MADRID//
Los primeros actos de la nueva y flamante República de Catalunya han
sido una comparecencia grabada de su presidente mientras se estaba
tomando unos vinos en un bar de Girona y una foto en Instagram del Palau
de la Generalitat dando los buenos días a sus súbditos haciendo creer
que estaba trabajando y desafiando el 155 mientras huía en coche camino
de Marsella. La edificación ilusoria del nuevo estado imaginario
transcurre con normalidad. La república es un constructo mental que se
logra pensando fuerte. Cerrando los ojos y deseándolo con ganas, una broma de autoayuda, coaching indepe
que ignora a las personas que creen firmemente en la constitución de
una república en Catalunya como fin para lograr que su vida cambie de
forma pragmática.
La república ilusoria de Catalunya ha
ignorado la implementación de lo tangible para construir una fantasía
posmoderna en la que el primer fin de semana revolucionario se van al gimnasio o a que les sirvan copas.
Los mensajes de Òmnium definen el estrato al que pertenecen sus
dirigentes y la lejanía con la realidad social de un pueblo como el
catalán que tiene, como el resto de España, grandes problemas
estructurales que no le permiten tomarse la proclamación de una
república como un mero divertimento consumista. La opresión y la
carencia, si algo tienen, es que no son eludibles por medio del deseo.
Es algo brutal, sórdido y asfixiante. No les permite abstraerse de su
situación para irse a celebrar una ensoñación que no cambiará en nada su
trance vital.
La ilusión es la antítesis de la
concreción. No existe revolución, república, ni estado, sin la
aplicación práctica de sus proclamas. Piotr Kropotkin era uno de los
padres de lo concreto, de lo tangible, de lo comestible; tenía claro que
no existe un cambio efectivo sin lograr los postulados pretendidos:
“¡Pan; la revolución necesita pan! ¡Ocúpense otros en lanzar circulares
con frases rimbombantes! ¡Pónganse otros en los hombros tantos galones
como puedan llevar encima! ¡Que otros finalmente hagan peroratas acerca
de las libertades políticas! Nuestra tarea específica consistirá en
obrar de manera tal que, desde los primeros días de la revolución, y
mientras ésta dure, no haya un solo hombre o mujer en el territorio
insurrecto a quien le falte el pan”.
El heroísmo y la identidad como material de construcción de la revuelta
“Tenemos un mandato heroico surgido del 1 de octubre”,
decía Gabriel Rufián para justificar la proclamación de su DUI. Una
épica que perdió el brillo en cuanto los diputados optaron por votar en
secreto para eludir su responsabilidad penal. Uno de los diputados que
votó ocultando su decisión fue Benet Salellas (CUP), que días antes
exigía que los funcionarios debían ser los que impidieran la aplicación
del artículo 155. Eludir su responsabilidad para construir un espejismo
republicano y dejar a los funcionarios que asuman de forma concreta la
construcción real de una nueva organización social. Que la gente se
juegue el pan, en vez de construir una república, de verdad, que se lo
proporcione. Los que durante los últimos días pedían a los ciudadanos
que desobedecieran los mandatos del Estado para defender la república
han empezado a obedecer el mandato del artículo 155 en cuanto han
perdido el control de los Mossos. El pueblo que se jugó el tipo para
votar el 1 de octubre ha visto como los que le abocaron a esa situación
votaron cobardemente en secreto o han huido a Bélgica al amparo de la
oferta de un neofascista como Theo Francken.
Fredy Pearlman escribía sobre los
materiales de construcción de las revoluciones, los herrajes sobre los
que articular una amalgama que consolide una mayoría hegemónica. En
ocasiones, las revoluciones se construían por el peso de la opresión,
los trabajadores eran conscientes de su situación y servía como elemento
subjetivo para crear el movimiento emancipador. Las más de las veces el
armazón era proporcionado por las vigas del nacionalismo. Según
Pearlman, “el nacionalismo les ofrece algo concreto, algo verificado y
comprobado y que se sabe que funciona. No hay ningún motivo terrenal
para que los descendientes de los perseguidos sigan siendo perseguidos
cuando el nacionalismo les ofrece la perspectiva de convertirse en
perseguidores”.
La apelación al heroísmo de Gabriel Rufián
es un ejemplo que sirve para comprender cómo se construye un lenguaje
emocional nacionalista que edifica un sentimiento identitario, que
siempre evoluciona en excluyente. El filólogo Viktor Klemperer sostenía
que “el lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de
forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva
dentro inconscientemente”. Es precisamente por eso que Gabriel Rufián no
sabe a lo que apela cuando habla de “mandato heroico”, simplemente
reproduce elementos aprendidos de nacionalismos históricos y los repite
sin ser consciente de lo que representan. El propio Klemperer en su
magna obra LTI: La lengua del Tercer Reich, en la que analiza
el lenguaje utilizado para la construcción y manipulación del nazismo,
explica en su capítulo primero los resortes activados cuando se apela al
heroísmo en un contexto emocional de símbolos indentitarios: “…y de
repente, de forma inevitable, alguien se refería a un comportamiento
heroico o a una resistencia heroica. En el preciso instante en que este
concepto entraba mínimamente en juego, la claridad desaparecía y
volvíamos a meternos de lleno en los nubarrones…”. No hay que atribuir a
Gabriel Rufián maldad alguna en el uso de estos conceptos, Víktor
Klemperer lo dejaba claro, la mayoría de las veces se corresponde a usos
heredados del lenguaje motivados por la ignorancia de sus efectos. Lo
que, quizás, sea más peligroso.
El formalismo ruso tenía una manera creativa de hacer comprender al observador, al trabajador, que estaba alienado. Se llamaba ostranéni,
el extrañamiento. Se trataba de desnaturalizar la esencia de los
elementos mostrados para provocar en el espectador una ausencia total de
empatía que le permitiera desentrañar la realidad. Despojaba al
observador de las emociones porque consideraba que nublaban la razón.
Quien quiere hacer comprender el verdadero lugar en el mundo de un
desposeído no le intenta emocionar con falsas ilusiones, sino que le
muestra la realidad con la crudeza que tiene. La república ilusoria de
Catalunya es una performance burguesa desenmascarada con ojos de
extrañamiento.
No debería extrañar a nadie que la
algarada independentista sea una engañifa de las élites para detentar
capital, la sustitución de unas estructuras oligárquicas por otras.
Enzensberger en su “El corto verano de la anarquía” explicaba: “La
República española fue siempre un estado burgués, desde su proclamación
en 1931 hasta su caída en marzo de 1939”. Menos escándalo cuando se pone
frente al espejo a la revolución de las sonrisas. Por supuesto que
existen en el movimiento independentista multitud de personas que son
clase obrera, gente precaria, con muchas dificultades y que cree
firmementente en la república catalana. Son los más, pero los de menos
voz. Siempre son los que se unen con mayor emoción a cualquier opción
que les promete un cambio material sustancial. Porque les va la vida en
ello. Aguántenles la mirada cuando la ilusión se desvanezca.
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