miércoles, 3 de abril de 2019

Malvinas. El principio del fin


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Malvinas. El principio del fin

 

 


Hoy como ayer decimos que las oprimidas y oprimidos no tenemos patria.
El 30 de marzo de 1982 se realizaron marchas de protesta en diversas ciudades de la región argentina. La represión de las fuerzas estatales bajo la férula de la dictadura cívico militar eclesial enpresarial contra la protesta social fue feroz. Las manifestaciones tuvieron más bien carácter espontáneo, superando las consignas de la CGT.
Días después se produjo el desembarco en las Islas Malvinas un claro manotazo de ahogado de los genocidas de uniforme.
Cabe señalar que los soldados combatientes no eran personas que hubieran elegido la carrera de las armas, sino jóvenes a los que envío a una guerra con poca o nula instrucción. Además en muchos casos se los privo de alimento y hasta fueron estaqueados por los militares argentinos castigando lo que llamaban robo de comida de los depósitos.
El nacionalismo derivó como siempre en un llamado a la conciliación de clases. El belicismo militarista se expreso con honrosas excepciones de derecha a izquierda.
Los veteranos de la guerra de Malvinas fueron después librados a su mala suerte, al olvido como suele ocurrir en casi todos los países luego de un conflicto bélico.
Los mismos uniformados que habían reprimido militantes sociales durante los años de plomo no cometieron en Malvinas y años después provocaron motines y alzamientos ¿Toda una paradoja?  No, así fueron, así son.
 En junio la rendición incondicional frente a las tropas del imperio británico parían la democracia vigente.
Hoy como ayer decimos que los oprimidas y oprimidos no tenemos patria. Que la única lucha valedera es la de clases para abolir el capitalismo y su maquinaria de explotación y dominación.
Carlos A. Solero
Martes 2 de abril de 2019
Desde la región argentina

Sistemas eficientes


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Sistemas eficientes


Por Manuel Carmona Curtido
Hemos creado un sistema económico que basa su riqueza en la extracción, por lo que para que unos países puedan tener un alto nivel de vida otros deben vivir por debajo de los índices mínimos básicos de subsistencia.

Por Manuel Carmona Curtido
El filósofo italiano Vilfredo Pareto estableció el “Principio de Eficiencia” en el que consideraba que un sistema era eficiente siempre y cuando fuera capaz de mejorar un aspecto del sistema sin perjudicar otro aspecto de ese mismo sistema.
No creo que sea necesario llevar a cabo un estudio en profundidad sobre el reparto de recursos del planeta para llegar a la conclusión que existe un reparto desigual entre los distintos países del planeta, por lo tanto, si damos por cierto el principio expuesto anteriormente podemos decir que el sistema económico imperante no es eficiente.
Hemos creado un sistema económico que basa su riqueza en la extracción, por lo que para que unos países puedan tener un alto nivel de vida otros deben vivir por debajo de los índices mínimos básicos de subsistencia.
Los últimos datos emitidos por Word Wildlife Fund (WWF), la mayor fundación conservacionista independiente del planeta, expone que para poder igualar a nivel mundial el modo de vida de EEUU, serían necesario nueve planetas como la Tierra que dotara de los recursos necesarios a toda la población. Es evidente que es imposible igualar el modo de vida por arriba y no creo que nadie estuviera dispuesto a empeorar su nivel de vida, no nos queda otra que modificar el sistema que propicie una mejora sustancial en el nivel de vida de los de abajo.
Existen muchas teorías alternativas que podrían sustituir el modelo capitalista como Sistema hegemónico mundial: el sistema socialista, de decrecimiento…
Es imposible cambiar el modo de vida de miles de millones de personas de la noche a la mañana, pero es importante la toma de conciencia sobre la explotación de recursos que estamos llevando a cabo en el Planeta, a día de hoy el único planeta que tenemos, y que la distribución de esos recursos no se lleva a cabo de manera equitativa, por lo que no es de extrañar que este reparto desigual de la riqueza genere actividades no deseadas como: guerras, movimientos migratorios, hambrunas…
Otro principio elaborado por Pareto, fue la regla 80-20, que expone que el 20% de la población posee el 80% de las propiedades, mientras que el 80% de la población se reparte el 20% restante. Si trasladamos estos datos de manera global, vemos como Pareto vuelve a acertar.
Una pequeña parte de la población mundial disfruta (disfrutamos) de la mayor parte de los recursos que nos ofrece el planeta, mientras que la gran mayoría de la población mundial carece, en algunas ocasiones, hasta de los recursos más básicos.
Cuanto más tardemos en darnos cuenta que esta situación no es sostenible más nos costará reconducirla, a fin de cuentas solo tenemos un planeta donde debemos vivir toda la especie humana.
“Si la competencia es la ley de la jungla, la cooperación es la ley de la humanidad” Piotr Kropotkin.

