La semana pasada se cumplía el 26 aniversario de la firma del Tratado de Maastricht. Desde Bruselas, los burócratas comunitarios nos invitan a celebrarlo, con entusiasmo, como un hito decisivo de la denominada “construcción europea”. Siempre el mismo mensaje: Europa, a pesar de todas las dificultades, avanza y se consolida, un mantra especialmente repetido desde el brexit. En nuestra modesta opinión, sin embargo, no hay nada que celebrar sino más bien mucho que lamentar, pues el Tratado de Maastricht supuso una constitucionalización de los principios neoliberales, un verdadero sabotaje del proyecto europeo.
Con el objetivo de crear una Unión Económica y Monetaria (UEM), en Maastricht se aprobaron los criterios de convergencia que debían satisfacer los países que pretendieran formar parte de la misma; también se dio luz verde a los requisitos que tendrían que cumplir los países que, finalmente, integrasen la zona euro. No es necesario entrar en los detalles –pues son bien conocidos- pero sí procede mencionar la prioridad dispensada por los dirigentes comunitarios a aquellas variables que definen lo que se denomina “convergencia nominal”, es decir, el déficit y la deuda pública, la tasa de inflación y el tipo de interés. Se fijaron objetivos concretos y de obligado cumplimiento para los países aspirantes a integrar la UEM. Lo que supuso una verdadera camisa de fuerza neoliberal, con una letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado, ADN del actual capitalismo financiarizado.
No se trata sólo de la consideración, errónea, de que la convergencia alrededor de esos indicadores garantiza un adecuado funcionamiento de una unión monetaria. La cuestión tiene mucho mayor calado. Con los referidos criterios de convergencia se da una vuelta de tuerca a un planteamiento de política económica cuya piedra angular es la implementación de políticas de demanda contractivas, junto a políticas de oferta consistentes en la contención salarial y políticas estructurales encaminadas a la desregulación y la liberalización de los mercados.
Se suponía que la aplicación de este pack generaría una mejora en la productividad, la competitividad y el crecimiento económico (nos referimos aquí a estos medidores convencionales, conscientes de que, como se propone desde la ecología y el feminismo, deben ser radicalmente impugnados). La información estadística proporcionada por Eurostat revela, por el contrario, que estas expectativas no se han confirmado: la productividad total de los factores productivos ha continuado su senda de desaceleración, la competitividad se ha resentido y el plus de crecimiento asociado a la integración monetaria no se ha obtenido.
Podríamos decir que los verdaderos ganadores de Maastricht fueron el capitalismo líquido y especulativo de las finanzas que, mediante el artículo 104 del tratado, consagró la prohibición de que los bancos centrales financiaran a los gobiernos, una condición que solo ha beneficiado a la banca privada; desde que se ratificó el Tratado de Maastricht, se calcula que con esta medida los bancos europeos habrán recibido anualmente alrededor de unos 350.000 millones euros en concepto de intereses por la deuda asociada a la financiación de los estados. Un dinero que, en lugar de haberse dedicado a financiar el desarrollo del cambio de modelo productivo europeo o políticas sociales, ha sido el que ha alimentado la especulación financiera. Precisamente, en los intereses financieros y no en el gasto social se encuentra el verdadero origen de la deuda de los países del sur, que las instituciones europeas han querido combatir a base de recortar derechos y democracia.
Si bien es cierto que el Tratado de Maastricht apuntaba también a la necesidad de promover la convergencia productiva y social, este objetivo solo ha quedado en una mera declaración de intenciones, sepultada por el rigor del pacto de estabilidad presupuestaria. A diferencia de las variables referidas a la convergencia nominal, que son objeto de una cuantificación precisa, las que apuntan a la convergencia estructural adolecen de esa cuantificación; un brindis al sol, en definitiva.
Se suponía –también erróneamente– que se produciría una transición desde la convergencia nominal a la estructural. Justo lo contrario de lo que ha acontecido: las disparidades productivas y sociales entre los países del norte y del sur, del centro y de la periferia se han ensanchado. Las medidas de signo estabilizador –acompañadas de las políticas de oferta y estructurales antes mencionadas– han penalizado sobre todo a las economías más rezagadas, caracterizadas por tejidos productivos y posiciones competitivas más frágiles. Porque sin ningún tipo de forma democrática de compartir recursos o sin estrategia de desarrollo común, la unión monetaria se ha convertido en un mecanismo perverso que drena recursos de los pobres hacia los países ricos.
En la Europa que surge del Tratado de Maastricht y que se consolida con la implantación de la moneda única –en realidad, en la Europa que se reconoce en el relato neoliberal que triunfó con la revolución conservadora encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher o en el “neoliberalismo progresista” de la Tercera Vía de Blair– encontramos más empleo precario y más trabajadores pobres, más desigualdad y menos equidad, unos salarios que se estancan o que apenas crecen, paraísos fiscales que sangran las finanzas públicas permitiendo una evasión a gran escala de multinacionales y multimillonarios, unas estructuras tributarias cada vez más injustas y regresivas, donde la carga fiscal es cada vez más soportada por las rentas medias y bajas. Encontramos, en fin, una Europa con unas instituciones cuya agenda ha estado determinada por los lobbies empresariales y las economías más poderosas.
Realmente, Maastricht fue la primera gran alerta de cómo el neoliberalismo imperante en la construcción de Europa que allí se ponía en marcha no necesitaba la democracia, más bien le molestaba, y que, por tanto, con el Tratado comenzaba su desmantelamiento real. Para la burbuja de Bruselas esta es la Europa que hay que celebrar; para nosotros esta es la Europa que hay que cambiar.
Fernando Luengo es miembro de la Secretaría de Europa de Podemos. @fluengoe.
Miguel Urbán es responsable de la Secretaría de Europa de Podemos y eurodiputado.
Fuente: http://ctxt.es/es/20180214/Firmas/17779/Miguel-Urban-Fernando-Luengo-Maastricht-Europa-Tratado-neoliberalismo.htm
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