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El proyecto político global impuesto con el Covid-19 como coartada, por Thierry Meyssan
En cuestión de semanas hemos visto Estados supuestamente democráticos suspender las libertades fundamentales, prohibiendo a la gente salir de sus casas, participar en mítines o hacer manifestaciones, bajo la amenaza de multas o de ir a la cárcel. La escolarización obligatoria establecida por ley para los menores de 16 años ha sido abolida temporalmente. Millones de trabajadores han sido privados de empleo y enviados al paro de manera autoritaria y cientos de miles de empresas también han sido obligadas a cerrar sus puertas, que no podrán reabrir.
Sin ningún tipo de preparación previa, los gobiernos han empujado las empresas a establecer el teletrabajo… y todas las comunicaciones a través de internet son grabadas por el sistema Echelon. Eso significa que los «Cinco Ojos» (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos) ya tienen en sus archivos lo necesario para descubrir los secretos de casi todos los industriales europeos. En ese aspecto, ya es demasiado tarde.
Esas transformaciones de orden social carecen de justificación médica. Ningún tratado de epidemiología en el mundo había planteado, y menos aún aconsejado, un «confinamiento general obligatorio» para luchar contra una epidemia.
Los dirigentes políticos de los Estados miembros de la Unión Europea se quedaron paralizados ante las proyecciones matemáticas delirantes que les predecían verdaderas hecatombes en sus respectivos países [1]. Corrieron entonces a buscar la «salvación» en las soluciones prefabricadas de un poderoso grupo de presión con cuyos miembros se habían reunido en el Foro Económico de Davos y durante las conferencias de seguridad que se realizan anualmente en Munich [2].
El «confinamiento general obligatorio» había sido concebido hace 15 años, en el seno de la administración de George Bush hijo, pero no como una herramienta de salud pública sino para militarizar la sociedad estadounidense utilizando como coartada un ataque previo de bioterrorismo. Ese es el proyecto que se aplica actualmente en Europa.
El plan inicial, concebido hace más de 20 años alrededor de Donald Rumsfeld –presidente de la transnacional farmacéutica estadounidense Gilead Science antes de convertirse en secretario de Defensa de la administración de George W. Bush– preveía adaptar Estados Unidos a la financiarización global de la economía. Se trataba de reorganizar el mundo mediante una especie de “división del trabajo” por regiones. Los países de las zonas geográficas no integradas a la economía serían sometidos a un proceso de destrucción de sus Estados para convertirlos en simples “tanques” o reservas de materias primas mientras que los países de las zonas desarrolladas (incluyendo la Unión Europea, Rusia y China) serían responsables de la fabricación de productos, con Estados Unidos como productor de armamento y en el papel de “policía del mundo”.
Con ese objetivo se creó en 1997, en el seno del American Enterprise Institute (AEI) [3] –think tank ya existente desde 1938–, un nuevo grupo: el «Proyecto para el Nuevo Siglo Americano» (PNAC). Este último anunció con bastante crudeza parte de su programa… pero sólo una parte, la parte destinada a convencer a los grandes donantes de fondos para que financiaran la campaña electoral de George Bush hijo. El 11 de septiembre de 2001, dos grandes aviones de pasajeros se estrellaron contra el World Trade Center en Nueva York, se activó el programa llamado de «Continuidad del Gobierno» (CoG), a pesar de que la situación existente no correspondía a los parámetros previstos para su aplicación. Los miembros del Congreso estadounidense y sus equipos de trabajo fueron recluidos en un inmenso bunker, a 40 kilómetros de Washington, y el «Gobierno de Continuidad», cuya composición es altamente secreta, asumió el poder en Estados Unidos hasta el final de aquel día.
Aprovechando el shock emocional provocado por los atentados del 11 de septiembre, ese grupo impuso la adopción de un voluminoso código antiterrorista que ya había sido redactado desde mucho antes –la llamada «Ley Patriota»(USA Patriot Act)–; creó un extenso y poderoso sistema de vigilancia interna –el Departamento de Seguridad de la Patria (DHS o Homeland Security)–; reorientó la misión de las fuerzas armadas estadounidenses en función de la división global del trabajo que se planeaba imponer (Doctrina Cebrowski [4]) y emprendió la «guerra sin fin». En resumen, la pesadilla que estamos viviendo desde hace 20 años es el mundo diseñado por ese grupo.
Si no nos despertamos, el grupo actual, cuyo elemento visible es el doctor Richard Hatchett, trasladará a la Unión Europea aquel programa concebido para Estados Unidos. Impondrá de forma duradera una aplicación de rastreo en los teléfonos móviles para vigilar los contactos individuales de todos, arruinará las economías de ciertos países para transferir la fuerza de trabajo hacia la industria del armamento y acabará convenciéndonos de que China es responsable de la epidemia de Covid-19, con lo cual se justificaría aplicar a China la llamada «doctrina de contención» (Containment).
Si no nos despertamos, la OTAN –que supuestamente estaba en «estado de muerte cerebral»– va a reorganizarse. Se extenderá por el Pacífico, comenzando con la incorporación de Australia [5].
Si no nos despertamos, la enseñanza será reemplazada por un sistema de adquisición de saber a domicilio, nuestros niños se convertirán en cotorras desprovistas de espíritu crítico, sabiendo de todo pero sin conocer nada.
En el mundo que se prepara para los ciudadanos de la Unión Europea, los grandes medios de comunicación ya no serán financiados por la industria del petróleo sino por lo que ha dado en llamarse «Big Pharma». Nos convencerán de que todas las medidas adoptadas eran las más adecuadas y en internet los motores de búsqueda impondrán a las fuentes no conformes las peores calificaciones en términos de credibilidad, en función de lo que piensan los autores de sus artículos pero sin importar la calidad de sus razonamientos.
Todavía estamos a tiempo de reaccionar.
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