En
enero de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud aún no había
declarado el estatus de Pandemia para evolución de la amenaza del
COVID-19, comenzamos a trabajar en este artículo para analizar y
caracterizar la estructura económica China, sus derivaciones militares,
geopolíticas y su evolución como capitalismo ascendente de vocación
expansionista. El artículo estuvo terminado cuando recién comenzaba la
cuarentena en Wuhan ciudad china donde aparentemente se presentaron los
primeros casos de la epidemia. Una vez que el virus y las medidas para
enfrentarlo se hicieron globales, se comienza a dibujar un nuevo
escenario mundial que aún no termina de diseñarse. La crisis del sistema
capitalista que se venía desarrollando desde antes de la pandemia se
combinó con está, abriendo una crisis sin puntos de comparación en el
último siglo o siglo y medio. El impacto de la actual crisis se
registrará sobre el punto en que se encontraban los países y su
dinámica está íntimamente relacionada con el papel que estos actores
jugarán. Y China es uno de los más importantes entre ellos. Para tener
una base para el análisis sobre lo que viene en relación a la crisis del
capitalismo es que decidimos publicar el artículo tal cual fue escrito
entre fines de enero y principios de febrero de este año.
En 30 años, desde la consumación de la restauración capitalista,
China completó un recorrido de desarrollo que a otras potencias
mundiales les llevó más de un siglo. Pasó por distintas etapas: de
“fábrica del mundo” a plantearse el desafío de inversión en
infraestructura global más grande de la historia con el Cinturón y la
Nueva Ruta de la Seda, y el plan Made in China 2025 que se propone
lograr autonomía en el diseño, ingeniería y producción propia de partes
y componentes para completar su cadena industrial. De la producción de
bienes de baja calidad y precio a estar a la vanguardia en tecnología 5G
y amenazar con alcanzar el predominio estadounidense en Inteligencia
Artificial (AI). De recibir masivas inversiones extranjeras a
convertirse en exportador de capitales. De relacionarse con el mundo de
las finanzas globales, más o menos ilegalmente, a través de los
territorios de Hong Kong y Macao cuando aún eran colonias, a ser un
actor de primer orden por derecho propio en ese campo. En este periodo,
fuertemente estimulada por y entrelazada con la cúpula del PCCh, se
formó una dinámica burguesía local. Mientras que apoyada sobre su
desarrollo industrial y haciéndolo posible, se constituyó una nueva y
joven clase obrera que supera los 300 millones de proletarios y
proletarias, reemplazando a la existente en la etapa del Estado obrero
contrarrevolucionario. Este proceso singular, que no está exento de
múltiples contradicciones y puntos críticos, muestra la primera
oportunidad en la historia en la que una semicolonia pasa a potencia
mundial habiendo recorrido en el trayecto una experiencia no
capitalista.
En las últimas dos décadas el resto del mundo observó el fenómeno a través de distintos cristales: primero calificándolo de “milagro” por su crecimiento económico sostenido; luego, frente a la crisis de 2008, con la expectativa de que se convirtiera en la locomotora que arrastrara la economía mundial sacudida por una de las crisis más importantes de las que haya registro; y más recientemente la “Guerra Comercial” con Estados Unidos pero sobre todo el impulso nacionalista dado por la conducción de Xi Jinpin puso bajo la lupa su desarrollo tecnológico, científico y militar y se empezaron a percibir, estudiar y debatir las ambiciones estratégicas de la casta gobernante.
Desde hace diez años, medida por su PBI, China es la segunda economía mundial a pesar de la reducción en su crecimiento después de 2008, y la primera potencia comercial. Desde 1980 hasta 2018, aunque aún está lejos del promedio de los países más desarrollados, multiplicó su PBI per cápita 50 veces.
Son muy minoritarios los sectores de la izquierda internacional que divulgan, propagandizan y sostienen la falsa conciencia de que lo que se desarrolla en China es un “socialismo de mercado” o con especificidades propias. Pero entre aquellos que reconocen la restauración capitalista están los que todavía ven posible su vuelta atrás; los que la proponen como modelo para los países sub desarrollados, aquellos que definen al país como un modelo dependiente del imperialismo dominante y señalan que su función es mantener el orden mundial actual en su región y colaborar al mantenimiento de este orden a nivel global. Están también los que la caracterizan como un nuevo país imperialista, más o menos maduro o en construcción, con sus contradicciones y debilidades.
Este no es un debate académico. La definición de China es fundamental para los revolucionarios, sobre todo en la coyuntura mundial de depresión económica, de “guerra comercial” y fuertes tensiones geopolíticas y militares entre Estados Unidos y el país asiático y una revitalizada ola mundial de revueltas y rebeliones. Definir el carácter presente de China es funcional y necesario para elaborar la política revolucionaria.
