sábado, 15 de diciembre de 2018

Artículos de hoy dic 15 (27)

 

Artículos de hoy dic 15 (27)
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De la “unión nacional” al “ellos” y “nosotros”


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De la “unión nacional” al “ellos” y “nosotros”

 

 


Parecería que, como decía Vico, la historia se desenrolla como espiral y pasa varias veces, más alto o más bajo, sobre el mismo punto. Ahora, a 50 años de la Unión Popular chilena, la mayoría de las clases dominantes intenta oponer al Poder Ejecutivo el Poder Judicial, dado que el Legislativo se les escapó de las manos y también en los Estados gobernados por PRI o PAN rechazan la Guardia Nacional y, sobre todo, el nombramiento de coordinadores federales porque ambas cosas debilitarían sus lazos con los militares locales y les controlarían los gastos.
Esa guerrilla institucional defiende sus privilegios, sus enormes ingresos y, sobre todo, el poder de facto que esas clases poseen y que desean seguir cubriendo con un poder legal. No hay que subestimar este sabotaje que recién comienza y que debe ser aplastado antes de que sea peligroso pues quieren anular por la fuerza la victoria electoral popular.
Es necesario defender al gobierno legítimo y cada medida justa y favorable a la mayoría y al ambiente encarando una reestructuración a fondo de las instituciones que fueron construidas para defender la explotación y los privilegios y apoyar las decisiones legales con una movilización popular que imponga la elección de los jueces y el juicio por jurados populares seleccionados, como en Estados Unidos.
La objeción de que el nivel cultural es muy bajo y que este sistema desataría ajustes de cuenta y excesos del México bronco subestima a los ciudadanos comunes y la existencia de leyes e ignora que con un bajo nivel de conocimientos formales se puede decidir lo justo (hay muchos Sanchos en potencia capaces de ser buenos gobernadores) y que, por otra parte, la cultura de los estadounidenses medios es deplorable pero cuentan con letrados para asesorarles.
En México se está reconstruyendo hoy un bloque social antioligárquico y potencialmente anticapitalista entre las clases medias pobres urbanas y rurales y los trabajadores de todo tipo que se expresó durante el gobierno del general Cárdenas. República. Pero, aunque ese bloque pueda tener expresiones electorales coyunturales- como el triunfo de MORENA- no es ni puede ser meramente electoral.
Los triunfos en las urnas son sólo el subproducto de las luchas, de las movilizaciones y de la participación de los ciudadanos. Las clases y los movimientos populares elevan su conciencia y adquieren seguridad combatiendo. En la acción masiva se forma, politiza y organiza una masa obrera que acepta todavía hoy el consumismo y las normas y valores capitalistas y ve al mundo como una mera oposición entre ricos y pobres y no entre explotadores y explotados.
Esa clase que adquiere conciencia de serlo rompe así con la ilusión de la unidad nacional, del “somos todos mexicanos” que la somete a sus explotadores y la divide de sus hermanos de otros países y pasa así a tener conciencia de que “ellos” se oponen a “nosotros” y con ese salto ideológico libera sus fuerzas para organizarse y enfrentar a sus enemigos, que están unidos por el funcionamiento del sistema capitalista que sigue controlando el aparato estatal.
Los Chalecos Amarillos franceses se desarrollaron en el terreno abonado por la rabia popular nacida de las mentiras, las desilusiones, la explotación creciente y, en 24 días en que pusieron a sus explotadores de rodillas y paralizaron el país, obligaron al gobierno de los multimillonarios a ceder. Son un ejemplo de que la acción autónoma unida a la autogestión local puede reconstruir la organización de la vida cotidiana desde abajo creando confianza, conciencia y poder popular.
Para dar base firme al triunfo electoral hay que asentarlo en la acción popular. Si, por ejemplo, una empresa cierra por razones políticas o porque da menos ganancia al patrón hay que ocuparla y hacerla producir directamente en forma cooperativa porque el derecho al trabajo y a la vida está por encima del derecho de propiedad y, si los acaparadores escondiesen bienes para producir escasez y sabotear, es indispensable distribuir sin indemnización lo escondido. Allí donde haya gente viviendo en pocilgas o en la calle, es necesario ocupar las casas vacías y ubicarla en ellas y si los trabajadores inmigrantes son rechazados, hay que ayudarles y darles abrigo. No hay que esperar del Estado capitalista que sigue condicionando los márgenes de acción de los gobiernos populares.
De asambleas de comunidad, colonia o lugar de trabajo, deben surgir comités revocables por sus mandantes que prevendrán los delitos, reducirán la violencia familiar y los feminicidios, la corrupción y los abusos y harán cumplir las leyes.
Al mismo tiempo es posible establecer en cada localidad con qué se cuenta para un desarrollo ambiental durable y cuáles son las necesidades y prioridades para reorganizar el territorio, defender los recursos naturales y dar trabajo para todos. La soberanía nacional reside en el pueblo, que debe crear desde abajo, libremente, un nuevo Estado basado en comunas autónomas federadas. El poder popular evitará la repetición de la experiencia chilena.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

¡Ni perdón ni olvido, verdad y justicia!


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¡Ni perdón ni olvido, verdad y justicia!

 

 


