miércoles, 26 de febrero de 2020

La Geopolítica del caos colombiana


La Geopolítica del caos colombiana






Colombia
Juan Gabriel Caro Rivera


En los últimos cincuenta años, la historia de Colombia se ha caracterizado por una progresiva desintegración de los principios espirituales de nuestro pueblo, provocado principalmente por la apostasía sistemática de la clase dirigente colombiana de cualquier reminiscencia del catolicismo integral (es decir, la defensa dogmática de la fe y de sus instituciones y no del uso de la religión con fines políticos o usarla como barniz para ocultar la hipocresía personal); el ataque constante a nuestras tradiciones nacionales arraigadas en el Barroco y el hispanismo (defensa de la cultura española, criolla y autóctona, representada por los grupos étnicos indo-hispánicos fundidos exitosamente en un imperio por los conquistadores españoles); el abandono de los principios de subsidiariedad y de las tradiciones corporativistas heredadas de los pueblos indígenas y del catolicismo en favor del capitalismo de libre mercado y, finalmente, la entrega de nuestra soberanía nacional a grandes organismos internacionales que terminarán por sepultar los viejos restos del derecho positivo constitucional para crear un gran “super-derecho” positivo internacional ya en formación (derechos progresivos, instituciones internacionales, defensa de los derechos humanos, la ONU convertida en el primer paso para un gobierno mundial). Este profundo desorden en nuestros principios espirituales ha causado un profundo desorden material en nuestra nación golpeada por toda clase de terrorismo, incapacidad para industrializarse y modernizarse en algún campo económico especifico, seguido por guerras intestinas, corrupción, debilidad, ineficacia gubernamental e ineptitud estatal. Colombia, por lo tanto, ha renunciado a ser parte de la christianistas minor, es decir, de los pueblos bautizados e incorporados a la Iglesia latina por España, para simplemente disolverse en la Modernidad occidental.

Bajo estos presupuestos, es difícil considerar a Colombia como un país normal y estable en ninguna de las posibles definiciones de estas palabras, pues desde hace cincuenta años, enfrentamos episodios graves de violencia que comenzaron con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán (líder socialista y nacionalista cercano a la Tercera Posición) que desembocaron en El Bogotazo, la creación de guerrillas armadas y el Estado de sitio permanente de las instituciones colombianas frente a grupos insurgentes de corte marxista-leninista (FARC), maoísta (EPL) y cercanos a la teología de la liberación (ELN). Estas guerrillas, nacidas de los desórdenes producidos por el estallido social provocado por el asesinato del caudillo político más seguido del Partido Liberal Colombiano, terminó por consolidar una situación de constante zozobra nacional en la cual diferentes intentos de operaciones militares y procesos de paz han intentado cubrir o reconciliar.

Lo cierto es que en Colombia existe una situación de violencia que, en ciertos momentos ha estallado con más fuerza que en otros. A principios de 1990 hasta el 2003 los paros armados, bombardeos de torres eléctricas, los ataques a cuarteles del ejército, los asesinatos y los secuestros de la población civil eran noticias muy comunes en Colombia. Las guerrillas comunistas colombianas, impulsadas por el floreciente mercado del narcotráfico, que pasaron de ser monopolio de los Carteles y el crimen organizado a estar protegidos por las diferentes guerrillas, dieron un gran impulso a su ofensiva por intentar tomarse el poder. Fue así como las FARC, la guerrilla más antigua del continente, comenzó una ofensiva que planeaba tomar la ciudad de Bogotá, capital del país, a través de la intensificación de su guerra contra el gobierno colombiano.

Pero debido al Plan Colombia, firmado por la administración Clinton y puesto en práctica por la administración Bush, se produjo un poderoso fortalecimiento del ejército (Colombia posee el ejército más grande de la región en proporción al número de habitantes), seguido de una serie de medidas políticas (apertura del espectro político colombiano, creación de múltiples partidos políticos, transición hacia una democracia de minorías y mundialista) y económicas (tratados de libre comercio, apertura a la inversión extranjera, revocación de cualquier política económica proteccionista, desindustrialización acelerada) que tenían como objetivo homologar al país con el resto de entidades estatales globales después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, siguiendo de este modo una lógica neoliberal en la estela del “Nuevo Orden Mundial” proclamado por los Estados Unidos. Debido a esto, durante la administración de Álvaro Uribe y luego durante la administración de Juan Manuel Santos (ambos pertenecientes a la derecha y la izquierda mundialista respectivamente), se aseguraron los lazos de Colombia con el mundialismo de Estados Unidos (convirtiendo a este país en su principal aliado en la región) y de este modo ha sido paulatinamente integrada en las diversas plataformas mundialistas como la OCDE, la OTAN, la OMC, etc… Después del arrinconamiento militar de las guerrillas comunistas por parte de la administración de Álvaro Uribe, y el proceso de paz llevado a cabo por Juan Manuel Santos (procesos que duraron desde el año 2001-2018), la situación del conflicto interno se ha tranquilizado, pero nunca ha desaparecido, pues existen múltiples grupos y estructuras armadas que causan una geopolítica del caos en el país (grupos narcotraficantes, guerrillas armadas, paramilitares, etc.) que mantienen un estado de permanente conmoción en la nación.

