jueves, 15 de diciembre de 2016

La agonía del socialismo francés

La agonía del socialismo francés 

 

 

OPINIÓN de Laurent Mauduit.- A lo largo de su historia, el socialismo francés ha conocido episodios no solo oscuros sino vergonzosos, antes de recuperarse o renacer. Pero esta vez, después del lánguido final del quinquenio de Hollande, asistimos a un acontecimiento histórico: las últimas convulsiones de uno de los más viejos movimientos políticos franceses.

Decir que en su larga historia, el socialismo francés conoció páginas poco gloriosas, incluso algunas veces, páginas vergonzosas, es decir poco. Del voto a favor de los créditos de guerra y su adhesión a la Unión Sagrada en el inicio de la Primera Guerra Mundial, en clara violación de todas las resoluciones de la II Internacional y del combate de Jaurès, hasta el recurso a la tortura en Argelia, pasando por el abandono de los republicanos españoles por parte del gobierno del frente Popular frente a la barbarie franquista e incluso el otorgar plenos poderes al mariscal Pétain por la misma mayoría del Frente Popular (a excepción de 80 parlamentarios que salvaron el honor de la izquierda), la lista de los naufragios que ha conocido el socialismo francés es larga.

Podríamos inclinarnos a pensar que la historia se repite. Sin duda, la renuncia de Hollande a presentarse para un segundo mandato marca el punto álgido de un nuevo y lamentable naufragio del socialismo francés. Pero pronto o tarde se pasará esta página, ¿verdad? Totalmente desacreditada, la SFIO de Guy Mollet fracasó pero sobre sus bases, ¿No reconstruyó François Mitterand un nuevo Partido Socialista en Épinay? El fénix socialista siempre parece renacer de sus cenizas. Apenas François Hollande tiró la toalla de las presidenciales de 2017, la batalla de la sucesión ha comenzado. Con herederos a porrillo, de Manuel Valls -que anunció su candidatura el lunes 5 a la noche en Évry donde fue alcalde- a Arnaud Montebourg, pasando por Benoît Hamon y algunos otros a los que les gustaría ocupar el papel protagonista. Si no en 2017 – eso parece desgraciadamente e irremediablemente comprometido- al menos en un plazo más largo.

¡Y sin embargo, no! Esta vez está en juego algo mucho más grave. Más allá de las torpezas de un hombre, François Hollande, que nunca estuvo a la altura de sus responsabilidades ni de su función, más allá de las innumerables renuncias de las que se le puede acusar y del clima decadente al que arrastró a todo el país, asistimos a un acontecimiento histórico cuya dimensión no hemos previsto: la últimas convulsiones del partido más viejo de la izquierda francesa, el Partido Socialista, que ha entrado en agonía.

El sentimiento de que el país llega a un punto de inflexión de su historia, o al menos de la de la izquierda, ha crecido rápidamente en la cabeza de la gente. Progresivamente, se ha convertido en una clara evidencia: algo irreparable, irreversible, ha ocurrido desde el acceso al poder de los socialistas. En los treinta años transcurridos han recurrido a menudo a las circunstancias atenuantes para justificar sus errores o sus renuncias y han reclamado la confianza de sus votantes a pesar de todo. Se arrepintieron después de su calamitosa derrota en las elecciones legislativas de 1993… Enmendada en 2002.

En casa ocasión, entraba en juego el “pueblo de izquierdas” (si la fórmula aún tiene sentido). En cada ocasión, innumerables ciudadanos, al margen de su filiación partidista, - Nuevo Partido Anticapitalista, Frente de Izquierda, Europa Ecológica-Los Verdes (EELV), Partido Socialista, etc. – acudían a la cita. Cualesquiera que fueran sus rencores, su decepción y su desánimo, la gran mayoría de esa gente siguió votando en la segunda vuelta al candidato de izquierda mejor colocado. Aunque no fuera mas que para frenar a la derecha.

No hay duda de que en mayo de 2012, el candidato Hollande se benefició ampliamente de esta fidelidad del electorado de izquierdas a su opción. Se benefició de los votos de un electorado que, sin embargo, había sobrepasado a los dirigentes socialistas, más fiel a los valores fundadores de la izquierda y al ideal que alguna vez tuvo.

