Una imagen de la isla de Saltés. RAFAEL MORENO
“Quién iba a escapar
de un lugar rodeado de agua, repleto de esteros y caños de marismas,
fangosos e intransitables hasta para los mariscadores y estando frescas
frases de jefes de campos similares donde juraban y advertían sin cesar
que por cada uno que se escapara se fusilaría a diez”, escribe el
periodista Rafael Moreno en Perseguidos. Se refiere a la isla de Saltés, un paraje natural ubicado frente a Punta Umbría (Huelva) donde
se hacinaron más de 3.000 presos. Hoy está declarado Lugar de Memoria
por la Junta de Andalucía, pero hasta la fecha de publicación del libro,
2013, era un campo de concentración desconocido incluso en el
movimiento memorialista. Las autoridades militares –explica Moreno–
prepararon nuevos centros de internamiento para enviar a los soldados
republicanos hechos prisioneros tras la caída de Cataluña en 1939.
“Los detenidos llegaban con la ropa de soldados puesta,
era lo único que traían. Daba pena verlos. Allí eran dejados, en un
lugar donde no había ni luz, ni agua ni comida. Los mismos habitantes de
Saltés teníamos que ir a por agua a Torrearenilla”, rememora en la obra
María Nevado González, que vivió la mayor parte de su infancia en
aquella isla. “Estaban condenados al hambre y al frío, a la sed, la
desesperanza, a la espera del aval, a la humillación y el desprecio.
Afectados por toda clase de enfermedades (no se sabe cuántos pudieron
morir), soportaban los ataques de piojos, chinches y todo tipo de
insectos marismeños”, añade el periodista.
Solo en Huelva hubo tres campos de concentración de los
188 que se extendieron por todo el país, en los que miles de
trabajadores esclavos construyeron grandes obras públicas de las que se
beneficiaron empresas que hoy forman parte del Ibex35, como El Canal de los Presos, la mayor obra hidráulica de Sevilla. El Grupo de Trabajo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía,
de CGT-A, organiza periódicamente rutas a los campos de concentración
de la provincia sevillana. El viaje comienza en El Colector, una
construcción para el desagüe de los sanitarios de la zona sur de la
ciudad. “Llevamos muchos años intentando que se señalice este espacio”,
explica Cecilio Gordillo a las personas que han acudido.
La visita guiada continúa hacia Los Merinales, luego hacia
El Arenoso (en el límite entre Dos Hermanas y Los Palacios) y la última
parada es La Corchuela, en el término municipal de Dos Hermanas. “Este
campo de concentración es de los pocos donde se fusila. Aquí ejecutan a
dos que habían huido, uno de ellos ya estaba herido. Y obligan a todos
los presos del campo a ver la escena para que aprendan lo que puede
ocurrir si escapan”, prosigue Gordillo. Apenas quedan visibles las
ruinas de hormigón de los barracones. En el de Las Arenas, en La Algaba,
morían al mes entre 14 y 15 presos, cuenta en el documental Campos sin memoria la historiadora María Victoria Fernández Luceño.
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