ansias de más dominio y ocupación de territorio palestino a manos del sionismo. Kushner mostró gráficos de reducción de la pobreza en la zona, proyecciones de crecimiento económico, cifras multimillonarias, proyectos de infraestructura a ejecutar. Todo ello ante una concurrencia exigua compuesta por los Ministros de Finanzas de los regímenes de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y el mismo Baréin.
Entre los asistentes se encontraban también la jefa del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, el presidente del Banco Mundial, David Malpass, el tesorero de los Estados Unidos, Stevhen Mnuchin y el ex primer ministro británico, Tony Blair. Kushner señaló al término del fiasco de Bahréin que “la parte política del plan (lo que denomina Estados Unidos el Acuerdo del siglo”) será dada a conocer “en el momento oportuno”. Para el Diario Británico Daily Telegraph, “El esfuerzo de EE. UU. para la paz en Oriente Medio ha colapsado antes de su inicio, ya que, a excepción de pocos países, nadie cree en el éxito del plan del siglo.”
Representa una convención, aceptada sin reparo alguno, que cuando usamos un concepto como el de acuerdo, nos referimos a aquella decisión que personas naturales, jurídicas, estados, organismos, instituciones o gobiernos manifiestan al tener puntos de encuentro, convergencia, consenso en torno a determinadas situaciones, que requieren tienen como objetivo llegar a buen puerto. Algo que se concierta entre partes, para así solucionar una controversia. Tal desarrollo de un proceso de negociación tiene efectos en el ámbito jurídico cuando se trata de un contencioso, que implica devolución de territorios por ejemplo, retiro de tropas, el cese de una ocupación militar u otros elementos que involucran consecuencias en el ámbito jurídico. Dicha obligatoriedad para las partes, denominado en el derecho con la máxima latina, Pacta Sunt Servanda (lo pactado obliga), genera derechos y obligaciones, que lógicamente nacen, emanan del consentimiento de las partes en disputa bajo la exigencia que sea válida, cierta, determinada, además de posible.
Nada de lo mencionado precedentemente se cumple con este plan absolutamente desquiciado que Estados Unidos, junto a su socio israelí pretende aplicar a Palestina y a su pueblo y que en su versión económica fue presentada en Baréin. El nombre muestra no sólo la perturbación conceptual, sino también la aberración jurídica que subyace al denominar a este plan miserable el “Acuerdo del Siglo”, que persigue, ya a estas alturas un secreto a voces, negar la posibilidad de un Estado palestino autodeterminado, soberano, estableciendo una autonomía, aún más falsa que aquella consignada en los fracasados Acuerdos de Oslo: Impedir el retorno de los refugiados palestinos, sionizar Al Quds (Jerusalén) estableciéndola como capital de la entidad israelí y trasladando la capital de esta Palestina liliputiense y desmembrada a una localidad al sur de Al Quds. A la aldea de Abu Dis, ubicada en la denominada Zona B, bajo el supuesto control administrativo de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y control militar del ejército invasor, que coordina sus acciones con esa autoridad.
La imposición del siglo acrecienta la ocupación
Ha trascendido, igualmente que la decisión de este quinto período de gobierno de Benjamín Netanyahu es anexionar a la entidad denominada Israel, los asentamientos con colonos terroristas establecidos en territorio de Cisjordania. Ampliar los kilómetros del muro de apartheid y sobre todo impedir cualquier posibilidad de volver a reunir los territorios de la Franja de Gaza y Cisjordania, mediante la construcción de nuevos asentamientos en la faja de terreno que separa ambos territorios palestinos. El objetivo es ampliar aún más la presión contra el pueblo palestino, asfixiar a la población, someterlos mediante el control militar, económico, impedir todo contacto. La concepción de la “Imposición del Siglo” que Estados Unidos prepara junto a su cómplice israelí es, esencialmente, desde su concepción, la expresión del colonialismo en su versión más criminal.
Al mismo tiempo que se intenta sionizar Palestina, se trabaja por implementar medidas de corte económico como las planteadas en Bahréin. Sumando a lo anterior las acciones sionistas se manifiestan en materia cultural, político, topónimos palestinos, en una operación a gran escala, similar a aquella vivida tras la creación de esta entidad el año 1948, que generó la creación de unidades destinadas a invisibilizar lo palestino, cambiar el nombre de las aldeas y pueblos, quitar todo rastro de Palestina y comenzar un proceso de construcción de una mitología que pretende hacer creer al mundo que los sionistas, principalmente de origen europeo, de religión judía, tiene su raíz histórica en Palestina. La política de Netanyahu es la continuación de la falsa narrativa sionista, el tejer una historia de la infamia, que se corresponde con los objetivos de David Ben Gurion, Menahen Begin, Golda Meir, Levi Eshkol y cada uno de los criminales que se trasladaron desde Polonia, Bielorrusia, Ucrania u otras localidades al Levante Mediterráneo, para usurpar las tierras al pueblo palestino, expoliar y robar aquello que no les pertenece.
Lo que se presenta de manos de la diplomacia sionista que reúne a Washington e Israel, bajo la denominación de “Acuerdo del Siglo” atentatorio al derecho internacional, que viola los derechos humanos de la población palestina y su derecho a la autodeterminación, suma las posturas reaccionarias de regímenes títeres de Estados Unidos como son la monarquía jordana, la Casa al Saud, la seudo democracia egipcia y el silencio cómplice de todos aquellos países que suelen alzar la voz de condena y establecer sanciones cuando se trata de Venezuela, Siria, Rusia, Irán pero callan vilmente cuando los violadores de las leyes internacionales, los que dotan de impunidad al régimen israelí por sus crímenes de lesa humanidad contra el pueblo palestino, son los Estados Unidos y sus incondicionales en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU como es el caso de Francia y Gran Bretaña.