Restauración capitalista y contrarrevolución burguesa
La restauración capitalista de la China Popular no se dio de una vez ni fue sorpresiva. A diferencia de lo sucedido con la ex URSS y los países del Este de Europa, este proceso fue controlado desde el principio al fin por sectores de la burocracia del Partido Comunista y el Estado. Pero la metamorfosis no fue pacífica ni lineal, se produjo en un proceso de lucha de clases agudo, y en el contexto de la onda expansiva de la crisis del capitalismo mundial de los ’70. Movimientos revolucionarios y aplastamientos contrarrevolucionarios incluidos, fueron necesarios para completar un recorrido que probablemente no estaba en los planes originales de los que lo iniciaron.
Lo que dio comienzo con las reformas de la década de los ’80 del SXX, parece haber sido más para responder a la crisis interna del régimen provocada por los temblores que en la cúpula del Partido había dejado la Revolución Cultural y su aplastamiento brutal y la crisis económica mundial, con lucha de camarillas incluidas, que un plan consciente de restauración. Las primeras medidas se dieron fundamentalmente en el campo para estimular la producción agrícola y con el primer diseño de nuevas zonas económicas especiales liberadas a las multinacionales. A lo largo de los ‘80 estas primeras reformas se fueron profundizando.
Pero fue en la década de’90 cuando esta tendencia se aceleró y consolidó en todos los terrenos y sectores. Luego del aplastamiento del levantamiento revolucionario del Tienanmen en 1989. El proceso de privatización y cierre de empresas estatales se desplego con fuerza: desde 1995 hasta 2005 por el ejemplo, el número de esas empresas estatales bajó de 118.000 a 50.000. Mientras que el número de trabajadores empleados por el Estado pasó de 145 millones a 75 millones, multiplicándose la participación privada que hoy ya es superior al 50% del PBI.
Al tiempo que por la no aplicación de hecho de la ley que impedía la migración interna desde el campo, culminó el proceso de formación de una clase obrera de “migrantes internos ilegales” sin derechos laborales, salariales ni de prestaciones básicas por parte del Estado o de las empresas como salud, educación y previsión social, sectores que iniciaron también un proceso de privatización.
En el campo se pasó de la autorización a los campesinos para la venta de la producción al mercado de lo procedente de sus parcelas privadas a profundizar en la expropiación a las comunidades campesinas de grandes extensiones de tierras cercanas a las ciudades para volcarlas a la construcción masiva, la urbanización y la creación de decenas de nuevas ciudades, algunas de las cuales permanecen deshabitadas. En un proceso de valorización que no ha concluido y que, a pesar de estar amenazado por burbujas como la inmobiliaria, no se puede detener y se prepara para continuar avanzando con la privatización de la tierra cultivable.
En este proceso se formó una nueva clase burguesa dominada por los llamados “príncipes rojos” hijos de los jerarcas del Partido, asociados con el capital internacional Chino de Hong Kong y Taiwán. Controlada estrechamente, al igual que el capital corporativo occidental por las altas instancias del gobierno.
Aún hay en China muchas formas de propiedad. Además de la cada vez más amenazada propiedad comunitaria de la tierra, hay sectores estratégicos como banca, comunicaciones y energía que siguen en parte, en manos del Estado, aunque se avance en la venta de paquetes accionarios de algunas de ellas. Hay también un sector de economía mixta o de asociaciones entre capitales internacionales y capitales locales, y otros respaldados por el Estado tanto nacional como de los gobiernos locales, con límites no muy claros. Pero, aunque se ha iniciado un proceso de descentralización de la planificación cediendo espacio a los gobiernos locales para desarrollar sus planes propios, el control del Estado nacional es estricto. Un ejemplo de este control se puede observar en la reciente epidemia del coronavirus, por ejemplo: el Estado obliga a una selección de grandes inversores como compañías de seguros, a intervenir en las bolsas que se derrumbaron al conocerse la gravedad de la epidemia para sostener el precio de los papeles bursátiles más castigados.
Los gigantescos cambios que se han producido en tan breve periodo de tiempo explican la diversidad de las formas de propiedad y de relaciones sociales que aún sobreviven, sin embargo lo esencial es que se ha completado la contrarrevolución burguesa. Opera a nivel del país la ley del Valor, la extracción del excedente de valor a partir de la explotación o sobreexplotación del trabajo asalariado, y se ha producido la formación de las clases sociales esenciales para la existencia de un capitalismo de características imperialistas. Lo importante, en todo caso, no es la fotografía que estos datos puedan registrar hoy, sino la sostenida y prolongada tendencia que muestran. Esto es lo que determina la caracterización.
Expansión económica, militar y geopolítica
En el capitalismo en su fase imperialista, es decir el periodo histórico en que se fusionan el capital industrial y el financiero, la disputa entre países se desarrolla y profundiza de manera total en el mercado mundial, es un sistema global, independiente de los diferentes grados de inserción y formas nacionales que puedan existir en él. Todo el planeta se ha convertido en un campo para la extracción permanente y brutal de recursos naturales con la consiguiente depredación y asfixia del ambiente, la sobreexplotación global de la fuerza de trabajo y la circulación mundial de mercancías y capitales. Es en este contexto que hay que analizar el grado y la relación del agresivo expansionismo económico de China, de su política militar y de sus intereses geopolíticos irrenunciables. Al igual que la lucha de clases y de sectores de clases en cada país es la refracción local de fenómenos mundiales, el papel y el lugar de cada país en el sistema debe medirse relacionado íntimamente con el mercado capitalista mundial.
