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La mal denominada "gripe española" del año 1918 cuyo brote tuvo origen en un campamento militar en Estados Unidos
Ha pasado un siglo de una de las más grandes pandemias
que cambiaron el mundo, pero pese a su nombre, la enfermedad no nació en
nuestro país.
Decía el ilustre filosofo Walter BenjamIn, próximo a la Escuela de Frankfurt, gran amigo de Theodor Adorno y trágicamente desaparecido -por voluntad propia- mientras huía de la Gestapo al intentar alcanzar la frontera española en Portbou en el año 1940, que "para entender la historia hay que cepillarla a contrapelo".
Algunos pensarán que como era judío y marxista, debía de ser más malo que el demonio y comerse a los niños en pepitoria, pero no era así. En una de sus brillantes obras, 'Para una crítica de la violencia', deja clara su postura de amante de la paz y de cuáles son las raíces del odio. Era en puridad un soñador, ajeno a la grosería de la realidad común.
Nanobicho
Y esto viene a colación porque las aleatorias y dúctiles neuronas del manejable a la vez que respetable público hispánico-peninsular en su momento, por razones absolutamente ajenas en origen a nuestra jocosa y proverbial creatividad, a la par que nuestra ilimitada capacidad para reírnos de todo, y por un extraño azar del destino, nos identificaron con un "nanobicho", que no era otra cosa que un patógeno todavía más pequeño que una bacteria. Era el sujeto en cuestión un virus malvado que, cual partisano de oficio, se había camuflado como Dios manda sin ser detectado por los galenos y por extensión, por la ciencia.
Tanto en Norteamérica como en Europa, las autoridades silenciaban a diestro y siniestro la enorme mortalidad
En España, increíble paraíso terrenal donde los haya hasta que los chorizos dieron con la tecla del expolio de la nación y crearon perversas disrupciones en el natural contento del país, cajón de sastre de las cosas más ingeniosas y ocurrentes, de las más surrealistas e hilarantes, a la par que país y potencia anestesiada por el plasma atónita ante tanto caco encorbatado haciendo horas extras a destajo, la historia reciente nos ha endilgado la cornada de la lamentablemente famosa gripe española. Pues "nein".
¿De dónde vino realmente?
Era aquel ente tan recio, sólido, original y bello al tiempo (al microscopio, claro), que rozaba la perfección de una coreografía de Igor Moiseyev. Un buen día, allá por el año 1918, algo inesperado ocurrió en Alaska. El 90% de la población de una pequeña aldea montañosa llamada Breving Mission, con cerca de un centenar de habitantes, desapareció a manos de la tremenda agresión del microbicho en cuestión y la lotería del horror campaba a sus anchas.
Era el trágico momento de la Primera Guerra Mundial de la Era Oficial. Más de cien millones de seres humanos (la tercera parte de la humanidad había sido infectada), habían pasado a mejor vida. Solo se habían podido contabilizar cerca de la mitad, pero las sospechas apuntaban a que las cifras reales sobrepasaban ampliamente los cálculos más amables.
Los resortes del poder y sus tributarios en la información "adecuada" no querían revelar tan tremebundas cifras. Había un miedo espantoso a la guerra biológica que estaba latente y se sospechaba que estaba interviniendo en el escenario bélico de forma fantasmal. Lo de Ypres y la Yperita era cosa de aficionados a la luz de los acontecimientos. Aunque la primera oleada de la epidemia llegase a Europa con el desembarco de tropas americanas, EEUU ya llevaba once meses en guerra contra Alemania y los imperios centrales, y fue en un campamento militar de Kansas donde surgió el monstruo en su versión americana.
La cepa en cuestión era capaz de acabar con un sujeto en menos de 24 horas provocando cianosis por falta de oxígeno a través del encharcamiento pulmonar. Había gente que al salir de casa tenia una fiebre de 40º y al llegar al trabajo había dejado de existir. Al parecer, la gripe la causan virus con un parentesco muy similar, pero solo uno, el concerniente a la cepa A, es los que podríamos calificar de terrorista. La pandemia de 1918-1919 al parecer la había causado una cepa aviar procedente de China y el marrón nos lo habíamos comido nosotros. ¿Por qué?