Esgrimiendo razones  autoreferenciales de que lo suyo no es la venganza y declarándose partidario del perdón y la indulgencia, el presidente Andrés Manuel López Obrador en su discurso de toma de protesta ante el Congreso, el primero de diciembre, propuso un punto final para delitos cometidos por los funcionarios del pasado, afirmando que en su Presidencia se abstendrá de solicitar investigaciones en contra de los que han ocupado cargos públicos, y de que esta nueva etapa la vamos a iniciar sin perseguir a nadie. Contradictoriamente, afirma que la parte medular de su programa de gobierno será acabar con la corrupción y la impunidad.
El contrasentido radica en que los delitos cometidos por los funcionarios del pasado van más allá del saqueo del erario por las innumerables vías de la corrupción gubernamental; muchos de ellos estuvieron involucrados, por omisión o comisión, en crímenes de Estado y lesa humanidad, como las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales que no prescriben ni pueden ser eximidos por el nuevo titular del Ejecutivo federal.
¿Jamás se investigará quiénes son los responsables de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, o la perpetrada también contra estudiantes el 10 de julio de 1971? ¿Quedarán sin desentrañarse los asesinatos, desapariciones forzadas, torturas, cárceles clandestinas, y vuelos de la muerte durante la guerra sucia que duró más de 20 años? Las masacres de Aguas Blancas, Guerrero, Acteal, Chiapas (1997), Tlatlaya, estado de México, (2014), Nochistlán, Oaxaca, (2016) ¿quedarán en el olvido? Esto por enumerar los crímenes más conocidos en los que se identifica la mano del Estado y sus fuerzas armadas con sus grupos paramilitares, como el Batallón Olimpia, Los Halcones, La Brigada Blanca, y los más de una docena que fueron identificados por la PGR para el caso de Chiapas, en 1997, sin mencionar los que operan bajo la cobertura del crimen organizado, que pasaron a constituir la cara clandestina de gobiernos mafiosos y delincuenciales.
Ha sido positivo el decreto presidencial para crear una comisión de la verdad que investigue los asesinatos y las desapariciones forzadas de los estudiantes de Ayotzinapa, crimen de Estado y lesa humanidad que cimbró la conciencia del país y del mundo. En Iguala, Guerrero, se condensó el 26 de septiembre de 2014 toda la violencia estructural y de Estado que ha padecido México durante más de una década, y que ha resultado en más de 200 mil muertos, en su mayoría jóvenes y pobres, al menos 40 mil desaparecidos, así como medio millón de desplazados internos y fuera del país. Siendo esta tragedia un caso paradigmático, en el que se visibilizan los estrechos lazos de complicidad entre crimen organizado, Ejército, gobernantes de los tres órdenes, policías y todo el aparato judicial, constituye, sin embargo, una entre miles de desapariciones forzadas en las que el Estado mexicano está involucrado. Este crimen será supuestamente investigado hasta sus últimas consecuencias, pero: ¿quedará archivada la desaparición forzada de los dos militantes del Ejército Popular Revolucionario, Gabriel Alberto Cruz Sánchez y Edmundo Reyes Amaya, secuestrados por fuerzas de seguridad en Oaxaca en 2007? Recordemos a los entrañables compañeros Samuel Ruiz, Carlos Montemayor y Miguel Ángel Granados Chapa, integrantes de la Comisión de Mediación, junto con quien escribe, que durante años enfrentó la cerrazón cómplice del gobierno y la protección tacita del Estado respecto a la participación del Ejército en este caso emblemático.
¿Qué pasará con los otros miles de procesos judiciales que no tienen atención mediática, ni sus familiares los medios organizativos para demandar la aparición con vida de sus desaparecidos? Con toda razón, parientes de desaparecidos forzados cuestionaron que sólo haya una comisión para Ayotzinapa. ( La Jornada 6/12/18).
En estos crímenes el Ejército ha participado en defensa de los intereses de los grupos dominantes, por no citar su involucramiento directo en asesinatos de dirigentes populares como el purépecha Primo Tapia de la Cruz, asesinado por orden de Elías Calles en 1926; o el ocurrido el 26 de mayo de 1962, cuando militares masacraron a Rubén Jaramillo y su familia en el sitio arqueológico de Xochicalco, Morelos.
Las fuerzas armadas fueron exoneradas de toda responsabilidad con el argumento de que sus altos mandos no son parte de la oligarquía e integrarán la Guardia Nacional para tareas de seguridad pública. Esta propuesta ha sido duramente criticada por organismos de derechos humanos que la consideran otra forma de militarización.
Así, coincido con el Colectivo Iglesias por la Paz que señaló: antes de buscar el perdón de las víctimas de la violencia, se requiere acceder a la verdad y la justicia. (La Jornada 21/09/18).
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2018/12/14/opinion/020a1pol
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

El Poder Judicial en el ojo del huracán


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 El Poder Judicial en el ojo del huracán

 

 