El proyecto de Cinturón y Ruta de la Seda es quizás la expresión más ajustada al punto en el que se encuentra el desarrollo capitalista chino y sus contradicciones en el terreno económico. Es un enorme proyecto de infraestructuras, de construcción de vías terrestres, marítimas, ferroviarias, de puertos, gasoductos y oleoductos, infraestructura para el uso de la internet de las cosas y hasta un nuevo canal interoceánico. Este proyecto abarca ya más de 80 países en los cinco continentes. Y es la base para vehiculizar el comercio internacional chino y su sobrecapacidad productiva.
A ese proyecto está asociada también una serie de compras y fusiones por parte de empresas chinas en especial hacia empresas europeas pero no únicamente, con alto desarrollo en tecnología, en las que no sólo buscan el control o alta participación accionaria sino colocar su propio personal en la dirección y gestión, y mejorar en la prueba de campo su avance tecnológico. El reciente acuerdo con Londres, a pesar de las protestas de Estados Unidos, de la instalación de la tecnología 5G de origen chino, al igual que ya lo había hecho en muchos otros importantes países europeos, forma también parte de este curso expansionista. Al igual que la compra de tierras en grandes cantidades para explotación minera o agrícola sobre todo en África, los préstamos otorgados a países de los que China necesita provisión de materias primas, o para facilitar la colocación de su producción de mercancías.
El volumen de producción alcanzado, la expansión comercial mundial monumental, y la todavía débil demanda agregada en el país, es una muestra de las contradicciones que se acumulan. Con salarios que han aumentado desde el inicio de la experiencia capitalista pero que continúan comparativamente bajos y que no alcanzan a estimular el consumo interno. Con el plan de orientar una parte de su producción al gigantesco mercado nacional, que no muestra resultados positivos, China está obligada a continuar y mantener su expansión comercial mundial.
El cambio operado a nivel de la estructura económica del país se expresa agudamente en el terreno militar. Se está produciendo a toda velocidad un cambio de eje en la organización de las fuerzas armadas. En primer lugar: De ser el ejército de tierra, asociado a la visión maoísta de defensa del país, la principal fuerza articuladora frente a cualquier posibilidad de intervención extranjera, se ha dado paso a un nueva estructura de articulación de esas fuerzas, que deja el lugar central a la naval, con la ambición de tener una presencia en todos los mares del globo para garantizar el tránsito de su comercio y su ambición expansionista. En primer lugar en el llamado Mar de la China. También se ha desarrollado un poderoso complejo industrial militar que además de dedicar enormes recursos y esfuerzos a la investigación científica tecnológica colocó a China como quinto proveedor mundial de armas. Estas que ya son las segundas fuerzas armadas del mundo desde el punto de vista cuantitativo, tienen la debilidad de que no ha sido probada su eficacia en acciones de magnitud.
Desde el punto de vista de la disputa geopolítica el país tiene prioridades a las que no puede dejar de lado. En primer lugar completar la unidad nacional con la incorporación completa de Hong Kong y Macao, territorios coloniales devueltos a la órbita del país a finales de la década de los ’90 pero que mantienen estatus especiales. Al mismo tiempo está pendiente de resolución la situación de Taiwán que es, de hecho, un protectorado estadounidense, lo que hace esta tarea una fuente permanente de tensión. En segundo término la necesidad de consolidar su dominio sobre el llamado Mar de la China en toda su extensión.
Una de las primeras decisiones estratégicas de Xi Jinping fue la de hacerse con el control de la parte meridional de ese mar, declarando que se trata de un mar interior bajo autoridad china. Aprovechando la vacilante política norteamericana de Obama primero y de los primeros años de Trump luego, China ha sabido utilizar todas sus ventajas sobre los otros estados costeros para conquistar una prevalencia que se apoya en su superioridad militar y económica y en su influencia política. Construyó en velocidad record siete islas artificiales que albergan actualmente importantes instalaciones militares. La militarización del mar de China Meridional es un hecho, y lo es en beneficio de China. Sin duda, Pekín no puede prohibir el paso a la VII flota de EE UU y bloquear el tránsito internacional, pero Washington tampoco puede hacer retroceder la presencia china sin poner en marcha un conflicto agudo.
China ha ido más allá. El gobierno ha reivindicado posesiones históricas más al norte, contestando de manera muy activa militarmente el control ejercido por Japón sobre el pequeño archipiélago de Senkaku, de esta manera entra en conflicto con Japón y desafía aquí también a Estados Unidos.
