Desde que se dieron a conocer los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas no se habla de otra cosa en los medios y en las redes que de la irrupción del partido VOX
en el Parlamento andaluz con casi 400.000 votos y 12 diputados
autonómicos, cuando en las anteriores elecciones no había pasado de ser
una formación marginal con unos pocos miles de votos. El fenómeno lo
merece, aunque sirva a las izquierdas para desviar la atención de su
sonado fracaso electoral con el espantajo de la extrema derecha
y ningunear el importante avance de Ciudadanos y el relativo éxito
táctico de un PP que, pese a perder votos y representantes, podría
alzarse con la Presidencia andaluza como fuerza más votada de una
posible alianza de centroderecha.
No voy a detenerme a analizar o comentar las medidas del programa de VOX, que las tiene buenas, regulares, malas y muy malas, incluso desde un punto de vista liberal-conservador, afín a las posiciones del partido. El mayor valor de esta formación es que ha sabido leer correctamente cuáles son los problemas y preocupaciones de muchos españoles. Es decir, han acertado con el diagnóstico, aunque puedan fallar en las soluciones. Y es que, en realidad, el programa es lo de menos a la hora de explicar el ascenso de esta nueva fuerza política en el que confluyen otros factores mucho más importantes en los que no se ha hecho tanto hincapié desde los medios y otras columnas de opinión.
El primero de los factores que explica este éxito es la elevada abstención. Un 41,32% de los andaluces con derecho a voto, más de dos millones y medio, han decidido no comparecer ante las urnas. A esto hay que sumar casi otros 5 puntos porcentuales de votos nulos, blancos o a formaciones extraparlamentarias, lo que da una idea de la desafección generalizada hacia los partidos con representación en las instituciones.
Vistos en comparación con el total de los andaluces con derecho a voto, el PSOE, formación más votada y con todos los recursos de la administración autonómica, solo goza del apoyo del 16,02 % de los andaluces, mientras que el líder de la oposición, el PP, llamado a liderar el cambio, solo goza del apoyo del 11,90%, y las nuevas alternativas, solo obtienen unos exiguos 10,47% (Cs) y 9,27% (Adelante -la candidatura heredera de IU-Podemos-). Esto explica que VOX, con 6,29 % de los votos posibles haya alcanzado esta representación.
Los motivos de la desafección no nos son ajenos a ninguno: los continuados casos de corrupción y escándalos del PSOE y PP a nivel regional y nacional han bastado para la desmoralización del votante, que se ha refugiado en la abstención, o en el voto a otras formaciones más nuevas y con un historial relativamente más limpio que el de las formaciones del bipartidismo español. El cansancio viene arrastrándose en España desde hace años, sino décadas, muy especialmente en feudos como el andaluz donde los socialistas llevan instalados 36 años en el gobierno autonómico sin una sola alternancia en el poder.
Una tercera causa indirecta, más estructural que coyuntural, es el diseño del sistema electoral, que premia la concentración de voto de los partidos nacionalistas periféricos que, sobrerrepresentados, se han convertido en árbitros de la política estatal en cuanto se acabaron las mayorías absolutas de los dos grandes partidos. Es decir, la debilidad de los grandes partidos para conformar mayorías de gobierno, por culpa de la ley electoral que beneficia a las dos o tres listas más votadas por circunscripción es el problema de fondo que nos ha traído hasta aquí.
Frente a estas vacilaciones y cálculos electorales del bipartidismo, la firmeza de Cs y VOX en la defensa de la unidad de España, incluso personándose en la acusación contra los responsables políticos de la rebelión catalana ha sido percibida por buena parte de la población como un alivio. Y es por eso que ambas formaciones han subido en votos y representantes. En España la izquierda ha dejado de ser nacional, y el PP, pese a la retórica, por sus decisiones y vacilaciones, también se ha percibido así. VOX se alimenta de este sentimiento patriótico herido como se puede ver y escuchar en la proliferación de banderas constitucionales en sus mítines y en su retórica patriótica.