Me cuento entre los que ya sospechábamos que el inicio del sexenio de Andrés Manuel López Obrador no sería tan fácil ni tan terso, y que la transición calificada como “de terciopelo” o era un pacto convenido para negociar impunidad por una mudanza del poder estatal sin perturbaciones, o era una ilusión óptica y auditiva. En especial, pensé que el mayor conflicto que el nuevo equipo gobernante tendría que resolver al inicio de su gestión sería el de la cancelación de la construcción del nuevo aeropuerto en el vaso de Texcoco. Hasta ahora, al menos, en ese tema parece haber un control de daños y una salida negociada con los empresarios involucrados en el proyecto aeroportuario.
En cambio, la liebre ha saltado por otro lado. Se ha agudizado la confrontación al interior del Estado mismo, entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, por una parte, y el Poder Judicial por la otra. Y se trata de un conflicto de pronóstico reservado. Los ministros de la Corte, magistrados y jueces han salido a la palestra a oponerse activamente —seguramente haciendo bloque con otros grupos y fuerzas menos visibles— a defender sus elevadísimas prerrogativas, por no decir opulentos e insultantes ingresos.
“Es la guerra”, ha dicho Ricardo Monreal, líder de la fracción de Morena en el Senado. Y ha propuesto abrir investigaciones a los ministros por presunta corrupción y hasta posibles vínculos con la delincuencia organizada. El semitroglodita también senador Félix Salgado Macedonio, asimismo del grupo de Morena, ha planteado, por su parte y sin más, la destitución de todos los ministros de la Corte por el presidente López Obrador para que otros nuevos sean designados (acotación: a la desaparición de un poder por otro se le llama, técnicamente, golpe de Estado).
¿Pero de dónde vienen esos privilegios palaciegos que tan obstinadamente defienden los ministros, magistrados y jueces, así como otros miembros del alto funcionariado estatal? Básicamente, de dos fuentes. La primera, la reproducción endogámica de los mismos grupos de poder que durante décadas se hicieron del control del Estado y de sus órganos para usarlos en beneficio propio; es decir, de un proceso de corrupción no individual sino sistémica en la que no necesariamente cada funcionario es o puede ser señalado como corrupto, sino lo es el organismo en su conjunto, y cada alto componente individual es tan sólo una pieza o elemento de ese aparato. La segunda, lo que podríamos bien llamar la Doctrina Fox (el del “gobierno de empresarios para empresarios”), según la cual es necesario que el Estado pague altos estipendios a fin de captar para la administración pública a los ejecutivos de alta empresa o “impedir” que los funcionarios públicos se “fuguen” hacia el sector privado.
En todo caso, quienes ahora suspenden por controversia constitucional la nueva Ley de Remuneraciones de los Servidores Públicos tienen a su favor al menos dos artículos constitucionales: el 94, que en uno de sus párrafos dicta: “La remuneración que perciban por sus servicios los Ministros de la Suprema Corte, los Magistrados de Circuito, los Jueces de Distrito y los Consejeros de la Judicatura Federal, así como los Magistrados Electorales, no podrá ser disminuida durante su encargo”, y el 14, que establece que “A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna”.
Por su parte, la nueva Ley de Remuneraciones es reglamentaria del artículo 127 que en su fracción II establece: “II. Ningún servidor público podrá recibir remuneración, en términos de la fracción anterior, por el desempeño de su función, empleo, cargo o comisión, mayor a la establecida para el Presidente de la República en el presupuesto correspondiente”.
En consecuencia, como se ve, la aplicación a rajatabla de la fracción citada y de la nueva Ley sólo podría hacerse en violación a los artículos 14 y 94 de la Ley Suprema. Por eso la secretaria de Gobernación de López Obrador y ministra en retiro de la propia Corte, Olga Sánchez Cordero, ha señalado que será muy difícil y se ha manifestado en contra de la reducción de las remuneraciones de los ministros y magistrados del poder judicial. Ella misma, según se sabe, percibe en su condición de ex ministra una pensión de retiro de 258 mil pesos mensuales, más otros beneficios en efectivo y en especie. A eso se añadirá ahora su remuneración como secretaria de Estado, remuneración que ha ofrecido públicamente donar. El tener esos ingresos, como queda dicho, no la hace una persona corrupta, sino que es producto de un aparato que en su conjunto se fue corrompiendo hasta alcanzar niveles majestuosos en la desigualdad con respecto de los salarios mínimos, los comunes y los profesionales.
Pero hay algo más. Creo que la controversia fue mal planteada desde el inicio. En vez de que el tema de las remuneraciones a los altos funcionarios se tratara en el Congreso dentro del debate del Presupuesto de Egresos —el cual sólo se iniciará después del 15 de diciembre—, fue planteado por López Obrador apenas unos días después del 1 de julio, cuando aún ni siquiera era declarado presidente electo, en conferencia de prensa en la que salió a decir que su propia remuneración sería de 108 mil pesos y que haría aplicar la disposición del artículo127. Desde luego, nunca antes un candidato triunfante se había atrevido, al margen del Congreso y de un proyecto de Presupuesto, a establecer per se su retribución. El tema en vez de ser de racionalidad presupuestal se politizó y desde entonces generó urticaria y temores en amplios sectores de la administración pública. Hoy, no sólo los miembros del Poder Judicial sino muchos otros servidores públicos promueven amparos y se rebelan contra la nueva disposición legal expedida por el Congreso.
Desde luego que entre la población en general hay enojo contra la posición asumida por ministros y magistrados, en los que se han focalizado los señalamientos como casta privilegiada —que efectivamente son, pero no sólo ellos—, enojo que se manifiesta en las redes sociales, muchas veces con propuestas e iniciativas desubicadas o imposibles de cumplir por el Legislativo como no fuere a costa de romper el propio orden constitucional. Por el contrario, lo que se está logrando es unificar a las fuerzas de la derecha, el PRI, PAN, grupos empresariales y en general a los aún amplios sectores antiobradoristas detrás de la Corte y en contra de lo que ya califican como autoritarismo del Presidente y su partido.
Pero eso no quiere decir que no se pueda hacer nada contra el sistema de privilegios de la alta burocracia estatal en sus diferentes poderes.
En primer lugar, por supuesto, la nueva Ley de Remuneraciones habrá de aplicarse en lo sucesivo a los nuevos empleados de confianza del presidente López Obrador y en general a los que en el futuro se vayan incorporando a la administración pública federal y de los Estados.
En segundo término, como ya se hizo, llegar al acuerdo con los miembros de la actual Suprema Corte y del Poder Judicial en general, de no dar efecto retroactivo a la norma reglamentaria del 127. Desgraciadamente, por un tiempo, sí seguirán vigentes los faraónicos ingresos de esos y otros estamentos —consejeros del INE, IFAI, CNDH y, en general, de los organismos autónomos— a los que no les sería aplicable directamente esa ley sino violando el artículo 14 constitucional.
En el plano presupuestal, en tercer lugar, revisar todas las prerrogativas no retributivas que también benefician a esa casta de opulentos funcionarios; es decir, vehículos, combustibles, teléfonos, ayudantías, guaruras, etcétera, que ahora tendrán que ser pagados por los funcionarios con sus propios y elevados ingresos. Se debe partir de un señalamiento evidente: lo que esos miembros del servicio público perciben no son salarios, pues no se corresponden con el nivel de capacitación de su fuerza laboral, por más que algunos de ellos sean muy meritorios, ni mucho menos con las condiciones generales del mercado laboral, ahí donde se establecen realmente los salarios, sino con la específica ubicación de esos individuos en la cúpula del aparato administrativo que debe ser público pero que se ha tergiversado para ponerse al servicio de interese privados.
Y en un cuarto plano, perseguir puntualmente, esas sí como abusos de poder y delitos, y como lo sugiere el senador Monreal, las otras expresiones de corrupción, pero individuales. Desde luego, los abusos de poder, como el nepotismo que ya ha sido exhibido por investigaciones periodísticas, como el que, hasta ahora, a 500 ministros, magistrados y jueces se les han encontrado familiares y allegados cobrando en la nómina del Poder Judicial, en muchas ocasiones como aviadores. Lo mismo ha de hacerse en los organismos autónomos y todos los sectores donde sea necesario aplicar auditorías de personal.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

¿Francia se está latinoamericanizando?


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¿Francia se está latinoamericanizando?