Pero por concentrarse de manera prioritaria en el Asía Oriental no ha abandonado buscar influir en el resto del mundo. Las Rutas de la Seda tienen además de su objetivo claramente económico, un importante componente de disputa geopolítica. Por eso y aunque recién está en sus inicio y no se puede asegurar si llegará a desplegarse totalmente, la inversión prevista que se acerca al billón de dólares ilustra su determinación a no abandonar la disputa con otras potencias en el resto de los continentes y empieza a ir acompañado por la instalación de bases militares en otros países, en primer lugar con supuestos objetivos científicos.
La emergencia de un capitalismo con vocación imperialista en un mundo tumultuoso
Para comprender tanto la emergencia de China como potencia mundial y su dinámica, es decir la formación con características imperialistas de su capitalismo y su vocación expansionista, es fundamental explicar cómo fue posible la transformación interna y al mismo tiempo analizar el contexto internacional en que se produjo.
Estudiando el origen del capitalismo inglés como formación clásica del sistema, Marx descubre que la acumulación primitiva es esencial en la formación del capitalismo. Esta acumulación primitiva se forma en un largo proceso que lleva a los cambios de la propiedad y el control sobre la tierra por un lado y la expulsión violenta de los campesinos que mantenían una relación de servidumbre con esas tierras, hacia las ciudades, para que sea la base de la nueva clase obrera libre en condiciones de vender su fuerza de trabajo. China completó parcialmente este proceso desarrollando uno de sus aspectos de una manera vertiginosa y haciendo más gradual el otro sin completarlo aun. La no aplicación o control de la legislación que impedía la migración interna en el país liberó una fuerza de casi 300 millones de campesinos que se trasladaron a las ciudades y se convirtieron en la base de su nueva clase obrera. Al contrario de lo que sucedía con la formada después de la revolución esta es una masa de trabajadores superexplotados, con bajísimos salarios y sin ninguno de los derechos que tenía la anterior. Aprovechando la condición de “ilegales” o “sin papeles” no gozan de los derechos laborales ni las ventajas de la educación y salud gratuitas ni de jubilación o vivienda que aseguraba el Estado burocrático o las empresas estatales. Una clase obrera de primera generación que fue mejorando sus condiciones de vida pero partiendo de una situación miserable que recuerda las realidades descriptas por Federico Engenls en 1845 cuando escribe La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra.
Por otra parte se verificó en este proceso la ley del desarrollo histórico desigual y combinado del capitalismo, descubierta por Marx y completada por Trotsky. Que explica que los países atrasados no están obligados a repetir paso a paso la evolución de los adelantados y por el contrario pueden “beneficiarse” de su atraso.
China pudo aprovechar la situación colonial de Hong Kong, Macao y de protectorado de Taiwán. Por medio de estas mantuvo su conexión con el mundo, incluso durante el periodo de Mao. Obtuvo divisas de manera creciente desde Hong Kong y pudo sostener un comercio más o menos ilegal desde Macao. Si bajo Mao un tercio de todas las divisas que obtenía China provenían de su relación con la primera, luego de iniciado el proceso de restauración en los ’80 estas aumentaron significativamente lo que permitió iniciar el proceso de modernización de su economía.
Al acceso al mercado mundial a través de estas colonias se completaba con una estrecha relación con el protectorado de Taiwán del que no sólo recibía inversiones o capitales para la asociación con la naciente burguesía del continente, sino que además fue primordial para la transferencia de tecnología y fundamentalmente en la industria de semiconductores. Estos inversores también fueron muy importantes para el desarrollo en provincias China como Guangdong. Y así como en la actualidad China tiene más de 250.000 ciudadanos estudiando en Estados Unidos en ciencias duras y tecnología de punta, la mayoría de ellos en campus de Silicón Valley, motor del desarrollo tecnológico en aquel país, entonces se aprovechó de la larga experiencia de los recursos humanos de Hong Kong, que le proveyó sobre todo de profesionales de la gestión empresarial.
Si estas condiciones internas facilitaron el rápido desarrollo chino no son menos importantes las condiciones internacionales en la que este proceso avanzó. La crisis económica mundial de mediados de los 70, que vista retrospectivamente y por su impacto global fue un preludio de la de 2008 y la derrota militar estadounidense en Vietnam provocaron un repliegue relativo del imperialismo norteamericano dando lugar a una política de penetración económica. Mientras que el derrumbe del bloque soviético concentró las miradas imperiales en ese espacio largamente disputado. Por otra parte la crisis del 2008 y la permanencia de sus consecuencias hasta la actualidad viene a confirmar la decadencia de Estados Unidos, lo que no significa en lo más mínimo, que en su etapa senil haya perdido su superioridad relativa y su extrema agresividad.
