viernes, 13 de mayo de 2016

Inédito: Argentina fabricará cien aviones militares Pampa para Alemania

Inédito: Argentina fabricará cien aviones militares Pampa para Alemania




La estatal Fábrica Argentina de Aviones y la alemana Grob Aircraft AG firmaron un convenio que incluye la provisión de la versión renovada del entrenador      
Enmarcado en los planes de expansión de la fabricación local de aeronaves, la empresa estatal Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA) y la firma alemana Grob Aircraft AG firmaron un convenio que incluye la venta de cien aviones Pampa II al gobierno germano.
El plan de fabricación cuenta con el aval y el impulso del Ministerio de Defensa de la Nación.
“Los aviones Pampa contarán con dos series de engranajes provenientes de la empresa alemana”, anunció el miércoles a la prensa el presidente de FAdeA, Raúl Argañaraz, quien agregó que la firma así se posicionará “en el exterior, a nivel mundial”.
El directivo indicó además que FAdeA -una sociedad anónima de capital estatal- “no va a trabajar más sola, sino que, de ahora en adelante, lo hará en el marco de convenios de cooperación“, como el celebrado el miércoles.
La firma, con sede en Córdoba, contratará como parte de estos planes a 120 trabajadores, ya que el objetivo “es fabricar cien aviones, uno por mes“, a partir del próximo año, aunque los precisos plazos de fabricación “dependerán de la demanda”, de acuerdo con lo que indicó Argañaraz.
El acuerdo entre FAdeA y la compañía alemana permitirá comercializar el avión Pampa con un nuevo motor, lo que posibilitará “mejorar la productividad de la compañía” y dar “un salto en el mercado internacional”, de acuerdo con las previsiones que mencionó Argañaraz.
En este marco, FAdeA avanzó en una remotorización del avión Pampa que posibilitará “mejorar la potencia” gracias a la intervención de la compañía alemana y, al mismo tiempo, optimizar el mantenimiento de los aparatos, siempre según las proyecciones que realizan ambas empresas respecto del proyecto en marcha.
John Alp, ejecutivo de la compañía alemana que voló la nueva versión del Pampa, elogió por su parte “las bondades” del aparato fabricado en Córdoba y consideró “auspicioso” el acuerdo celebrado entre la empresa germana y la argentina FAdeA.
Al respecto, Argañaraz precisó que entre los proyectos se encuentra el de estandarizar el denominado cockpit del Pampa (simulador), con el que dispone el avión de la firma alemana, el Grob 120 TP, para ofrecer conjuntamente en el mercado mundial un sistema de entrenamiento de pilotos de alta disponibilidad.
Actualmente, la empresa alemana ofrece un servicio que consiste en proveer aviones, repuestos y las horas de vuelo demandadas para cada etapa de mantenimiento, sistema que actualmente es adoptado por las fuerzas aéreas de Francia y Gran Bretaña.
La semana pasada, durante la XVII Edición de la Feria Internacional del Aire y del Espacio (FIDAE), realizada en Chile, el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, presentó el denominado IA-63 Pampa “remotorizado” (o Pampa II), ocasión en la que había anunciado la intención de FAdeA de “producirlo en serie”.
La idea de la empresa estatal argentina es que este primer convenio sea el puntapié inicial para comenzar a trabajar en los mercados externos.
En el marco de la FIDAE, la cartera que encabeza Puricelli destacó los desarrollos tecnológicos argentinos y subrayó que la exposición ha tenido la función de “profundizar aún más la cooperación en defensa y la integración de los países de la Unasur“.
“Buscamos que esto lleve a que los países de América del Sur tomen la decisión de tomar nuestro Pampa para la capacitación de las fuerzas aéreas regionales”, había señalado Puricelli días antes de la firma del convenio.

La multipolaridad. Definición y diferenciación entre sus significados


La multipolaridad. Definición y diferenciación entre sus significados


Alexander Dugin




Desde un punto de vista puramente científico, hasta la fecha todavía no existe ninguna teoría plena y completa de un mundo multipolar (TMM), ni puede ser hallada en las teorías clásicas y en los paradigmas de las Relaciones Internacionales (RI). En vano trataremos de buscarla en las últimas teorías post-positivistas. No está desarrollada plenamente en su orientación final, el ámbito de la investigación geopolítica.

Una y otra vez este tema es abiertamente entendido, pero aún así se deja “entre bastidores” o se trata de una forma demasiado sesgada dentro de las relaciones internacionales.

Sin embargo, cada vez más y más trabajos sobre las relaciones exteriores, la política mundial, la geopolítica, y de hecho, la política internacional, se dedican al tema de la multipolaridad. Un número creciente de autores trata de comprender y describir la multipolaridad como modelo, fenómeno, precedente o posibilidad.

El tema de la multipolaridad fue abordado de una u otra forma en las obras del especialista en RI David Kampf (en el artículo “The emergence of a multipolar world” [“La emergencia de un mundo multipolar”]), el historiador de la Universidad de Yale Paul Kennedy (en su libro The Rise and Fall of Great Powers [Auge y caída de las grandes potencias]), el geopolítico Dale Walton (en el libro Geopolitics and the Great Powers in the XXI century: Multipolarity and the Revolution in strategic perspective” [Geopolítica y las grandes potencias en el siglo XXI: La multipolaridad y la Revolución desde la perspectiva estratégica]), el politólogo estadounidense Dilip Hiro (en el libro After Empire: Birth of a multipolar world [Después del imperio: El nacimiento de un mundo multipolar]), y otros. El más próximo a comprender el sentido de la multipolaridad, en nuestra opinión, fue el especialista en RI británico Fabio Petito, que intentó construir una alternativa seria y fundamentada al mundo unipolar sobre la base de los conceptos jurídicos y filosóficos de Carl Schmitt.

El “orden mundial multipolar” es también repetidamente mencionado en los discursos y escritos de personalidades políticas y periodistas influyentes. Por ejemplo, la ex secretario de Estado Madeleine Albright, quien primero llamó a los Estados Unidos la “nación indispensable”, declaró el 2 de febrero de 2000 que los EEUU no quieren “establecer y hacer cumplir” un mundo unipolar, y que la integración económica ya había creado “un cierto mundo que incluso puede ser llamado multipolar”. El 26 de enero de 2007, en la columna editorial de The New York Times, se escribió abiertamente que el “surgimiento de un mundo multipolar”, junto con China, “ocupa ahora su lugar en la mesa en paralelo con otros centros de poder tales como Bruselas o Tokio”. El 20 de noviembre de 2008, en el informe “Global Trends 2025” del National Intelligence Council de los EEUU, se indicaba que la aparición de un “sistema multipolar global” debe esperarse en un plazo de dos décadas.

Desde 2009, el presidente estadounidense Barack Obama fue visto por muchos como el presagio de una “era de multipolaridad”, creyendo que orientaría la prioridad estadounidense en política exterior hacia las potencias emergentes como Brasil, China, India y Rusia. El 22 de julio de 2009, el vicepresidente Joseph Biden dijo durante su visita a Ucrania: “Estamos tratando de construir un mundo multipolar”.

Y, sin embargo, todos estos libros, artículos y declaraciones no contienen ninguna definición precisa de qué es el mundo multipolar (MM), ni, por otra parte, una teoría coherente y consistente sobre su construcción (TMM). El tratamiento más común para la “multipolaridad” es solamente una indicación de que, en el actual proceso de globalización, el centro indiscutible y núcleo del mundo moderno (los EEUU, Europa y el más amplio “Occidente global”) se enfrenta a ciertos nuevos competidores – prósperas o simplemente poderosas potencias regionales y bloques de poder pertenecientes al “segundo” mundo. Una comparación de los potenciales de los EEUU y Europa por un lado, y de las nuevas potencias emergentes (China, India, Rusia, Iberoamérica, etc.), por otro, convence cada vez más a uno de la relativa superioridad tradicional de Occidente y plantea nuevas preguntas acerca de la lógica de otros procesos que determinan la arquitectura global de fuerzas a escala planetaria – en la política, la economía, la energía, la demografía, la cultura, etc.