Al día siguiente a las elecciones de 2012 y desde entonces, el vínculo entre los electores y de forma más amplia, entre la ciudadanía y el núcleo del poder socialista se rompió de forma innegable. La cólera y el sentimiento de deslealtad, de traición, dieron un giro. François Hollande privó al “pueblo de izquierdas” de la victoria arrancada en las presidenciales y prolongó casi punto por punto la política de Nicolas Sarkozy. Son muchos los que entonces aseguraron que no volverían a votar al PS, a pesar de la amenaza de una derecha dura o extrema. Ahí está la ruptura.

Y luego ha habido los tiros de gracia de François Hollande contra su propio campo, con el odioso proyecto (abortado) de la pérdida de la nacionalidad anteriormente solo defendido por el Frente Nacional; otra vez con la ley El Khomri que ha quebrantado el código de trabajo de forma mucho más grave que las medidas tomadas bajo el quinquenio precedente. Con el paso de los meses, la “gente de izquierdas” o lo que quede de ella, ha llegado por sí misma a esta triste pero implacable evidencia: en su configuración actual, la izquierda está muerta. Es una larga historia, de casi dos siglos que se acaba ante nuestros ojos.

Falta entender por qué. ¿Por qué esos rechazos hasta perderse de vista? ¿Por qué ese copiar y pegar perpetuo de las medidas tramadas por la UMP [partido de Sarkozy] o los cenáculos empresariales llevado a cabo por el gobierno socialista ? Seguramente, no solo responden a la cobardía, a la mediocridad de los socialistas que gobiernan, aunque eso tenga su peso. Se trata, sobre todo, del epílogo de un seísmo más profundo que tiene que ver con el aumento de la voracidad de un capitalismo financiero netamente más tiránico que el de los Treinta Gloriosos. Este es un hecho absolutamente decisivo.

No es difícil identificar el punto de inflexión de esta historia: la Caída del Muro en 1989. Antes de eso, el movimiento de la desregularización liberal planetaria ya había comenzado. Por medio de golpes sucesivos, el mundo estable querido por los vencedores de la segunda Guerra Mundial, codificado mediante el plan monetario de los acuerdos de Bretton Woods firmados en julio de 1944, y regulado en el plano social dos meses antes por la Declaración de Filadelfia .declaración que dará nacimiento a la Organización Internacional del Trabajo (OIT)-, estaba ya gravemente quebrantado.

Primero llegó la desregularización monetaria: decretada el 15 de agosto de 1971 por el presidente estadounidense Richard Nixon, el fin de al convertibilidad del dólar en oro es el primer gran mazazo que sumerge al mundo en un universo más inestable donde los mercados financieros progresivamente van a conquistar una fuerza considerable. En la prolongación de la ola ultraliberal, cuyos campeones son Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la desestabilización del mundo antiguo se acelera. Desde 1984, se produce la desregularización bursátil cuyo constructor en Francia -esta no es la menor paradoja- va a ser Pierre Bérégovoy [primer ministro socialista en 1992-1993]. Al mismo tiempo, se dan las primeras mediadas para la desregularización del mercado laboral con la aparición de las primeras formas de empleo precario.

Un capitalismo que ignora el compromiso social y que prohíbe el reformismo

A partir de 1986, un nuevo seísmo va a cambiar todo: las privatizaciones. Todo se combina y se acelera. En este furor liberal a la que se abandonan los socialistas, la desregularización fiscal ocupa su propio lugar: al inicio del segundo quinquenio de Mitterrand, Francia acepta bajar casi a cero la fiscalidad de los ahorros. En la primavera de 1989, -los socialistas quieren poner tanto celo en materia de liberalismo que se anticipan a la decisión europea-, es la liberación definitiva del movimiento de capitales.