Pero si este contexto internacional ayudó a China a alcanzar su estatus de potencia global también es un factor esencial en las amenazas que el país asiático enfrenta. La amenaza creciente de un nuevo crak económico, la polarización mundial aguda por la no resolución de la depresión que se desarrolla hace más de una década, estimula sobre todo una nueva ola de revoluciones, revueltas y convulsiones sociales que le dan forma al mundo tumultuoso en el que China está obligada a probar ser merecedora del lugar que aspira a ocupar. Sobre todo cuando la amenaza proviene del propio Hong Kong, que es parte importante de esta ola mundial de agudización de la lucha de clases.
Independientemente del grado de madurez que haya alcanzado el desarrollo capitalista de China, esta no puede detener su expansionismo imperialista agresivo a riesgo de abrir una crisis interna que hará entrar en escena a su poderosa y joven clase obrera. Una clase que promediando su segunda generación aspira a vivir mucho mejor que sus padres y madres y que sin dudas se moverá para conseguirlo.
Por todas o cualquiera de estas razones China no será un elemento de estabilización de un sistema en crisis, por el contrario, contribuirá a hacer más incierto y tumultuoso el mundo actual. Un mundo con más oportunidades para el virus de la revolución.
Autores consultados
Carlos Marx
León Trotsky
Au Loong Yu
Pierre Roussete
Ho-fung Hung
Orlando Caputo
Michael T. Clark
Martine Boulard
Héctor Palacios
Claudio Katz
Michael Roberts
El autor es Periodista e investigador. Militante argentino del MST, Nueva Izquierda y de la Liga Internacional Socialista
En las últimas dos décadas el resto del mundo observó el fenómeno a través de distintos cristales: primero calificándolo de “milagro” por su crecimiento económico sostenido; luego, frente a la crisis de 2008, con la expectativa de que se convirtiera en la locomotora que arrastrara la economía mundial sacudida por una de las crisis más importantes de las que haya registro; y más recientemente la “Guerra Comercial” con Estados Unidos pero sobre todo el impulso nacionalista dado por la conducción de Xi Jinpin puso bajo la lupa su desarrollo tecnológico, científico y militar y se empezaron a percibir, estudiar y debatir las ambiciones estratégicas de la casta gobernante.
Desde hace diez años, medida por su PBI, China es la segunda economía mundial a pesar de la reducción en su crecimiento después de 2008, y la primera potencia comercial. Desde 1980 hasta 2018, aunque aún está lejos del promedio de los países más desarrollados, multiplicó su PBI per cápita 50 veces.
Son muy minoritarios los sectores de la izquierda internacional que divulgan, propagandizan y sostienen la falsa conciencia de que lo que se desarrolla en China es un “socialismo de mercado” o con especificidades propias. Pero entre aquellos que reconocen la restauración capitalista están los que todavía ven posible su vuelta atrás; los que la proponen como modelo para los países sub desarrollados, aquellos que definen al país como un modelo dependiente del imperialismo dominante y señalan que su función es mantener el orden mundial actual en su región y colaborar al mantenimiento de este orden a nivel global. Están también los que la caracterizan como un nuevo país imperialista, más o menos maduro o en construcción, con sus contradicciones y debilidades.
Este no es un debate académico. La definición de China es fundamental para los revolucionarios, sobre todo en la coyuntura mundial de depresión económica, de “guerra comercial” y fuertes tensiones geopolíticas y militares entre Estados Unidos y el país asiático y una revitalizada ola mundial de revueltas y rebeliones. Definir el carácter presente de China es funcional y necesario para elaborar la política revolucionaria.
Restauración capitalista y contrarrevolución burguesa
La restauración capitalista de la China Popular no se dio de una vez ni fue sorpresiva. A diferencia de lo sucedido con la ex URSS y los países del Este de Europa, este proceso fue controlado desde el principio al fin por sectores de la burocracia del Partido Comunista y el Estado. Pero la metamorfosis no fue pacífica ni lineal, se produjo en un proceso de lucha de clases agudo, y en el contexto de la onda expansiva de la crisis del capitalismo mundial de los ’70. Movimientos revolucionarios y aplastamientos contrarrevolucionarios incluidos, fueron necesarios para completar un recorrido que probablemente no estaba en los planes originales de los que lo iniciaron.
Lo que dio comienzo con las reformas de la década de los ’80 del SXX, parece haber sido más para responder a la crisis interna del régimen provocada por los temblores que en la cúpula del Partido había dejado la Revolución Cultural y su aplastamiento brutal y la crisis económica mundial, con lucha de camarillas incluidas, que un plan consciente de restauración. Las primeras medidas se dieron fundamentalmente en el campo para estimular la producción agrícola y con el primer diseño de nuevas zonas económicas especiales liberadas a las multinacionales. A lo largo de los ‘80 estas primeras reformas se fueron profundizando.
Pero fue en la década de’90 cuando esta tendencia se aceleró y consolidó en todos los terrenos y sectores. Luego del aplastamiento del levantamiento revolucionario del Tienanmen en 1989. El proceso de privatización y cierre de empresas estatales se desplego con fuerza: desde 1995 hasta 2005 por el ejemplo, el número de esas empresas estatales bajó de 118.000 a 50.000. Mientras que el número de trabajadores empleados por el Estado pasó de 145 millones a 75 millones, multiplicándose la participación privada que hoy ya es superior al 50% del PBI.
