jueves, 1 de diciembre de 2016

Entre el Federalismo y la Independencia: la cuestión nacionalista en Quebec


Entre el Federalismo y la Independencia: la cuestión nacionalista en Quebec




Entre el federalismo y la independencia:
la cuestión nacionalista en Quebec
  Javier Esteban
Pieza de arte con el escudo y lema de Quebec, "Je me souviens" (Me acuerdo).

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En el panorama internacional, Canadá se muestra como un país donde la paz, la cooperación y unidad nacional son símbolos de su desarrollo. No obstante, este país cuenta con el conflicto sociopolítico y territorial de una de sus provincias, Quebec, la cual ha sufrido una historia de acontecimientos que le han hecho ser una región exclusiva en el territorio norteamericano. Durante largas épocas, las reivindicaciones independentistas han representado los objetivos supremos de los quebequenses.
El tema nacionalista no es algo reciente invocado y tratado en nuestros días. Todas las disputas separatistas han presentado históricamente un choque sociopolítico y territorial entre una pequeña región y un gran Estado.
El tema de la secesión es tan antiguo que tenemos que retroceder hasta la Antigua Grecia, cuando surge el concepto de la secessio plebis.
Este concepto hacía referencia a la organización de una huelga general por los plebeyos romanos con el fin de solicitar ciertos derechos políticos. De este modo, la condición necesaria —aunque posiblemente no suficiente— para que se dé una secesión es la “causa justa”, es decir, una prioridad clara de las diferentes razones o causas que justifican de algún modo la secesión.
Hoy en día, son varios los nacionalismos imperantes en las fronteras territoriales. Los más populares —o por lo menos los más mediáticos— afectan al continente europeo.
Desde Escocia, que llegó a celebrar un referéndum en el año 2014, pasando por la diferenciación sociocultural de Flandria en Bélgica o de los bretones en Francia y llegando incluso al auge separatista catalán, tan célebre en el contexto actual, sin caer en el olvido el conflicto histórico que ha enfrentado al pueblo vasco con el aparato central español. T
ambién existen otras reivindicaciones nacionalistas fuera de las fronteras europeas, como la tiranía rusa sobre el pueblo checheno o la opresión de China que ha sufrido la región del Tíbet , entre otros. En naranja intenso, las regiones donde el nacionalismo ha sido reflejado en referéndums. En tono templado, las regiones donde el nacionalismo está bien estructurado por medio de movimientos sociopolíticos. En naranja claro, las regiones donde el nacionalismo se presenta más histórico que influyente, aunque tal reivindicación cuente con representación política. Fuente: El Conde
Son numerosas las reivindicaciones nacionalistas y, aunque cada cual surge por unas causas muy concretas, lo que resulta evidente es que todos ellas comparten básicamente dos principios claros: el de la soberanía nacional y el de la nacionalidad.
Sin embargo, desde el otro lado del Atlántico, más concretamente en Canadá, parece que se encuentra una cuestión nacionalista con una particular cronología e ideales culturales diferenciados del resto de regiones: Quebec.
La configuración como sistema federal en Canadá se inclina especialmente por la composición de sus antagónicas provincias, pero hemos de considerar la individualidad y la exclusividad que define a Quebec como un Estado-provincia para entender sus reivindicaciones de autodeterminación. La bandera de Quebec está formada por la cruz de San Jorge, debido al dominio anglosajón en el territorio, y cuatro flores de lis, que escenifican la influencia francesa en la región. Fuente: SIPSE
Los primeros pasos de Quebec:
desde el dominio francés hasta la opresión inglesa
Antes de la llegada europea, la región de Quebec estaba habitada por diferentes pueblos aborígenes, como los inuits —también conocidos como esquimales—, los hurones, los innus o los mohawks, entre otros pueblos nativos.
En 1534, el explorador francés Jacques Cartier realizó el descubrimiento del río San Lorenzo, un gran río que no solo atraviesa buena parte de la región quebequense, sino que también se extiende por la provincia de Ontario y tiene desembocadura en el océano atlántico.
Dicho descubrimiento dio lugar a la ocupación europea sobre el territorio de Quebec, cuyo nombre, otorgado en 1608 por el navegante francés y fundador de la región de Quebec Samuel de Champlain, significa en la lengua indígena estrecho, debido a que la región está rodeada por la orilla del río.