​Genocidio del Abya Yala, saqueo y acumulación capitalista originaria: ocultamiento histórico y arrogancia imperial


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​Genocidio del Abya Yala, saqueo y acumulación capitalista originaria: ocultamiento histórico y arrogancia imperial


La persistencia de la negación del Genocidio por parte del imperialismo, está directamente relacionada con la perpetuación supremacista de las metrópolis capitalistas que siguen perpetrando saqueo y explotación.

El presidente de México sugiere que la Corona española y la Iglesia deberían pedir perdón por el mayor genocidio de la Historia de la humanidad. El imperialismo español está furibundo. Es relevante constatar cómo el genocidio y el saqueo que están al origen de la gigantesca acumulación capitalista de las fortunas europeas, y al origen de las relaciones geopolíticas en el actual sistema capitalista, siguen siendo negados.
La persistencia de la negación del Genocidio por parte del imperialismo, está directamente relacionada con la perpetuación supremacista de las metrópolis capitalistas que siguen perpetrando saqueo y explotación. Al margen de las críticas que se le puedan hacer al gobierno de López Obrador, gobierno de corte socialdemócrata, que al igual que otros gobiernos mexicanos, no cuestiona al capitalismo, ni lo confronta nacionalizando las empresas estratégicas mexicanas hoy en manos de consorcios multinacionales, ni plantea siquiera aumentarles los impuestos (cuando por otro lado ya anuncia que se ve “impelido” a recortes sociales y laborales, aduciendo una supuesta escasez de presupuesto), al margen de todo esto, su sugerencia de unas disculpas por parte de la corona española y de la Iglesia levantan significativas costras. Y esas costras levantadas hay que analizarlas, por muy oportunistas que hayan podido ser las declaraciones de Obrador para tapar los recortes y la continuidad de la entrega de México al neocolonialismo capitalista. Aquí lo relevante es ver cómo la “corona” española, la Iglesia, las grandes fortunas descendientes de colonizadores y esclavistas, el imperialismo en pleno, resultan “furiosos” porque alguien ose referirse al genocidio sin medias tintas: el tamaño de su arrogancia es directamente proporcional al tamaño del ocultamiento histórico como parte de los mecanismos de dominación.
López Obrador sugirió el tema de esas disculpas simbólicas al cumplirse el 500 aniversario de la Batalla de Centla, la primera batalla entre los mayas chontales y los invasores españoles (con Hernán Cortés a la cabeza). Tras salir victoriosos en la batalla de Centla (debido esencialmente al uso de la pólvora, ese invento científico chino que dió a los europeos una ventaja decisiva), los colonizadores siguieron su avance de barbarie hasta la toma y devastación de la magnífica Tenochtitlan en 1521. Tenochtitlan era una ciudad de un tamaño e infraestructura que superaba con creces las ciudades europeas de la época, con un sistema de acueducto, de letrinas en las casas, mercados y caminos, de evacuación de residuos y aguas negras, con una propiedad comunal de la tierra que garantizaba alimentación para todos los habitantes, con un sistema social de protección a los desvalidos, huérfanos y ancianos, que despertó la admiración incluso de los cronistas españoles. Los cronistas españoles (como Bernal Díaz del Castillo) relataron que jamás habían visto ciudad tan grande, organizada y espléndida. En aquel entonces las ciudades europeas no tenían sistemas de evacuación de aguas negras, ni una infraestructura tan desarrollada (la insalubridad causaba epidemias de peste descomunales), tampoco existía propiedad comunal de la tierra: en aquel entonces en España imperaba la inquisición y el oscurantismo. Pero lamentablemente Tenochtitlan (además de su cultura, su arte, su ciencia) fue arrasada por la barbarie de los conquistadores. Hasta hoy, la desinformación expande la fábula de una supuesta “inferioridad cultural” de los nativos americanos, cosa que desmiente todo estudio en profundidad de Crónicas, documentos, arqueológía, etc.