Al tiempo que por la no aplicación de hecho de la ley que impedía la migración interna desde el campo, culminó el proceso de formación de una clase obrera de “migrantes internos ilegales” sin derechos laborales, salariales ni de prestaciones básicas por parte del Estado o de las empresas como salud, educación y previsión social, sectores que iniciaron también un proceso de privatización.
En el campo se pasó de la autorización a los campesinos para la venta de la producción al mercado de lo procedente de sus parcelas privadas a profundizar en la expropiación a las comunidades campesinas de grandes extensiones de tierras cercanas a las ciudades para volcarlas a la construcción masiva, la urbanización y la creación de decenas de nuevas ciudades, algunas de las cuales permanecen deshabitadas. En un proceso de valorización que no ha concluido y que, a pesar de estar amenazado por burbujas como la inmobiliaria, no se puede detener y se prepara para continuar avanzando con la privatización de la tierra cultivable.
En este proceso se formó una nueva clase burguesa dominada por los llamados “príncipes rojos” hijos de los jerarcas del Partido, asociados con el capital internacional Chino de Hong Kong y Taiwán. Controlada estrechamente, al igual que el capital corporativo occidental por las altas instancias del gobierno.
Aún hay en China muchas formas de propiedad. Además de la cada vez más amenazada propiedad comunitaria de la tierra, hay sectores estratégicos como banca, comunicaciones y energía que siguen en parte, en manos del Estado, aunque se avance en la venta de paquetes accionarios de algunas de ellas. Hay también un sector de economía mixta o de asociaciones entre capitales internacionales y capitales locales, y otros respaldados por el Estado tanto nacional como de los gobiernos locales, con límites no muy claros. Pero, aunque se ha iniciado un proceso de descentralización de la planificación cediendo espacio a los gobiernos locales para desarrollar sus planes propios, el control del Estado nacional es estricto. Un ejemplo de este control se puede observar en la reciente epidemia del coronavirus, por ejemplo: el Estado obliga a una selección de grandes inversores como compañías de seguros, a intervenir en las bolsas que se derrumbaron al conocerse la gravedad de la epidemia para sostener el precio de los papeles bursátiles más castigados.
Los gigantescos cambios que se han producido en tan breve periodo de tiempo explican la diversidad de las formas de propiedad y de relaciones sociales que aún sobreviven, sin embargo lo esencial es que se ha completado la contrarrevolución burguesa. Opera a nivel del país la ley del Valor, la extracción del excedente de valor a partir de la explotación o sobreexplotación del trabajo asalariado, y se ha producido la formación de las clases sociales esenciales para la existencia de un capitalismo de características imperialistas. Lo importante, en todo caso, no es la fotografía que estos datos puedan registrar hoy, sino la sostenida y prolongada tendencia que muestran. Esto es lo que determina la caracterización.
Expansión económica, militar y geopolítica
En el capitalismo en su fase imperialista, es decir el periodo histórico en que se fusionan el capital industrial y el financiero, la disputa entre países se desarrolla y profundiza de manera total en el mercado mundial, es un sistema global, independiente de los diferentes grados de inserción y formas nacionales que puedan existir en él. Todo el planeta se ha convertido en un campo para la extracción permanente y brutal de recursos naturales con la consiguiente depredación y asfixia del ambiente, la sobreexplotación global de la fuerza de trabajo y la circulación mundial de mercancías y capitales. Es en este contexto que hay que analizar el grado y la relación del agresivo expansionismo económico de China, de su política militar y de sus intereses geopolíticos irrenunciables. Al igual que la lucha de clases y de sectores de clases en cada país es la refracción local de fenómenos mundiales, el papel y el lugar de cada país en el sistema debe medirse relacionado íntimamente con el mercado capitalista mundial.
El proyecto de Cinturón y Ruta de la Seda es quizás la expresión más ajustada al punto en el que se encuentra el desarrollo capitalista chino y sus contradicciones en el terreno económico. Es un enorme proyecto de infraestructuras, de construcción de vías terrestres, marítimas, ferroviarias, de puertos, gasoductos y oleoductos, infraestructura para el uso de la internet de las cosas y hasta un nuevo canal interoceánico. Este proyecto abarca ya más de 80 países en los cinco continentes. Y es la base para vehiculizar el comercio internacional chino y su sobrecapacidad productiva.
A ese proyecto está asociada también una serie de compras y fusiones por parte de empresas chinas en especial hacia empresas europeas pero no únicamente, con alto desarrollo en tecnología, en las que no sólo buscan el control o alta participación accionaria sino colocar su propio personal en la dirección y gestión, y mejorar en la prueba de campo su avance tecnológico. El reciente acuerdo con Londres, a pesar de las protestas de Estados Unidos, de la instalación de la tecnología 5G de origen chino, al igual que ya lo había hecho en muchos otros importantes países europeos, forma también parte de este curso expansionista. Al igual que la compra de tierras en grandes cantidades para explotación minera o agrícola sobre todo en África, los préstamos otorgados a países de los que China necesita provisión de materias primas, o para facilitar la colocación de su producción de mercancías.