Con la fundación del territorio, muchos habitantes franceses —católicos— comenzaron a asentarse allí. Los autóctonos de Quebec, también denominados canadiens, fueron incorporando progresivamente la cultura y las costumbres francesas en su región conforme el número de habitantes franceses crecía, en detrimento de los pueblos aborígenes, que quedaron territorialmente marginados. El control de territorio americano por parte de Francia era muy extenso —llegaba incluso hasta Nueva Orleans, en EE. UU.—, mientras que Gran Bretaña manifestaba escasamente su dominio sobre las trece colonias del este. Fuente: Virginia Places
Durante el siglo XVIII tuvo lugar la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que enfrentó a Gran Bretaña y Francia, cuyo conflicto se extrapoló a las respectivas colonias en el continente americano. El fin de la guerra trajo consigo, entre otras cosas, el Tratado de París (1763), por el cual el reino de Gran Bretaña pasaba a tomar posesión sobre Nueva Francia, al tiempo que los aristócratas franceses abandonaban el territorio.
El nuevo dominio británico sobre Nueva Francia desembocó en protestas civiles y enfrentamientos entre los canadiens y las principales instituciones anglosajonas que dirigían el funcionamiento de la demarcación.
Como solución, en 1774 la Corona real inglesa promulgó la Ley de Quebec, por la cual el Imperio británico reconocía oficialmente la lengua francesa, la religión católica y el Derecho romano—en vez del anglosajón— como rasgos característicos y necesarios para la supervivencia del territorio.
Este acontecimiento hizo disminuir la tensión social entre los territorios al tiempo que la diferenciación sociocultural e ideológica se hacía palpable entre el pueblo de Nueva Francia y el resto de regiones, protestantes.
En este sentido, el Imperio británico se vio obligado a realizar alguna modificación para la eficaz estructuración de la región de Canadá y en 1791 —quince años después de la independencia de las trece colonias y del nacimiento de Estado Unidos— promulgó la ley constitucional, por la cual se instauraba la primera Constitución completa de la región de Canadá, formada básicamente por dos provincias: Alto Canadá y Bajo Canadá. El Acta Constitucional de 1791 dejaba la región de Canadá compuesta por dos provincias: Alto —Haut— Canada, donde habitaba la mayoría anglosajona, y Bajo —Bas— Canadá, habitada por una minoría de influencia francesa. Fuente: Cyberligne
Aun habiendo dividido la región en dos provincias diferenciadas, la opresión británica sobre los canadiens era una constante en el Bajo Canadá.
El apoyo británico hacia los territorios e instituciones de tradición anglosajona era más que considerable y muestra de ello fue la publicación de la Lista Civil, de Jean. L. Papineau (1818), que recogía los privilegios de los que gozaban los gobernadores ingleses.
La tensión entre habitantes franceses e ingleses volvía a destacar en el panorama canadiense. Mientras los primeros anhelaban tener un gobierno propio, donde el desempeño de las instituciones funcionase acorde a sus intereses, necesidades y costumbres —las 92 Resoluciones—, los segundos defendían la exigencia obligada de lealtad al Imperio británico —las 10 Resoluciones de Russell—.
En este contexto se originó el Movimiento de los Patriotas (1838), una revuelta de un conjunto de habitantes franceses que combatieron contra las tropas canadienses-británicas con el fin de evitar la opresión que los canadiens vivian. La derrota de los patriotas trajo la nueva organización de las dos provincias en una Provincia Unida de Canadá.
No obstante, esta solución resultaba no ser la adecuada para la correcta cohesión y desarrollo social entre los dos pueblos. De esta manera, en 1867 Gran Bretaña declaró el Acta de la Norteamérica Británica, por la cual Canadá se organizaba en cuatro provincias: Quebec, Ontario, Nueva Escocia y Nueva Brunswick. Fuente: Parlamento de Canadá
Desde entonces, el conflicto sociocultural se suavizó notablemente.
La solución de haber estructurado el territorio en cuatro provincias parecía resultar eficaz de cara a la autonomía y desarrollo de sus propias instituciones y su cultura.
No obstante, Gran Bretaña seguía manteniendo el control y la dirección sobre los asuntos exteriores que afectaban a Canadá, y tal dominación fue distinguidamente influyente durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial.
En 1917 se publicó la Concription o Ley de Servicio Militar, un documento normativo que establecía la obligación de los habitantes canadienses de participar en la Gran Guerra.
Este hecho produjo un cierto malestar en la población quebequense, pues los canadiens consideraban que había cuestiones más relevantes que resolver dentro de la propia Canadá; dicho de otra manera, apreciaban que los problemas imperiales no debían priorizarse a las cuestiones de la población canadiense, basadas en “la condición de su doble etnicidad y de su carácter bilingüe”, según el fundador del periódico Le Devoir, Henri Bourassa.
