jueves, 26 de marzo de 2020

ULTIMAS NOTICIAS...PLATAFORMA DISTRITO CERO... mar 26 (25)

 

ULTIMAS NOTICIAS...PLATAFORMA DISTRITO CERO... mar 26 (25)

¿Por qué se minimiza la muerte de 8 500 niños cada día en el mundo? Un viaje a las entrañas del Covid-19


¿Por qué se minimiza la muerte de 8 500 niños cada día en el mundo? Un viaje a las entrañas del Covid-19









Jorge Santa Cruz


El Covid-19, sea cual sea su origen, es un arma. Los poderosos y sus operadores políticos lo utilizan para amedrentar a la opinión pública mundial en tanto aprietan los controles demográficos, económicos, financieros, industriales, militares, educativos, laborales y sanitarios. Dicho de otra manera: con el coronavirus provocan miedo colectivo, miedo que facilita la operación de las élites que aceleran la imposición del Nuevo Orden Mundial.

Al momento de escribir el presente artículo, el mapa virtual de la Universidad Johns Hopkins, de los Estados Unidos da las siguientes cifras de personas afectadas por la pandemia:


11 277 personas muertas por coronavirus


258 419 infectadas


87 377 recuperadas

Hablar de 11 mil 277 personas muertas por coronavirus es muy delicado. Pero… existen otras pandemias más graves que son soslayadas por los poderosos y sus medios de comunicación.

Nos referimos, concretamente, a la muerte de niños en el mundo. Las cifras que usted leerá a continuación fueron proporcionadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en febrero de 2019, es decir, diez meses antes de que se declarara el brote de coronavirus en China:


Un niño muere en el mundo cada cinco segundos


Cada 10 minutos muere un niño de hambre en Yemen


8 500 niños mueren cada día de desnutrición en el mundo


En 2017, 6.3 millones de niños menores de 15 años murieron en el planeta por causas, en su mayoría prevenibles —según cálculos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la División de Población de las Naciones Unidas—. Es un holocausto que poco le importa a la plutocracia.

Por coronavirus han muerto menos de doce mil personas en cuatro meses. En 48 horas pierden la vida 17 mil niños debido a la desnutrición. No se entienda que las víctimas de coronavirus valen menos que los niños que mueren de desnutrición. Unas y otros, por el hecho de ser humanos, nacieron con la misma dignidad. Lo que deseamos subrayar es que la pandemia del Covid-19 ha dado la pauta a una campaña global de terrorismo psicológico, en tanto que la pandemia de la desnutrición infantil de poco sirve a las élites sedientas de más poder.

Tampoco queremos minimizar los efectos del Covid-19, que bien pudiera ser un arma biológica. Lo que pretendemos es que la sociedad no sólo tome conciencia de la amenaza sanitaria sino que, también, abra los ojos ante el endurecimiento de la dictadura global. Vean ustedes con qué facilidad convierten a continentes y países en campos de concentración, donde salir a la calle conlleva el riesgo de ser detenido por militares.

Miren con qué facilidad la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de la ONU dice que se perderán 25 millones de empleos por culpa del coronavirus, en tanto que la Organización Mundial de la Salud (OMS), de las propias Naciones Unidas, advierte que la pandemia se agravará en las próximas semanas. Permítanos plantear una serie de preguntas inquietantes:


¿Cuánto tiempo podrán resistir las micro, pequeñas y medianas empresas a una cuarentena larga?


¿Cuánto, en cambio, podrán aguantar las corporaciones globales como WalMart?


¿Beneficiará a los bancos globales que la gente deje de ir a las sucursales y realice todos sus trámites por Internet?


¿Ayudará a los gobiernos tiránicos que los bancos les reporten cuánto ganan y cuánto gastan sus clientes?


¿Cuántas micro, pequeñas y medianas empresas podrán aplicar el trabajo desde casa?


¿Cuánta gente estará capacitada y tendrá las herramientas para el home office?


¿Qué tan dignos serán los salarios que pagarán las grandes corporaciones a quienes trabajen desde casa?, en el entendido de que los robots desplazan día a día a la mano de obra humana.


¿Qué corporaciones se beneficiarán con la transición de la educación presencial a las clases en línea?


