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Fascismo y responsabilidad compartida
La irrupción de Vox en el Parlamento andaluz ha
sacudido como nunca el escenario político de todo el Estado, pero hace
ya tiempo que el neofascismo se estaba colando por la puerta de atrás.
Analizamos sus causas y consecuencias. ¿Qué se puede hacer?
Hace un par de semanas, coincidiendo con el 43 aniversario de la muerte de Franco, organizaciones de extrema derecha se concentraron en varias ciudades del Estado para protestar contra el anuncio del Gobierno español de exhumar el cadáver del dictador y retirarlo del Valle de los Caídos. Estas exhibiciones de nostalgia hacia el anterior régimen han llenado páginas de periódicos y horas en las televisiones, incluso con apariciones en directo de personajes que ensalzaban al dictador y su cruzada. Todos los medios han hablado del franquismo que persiste en España como un residuo caduco y casposo, como los restos del fascismo condenado a desaparecer y que se resiste a adaptarse a los tiempos que corren. No había nada que temer ante los cuatro nostálgicos que todavía sueñan con la vuelta de sus banderas victoriosas.
Mientras, y tal y como se ha demostrado tras las elecciones andaluzas, hace tiempo ya que el neofascismo se estaba colando por la puerta de atrás. Desde el mitin de Vox en Vistalegre, que congregó a cerca de 10.000 personas, los medios de comunicación han seguido con especial atención cada acto de este partido, entonces sin ninguna representación en las instituciones. Simultáneamente, los chistes y las parodias sobre Vox han llenado las redes sociales, como si todo fuese una anécdota, un sainete protagonizado por un puñado de ultras que nunca llegarían a nada con sus discursos incendiarios.
Parece que hasta entonces la extrema derecha española estaba escondida en su caverna. Sin embargo, hace tiempo que está presente y se exhibe sin complejos, visitando platós de televisión, protagonizando actos violentos o promoviendo el boicot a obras de teatro, debates o actividades de los “enemigos de España”. En València, lamentablemente, nada de esto es nuevo, y cuando oímos eso de “el despertar del fascismo”, nos pinchan y no sangramos. Y aunque aquí son una minoría irrelevante a nivel electoral hasta ahora, pero muy ruidosa, impune y bien relacionada con el poder, los 12 diputados de VOX en Andalucía advierten que, por fin, la extrema derecha oculta ha encontrado la salida del túnel.
La irrupción de Vox en el Parlamento andaluz ha sacudido como nunca el escenario político de todo el Estado. Mientras las derechas observan como el discurso más radical funciona (a los originales más que a los que los emulan) y no hacen ascos a pactar con ellos, las izquierdas se preguntan qué han hecho mal. Y los medios, tras haber paseado por sus platós y redacciones a estos sujetos decenas de veces, siguen con el espectáculo hablando de sus audiencias durante la noche electoral y lamentándose porque han sido vetados por los mismos a los que han dado pábulo durante meses.
La extrema derecha española no acaba de llegar. Siempre ha estado aquí, acomodada en su mayor parte en el PP. Según datos del CIS, entre el 80% y el 90% de las personas que se consideraban de extrema derecha votaban al PP desde su fundación a finales de los años ‘80. El modelo catch all, que representaba hasta hoy el partido fundado por el exministro franquista Manuel Fraga, ha sido capaz durante 30 años de juntar bajo unas mismas siglas a la derecha cristiana, a la más moderada y a la extrema derecha. Pero el mérito no es solo suyo, sino compartido con otras opciones ultraderechistas incapaces de convencer, de unirse en una sola candidatura e inmersas en eternas batallas por el liderazgo. Vox no dice nada que otros partidos no hayan dicho antes. Le preceden España 2000, Democracia Nacional, Plataforma per Catalunya, Soluciona, y así hasta llegar al GIL o al partido de Mario Conde, cada uno de estos con sus particularidades y sus diferencias, obviamente. Derechas más o menos extremas con discursos aparentemente anti-establishment, trufados de xenofobia e islamofobia, defensores del neoliberalismo, del revisionismo histórico y con un marcado ultranacionalismo. Ahora, hasta el PP y Cs se han atrevido a cruzar esa línea que les permite autodefinirse como “políticamente incorrectos”, como si fuesen los nuevos punks.