Mano negra
Por mucho que se pretenda imputar a nuestro creativo y dicharachero pueblo, los españoles no teníamos nada que ver con el tema, pero una especie de mano negra parecía señalarnos con un dedo índice cabreado. Ya no éramos aquel imperio que podía repartir cera a diestro y siniestro, sino minúscula parte de una gran duna de arena.
Como la censura ante la gigantesca guerra era férrea, tanto en Norteamérica como en Europa, las autoridades silenciaban a diestro y siniestro la enorme mortalidad causada por el virus. Al contrario, en nuestro país había cierta libertad de prensa y no se eludía el tema, es más, se hablaba con honda preocupación de ello. Los temporeros que iban a la vid en el suroeste del país galo fueron probablemente los captadores del virus. El sistema de salud peninsular se vio desbordado y centenares de entregados médicos quedaron fuera de combate siendo irreemplazables. Cerca de 250.000 personas murieron en algo más de un año, hasta que el malvado virus mutó.
La epidemia surgió en un campamento militar de Kansas y llegó a Europa con las tropas americanas
Habida cuenta que era uno de los contados países que no estuvo involucrado en la gran matanza, las informaciones que llegaban al frente vía radio o prensa camuflada nos hacían generadores del terrible mal. De ahí, la consideración de la mal llamada gripe española, que bien por número de mortandad podría ser norteamericana por la dinámica de distribución del ejército de invasión que intervino en Europa. O quizás con más propiedad, gripe india, pues aquellos desgraciados perdieron según estimaciones más de 18.000.000 de almas en aquel episodio global de terror.
Por eso es que Benjamin sugería con aquel famoso eufemismo metafórico que la Historia con mayúsculas había que cepillarla a contrapelo. La vida, una extraña expresión incomprensible, un momento imperfecto ante la avasalladora belleza de lo desconocido e ininterpretable.
Decía el ilustre filosofo Walter BenjamIn, próximo a la Escuela de Frankfurt, gran amigo de Theodor Adorno y trágicamente desaparecido -por voluntad propia- mientras huía de la Gestapo al intentar alcanzar la frontera española en Portbou en el año 1940, que "para entender la historia hay que cepillarla a contrapelo".
Algunos pensarán que como era judío y marxista, debía de ser más malo que el demonio y comerse a los niños en pepitoria, pero no era así. En una de sus brillantes obras, 'Para una crítica de la violencia', deja clara su postura de amante de la paz y de cuáles son las raíces del odio. Era en puridad un soñador, ajeno a la grosería de la realidad común.
Nanobicho
Y esto viene a colación porque las aleatorias y dúctiles neuronas del manejable a la vez que respetable público hispánico-peninsular en su momento, por razones absolutamente ajenas en origen a nuestra jocosa y proverbial creatividad, a la par que nuestra ilimitada capacidad para reírnos de todo, y por un extraño azar del destino, nos identificaron con un "nanobicho", que no era otra cosa que un patógeno todavía más pequeño que una bacteria. Era el sujeto en cuestión un virus malvado que, cual partisano de oficio, se había camuflado como Dios manda sin ser detectado por los galenos y por extensión, por la ciencia.
Tanto en Norteamérica como en Europa, las autoridades silenciaban a diestro y siniestro la enorme mortalidad
En España, increíble paraíso terrenal donde los haya hasta que los chorizos dieron con la tecla del expolio de la nación y crearon perversas disrupciones en el natural contento del país, cajón de sastre de las cosas más ingeniosas y ocurrentes, de las más surrealistas e hilarantes, a la par que país y potencia anestesiada por el plasma atónita ante tanto caco encorbatado haciendo horas extras a destajo, la historia reciente nos ha endilgado la cornada de la lamentablemente famosa gripe española. Pues "nein".