¿Qué tanto sabemos los seres humanos de los avances de la inteligencia artificial? Estos logros ¿son y serán utilizados para el bien de la humanidad?


¿Por qué dejan que mueran más de seis millones de niños al año en el mundo?


¿Por qué el Covid-19 mata principalmente a los adultos mayores?


¿A quién beneficia que 25 millones de criaturas sean abortadas al año?


¿Por qué ha avanzado tanto la doctrina LGBTTTI+?


¿Quiénes ganan con las devaluaciones de las monedas nacionales?


¿Quiénes compran barato en las bolsas de valores para luego revender las acciones a precios estratosféricos?

Con el pretexto del Covid-19, vemos cuán sencillo es para los poderes globales confinar a cientos de millones de personas. De igual manera, cómo impiden el crecimiento poblacional matando a niños y ancianos e impidiendo que nazcan bebés. Todo se reduce a una palabra: ¡control! La Universidad Johns Hopkins es una de las que trabajan para endurecer el Nuevo Orden Mundial. Pues bien, esta institución globalista tiene en México a un operador de primer nivel: el subsecretario de salud Hugo López-Gatell.

El analista mexicano Alfredo Jalife-Rahme, a quien citamos en nuestro anterior artículo, titulado “¿Qué tratan de ocultar con el terrorismo psicológico desatado con el Covid-19”, publicó este viernes 20 de marzo, en la página de la agencia Sputnik, lo siguiente:


En los círculos nacionalistas de México ha causado estupor la dependencia de Gatell a la conocida Universidad bélica de Johns Hopkins —donde opera Paul Wolfowitz, exsubsecretario del Pentágono, que dirigió la guerra contra Irak y Afganistán— y a la escuela de Salud (sic) Bloomberg, del nombre del multimillonario exalcalde de Nueva York y aliado de George Soros.

Los mismos círculos señalan la pertenencia también del anterior secretario de Salud Julio Frenk con el expresidente Fox —un vulgar súbdito de George Soros— que manejó el desastroso programa de seguridad médica Seguro Popular y es hoy dependiente de Microsoft, la trasnacional de Bill Gates.

¿Por qué es peligrosa la aparente negligencia de López-Gatell? Porque —lo explica Jalife-Rahme— existe gente poderosa en los Estados Unidos que quiere invadir a México con el argumento de que nuestro gobierno no hace lo suficiente para contener al coronavirus. Según el establishment que domina a la Casa Blanca, el Covid-19 amenaza la seguridad nacional del país de las barras y las estrellas.

Los siguientes revelan la sospechosa pasividad —por no decir inacción— de dos altos funcionarios:


La jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum (becaria de los Rockefeller), permitió la concentración de al menos 40 mil personas en el concierto Vive Latino. Las cifras extraoficiales hablan de cien mil almas. ¿Imagina usted lo que esto significa en momentos en que el coronavirus se disemina de manera exponencial? La funcionaria cambió de criterio 48 horas después del festival, el cual movió mucho dinero.


El subsecretario de salud, Hugo López-Gatell (becario de Bloomberg), responsable de contener la pandemia, sigue sin decretar la fase 2 de la emergencia atenido a la «fuerza moral» y a los amuletos del presidente López Obrador.

En conclusión: el Covid-19 tiene forma de arma biológica y psicológica. Es un arma utilizada para apretar —como dijimos al inicio— los controles demográficos, económicos, financieros, industriales, militares, educativos, laborales y sanitarios.

Coronavirus y los horizontes de un mundo multipolar: Las posibilidades geopolíticas de la Epidemia


Coronavirus y los horizontes de un mundo multipolar: Las posibilidades geopolíticas de la Epidemia









Alexander Dugin


Traducido por Juan Gabriel Caro Rivera

La pandemia mundial de coronavirus tiene enormes implicaciones geopolíticas. El mundo nunca volverá a ser el mismo. Sin embargo, es prematuro hablar de qué tipo de mundo terminará siendo. El brote no ha pasado: ni siquiera ha alcanzado su auge. Las preguntas más importantes permanecen sin respuesta:

- ¿Qué tipo de pérdidas sufrirá la humanidad en última instancia, cuántas muertes?