 

 


El movimiento de los “chalecos amarillos” iniciado hace un mes revela una crisis profunda que se está gestando desde hace varios años en el país galo. Los piquetes instalados en las rotondas en innumerables ciudades francesas remiten a los métodos de lucha utilizados en Latinoamérica, particularmente en Argentina. Además de exigir una serie de reivindicaciones ligadas a la justicia social, los chalecos amarillos cuestionan el régimen de la Quinta República, proponiendo la democracia participativa y una reforma profunda de las instituciones a través de asambleas populares y referendos de iniciativa popular, entre tantas otras medidas.
El grito frecuente “que renuncie Macron” en las movilizaciones puede aparentarse al “que se vayan todos” en Argentina durante la crisis desatada en diciembre del 2001. Después de la declaración de Macron de 13 minutos este lunes 10 de diciembre ofreciendo migajas, el movimiento considera que, además de intervenir tardíamente, no responde a sus reclamos. En efecto, pareciera que el presidente es incapaz de medir el alcance y la profundidad del movimiento, una especie de autismo similar al de algunos presidentes latinoamericanos.
Si bien los “chalecos amarillos” se reclaman “apolíticos” en realidad plantean un cambio radical en la forma en que Francia debería ser gobernada. Este movimiento, compuesto por hombres y mujeres de bajos recursos cuyos ingresos apenas alcanzan a llegar a fin de mes (hay casi diez millones de franceses por debajo de la línea de pobreza) aparece a dieciocho meses de la elección de Emmanuel Macron. Vale la pena recordar que fue elegido en segunda vuelta contra Marine Le Pen con promesas de aplicar medidas “de derecha y de izquierda”. El balance de su política francamente neoliberal no deja lugar a dudas sobre su real orientación.
Según una encuesta reciente los jubilados, que padecen recortes importantes, representan un tercio de los más de cien mil “chalecos” movilizados. Ahora nueve sindicatos llaman a manifestar el próximo 18 de diciembre contra el congelamiento de las jubilaciones a imagen de los jubilados chilenos y brasileños que salieron masivamente a las calles en marzo del 2017.
Gran cantidad de analistas intentan definir este movimiento apelando a ejemplos históricos, la mayoría comparando los chalecos amarillos a los Comuneros y a la Revolución de 1789, de 1848, incluso al mayo francés de 1968. Algunos incluso dan como ejemplo a la crisis de diciembre del 2001 en Argentina: “los días 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina también revelan lo que puede ser una “insurrección destituyente”. Sin canales apropiados de transmisión y sin líderes, el pueblo argentino, abrumado por la crisis económica que había durado desde 1998, exigió “que se vayan todos”. El presidente Fernando de la Rúa tuvo que renunciar. ¿Que valió su “estado de sitio” contra el poder soberano? (Thomas Branthome, historiador, revista Regards del 5/12)
Rebelión popular, insurrección destituyente, democracia insurgente son algunas de las definiciones que se buscan. Pero todos los analistas concuerdan en que estamos viviendo un momento histórico en Francia ya que 64% de la población sigue declarándose solidaria del movimiento, aun después de la declaración televisiva de Macron. La adhesión de los estudiantes secundarios (más de 450 colegios movilizados) es un factor de preocupación suplementario para el presidente. Las imágenes de 150 estudiantes en el pueblo de Mantes-la-Jolie, arrodillados bajo la amenaza de la policía, causaron estupor, incluso entre los miembros del gobierno.
Cabe preguntarse como seguirá o terminará este movimiento, si los chalecos amarillos se convertirán en partido político, si participarán en las próximas elecciones europeas de 2019 o sí incidirán en la recomposición de los partidos, sean de izquierda o de derecha en Francia.
¿Será una alternativa “latinoamericana” como Andrés Manuel Lopez Obrador o Jair Bolsonaro?
Todo es posible.
Carlos Schmerkin, Miembro fundador de ACAF (Asamblea de Ciudadanos Argentinos en Francia) y bloguero en Mediapart. Publicado en nodal.am. Distribuido por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

Las intervenciones extranjeras en la Rusia revolucionaria


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Las intervenciones extranjeras en la Rusia revolucionaria

 

 