Todos estos comentarios y observaciones son fundamentales para la construcción de la Teoría del mundo multipolar, pero de ninguna manera suplen su ausencia. Deben tenerse en cuenta en la construcción de una teoría tal, pero vale la pena señalar que son fragmentarias y desiguales en su naturaleza, no llegando siquiera al nivel de generalizaciones conceptuales teóricas primarias.

Pero, a pesar de esto, las referencias al orden mundial multipolar se escuchan cada vez más en las cumbres oficiales y en las conferencias y congresos internacionales. Vínculos con la multipolaridad están presentes en un importante número de acuerdos intergubernamentales y en los textos sobre seguridad nacional y defensa estratégica de una serie de influyentes y poderosos países (China, Rusia, Irán, y parte de la UE). Por lo tanto, hoy más que nunca es importante dar un paso hacia el inicio de un desarrollo pleno de la Teoría del mundo multipolar, de acuerdo a los requisitos básicos de la erudición académica.

La multipolaridad no coincide con el modelo nacional de la organización mundial según la lógica del sistema de Westfalia

Antes de proceder cuidadosamente a la construcción de la Teoría del mundo multipolar (TMM), deberíamos distinguir estrictamente el área conceptual investigada. Para ello, debemos tener en cuenta los conceptos básicos y definir aquellas formas del orden mundial global que ciertamente no son multipolares y ante las cuales, en consecuencia, la multipolaridad se presenta como una alternativa.

Vamos a empezar con el sistema de Westfalia, que reconoce la soberanía absoluta del Estado-nación y construye el ámbito jurídico de las relaciones internacionales sobre esta base. Este sistema, desarrollado después de 1648 (el final de la Guerra de los Treinta Años en Europa), ha pasado por varias etapas de su desarrollo, y en cierta medida ha seguido reflejando la realidad objetiva hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Nació del rechazo a las pretensiones de los imperios medievales al universalismo y la “misión divina”, y estuvo en correspondencia con las reformas burguesas en las sociedades europeas. También se basaba en la suposición de que sólo un Estado-nación puede poseer la máxima soberanía, y que fuera de ella no hay ninguna otra entidad que tuviera el derecho legal de interferir en la política interna de ese estado, independientemente de qué objetivos y misiones (religiosas, políticas o de otro tipo) la guiaran. Formado a mediados del siglo XVII hasta la mitad del siglo XX, este principio predetermina la política europea y, en consecuencia, fue transferido a otros países del mundo con ciertas modificaciones.

El sistema de Westfalia fue originalmente relevante sólo para las potencias europeas y sus colonias eran consideradas simplemente como su continuación, no poseyendo el suficiente potencial político y económico para pretender ser una entidad independiente. Desde principios del siglo XX el mismo principio se extendió a las antiguas colonias durante el proceso de descolonización.

Este modelo de Westfalia asume la plena igualdad jurídica entre los Estados soberanos. En este modelo, existen tantos polos de decisión en política exterior en el mundo como Estados soberanos hay. Por inercia, esta norma sigue vigente y todo el derecho internacional se basa en ella.

En la práctica, por supuesto, existe desigualdad y subordinación jerárquica entre varios estados soberanos. En la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la distribución del poder entre las mayores potencias del mundo condujo a un enfrentamiento entre bloques separados donde las decisiones se tomaban en el país más poderoso entre sus aliados.

Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, debido a la derrota de la Alemania nazi y las potencias del Eje, el esquema bipolar de las relaciones internacionales (el sistema bipolar de Yalta) se desarrolló en el sistema global. El derecho internacional siguió de jurereconociendo la soberanía absoluta de cualquier Estado-nación, pero de facto, las decisiones básicas sobre las cuestiones centrales del orden mundial y de la política mundial se tomaron sólo en dos centros, en Washington y en Moscú.

El mundo multipolar difiere del sistema de Westfalia clásico por el hecho de que no reconoce al Estado-nación independiente, legal y formalmente soberano, tener el estatus de un polo de pleno derecho. Esto significa que el número de polos en un mundo multipolar debería ser sustancialmente menor que el número de estados-nación reconocidos (y, por tanto, no reconocidos). La gran mayoría de estos estados no es capaz hoy de proveer su propia seguridad o prosperidad de cara a un teóricamente posible conflicto con la potencia hegemónica actual (los EEUU). Por lo tanto, ellos son política y económicamente dependientes de una autoridad externa. Siendo dependientes no pueden ser los centros de una voluntad verdaderamente independiente y soberana en relación a las cuestiones globales del orden mundial.

La multipolaridad no es un sistema de relaciones internacionales que insista en la igualdad jurídica de los Estados-nación como el estado real, fáctico de los asuntos. Esa es sólo la fachada de un muy diferente cuadro del mundo basado en un verdadero, más que nominal, equilibrio de fuerzas y de capacidades estratégicas.

La multipolaridad opera no con la situación tal y como existe de jure, sino más bien de facto, y esto procede de la afirmación de la desigualdad fundamental entre los Estados-nación en el moderno y empíricamente corregible modelo del mundo. Además, la estructura de esta desigualdad es que los poderes secundarios y terciarios no son capaces de defender su soberanía en ninguna configuración de bloque transitoria, ante un posible desafío externo por parte del poder hegemónico. Esto significa que la soberanía es una ficción legal hoy.

La multipolaridad no es bipolaridad

Después de la Segunda Guerra Mundial fue desarrollado el sistema bipolar de Yalta. El mismo continuó insistiendo formalmente en el reconocimiento de la soberanía absoluta de todos los Estados, principio sobre el cual la ONU fue organizada y continuó el trabajo de la Sociedad de Naciones. Sin embargo, en la práctica, aparecieron en el mundo dos centros de toma de decisiones a nivel mundial, los EEUU y la URSS. Los EEUU y la URSS eran dos sistemas político-económicos alternativos, el capitalismo mundial y el socialismo mundial, respectivamente. Fue así como la bipolaridad estratégica se fundó sobre el dualismo ideológico y filosófico, el liberalismo contra el marxismo.

El mundo bipolar se basaba en la comparabilidad simétrica de la potencial paridad económica y estratégico-militar de los bandos en guerra, estadounidense y soviético. Al mismo tiempo, ningún otro país afiliado a un bando en particular tenía ni remotamente un poder acumulativo comparable a los de Moscú o Washington. En consecuencia, había dos hegemón [potencias hegemónicas] a escala mundial, cada una rodeada por una constelación de países aliados (medio-vasallos, en un sentido estratégico). En este modelo, la soberanía nacional formalmente reconocida perdió gradualmente su peso. En primer lugar, los países asociados ya fuera a uno u otro hegemón eran dependientes de las políticas de ese polo. Por lo tanto, dichos países no eran independientes y los conflictos regionales (desarrollados generalmente en áreas del Tercer Mundo) rápidamente ascendían hasta una confrontación de dos superpotencias que buscaban redistribuir el equilibrio de influencia planetaria en los “territorios en disputa”. Esto explica los conflictos en Corea, Vietnam, Angola, Afganistán, etc.

En el mundo bipolar también existía una tercera fuerza, el Movimiento de Países No Alineados. Consistía en algunos países del Tercer Mundo que se negaron a tomar una elección inequívoca a favor del capitalismo o del socialismo, y que en su lugar prefirieron maniobrar entre los intereses antagónicos globales de los EEUU y la URSS. En cierta medida, algunos tuvieron éxito, pero la posibilidad de no alineamiento supone en sí la existencia de dos polos, lo que en mayor o menor medida equilibra al uno con el otro. Además, estos “países no alineados” no eran capaces de crear de ninguna manera un “tercer polo” debido a los parámetros principales de las superpotencias, la naturaleza fragmentada y no consolidada de los miembros del Movimiento de los No Alineados, y la falta de alguna plataforma socio económica general conjunta. El mundo se dividió en el Occidente capitalista (el primer mundo), el Este socialista (el segundo mundo), y “el resto” (el Tercer Mundo). Además, “todos los otros” representaban en todos los sentidos la periferia mundial, donde de vez en cuando aparecían los intereses de las superpotencias. Entre las propias superpotencias la probabilidad de conflicto estaba casi descartada debido a la paridad (específicamente en la garantía de la asegurada destrucción nuclear mutua). Esto hizo que las zonas preferidas para la revisión del equilibrio fueran los países de la periferia (Asia, África, América Latina).

