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¿Y si revive Texcoco?
Raymundo
Riva PalacioEstrictamente Personalrivapaopinion@elfinanciero.com.mx
El
19 de noviembre pasado, Andrés Manuel López Obrador fue tajante ante la
pregunta de Joaquín López-Dóriga en el programa Tercer Grado. ¿Está
muerto el aeropuerto en Texcoco?, inquirió el periodista. Sí, contestó
sin cortapisas. Ayer jueves, a una pregunta sobre el estatus de la obra y
las negociaciones con tenedores de bonos que financiaron parte de la
construcción, el presidente dijo algo que nunca había señalado: que la
Secretaría de Hacienda se maneja con autonomía para tomar decisiones que
considere convenientes. Si se lee a López Obrador al pie de la letra,
el secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, estaría en condiciones de tomar
una decisión tan importante como ¿continuar con la construcción del
nuevo aeropuerto en Texcoco?
Políticamente, la proposición
luce descabellada. Si López Obrador empeñó su palabra durante la campaña
para cancelar Texcoco y presentar la Base Aérea de Santa Lucía como
proyecto alterno, y durante la transición inventó una consulta para
justificar su decisión política, que fue reforzando con denuncias de
corrupción en la construcción de la obra que no ha dejado de llamar
“faraónica”, ¿dónde habría espacio para que rectificara su decisión?
Sólo si actúa como presidente y toma una decisión impopular con sus
clientelas que, en el mediano y largo plazo, se verían beneficiadas de
ese incumplimiento de promesa de campaña. Es un tema de números.
El costo que tendría la
cancelación de la obra sin demandas de los tenedores de bonos o
contratistas está estimado en el gobierno entre 10 mil y 12 mil millones
de dólares –muy superior a lo que saldría terminarla–, por lo que la
decisión tendría que ser basada en la relación costo-beneficio que, no
hay que olvidar, jamás ha determinado sus acciones. Aunque el matiz
sobre la autonomía de la Secretaría de Hacienda sugiere que López
Obrador se encuentra en un estadio de entendimiento donde no caben los
arrebatos o posiciones sin visión estratégica, su carácter nunca le ha
permitido aceptar equivocaciones. Todo lo contrario. Cuando yerra,
acelera y profundiza en la misma dirección del traspié cometido. Como se
ha salido con la suya, debe pensar que nunca le va a fallar.
Pero en el caso del aeropuerto en
Texcoco, ese tipo de comportamiento provocó un quiebre fundamental en
su proyecto de nación, al introducir presiones a su Presupuesto por la
elevación de las tasas de interés que afecta el servicio de la deuda y
modifica los parámetros macroeconómicos, la pérdida nominal de 16 mil
millones de pesos en las Afore, congelamiento de inversiones y fuga de
capitales, así como cuestiones subjetivas, como es la pérdida de
confianza de inversionistas y la incertidumbre sobre el rumbo por el que
llevará al país.
Los dos intentos del gobierno
para recomprar una tercera parte de los bonos que sirvieron para
financiar parte de la obra de Texcoco, han resultado fallidos. Los
tenedores de los bonos no están de acuerdo con los términos planteados,
aunque en la segunda oferta les prometieron pagar dólar por dólar de lo
invertido. Los bonistas están acorralando al gobierno, y en la medida
que avancen los días sin arreglo, se irá encareciendo la solución.
Argentina se peleó con los inversionistas que la ayudaron a resolver su
crisis económica, y la presidenta Cristina Fernández terminó pagando 15
dólares por cada uno de lo originalmente prestado. Ese escenario es
lejano en México, pero probable. La obra en Texcoco, mientras tanto,
tiene que seguir de acuerdo con lo programado, porque de no cumplirse el
cronograma habrá incumplimiento de contrato y permitiría a los
tenedores de bonos exigir el pago inmediato de lo que invirtieron.
El sólo anuncio de la
cancelación de la obra en Texcoco ya está costando más de lo que habría
significado terminar la obra que, además, iba a ser financiada por la
Tarifa de Uso de Aeropuerto. La segunda oferta del gobierno es que se
use la TUA, no para finalizar Texcoco, sino para pagar el costo de su
cancelación. Financieramente hablando, no parece la decisión más
inteligente que tomó el presidente. El secretario Urzúa deslizó el
miércoles la posibilidad de que una nueva terminal en Santa Lucía nunca
sea construida, lo que refleja discusiones con López Obrador sobre las
opciones que se tienen. En la segunda oferta a los tenedores de bonos se
incluye también que el aeropuerto en Toluca no tendría más de cinco
millones de pasajeros anuales, que es otro ajuste a la idea original del
gobierno de adaptarlo para generar un volumen de ocho millones.
Urzúa está hablando con
sensatez financiera. No se sabe qué tipo de diálogo o mensajes ha
recibido de los inversionistas. Entre ellos, cuando se pregunta qué
podría hacerse para que el presidente López Obrador recuperara la
credibilidad de los inversionistas y que se volviera a abrir el
beneficio de la duda, sugieren, en primer lugar, continuar con la
construcción del aeropuerto en Texcoco. Políticamente parece un
obstáculo insalvable, pero López Obrador podría hacerlo sin dejar de
revisar la probable corrupción y bajar los gastos suntuosos. Puede haber
un rediseño de la terminal, menos asiática como es en la actualidad y
más sobria, sin perder sus certificaciones internacionales. También
puede expropiar los terrenos en los alrededores del aeropuerto para
atajar la especulación inmobiliaria, y revisar los contratos de los
servicios no aeroportuarios. Hacer un aeropuerto kosher sin sueños de
grandeza cosméticos es una opción al alcance del deseo de López Obrador,
si piensa más en el largo plazo y no en la coyuntura electoral. Sus
clientelas políticas, aunque no lo vean hoy, se lo agradecerán.
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