Ya en 1917 la Primera Guerra Mundial había provocado en toda Europa una situación potencialmente revolucionaria. En aquellos países en los que las autoridades siguieron representando a la élite tradicional, exactamente como había sucedido en 1914, procuraron impedir por medio de la represión, de concesiones o de ambas cosas que este potencial se realizara. Pero en el caso de Rusia la revolución no solo estalló sino que tuvo éxito y los bolcheviques empezaron a trabajar en la construcción de la primera sociedad socialista del mundo. Era un experimento por el que las élites de los demás países no sentían la menor simpatía; al contrario, esperaban fervientemente que este proyecto acabara pronto en un estrepitoso fracaso (también fue un experimento revolucionario que iba a decepcionar a muchas personas simpatizantes porque la Utopía socialista no surgió entera, como Atenas, de la frente del Zeus revolucionario ruso).
Los círculos elitistas de Londres, París y de otros lugares estaban convencidos de que era inevitable que el audaz experimento bolchevique fracasara pero, por si acaso, se decidió enviar tropas a Rusia para apoyar a los “blancos” contrarrevolucionarios contra los “rojos” bolcheviques en un conflicto que se iba a convertir en una gran, larga y sangrienta guerra civil. Una primera oleada de tropas aliadas llegó a Rusia en abril de 1918, cuando los soldados británicos y japoneses desembarcaron en Vladivostok. Establecieron contacto con los “blancos”, ya implicados en una verdadera guerra contra los bolcheviques. En total, solo los británicos iban a enviar a 40.000 hombres a Rusia. Aquella misma primavera de 1918 Churchill, entonces ministro de Guerra, también envió un cuerpo expedicionario a Murmansk, en el norte de Rusia, para apoyar a las tropas del general “blanco” Kolchak, con la esperanza de que eso ayudara a sustituir a los gobernantes bolcheviques por un gobierno amigo de Gran Bretaña. Otros países enviaron contingentes más pequeños de soldados, como Francia, Estados Unidos (15.000 hombres), Japón, Italia, Rumanía, Serbia y Grecia. En algunos casos la tropas aliadas participaron en la lucha contra los alemanes y los otomanos en las fronteras rusas, aunque estaba claro que no habían ido para ello sino para derrocar al régimen bolchevique y “estrangular al bebé bolchevique en la cuna”, como dijo Churchill con tanta delicadeza. Los británicos en particular también esperaban que su presencia les permitiera hacerse con algunas partes atractivas del territorio de un Estado ruso que parecía desmoronarse, como el imperio Otomano. Eso explica por qué una unidad británica fue desde Mesopotamia a las orillas del mar Caspio, en concreto a las ricas en petróleo regiones en torno a Baku, la capital del actual Azerbayán. Como la propia Gran Guerra, la intervención aliada en Rusia tenía por objetivo tanto luchar contra la revolución como lograr unos objetivos imperialistas.
En Rusia la guerra había generado no solo unas condiciones favorables para una revolución social sino también para revoluciones nacionales entre varias minorías étnicas, al menos en algunas partes de este gigantesco país. Estos movimientos nacionales ya habían surgido durante la guerra y generalmente pertenecían a la variedad del nacionalismo de derecha, conservador y antisemita. La élite política y militar alemana reconocía en estos movimientos a unos parientes ideológicos cercanos y a unos aliados potenciales en la guerra contra Rusia (por otra parte, se consideraba a Lenin y a los bolcheviques útiles en la guerra contra Rusia, pero ideológicamente estos revolucionarios estaban en las antípodas del régimen reaccionario de Alemania). Los alemanes no apoyaron a los finlandeses, bálticos, ucranianos y a otros nacionalistas por simpatía ideológica, sino porque podían utilizarlos para debilitar a Rusia y también porque esperaban crear Estados satélites de Alemania en territorios de Europa del este y del norte, preferentemente monarquías que tuvieran como “soberano” a algún vástago de una familia alemana noble. El tratado de Brest-Litovsk resultó ser una oportunidad para crear varios Estados de este tipo. Así, desde el 11 de julio al 2 de noviembre de 1918 un aristócrata alemán llamado Wilhelm (II) Karl Florestan Gero Crescentius, Duque de Urach y Conde de Württemberg, pudo disfrutar de ser rey de Lituania con el nombre de Mindaugas II.
Con el armisticio del 11 de noviembre de 1918 Alemania estaba condenada a desaparecer de la escena de la Europa del este y del norte, y aquello acabó con el sueño de la hegemonía alemana ahí. Sin embargo, el Artículo 12 del armisticio autorizaba a los soldados alemanes a permanecer en Rusia, las tierras bálticas y en cualquier lugar de Europa del este mientras los aliados lo consideraran necesario; en otras palabras, mientras siguieran siendo útiles para luchar contra los bolcheviques, que es precisamente lo que hacían los alemanes. De hecho, a partir de entonces líderes británicos y franceses como Lloyd George y Foch consideraron a la Rusia revolucionaria un enemigo más peligroso que Alemania. Los movimientos nacionales de los bálticos, finlandeses y polacos, etc, estaban ahora totalmente implicados en la guerra civil rusa y los aliados volvieron a considerar aliados a los alemanes, también en términos militares, mientras lucharan contra los “rojos” en vez de contra los “blancos”, como también hacían a menudo, ya que tanto los rusos “blancos” como los polacos, lituanos ucranianos y otros nacionalistas reclamaban simultáneamente gran parte de las propiedades del este Europa, que antes formaban parte del Imperio zarista.
En todos los países que emergieron de las nubes de polvo formadas tras el colapso del Imperio zarista había básicamente dos tipos de personas. En primer lugar, personas trabajadoras y campesinas, y otras personas pertenecientes a las clases bajas, las cuales estaban a favor de una revolución social, apoyaron a los bolcheviques y estaban dispuestas a conformarse con algún tipo de autonomía para su propia minoría étnico-lingüística dentro de el nuevo Estado multiétnico y multilingüe (dominado inevitablemente por su componente ruso) que estaba ocupando el lugar del antiguo Imperio zarista y sería conocido con el nombre de Unión Soviética. En segundo lugar, la mayoría, aunque sin duda no todos, de los miembros de la viejas élites aristocráticas y burguesas, y de la pequeña burguesía, que estaba en contra de la revolución social y, por consiguiente, detestaba a los bolcheviques y luchaba contra ellos, y quería nada menos que la independencia total del nuevo Estado que estaban creando los bolcheviques. Su nacionalismo era un nacionalismo típico del siglo XIX, de derecha y conservador, estrechamente vinculado a un grupo étnico, una lengua, una religión y un pasado supuestamente glorioso, en su mayor parte mítico, que se esperaba que resurgiera gracias a una revolución nacional. También estallaron guerras civiles entre “blancos “ y “rojos” en Finlandia, Estonia, Ucrania y otros lugares.
Si en muchos casos los “blancos” salieron victoriosos y pudieron establecer unos Estados claramente antibolcheviques y antirrusos no fue solo porque los bolcheviques lucharon durante mucho tiempo con la espalda pegada al muro en el interior de la propia patria rusa y, por lo tanto, pocas veces pudieron proporcionar ayuda a sus camaradas “rojos” del Báltico y otros lugares en la periferia del antiguo Imperio zarista, sino también porque primero los alemanes y después los aliados (particularmente los británicos) intervinieron manu militari para ayudar a los “blancos”. A finales de noviembre de 1918, por ejemplo, un escuadrón de la Armada Real al mando del almirante Edwyn Alexander-Sinclair (y después por el almirante Walter Cowan) apareció en el mar Báltico para suministrar armas a los “blancos” estonios y lituanos, y ayudarles a luchar tanto contra sus compatriotas “rojos” como contra las tropas bolcheviques rusas. Los británicos hundieron varios barcos de la flota rusa y bloquearon al resto en su base, Kronstadt. Por lo que se refiere a Finlandia, ya en la primavera de 1918 las tropas alemanas habían ayudado a los “blancos” locales a lograr la victoria y les habían permitido proclamar la independencia de su país.