Tras el colapso de uno de los dos polos (la Unión Soviética se derrumbó en 1991), el sistema bipolar también se derrumbó. Esto creó las condiciones previas para el surgimiento de un orden mundial alternativo. Muchos analistas y expertos en RI hablaron con razón acerca “del fin del sistema de Yalta”. Mientras que reconocía de jure la soberanía, la paz de Yalta fue de facto construida sobre el principio del equilibrio de dos hegemón simétricos y relativamente iguales. Con la salida de uno de los hegemón de la escena histórica, el sistema entero dejó de existir. Llegó el tiempo de un orden mundial unipolar o “momento unipolar”.

Un mundo multipolar no es un mundo bipolar (tal y como lo conocíamos en la segunda mitad del siglo XX), porque en el mundo de hoy no hay ningún poder que pueda resistir sin ayuda de nadie el poder estratégico de los Estados Unidos y los países de la OTAN y, además, no hay una ideología generalizadora y coherente capaz de unir a una gran parte de la humanidad en una fuerte oposición ideológica a la ideología de la democracia liberal, el capitalismo y los “derechos humanos”, sobre la que los Estados Unidos basan ahora una nueva hegemonía única. Ni la Rusia moderna, ni China, ni la India, ni ningún otro estado puede pretender ser un segundo polo en estas condiciones. La recuperación de la bipolaridad ideológica es imposible debido a razones ideológicas (el final del atractivo popular del marxismo) y técnico-militares. En cuanto a estas últimas, los EEUU y los países de la OTAN tomaron tanto la delantera durante los últimos 30 años que la competencia simétrica con ellos en las esferas estratégico-militar, económica y técnica, no es posible para un solo país.

La multipolaridad no es compatible con un mundo unipolar

El colapso de la Unión Soviética significó la desaparición tanto de una superpotencia simétrica y poderosa, como de un gigantesco campo ideológico. Era el final de una de las dos hegemonías globales. Toda la estructura del orden mundial es desde este punto irreversible y cualitativamente diferente. Unido a esto, el polo restante – liderado por los Estados Unidos y sobre la base de la ideología capitalista liberal-democrática – se mantiene como fenómeno y ha seguido ampliando a una escala global su sistema socio-político (la democracia, el mercado, la ideología de los “derechos humanos”). Precisamente, esto se llama un mundo unipolar u orden mundial unipolar. En tal mundo, hay un solo centro de toma de decisiones sobre las principales cuestiones mundiales. Occidente y su núcleo, la comunidad euroatlántica liderada por Estados Unidos, se encontraron con el papel de única hegemonía restante disponible. El espacio entero del planeta en tal entorno es una regionalización triple (descrita en detalle por la teoría neo-marxista de I. Wallerstein):

– Zona Núcleo (“Norte rico”, “centro”),

– Área de la periferia mundial (“Sur pobre”, “periferia”),

– Zona de Transición (“semi-periferia”, incluidos los principales países desarrollándose activamente hacia el capitalismo: China, India, Brasil, algunos países del Pacífico, así como Rusia, que preserva por inercia un significativo potencial estratégico, económico, y energético).

El mundo unipolar pareció ser finalmente una realidad establecida en la década de 1990, y algunos analistas estadounidenses declararon sobre esta base la tesis del “fin de la historia” (Fukuyama). Esta tesis defendía que el mundo se volverá totalmente homogéneo ideológica, política, económica y socialmente, y que entonces todos los procesos que tienen lugar en él no serán ya un drama histórico basado en la batalla de ideas e intereses, sino más bien una competición (y relativamente pacífica) económica de los participantes del mercado – similar a como se construye la política interna de los regímenes liberales democráticos libres. En esta interpretación, la democracia se convierte en global y el planeta está compuesto sólo por Occidente y sus alrededores (es decir, los países que se integrarán gradualmente en él).

El diseño más preciso de la teoría de la unipolaridad fue propuesto por los neoconservadores estadounidenses, quienes hacían hincapié en el papel de los EEUU en el nuevo orden mundial global. A veces proclamaron a los Estados Unidos como el “Nuevo Imperio” (R. Kaplan), o la “hegemonía global benevolente” (U. Kristol, R. Keygan), anticipando la ofensiva del “siglo americano” (The Project for the New American Century [El Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense]). En la visión de los neoconservadores, la unipolaridad ha adquirido una base teórica. El futuro orden mundial fue visto como una construcción estadounidense-céntrica, cuyo núcleo son los Estados Unidos como árbitro global y encarnación de los principios de “libertad y democracia”, y con una constelación de otros países que se estructura en torno a este centro, reproduciendo el modelo americano con mayor o menor exactitud. Éstos varían en la geografía y en su grado de similitud con los Estados Unidos:

– En primer lugar, el círculo interior, los países de Europa y Japón,

– en segundo lugar, los países liberales prósperos de Asia,

– por último, todo el resto.

Todas las zonas situadas alrededor de la “América Global”, independientemente de su órbita política, son incluidas en el proceso de “democratización” y “norteamericanización”. La difusión de los valores estadounidenses marcha en paralelo con la puesta en práctica de los intereses prácticos norteamericanos y la expansión de la zona de control directo estadounidense a escala global.

A nivel estratégico, la unipolaridad se expresa en el papel central de los Estados Unidos en la OTAN, y además, en la superioridad asimétrica de las capacidades militares combinadas de los países de la OTAN sobre todas las demás naciones del mundo.

Paralelo a esto, Occidente es superior a otros países no occidentales en su potencial económico, nivel de desarrollo de alta tecnología, etc. Lo más importante: Occidente es la matriz donde se formó históricamente el sistema establecido de valores y normas que actualmente se considera como el estándar universal para todos los demás países del mundo. Esto puede ser llamado la hegemonía intelectual global que, por un lado, mantiene la infraestructura técnica para el control global, y por el otro, se encuentra en el centro del paradigma planetario dominante. La hegemonía material va de la mano de las hegemonías espiritual, intelectual, cognitiva, cultural y de la información.

En principio, la elite política estadounidense se guía precisamente por este enfoque hegemónico conscientemente percibido, no obstante, por parte de los neoconservadores se habla con claridad y transparencia acerca de ello, mientras que los representantes de otras orientaciones políticas e ideológicas diferentes prefieren expresiones más suavizadas y eufemismos. Incluso los críticos del mundo unipolar en los Estados Unidos no cuestionan el principio de la “universalidad” de los valores estadounidenses y el deseo de su aprobación a nivel mundial. Las objeciones se centran en qué medida este proyecto es realista a medio y largo plazo, y en si los EEUU son capaces de soportar solos la carga del imperio mundo global.

Los desafíos a tal dominio estadounidense directo y abierto, que parecía ser un hecho consumado en la década de 1990, llevaron a algunos analistas estadounidenses (concretamente a Charles Krauthammer, que introdujo este concepto) a plantear el fin del “momento unipolar”.

Pero, a pesar de todo, es exactamente la unipolaridad la que en una u otra manifestación – abierta o encubiertamente el modelo del orden mundial – se convirtió en una realidad después de 1991 y permanece así hasta nuestros días.

En la práctica, la unipolaridad coexiste con el sistema de Westfalia, que aún alberga los restos de la inercia del mundo bipolar. La soberanía de los Estados-nación todavía es reconocida de jure, y el Consejo de Seguridad de la ONU aún refleja parcialmente el equilibrio de poder correspondiente a las realidades de la “Guerra Fría”. Por lo tanto, la hegemonía unipolar estadounidense está presente de factojunto con una serie de instituciones internacionales que expresan el equilibrio de otras épocas y ciclos en la historia de las relaciones internacionales. El mundo está constantemente recordando las contradicciones entre la situación de jure y de facto, sobre todo cuando los EEUU o una coalición occidental interviene directamente en los asuntos de estados soberanos (a veces incluso evitando el veto de instituciones tales como el Consejo de Seguridad de la ONU). En casos como el de la invasión estadounidense de Irak en 2003, vemos un ejemplo de una violación unilateral del principio de la soberanía estatal (ignorando el modelo de Westfalia), la negativa a tener en cuenta la posición de Rusia (Vladimir Putin) en el Consejo de Seguridad de la ONU, y las sonoras objeciones de los socios de Washington en la OTAN (el francés Jacques Chirac y el alemán Gerhard Schroeder).