La forma de posesión comunal de la tierra persiste marginalmente en algunos pueblos del México actual, aunque es obviamente considerada subversiva por los Estados al servicio del Capital. Desde la invasión y hasta nuestros días, los campesinos han tenido que luchar contra la voracidad de colonizadores, de terratenientes y finalmente de multinacionales.
Hernán Cortés y los colonizadores que lo acompañaban, perpetraron una exacción tras otra, pero hasta hoy, en España se le retrata como a un “héroe”. La glorificación arrogante del Genocidio perpetrado, se plasma en numerosas estatuas a los mayores genocidas: una de ellas es la estatua de Hernán Cortés en la ciudad de Medellín (España), en la que este aparece de pie pisando la cabeza cortada de un indígena mexicano.
El conocimiento de la Historia, y no de la fábula de “Pocahontas” contada por los imperialistas en su negacionismo histórico, es parte del proceso emancipador. Pero incluso los libros de texto escolares de gran parte de países latinoamericanos glorifican al genocidio y a los genocidas. La clase explotadora en América Latina es la descendiente directa de aquella barbarie colonizadora, y los libros de texto se diseñan en el capitalismo para perpetuar la sumisión.
El genocidio y saqueo perpetrados durante la colonia le permitieron a Europa la acumulación capitalista originaria que la propulsaría como metrópoli capitalista. Las actuales relaciones de poder entre metrópolis capitalistas y periferias del capitalismo tienen un origen histórico marcado en sangre.
El colonialismo europeo perpetró el genocidio más brutal de la historia de la humanidad en el continente que hoy se conoce como “América”: exterminó al 90% de sus habitantes tan solo en el primer siglo y medio de invasión (90 millones de personas). La colonización europea blandió “la espada y la cruz”: desgarrando los cuerpos de los rebeldes con las espadas y la pólvora, amputando culturas y lacerando identidad con la imposición de la religión católica. La religión católica fue impuesta a sangre y fuego, siendo un instrumento de dominación de largo alcance, que hasta hoy aliena y somete. Los europeos se adueñaron de las tierras y riquezas del Abya Yala (América), violaron y saquearon, con el pretexto de que “Dios” así lo dispuso; entraban a saquear con un documento llamado el “Requerimento”, que imponían a golpe de terror. Los niños indígenas que sobrevivieron a las masacres fueron educados en la religión católica, siendo descuartizado todo el que la cuestionara.
El objetivo de la colonización fue el saqueo y la explotación. Consta en el Archivo de Indias, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda en España, 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América. Cientos de culturas fueron arrasadas por los europeos, millones de obras de arte transformadas en lingotes, como pequeños ataúdes que todavía gritan de espanto y dolor. Los invasores establecieron un impuesto a ser pagado por los indígenas en kilos de oro y riquezas, por habitar el continente que siempre habían habitado.
Tan solo en el saqueo de Coricancha, o en el rescate al Inca Atahualpa pagado a los secuestradores europeos, se evidencian los niveles de rapiña de los conquistadores. Pero ni el pago por el rescate más caro que registra la historia humana, 41 toneladas de oro y 82 toneladas de plata, sirvió para evitar el asesinato de Atahualpa a manos de Pizarro. Masacres y felonía, codicia y tortura, es lo que celebran los que festejan el 12 de octubre.