Uno de los últimos intentos de llevar a cabo una despolarización de la situación política de Colombia, fue el intento al final del gobierno de Juan Manuel Santos de iniciar conversaciones de paz con el grupo armado del ELN, con la intención de lograr un acuerdo paralelo al de las FARC y conseguir la desmovilización de la segunda guerrilla más importante del país. Sin embargo, estas negociaciones llegaron a un abrupto final debido a diferentes razones internas (triunfo de un candidato mundialista en la presidencia como Iván Duque) y externas (aumento de la presión internacional sobre Venezuela por parte de Estados Unidos).

Ahora bien, podemos decir, que la situación en el norte de Sudamérica no pinta nada bien, pues la continua inestabilidad del gobierno venezolano (cada vez más insoportable desde un punto de vista internacional), sumado a la migración masiva y al aumento de las tensiones en la región, predisponen a Colombia a convertirse en un punto principal donde convergerán los grandes intereses mundialistas y sus enemigos para resolver sus disputas, de un modo parecido a lo que acontece en Siria y el Medio Oriente. Entre los diferentes factores que pueden afectar negativamente la seguridad de Colombia podemos contar los siguientes problemas:
Colombia es geoestratégicamente hablando muy importante, pues es el único país de Sudamérica que posee fronteras marítimas con el Atlántico y el Pacifico, siendo la llave de entrada, además, a todo el continente. Esta posición central lo convierte en un territorio que articula las grandes regiones del Mar Caribe (el Mediterráneo americano), la Cordillera de los Andes y la región amazónica, compartiendo una frontera común con estas tres regiones y convirtiéndose en un paso obligado para poder llegar a alguno de estos sitios. En este sentido, Colombia se convierte, desde el punto de vista de la geopolítica, en el pivote geográfico de la historia que reúne en su interior todas las características geográficas y políticas importantes. A pesar de todos estos principios geopolíticos, tanto la derecha como la izquierda colombiana han sido incapaces de crear una geopolítica coherente alrededor de las fronteras nacionales y la importancia del territorio colombiano en los posibles conflictos que se desarrollarán en el futuro. Esta carencia de una geopolítica propia se revela en la incapacidad de los lideres colombianos de velar por los intereses continentales y la seguridad nacional en pro de potencias extranjeras y sus luchas por el poder a nivel mundial. En su lugar, han reemplazado la creación de una geopolítica propia, hispanoamericana, imperial y continental con una geopolítica de corte talasocrático que vela por los intereses del libre mercado y la imposición de una agenda globalista en todos los niveles culturales, sin contar con la desarticulación de cualquier unión o federación propia dirigida a contrarrestar el peso de los Estados Unidos en Sudamérica y la adaptación de Colombia para convertirse en una plataforma para un posible conflicto mundial. Todos estos elementos han terminado por marcar la realidad geopolítica del país que se ha convertido en un objeto en manos de los intereses foráneos y extranjeros. La reciente inclusión de Colombia dentro de la OTAN, sumado a la integración económica, política y militar del país en la geopolítica atlantista no pueden sino hacer de este país una prolongación, en todos los niveles, de la hegemonía Occidental. En pocas palabras, Colombia se ha convertid en un objeto de la globalización, pero no en un sujeto con derecho autónomo en la misma.