Los partidarios de la unipolaridad más consecuentes (por ejemplo, el republicano John McCain) insisten en la aplicación del orden internacional de acuerdo con la verdadera correlación de fuerzas. Ofrecen la creación de un modelo bastante diferente al de la ONU, la “Liga de Democracias”, en el que la posición dominante de Estados Unidos, es decir, la unipolaridad, hubiera sido legislada. La legalización de un mundo unipolar y el estatus hegemónico del “Imperio Norteamericano” en la estructura de las relaciones internacionales pos-Yalta es una de las posibles direcciones de la evolución del sistema político mundial.

Está absolutamente claro que un orden mundial multipolar no sólo difiere de uno unipolar, sino que es su antítesis directa. La unipolaridad asume un hegemón y un centro de toma de decisiones, mientras que la multipolaridad insiste en algunos centros, ninguno de ellos poseyendo derechos exclusivos y por lo tanto teniendo que tomar en cuenta las posiciones de los demás. La multipolaridad, por lo tanto, es una alternativa lógica directa a la unipolaridad. No puede haber compromiso entre ellas: en virtud de las leyes de la lógica, el mundo es ya sea unipolar o multipolar. A partir de ahí, no es importante cómo se formula jurídicamente ese modelo en particular, sino la forma en que es creado de facto. En la era de la “Guerra Fría”, diplomáticos y políticos reconocieron a regañadientes la “bipolaridad”, que era un hecho evidente. Por lo tanto, es necesario separar el lenguaje diplomático de la realidad concreta. El mundo unipolar es el orden mundial efectivo hasta la fecha. Sólo se puede discutir acerca de si es bueno o malo, si es el amanecer del sistema o, alternativamente, el ocaso, y si va a durar mucho tiempo todavía o, por el contrario, terminará rápidamente. En cualquier caso, el hecho permanece. Vivimos en un mundo unipolar, y el momento unipolar todavía dura (aunque algunos analistas están convencidos de que está llegando a su fin).

El mundo multipolar no es un mundo no polar

Los críticos estadounidenses de la unipolaridad rigurosa, y especialmente los rivales ideológicos de los neoconservadores concentrados en el “Council on Foreign Relations” [“Consejo de Relaciones Exteriores”], ofrecen otro término en lugar de unipolaridad: la no polaridad. Este concepto se basa en la idea de que los procesos de globalización continuarán desarrollándose y que el modelo occidental del orden mundial expandirá su presencia a todos los países y pueblos de la tierra. Por lo tanto, la hegemonía intelectual y la hegemonía de los valores de Occidente continuarán. El mundo global será el mundo del liberalismo, la democracia, el libre mercado y los derechos humanos, pero el papel de Estados Unidos como potencia nacional y buque insignia de la globalización, según los defensores de esta teoría, se reducirá. En lugar de una hegemonía norteamericana directa, emergerá un modelo de “gobierno mundial”. Éste contará con la presencia de representantes de diferentes países, unidos por valores comunes y esforzándose por establecer un espacio socio-político y económico unificado en todo el mundo. Una vez más, se trata de un “fin de la historia” análogo al de Fukuyama, descrito en términos diferentes.

El mundo no polar estará basado en la cooperación entre los países democráticos (por defecto), pero poco a poco el proceso de formación debería incluir a actores no estatales – ONGs, movimientos sociales, grupos de ciudadanos independientes, comunidades en red, etc.

La característica principal de la construcción del mundo no polar es la disipación de la toma de decisiones desde una entidad (ahora Washington) hacia muchas entidades de nivel inferior – en dirección a los referéndum planetarios en línea acerca de los principales acontecimientos y actividades que afectan a toda la humanidad.

La economía sustituirá a la política y la competencia del mercado barrerá todas las barreras arancelarias de los países. El estado estará más preocupado por el cuidado de sus ciudadanos que la seguridad tradicional, y marcará el comienzo de la era de la democracia global.

Esta teoría coincide con las características principales de la teoría de la globalización y se presenta como una etapa hacia la sustitución del mundo unipolar, pero sólo en las condiciones promovidas hoy por los EEUU y los países occidentales en lo que respecta a sus modelos socio-políticos, tecnológicos, y económicos (la democracia liberal). Estos modelos y sus valores se convertirán en un fenómeno universal y ya no existirá la necesidad de la protección estricta de los ideales democráticos y liberales – todos los regímenes que se resisten a Occidente, a la democratización y a la norteamericanización en el momento de la aparición del mundo no polar, deben ser eliminados.

La élite de todos los países debe ser similar, homogénea, capitalista, liberal y democrática – en otras palabras, “occidental” – independientemente de su origen histórico, geográfico, religioso y nacional.

El proyecto del mundo no polar es apoyado por una serie de grupos políticos y financieros muy poderosos, desde los Rothschild hasta George Soros y sus fundaciones.

Este proyecto estructural aborda el futuro. Está pensado como una formación global que debería sustituir a la unipolaridad y establecerse tras su estela. No es una alternativa, sino más bien una continuación, y será posible sólo como centro de gravedad de la sociedad que se desplaza desde la combinación actual de la alianza de dos niveles de hegemonía – la material (el complejo militar-industrial estadounidense y la economía y los recursos occidentales), y la espiritual (normas, procedimientos, valores) – hacia una hegemonía puramente intelectual, junto con la reducción gradual de la importancia de la dominación material.

Es decir, es la sociedad global de la información, donde los procesos principales de decisión y de dominio se desplegarán en el campo de la inteligencia a través del control de las mentes, el control mental, y la programación del mundo virtual.

El mundo multipolar no se puede combinar con el modelo de mundo no polar, porque no acepta la validez del momento unipolar como preludio de un futuro orden mundial, ni la hegemonía intelectual de Occidente, la universalidad de sus valores, ni la dispersión de la toma de decisiones en la multiplicidad planetaria independientemente de la identidad cultural y de civilización preexistente. El mundo no polar sugiere que el modelo de melting pot [de crisol] estadounidense se extenderá al mundo entero. Como resultado, esto borrará todas las diferencias entre pueblos y culturas, y una humanidad individualizada, atomizada, será transformada en una “sociedad civil” cosmopolita sin fronteras. La multipolaridad implica que los centros de toma de decisiones deben estar lo suficientemente elevados (pero no exclusivamente en manos de una sola entidad, como lo están hoy en las condiciones del mundo unipolar) y que las especialidades culturales de cada civilización particular deben preservarse y fortalecerse ( pero no disolverse en una sola multiplicidad cosmopolita).

La multipolaridad no es multilateralismo

Otro modelo del orden mundial, algo distanciado de la hegemonía directa de los Estados Unidos, es un mundo multilateral (multilateralismo). Este concepto está muy extendido en el Partido Demócrata de los Estados Unidos, y está formalmente unido a la política exterior de la administración del Presidente Obama. En el contexto de los debates de política exterior estadounidense, este enfoque se opone a la insistencia de los neoconservadores en la unipolaridad.

En la práctica, el multilateralismo significa que los EEUU no deberían actuar en el campo de las relaciones internacionales basándose enteramente en su propia fuerza y ​​poniendo a todos sus aliados y “vasallos” ante los hechos consumados obligatoriamente. En su lugar, Washington debería tener en cuenta la posición de sus socios, persuadir y argumentar sus propuestas de solución en un diálogo a pie de igualdad, y atraerlos a su lado mediante argumentos racionales y, a veces, propuestas de compromiso.

En tal situación, los Estados Unidos deberían ser el “primero entre iguales”, en lugar de el “dictador entre sus subordinados”. Esto impone a la política exterior de los Estados Unidos ciertas obligaciones para con los aliados en la política global, y exige la obediencia a la estrategia general. La estrategia general en este caso es la estrategia de Occidente para establecer la democracia global, el mercado y la aplicación de la ideología de los derechos humanos a escala mundial. En este proceso, EEUU, siendo el líder, no debería equiparar directamente sus intereses nacionales con los valores “universales” de la civilización occidental en cuyo nombre actúan. En algunos casos, es más preferible operar en una coalición, y a veces incluso a hacer concesiones a sus socios.

