Economía. Diez años después del comienzo de la Gran Recesión
Han transcurrido diez años desde que comenzó la crisis financiera global con la noticia de que el banco francés BNP había suspendido la cotización de sus fondos hipotecarios de alto riesgo debido a “una evaporación de la liquidez”.
Al cabo de seis meses, el grifo del crédito se cerró y las tasas de
interés interbancarias se dispararon (véase el gráfico). Los bancos de
todo el mundo comenzaron a experimentar enormes pérdidas en los fondos
derivados que habían creado para beneficiarse del boom de la vivienda
que había estallado en los EEUU, y empezaron a tambalearse. Y los EEUU y
el mundo entraron en lo que más tarde se llamó La Gran Recesión, la
peor caída de la producción y el comercio mundial desde la década de
1930.
Diez años más tarde, es oportuno recordar algunas de las lecciones e implicaciones de ese terremoto económico.
En primer lugar, las instituciones oficiales y los economistas
ortodoxos nunca la vieron venir. En 2002, el jefe del Banco de la
Reserva Federal, Alan Greenspan, a quién se llamaba “el gran maestro”
por haber aparentemente ingeniado un boom económico importante, anunció
que los derivados, es decir, las innovaciones financieras en los fondos
hipotecarios, etc,, habían ‘diversificado el riesgo’, de modo que los
“choques que afectan al conjunto de la económica se absorben mejor y son
menos propensos a provocar quiebras en cascada que pudiesen amenazar la
estabilidad financiera”. Ben Bernanke, que finalmente ha presidido la
Fed durante la crisis financiera global, comentó en 2004 que “las
últimas dos décadas han visto una marcada reducción de la volatilidad
económica” que él denominó la Gran Moderación. Y todavía en octubre de
2007, el FMI concluyó que “en las economías avanzadas, las recesiones
económicas habían desaparecido prácticamente en el período de
posguerra”.
Una vez que se había hecho patente la profundidad de la crisis en
2008, Greenspan afirmó ante el Congreso de Estados Unidos: “estoy en tal
estado de choque, que no me lo puedo creer”. Le preguntaron: “en otras
palabras, ¿llegó a la conclusión que su visión del mundo, su ideología,
estaban equivocadas, que no funcionaban?” (Presidente del Comité de
Supervisión del Congreso, Henry Waxman). “Efectivamente, precisamente
esa es la razón por la que me sorprendió, porque durante 40 años o más
una considerable cantidad de datos demostraban que funcionaban
excepcionalmente bien”.
A los grandes economistas ortodoxos no les fue mejor. Cuando se le
preguntó cuál era la causa de la Gran Recesión si no era un estallido de
la burbuja de crédito, el ganador del premio Nobel y uno de los principales economistas neoclásicos de la Escuela de Chicago, Eugene Fama,
respondió: “No sabemos lo que causa las recesiones. No soy un
especialista en macroeconomía, por lo que no me preocupa demasiado.
Nunca lo hemos sabido. Hasta hoy siguen los debates sobre la causa de la
Gran Depresión. La teoría económica no es muy buena a la hora de
explicar las oscilaciones en la actividad económica … Si pudiera haber
predicho la crisis, lo habría hecho. No la vi venir. Me gustaría saber
más sobre la causa de los ciclos económicos“.
El que pronto sería economista jefe del FMI, Olivier Blanchard,
comentó en retrospectiva que “La crisis financiera plantea una crisis
potencialmente existencial de la macroeconomía. … algunos fundamentos
[neoclásicos] básicos están en cuestión, por ejemplo, la separación
limpia entre los ciclos y las tendencias” o “las herramientas
econométricas, en base a una visión de un mundo estacionario alrededor
de una tendencia, están siendo cuestionados”.
Pero tampoco la mayoría de los llamados economistas heterodoxos,
incluidos los marxistas, vieron venir la crisis y la consiguiente Gran
Recesión. Hubo unas pocas excepciones: Steve Keen, el economista australiano
predijo una crisis de crédito basado en su teoría de que “el elemento
esencial que da lugar a las depresiones es la acumulación de deuda
privada” y que nunca había sido mayor que en 2007 en las principales
economías. En 2003, Anwar Shaikh calculó que la caída de la rentabilidad del capital y el descenso de la inversión darían lugar a una nueva depresión. Y
un servidor en 2005, escribió: “No ha habido tal coincidencia de los
ciclos desde 1991. Y esta vez (a diferencia de 1991), estarán
acompañados por una caída de la rentabilidad en el marco de un ciclo de
Kondratiev de caída de los precios. ¡Todo está por los suelos en
2009-2010! Esto sugiere que podemos esperar una crisis económica muy
severa, de una intensidad no vista desde 1980-2 o antes”. (La Gran Recesión).