El volumen de producción alcanzado, la expansión comercial mundial monumental, y la todavía débil demanda agregada en el país, es una muestra de las contradicciones que se acumulan. Con salarios que han aumentado desde el inicio de la experiencia capitalista pero que continúan comparativamente bajos y que no alcanzan a estimular el consumo interno. Con el plan de orientar una parte de su producción al gigantesco mercado nacional, que no muestra resultados positivos, China está obligada a continuar y mantener su expansión comercial mundial.
El cambio operado a nivel de la estructura económica del país se expresa agudamente en el terreno militar. Se está produciendo a toda velocidad un cambio de eje en la organización de las fuerzas armadas. En primer lugar: De ser el ejército de tierra, asociado a la visión maoísta de defensa del país, la principal fuerza articuladora frente a cualquier posibilidad de intervención extranjera, se ha dado paso a un nueva estructura de articulación de esas fuerzas, que deja el lugar central a la naval, con la ambición de tener una presencia en todos los mares del globo para garantizar el tránsito de su comercio y su ambición expansionista. En primer lugar en el llamado Mar de la China. También se ha desarrollado un poderoso complejo industrial militar que además de dedicar enormes recursos y esfuerzos a la investigación científica tecnológica colocó a China como quinto proveedor mundial de armas. Estas que ya son las segundas fuerzas armadas del mundo desde el punto de vista cuantitativo, tienen la debilidad de que no ha sido probada su eficacia en acciones de magnitud.
Desde el punto de vista de la disputa geopolítica el país tiene prioridades a las que no puede dejar de lado. En primer lugar completar la unidad nacional con la incorporación completa de Hong Kong y Macao, territorios coloniales devueltos a la órbita del país a finales de la década de los ’90 pero que mantienen estatus especiales. Al mismo tiempo está pendiente de resolución la situación de Taiwán que es, de hecho, un protectorado estadounidense, lo que hace esta tarea una fuente permanente de tensión. En segundo término la necesidad de consolidar su dominio sobre el llamado Mar de la China en toda su extensión.
Una de las primeras decisiones estratégicas de Xi Jinping fue la de hacerse con el control de la parte meridional de ese mar, declarando que se trata de un mar interior bajo autoridad china. Aprovechando la vacilante política norteamericana de Obama primero y de los primeros años de Trump luego, China ha sabido utilizar todas sus ventajas sobre los otros estados costeros para conquistar una prevalencia que se apoya en su superioridad militar y económica y en su influencia política. Construyó en velocidad record siete islas artificiales que albergan actualmente importantes instalaciones militares. La militarización del mar de China Meridional es un hecho, y lo es en beneficio de China. Sin duda, Pekín no puede prohibir el paso a la VII flota de EE UU y bloquear el tránsito internacional, pero Washington tampoco puede hacer retroceder la presencia china sin poner en marcha un conflicto agudo.
China ha ido más allá. El gobierno ha reivindicado posesiones históricas más al norte, contestando de manera muy activa militarmente el control ejercido por Japón sobre el pequeño archipiélago de Senkaku, de esta manera entra en conflicto con Japón y desafía aquí también a Estados Unidos.
Pero por concentrarse de manera prioritaria en el Asía Oriental no ha abandonado buscar influir en el resto del mundo. Las Rutas de la Seda tienen además de su objetivo claramente económico, un importante componente de disputa geopolítica. Por eso y aunque recién está en sus inicio y no se puede asegurar si llegará a desplegarse totalmente, la inversión prevista que se acerca al billón de dólares ilustra su determinación a no abandonar la disputa con otras potencias en el resto de los continentes y empieza a ir acompañado por la instalación de bases militares en otros países, en primer lugar con supuestos objetivos científicos.
La emergencia de un capitalismo con vocación imperialista en un mundo tumultuoso
Para comprender tanto la emergencia de China como potencia mundial y su dinámica, es decir la formación con características imperialistas de su capitalismo y su vocación expansionista, es fundamental explicar cómo fue posible la transformación interna y al mismo tiempo analizar el contexto internacional en que se produjo.