- ¿Quién podrá detener la propagación del virus y cómo?

- ¿Cuáles son las consecuencias reales para los que han estado enfermos y los que han sobrevivido?

Nadie puede responder estas preguntas con exactitud, y, por lo tanto, ni siquiera podemos imaginar remotamente el daño real. En el peor de los casos, la pandemia conducirá a una grave disminución de la población mundial. En el mejor de los casos, el pánico será prematuro y sin fundamento.

Pero incluso después de los primeros meses de la pandemia, algunos cambios geopolíticos globales ya son bastante obvios y en gran medida irreversibles. No importa cómo se desarrollen los eventos posteriores, algo en el orden mundial ha cambiado de una vez por todas.

El deshielo de la unipolaridad.

El estallido de la epidemia del coronavirus ha sido un momento decisivo en la destrucción del mundo unipolar y el colapso de la globalización. La crisis de la unipolaridad y al aceleración de la globalización han sido notables desde el comienzo de la década del 2000: la catástrofe del 11 de septiembre, el fuerte crecimiento de la economía de China, el regreso a la política global de la Rusia de Putin como una entidad cada vez más soberana, el despertar del mundo islámico, la creciente crisis de los migrantes y el auge del populismo en Europa e incluso en los Estados Unidos que resultó en la elección de Trump y muchos otros fenómenos paralelos han dejado en claro que el mundo que se formó en los años 90 en torno al dominio del Occidente, los Estados Unidos y el capitalismo global han entrado en una fase de crisis. El orden mundial multipolar está comenzando a formarse con nuevos actores centrales, las civilizaciones, según lo previsto por Samuel Huntington. Si bien hubo signos de multipolaridad emergente, una tendencia es una cosa y la realidad objetiva otra. Es como el hielo quebradizo en la primavera: está claro que no durará mucho tiempo, pero al mismo tiempo, es innegable que aquí este puede resistir, aunque con riesgo. Nadie puede estar seguro de cuándo cederá el hielo roto.

Ahora podemos comenzar la cuenta regresiva a un orden mundial multipolar: el punto de partida es la epidemia de coronavirus. La pandemia ha enterrado la globalización, la sociedad abierta y el sistema capitalista global. El virus nos ha obligado a entrar en el hielo y los enclaves individuales de la humanidad han comenzado a tomar trayectorias históricas aisladas.

El coronavirus ha enterrado todos los principales mitos de la globalización:

- la efectividad de las fronteras abiertas y la interdependencia de los países del mundo,

- la capacidad de las instituciones supranacionales para hacer frente a una situación extraordinaria,

- la sostenibilidad del sistema financiero global y la economía mundial en su conjunto cuando se enfrentan a serios desafíos,

- la inutilidad de los estados centralizados, los regímenes socialistas y los métodos disciplinarios para resolver problemas graves y la total superioridad de las estrategias liberales sobre ellos,

- El triunfo total del liberalismo como panacea para todas las situaciones problemáticas.

Sus soluciones no han funcionado en Italia, ni en otros países de la UE, ni en los Estados Unidos. Lo único que ha demostrado ser efectivo es el cierre brusco de la sociedad, la dependencia de los recursos internos, el poder estatal fuerte y el aislamiento de los enfermos de los sanos, los ciudadanos de los extranjeros, etc.

Al mismo tiempo, incluso los países de Occidente reaccionaron a la pandemia de manera muy diferente: los italianos introdujeron la cuarentena completa, Macron introdujo un régimen de dictadura estatal (en el espíritu de los jacobinos), Merkel dio 500 mil millones de euros para apoyar a la población, y Boris Johnson, siguiendo el espíritu del individualismo anglosajón, sugirió que la enfermedad se considerara un asunto privado para todos los ingleses y se negó a realizar pruebas, simpatizando de antemano con aquellos que perderán a sus seres queridos. Trump estableció un estado de emergencia en los Estados Unidos, cerrando las comunicaciones con Europa y el resto del mundo. Si Occidente actúa de manera tan disparatada y contradictoria, ¿qué pasa con el resto de los países? Todos parecen salvarse a sí mismos como pueden. Esto ha sido mejor logrado por China, que, como resultado de las políticas prácticas del Partido Comunista, ha establecido métodos disciplinarios duros para combatir la infección y acusó a los Estados Unidos de propagarla. Irán hizo la misma acusación, que ha sido duramente afectada por el virus, incluso entre los principales líderes del país.