El voto de Vox no responde a un solo factor. Han sido varios los astros que se han conjuntado para alumbrar este éxito inesperado pero imposible sin el papel que han jugado otros partidos, redes sociales y medios de comunicación. El triunfo de las diferentes extremas derechas en el resto de Europa, en Estados Unidos o en Brasil han supuesto una normalización de estas opciones. Si el resto del mundo lo hace, ¿porqué nosotros no? Media humanidad no puede ser imbécil si elige a líderes como Bolsonaro, Trump, Le Pen o Salvini. España no puede ser menos. Aunque cada caso es particular e incluso existen diferencias entre todos estos, hay varios puntos en común, y sobre todo, estrategias, que los han catapultado al estrellato.
Una de estas estrategias ha sido el hábil uso de las redes sociales que han hecho estos políticos, sus estrategas y sus seguidores. En el caso de Vox, las miles de piezas desinformativas de carácter xenófobo, irreverentes y sensacionalistas, han alimentado los prejuicios de un sector de la población que, aunque en parte ya estuviera contaminado con estas ideas, ha acabado todavía más convencido. Solo hay que darse un paseo por la web Caso Aislado, afín a Vox, para hacerse una idea de cómo se construye una realidad a medida que acaba colonizando las redes sociales sin ningún freno. Más aún cuando, hoy, gran parte de la población ni siquiera lee la prensa convencional y tan solo se informa a través de las redes sociales, donde abundan noticias de este tipo, que son reenviadas en masa vía Whatsapp, Facebook o Twitter. Y Caso Aislado no es precisamente lo que su nombre indica: existen decenas de webs con apariencia de medio de comunicación que son también laboratorios de la extrema derecha desde donde se disparan todo tipo de contenidos, a menudo incluso falsos, para reforzar todo tipo de prejuicios. Luego, un ejército de fieles tan solo debe compartirlos entre sus contactos, multiplicando así su difusión hasta llegar a ser incluso más leídos que los medios convencionales.
Alrededor del conflicto en Catalunya se ha afianzado un relato oficial por parte de la mayoría de los medios de comunicación y de políticos, que ha resultado especialmente cómodo para la extrema derecha. Ante un supuesto golpe de estado, un adoctrinamiento feroz, un asedio constante y casi un apocalipsis propiciado por el independentismo, todo está justificado. La prensa ha escondido la presencia de todo tipo de organizaciones de ultraderecha en las manifestaciones españolistas y en los comandos que retiran lazos amarillos y propaganda independentista. Pocas veces se ha explicado qué organizaciones participan de las multitudinarias marchas organizadas por Societat Civil Catalana (SCC), secundadas por PP, PSOE, Cs y hasta miembros históricos de Izquierda Unida como Francisco Frutos. Aunque las manifestaciones no pueden catalogarse como de extrema derecha, toda la ultraderecha española está presente en todas ellas. Como lo estuvo en la gestación de la misma SCC en 2014, tal y como lo demostró el fotoperiodista Jordi Borràs en su libro Desmuntant Societat Civil Catalana (Saldonar, 2015). Borràs nos recordó esta semana, en un articulo en Fotlipou, que el mismo Abascal estuvo en el acto fundacional de SCC en el Teatre Victòria de Barcelona en 2014, con foto incluida.
Lo que se conoce como “blanqueamiento del fascismo” lleva ya años pasando en varios medios de comunicación. Desde reportajes sobre dónde veranean los neonazis de Hogar Social Madrid, hasta entrevistas a conocidos fascistas que denuncian haber sido atacados “por llevar una bandera de España”. En Grecia, el líder del partido neonazi, Ilias Kasidiaris, protagonizó numerosos reportajes en revistas del corazón. En Italia, Salvini posó semidesnudo y sonriente en la portada de la revista Oggi. Y Marine Le Pen, por su parte, se merendó a Ana Pastor en su entrevista en El Objetivo. Demasiadas veces el periodismo no conoce a la extrema derecha, la encuentra divertida, irreverente, ridícula o simple, y acaba justamente picando el anzuelo. No son aficionados ni ignorantes, saben muy bien lo que hacen y cómo hacerlo. Y aunque en algunos casos se haya tratado de instrumentalizar para un “bien superior” o para reforzar un relato, la ultraderecha tiene vida propia, y la mayoría de veces no devuelve los favores.
Lejos de ‘despertar al fascismo’, el conflicto en Cataluña ha servido para que la ultraderecha se sienta cómoda con el relato oficial y se exhiba sin complejos. El cacareado “¡A por ellos!” dedicado a policías y guardias civiles que partían hacia Cataluña para impedir el referéndum en 2017 se ha convertido en un lema habitual de la extrema derecha en todos sus actos. Y no solo contra los independentistas. Los discursos de la nueva ultraderecha, desde Vox hasta los más veteranos, siempre disparan contra los mismos: separatistas, feministas, personas migrantes, musulmanes, izquierdistas y casta política, estos últimos cómplices de todos los demás.