El hecho es incontestable: aún cuando el virus liberal se inmiscuye por todo y la lógica de “menos Estado” o de “menos impuestos” provoca cada vez más estragos, el modelo social francés aún no se ve gravemente afectado hasta el final de la década de los ochenta. En realidad, el viejo modelo francés, el del capitalismo renano, sobrevive a sí mismo. Ciertamente, comienza a tener fisuras pero todavía se mantiene en pie. Además, el capitalismo tiene sus reglas: está regido por los principios de la economía de mercado pero las grandes empresas privadas cada vez más a menudo viven en endogamia o consanguinidad con el Estado. Sobre todo, este sistema de economía de mercado está muy unido a un sistema fuerte de regularización social: seguridad social, seguro de desempleo, cajas complementarias de jubilación... En conclusión, el capitalismo renano cohabita con el Estado de Bienestar, incluso le saca ventaja.

Este capitalismo, es el que se desarrolló en Alemania, después de que el SPD abjuró del marxismo y se convirtió a la economía de mercado, con motivo de su congreso de 1959, celebrado en Bad Godesberg, pequeña localidad a orillas del Rin. De ahí la denominación de “capitalismo renano”.

Este capitalismo es, evidentemente, el más favorable al compromiso social. Hizo eclosión y se consolidó bajo los Treinta Gloriosos; ofrece “mucho que pensar” según la fórmula de André Bergeron, el viejo dirigente de Fuerza Obrera. De hecho, según la relación de fuerzas del momento, y según al variación de la coyuntura, el compromiso entre el trabajo y capital puede cambiar.

Para los socialistas, esta podría haber sido una época afortunada. Una época favorable a una auténtica transformación social y de redistribución de los ingresos. La paradoja de la historia es que los socialistas franceses, que fracasaron por poco en las presidenciales de 1974, accedieron al poder cuando este periodo tocaba a su fin. Cuando el capitalismo renano comienza a debilitarse. Y cuando el Estado de Bienestar entra en una crisis de la que ya no saldrá. Es el drama del socialismo francés: ellos, cuya doctrina estaba concebida para generar la expansión de los Treinta Gloriosos, llegan con retraso al poder para generar la más detestable de las conversiones: la conversión neoliberal y el fin del Estado de Bienestar.

Esto comienza con el giro de 1982-1983. Después de la Caída del Muro, todo cambia, todo se acelera. Es un gran empresario francés, Michel Albert, que en aquella época dirige AGF, quien primero tiene el presentimiento: comprende que el derrumbe del Muro va a cambiar los equilibrios geoestratégicos planetarios y que el capitalismo anglosajón, más individualista que el capitalismo renano, dando curso libre a los mercados financieros, iba a sentir crecer sus alas y convertirse en más tiránico.

En un libro premonitorio, titulado “Capitalismo contra capitalismo” (1992), Michel Albert vislumbra el inexorable ascenso del capitalismo anglosajón. Constatando el hundimiento del modelo estalinista, predice que la confrontación Este-Oeste, que había marcado la posguerra va a apartarse en provecho de una confrontación entre dos modelos de capitalismo. Entre estos dos modelos, escribe el autor, “será una guerra subterránea, violenta, implacable, pero amortiguada e incluso hipócrita, como son toda las guerras de capillas dentro de una misma iglesia. Una guerra de hermanos enemigos armados de dos modelos salidos de un mismo sistema, portadores de dos lógicas antagónicas del capitalismo en el seno del mismo liberalismo. E incluso de dos sistemas de valores opuestos respecto al lugar de las personas en la empresa, al lugar del mercado en la sociedad y del papel del marco legal en la economía internacional”. Añade: “ Todo nuestro futuro depende de esto: la educación de nuestros hijos; la atención sanitaria de nuestros padres, el aumento de la pobreza en las sociedades ricas, las políticas de emigración y para terminar, nuestros salarios, nuestros ahorros, y nuestra declaración de impuestos”.

Sin embargo, lo que el autor no podía saber entonces, es que esta confrontación se va a resolver rápidamente a favor del modelo anglosajón. Fortalecidos con la caída del Muro, los mercados financieros tienen la idea de que la época es altamente favorable y que es propicia a una modificación radical de la correlación de fuerzas entre capital y trabajo.

Europa continental -empezando por Alemania y Francia- empieza a vivir una impresionante mutación del capitalismo. Progresivamente, el capitalismo renano se aleja en provecho de una capitalismo que ejerce una verdadera tiranía sobre el trabajo y favorece a los accionistas, en primer lugar con los fondos de pensiones. Un capitalismo que ignora el compromiso social y que prohíbe las reformas.