La intención de los responsables patricios de Londres, París, Washington, etc., era claramente asegurar también la victoria de los “blancos” a expensas de los “rojos” en la propia guerra civil rusa y abortar así la empresa bolchevique, un experimento a gran escala por el que demasiados británicos, franceses, estadounidenses y otros plebeyos demostraron entusiasmo e interés, lo que disgustó a sus “superiores”. En una nota dirigida a Clemenceau en la primavera de 1919 Lloyd George expresaba su preocupación por el hecho de que “toda Europa está llena del espíritu de revolución” y seguía afirmando que “existe un profundo sentimiento no solo de descontento, sino de ira y revuelta entre los trabajadores contra las condiciones de la guerra; […] las masas de la población de un extremo a otro de Europa cuestionan todo el orden existente en sus aspectos político, social y económico”.
No obstante, la intervención de los aliados en Rusia fue contraproducente ya que el apoyo extranjero desacreditó a los “blancos”, las fuerzas contrarrevolucionarias, a ojos de gran cantidad de rusos que cada vez consideraban más a los bolcheviques los verdaderos patriotas rusos y, por lo tanto, los apoyaban. En muchos sentidos la revolución social de los bolcheviques fue simultáneamente una revolución nacional rusa, una lucha por la supervivencia, la independencia y la dignidad de la Madre Rusia primero contra los alemanes y después contra las tropas aliadas que invadieron el país desde todas partes y se comportaron “como si estuvieran en África Central” (visto desde esta perspectiva, los bolcheviques se parecían mucho a los jacobinos de la Revolución francesa, que habían luchado simultáneamente por la revolución y por Francia). Debido a ello los bolcheviques se pudieron beneficiar del apoyo de gran cantidad de nacionalistas burgueses e incluso aristocráticos, un apoyo que probablemente fue un factor determinante de su victoria en la guerra civil contra la combinación de los “blancos” y los aliados. Hasta el famoso general Brussilov, un noble, apoyó a los “rojos”. “La conciencia de mi deber hacia la nación [rusa]”, explicó, “hizo que me negara a obedecer mis instintos sociales naturales”. En cualquier caso, los “blancos” no eran más que “un microcosmo de las clases dirigentes y gobernantes del antiguo régimen [ruso] (oficiales militares, terratenientes, clérigos) con un apoyo social mínimo”, según Arno Mayer. Además eran corruptos y gran parte del dinero que les había enviado los aliados desapareció en sus bolsillos.
Si la intervención aliada en Rusia, que a veces se había promovido como una “cruzada contra el bolchevismo”, estaba condenada al fracaso también fue debido a que se oponían a ella gran cantidad de soldados y civiles en Gran Bretaña, Francia y otros lugares de “Occidente” cuya consigna era “¡No a la interferencia en Rusia!”. Los soldados británicos que no habían sido desmovilizados después del armisticio de noviembre de 1918 y que se suponía iban a ser enviados a Rusia protestaron y organizaron motines, por ejemplo, en enero de 1919 en Dover, Calais, y otros puertos del Canal de la Mancha. Ese mismo mes Glasgow se vio sacudida por una serie de huelgas entre cuyos objetivos se incluía el obligar al gobierno a abandonar su política intervencionista respecto a Rusia. En marzo de 1919 las tropas canadienses se amotinaron en un campo en Ryl, Gales, lo que provocó la muerte de cinco hombre y veintitrés heridos; más adelante en 1919 se produjeron motines similares en otros campos militares. Sin duda estos disturbios reflejaban la impaciencia de los soldados por ser licenciados y volver a casa, pero también revelaban que no se podía contar con la mayoría de los soldados para un periodo de servicio de duración ilimitada en la lejana Rusia. En Francia, mientras tanto, los huelguistas en París exigían a gritos acabar con la intervención armada en Rusia y los soldados que ya estaban en Rusia dejaron claro que no querían luchar contra los bolcheviques sino que querían volver a casa. En febrero, marzo y abril de 1919 los motines y las deserciones devastaron a las tropas francesas estacionadas en el puerto de Ordesa, y fuerzas británicas en el distrito de Murmansk al norte y algunos de los británicos incluso cambiaron de bando y se unieron a las filas de los bolcheviques. “Los soldados que habían sobrevivido en Verdun y en la batalla del Marne no querían luchar en las llanuras de Rusia”, fue el amargo comentario de un oficial francés. En el contingente estadounidense muchos hombres recurrieron a la automutilación para ser repatriados. Los soldados aliados simpatizaban cada vez más con los revolucionarios rusos, cada vez se “contaminaban” más del bolchevismo contra el que se suponía que estaban luchando. Y así ocurrió que en la primavera de 1919 se tuvo que retirar ignominiosamente de Rusia a las tropas francesas, británicas, canadienses, estadounidenses, italianas y a otras tropas extranjeras.
Las élites occidentales fueron incapaces de vencer a los bolcheviques por medio de una intervención armada, de modo que cambiaron de táctica y proporcionaron un generoso apoyo político y militar a los nuevos Estados que habían emergido en los territorios occidentales del antiguo Imperio zarista, como Polonia y los países del Báltico. Estos nuevos Estados eran sin excepción producto de revoluciones nacionales, inspiradas por variedades reaccionarias del nacionalismo, todas ellas teñidas a menudo de antisemitismo, y estuvieron dominados por los supervivientes de las viejas élites, incluidos grandes terratenientes y generales de origen aristocrático, las iglesias “nacionales” cristianas y los industriales. Con raras excepciones, como Checoslovaquia, no eran democracias en absoluto sino que estuvieron dirigidos por regímenes autoritarios, generalmente encabezados por un militar de alto rango y origen noble, por ejemplo, Horthy en Hungría, Mannerheim en Finlandia y Pilsudski en Polonia. Solo su sentimiento antirruso igualaba al abierto antibolchevismo de estos nuevos Estados. Con todo, los bolcheviques lograron recuperar algunos territorios de la periferia del antiguo Imperio zarista, como Ucrania.
El resultado de esta confusa mezcla de conflictos fue una especie de empate: los bolcheviques triunfaron en Rusia y hacia el oeste hasta Ucrania, pero los antibolcheviques y los nacionalistas antirrusos con grandes ambiciones territoriales conflictivas entre ellos prevalecieron en zonas más al oeste y al norte, concretamente en Polonia, los Estados del Báltico y Finlandia. Fue un arreglo que no satisfizo a nadie, pero que finalmente fue aceptado por todos, aunque a todas luces solamente “mientras durara esa situación”. Se erigió entonces en torno a la Rusia revolucionaria un cordón sanitario formado por una serie de Estados hostiles con la ayuda de las potencias occidentales con la esperanza de que “aislara al bolchevismo dentro de Rusia”, como escribió Margaret MacMillan. Por el momento eso era todo lo que podía hacer Occidente, pero la ambición de acabar antes o temprano con el experimento revolucionario en Rusia siguió muy viva en Londres, París y Washington. Durante mucho tiempo los líderes occidentales siguieron esperando que la revolución rusa se colapsara por sí misma, pero eso no ocurrió. Más tarde, en la década de 1930, iban a esperar que la Alemania nazi asumiera la tarea de destruir la revolución en su guarida, la Unión Soviética. Esa es a razón por la que iban a permitir a Hitler volver a militarizar Alemania y a través de la tristemente célebre “política de apaciguamiento” le iban a animar a hacerlo.
Jacques R. Pauwels es un historiador y escritor de origen belga que reside en Canadá. Su último libro es The Great Class War: 1914-1918. De este autor está traducido al castellano, por José Sastre, su obra El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2018/12/10/foreign-interventions-in-revolutionary-russia/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.