Estudiando el origen del capitalismo inglés como formación clásica del sistema, Marx descubre que la acumulación primitiva es esencial en la formación del capitalismo. Esta acumulación primitiva se forma en un largo proceso que lleva a los cambios de la propiedad y el control sobre la tierra por un lado y la expulsión violenta de los campesinos que mantenían una relación de servidumbre con esas tierras, hacia las ciudades, para que sea la base de la nueva clase obrera libre en condiciones de vender su fuerza de trabajo. China completó parcialmente este proceso desarrollando uno de sus aspectos de una manera vertiginosa y haciendo más gradual el otro sin completarlo aun. La no aplicación o control de la legislación que impedía la migración interna en el país liberó una fuerza de casi 300 millones de campesinos que se trasladaron a las ciudades y se convirtieron en la base de su nueva clase obrera. Al contrario de lo que sucedía con la formada después de la revolución esta es una masa de trabajadores superexplotados, con bajísimos salarios y sin ninguno de los derechos que tenía la anterior. Aprovechando la condición de “ilegales” o “sin papeles” no gozan de los derechos laborales ni las ventajas de la educación y salud gratuitas ni de jubilación o vivienda que aseguraba el Estado burocrático o las empresas estatales. Una clase obrera de primera generación que fue mejorando sus condiciones de vida pero partiendo de una situación miserable que recuerda las realidades descriptas por Federico Engenls en 1845 cuando escribe La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra.
Por otra parte se verificó en este proceso la ley del desarrollo histórico desigual y combinado del capitalismo, descubierta por Marx y completada por Trotsky. Que explica que los países atrasados no están obligados a repetir paso a paso la evolución de los adelantados y por el contrario pueden “beneficiarse” de su atraso.
China pudo aprovechar la situación colonial de Hong Kong, Macao y de protectorado de Taiwán. Por medio de estas mantuvo su conexión con el mundo, incluso durante el periodo de Mao. Obtuvo divisas de manera creciente desde Hong Kong y pudo sostener un comercio más o menos ilegal desde Macao. Si bajo Mao un tercio de todas las divisas que obtenía China provenían de su relación con la primera, luego de iniciado el proceso de restauración en los ’80 estas aumentaron significativamente lo que permitió iniciar el proceso de modernización de su economía.
Al acceso al mercado mundial a través de estas colonias se completaba con una estrecha relación con el protectorado de Taiwán del que no sólo recibía inversiones o capitales para la asociación con la naciente burguesía del continente, sino que además fue primordial para la transferencia de tecnología y fundamentalmente en la industria de semiconductores. Estos inversores también fueron muy importantes para el desarrollo en provincias China como Guangdong. Y así como en la actualidad China tiene más de 250.000 ciudadanos estudiando en Estados Unidos en ciencias duras y tecnología de punta, la mayoría de ellos en campus de Silicón Valley, motor del desarrollo tecnológico en aquel país, entonces se aprovechó de la larga experiencia de los recursos humanos de Hong Kong, que le proveyó sobre todo de profesionales de la gestión empresarial.
Si estas condiciones internas facilitaron el rápido desarrollo chino no son menos importantes las condiciones internacionales en la que este proceso avanzó. La crisis económica mundial de mediados de los 70, que vista retrospectivamente y por su impacto global fue un preludio de la de 2008 y la derrota militar estadounidense en Vietnam provocaron un repliegue relativo del imperialismo norteamericano dando lugar a una política de penetración económica. Mientras que el derrumbe del bloque soviético concentró las miradas imperiales en ese espacio largamente disputado. Por otra parte la crisis del 2008 y la permanencia de sus consecuencias hasta la actualidad viene a confirmar la decadencia de Estados Unidos, lo que no significa en lo más mínimo, que en su etapa senil haya perdido su superioridad relativa y su extrema agresividad.
Pero si este contexto internacional ayudó a China a alcanzar su estatus de potencia global también es un factor esencial en las amenazas que el país asiático enfrenta. La amenaza creciente de un nuevo crak económico, la polarización mundial aguda por la no resolución de la depresión que se desarrolla hace más de una década, estimula sobre todo una nueva ola de revoluciones, revueltas y convulsiones sociales que le dan forma al mundo tumultuoso en el que China está obligada a probar ser merecedora del lugar que aspira a ocupar. Sobre todo cuando la amenaza proviene del propio Hong Kong, que es parte importante de esta ola mundial de agudización de la lucha de clases.
Independientemente del grado de madurez que haya alcanzado el desarrollo capitalista de China, esta no puede detener su expansionismo imperialista agresivo a riesgo de abrir una crisis interna que hará entrar en escena a su poderosa y joven clase obrera. Una clase que promediando su segunda generación aspira a vivir mucho mejor que sus padres y madres y que sin dudas se moverá para conseguirlo.
Por todas o cualquiera de estas razones China no será un elemento de estabilización de un sistema en crisis, por el contrario, contribuirá a hacer más incierto y tumultuoso el mundo actual. Un mundo con más oportunidades para el virus de la revolución.
Autores consultados
Carlos Marx
León Trotsky
Au Loong Yu
Pierre Roussete
Ho-fung Hung
Orlando Caputo
Michael T. Clark
Martine Boulard
Héctor Palacios
Claudio Katz
Michael Roberts
El autor es Periodista e investigador. Militante argentino del MST, Nueva Izquierda y de la Liga Internacional Socialista
No hay comentarios.:
Publicar un comentario