El multilateralismo difiere de la unipolaridad por el énfasis en Occidente en general, y especialmente en su componente “basado en valores” (es decir, lo “normativo”). En cuanto a esto, los apologistas del multilateralismo convergen con los que abogan por el mundo no polar. La única diferencia entre el multilateralismo y la no polaridad es sólo el hecho de que el multilateralismo hace hincapié en la coordinación de los países occidentales democráticos entre ellos, y la no polaridad incluye también como actores a autoridades no estatales (ONGs, redes, movimientos sociales, etc.).

Es significativo que en la práctica, la política de multilateralismo de Obama, como repetidamente expresó él mismo y la ex secretario de Estado estadounidense Hillary Clinton, no es muy diferente de la directa y transparente era imperialista de George W. Bush, en cuyo período los neoconservadores fueron dominantes. Las intervenciones militares continuaron (Libia), y las tropas estadounidenses mantuvieron su presencia en el ocupado Irak y en Afganistán.

El mundo multipolar no coincide con el orden mundial multilateral, ya que se opone al universalismo de los valores occidentales y no reconoce la legitimidad del “Norte rico” – ya sea solo o en conjunto – para actuar en nombre de toda la humanidad y servir como único centro de toma de decisiones en la gran mayoría de temas importantes.

Resumen

La diferenciación del término “mundo multipolar” de la cadena de alternativas o similares esboza el campo semántico en el que vamos a seguir construyendo la teoría de la multipolaridad. Hasta este punto, hemos hablado solamente de lo que no es el orden mundial multipolar, negaciones y diferenciaciones que en sí mismas nos permitirán en contraste distinguir una serie de características constituyentes y muy positivas.

Si generalizamos esta segunda parte positiva, derivada de la serie de distinciones hecha, obtenemos aproximadamente esta imagen:

1. El mundo multipolar es una alternativa radical al mundo unipolar (que existe de facto en la situación actual), debido al hecho de que insiste en la presencia de unos pocos centros de toma de decisiones estratégicas globales a nivel mundial, independientes y soberanos.

2. Estos centros deberían estar suficientemente equipados y ser económica y materialmente independientes para poder defender su soberanía frente a una invasión directa por parte de un enemigo potencial a nivel material, y la fuerza más poderosa en el mundo de hoy debe entenderse como tal amenaza. Este requisito se reduce a ser capaz de soportar la hegemonía financiera y estratégico-militar de los Estados Unidos y los países de la OTAN.

3. Estos centros de toma de decisiones no deben aceptar el universalismo de los estándares, normas y valores occidentales (democracia, liberalismo, libre mercado, parlamentarismo, derechos humanos, individualismo, cosmopolitismo, etc.) y pueden ser totalmente independientes de la hegemonía espiritual de Occidente.

4. El mundo multipolar no implica un retorno al sistema bipolar, porque hoy no hay una sola fuerza estratégica o ideológica que pueda resistir sin ayuda a la hegemonía material y espiritual del Occidente moderno y de su líder, los Estados Unidos. Debe haber más de dos polos en un mundo multipolar.

5. El mundo multipolar no considera seriamente la soberanía de los estados nación existentes, que es afirmada sólo a nivel puramente jurídico y no es confirmada por la presencia de suficiente potencial de poder estratégico, económico y político. En el siglo XXI ya no es suficiente con ser un Estado-nación para ser una entidad soberana. En tales circunstancias, la soberanía real solo puede alcanzarse mediante una combinación y coalición de estados. El sistema de Westfalia, que sigue existiendo de jure, ya no refleja la realidad del sistema de relaciones internacionales y requiere revisión.

6. La multipolaridad no es reducible a la no polaridad, ni al multilateralismo, porque no sitúa el centro de la toma de decisiones (el polo) en el gobierno mundial, ni en el club de los EEUU y sus aliados democráticos (el “Occidente global”), ni al nivel de redes sub-estatales, ONGs y otras entidades de la sociedad civil. Un polo debe estar localizado en otro lugar.

Estos seis puntos definen toda una gama para un ulterior desarrollo de la multipolaridad y encarnan sus principales características suficientemente. Aunque esta descripción nos lleva significativamente a la comprensión de la multipolaridad, es todavía insuficiente para ser calificada como una teoría. Esto no es más que una determinación inicial con la que apenas da comienzo la teorización completa.

10/11/2015.

(Traducción Página Transversal).

Contra-hegemonía en la Teoría del Mundo Multipolar

Contra-hegemonía en la Teoría del Mundo Multipolar

 

 