Por lo tanto, el virus ha destrozado la sociedad abierta por completo y ha empujado a la humanidad hacia adelante en su viaje hacia un mundo multipolar.

Sea lo que sea que vaya a terminar con la lucha contra el coronavirus, está claro que la globalización se ha derrumbado Esto casi con seguridad podría significar el fin del liberalismo y su dominio ideológico total. Difícilmente es posible prever la versión final del futuro orden mundial, especialmente en sus detalles. La multipolaridad es un sistema que históricamente no ha existido, y si buscamos algún análogo lejano, no deberíamos recurrir a la era de los Estados europeos más o menos equivalentes después del mundo de Westfalia, sino al tiempo que precede a la era del Gran Descubrimiento geográfico, cuando, junto con Europa (dividido en países cristianos occidentales y orientales), el mundo islámico, India, China y Rusia existieron como civilizaciones independientes. Otras civilizaciones existieron en el período precolonial en América (los incas, aztecas, etc.) y África. Hubo vínculos y contactos entre estas civilizaciones, pero no hubo un único tipo vinculante con valores, instituciones y sistemas universales.

Es probable que el mundo posterior al coronavirus involucre regiones mundiales individuales, civilizaciones, continentes que gradualmente se convierten en jugadores independientes. Al mismo tiempo, el modelo universal del capitalismo liberal probablemente colapsará. Este modelo actualmente sirve como el denominador común de toda la estructura de la unipolaridad: desde la absolutización del mercado hasta la democracia parlamentaria y la ideología de los derechos humanos, incluidas las nociones de progreso y la ley del desarrollo tecnológico que se han convertido en un dogma en la Europa Moderna y se han extendido a todas las sociedades humanas a través de la colonización (directa o indirectamente en forma de occidentalización)

Mucho dependerá de quién derrotará la epidemia y cómo: cuando las medidas disciplinarias resulten eficaces, entrarán en el orden político y económico del futuro como un componente esencial. Aquellos que, por otro lado, no podrán hacer frente a la amenaza de una pandemia a través de la apertura y evitando medidas duras, pueden llegar a la misma conclusión. La alienación temporal dictada por la amenaza directa de contagio de otro país y otra región, la ruptura de los lazos económicos y la alienación necesaria de un solo sistema financiero obligarán a los estados en la epidemia a buscar la autosuficiencia, porque la prioridad será la seguridad alimentaria. , una autonomía mínima y una autarquía económica para satisfacer las necesidades vitales de la población al otro lado de cualquier dogma económico que, antes de la crisis del coronavirus, se consideraba la única posibilidad. Incluso donde se conservan el liberalismo y el capitalismo, se colocarán en el marco nacional en el espíritu de las teorías mercantilistas que insisten en mantener el monopolio del comercio exterior en manos del Estado. Aquellos que están menos conectados con la tradición liberal bien pueden moverse en los inventarios de la organización más amplia del "gran espacio" en otras direcciones, teniendo en cuenta las peculiaridades civilizacionales y culturales.

No se puede decir de antemano en qué se convertirá eventualmente el modelo multipolar en su conjunto, pero el hecho mismo de romper el dogma generalmente vinculante de la globalización liberal abrirá oportunidades y formas completamente nuevas para cada civilización