Eduardo Galeano escribe, en “Las Venas Abiertas de América Latina”, que tan solo el saqueo de la mina de Potosí le reportó a Europa unas ganancias descomunales, cuyo volumen en plata hubiera alcanzado para construir un puente de plata entre América y Europa (el volumen de plata saqueada que dio origen a esta metáfora de Galeano consta en registros). Otro puente se podría haber construido con los cadáveres de los indígenas esclavizados en la mina: 8 millones de indígenas fueron reventados de explotación por los españoles, en la primera etapa de saqueo de Potosí. Un indígena esclavizado en Potosí tenía una esperanza de vida de dos meses en promedio (luego de ese lapso esclavizado, fallecía, y los invasores lo reemplazaban por otro indígena esclavizado). Asimismo, la mina de Ouro Preto en Brasil, se tragó la vida de millones de africanos y les reportó a los invasores capitales que serían decisivos para el capitalismo europeo. Al estar la Península Ibérica endeudada por causa de sus “guerras santas”, los banqueros europeos cosechaban toda esa riqueza empapada en sangre humana y dolor.
La barbarie del colonialismo significa igualmente la deportación masiva de seres humanos perpetrada por los europeos desde África hacia América: al menos 33 millones de africanos fueron deportados, murieron dos tercios de ellos en los abominables trayectos, y el tercio sobreviviente fue esclavizado en el continente americano, así como sus descendientes durante siglos. La aristocracia y burguesía europea lograron la mayor acumulación de riquezas jamás vista, en base al saqueo del continente americano, en base a la deportación y esclavización de millones de seres humanos, en base al genocidio y la tortura. Esa acumulación de riquezas sin precedente, fue la que le permitió al imperialismo europeo cimentar su supremacía a nivel planetario, impulsar la revolución industrial, y erigirse hasta hoy como metrópoli del capitalismo. Los Estados Unidos, antigua colonia poblacional inglesa, se erigieron igualmente como potencia capitalista en base al trabajo esclavo. Entre las mayores fortunas de Europa y de Estados Unidos, siguen actualmente figurando los descendientes de esclavistas y banqueros que amasaron riquezas en base al genocidio y la esclavitud.
La acumulación capitalista originaria se fraguó del saqueo y el genocidio, como lo señala Marx: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos representan factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”[1].
El 12 de octubre marca el inicio del saqueo que hasta hoy sigue empobreciendo a los pueblos de América para llenar las arcas de los saqueadores. Hasta hoy las multinacionales siguen explotando montañas y envenenando ríos, hasta hoy siguen talando bosques y fomentando mercenarios paramilitares para perpetrar masacres contra el pequeño campesinado, con la finalidad de desplazarlo forzadamente de las tierras codiciadas. Hasta hoy sigue el imperialismo europeo y estadounidense urdiendo golpes de Estado (golpe en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Guatemala, Honduras, desestabilización contra el Estado venezolano, y un largo etc.); hasta hoy sigue el imperialismo urdiendo planes de exterminio contra las y los revolucionarios (Plan Lasso, Plan Cóndor, Plan Baile Rojo, Plan Colombia, Plan Patriota, Plan México, etc.); hasta hoy sigue la injerencia imperialista apuntalando regímenes genocidas como el colombiano, por citar un ejemplo paradigmático de régimen del Terror funcional al saqueo capitalista, mantenido a punta de masacres y exterminio contra la reivindicación social y política de la clase explotada.
“El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”, escribía Marx. El actual saqueo capitalista es la continuación de una Historia de sangría. Pero la lucha sigue, y los pueblos del Abya Yala, lograremos nuestra verdadera y definitiva independencia cuando nos liberemos del capitalismo y su barbarie, del saqueo neocolonial que impera, de la clase explotadora local y transnacional. Los pueblos del mundo debemos conocer la Historia para comprender el presente y ser capaces de transformarlo: la lucha de la clase explotada mundial contra la clase explotadora, crece en unidad internacionalista.
Blog de la autora: www.cecilia-zamudio.blogspot.com
NOTAS:
[1]K. Marx, EL CAPITAL, Capitulo XXIV, La llamada acumulación originaria
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm

Los utópicos y los cínicos


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Los utópicos y los cínicos 

 

 

Carlos Barrio

Últimamente me preguntan mucho a quien voy a votar. Yo pensaba que el voto era libre y secreto. Libre de condicionamientos políticos, sentimentales y también de compromisos. En la “democracia oligárquica” el voto es la patente de corso del cacique de turno para campar a sus anchas los próximos cuatro años. Por eso cuando te preguntan a quién vas a votar te están indirectamente preguntado a qué cacique vas a apoyar. La monarquía visigoda era electiva y el ascenso al trono era cuestión de quién tenía más “clientes”. En la democracia oligárquica en la que vivimos pasa un poco lo mismo. Según giren los “vientos del cambio” el personal clientelar se dispone a virar estratégicamente en la dirección políticamente correcta. Los recientes casos de transfuguismo vividos en la política española tienen más que ver con el posicionamiento estratégico que con una sincera reconversión ideológica de los afectados
La aspiración al ordeno y mando parece ser la realidad más transversal que existe en la política. Los elitistas italianos ya teorizaron que la Ley de hierrro de las oligarquías era la plasmación política de la ley de la gravitación universal en la física. Los partidos, que son organizaciones que aspiran a monopolizar el poder, funcionan de una manera tan poco democrática, tan poco trasparente y tan “cratológicamente” que el travestismo (también llamado transfugismo) dista mucho de ser una patología del sistema: es una realidad bastante cotidiana. Algunos casos, los más “escandalosos” saltan a las primeras páginas de los diarios de tirada nacional, en un ejercicio de cinismo escandaloso. Desde que el hombre es hombre, la conveniencia, la ambición y la falta de escrúpulos han sido constantes en el obrar de muchos políticos. Maquiavelo ya teorizó sobre las “virtudes” que, para la multitud, que dice Negri, tienen ciertos comportamientos inmorales de los políticos.
El “utópico” reclama un poder que no se corrompa, que no se ablande ante los cantos de sirena de la complacencia y el seguidismo. Un poder que se inmole en nombre de la verdad del pueblo
Es curioso el comportamiento de muchos de los políticos cuando son “pillados in fraganti” en comportamientos indecorosos o impropios de los ideales democráticos que dicen defender. Sloterdjik, en su Crítica de la razón cínica, afirma que en occidente la ideología más generalizada de la posmodernidad es el cinismo. Confrontada con esta actitud cínica, las ideologías al uso son totalmente inoperantes. De ahí que Sloterdijk diga que debemos reformular la crítica ideológica que realiza Marx en El Capital al modo de producción capitalista, cuando éste dice la célebre frase de “no lo saben, pero lo hacen”. Según Sloterdijk el gran problema del cinismo occidental es que precisamente “lo saben y por eso lo hacen”. La ideología ya no es tomada en serio y se convierte en pura manipulación instrumental. Lo triste no es que partidos como Podemos, que hicieron de su oposición a la casta su ratio essedi, practiquen el cinismo político, lo preocupante es que sepan que hacerlo es necesario para “mantenerse en el poder” y así formar parte de la ley de hierro de las oligarquías.
La cuestión capital que debe responder todo aquel que siga creyendo en una política soteriológica, es decir, salvadora del ser humano, es la de sí es posible creer todavía en las utopías políticas, sean éstas del signo político que sean. Tan utópico es creer en la sociedad sin clases del marxismo, como en la armonía y el orden espontáneo del anarcocapitalismo. En política lo indecidible, lo imprevisible y hasta lo imposible pueden tener carta de naturaleza.
Desde luego, en buena parte del discurso de teóricos de la política encontramos un discurso bastante pesimista. Por ejemplo, Bryan Caplan en su obra El mito del votante racional contradice los postulados clásicos de la denominada teoría económica de la democracia de Anthony Downs. No es cierto, según Caplan, que el votante haya interiorizado que sus representantes actúan según el axioma del que el político intenta conseguir el poder únicamente con el fin de disfrutar de la renta, el prestigio y el poder consustanciales a la dirección de aparato gubernamental. Si así fuera, argumenta Caplan, los ciudadanos no votarían, al menos no lo harían bajo los parámetros del discurso normativo de la democracia; ese que postula que bajo dicha forma de gobierno es el “demos” quien manda.
El elector, por contra, actúa más bien de forma gregaria, casi bovina (que me perdonen las vacas), es decir, de una forma que tiende a premiar el seguidismo y el continuismo en política, ese que tan magníficamente describió Giussepe Tomasi di Lampedusa y que se sintetiza en un célebre aforismo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Quizás todos esperamos que nuestros políticos nos defrauden para volverlos a votar. Sólo así se explica que el PSOE tenga más del 25 % de intención de voto en algunas de las encuestas, nunca inocentes, que pregonan nuestros diarios de cabecera
La utopía política parece pues confinada al ámbito de la filosofía política y el cine. Jacques Rancière en su obra En los bordes de lo político apunta cómo Platón, en su diálogo Gorgias, afirma que Atenas, la cuna de la democracia, enfermó por su puerto, el Pireo, ése que le llevó a buscar la gloria no en el vigor del poder demócrata, sino en la avaricia, el lucro y el afán de la posesión como principios rectores. También Ranciére recuerda cómo Platón, en su último diálogo Las leyes, afirma que la misión de la filosofía reside en fundar una política distinta, “de espaldas al mar”, lejos de la aspiración a dominar.
Hay una célebre película de uno de los directores malditos de la historia del cine norteamericano, Sam Peckinpah. “Wild Bunch” (Grupo Salvaje). Se trata del western crepuscular por antonomasia, una historia de perdedores, héroes de otro tiempo, destinados a inmolarse por una lealtad en la que quizás no crean, pero a la que se deben. El comienzo de la película nos presenta a unos héroes de otro tiempo, cuya imagen se congela a medida que el director los va presentando en escena. Con esto nos indica que son seres de otra época, atrapados en un tiempo que ya no es el suyo. Algo similar les ocurre a los que todavía creen en la posibilidad de la utopía. Les toca vivir en unos tiempos en los que la connivencia con el establishment está muchas veces por encima de unos principios en los que cada vez se cree menos. Son tiempos de una política de “pose y serpentina”, de déspotas con corbata de Gucci. Sin embargo, el “utópico” reclama un poder que no se corrompa, que no se ablande ante los cantos de sirena de la complacencia y el seguidismo. Un poder que se inmole en nombre de la verdad del pueblo. Un poder que luche por un pueblo obligado a permanecer mudo, por un pueblo que vive sin democracia. Yo me quedo con los “utópicos” y huyo de los “cínicos”. Así soy de “imperfecto”.
Foto: Emiliano Vittoriosi