En cuanto a las causas de la crisis financiera mundial y la
consiguiente Gran Recesión, han sido analizadas hasta la saciedad desde
entonces. La economía convencional no predijo la crisis y no fue capaz
de explicarla después. La crisis adoptó claramente una forma financiera:
el colapso de los bancos y otras instituciones financieras y las armas
de destrucción masiva financieras, para usar la frase ya famosa de
Warren Buffett, el inversor con más éxito de los mercados de valores del
mundo. Pero muchos cayeron de nuevo en la teoría de la probabilidad, un
evento entre mil millones; un ‘cisne negro’ como Nassim Taleb afirmó.
Alternativamente, el capitalismo era inherentemente inestable y las
depresiones ocasionales eran inevitables. Greenspan adoptó este punto
de vista: “No conozco ninguna forma de organización económica basada en
la división del trabajo (se refiere al punto de vista de Adam Smith de
una economía capitalista), desde un laissez-faire sin restricciones a
una planificación central opresiva que haya tenido éxito a la hora de
lograr a la vez el máximo crecimiento económico sostenible y una
estabilidad permanente. La planificación central desde luego no y dudo
mucho que la estabilidad se pueda lograr en las economías capitalistas,
dado que los mercados competitivos siempre son turbulentos, se acercan
pero nunca alcanzan el equilibrio” . Y añadió: “a menos que haya una
decisión de la sociedad de abandonar los mercados dinámicos y establecer
alguna forma de planificación central, temo que prevenir las burbujas a
la postre resulte ser inviable. Mitigar sus consecuencias es todo lo
que podemos esperar”.
La mayoría de los dirigentes económicos oficiales como Blanchard y Bernanke sólo
veían los fenómenos superficiales de la crisis financiera y llegaron a
la conclusión de que la Gran Recesión fue el resultado de la imprudencia
financiera de unos bancos no regulados o del ‘pánico financiero’. Esto
coincidió con algunos puntos de vista heterodoxos inspirados por las
teorías de Hyman Minsky, el economista keynesiano radical de la década
de 1980, de que el sector financiero es inherentemente inestable debido a
que “el sistema financiero necesario para la vitalidad y el vigor
capitalista, que traduce los espíritus animales empresariales en demanda
real de inversión, alberga un potencial de expansión fuera de control,
impulsado por el auge de la inversión”. Steve Keen, un discípulo de
Minsky, lo explica así: “el capitalismo es inherentemente defectuoso,
siendo propenso a auges, crisis y depresiones. Esta inestabilidad, en mi
opinión, se debe a las características que el sistema financiero debe
poseer si ha de ser coherente con un capitalismo real”. La mayoría de
los marxistas adoptaron un punto de vista similar al de Minsky, al
interpretar la Gran Recesión como resultado de la ‘financiarización’ y
la creación de una nueva forma de fragilidad en el capitalismo.
Uno de los principales keynesianos, Paul Krugman, arremetió contra
los errores de la escuela neoclásica, pero no ofreció ninguna
explicación propia, más allá de que se trataba de un ‘fallo técnico’ que necesitaba y podría ser corregido mediante la restauración de la ‘demanda efectiva’.
Muy pocos economistas marxistas recuperaron la explicación original
de Marx sobre las causas de las crisis comerciales y financieras y las
depresiones productivas resultantes. Uno de ellos fue G. Carchedi, que
resumió este punto de vista en su excelente, pero a menudo ignorado Behind the Crisis,
así: “El punto básico es que las crisis financieras son causadas por la
reducción de la base productiva de la economía. De este modo se llega a
un punto en el que tiene que haber una deflación repentina y masiva en
los sectores financieros y especulativos. A pesar de que parezca que la
crisis se ha generado en estos sectores, la causa última reside en la
esfera productiva y la caída de la tasa de ganancia consiguiente en este
ámbito”. De acuerdo con esa explicación, el mejor libro sobre la
crisis sigue siendo el de Paul Mattick Jr., Business as usual
Y de hecho, la rentabilidad en los sectores productivos de las
grandes economías capitalistas era históricamente baja en 2007, como
varios estudios han demostrado. En los EEUU, la rentabilidad alcanzó su
punto máximo en 1997 y el aumento de la rentabilidad en el boom del
crédito de 2002-6 fue abrumadoramente en los sectores financiero e inmobiliario. Esto alentó un enorme aumento del capital ficticio (acciones y deuda) que no podía justificarse por una mejora suficiente de los beneficios de la inversión productiva.