Después del coronavirus: seguridad multipolar

El mundo multipolar creará una arquitectura de seguridad completamente nueva. Puede que no sea más sostenible o adaptable a la resolución de conflictos, pero será diferente. En este nuevo modelo, Occidente, Estados Unidos y la OTAN (si la OTAN aún existe) serán solo un factor junto a otros. Los Estados Unidos claramente no podrán (y probablemente no quieran, si la línea de Trump finalmente prevalece en Washington) desempeñar el papel del único árbitro global, y, por lo tanto, los Estados Unidos adquirirán un estado diferente después de la cuarentena y el estado de emergencia. Se puede comparar con el papel de Israel en el Medio Oriente. Israel es indudablemente un país poderoso, que influye activamente en el equilibrio de poder en la región, pero no exporta su ideología y valores a los países árabes circundantes. Por el contrario, conserva su identidad judía para sí misma, tratando más bien de liberarse de los poseedores de otros valores que incluirlos en su composición. Construir un muro con México y siguiendo las declaraciones de Trump para que los estadounidenses se concentren en sus propios problemas internos es similar al camino de Israel: Estados Unidos será una potencia poderosa, pero su ideología liberal-capitalista solo se mantendrá dentro de sí misma, en lugar de atraer a los extranjeros Lo mismo se aplicará a Europa. En consecuencia, el factor más importante del mundo unipolar cambiará radicalmente su forma.

Esto, por supuesto, conducirá a una redistribución de fuerzas y funciones entre otras civilizaciones. Europa, si mantiene su unidad en algún grado, es probable que cree su propio bloque militar independiente de los Estados Unidos, que ya se discutió después del colapso de la Unión Soviética (el proyecto del Euro-ejército) y ha sido insinuado repetidamente por Macron y Merkel. Al no ser directamente hostil a los Estados Unidos, tal bloque en muchos casos seguirá los intereses europeos propiamente dichos, que a veces pueden diferir considerablemente de los de los Estados Unidos. En primer lugar, afectará las relaciones con Rusia, Irán, China y el mundo islámico.

China tendrá que dejar de ser un beneficiario de la globalización y adaptarse para perseguir sus intereses nacionales como potencia regional. Esto es exactamente a lo que se han dirigido todos los procesos en China últimamente: fortalecer el poder de Xi Jianping, el proyecto "Un camino – Una ruta", etc. Ya no será sobre la globalización con características chinas, sino un proyecto explícito del Lejano Oriente con características confucianas especiales y en parte socialistas. Los conflictos en el Océano Pacífico con los Estados Unidos claramente se agudizarán en algún momento.

El mundo islámico enfrentará un difícil problema del nuevo paradigma de autoorganización, ya que en las condiciones de formación de grandes espacios: Europa, China, EE. UU., Rusia, etc., los países islámicos individuales no podrán ser totalmente proporcionales el resto y defender efectivamente sus intereses. Se necesitarán varios polos de integración islámica: chiítas (con el centro en Irán) y sunitas, donde es probable que se construya, junto con Indonesia y Pakistán en el este, un bloque sunita occidental alrededor de Turquía y algunos países árabes de Egipto o los estados del Golfo.

Y finalmente, en el orden mundial multipolar, Rusia tiene una oportunidad histórica de fortalecerse como una civilización independiente que verá un incremento en su poder como resultado de la fuerte caída de Occidente y su fragmentación geopolítica interna. Sin embargo, al mismo tiempo, también será un desafío: antes de afirmarse por completo como uno de los polos más influyentes y poderosos del mundo multipolar, Rusia tendrá que pasar la prueba de madurez, preservar su unidad y reafirmar sus zonas de influencia en el espacio eurasiático. Todavía no está claro dónde estarán las fronteras sur y oeste de Rusia-Eurasia después del coronavirus. Esto dependerá en gran medida de qué régimen, qué métodos y esfuerzos utilizará Rusia para hacer frente a la pandemia y qué consecuencias políticas tendrá. Además, es imposible predecir a sabiendas el estado de otros "grandes espacios": los polos del mundo multipolar. La constitución del perímetro ruso dependerá de muchos factores, algunos de los cuales pueden ser bastante problemáticos y conflictivos.

Poco a poco, se formará un sistema de solución multipolar, ya sea sobre la base de la ONU reformada bajo las condiciones de multipolaridad, o en forma de alguna nueva organización. Nuevamente, todo aquí dependerá de cómo se desarrolle la lucha contra el coronavirus.