Nosotros, el voto y la política


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Nosotros, el voto y la política 

 

 

Luis I. Gómez Fernández

En los últimos 15 o 20 años hemos venido soportando una pertinaz lluvia de medidas políticas rotundamente alejadas de nuestros intereses cotidianos. Independientemente de que progresistas, conservadores o nacionalistas (de ambos colores) fueran los protagonistas de los respectivos poderes ejecutivos y legislativos del país, los verdaderos problemas de los ciudadanos, a saber, desempleo, poco poder adquisitivo, presión fiscal, acceso de la mujer al trabajo, deficiencias en el sistema educativo o en el sanitario, han ido quedando fuera del foco de la acción política.
En su lugar, hemos asistido a una catarata de leyes dedicadas a la memoria histórica, la discriminación positiva de éste o aquel sector social, la creación de innumerables agencias y observatorios de los más pintorescos fenómenos, la multiplicación de órganos con competencias duplicadas, la burocratización de la vida empresarial o la desesperada “lucha” contra el Cambio Climático. Cientos de sesiones parlamentarias, millones de euros en sueldos de diputados y representantes políticos a todos los niveles, derrochados por nuestra manirrota clase política, cuando no directamente derivados a los “amigos” o “grupos de presión” ya fuera mediante corrupción o subvención. Cualquiera de ustedes podría añadir leña argumental a esta enorme hoguera que consume nuestro presupuesto nacional, y autonómico, y municipal, pero que no termina de generar ese ámbito de prosperidad que todos estamos buscando.
El proceso de descomposición de nuestra democracia representativa ha sufrido una aceleración preocupante desde el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero no han sido Zapatero, Rajoy o Sánchez los únicos artífices del desastre
Tal vez por ello, el descontento de un buen numero de ciudadanos se deja ver cada vez con más fuerza fuera del proceso parlamentario – de lo que da buena fe los niveles de abstención de los últimos comicios-, crecen las propuestas populistas y el tono en las redes sociales es francamente desolador. Sería, sin embargo, un error gravísimo, pensar que una democracia más directa, cuasi-asamblearia, nos acercaría a un sistema mejor y más efectivo que el parlamentarismo del que nos hemos dotado con nuestra constitución. Un sistema político fuera de la esfera democrática parlamentaria tampoco sería capaz de solucionar de manera efectiva la incapacidad de nuestro sistema para articular los intereses, opiniones y sentimientos de los ciudadanos en su conjunto para que, en última instancia, puedan facilitar la conformación de la sociedad que todos deseamos.
El proceso de descomposición de nuestra democracia representativa ha sufrido una aceleración preocupante desde el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero no han sido Zapatero, Rajoy o Sánchez los únicos artífices del desastre. A nivel autonómico la constante también ha sido la misma que a nivel nacional: la transferencia de importantes competencias legislativas y formadoras de opinión a instituciones europeas no electas o a ONG’s y opacos círculos de expertos con la consecuente reducción en la comunicación y la visibilidad de los procesos de toma de decisiones políticas no es algo que hayamos empezado a observar desde ayer.
El creciente abismo entre la política y los ciudadanos ha sido un tema constante de la ciencia política y el periodismo desde los años noventa. El desprecio por la libertad individual bajo la influencia de un neocomunismo disfrazado de ecologismo, que ve la búsqueda de la prosperidad y el progreso social como patológico y como una amenaza para el planeta, también ha impulsado la tendencia hacia la intervención autoritaria en los hábitos y libertades personales de los ciudadanos, lo cual no ha contribuido a mejorar la confianza de una gran masa social hacia sus administradores políticos.