¿De dónde vino realmente?
Era aquel ente tan recio, sólido, original y bello al tiempo (al microscopio, claro), que rozaba la perfección de una coreografía de Igor Moiseyev. Un buen día, allá por el año 1918, algo inesperado ocurrió en Alaska. El 90% de la población de una pequeña aldea montañosa llamada Breving Mission, con cerca de un centenar de habitantes, desapareció a manos de la tremenda agresión del microbicho en cuestión y la lotería del horror campaba a sus anchas.
Era el trágico momento de la Primera Guerra Mundial de la Era Oficial. Más de cien millones de seres humanos (la tercera parte de la humanidad había sido infectada), habían pasado a mejor vida. Solo se habían podido contabilizar cerca de la mitad, pero las sospechas apuntaban a que las cifras reales sobrepasaban ampliamente los cálculos más amables.
Los resortes del poder y sus tributarios en la información "adecuada" no querían revelar tan tremebundas cifras. Había un miedo espantoso a la guerra biológica que estaba latente y se sospechaba que estaba interviniendo en el escenario bélico de forma fantasmal. Lo de Ypres y la Yperita era cosa de aficionados a la luz de los acontecimientos. Aunque la primera oleada de la epidemia llegase a Europa con el desembarco de tropas americanas, EEUU ya llevaba once meses en guerra contra Alemania y los imperios centrales, y fue en un campamento militar de Kansas donde surgió el monstruo en su versión americana.
La cepa en cuestión era capaz de acabar con un sujeto en menos de 24 horas provocando cianosis por falta de oxígeno a través del encharcamiento pulmonar. Había gente que al salir de casa tenia una fiebre de 40º y al llegar al trabajo había dejado de existir. Al parecer, la gripe la causan virus con un parentesco muy similar, pero solo uno, el concerniente a la cepa A, es los que podríamos calificar de terrorista. La pandemia de 1918-1919 al parecer la había causado una cepa aviar procedente de China y el marrón nos lo habíamos comido nosotros. ¿Por qué?
Mano negra
Por mucho que se pretenda imputar a nuestro creativo y dicharachero pueblo, los españoles no teníamos nada que ver con el tema, pero una especie de mano negra parecía señalarnos con un dedo índice cabreado. Ya no éramos aquel imperio que podía repartir cera a diestro y siniestro, sino minúscula parte de una gran duna de arena.
Como la censura ante la gigantesca guerra era férrea, tanto en Norteamérica como en Europa, las autoridades silenciaban a diestro y siniestro la enorme mortalidad causada por el virus. Al contrario, en nuestro país había cierta libertad de prensa y no se eludía el tema, es más, se hablaba con honda preocupación de ello. Los temporeros que iban a la vid en el suroeste del país galo fueron probablemente los captadores del virus. El sistema de salud peninsular se vio desbordado y centenares de entregados médicos quedaron fuera de combate siendo irreemplazables. Cerca de 250.000 personas murieron en algo más de un año, hasta que el malvado virus mutó.
La epidemia surgió en un campamento militar de Kansas y llegó a Europa con las tropas americanas
Habida cuenta que era uno de los contados países que no estuvo involucrado en la gran matanza, las informaciones que llegaban al frente vía radio o prensa camuflada nos hacían generadores del terrible mal. De ahí, la consideración de la mal llamada gripe española, que bien por número de mortandad podría ser norteamericana por la dinámica de distribución del ejército de invasión que intervino en Europa. O quizás con más propiedad, gripe india, pues aquellos desgraciados perdieron según estimaciones más de 18.000.000 de almas en aquel episodio global de terror.
Por eso es que Benjamin sugería con aquel famoso eufemismo metafórico que la Historia con mayúsculas había que cepillarla a contrapelo. La vida, una extraña expresión incomprensible, un momento imperfecto ante la avasalladora belleza de lo desconocido e ininterpretable.
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