La izquierda, por su parte, hace años que navega por aguas turbulentas. Mientras los barrios se llenan de casas de apuestas, los centros sociales cada vez son menos, las asociaciones de vecinos desaparecen poco a poco, y en su lugar, algunas veces, aparecen brotes de ira vecinal contra mezquitas, centros para personas migrantes o centros de menores. Casualmente, tras la mayoría de estos casos se destapa la presencia o incidencia de personajes u organizaciones de extrema derecha, que si ven la posibilidad de atizar el odio, la aprovechan. En numerosas ocasiones han sido otros vecinos quienes han puesto el freno a estas campañas de odio. También grupos antifascistas que saben perfectamente cuando la mano negra está pegando fuego al asunto. Pero en general no existe un movimiento con la fortaleza suficiente para hacer cambiar el marco que ya han instaurado los profesionales del odio. Por mucho que se hable con los vecinos, a las pocas horas estarán de nuevo en su casa consumiendo noticias que advierten de la temible avalancha de migrantes que acecha su pan y su casa. Y lo peor de todo es que no tienen porqué entrar a los portales de desinformación. Ese mismo relato lo reproducen demasiado a menudo los medios de comunicación convencionales o los políticos de turno que hoy se sorprenden de la llegada de Vox.
En este sentido, también hay voces desde la izquierda que han responsabilizado a varios colectivos de haber fragmentado la lucha de clases en pequeñas luchas identitarias que solo han beneficiado a la extrema derecha y han desmovilizado a la izquierda. No parece que sea lo más idóneo empezar a navajazos en las redes sociales entre los que son odiados por igual por los fascistas, pero este debate lleva ya tiempo hirviendo en las redes sociales y era de esperar que hoy se busquen culpables. Reclamar derechos y autonomía desde estas luchas no tiene porqué estar reñido con la lucha de clases, ni tampoco criticar ciertas actitudes de determinados colectivos que a veces se muestran impermeables debería ser motivo de tan triste espectáculo. Todo es cuestión de sentarse y hablar, y todos estos colectivos están condenados a entenderse si quieren de verdad vencer a la ultraderecha. Porque cada uno será lo que será, pero en Auschwitz todos llevaban un traje a rayas.
El Salto
Hace un par de semanas, coincidiendo con el 43 aniversario de la muerte de Franco, organizaciones de extrema derecha se concentraron en varias ciudades del Estado para protestar contra el anuncio del Gobierno español de exhumar el cadáver del dictador y retirarlo del Valle de los Caídos. Estas exhibiciones de nostalgia hacia el anterior régimen han llenado páginas de periódicos y horas en las televisiones, incluso con apariciones en directo de personajes que ensalzaban al dictador y su cruzada. Todos los medios han hablado del franquismo que persiste en España como un residuo caduco y casposo, como los restos del fascismo condenado a desaparecer y que se resiste a adaptarse a los tiempos que corren. No había nada que temer ante los cuatro nostálgicos que todavía sueñan con la vuelta de sus banderas victoriosas.
Mientras, y tal y como se ha demostrado tras las elecciones andaluzas, hace tiempo ya que el neofascismo se estaba colando por la puerta de atrás. Desde el mitin de Vox en Vistalegre, que congregó a cerca de 10.000 personas, los medios de comunicación han seguido con especial atención cada acto de este partido, entonces sin ninguna representación en las instituciones. Simultáneamente, los chistes y las parodias sobre Vox han llenado las redes sociales, como si todo fuese una anécdota, un sainete protagonizado por un puñado de ultras que nunca llegarían a nada con sus discursos incendiarios.
Parece que hasta entonces la extrema derecha española estaba escondida en su caverna. Sin embargo, hace tiempo que está presente y se exhibe sin complejos, visitando platós de televisión, protagonizando actos violentos o promoviendo el boicot a obras de teatro, debates o actividades de los “enemigos de España”. En València, lamentablemente, nada de esto es nuevo, y cuando oímos eso de “el despertar del fascismo”, nos pinchan y no sangramos. Y aunque aquí son una minoría irrelevante a nivel electoral hasta ahora, pero muy ruidosa, impune y bien relacionada con el poder, los 12 diputados de VOX en Andalucía advierten que, por fin, la extrema derecha oculta ha encontrado la salida del túnel.