Pero ¿qué es exactamente lo que desaparece cuando la democracia se erosiona? Los críticos de la “post-democracia” a menudo tienden a una cierta fetichización de las actuales formas externas de democracia, perdiendo de vista, en no pocas ocasiones, lo esencial. Se habla mucho entonces de la disminución de la participación en los comicios o la pérdida de capacidad de captación de los partidos tradicionales y muchos otros fenómenos que, aunque probablemente también forman parte del problema, no parecen arrojar luz sobre el fondo del asunto. Puede ser interesante aclarar por qué los votantes no votan o no lo hacen de manera habitual. El proceso parlamentario-democrático es mucho más que el acto electoral.
¿Qué es realmente representación? En el famoso frontispicio del Leviatán de Thomas Hobbes encontramos en forma de alegoría la respuesta: los innumerables cuerpos de los ciudadanos forman el cuerpo del monarca. Al contrario de lo que creen muchas de nuestras mentes de progreso – que ven en Hobbes solamente un detractor vehemente de la democracia y un filósofo del absolutismo-, el filósofo inglés era un partidario apasionado de la libertad individual y sería un enemigo combativo de la disolución de los límites entre el estado y la privacidad mediante la excesiva interferencia de la política en la vida privada de los ciudadanos. Además, fue el primero en examinar sistemáticamente el problema central de la política en la sociedad burguesa. En una sociedad de individuos libres que tienen el derecho, incluso el deber, de buscar su felicidad personal, ¿cómo puede surgir algo como el bien común? Esto requeriría, según Hobbes, de la transferencia voluntaria del poder político y el poder ejecutivo en exclusiva al soberano.
En Hobbes, la “representación” se refiere a esta relación entre los muchos individuos y el estado, encarnada en el monarca absoluto. Por supuesto, la “representación” hobbesiana no debe confundirse con la democracia moderna. El gran avance, aunque solo en idea, fue que Hobbes hizo de la transferencia del poder político al monarca un acto contractual voluntario de los ciudadanos. Lo que daba legitimidad al estado. Desde la idea hobbesiana a la democracia moderna hemos dado un gran salto: los ciudadanos, como soberanos, eligen a sus representantes y pueden cambiarlos o revocarlos en cualquier momento. Más aún, la legitimidad de la acción estatal siempre debe estar sujeta al consentimiento consciente y voluntario de los ciudadanos. La autoridad política reconocida, el sentido de lo público y, además de los intereses de muchos, la definición de un interés “general” solo puede surgir de esta manera. Y la contradicción entre la libertad de los individuos y la necesidad de ordenar un poder político que equilibre los intereses dispares de los individuos, inevitablemente siempre a costa de aquellos cuyos intereses u opiniones no pueden prevalecer en la mayoría, nunca se puede obviar o negar, debe ser continuamente discutida.
Eso es libertad política. Y el proceso democrático que la asegura es, como pueden fácilmente suponer, muy exigente. Requiere el consentimiento informado, o incluso el no consentimiento, de los ciudadanos respecto a las decisiones tomadas en el Parlamento, decisiones que no pueden ser tomadas sin información detallada, justificación pública y consideración minuciosa de las diferentes opciones políticas. Es decir, todo lo contrario al rodillo parlamentario o el Gobierno a decretazos que son los vehículos políticos legislativos y ejecutivos habituales en España en los últimos años.
Supone, de hecho, que la asamblea representativa es un lugar de ideas y opiniones apasionadas. Y también que el Parlamento y el gobierno que emana de él se sientan dueños del proceso, en lugar de, como es habitual hoy, hablar sobre limitaciones y emergencias en la toma de decisiones para justificar medidas impopulares. Presupone que la política aprecia a los ciudadanos como entidades legales y seres racionales, ante los que tiene que asumir responsabilidades, y que están en posición de entender correctamente los temas complejos, más si se los presentan inteligentemente.
Como ven, nuestra crisis política no se solucionará solo votando. Pero si no votamos desde la exigencia de los principios de la libertad política, la libertad individual y la representatividad de los interese de todos, seguiremos cayendo por el pozo de nuestras frustraciones.
Imagen: Hobbes Leviathan