Además de su importancia geográfica, podemos agregar que Colombia posee una extensión considerable del norte de la Amazonía, territorio que es ampliamente codiciado por las fuerzas mundialistas que esperan balcanizar la región y convertir el Amazonas en un territorio internacional, administrado por la ONU. Plan que ya ha sido enunciado varias veces, empezando por las ideas del expresidente de la extinta URSS Gorbachov por convertir la Amazonia en un territorio ecológico internacional o por las declaraciones expresadas por altos funcionarios de la Unión Europea por hacerse con las grandes reservas hídricas de la amazonia brasileña para asegurar el futuro del Primer Mundo. Ya Colombia ha firmado varios pactos para poner este territorio en manos de organismos internacionales que, con la ayuda del Vaticano, esperan crear una nueva iglesia amazónica, panteísta y feminista, mientras las grandes potencias mundialistas como Estados Unidos y la Unión Europea esperan para abalanzarse sobre los grandes recursos de la zona. La creación de un Estado independiente, conformado por la suma total de toda la región amazónica, balcanizaría todas las fronteras nacionales y simplemente prolongaría el proceso de desintegración territorial que han sufrido la mayoría de los Estados del continente debido a la Independencia. Además, la Amazonía se está convirtiendo en el centro de la creación de una nueva espiritualidad adaptada a las exigencias de la globalización, que pretende reemplazar el cristianismo por una teosofía feminista que promueva los cultos paganos matriarcales. Además, las operaciones militares pan-amazónicas llevadas a cabo por el gobierno de Estados Unidos a finales del 2018, con la intención de cercar a Venezuela, pueden tener también como motivo la preparación de una gran guerra regional más general que puede involucrar a los territorios de Colombia, Ecuador, Perú, Surinam, Brasil, Venezuela, Bolivia, Guyana y Guyana Francesa. Esta posible guerra regional general parece estarse gestando en las sombras con el total desconocimiento o ignorancia de las autoridades nacionales de las naciones afectadas. Descontando los territorios de ultramar, dominados todavía por potencias extranjeras (Surinam, Guyana y Guyana Francesa), no existe entre las autoridades nacionales de los países afectados ningún programa de integración de las fuerzas militares regionales haciendo frente a una posible invasión extranjera. En cambio, es ostensible la colaboración de los gobiernos nacionales con potencias extra-regionales que están expandiendo sus intereses en la zona.

Otro de los factores de desestabilización para Colombia se encuentra en su línea fronteriza con Venezuela, que es el principal oponente ideológico de Estados Unidos en la región, además, la evolución social y política de Colombia es completamente opuesta a la de Venezuela. La élite de Colombia abrazó el capitalismo, el individualismo, el cosmopolitismo y la sociedad mecánica occidental globalista en todas sus formas, mientras que Venezuela está intentando crear un proyecto alternativa al Nuevo Orden Mundial, desde una plataforma socialista, nacionalista y multipolar (que posee en su seno múltiples contradicciones y ha sido la causa de una guerra civil en su interior entre una parte de la izquierda nacionalista y el social-globalismo mundialista conectado a Cuba, la Unión Europea y los Estados Unidos). Estas profundas diferencias en los modelos de ambos países son la causa que prepara una futura confrontación militar entre ambos, ya que tienen aliados enfrentados en otras partes, especialmente Oriente Medio. Colombia es aliada de Estados Unidos, mientras que Venezuela es cercana a Irán, China y Rusia. Siendo territorios que antes conformaban una única entidad política (primero como el Virreinato de la Nueva Granada y posteriormente como la Gran Colombia), el principio de unidad geopolítica se ha mantenido, sino en la práctica, al menos sí en sus circunstancias objetivas, lo que ha producido que ambas naciones, a pesar de contar con una rica historia común, estén adoptando modelos ideológicos diferentes que recuerdan al desgarramiento ideológico producido en muchas partes del mundo debido a la confrontación planetaria entre el liberalismo y el comunismo (Alemania, Yemen, Corea, Vietnam, etc.). Pareciera que un escenario parecido se está preparando entre bastidores y ya ha habido roces. El gobierno revolucionario de Venezuela se ha caracterizado por grandes compras de armamento y la modernización de su infantería mecanizada, fuerza aérea y sistemas de defensa, sin hablar de la creación de un ejército popular y milicias armadas que se preparan diariamente para una posible invasión norteamericana. Por otro lado, el territorio colombiano alberga siete bases militares de Estados Unidos, muchas de las cuales están cerca de la frontera venezolana. Las fuerzas armadas colombianas no están preparadas para una guerra convencional contra otro país, pues se especializan sobre todo en la lucha contra fuerzas irregulares guerrilleras, pero esto podría cambiar pronto. Además, son comunes los choques entre el ejército venezolano y las fuerzas armadas colombianas en la frontera de la región del Orinoco, rica en petróleo y recursos minerales.