La irrupción de Vox en el Parlamento andaluz ha sacudido como nunca el escenario político de todo el Estado. Mientras las derechas observan como el discurso más radical funciona (a los originales más que a los que los emulan) y no hacen ascos a pactar con ellos, las izquierdas se preguntan qué han hecho mal. Y los medios, tras haber paseado por sus platós y redacciones a estos sujetos decenas de veces, siguen con el espectáculo hablando de sus audiencias durante la noche electoral y lamentándose porque han sido vetados por los mismos a los que han dado pábulo durante meses.
La extrema derecha española no acaba de llegar. Siempre ha estado aquí, acomodada en su mayor parte en el PP. Según datos del CIS, entre el 80% y el 90% de las personas que se consideraban de extrema derecha votaban al PP desde su fundación a finales de los años ‘80. El modelo catch all, que representaba hasta hoy el partido fundado por el exministro franquista Manuel Fraga, ha sido capaz durante 30 años de juntar bajo unas mismas siglas a la derecha cristiana, a la más moderada y a la extrema derecha. Pero el mérito no es solo suyo, sino compartido con otras opciones ultraderechistas incapaces de convencer, de unirse en una sola candidatura e inmersas en eternas batallas por el liderazgo. Vox no dice nada que otros partidos no hayan dicho antes. Le preceden España 2000, Democracia Nacional, Plataforma per Catalunya, Soluciona, y así hasta llegar al GIL o al partido de Mario Conde, cada uno de estos con sus particularidades y sus diferencias, obviamente. Derechas más o menos extremas con discursos aparentemente anti-establishment, trufados de xenofobia e islamofobia, defensores del neoliberalismo, del revisionismo histórico y con un marcado ultranacionalismo. Ahora, hasta el PP y Cs se han atrevido a cruzar esa línea que les permite autodefinirse como “políticamente incorrectos”, como si fuesen los nuevos punks.
El voto de Vox no responde a un solo factor. Han sido varios los astros que se han conjuntado para alumbrar este éxito inesperado pero imposible sin el papel que han jugado otros partidos, redes sociales y medios de comunicación. El triunfo de las diferentes extremas derechas en el resto de Europa, en Estados Unidos o en Brasil han supuesto una normalización de estas opciones. Si el resto del mundo lo hace, ¿porqué nosotros no? Media humanidad no puede ser imbécil si elige a líderes como Bolsonaro, Trump, Le Pen o Salvini. España no puede ser menos. Aunque cada caso es particular e incluso existen diferencias entre todos estos, hay varios puntos en común, y sobre todo, estrategias, que los han catapultado al estrellato.
Una de estas estrategias ha sido el hábil uso de las redes sociales que han hecho estos políticos, sus estrategas y sus seguidores. En el caso de Vox, las miles de piezas desinformativas de carácter xenófobo, irreverentes y sensacionalistas, han alimentado los prejuicios de un sector de la población que, aunque en parte ya estuviera contaminado con estas ideas, ha acabado todavía más convencido. Solo hay que darse un paseo por la web Caso Aislado, afín a Vox, para hacerse una idea de cómo se construye una realidad a medida que acaba colonizando las redes sociales sin ningún freno. Más aún cuando, hoy, gran parte de la población ni siquiera lee la prensa convencional y tan solo se informa a través de las redes sociales, donde abundan noticias de este tipo, que son reenviadas en masa vía Whatsapp, Facebook o Twitter. Y Caso Aislado no es precisamente lo que su nombre indica: existen decenas de webs con apariencia de medio de comunicación que son también laboratorios de la extrema derecha desde donde se disparan todo tipo de contenidos, a menudo incluso falsos, para reforzar todo tipo de prejuicios. Luego, un ejército de fieles tan solo debe compartirlos entre sus contactos, multiplicando así su difusión hasta llegar a ser incluso más leídos que los medios convencionales.
Alrededor del conflicto en Catalunya se ha afianzado un relato oficial por parte de la mayoría de los medios de comunicación y de políticos, que ha resultado especialmente cómodo para la extrema derecha. Ante un supuesto golpe de estado, un adoctrinamiento feroz, un asedio constante y casi un apocalipsis propiciado por el independentismo, todo está justificado. La prensa ha escondido la presencia de todo tipo de organizaciones de ultraderecha en las manifestaciones españolistas y en los comandos que retiran lazos amarillos y propaganda independentista. Pocas veces se ha explicado qué organizaciones participan de las multitudinarias marchas organizadas por Societat Civil Catalana (SCC), secundadas por PP, PSOE, Cs y hasta miembros históricos de Izquierda Unida como Francisco Frutos. Aunque las manifestaciones no pueden catalogarse como de extrema derecha, toda la ultraderecha española está presente en todas ellas. Como lo estuvo en la gestación de la misma SCC en 2014, tal y como lo demostró el fotoperiodista Jordi Borràs en su libro Desmuntant Societat Civil Catalana (Saldonar, 2015). Borràs nos recordó esta semana, en un articulo en Fotlipou, que el mismo Abascal estuvo en el acto fundacional de SCC en el Teatre Victòria de Barcelona en 2014, con foto incluida.