Un repaso a 26 años de errores catastróficos: cómo llegó Reino Unido a la actual crisis del brexit


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Un repaso a 26 años de errores catastróficos: cómo llegó Reino Unido a la actual crisis del brexit


Un repaso a 26 años de errores catastróficos: cómo llegó Reino Unido a la actual crisis del brexit
- Los euroescépticos han sido una fuerza clave entre los conservadores
- Cameron convocó el referéndum para intentar silenciarlos... y falló
- Las elecciones anticipadas de May dejaron un Parlamento ingobernable
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Los primeros ministros John Major, David Cameron y Theresa May. Foto: Reuters.
Dos años y medio después del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, el Gobierno británico se encuentra en una posición de crisis absoluta: incapaz de sacar adelante su acuerdo con la UE en el Parlamento -más de 400 de los 650 diputados han indicado su oposición-, bajo la amenaza de una moción de censura y con el riesgo de una catástrofe sin precedentes si no hay un acuerdo firmado antes del próximo 29 de marzo. Todo lo que podía salir mal ha salido mal.
Pero, ¿de quién es la culpa de la crisis del Gobierno de Theresa May? De todos y de nadie. De hecho, hay que remontarse a 1992 para entender una serie de errores catastróficos que han llevado a Reino Unido a esta situación.
Thatcher y los rebeldes
Fue en 1992 cuando Reino Unido tuvo que ratificar el Tratado de Maastricht por el que se creó la Unión Europea, como evolución de la antigua Comunidad Económica Europea. Margaret Thatcher, que había sido depuesta como primera ministra apenas dos años antes, anunció su oposición al acuerdo y lideró a una serie de jóvenes diputados 'tories' que preferían a la legendaria 'Dama de Hierro' frente a su sustituto, John Major. El entonces 'premier' perdió una serie de votos clave, y apenas logró ratificar el tratado tras varias derrotas y por un escasísimo margen. Su Gobierno nunca se recuperó de aquellas divisiones y acabó en una derrota electoral histórica.
Esos jóvenes rebeldes -entre ellos el actual ministro de Comercio de May, Liam Fox- crecieron en la oposición a las aplastantes mayorías absolutas de Tony Blair. Mientras el bando mayoritario del partido culpaba a los euroescépticos de haber hundido el Gobierno de Major y haberle abierto las puertas a los laboristas, los 'rebeldes de Maastricht' se convencían de que el problema era haber aceptado el tratado de la UE.
Cuando David Cameron se presentó a líder de la oposición tras una derrota 'tory' más, en 2005, los euroescépticos eran todavía una fuerza pequeña pero muy poderosa por su capacidad de movilizar a sus miembros para actuar al unísono. Para conseguir su apoyo, Cameron les ofreció salir del Partido Popular Europeo en Bruselas y unirse a una de las formaciones euroescépticas de derecha en el Parlamento Europeo. A cambio, Cameron obtuvo los votos necesarios para convertirse en nuevo líder del Partido Conservador. Y los euroescépticos tomaron nota de su importancia.
David Cameron estaba convencido de que nunca tendría que convocar el referéndum sobre el Brexit
Y, llegado el momento, se la cobraron. En 2013, con Cameron al frente de un Gobierno de coalición con el (muy europeísta) Partido Liberal-Demócrata, los euroescépticos temían perder el voto anti-europeo a manos del UKIP, el partido abiertamente eurófobo del populista Nigel Farage, que llevaba una década pidiendo la salida del Reino Unido de la UE. De nuevo, volvieron a amenazar con derribar al Gobierno si no se cumplían sus condiciones.
Para calmar a los 70 rebeldes -entre ellos el actual ministro de Hacienda, Phillip Hammond, o el de Agricultura, Michael Gove-, Cameron les ofreció celebrar un referéndum de permanencia si ganaba las siguientes elecciones por mayoría absoluta. El entonces primer ministro estaba convencido de que no lo haría, que tendría que repetir la coalición y de que sus socios le obligarían a abandonar esta promesa. Eso, si no ganaban los laboristas, como pronosticaban algunas encuestas. Pero, contra todo pronóstico, Cameron obtuvo esa mayoría absoluta . El referéndum era una realidad.
Y quizá el referéndum se habría ganado si Cameron hubiera formulado la pregunta en un formato "Sí/no" a permanecer, que suele dar votos extra a la opción positiva. O si no hubiera respetado las normas de neutralidad gubernamental que normalmente solo se aplican a las elecciones generales. O si hubiera obligado a todo su Gobierno a apoyar la permanencia, en vez de dejar que importantes ministros lideraran la opción de salida. Pero quería actuar de la forma más neutra posible para acabar con las divisiones en su partido. Y el tiro le salió por la culata.
Con la victoria del brexit y la dimisión de Cameron, May llegó al poder para implementar el resultado ante la incomparecencia de los 'brexiteros', que se fueron eliminando entre sí en una caótica campaña de primarias para sustituir al líder saliente llena de traiciones. Solo quedaba una candidata seria, pero tenía que granjearse la aceptación del bando vencedor.
Dado que, en el referéndum, May había apoyado la permanencia, la única forma de demostrar su transformación hacia el brexit fue prometer la activación del mecanismo de salida por el Artículo 50 del tratado de la Unión lo antes posible. Ese mecanismo da dos años para negociar una salida ordenada o, de lo contrario, condena al país que solicita su salida a sufrir un caos económico extraordinario.
Todas las cartas, en resumen, las tenía la UE desde el momento en que tomó esta decisión, entre los aplausos de los asistentes al congreso de los 'tories'. Este mes, precisamente, numerosos diputados y medios que habían celebrado la activación del Artículo 50 como certeza de que el brexit se pondría en marcha están criticando a May por haberlo activado, sin darse cuenta de lo que supondría. Pero en aquel entonces el Parlamento votó casi unánimemente por activarlo y cumplir el mandato del referéndum, sin que el Gobierno -ni los laboristas- entendieran lo que estaban haciendo.
Una negociación sin objetivos