Una cuarta causa han sido las políticas alucinadas de Pedro Sánchez y sus socios de Podemos. El problema viene arrastrándose hace tiempo, pero ha explotado con este gobierno. Existe una creciente sensación de que la izquierda ha dejado abandonada a la clase trabajadora y a sus intereses, a la clase media asalariada que la votaba. Han perdido el contacto con la gente de la calle, sus problemas y preocupaciones.
Son varios los temas que reflejan este discurso populista de VOX que le está robando votos a la misma izquierda. Uno es la inacción gubernamental ante la inmigración ilegal o la creación de un efecto llamada con casos como los de barco Aquarius. Este año la inmigración ilegal ha sido especialmente nefasta: solo en 2018 han entrado tantos inmigrantes ilegales desde el norte de África como la suma de los tres años anteriores. Y negar que esto supone un problema social es querer tapar el sol con el dedo.
Este problema, además, afecta a los ciudadanos con menos recursos, que son los que tienen que compartir espacio y servicios con estas personas que causan conflictos y perturban la convivencia en numerosas ocasiones. La venta ilegal de imitaciones, la delincuencia, el acoso a las mujeres, el desequilibrio en la población tradicional de los barrios de las ciudades y en los servicios públicos afecta a esta capa de la población que nunca fue abiertamente racista o xenófoba pero que pide respuestas a un problema que el buenismo multiculturalista no le está dando.
Temas como el apoyo a las tradiciones (Semana Santa, tauromaquia, caza) ha sido otro factor no menor en una región tan tradicionalista como la andaluza y que vive de la explotación económica de estas costumbres. Aquí hay otro factor que VOX puede saber explotar en las siguientes elecciones en otras regiones o a nivel nacional. Hay un conflicto y tensión creciente entre la España urbana y cosmopolita de la costa, frente a la España rural y abandonada del interior. Supongo que la consultoría de Steve Bannon, que estuvo en la campaña de Donald Trump y otros partidos alt-right ha sabido leer esta fractura social existente en España.
El campo español, los pueblos, lloran sangre ante su abandono institucional y su envejecimiento poblacional. Y sus votos son tan válidos o más que el voto concentrado en la ciudad. La huelga de los “chalecos amarillos” en Francia por la subida de los impuestos al diésel puede tener su reverberación en España si se sabe leer en esta misma clave. La izquierda ecologista, plagada de pijos urbanitas, puede querer ciudades peatonales, con bicicletas y coches eléctricos. Pero la España periférica y rural se sigue moviendo, con crecientes dificultades, en sus viejas furgonetas y tractores diésel. Estaremos pendientes, porque la reacción local contra el mundialismo es otra paradoja más de la actual globalización. Y España no va a ser ajena a ella.
No voy a detenerme a analizar o comentar las medidas del programa de VOX, que las tiene buenas, regulares, malas y muy malas, incluso desde un punto de vista liberal-conservador, afín a las posiciones del partido. El mayor valor de esta formación es que ha sabido leer correctamente cuáles son los problemas y preocupaciones de muchos españoles. Es decir, han acertado con el diagnóstico, aunque puedan fallar en las soluciones. Y es que, en realidad, el programa es lo de menos a la hora de explicar el ascenso de esta nueva fuerza política en el que confluyen otros factores mucho más importantes en los que no se ha hecho tanto hincapié desde los medios y otras columnas de opinión.
El primero de los factores que explica este éxito es la elevada abstención. Un 41,32% de los andaluces con derecho a voto, más de dos millones y medio, han decidido no comparecer ante las urnas. A esto hay que sumar casi otros 5 puntos porcentuales de votos nulos, blancos o a formaciones extraparlamentarias, lo que da una idea de la desafección generalizada hacia los partidos con representación en las instituciones.