Lo que se conoce como “blanqueamiento del fascismo” lleva ya años pasando en varios medios de comunicación. Desde reportajes sobre dónde veranean los neonazis de Hogar Social Madrid, hasta entrevistas a conocidos fascistas que denuncian haber sido atacados “por llevar una bandera de España”. En Grecia, el líder del partido neonazi, Ilias Kasidiaris, protagonizó numerosos reportajes en revistas del corazón. En Italia, Salvini posó semidesnudo y sonriente en la portada de la revista Oggi. Y Marine Le Pen, por su parte, se merendó a Ana Pastor en su entrevista en El Objetivo. Demasiadas veces el periodismo no conoce a la extrema derecha, la encuentra divertida, irreverente, ridícula o simple, y acaba justamente picando el anzuelo. No son aficionados ni ignorantes, saben muy bien lo que hacen y cómo hacerlo. Y aunque en algunos casos se haya tratado de instrumentalizar para un “bien superior” o para reforzar un relato, la ultraderecha tiene vida propia, y la mayoría de veces no devuelve los favores.
Lejos de ‘despertar al fascismo’, el conflicto en Cataluña ha servido para que la ultraderecha se sienta cómoda con el relato oficial y se exhiba sin complejos. El cacareado “¡A por ellos!” dedicado a policías y guardias civiles que partían hacia Cataluña para impedir el referéndum en 2017 se ha convertido en un lema habitual de la extrema derecha en todos sus actos. Y no solo contra los independentistas. Los discursos de la nueva ultraderecha, desde Vox hasta los más veteranos, siempre disparan contra los mismos: separatistas, feministas, personas migrantes, musulmanes, izquierdistas y casta política, estos últimos cómplices de todos los demás.
La izquierda, por su parte, hace años que navega por aguas turbulentas. Mientras los barrios se llenan de casas de apuestas, los centros sociales cada vez son menos, las asociaciones de vecinos desaparecen poco a poco, y en su lugar, algunas veces, aparecen brotes de ira vecinal contra mezquitas, centros para personas migrantes o centros de menores. Casualmente, tras la mayoría de estos casos se destapa la presencia o incidencia de personajes u organizaciones de extrema derecha, que si ven la posibilidad de atizar el odio, la aprovechan. En numerosas ocasiones han sido otros vecinos quienes han puesto el freno a estas campañas de odio. También grupos antifascistas que saben perfectamente cuando la mano negra está pegando fuego al asunto. Pero en general no existe un movimiento con la fortaleza suficiente para hacer cambiar el marco que ya han instaurado los profesionales del odio. Por mucho que se hable con los vecinos, a las pocas horas estarán de nuevo en su casa consumiendo noticias que advierten de la temible avalancha de migrantes que acecha su pan y su casa. Y lo peor de todo es que no tienen porqué entrar a los portales de desinformación. Ese mismo relato lo reproducen demasiado a menudo los medios de comunicación convencionales o los políticos de turno que hoy se sorprenden de la llegada de Vox.
En este sentido, también hay voces desde la izquierda que han responsabilizado a varios colectivos de haber fragmentado la lucha de clases en pequeñas luchas identitarias que solo han beneficiado a la extrema derecha y han desmovilizado a la izquierda. No parece que sea lo más idóneo empezar a navajazos en las redes sociales entre los que son odiados por igual por los fascistas, pero este debate lleva ya tiempo hirviendo en las redes sociales y era de esperar que hoy se busquen culpables. Reclamar derechos y autonomía desde estas luchas no tiene porqué estar reñido con la lucha de clases, ni tampoco criticar ciertas actitudes de determinados colectivos que a veces se muestran impermeables debería ser motivo de tan triste espectáculo. Todo es cuestión de sentarse y hablar, y todos estos colectivos están condenados a entenderse si quieren de verdad vencer a la ultraderecha. Porque cada uno será lo que será, pero en Auschwitz todos llevaban un traje a rayas.
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