El conjunto de los
beneficios comenzó a caer en los EEUU en 2006, más de un año antes de
que la crisis de crédito estallase en agosto de 2007. La caída de
beneficios significó un exceso de acumulación de capital y por lo tanto
una fuerte reducción de la inversión. Una caída en la producción, el
empleo y los ingresos siguió. Es decir, la Gran Recesión.
Desde el fin de esa recesión a mediados de 2009, la mayoría de las
economías capitalistas han experimentado una recuperación muy débil, mucho
más débil que tras las recesiones de posguerra anteriores y en algunos
aspectos incluso más débil que en la década de 1930. Un informe
reciente del Instituto Roosevelt de JW Mason concluye que “no hay
precedentes de la debilidad de la inversión en el ciclo actual. Casi
diez años después, el gasto en inversión real se mantiene a menos del 10
por ciento por encima de su máximo de 2007. Esto es lento incluso en
relación con el ritmo anémico de crecimiento del PIB, y muy bajo en
términos históricos”.
Así que la Gran Recesión se convirtió en la Larga Depresión, como he descrito, un término también adoptado por muchos otros, incluyendo economistas keynesianos como Paul Krugman y Simon Wren-Lewis. ¿Por
qué la Gran Recesión no fue seguida de una recuperación económica
‘normal’ de las tasas de inversión y de producción anteriores? Los
economistas de la corriente monetarista argumentan que los gobiernos y
los bancos centrales fueron lentos a la hora de reducir las tasas de
interés y de adoptar herramientas monetarias ‘no convencionales’ como la
flexibilización cuantitativa. Pero
cuando lo hicieron, estas políticas no parecen haber podido reactivar
la economía y meramente alimentaron un nuevo boom bursatil y crediticio.
La escuela neoclásica reconoce que se debe reducir la deuda, ya que
limita la capacidad de las empresas para invertir, mientras que los
gobiernos recortan acceso al crédito debido a sus altos niveles de
endeudamiento. Esto ignora la razón de la elevada deuda pública, a
saber, el enorme coste de rescatar a los bancos a nivel mundial y la
caída de los ingresos fiscales por la recesión. Por el contrario, los
keynesianos dicen que la Larga Depresión se debe a la ‘austeridad’, es
decir, a que los gobiernos tratan de reducir el gasto público y
equilibrar los presupuestos. Sin embargo, las pruebas que apoyan esta conclusión no son convincentes.
Lo que los puntos de vista neoclásicos, keynesianos y heterodoxos
tienen en común es negar la función de los beneficios y la rentabilidad
en las fases de auge y crisis en el capitalismo. Como resultado, no buscan una explicación a la baja inversión como consecuencia de la baja rentabilidad. Y sin embargo, la correlación entre beneficios e inversión es alta y continuamente confirmada y la rentabilidad en la mayoría de las economías capitalistas sigue siendo inferior a la de 2007.
Después de diez años y una fase de recuperación económica larga
pero decididamente muy débil del ‘ciclo económico’, ¿tendremos otra
crisis pronto? Así parece sugerirlo la historia. No la provocará otra
crisis inmobiliaria, en mi opinión. En la mayoría de los países los
precios inmobiliarios todavía no han recuperado los niveles de 2007, a
pesar de las bajas tasas de interés, y los volúmenes de las
transacciones de viviendas son modestas.
La nueva chispa es probable que sea el propio sector industrial. La
deuda corporativa ha seguido aumentando en todo el mundo, especialmente
en las llamadas economías emergentes. A pesar de las bajas tasas de
interés, una parte importante de las empresas más débiles apenas son
capaces de pagar sus deudas. La consultora S & P Capital IQ señaló
que la masa récord de 1.84 billones de dólares en efectivo en poder de
las empresas no financieras de EEUU enmascara una carga de la deuda de
6.6 billones de dólares. La concentración de dinero en efectivo de las
25 mayores empresas, que representan el 1% de las empresas, supone
actualmente más de la mitad del dinero acumulado en efectivo. Frente al
38% de hace cinco años. El
gran chismorreo sobre los gigantes como Apple, Microsoft, Amazon y sus
reservas en efectivo oculta la situación real de la mayoría de las
empresas.
Los márgenes de beneficio global se están reduciendo y las
ganancias de las empresas no financieras de Estados Unidos están
cayendo.
Y ahora los bancos centrales, empezando por la Reserva Federal de
Estados Unidos, han empezado a revertir la ‘flexibilización
cuantitativa’ y a aumentar las tasas de interés. El coste de los
préstamos y del servicio de la deuda existente se elevará, justo en el
momento en que la rentabilidad está cayendo.
Esta es una receta para una nueva crisis, diez años después de la última de 2008.
Michael Roberts es
un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años
en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next
Recession.
Traducción:G. Buster
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