El virus como misión

No nos engañemos: la pandemia mundial del coronavirus es un punto de inflexión en la historia mundial. No solo se están derrumbando los índices bursátiles y los precios del petróleo, sino que el orden mundial en sí mismo está cayendo. Estamos viviendo en el período del fin del liberalismo y su "obviedad" como meta-narrativa global, el fin de sus medidas y estándares. Las sociedades humanas pronto se convertirán en algo libre: no más dogmas, no más imperialismo del dólar, no más hechizos de libre mercado, no más dictadura de la FED o bolsas de valores globales, no más subordinación a la élite mundial de los medios. Cada polo construirá su futuro sobre sus propios fundamentos de civilización. Obviamente, es imposible decir cómo se verá o a qué conducirá. Sin embargo, ya está claro que el viejo orden mundial se está convirtiendo en algo del pasado, y están surgiendo contornos bastante distintos de una nueva realidad.

Lo que ni las ideologías, ni las guerras, ni las feroces batallas económicas, ni el terror, ni los movimientos religiosos han podido hacer, lo ha logrado un virus invisible pero mortal. Trajo consigo la muerte, el dolor, el horror, el pánico, la tristeza ... pero también el futuro.

Lo que se está ocultando en el debate sobre la pandemia


kaosenlared.net

Lo que se está ocultando en el debate sobre la pandemia

 

 