Complicando aún más el panorama, las guerrillas comunistas en Colombia son aliadas de facto del gobierno venezolano, pues tanto las FARC como el ELN tienen nexos con el gobierno cubano y con Venezuela, especialmente el ELN que al parecer colaboró con Chávez en su primer intento de golpe de Estado en 1992. Una vez Chávez llegó al poder, se hizo aliado oficialmente del ELN y las FARC. Por lo que la reactivación de las guerrillas de las FARC y el ELN es un modo en que Venezuela realiza una guerra de cuarta generación contra Colombia, temiendo una posible intervención de Estados Unidos. Las FARC, que oficialmente se habían desmovilizado como actor armado en el 2018, ha sufrido varias divisiones y existen disidencias de la guerrilla que jamás participaron en el proceso de paz o algunas facciones de la misma que se han puesto nuevamente de pie contra el gobierno colombiano, al que acusan de no cumplir con los acuerdos firmados. El ELN también ha suspendido oficialmente cualquier proceso de paz con el Estado colombiano y ha vuelto a proclamar paros armados en las rutas del país. Esta constante situación de desorden público, sumado a la existencia de grupos no-estatales como bandas criminales, autodefensas y narcotráfico, fragmentan por completo el control del territorio del Estado colombiano tanto en el campo como en las ciudades mismas, convirtiendo al país en un lugar caótico. Otra característica de las guerrillas colombianas es que, a pesar de su anti-imperialismo, han adoptado una línea cada vez más cercana a la Nueva Izquierda, defendiendo el homosexualismo, el feminismo, la ideología de género y el anarquismo comunalista kurdo, produciéndose incluso intercambios de combatientes e ideas entre las FARC y el PKK. Esto, ha llevado a ambos grupos a adoptar un nuevo modelo revolucionario para la construcción del socialismo basado no en la dictadura comunista sino en el municipalismo anarquista y feminista de Murray Bookchin.

Finalmente, la situación social y económica de Colombia se vuelve cada vez más insostenible, pues el modelo extractivista (basado en la minería) está haciéndose cada vez más precario debido a las limitaciones de su propio modelo de desarrollo. Por supuesto, Colombia ha ampliado el mercado de sus clientes con el ascenso de países como China e India que en su fase de ascenso industrial requieren cada vez más materia prima, sin embargo, esto también ha destruido el carácter de la colonización colombiana y de su desarrollo económico. A pesar del desmedido crecimiento de las ciudades y la minería extractiva, Colombia sigue siendo una nación agrícola y ganadera, a diferencia de Venezuela, donde sí se ha producido una destrucción total de la agricultura debido al predominio de la economía petrolera. No obstante, la adopción por parte de la elite colombiana del capitalismo neoliberal ha destruido en los últimos tiempos los resquicios del mercado nacional, basada sobre las ideas del proteccionismo económico durante los penosos intentos del país para industrializarse durante los años de 1920-1930. Estas medidas proteccionistas de la precaria industria nacional desaparecieron con la apertura económica de 1990 y sobre todo a partir del año 2000 cuando se firmaron tratados de libre comercio con Estados Unidos, los cuales tuvieron como efecto inmediato la supresión de la poca industria pesado del país y aceleraron la destrucción de la agricultura nacional, lo cual amenaza nuestra soberanía alimenticia. El abandono de cualquier clase de reclamo de la justicia social por parte de las fuerzas políticas colombianas, que adoptaron gustosamente la ingeniería social globalista (ideología de género, liberalismo cultural, aborto, eutanasia, etc) ha dejado un vacío terrible que precariza la existencia de las capas bajas y pobres abandonadas a su suerte. La situación de la salud, las pensiones, la educación, la estratificación social y demás está convirtiendo al país en una bomba de tiempo social a punto de estallar y a la cual no se aplica ninguna clase de paliativo.

Como se puede ver, la situación de Colombia es bastante precaria en todos los niveles, y en la medida en que esto continúe se puede decir que vienen grandes catástrofes de índole internacional, político y económico. La necesidad de encontrar una alternativa a esta violenta tormenta que amenaza con convertir a Colombia en un Estado fallido, desgarrado por todos lados y destruido espiritual y materialmente, se hace imperiosa. De allí la necesidad de una nueva propuesta metapolítica que tenga como fundamento el rescate de los principios de justicia social y reconstrucción de los principios espirituales nacionales. Esta metapolítica será el punto de partida de una nueva lucha continental que tendrá como fundamento la superación de los grandes retos que se perfilan en el horizonte mundial. Ese torbellino que amenaza con engullirnos y que deberá ser conquistado por aquellos guerreros que demuestren su valor frente a la adversidad.

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