Al quedar a merced de las fechas establecidas por la Unión, los Veintisiete pudieron empezar a poner sus condiciones. Y una era garantizar que la frontera de Irlanda no se cerraría bajo ningún escenario , como línea roja irrenunciable para seguir negociando. May cedió, sin que -según explicaron después- sus propios ministros entendieran que ello supondría dividir el país, atando a Irlanda del Norte a la UE de forma permanente, o impedir un brexit duro en el resto del país.
Mientras tanto, ni May ni sus ministros reconocieron públicamente los problemas y las dificultades del brexit: en todos sus discursos en los que anunciabam sus objetivos y líneas rojas nunca llegaron a explicar los riesgos de una salida desordenada ni los efectos del problema de la frontera con Irlanda.
Durante el referéndum, el tema de la división de Irlanda apenas apareció como un tema de debate. Solo un político a nivel nacional -May, precisamente- habló de él como motivo para votar contra el brexit. Una vez iniciadas las negociaciones, la primera ministra pasó meses afirmando que existían alternativas tecnológicas -control remoto de entrada y salida de productos y declaración y pago de aranceles mediante cámaras y códigos QR- que no requerirían del "mecanismo de emergencia" que mantendría atado a Irlanda del Norte a la UE. Bruselas los rechazó de plano.
Por otro lado, el ala euroescéptica de su partido, envalentonada por la victoria en el referéndum, afirmó desde el principio que salir sin acuerdo no supondría ningún problema ni riesgo alguno, y que solo tendría "una considerable ventaja", según el que pronto sería nombrado ministro del brexit, David Davis. Con esa ventaja, el nuevo acuerdo comercial que negociarían con la UE sería "el más fácil de alcanzar de la Historia de la humanidad", y para marzo de 2019, Reino Unido habría completado "un mercado internacional notablemente superior a la UE", según Liam Fox. Todo ello era legalmente imposible, pero nadie les preguntó por los problemas. Es más: les recompensaron con cargos.
Precisamente, May dio las carteras encargadas de negociar la salida a sus principales figuras (Boris Johnson en Exteriores, Davis y Dominic Raab en brexit, Fox en Comercio) con la esperanza de que vieran los problemas reales que supondría una salida sin acuerdo, y las dificultades de negociar uno. Pero cuando llegó la hora de tomar decisiones duras, los 'brexiteros' optaron por abandonar el Gobierno y atacar a la primera ministra por no conseguir el brexit duro que ellos querían, en vez de reconocer que tal cosa no existía. Mejor mantener el sueño vivo y culpar a alguien de su fracaso que reconocer que sus fantasías siempre habían sido irrealizables.
A ello hay que añadir las expectativas erróneas de May sobre cómo funcionaría la negociación. Reino Unido ya tenía grandes excepciones a las normas europeas: no tiene el euro, no está en el Espacio Schengen y contribuye menos al presupuesto europeo, entre otros beneficios negociados por Thatcher y Major durante los años 80 y 90. De hecho, como ministra de Interior de Cameron, May había conseguido adoptar solo parte de las leyes y estructuras de coordinación de seguridad europea.
Así, May tomó la posición de pedir seguir en parte de las estructuras del mercado común y, a la vez, poder cerrar las fronteras y hacer acuerdos con otros países, estrategia que describió como "tener un pastel y comérnoslo a la vez". Cuando la UE insistió en que el mercado común no era divisible, y que Reino Unido no podía estar solo en las partes de la UE que le gustaban, obligando a May a elegir claramente entre estar dentro o fuera, el ala 'brexitera' denunció esas condiciones como "un castigo" de Bruselas.
Además, uno de sus principales eslóganes en ese tiempo ha sido "ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo", minimizando los problemas que podrían derivar de una salida caótica de la UE. Cuando su plan ha cambiado -ahora este acuerdo es mejor que nada-, los diputados más intransigentes solo tienen que citar sus propias palabras para justificar un voto en contra y minimizar los riesgos que ahora sí resalta May.
Las peores elecciones
Pero quizá la puntilla fue el gigantesco error de haber convocado elecciones en mayo de 2017 , con el mecanismo de salida ya activado. May, que había heredado de Cameron su ajustada mayoría absoluta, llamó a las urnas cuando las encuestas le daban una ventaja de 20 puntos sobre los laboristas de Jeremy Corbyn, al que sus propios diputados querían cesar.
Las quinielas del Gobierno pronosticaban una mayoría absoluta aplastante de entre 70 y 100 diputados, o incluso más, lo que le habría dado un colchón para poder ignorar a los 'brexiteros' radicales y a los pro-UE entre sus filas, frente a un laborismo en descomposición. Pero una campaña horrible, que le ganó el mote de "Maybot" por su actitud fría y robótica y resucitó a un Corbyn mucho más telegénico y amable, le hizo perder una docena de diputados . Así, en minoría, May quedó a merced de la oposición y de los extremistas de su partido.
No solo eso, sino que el nuevo Parlamento quedó dividido en grupos irreconciliables con objetivos distintos: unos apoyan el acuerdo de May, otros quieren un nuevo referéndum y otros quieren una salida dura; y cada bando está dividido entre los que quieren provocar nuevas elecciones anticipadas que den una victoria a Corbyn, los que quieren un nuevo primer ministro 'tory' y los que están a gusto con May.
El resultado de esta larga cadena de errores, presiones y decisiones evitables es que May está atrapada entre dividir su partido, llevar al país a su barranco o hundir su Gobierno. No hay nadie que pueda reemplazarla en su partido sin tener los mismos retos. Y no hay mayoría en el Parlamento ni para aprobar ninguna opción, ni para ir a elecciones. Alguien tendrá que ceder, pero las líneas sobre la arena llevan trazadas muchos años ya.
Fuente: https://www.eleconomista.es/economia/noticias/9575566/12/18/Una-serie-de-errores-catastroficos-como-llego-Reino-Unido-a-la-actual-crisis-del-Brexit.html?utm_source=acuerdos&utm_medium=lavanguardia&utm_campaign=20181212_errores_brexit