Por Vicenç Navarro

Hace unos días hubo una reunión telemática de varios expertos, miembros de la International Association of Health Policy, procedentes de varios países y continentes para analizar la respuesta de los países en diferentes continentes a la pandemia actual de coronavirus. Eran profesionales procedentes de varias disciplinas, desde epidemiólogos y otros expertos en salud pública a economistas, politólogos y profesionales de otras ciencias sociales. La reunión, organizada por la revista International Journal of Health Services, tenía como propósito compartir información y conocimientos con un objetivo común: ayudar a las organizaciones internacionales y nacionales a resolver la enorme crisis social creada por la pandemia. De la reunión se extrajeron varias conclusiones que detallo a continuación.
La expansión de la pandemia era predecible y así se había alertado
En primer lugar, se repasaron varios estudios realizados durante los últimos años (el último en 2018) que habían predicho que tal pandemia ocurriría, habiéndose alertado que el mundo no estaba preparado para ello a no ser que se tomaran medidas urgentes para paliar sus efectos negativos. Tales alertas no solo no se atendieron e ignoraron, sino que muchos Estados a los dos lados del Atlántico Norte aplicaron políticas públicas que han deteriorado la infraestructura de servicios (a base de recortes de gasto público y privatizaciones), así como otras políticas públicas desreguladoras de mercados laborales que han disminuido la protección social de amplios sectores de la población, afectando primordialmente a las clases populares de tales países. La evidencia científica, ampliamente publicada en revistas académicas, ha puesto de manifiesto el enorme impacto negativo que tales políticas han tenido en la disponibilidad y calidad de los servicios sanitarios y sociales (con notables reducciones del número de camas hospitalarias y del número de médicos -por ejemplo, en Italia y España desde 2008-). Otros estudios han mostrado también el impacto de las reformas laborales neoliberales, que han deteriorado la calidad de vida de amplios sectores de las clases populares en estos y en muchos otros países (siendo el caso más conocido la reducción de la esperanza de vida entre amplios sectores de la clase trabajadora de EEUU, resultado del incremento de las enfermedades conocidas como «diseases of despair«, enfermedades de la desesperación, tales como suicidios, alcoholismo, drogadicción y violencia interpersonal). Estas políticas (consistentes, como ya he indiciado, en recortes del gasto público social y reformas del mercado de trabajo que incrementaron la precariedad) fueron ampliamente aplicadas en muchos países y estimuladas por organismos internacionales (el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, entre otros), dejando sin protección a amplios sectores de la población y debilitando el sistema de protección social, pieza clave en la respuesta a la pandemia en tales países. Los enormes déficits de camas, de médicos y enfermeras, de mascarillas, de ventiladores y un largo etcétera se han hecho patentes en cada uno de estos países, donde la austeridad tuvo mayor impacto (de nuevo, como en Italia y en España, y ahora EEUU). Y déficits similares aparecen en los servicios sociales de atención a las personas mayores y a las personas dependientes, especialmente agudos en estos momentos de la pandemia.
Se sabían, y se continúan sabiendo, las causas de la pandemia y cómo responder a ella. Y se sabía y se sabe que hay en el mundo los recursos para controlarla y vencerla
La segunda observación que hicieron los expertos es que la causa de la pandemia era predecible, así como el modo de responder a ella. Y lo que también se sabía y se sabe es que hay recursos para contenerla y resolverla. Había un amplio acuerdo en que el mayor problema que existiría no sería la falta de recursos, sino las enormes desigualdades en la disponibilidad de estos recursos. No sería, pues, un problema económico, sino político. No había (y no ha habido) voluntad política para anular las condiciones que han causado la pandemia. Como ocurre con otro gran problema social existente también a nivel mundial –el cambio climático–, las causas son conocidas y los recursos para resolverlo existen, pero lo que no existe es la voluntad política de los Estados y de las agencias internacionales que los Estados hegemónicos dominan para eliminar las causas de tales crisis, lo cual lleva a la discusión de quiénes controlan dichos Estados y dichas agencias y organismos internacionales. El tema político es, por lo tanto, clave. Hay que preguntarse: ¿qué fuerzas económicas y financieras dominan los Estados? Y lo que hemos estado viendo es que las políticas económicas y sociales promovidas por la gran mayoría de tales Estados han sido aquellas políticas que representaban los intereses minoritarios de grupos económicos y financieros que antepusieron sus beneficios particulares al bien común. La evidencia empírica que apoya esta tesis es abrumadora.
Y un punto central de esta ideología neoliberal ha sido disminuir las intervenciones del Estado que favorezcan el bien común, hecho responsable del enorme descenso de la calidad de vida y bienestar de las poblaciones, contribuyendo con ello a crear la enorme crisis climática, por un lado, y a la pandemia, por el otro. De ahí la necesidad que han tenido las fuerzas políticas que secundan dicha ideología de negar e incluso ocultar la existencia de esas crisis. La administración Trump y sus aliados a nivel internacional son la versión más extrema de esta sensibilidad política (bastante extendida entre las derechas españolas, incluyendo las catalanas, sean estas secesionistas o no). A los dos lados del Atlántico Norte ha habido una gran derechización de la cultura e instituciones políticas, causa y consecuencia a la vez de la enorme desigualdad y del deterioro de las instituciones democráticas, lo que explica que nuestros países estén hoy en una situación muy vulnerable frente a la pandemia. Repito que Italia y España, en Europa, y EEUU en América del Norte, están en una situación que les ha hecho muy vulnerables a la propagación de la enfermedad el Covid-19 (ver mi artículo «Las consecuencias del neoliberalismo en la pandemia actual», Público, 17.03.20). De nuevo, hay una relación directa en esta parte del mundo entre desigualdad, calidad democrática, protección social y crisis sociales. En aquellos países del capitalismo desarrollado donde hay mayores desigualdades de clase, hay menor protección social (y mayores desigualdades de género), así como una menor atención a los problemas medioambientales y, ahora, una mayor dimensión de los efectos negativos de la pandemia.