Este concepto pasa por ciertas transformaciones semánticas en la transición de la teoría crítica de las Relaciones Internacionales a la Teoría del Mundo Multipolar. Estas transformaciones se deben considerar con más detalle. En este caso, tenemos que recordar los principios básicos de la teoría de la hegemonía en el esquema de la teoría crítica.
Concepto de “hegemonía” en el realismo
El concepto de hegemonía en la teoría crítica se basa en la teoría de Antonio Gramsci. El concepto de hegemonía en el gramscismo y el neogramscismo es diferente de su interpretación en las tendencias realista y neorrealista de las RI.
Los realistas clásicos emplean el término “hegemonía” de forma relativa y lo entienden como la “superioridad fáctica y significativa en el poder potencial de cualquier estado sobre el poder potencial de otros estados, especialmente los vecinos”. La hegemonía puede ser un fenómeno regional, porque la conclusión de si una u otra entidad política es hegemónica depende de la escala utilizada. En este sentido, podemos encontrar ese término en Tucídides, quien habló sobre la hegemonía de Atenas y la hegemonía de Esparta durante la Guerra del Peloponeso. El realismo clásico utiliza este término exactamente de la misma manera hasta nuestros días. Tal comprensión de la “hegemonía” puede ser llamada “estratégica” o “relativa”.
El neorrealismo interpreta la “hegemonía” en un contexto (estructural) global. La principal diferencia con el realismo clásico aquí, es que la hegemonía no puede ser considerada como un fenómeno regional, es siempre global. De acuerdo con el neorrealista K. Waltz, por ejemplo, el equilibrio de dos hegemonías (mundo bipolar) se confirma como una óptima estructura de equilibrio de poder a una escala global [2]. R. Gilpin cree que la hegemonía puede ser combinada con la unipolaridad, en otras palabras, que puede existir un único hegemon global (los EEUU realizan esta función hoy en día).
En ambos casos los realistas interpretan la “hegemonía” como una manera de correlacionar las capacidades de las potencias mundiales.
La interpretación de la hegemonía de Gramsci es radicalmente diferente y se sitúa en un plano teórico completamente diferente. Para evitar el mal uso de la palabra en las RI, y especialmente en la TMM, debemos detenernos en la teoría política de Gramsci, en cuyo contexto es prioritariamente considerada la hegemonía, tanto en la teoría crítica como en la TMM. Además, dicha revisión podría evidenciar de forma más clara un vacío conceptual entre la teoría crítica y la TMM.
La concepción de hegemonía de Antonio Gramsci
Antonio Gramsci basa su teoría, más tarde llamada “gramscismo”, en la reinterpretación del marxismo y de su aspecto práctico en la historia. Como marxista, Antonio Gramsci está seguro de que la historia socio-política está completamente determinada por el factor económico. Al igual que todos los marxistas, explica la superestructura (Aufbau) a través de la base (infraestructura, basis). La sociedad burguesa es una quintaesencia de la sociedad de clases, en la cual el proceso de explotación alcanza su punto máximo en relación con la propiedad de los medios de producción y la apropiación burguesa de la plusvalía, evolucionando desde el proceso de producción. La desigualdad en la comunidad económica (base) y la primacía del Capital sobre el Trabajo son la esencia del capitalismo y definen toda la semántica social, política y cultural (la superestructura). Todos los marxistas comparten esta idea y no hay nada nuevo ni original en ella. Pero Antonio Gramsci se pregunta cómo fue posible la revolución socialista proletaria en Rusia, donde, de acuerdo con Marx (quien analizó la situación del Imperio Ruso en el siglo XIX, en una perspectiva a largo plazo), y de acuerdo con el marxismo clásico europeo de principios del siglo XX, el estado objetivo de la base (pobre desarrollo de las relaciones capitalistas, pequeño porcentaje de proletariado urbano, predominio de la agricultura en el PIB total, ausencia del sistema político burgués, etc.) impedía la posibilidad misma de la asunción del poder por parte del Partido Comunista. Sin embargo, Lenin lo hizo posible y comenzó a construir el socialismo.
Gramsci interpreta este fenómeno como de importancia fundamental, calificándolo como “leninismo”. El leninismo en la concepción de Gramsci es vanguardia, captura anticipada del poder político por una superestructura resuelta y consolidada (personificada por el Partido Comunista de los bolcheviques). Tan pronto como la revolución tiene éxito, el desarrollo acelerado de la base se inicia a través de la construcción acelerada de las realidades económicas que hasta entonces no habían sido llevadas a cabo bajo el capitalismo: la industrialización, la modernización, la “electrificación”, la “educación pública”. Por lo tanto, bajo ciertas circunstancias, la política (superestructura) puede ir por delante de la economía, concluye Gramsci. El Partido Comunista puede ir por delante de los procesos históricos “naturales”. Por lo tanto, el leninismo prueba la existencia de una considerable autonomía de la superestructura en relación a la base.
Pero en la concepción de Gramsci, el leninismo es confinado al segmento político de la superestructura, donde las leyes del poder están operativas y el problema del estado está resuelto. Gramsci sostiene que hay otro segmento importante en la superestructura, que no es político en el sentido estricto del término, es decir, no está relacionado con el partido y directamente relacionado con los problemas del poder político. Él lo llama la “sociedad civil”. Esta definición – “la sociedad civil en la concepción de Gramsci” – debería ir acompañada de una explicación, porque el significado que introduce en este concepto es bastante diferente de su interpretación en las teorías liberales. Según Gramsci, la sociedad civil es el área de la actividad intelectual en el sentido más amplio, menos la actividad política directa (partido, estado, administración). La sociedad civil es un espacio a disposición de las partes intelectuales de la sociedad, incluyendo la ciencia, la cultura, la filosofía, las artes, el análisis, el periodismo, etc. Para Gramsci, como marxista, este área, como la totalidad de la superestructura, en ningún caso expresa los patrones de la base. Sin embargo, el leninismo demuestra que incluso expresando las leyes de la base, la superestructura en algunos casos puede funcionar con autonomía relativa, yendo a la vanguardia de los procesos desplegados en la base. La experiencia revolucionaria en Rusia en términos de historia demuestra cómo se realiza ese proceso en el segmento político de la superestructura. Y Gramsci plantea una hipótesis aquí: si este es el caso en el segmento político de la superestructura, ¿por qué no podría ocurrir algo similar en la “sociedad civil”? El concepto de hegemonía de Gramsci nació aquí [3]. Su objetivo es mostrar que en la esfera intelectual (= “sociedad civil”, según Gramsci), hay algo análogo al diferencial económico (Capital vs. Trabajo) en la base, y al diferencial político en la superestructura (partidos burgueses y gobierno vs. partidos proletarios y gobierno – por ejemplo, en la Unión Soviética). Este tercer diferencial es la “hegemonía” de Gramsci, que es el conjunto de estrategias de dominación de la conciencia burguesa sobre la conciencia proletaria, bajo condiciones de relativa autonomía con respecto a la política y a la economía. Otro sociólogo alemán, Werner Sombart, explorando la sociología burguesa [4], mostró que el confort puede ser valorado tanto por el Tercer Estado, que lo posee en parte, como por otros grupos sociales, que no lo conocen y no lo tienen. La “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, de manera similar, dice que un esclavo, para la auto-reflexión, no utiliza su propia conciencia, sino la de su amo [5]. Marx puso este punto de vista en la base de la ideología comunista. Siguiendo esta línea de pensamiento, Gramsci concluyó que la aprobación o el rechazo de la hegemonía (como de las estructuras de la conciencia burguesa), puede depender directamente, no de pertenecer a la clase burguesa (factor básico), ni de la participación política directa en el partido burgués (o antiburgués) o el sistema administrativo. Según Gramsci, es una cuestión de libre elección de un intelectual – estar con la hegemonía o en contra de ella. Cuando el intelectual hace conscientemente su elección, pasa del intelectual “tradicional” a uno “orgánico” que conscientemente escoge su posición respecto a la hegemonía. Esto implica una importante conclusión: el intelectual puede oponerse a la hegemonía incluso en una sociedad en la que imperen las relaciones capitalistas y la dominación política burguesa. El intelectual puede rechazar o aceptar libremente la hegemonía, porque hay un vacío de libertad, similar al que existe en la política con respecto a la economía (como lo demuestra la experiencia del bolchevismo en Rusia). En otras palabras, usted puede ser portador de conciencia proletaria y mantenerse del lado del proletariado y de la sociedad justa, estando en el corazón mismo de la sociedad burguesa. Todo depende de la elección intelectual: la hegemonía es una cuestión de conciencia.