Lo más espectacular es que PS, partido cuya esencia es el reformismo, va a contribuir a la aparición de este capitalismo exactamente opuesto al reformismo. Va a tirar de la soga para ahorcarse, participando en la loca oleada de las privatizaciones. Así pues, es por este conducto por el que el virus de este capitalismo patrimonial infecta el modelo social francés hasta el punto de pervertirlo.

Las privatizaciones empiezan en 1986; la onda de choque que provocan es considerable. De 1986 a 1988 comienzan los grandes saldos. De los bancos a las aseguradoras: grandes sectores de la economía pasan a manos privadas. Después del muy efímero “ni...ni...” (ni nacionalización ni privatización) promulgado por François Mitterrand en su “Letre à tous les Français", en la apertura de su segundo septenio, vuelve la loca carrera de las privatizaciones. Primero de 1993 a 1997, bajo Éduard Balladur, después bajo Alain Juppé. Lionel Jospin, en 1997, acelera la cadencia y bate todos los récords.

Este mar de fondo acaba por romper el modelo francés. En algunos años, el porcentaje de posesión de capital de los grupos del CAC 40 [el IBEX 35 francés] por fondos de inversión extranjeros, entre ellos los tóxicos fondos de pensiones anglosajones, pasa de alrededor del 5 % en 1985 a más del 47 o 48 % a final de los noventa, más del 60 % en el caso de algunas firmas. Es una carrera loca porque Francia es asaltada por un complejo de neoliberalismo y se abre a los grandes vientos de la globalización de forma más fuerte que Estados Unidos o Gran Bretaña que tienen una tasa de posesión extranjera para sus grandes empresas nacionales mucho más baja: del orden del 20 % en el primer caso y del 30 % en el segundo.

La patética impotencia de Lionel Jospin

De entrada, la derecha, a continuación, la izquierda, ofrecen sin complejos los grandes grupos empresariales franceses a los mercados financieros. Es la vuelta a la monarquía de Julio (1830-1848. Periodo en el que los terratenientes y la burguesía son los grandes beneficiarios. NdT) adobada con salsas anglosajona: “¡Venga!¡ Sírvanse! Todo es suyo. Háganse ricos...".

Ya no está François Guizot (1787-1874) para hacer esta invitación. Pero a su manera, Balladur y Sarkozy, después Strauss-Khan y Fabius rivalizan con él, ofreciendo como pasto a los mercados financieros los buques insignia de la economía francesa. Hasta los servicios públicos: de France Telecom a Gaz de France. Y desde el momento en que es Ministro de Economía de François Hollande, Emmanuel Macron sigue este trabajo de zapa desregulando el transporte terrestre u ofreciendo los aeropuertos regionales al apetito de los grandes fondos de inversión, o incluso a los corruptos oligarcas chinos. Al diablo el servicio público y todo lo que conlleva: la igualdad de acceso garantizada a toda la ciudadanía para sus necesidades básicas, el ajuste de las tarifas...

Los efectos contaminantes de estas privatizaciones son considerables. El virus modifica radicalmente la gobernanza de las empresas. Los principios de gestión cambiaron radicalmente con la entrada en el capital de los grandes grupos franceses de accionistas bulímicos que exigen rentabilidades mucho más espectaculares. Terminados los empresarios a la antigua usanza, monarcas por derecho divino, arbitrando según su humor, de la coyuntura o de la correlación de fuerzas, dando satisfacción unas veces a sus asalariados mediante la revalorización de sus remuneraciones, a veces a sus clientes bajando los precios, otras a sus accionistas subiendo los dividendos. Pero en el nuevo sistema, casi nada cuenta salvo los accionistas.

Los principio fundamentales son los de la corporate governance (gobierno de la empresa) y del share holder value (beneficio para el accionista).

De entrada, son las cláusulas de las remuneraciones las que primero saltan. Mediante el sueldo de sus accionistas y ya no árbitros de intereses a veces contradictorios, los PDG están en este nuevo sistema generosamente recompensados por su cercanía a sus nuevos dueños. Stock-opciones, paracaídas de oro, jubilaciones millonarias: a lo largo de los años, es una verdadera lluvia de oro de la que se benefician.