El bien común sobre el beneficio privado: la importancia del Estado
Ni que decir tiene que la pandemia es un fenómeno mundial que requiere una respuesta también mundial. Otra observación de los expertos fue que se requería una colaboración entre los Estados, de manera que estos compartieran recursos y conocimientos para, en base a un proyecto común, desarrollar organismos internacionales que prioricen el bienestar de las poblaciones sobre cualquier otro objetivo. Continuar utilizando instituciones internacionales que priorizan exclusivamente intereses específicos, financieros o comerciales es desaconsejable, pues han jugado un papel clave en la configuración de la situación actual. Hay que desarrollar organizaciones alternativas o realizar cambios profundos en las actuales. Ahora bien, los expertos subrayaron que la importancia de la internacionalización de la respuesta no significaba debilitar el rol de los Estados en la resolución del problema creado por la pandemia. El grupo de expertos fue muy crítico con una percepción muy generalizada hoy en centros académicos y mediáticos influyentes de que los Estados están perdiendo poder y no pueden atender a problemas como las pandemias, actitud también presente en círculos progresistas tal y como muestran autores como Negri y compañía, que gozan de tener grandes cajas de resonancia en los medios.
El error de este posicionamiento queda reflejado en el hecho de que los países (sean grandes o pequeños) que han podido controlar la epidemia han sido aquellos donde el Estado ha ofrecido un liderazgo, priorizando las intervenciones públicas sobre las privadas (y supeditando las segundas a las primeras), enfrentándose, en caso de que fuese necesario, con grandes lobbies económicos y financieros que anteponían intereses particulares a los generales. Tal experiencia internacional muestra que aquellos Estados que han tenido un rol más activo y han liderado contundentemente la respuesta a la pandemia han sido más exitosos que aquellos (como EEUU) en los que el Estado está teniendo un rol más pasivo. Y un componente fundamental de este liderazgo ha sido no solo la adopción de medidas de distanciamiento social (necesarias, pero insuficientes), sino también su enfrentamiento con intereses particulares (repito, de lobbies financieros y económicos) que han estado ejerciendo una gran influencia en la vida política y mediática de tales países a fin de garantizar el bien común, por encima de los beneficios de unas minorías.
Hay que intervenir empresas privadas
En este sentido, es profundamente erróneo intentar resolver la gran escasez de material de protección para los profesionales del sector sanitario a base primordialmente y/o exclusivamente de la compra de tales productos en el mercado nacional o internacional. La realidad es que nos encontramos ante una escasez internacional de estos productos debido a su gran demanda, escasez que precisamente beneficia a sus productores, que aumentan los precios, aprovechándose de una situación excepcional. En una situación de guerra (y estamos en una de estas situaciones), el Estado hace lo que debe hacer para conseguir los materiales que necesita para armarse, confiscando y nacionalizando industrias si ello es necesario. Es digno de aplauso que algunos empresarios en España hayan ofrecido voluntariamente cubrir tales déficits cambiando incluso sus líneas de producción, tal y como aplaude Antón Costas en su artículo La pandemia como oportunidad, publicado en El Periódico el 13 de marzo. Pero tales medidas voluntarias son dramáticamente insuficientes. España tiene una industria textil muy desarrollada, y no hay falta de material para hacer mascarillas. Se tiene que obligar a las empresas a que las hagan, y pronto, solo por poner un ejemplo.
Ni que decir tiene que habría una gran oposición a esta línea de actuación por parte de las instituciones financiero-económicas que ejercen un enorme dominio sobre los Estados. Pero la experiencia muestra que tales medidas intervencionistas serían enormemente populares, si se mostrara que se realizan en defensa del bien común, que debe anteponerse al bien particular. En este sentido, la creciente impopularidad de Trump está basada precisamente en que es percibido como un mero instrumento de aquellos intereses, sin atreverse o tener la voluntad de ejercer el liderazgo que el país necesita.
El futuro que nos espera: la barbarie o el bien común
No hay duda de que el futuro será distinto: cambiará el mundo. Y la tolerancia hacia las coordenadas de poder existentes se desvanecerá. Estamos siendo testigos del fin del neoliberalismo, fruto de la urgencia de cambio. La pandemia está mostrando la necesidad de cambiar profundamente las correlaciones de fuerzas dentro los Estados, a fin de eliminar la excesiva influencia de unos intereses particulares que obstaculizan alcanzar el bien común. Ello requiere un cambio en cada Estado y también en la manera en cómo estos Estados se relacionan entre sí; se hace necesario cambiar la orientación de la globalización actual, basada en el control del llamado «mercado» por parte de unas pocas manos, reconociendo la interdependencia entre los países y la necesidad una respuesta colectiva basada en el conocimiento científico, la voluntad popular y el bien común. De ahí que los adversarios de estos cambios sean los mismos factores que crearon la crisis climática y la pandemia: el neoliberalismo, promotor de los intereses de una minoría, y el nacionalismo populista, que antepone sistemáticamente los intereses particulares a los del conjunto. La gravedad del problema actual requiere unos cambios más sustanciales en el ordenamiento económico y político de las sociedades en las que vivimos de los que ahora se están considerando. La evidencia de ello es abrumadora. Así de claro.
Vicenç Navarro, Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra, y director del Hopkins-UPF Public Policy Center
Fuente