Gramsci deduce su concepto mediante el análisis de los procesos políticos en Italia en los años 20 y 30 [6]. Durante este período, de acuerdo con su análisis, las condiciones para la revolución socialista habían madurado en este país – en la base (el capitalismo industrial desarrollado y la intensificación de las contradicciones de clase y la lucha de clases), y en la superestructura (el éxito político de los partidos de izquierda consolidados). Sin embargo, en esas condiciones aparentemente favorables, las fuerzas de izquierda fracasaron porque los representantes de la hegemonía dominaban en la esfera intelectual en Italia, introduciendo estereotipos y clichés burgueses incluso donde contradecían la realidad y las preferencias políticas y económicas de los grupos anti-burgueses activos. Desde el punto de vista de Gramsci, Mussolini se aprovechó de eso, volviendo la hegemonía a su favor (según los comunistas, el fascismo era una forma velada de dominación burguesa), e impidiendo artificialmente la revolución socialista que se estaba preparando debido al curso histórico natural de los acontecimientos. En otras palabras, participando en batallas políticas relativamente exitosas, los comunistas italianos, según Gramsci, perdieron de vista la “sociedad civil” y la esfera de la lucha “metapolítica” intelectual, y esa fue la razón de su derrota. La izquierda europea (especialmente la Nueva Izquierda) adoptó el gramscismo así formulado, y ​​lo puso en práctica en Europa a partir de los años 60. Los intelectuales de izquierda (marxista) -Sartre, Camus, Aragón, Foucault, etc.- fueron capaces de aplicar conceptos y teorías antiburguesas en el centro mismo de la vida social y cultural, utilizando editoriales, periódicos, clubes y departamentos universitarios que eran una parte integral de la economía capitalista, y actuaron en el contexto político del sistema de dominación burguesa. De ese modo, prepararon los acontecimientos de 1968 que se extendieron por toda Europa, y el giro a la izquierda de la política europea en los años 70. Así como el leninismo demostró en la práctica que el segmento político de la superestructura tiene una cierta autonomía y que la actividad en el área puede ir por delante de los procesos de la base, el gramscismo, en la práctica de la Nueva Izquierda, demostró la eficacia y la utilidad práctica de la estrategia intelectual activa.
El gramscismo en la Teoría Crítica: la tendencia izquierdista
Como se describió anteriormente, el gramscismo se integró en la teoría crítica de las RI por sus representantes modernos – Robert Cox [7], Stephen Gill [8] y otros. Ellos salvaron la continuidad del discurso marxista de izquierda, a pesar del hecho de que acentuaron la autonomía de la esfera de la “sociedad civil” y el fenómeno de la hegemonía en consecuencia, poniendo la elección intelectual por encima de los procesos políticos y las estructuras económicas, en consonancia con el espíritu de la posmodernidad. Para ellos, en general, el capitalismo es mejor que los sistemas socio-económicos precapitalistas, aunque es claramente peor que el modelo poscapitalista (socialista y comunista) que viene a reemplazarlo. Esto explica la estructura del proyecto contra-hegemónico [9] en la teoría crítica de las RI. El mismo permanece en el contexto de la interpretación izquierdista del proceso histórico. Puede ser descrito de esta manera: de acuerdo con los representantes de la teoría crítica, la hegemonía (la sociedad burguesa, que culmina en el holograma de la conciencia burguesa) debe sustituir a la sub-hegemonía (los tipos de sociedad anteriores a la burguesa y sus formas de conciencia colectiva – premodernas). Y después de eso, la hegemonía será aniquilada por la contra-hegemonía, que establecerá la pos-hegemonía después de su victoria. Marx y Engels insistieron en el “Manifiesto Comunista” [10], en que las reivindicaciones de los comunistas a los burgueses no tienen nada que ver con las reivindicaciones de los feudalistas antiburgueses, nacionalistas, socialistas cristianos, etc. a los burgueses. El capitalismo es el mal absoluto que absorbe al mal relativo (no tan obvio y no tan explícito) de las más antiguas formas de explotación pública. No obstante, para derrotarlo tenemos que permitir que el mal se expresase plenamente en primer lugar, y luego erradicarlo por completo en lugar de retocar la forma más odiosa del mal, retrasando así los horizontes de la revolución y del comunismo. Lo que debe tenerse en cuenta al considerar los estructuras neogramscistas de las relaciones internacionales.
Este análisis divide a los países entre aquellos en los que la hegemonía se fortaleció de manera explícita (países capitalistas desarrollados, con economía industrial, dominación de partidos burgueses en sistemas parlamentarios democráticos, organizados de acuerdo a los ejemplos de los estados nacionales, que han desarrollado la economía de mercado y el sistema jurídico liberal), y aquellos en los que eso no sucedió debido a diferentes circunstancias históricas. El primer grupo es el de las “potencias democráticas desarrolladas” y los otros son “casos límite”, “áreas problemáticas”, o incluso “estados canallas”. El análisis de los países con la hegemonía fortalecida está totalmente integrado en el análisis de la izquierda en general (marxista, neo-marxista y gramsciana). Sin embargo, el caso de los países con la “hegemonía inacabada” debe considerarse por separado. El mismo Gramsci llamó a estos países, países “cesaristas” (en clara referencia a la experiencia fascista italiana). El “cesarismo” podría considerarse en términos generales, como cualquier sistema político, donde las relaciones burguesas existen en fragmentos y su depuración política (como estado democrático-burgués clásico) se retrasa. En el “cesarismo” el principio autoritario no es central. El principio central es retrasar la instalación total y completa del sistema capitalista al estilo occidental (en la base y en la superestructura). Las razones para este retraso pueden ser diferentes: gobierno dictatorial, clanes de la élite, presencia de grupos religiosos o étnicos en el gobierno, características culturales de la sociedad, circunstancias históricas, condiciones económicas o geográficas específicas. Es importante que en tal sociedad la hegemonía aparece tanto como una fuerza externa (como parte de estados y sociedades burguesas) y como oposición interna, relacionada con factores externos en una manera u otra.
Los neogramscistas en las RI afirman que el “cesarismo” es la “sub-hegemonía”, y que su estrategia de equilibrar entre las presiones hegemónicas externas e internas haciendo algunas concesiones pero, al mismo tiempo, de forma selectiva con el objetivo de preservar el poder pase lo que pase y para evitar su captura por las fuerzas políticas burguesas, expresa la base económica de la sociedad a nivel de la superestructura política. Por lo tanto, el “cesarismo” está condenado al “transformismo” – una adaptación permanente a la hegemonía, con la constante tendencia a retrasar o presentar un falso camino al final, en dirección al cual se mueve constantemente.
En este sentido, los representantes de la teoría crítica de las RI consideran el “cesarismo” como un fenómeno que será finalmente superado por la hegemonía, ya que el mismo no sería más que un “retraso histórico” y no una alternativa o un “contra-hegemonía”.
Obviamente, los representantes modernos de la teoría crítica de las RI califican a la mayoría de los países del Tercer Mundo, e incluso a grandes potencias como los miembros de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), como “cesarismo”.
Con estas características, la restricción del concepto de la contra-hegemonía en la teoría crítica se hace evidente. Los proyectos de los representantes de la teoría crítica son utópicos. Por ejemplo, la “contra-sociedad” de Cox es algo incierto y que no llama la atención. Ellos proceden desde el turbio proyecto de orden mundial social y político que ha de venir “después del liberalismo” [11] (Wallerstein), y se encuentran con la utopía comunista, que es familiar a la izquierda. Esta versión de la hegemonía se ve limitada por el hecho de que coloca de forma precipitada muchos eventos políticos que no entran en la categoría de la hegemonía, pero que son similares a las versiones alternativas del orden mundial, en la categoría de “cesarismo” y, de ahí, en la de la “sub-hegemonía”, privándolos de cualquier tipo de interés para el desarrollo efectivo de la estrategia contra-hegemónica. Sin embargo, el análisis general de la estructura de las relaciones internacionales a través de la metodología neogramsciana es una dirección muy importante para el desarrollo de la TMM.
Con el fin de superar las limitaciones de la teoría crítica y liberar todo el potencial del neogramscismo, tenemos que ampliar este enfoque cualitativo más allá del discurso de la izquierda (incluyendo el “izquierdismo”), que sitúa toda la estructura en el área del sectarismo ideológico y de la marginalidad exótica (donde se encuentra hoy en día). En esta tarea tendremos la ayuda indispensable de las ideas del filósofo francés Alain de Benoist.
El gramscismo de derecha – la revisión de Alain de Benoist
Ya en fecha tan lejana como los años 80 del s. XX, el representante francés de la “nueva derecha” (“Nouvelle Droite“) Alain de Benoist, prestó atención a las ideas de Gramsci desde el punto de vista de su potencial metodológico. Benoist, tanto como Gramsci, reveló la fuerza de la metapolítica como un tipo especial de actividad intelectual que prepara (en forma de “revolución pasiva”) el futuro progreso político y económico. El éxito de la “Nueva Izquierda” en Francia y en Europa en general demostró la eficacia de este método.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales franceses de la segunda mitad del siglo XX, Alain de Benoist no apoyó el marxismo, lo cual hizo de su posición algo un tanto aislado. Al mismo tiempo, de Benoist construyó su filosofía política a partir del rechazo radical de los valores liberales y burgueses, negando el capitalismo, el individualismo, el modernismo, el atlantismo geopolítico y el eurocentrismo occidental. Por otra parte, opuso “Europa” y “Occidente” como dos conceptos antagónicos: “Europa” para él es el campo donde se despliega un logos cultural especial, que procede de los griegos e interactúa activamente con la riqueza de las tradiciones celta, alemana, latina, eslava y otras tradiciones europeas; y “Occidente” es el equivalente de la civilización mecanicista, materialista y racionalista basada en el predominio de la tecnología por encima de todo. Después de O. Spengler, Alain de Benoist entiende “Occidente” como la “decadencia de Occidente” y, junto con Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, se convenció de la necesidad de superar la modernidad como nihilismo y el “abandono del mundo por el Ser (Sein)” (Seinsverlassenheit). Occidente, a su entender, era sinónimo de liberalismo, capitalismo y sociedad burguesa – todos lo que la “Nueva Derecha” demandaba superar. La “Nueva Derecha”, al mismo tiempo, estaba de acuerdo con el significado fundamental de la esfera de la “sociedad civil” dado por Gramsci y sus seguidores. Así, Alain de Benoist llegó a la conclusión de que el fenómeno llamado “hegemonía” es un conjunto de estrategias, actitudes y valores, que consideró en sí mismo un “mal absoluto”. Esto condujo a la proclamación del principio del “gramscismo de derecha”.