Para ampliar: Le rouge et le bleu : une anthologie de la pensée politique au Québec de la Conquête à la Révolution tranquille, Yvan Lamonde y Claude Corbo, UdeM
El resurgir del sentimiento québécois:
La Revolución Tranquila
Con el transcurso de los años, el sentimiento de diferenciación territorial por parte de Quebec iba aumentando entre la población al mismo tiempo que los planes del Gobierno canadiense se enfocaban cada vez más en suprimir tales deseos secesionistas.
Así, el Gobierno nacional de M. Duplessis planificó realizar un proyecto de centralización para aumentar el control sobre las competencias provinciales, en beneficio de la capacidad estatal.
Este acontecimiento repercutió en el nacimiento del movimiento de los automatistas durante la década de los 40 y la posterior proclamación del manifiesto conocido como Refus global (‘Rechazo total’), que repercutirá en el nacimiento de un sentimiento de diferencia en la población quebequés.
El documento se oponía tanto al carácter históricamente conservador del Gobierno estatal anglosajón, que había intentado difuminar la integridad territorial de Quebec, como hacia el papel de la Iglesia católica, que había suministrado e instaurado un conjunto de valores sociopolíticos y culturales anclados en un pensamiento totalmente arcaico. El Refus global fue un manifiesto respaldado por un conjunto de autores surrealistas procedentes de distintas ramas artísticas. Fuente: Pinterest
A partir de 1960 dio comienzo lo que históricamente se ha conocido como la Revolución Tranquila.
En términos sencillos, la Revolución Tranquila fue la época donde se produjo un alto desarrollo del Estado-provincia de Quebec a través de numerosos cambios sociales y una fuerte intervención provincial en diversas esferas de la sociedad.
Jean Lesage era por aquel entonces primer ministro de la Asamblea Nacional de Quebec y el proceso de nacionalización de la empresa Hydro-Québec fue su primera gran medida, que supuso otros cambios estructurales de la sociedad: gestión de pensiones por el Gobierno provincial, separación en el distrito de la función eclesiástica y el poder ejecutivo, cajas de ahorro regionales…
Todo ello supuso una clara secularización de una sociedad altamente católica, un aumento en la igualdad de sexos con la fuerte entrada de las mujeres en el trabajo y, por supuesto, la construcción de una nueva identidad nacional quebequense destacada por el uso de la lengua francesa.
De esta manera, en 1976 el político René Lévesque, del Partido Quebequés, propulsó la Carta de la Lengua Francesa en la promulgación de la Ley 101, que establecía el francés como la lengua oficial en el trabajo, en la educación e incluso en la comunicación.
La Revolución Tranquila estaba suponiendo la modificación sociocultural de los habitantes de Quebec, pero de una manera totalmente contradictoria a la definición de revolución, es decir, desde una postura pacífica y sin grandes percepciones por parte de la sociedad canadiense.
La población de la región fue restableciendo así unos valores y una ideología remotos que chocaban con el pensamiento anglosajón procedente del resto de territorios de Canadá.
En este panorama de auge independentista, Lévesque decidió llevar a cabo el primer referéndum de independencia vinculante en la región de Quebec en el año 1980, en el cual el no a la independencia de Quebec fue apoyado por casi el 60 % de la población.
Aunque el resultado fuese negativo de cara a la autodeterminación quebequense, el asunto estaba ya sobre la agenda política, y esto produjo cierta inquietud en el Gobierno central.
El primer ministro decidió entonces planificar la realización de una Constitución federal con el apoyo de todos los líderes provinciales, salvo el primer ministro quebequense, lo que produjo posteriormente la caída del poder de Levesque como líder del Partido Quebequés.
En 1995 se decidió realizar un segundo referéndum para la independencia de Quebec; esta vez los resultados quedaron más ajustados: el no fue victorioso con una diferencia de 54.000 votos y una participación del 90%.
Aunque este hecho tuvo consecuencias terribles tanto económica —descentralización de varias empresas— como políticamente —resentimiento de las relaciones entre Quebec y el resto de provincias—, también supuso considerables modificaciones estructurales en la sociedad, como la liberalización del mercado, nuevos acuerdos de libre intercambio con Europa o la internacionalización de la economía canadiense.
¿Derecho a la autodeterminación o a la integridad territorial? La democracia consensual