Esta extravagante riqueza en la cúspide de las empresas tiene como corolario un fenómeno nuevo y masivo: la aparición de los working poors (trabajadores pobres). El capitalismo anglosajón favorece el recurso a las formas de trabajo precario y lo más flexible posible. Para seguir con el mismo ejemplo, el del automóvil, casi un empleo de cada dos de este sector, es trabajo temporal. Con otras palabras, el trabajo no protege de la precariedad, es decir, de la pobreza.

La progresión del virus va más allá. Por efecto del contagio, hace que los mercados financieros sean el árbitro de todas las grandes decisiones. Raras, incluso imposibles en la Europa continental hasta 1999 -fecha de una incursión histórica de la británica Vodafone sobre el grupo Mannesmann que traumatizó toda Alemania- las OPA se vuelven frecuentes y no asombran al público. Los planes de reestructuración de las empresas cambian de lógica: antes, los empresarios justificaban los despidos alegando que era necesario cortar las “ramas muertas” de su grupo; sin embargo, cortan también las ramas bajas, las que son rentables pero insuficiente para su gusto, a ojos de la bulimia de sus accionistas. Esta nueva época, marcada por una verdadera tiranía del capital sobre el trabajo, abre el camino a despidos de nuevo tipo: despidos bursátiles para seguirles la corriente a los mercados -como los de Michelin frente a los que Lionel Jospin había confesado su impotencia.

De forma gradual, todo el modelo social francés está en trance de derrumbarse. Con el avance de la eventualidad, es toda la cobertura del despido, es decir, toda una parte del derecho laboral que desaparece; con una cobertura por enfermedad o unas jubilaciones cada vez menos protectoras, son los sistemas de seguro privado individual y de capitalización los que prosperan. Bueno, son todas las grandes conquistas sociales las que han sido tumbadas una detrás de otra. A lo largo de los años se ha hecho añicos la Declaración de Filadelfia, página a página.

Alain Supiot, profesor de derecho, director del Instituto de Estudios Avanzados de Nantes y miembro del Instituto Universitario de Francia, es quien primero señaló este abandono de los principios fundacionales de lo que será la Organización Internacional del Trabajo en una notable obra El espíritu de Filadelfia. La justicia social frente al mercado total (leer Justicia social: el olvidado manifiesto de la posguerra). Mediante un análisis a medio camino entre dos disciplinas, historia y filosofía del derecho, aporta una aclaración destacando las causas profundas de los disfuncionamientos y de la crisis en nuestras sociedades actuales. Esto se puede resumir en una fórmula que sugiere el título de la obra: nuestras sociedades han roto con el espíritu de Filadelfia.

¿Qué es ese espíritu de Filadelfia? Aparece en la declaración de los participantes en la famosa conferencia: “El objetivo central de toda política nacional e internacional” debe ser la justicia social. Defendiendo el principio de que “el trabajo no es una mercancía” y que “la pobreza, donde existe, es un peligro para la prosperidad de todos”, esta declaración añade: “Todos los seres humanos, cualesquiera que sean su raza, su religión o su sexo, tienen derecho a lograr su progreso material y su desarrollo espiritual en libertad y dignidad, en la seguridad económica y con iguales oportunidades; la creación de las condiciones que permitan llegar a este resultado debe constituir el objetivo central de cualquier política nacional o internacional.”

Sin embargo, para Alain Supiot, la historia de después de la Segunda Guerra Mundial puede resumirse en esta constatación: es la historia de “un gran cambio”. A lo largo del tiempo, los grandes países desarrollados rompieron radicalmente con el espíritu de Filadelfia para desenvolver políticas estrictamente contrarias. El profesor de derecho social muestra “ese gran giro que parece haber abolido las lecciones sociales extraídas de la experiencia del periodo 1914-1945”. Precisamente, este gran giro de la mutación anglosajona de la economía francesa es el que acelera e incluso acaba con ella.