Para tratar de dar a esta “Imposición del Siglo” cierto cariz de legitimidad internacional, Estados Unidos convocó el llamado Foro de Baréin, devenido en un evento proisraelí, aparentemente centrado en lo económico fin de “impulsar el apoyo a posibles inversiones económicas” que apuntalen el pretendido “acuerdo del siglo”. Una actividad que intentará marcar las líneas políticas y comunicacionales que el régimen estadounidense ordenará a aquellos que asistieron a este Foro. La desfachatez de Washington llega al extremo que el enviado especial del Gobierno estadounidense para Oriente Medio, Jason Greenblatt, advirtió que, si los palestinos no participaban en la conferencia de Baréin, “se verían muy perjudicados” reconociendo además que el plan de EE.UU. cancela el derecho al retorno de los refugiados palestinos, al informar que Washington está a punto de comenzar conversaciones con los gobiernos que acogen a los refugiados palestinos.
Saeb Erekat. Secretario General de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) señaló en su oportunidad, ante las amenazas estadounidenses, que “nuestra organización no escucha el ultimátum de EE. UU. y boicotea un foro proisraelí en Baréin. Ninguno de los organizadores o participantes del foro económico de Baréin puede debatir en representación de los palestinos el llamado “acuerdo del siglo. La Organización para la Liberación de Palestina no ha sido consultada sobre dicho evento, por tanto, boicotea este Foro que quiere forzar a los palestinos a aceptar la ocupación de sus tierras a cambio de dinero. La ANP no aceptará nunca tal plan” señaló el alto dirigente palestino.
Estados Unidos, bajo mandato del lobby sionista, avalados por los sectores más reaccionarios de la sociedad estadounidense, ha decidido que Palestina no existe y para ello le entrega a Israel, como un presente chorreante de sangre palestina. Un plan cuyo destino es impedir cualquier intento de descolonizar las tierras de Palestina, sacar al ocupante sionista e impedir, por tanto, todo derecho a la conformación de un estado autodeterminado, libre y soberano. Un plan que los medios de información afines a la alianza entre la ultraderecha estadounidense y el sionismo israelí denomina “Acuerdo” generando apoyos y sometimientos de gobiernos regionales, en un cuadro regional donde además genera tensiones contra el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) provoca permanentemente a la República Islámica de Irán mediante la imposición de más sanciones y medidas destinadas a afectar a la nación persa. Apoya a Israel en seguir sionizando los Altos del Golán sirio ocupados desde el año 1967 y sobre todo amenaza a diestra y siniestra a quien se atreve a levantar la voz contra los atropellos cometidos contra el pueblo palestino.
Ha trascendido en medios de prensa israelí, con el uso sibilino del lenguaje que suele tener el sionismo y su hasbara, que el plan estadounidense no hablaría de anexión de los asentamientos con colonos terroristas que ocupan Cisjordania sino más bien se hablaría de “aplicación de la ley israelí” similar a lo que se hizo el año 1981 con los ocupados Altos del Golán sirio. Según el canal 12 de Israel, Trump no concretará nada del llamado “Acuerdo del Siglo” hasta que su socio Netanyahu forme gobierno y se pueda así liberar comunicacionalmente el plan de usurpación.
La Imposición del Siglo es la muestra evidente del contubernio criminal entre Washington e Israel. El silencio obsequioso y cobarde de los organismos internacionales, de países sometidos a Washington, de aquellos que suelen levantar la voz indignada cuando se trata de hablar, por ejemplo, de democracia en Venezuela pero que callan cobardemente cuando el involucrado es el sionismo. Israel y su lazarillo le dicen a Palestina “acepten el apartheid que les ofrecemos y su vida será menos dura de lo que es ahora. No acepten esta imposición y los exterminaremos”. Ese es el plan que se quiere imponer, de lo cual es posible extraer: Primero, que sólo la porfiada y digna resistencia palestina logra mantener en pie el derecho de su pueblo a existir. A no ser confinados en campos de concentración o exterminados bajo el nacionalsionismo que se ha impuesto en Palestina a partir del año 1948. Y, segundo, que la solución de los dos estados, que ha servido simplemente para permitir a Israel extender su dominio criminal, es una falacia que no se sostiene. La imposición del siglo ha terminado de enterrarla, concretando un sistema de apartheid con todas sus letras.
Frente a esta realidad reitero lo que suelo argumentar frente a esta imposición: toda propuesta bajo un supuesto camino a la paz (donde el pueblo palestino no ha participado ni como oyente) llámese Acuerdo del Siglo o del Milenio es simplemente una burla macabra. Un juego político destinado al fracaso. Las facciones palestinas, su pueblo, la sociedad palestina deben avanzar en la unidad de sus fuerzas para oponerse con fuerza a todo intento de dar legitimidad a este contubernio entre el imperialismo y el sionismo. No se puede tener ninguna relación con el ocupante. Recordemos cada vez que veamos estrechar las manos entre los dirigentes sionistas y estadounidenses: No hay paz posible en Oriente Medio sin la eliminación del imperialismo y el sionismo.
Fuente original: https://www.hispantv.com/noticias/opinion/432046/palestina-fracaso-acuerdo-siglo-foro-barein-israel