Resulta claro que, desde el surgimiento de la Revolución Tranquila y tras todos los acontecimientos producidos por ella, Quebec se ha mostrado como una potencia competente dentro del panorama internacional.
Quebec tiene legitimidad constitucional para llevar a cabo ciertas actividades ajenas al Gobierno central dentro del mercado único, ya que decide sobre sus propias políticas económicas y de actividad en el exterior.
La provincia de Quebec dispone de las mismas competencias exclusivas —salvo la jurisdicción de Quebec, que se rige por el Derecho civil de inspiración francés en vez del sistema anglosajón de Common Law— que el resto de provincias canadienses, pero el hecho diferenciador es que esta región ha sabido inmiscuirse dentro del mercado mundial exportando ciertos recursos que la hacen ser internacionalmente autosuficiente.
De hecho, Quebec cuenta desde hace ya unos años con un ministerio propio de Relaciones Internacionales y Francofonía, lo cual fomenta el crecimiento y la prosperidad de la región y, por supuesto, apoya la propia identidad y cultura quebequesas. El top 10 de los países que más importaciones reciben por parte del Gobierno de Quebec. Se pretende fortalecer la capacidad de acción y de influencia de Quebec sobre el mercado global. Fuente: Les Affaires
Este hecho —además de que Quebec se muestra como la provincia canadiense con más diversificación industrial y con una cultura netamente diferente a la canadiense— ha provocado que desde 2006 el Parlamento canadiense reconociera a Quebec como “una nación dentro de un Canadá unido”. No obstante, hemos de entender que este reconocimiento nacional se ha hecho desde una perspectiva únicamente sociocultural y no desde la ley.
A día de hoy, el sentimiento de independencia parece haberse quedado estancado entre la población. Es cierto que la posible independencia traería consigo ciertos beneficios fructíferos para la región, como un mayor control sobre sus servicios públicos —sanidad, educación o inmigración—, además de un reforzamiento de la región de cara a un probable aumento en la participación internacional.
No obstante, hemos de considerar que esta posible secesión del territorio conllevaría también ciertos costes importantes, como una clara desestabilidad e inseguridad económica o una posible degradación del proyecto internacional por un bloqueo.
¿Y qué piensa el pueblo de Quebec?
Pues los datos obtenidos por las encuestas realizadas parece que refuerzan esta difuminación ideológica.
Ejemplo de ello es el Bloque Quebequés, que, si en 1993 representaba al 13% de la población en Canadá y el 40% en Quebec, en 2011 atraía solamente el 6% de apoyo nacional y el 30% en la provincia de Quebec; o la caída representativa del Partido Quebequés de 77 escaños en 1994 a menos de la mitad —33— en 2014. Cerca del 50% de la población canadiense considera que la mejor solución para Quebec es que se mantenga dentro del sistema federal en vez de un posible proyecto soberanista (27%) o el mantenimiento regular en el sistema federal (29%). No obstante, esta relación entre Quebec y Canadá debería ser reformulado a través de un cambio constitucional, considera el 40% de la población. Fuente: L´actualité
En 2010, la Corte Internacional de Justicia emitió un fallo positivo de cara a la legalidad de la declaración unilateral de la independencia de Kosovo en 2008.
Este fallo sirve como un instrumento de defensa de su propio derecho de autodeterminación, recogido en la Carta de las Naciones Unidas desde 1945:
“El pueblo quebequés tiene el derecho inalienable a decidir libremente el régimen político y el estatus jurídico de Quebec”. Sin embargo, confusamente, dicho derecho choca frontalmente con el derecho a la integridad territorial de los estados, también recogido en el mismo documento.
De cualquiera de las maneras, hemos de considerar que un proyecto secesionista requiere un debate público transparente y consensual, o, como decíamos al principio del artículo, una causa justa entendida, debatida y respetada por la ciudadanía.
Y, aunque la cuestión se ha difuminado desde la celebración del segundo referéndum de independencia, Quebec sigue manteniendo un patrón cultural e ideológico representado por los propios quebequenses y que choca con las metas y objetivo del país. Tal vez por eso su lema “Je me souviens” (“Me acuerdo”) sigue siendo la seña de identidad en un buen porcentaje de la población.

Acerca de Javier Esteban 2 Articles


Madrid, 1994. Estudiante de Sociología y Ciencias Políticas. En mi tiempo libre, también me dedico a estudiar Derecho. Apasionado por comprender cómo se estructuran las sociedades, cómo la política orienta su funcionamiento y cómo se fraguan las luchas de poder en las relaciones internacionales.

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