miércoles, 26 de febrero de 2020

Tiene usted derecho a cedernos la mente


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Tiene usted derecho a cedernos la mente



Nos situamos siempre en la contradicción. Entre el deseo y el asco. Sentimos ambos tipos de sentimientos incluso ante conceptos aparentemente inequívocos como «libertad». Estrictamente hablando, no somos capaces de solidificar nuestra posición frente a nada. Siempre surge algún matiz, alguna tensión que rompe el criterio y extermina la posibilidad de universalidad. Unas veces con carácter espontáneo, otras por un oportunismo específico. Estamos atrapados.
Pronto, nada garantizará la privacidad de nuestras mentes. Se nos entregará un papel y una diadema. En el papel leerás advertencias y cláusulas redactadas en Times New Roman 4. Todo será simple, rápido y, aunque carezca de la más mínima importancia, legal. Unas cuantas casillas por marcar en un documento impreso por duplicado o por triplicado. Nadie realizará una sola observación. Todo proseguirá para evitar los costes derivados de una no conformidad. Y el 1% de la población mundial, en lugar de ofrecer en bandeja de plata su alma, colonizará y parasitará la de los demás.
Los cambios irrumpirán tal y como han irrumpido siempre. Realzando las virtudes y destacando las cualidades que concede y permite el avance. En primer lugar, para que lo innecesario termine siendo irremediablemente necesario. En segundo lugar, para que la finalidad permanezca oculta, solo visible en la geografía de la intuición, pero nunca confirmada por parte de una sola empresa e institución.
A menudo hemos creído que el desarrollo de la tecnología perfecciona nuestras vidas, ensancha la libertad de la que disfrutamos y facilita el ser. El aprisionamiento que experimentamos en la esfera personal se cae siempre de la mesa. Vemos arquitectura y marketing cada día para celebrar la virtud funcional. Sentimos un extraño frío ante la sofisticada esencia de la próxima realidad mundial.

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