En el contexto de estas enormes transformaciones del capitalismo francés sobre el fondo de la aceleración de la globalización, hay que situar, en primer lugar, la patética historia de Jospin de 1997 a 2002 y después la de Hollande a partir de 2012. Una historia cuya continuación percibimos. Bajo las embestidas de la globalización, bajo los avances del capitalismo anglosajón, el primero accede a Matignon con las alforjas llenas de promesas de izquierdas, cede progresivamente el terreno, recula, se niega a sí mismo pero con tristeza. En un contexto más difícil, marcado por una crisis económica histórica, el segundo ya no lucha: el día de su acceso al Eliseo, cercano a algunos símbolos, aplica la política del campo contrario.

La promoción de la Generación MNEF

De alguna manera, a través de la historia del gobierno de Jospin, después del quinquenio de Hollande, sigue en paralelo el aumento de este capitalismo anglosajón. En 1997, Francia todavía solo se había convertido parcialmente a este capitalismo anglosajón y Jospin pudo acceder a Matignon con la ambición de desarrollar una política más anclada a la izquierda. Pero finalmente, cede día tras día a la presión de los mercados y abandona la mayoría de sus proyectos. Hasta la confesión final, patética, formulada durante su campaña presidencial: "Mi proyecto no es socialista”.

Pero cuando Hollande accede al Eliseo, este capitalismo anglosajón se reforzó considerablemente. De manera que el Jefe del Estado, ni siquiera amaga como Jospin; ni siquiera intenta mover un poco las líneas. ¡No! Desde el primer día, se pasa al campo contrario. O más exactamente, hace suyo el programa del campo de enfrente: subida del IVA, congelación del Smic (salario mínimo), desmantelamiento de los derechos laborales, etc.

En principio, es la época, más que los hombres, la que explica esta gran renuncia; época muy especial que ha visto la eclosión de un capitalismo inédito, mucho más desigual que el que le precedió y mucho más intransigente. Si embargo, los hombres también tienen su parte de responsabilidad. Y para comprender las razones de este naufragio, también hay que tener en cuenta este factor.

Respecto a esto hay una razón obvia. Resistiendo durante un tiempo a los avances del capitalismo anglosajón antes de ceder a su presión más tarde, a menudo sumándose a los valores que conlleva, muchos dignatarios socialistas han acabado por aprovechar los favores y prebendas que ofrece. No contamos a los altos funcionarios de izquierdas que se han aprovechado de las privatizaciones antes de convertirse en directivos sin diferenciarse en nada de sus homólogos del CAC 40. Además, durante el quinquenio de Hollande se ha podido verificar en vivo los estragos de este sistema consanguíneo, con una plétora de miembros de consejos, en el Ministerio de Finanzas, en Matignon e incluso en el Elíseo, que han sido reclutados en las grandes entidades financieras y que han vuelto a ellas rápidamente.

¡Nada muy asombroso! Si el socialismo ya no tiene un proyecto y se resigna a aplicar la política del campo contrario, es bastante lógico que vaya a reclutar a sus cuadros... a ese campo contrario para que la apliquen. De ahí la oscura historia que conocemos: el fichaje de Jean-Pierre Jouyet como Secretario General del Elíseo por parte de Hollande. Claro que es su amigo, pero también ha sido un ministro de Sarkozy y tiene numerosos vínculos de proximidad y afinidad con los sectores más reaccionarios de las altas finanzas parisinas. Y también el fichaje de Emmanuel Macron como Secretario Adjunto del Elíseo: antiguo gerente asociado de la banca Rothschild, y antiguo ponente de la Comisión Attali puesta en pie en 2007 por Sarkozy...

Personalidades de derecha o íntimamente ligadas a los medios empresariales en las más altas instancias del Estado: evidentemente esto no se debe, para nada, al azar ni a las amistades de François Hollande. Es una fase de la agonía del socialismo que ya no tiene alma ni ideal propio, ni siquiera altos funcionarios que defiendan o sirvan valores específicos.

Además, esta triste constatación no vale solamente para los altos funcionarios con los que se ha rodeado Hollande. Se puede decir otro tanto de algunas de las personalidades en las que se ha apoyado el Jefe del Estado a lo largo de su etapa de gobierno. Colocando en el puesto de primer secretario del PS a Jean-Christophe Cambadélis, condenado dos veces a prisión en el pasado con suspensión por faltas graves de ética pública (empleo ficticio), ofreciendo una cartera ministerial a su amigo Jean Marie Le Guen e instalando a Manuel Valls primero en Interior para acabar más tarde en Matignon, François Hollande puso en primera línea del poder a las figuras más conocidas de la generación Mnef (Mutua Nacional de Estudiantes de Francia. NdT) que en el pasado Lionel Jospin tuvoi cuidado de mantener a distancia de cualquier puesto de responsabilidad, por cuestiones referidas a la ética pública.

