Teorías de la conspiración y desmovilización social: venta de humo por metro cúbico
Por Todo por Hacer
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«Los
acontecimientos no vienen determinados por planes ultrasecretos de un
único grupo reducido de perversos iluminados, sino que son la
consecuencia lógica de la función social de las categorías del poder».
Seguramente
todas las personas hayamos leído y escuchado acerca de teorías de la
conspiración en algún momento de nuestra vida, y nos han podido resultar
más o menos sugerentes, o parecernos una soberana tontería. Cuando
suceden graves cataclismos globales, pandemias biológicas como la
actual, atentados violentos… son tiempos donde salen a relucir muchas de
estas teorías. En este artículo lo que queremos es precisamente
analizar el contenido detrás de las mismas, y el escaso pragmatismo
político al dejarse atraer por este tipo de cuestiones. Conviene no
confundir el folclore y la cultura popular, muy ricas en el campo
antropológico y social, con construir una realidad de lucha eficiente
para quienes sufrimos las consecuencias del sistema de poder
actualmente.
Las teorías conspirativas se refieren habitualmente
al intento de explicar un acontecimiento o una sucesión de hechos, bien
ya ocurridos o aún por ocurrir, comúnmente de relevancia socio-económica
o política, a través de la existencia de un grupo secreto muy poderoso,
que traza sus principales estrategias de manera malintencionada. No
haría falta explicar que, a grandes rasgos, las estrategias puestas en
marcha desde el poder para mantener el estado de cosas tal y como están,
es decir, las acciones políticas más o menos abiertamente comunicadas,
son el pan nuestro de cada día al analizar la función coercitiva del
poder. Por lo tanto, la definición de teorías conspirativas no vendría
más que a reflejar el procedimiento habitual del sistema político y
social, y las tácticas empleadas por las instituciones globales, creadas
para defender los intereses del sistema dominante. Estas cuestiones no
vienen determinadas por planes ultrasecretos de un único grupo reducido
de perversos iluminados, sino que son la consecuencia lógica de la
función social de las categorías del poder. Seguramente
la denominación es ya de principio una elección peyorativa, además este
concepto se ha construido sobre una idea distorsionadora que, lejos de
querer explicar una lucha de clase y una conciencia sobre la realidad
social del pueblo trabajador, favorece su confusión y expone
conclusiones acerca de la misma muy fuera de la realidad cotidiana que
vivimos mayoritariamente. Y lo que es aún más grave, vinculan toda
argumentación científica-social desde las clases populares, a meras
hipótesis ligadas al campo de la superstición y el esoterismo.
Ojalá
todo comenzase y terminase en ese punto, sin embargo, la cultura y el
imaginario creado en torno a la cuestión de las teorías conspirativas va
mucho más allá de esta simple exposición. Desde muchas organizaciones
políticas de izquierdas y en el ámbito del activismo existe una
fetichización de las mencionadas teorías conspirativas. La hipótesis
general de las teorías conspirativas es que sucesos importantes en la
historia han sido controlados por grupos de manipulación que organizan
los acontecimientos desde detrás de escena y con motivos nefastos. No es
de extrañar que en la historia de la humanidad las estrategias para
mantener el control social se hagan a espaldas de la misma sociedad que
se pretende controlar, no es ninguna conspiración, es una táctica lógica
del poder para mantenerse en el lugar dominante desde el cual conservar
el sistema.
Ningún relato histórico social o de las clases más desfavorecidas
lo encontraremos en los libros de historia oficial, este es siempre
elaborado desde el gobierno en el poder, algo bien sencillo de entender
desde la antropología o la sociología. El folclore particular de las
comunidades sociales siempre genera cuentos, historias y relatos que
establecen leyendas populares, casi inexorablemente ligadas a la cultura
oral, por supuesto, nada más popular que la oralidad. Y bien
encontramos ejemplos que pueden suponer un arma de las clases populares
cuando estas invenciones sirven para atacar a la clase dominante, veánse
los casos históricos de personajes imaginarios como Ned Ludd o Capitán Swing (azotes de la tecnificación maquinaria y en el campo agrario de la Inglaterra industrial).
Sin
embargo, cuando estas teorías conspirativas son asimiladas e
inteligentemente utilizadas desde el poder, se convierten en un discurso
desmovilizador que debemos saber discernir. De hecho, a lo largo de la
historia ya se han dado casos muy evidentes de esta utilización en
beneficio del poder, como por ejemplo, las teorías contra las brujas, o
contra judíos, tan extendidas tiempos atrás como auténticas
conspiraciones que determinaban el imaginario y las acciones de la
sociedad para tener un férreo control sobre la misma.
Una de las
claves de toda teoría de la conspiración es contener trazos de realidad.
Que se apoye en pilares sólidos, para tejer entre ellos una red de
fábulas que resuelva preguntas sin resolver o cubra realidades
incómodas. Da igual lo inverosímil que pueda parecer en un principio: si
todo junto ofrece respuestas sencillas y señala a alguien a quien
culpar de todos los problemas, se habrá logrado el objetivo. QAnon
es la teoría conspirativa más popular entre votantes de Trump. Aseguran
que el Estado profundo (formado por políticos progresistas, George
Soros y actores de Hollywood) quiere acabar con el presidente porque va a
desvelar una red de pornografía infantil satánica que opera desde la
pizzería Comet Ping Pong en Washington DC.Algunas
de las características comunes de estas teorías conspirativas son que
las apariencias engañan, mientras que se intentan asentar sobre la
ciencia numerosas explicaciones rocambolescas. Que las conspiraciones
conducen la historia como si un orden divino hubiera escrito el futuro. Y
sobre todo, dos factores que son seguramente los más desmovilizadores
de todas estas cuestiones; el enemigo siempre gana y el pobre siempre
pierde, y todo está planeado o es inamovible.
Si dando crédito a
esas teorías conseguimos asumir que no hay verdades, que todo está ya
planificado y que la historia ya tiene un destino escrito por grupos
secretos, entonces estamos asumiendo indirectamente que ninguna clase de
organización popular puede abrir una brecha, que ningún tipo de acción
espontánea podrá romper las estrategias del poder, y que nuestra
cotidianeidad carece de sentido porque solo reproducimos un esquema
previamente escrito.
Negarse a asumir esto implica creer en la
organización, el pensamiento crítico y la conciencia obrera como camino
hacia la conquista de una libertad social enajenada por el capitalismo
actual. Es completamente legítimo que nos atraigan relatos de literatura
de ficción, sociedades secretas y narraciones distópicas,
pero eso no significa que debamos construir nuestras vidas según esos
esquemas ficticios. Duele más aún cuando la asunción de estos relatos
despunta increíblemente entre el activismo de izquierdas y comprobamos
que las distopías hollywoodienses nos han ganado la batalla cultural.
Extraído de la publicación anarquista madrileña Todo por Hacer. www.todoporhacer.org
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