Vistos en comparación con el total de los andaluces con derecho a voto, el PSOE, formación más votada y con todos los recursos de la administración autonómica, solo goza del apoyo del 16,02 % de los andaluces, mientras que el líder de la oposición, el PP, llamado a liderar el cambio, solo goza del apoyo del 11,90%, y las nuevas alternativas, solo obtienen unos exiguos 10,47% (Cs) y 9,27% (Adelante -la candidatura heredera de IU-Podemos-). Esto explica que VOX, con 6,29 % de los votos posibles haya alcanzado esta representación.
Los motivos de la desafección no nos son ajenos a ninguno: los continuados casos de corrupción y escándalos del PSOE y PP a nivel regional y nacional han bastado para la desmoralización del votante, que se ha refugiado en la abstención, o en el voto a otras formaciones más nuevas y con un historial relativamente más limpio que el de las formaciones del bipartidismo español. El cansancio viene arrastrándose en España desde hace años, sino décadas, muy especialmente en feudos como el andaluz donde los socialistas llevan instalados 36 años en el gobierno autonómico sin una sola alternancia en el poder.
Estas son las primeras elecciones en las que han podido votar los españoles después del 1-O y después de que Pedro Sánchez ocupara el GobiernoLa opinión generalizada, pero que para mí es el segundo de los factores más importante para explicar el ascenso de VOX, es la lectura en clave nacional. Estas son las primeras elecciones en las que han podido votar los españoles después del 1-O y después de que Pedro Sánchez ocupara el Gobierno de España desalojando a Rajoy con el apoyo de los mismos que unos meses antes querían dar un golpe de Estado secesionista en Cataluña. Los votantes no han perdonado al PP su tibieza y vacilaciones a la hora de aplicar el artículo 155 de la Constitución y a la hora de convocar unas posibles elecciones anticipadas para evitar el ascenso de Sánchez con los apoyos de los populistas de izquierda y de los secesionistas. Muchos votantes de izquierdas tampoco entienden la traición del PSOE que pretende tocar el poder a toda costa, apoyándose en los enemigos de la nación.
Una tercera causa indirecta, más estructural que coyuntural, es el diseño del sistema electoral, que premia la concentración de voto de los partidos nacionalistas periféricos que, sobrerrepresentados, se han convertido en árbitros de la política estatal en cuanto se acabaron las mayorías absolutas de los dos grandes partidos. Es decir, la debilidad de los grandes partidos para conformar mayorías de gobierno, por culpa de la ley electoral que beneficia a las dos o tres listas más votadas por circunscripción es el problema de fondo que nos ha traído hasta aquí.
Frente a estas vacilaciones y cálculos electorales del bipartidismo, la firmeza de Cs y VOX en la defensa de la unidad de España, incluso personándose en la acusación contra los responsables políticos de la rebelión catalana ha sido percibida por buena parte de la población como un alivio. Y es por eso que ambas formaciones han subido en votos y representantes. En España la izquierda ha dejado de ser nacional, y el PP, pese a la retórica, por sus decisiones y vacilaciones, también se ha percibido así. VOX se alimenta de este sentimiento patriótico herido como se puede ver y escuchar en la proliferación de banderas constitucionales en sus mítines y en su retórica patriótica.
Una cuarta causa han sido las políticas alucinadas de Pedro Sánchez y sus socios de Podemos. El problema viene arrastrándose hace tiempo, pero ha explotado con este gobierno. Existe una creciente sensación de que la izquierda ha dejado abandonada a la clase trabajadora y a sus intereses, a la clase media asalariada que la votaba. Han perdido el contacto con la gente de la calle, sus problemas y preocupaciones.