Triste historia pero, en verdad, bastante lógica: para acompañarlo en los cinco años de esta etapa de gobierno que acaba de forma bastante tumultuosa e inquietante, grotesca y grave, François Hollande instaló en el mando a los síndicos de la quiebras más improbables o los más infernales. ¿Se recuerda así lo que Arnaud Montebourg decía no sin razón, en 2011, durante las primarias socialistas de su rival Manuel Valls? Que: “no le faltaba más que un paso para ir a la UMP”. Y he aquí que tres años más tarde, en 2014, es este clon de la UMP (hoy Los Republicanos) que François Hollande promueve para dirigir un gobierno que se dice socialista.

Además es este fin lastimoso, sin dignidad, lo que llama la atención. Porque en otros países, ha habido partidos de izquierda que han tenido la franqueza o la valentía de hacer de su mutación un debate público y asumido. El caso más conocido es el ya mencionado del SPD, que en 1959, en Alemania anuncia su adhesión a la economía de mercado y se dota de una nueva doctrina en ruptura con el marxismo. El PS, él, no ha tenido nunca esa honestidad. Y si se implica en una gran mutación, o más bien en una gran conversión, a partir de los años 1982-1983, no lo asumirá nunca públicamente. Según la célebre fórmula de Jospin, este giro a la austeridad solo es “un paréntesis”. E incluso si este “paréntesis” no se ha cerrado nunca, el PS no ha tenido jamás la valentía de decirlo y asumirlo.

Al contrario, ha continuado fingiendo perpetuamente. Fingiendo llevar políticas de izquierdas, fingiendo defender siempre los mismos valores al servicio de los más pobres, por un mundo más justo... Y en esta triste comedia del poder en la que se ha convertido la escena socialista, -cuyo electorado de izquierda progresivamente ha dejado de estar engañado antes de sufrir una enorme exasperación-, François Hollande, hay que darle crédito, no ha tenido el papel protagonista. A veces otros le han birlado el protagonismo. Por ejemplo, Aranaud Montebourg. Así recordamos lo que decía el día en el que se conoció que François Hollande había tomado la decisión de sustituir a Jean-Marc Ayrault en Matigon por Manuel Valls, el socialista más contestado dentro de su propio campo y que incluso no había obtenido el 6 % de los votos en las primarias socialistas. Olvidando la proximidad que había revelado un poco antes entre la UMP y el interesado, el 3 de abril de 2014 Arnaud Montebourg, se precipitó al plató de France 2, para aplaudir a rabiar esta nominación: “Manuel Valls es un hombre apasionadamente de izquierdas. Quiero recordar que hemos militado juntos por el No contra el Tratado Constitucional Europeo en 2005. No olvido esos combates comunes […]. Sin duda, teníamos desacuerdos, vamos a confrontarlos con los hechos, pero hemos trabajado en el mismo gobierno y pertenecemos a una familia que tiene el deseo de cambiar Francia. Podemos hacerlo en armonía”.

Enemigos en 2011, amigos en 2014, de nuevo adversarios en 2016: ¿y querrán que el país llegue a comprender estas oscuras palinodias?

¡No! ¡La verdad es más cruel que esto! Es todo un mundo que se hunde ante nuestros ojos, en convulsiones a veces grotescas, a veces indignantes. Por ahora, solo François Hollande ha renunciado. Pero el Partido Socialista está abocado a desaparecer. Aquí acaba su larga historia.

Aquí comienza la esperanza de una refundación...



https://www.mediapart.fr/journal/france/051216/sous-le-naufrage-de-hollande-l-agonie-du-socialisme-francais

Caja negra

En esta “toma de partido”, he cogido algunos préstamos del libro que escribí en 2014 À tous ceux qui ne se résignent pas à la débâcle qui vient (Éditions Don Quichotte)

Traducción VIENTO SUR

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