Solo en 2018 han entrado tantos inmigrantes ilegales desde el norte de África como la suma de los tres años anterioresLos viajes de Sánchez comiendo vieiras y cava en el avión presidencial o las fotos del chalet de Pablo Iglesias crean una disonancia entre discurso e imagen que refuerzan esta sensación de desencanto, impostura y traición a los intereses de clase. Un progresismo de salón, bañado de corrección política, junto con las estrategias posmodernas de agavillar todos los conflictos sociales, por muy peregrinos y marginales que sean, ha marcado una creciente distancia y desafección de la gente de abajo con la élite que dice representarla. Y esto se observa en varios temas que VOX ha sabido tratar con la dosis justa de populismo que ha atraído a este votante de clase baja o extracción rural.
Son varios los temas que reflejan este discurso populista de VOX que le está robando votos a la misma izquierda. Uno es la inacción gubernamental ante la inmigración ilegal o la creación de un efecto llamada con casos como los de barco Aquarius. Este año la inmigración ilegal ha sido especialmente nefasta: solo en 2018 han entrado tantos inmigrantes ilegales desde el norte de África como la suma de los tres años anteriores. Y negar que esto supone un problema social es querer tapar el sol con el dedo.
Este problema, además, afecta a los ciudadanos con menos recursos, que son los que tienen que compartir espacio y servicios con estas personas que causan conflictos y perturban la convivencia en numerosas ocasiones. La venta ilegal de imitaciones, la delincuencia, el acoso a las mujeres, el desequilibrio en la población tradicional de los barrios de las ciudades y en los servicios públicos afecta a esta capa de la población que nunca fue abiertamente racista o xenófoba pero que pide respuestas a un problema que el buenismo multiculturalista no le está dando.
Hay un conflicto y tensión creciente entre la España urbana y cosmopolita de la costa, frente a la España rural y abandonada del interiorEl segundo punto ha sido toda la carga de ideología de género y postfeminismo que con políticas, discursos y gestos está intentando crear una división de clases entre los sexos. Hechos como la huelga feminista de febrero y el apoyo a toda la ideología de género en favor de la agenda política del lobby LGTBI, la desigualdad ante la ley en perjuicio del varón, dejan fría a la inmensa mayoría de la población, que es heterosexual y, generalmente, bien avenida con su cónyuge. O quizás son padres y madres de familia afectados por esta indoctrinación en el sistema educativo, o que sufren injusticias en casos de separación y divorcio. El cálculo de la izquierda es que el 50% de la población, femenina, apoyará sus medidas de discriminación positiva. La realidad es que por cada hombre perjudicado por estas injusticias hay una madre, una hermana, una esposa o una hija que también las sufre. VOX ha capturado votos en este hartazgo ante la injusticia y la impostura de esta inanidad ideológica.
Temas como el apoyo a las tradiciones (Semana Santa, tauromaquia, caza) ha sido otro factor no menor en una región tan tradicionalista como la andaluza y que vive de la explotación económica de estas costumbres. Aquí hay otro factor que VOX puede saber explotar en las siguientes elecciones en otras regiones o a nivel nacional. Hay un conflicto y tensión creciente entre la España urbana y cosmopolita de la costa, frente a la España rural y abandonada del interior. Supongo que la consultoría de Steve Bannon, que estuvo en la campaña de Donald Trump y otros partidos alt-right ha sabido leer esta fractura social existente en España.
El campo español, los pueblos, lloran sangre ante su abandono institucional y su envejecimiento poblacional. Y sus votos son tan válidos o más que el voto concentrado en la ciudad. La huelga de los “chalecos amarillos” en Francia por la subida de los impuestos al diésel puede tener su reverberación en España si se sabe leer en esta misma clave. La izquierda ecologista, plagada de pijos urbanitas, puede querer ciudades peatonales, con bicicletas y coches eléctricos. Pero la España periférica y rural se sigue moviendo, con crecientes dificultades, en sus viejas furgonetas y tractores diésel. Estaremos pendientes, porque la reacción local contra el mundialismo es otra paradoja más de la actual globalización. Y España no va a ser ajena a ella.
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