El “gramscismo de derecha” significa el reconocimiento de la autonomía de la “sociedad civil en el sentido de Gramsci” con la identificación del fenómeno de la hegemonía en este área y la elección de su propia posición ideológica en el lado opuesto de la hegemonía. Alain de Benoist publica la obra titulada “Europa, Tercer Mundo. El mismo combate”, que está construida en su totalidad sobre los paralelismos entre el Tercer Mundo y la lucha contra el neo-colonialismo burgués occidental, y el deseo de las naciones europeas de liberarse de la dictadura burguesa de la sociedad de mercado, la moral liberal y la práctica mercantil, que sustituyeron a la ética de los héroes (W. Sombart).
La gran importancia del “gramscismo de derecha” para la TMM, es que esta comprensión de la “hegemonía” puede asumir una posición más allá del discurso marxista y de izquierda, y rechazar el orden burgués en la superestructura (la sociedad política y civil), así como en la base (la economía), y hacerlo no después de que la hegemonía se convierta en un hecho planetario total y global, sino en sustitución suya. Esto es lo que implica el matiz en el título de otra obra de Alain de Benoist, “Contra el Liberalismo”, a diferencia del libro “Después del liberalismo” de Immanuel Maurice Wallerstein. Como para Benoist es imposible en cualquier caso confiar en el “después”, y no se debe permitir que el liberalismo se haga realidad como un hecho consumado, debemos estar contra el liberalismo ahora, hoy, combatirlo en cualquier posición y en cualquier parte del mundo. La hegemonía ataca a escala planetaria, encontrando sus partidarios tanto en las sociedades burguesas desarrolladas como en las sociedades donde el capitalismo no se ha establecido completamente. Por lo tanto, la contra-hegemonía debe ser aceptada más allá de las limitaciones ideológicas sectarias. Si queremos crear un bloque contrahegemónico, debemos incluir en su composición a todos los representantes de las fuerzas anticapitalistas y antiburguesas – izquierda, derecha, o no susceptibles de clasificación (el propio Benoist enfatiza constantemente que la división entre “izquierda” y ” derecha” está obsoleta y que no satisface la posición escogida; hoy es mucho más importante saber si alguien está a favor de la hegemonía o contra ella).
El “gramscismo de derecha” de Alain de Benoist nos lleva de nuevo al “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels que, al margen de su llamada exclusiva y dogmática a “deshacerse de otros compañeros de viaje”, insta a la creación de la Alianza Revolucionaria Global que reúna a todos los enemigos del capitalismo y de la hegemonía, a todos los que se oponen esencialmente a ella. Al mismo tiempo, no importa qué se asume como alternativa positiva; en este caso, es más importante la presencia de un enemigo común. De lo contrario, de acuerdo con la “Nueva Derecha” (cuyos representantes rechazan ser llamados de “derecha”, el nombre se lo pusieron sus opositores), la hegemonía será capaz de dividir a sus opositores por razones artificiales, para oponerlos unos a otros con el fin de derrotar con éxito a todos ellos por separado.
La denuncia del eurocentrismo en la sociología histórica
John Hobson, investigador contemporáneo de asuntos exteriores y uno de los principales representantes de la sociología histórica en las RI, se acercó al mismo problema desde un lado completamente diferente. En su trabajo programático “La concepción eurocéntrica de la política mundial”, analiza prácticamente todos los enfoques y paradigmas en las RI desde el punto de vista jerárquico implícito en ellas, el cual está construido sobre el principio de comparación entre los gobiernos, sus funciones, estructura e intereses con los ejemplos de la sociedad occidental como norma universal. J. Hobson llega a la conclusión de que todas las escuelas de RI, sin excepción, se basan en un eurocentrismo implícito, admitiendo la universalidad de las sociedades occidentales europeas y sugiriendo que las fases de la historia europea son obligatorias para todas las otras culturas.
Hobson considera adecuadamente este enfoque como una manifestación de racismo europeo, que pasa gradual e imperceptiblemente de las teorías biológicas de la “superioridad de la raza blanca” al concepto de la universalidad de los valores culturales, las estrategias y las tecnologías occidentales y, entonces, intereses. “El fardo del hombre blanco” se convierte en “un imperativo de modernización y desarrollo”. Al mismo tiempo, las sociedades y las culturas locales están sujetas a dicha modernización automáticamente – nadie les pregunta si están de acuerdo con los valores, tecnologías y prácticas occidentales, son universales, o si están dispuestos a plantear alguna objeción. Sólo cuando choca con formas forzosas de resistencia en forma de terrorismo o fundamentalismo, Occidente se pregunta a sí mismo (a veces): “¿Por qué nos odian tanto?” Pero la respuesta ya está ahí mucho antes que la pregunta: “Sucede debido al salvajismo y a la ingratitud de las naciones no europeas hacia todos los bienes que la ‘civilización’ occidental trae.”
Es importante el hecho de que Hobson demuestra claramente que el racismo y el eurocentrismo no son sólo inherentes a las teorías burguesas de las RI, sino también al marxismo, incluyendo la teoría crítica de las RI (el neogramscismo). Los marxistas, con toda su crítica de la civilización burguesa, están convencidos de que su triunfo es inevitable, y en eso comparten el eurocentrismo común a la cultura occidental. Hobson muestra que el propio Marx justifica parcialmente las prácticas coloniales en la medida en que conducen a la modernización de las colonias, y por lo tanto acercan el momento de las revoluciones proletarias. Por consiguiente, desde una perspectiva histórica, el marxismo termina siendo cómplice de la globalización capitalista y un aliado de las prácticas civilizacionales racistas. Desde el punto de vista marxista, la descolonización es sólo un preludio para la construcción del Estado burgués, que está a punto de emprender un camino de industrialización plena y en dirección al futuro de la revolución proletaria. Y eso no se diferencia mucho de los neoliberales y los transnacionalistas.
John Hobson propone iniciar la creación de una alternativa radical – el desarrollo de una teoría de las RI sobre la base de enfoques no eurocéntricos y antirracistas. Él está de acuerdo con el proyecto del “bloque contrahegemónico”, así llamado por los neogramscianos, pero insiste en el abandono de todas las formas de eurocentrismo, y por tanto de su cualidad expansionista. La teoría no eurocéntrica de las RI nos lleva directamente a la TMM.
Hacia la multipolaridad
Ahora podemos recoger todo lo que se dijo acerca de la contra-hegemonía y situarlo en el contexto de la TMM, que es esencial y consistentemente una teoría no eurocéntrica de RI que niega la propia base de la hegemonía y pide la creación de una amplia alianza contra-hegemónica o de un tratado contra-hegemónico.
La contra-hegemonía de la TMM se conceptualiza de una manera similar a los neogramscistas y a los representantes de la escuela crítica de las teorías de las RI. La hegemonía es la dominación del capital y del sistema político burgués en la sociedad, expresado en la esfera intelectual. En otras palabras, la hegemonía es principalmente un discurso. Además, entre los tres segmentos de la sociedad distinguidos por Gramsci – la base y los dos componentes de la superestructura (la política y la “sociedad civil”) – la TMM, de acuerdo con la epistemología posmoderna y pospositivista, considera que el nivel de discurso, es decir, la esfera intelectual, es la dominante. Es por eso que la cuestión de la hegemonía y de la contra-hegemonía parece ser central y fundamental para la construcción de la TMM y su aplicación efectiva en la práctica. El área de la metapolítica es más importante que el de la política y el de la economía. No las excluye, pero las precede conceptual y lógicamente. Finalmente, la persona humana tiene que tratar sólo con su propia mente y sus proyecciones. Por lo tanto, la organización o reorganización de la conciencia implica automáticamente un cambio (interno y externo) en el mundo.
La TMM es la inserción del concepto contra-hegemónico en el área teórica específica. Y hasta cierto punto la TMM sigue estrictamente al gramscismo. Pero cuando llegamos al aspecto sustantivo del pacto contra-hegemónico, aparecen diferencias significativas. La más esencial es el rechazo del dogmatismo de izquierda: la TMM se niega a considerar la transformación burguesa de las sociedades modernas en todo el planeta como una ley universal. Así, la TMM acepta el gramscismo y la metapolítica más en la versión de la “nueva derecha” (Alain de Benoist), que en la versión de la “nueva izquierda” (R. Cox). La posición de Alain de Benoist no es exclusivista y no excluye al marxismo en la medida en que es un aliado en la lucha común contra el Capital y la hegemonía. Por lo tanto, en sentido estricto, el término “gramscismo de derecha” no es del todo correcto: sería mejor hablar de un gramscismo inclusivo (contra-hegemonía entendida en sentido amplio como todo tipo de oposición a la hegemonía, es decir, como una generalizadora y etimológicamente estricta “contra”), y de un gramscismo exclusivo (contra-hegemonía en un sentido limitado, como “pos-hegemonía”). La TMM elige el gramscismo inclusivo. Para ser más exacto, esta es la postura de superación de las derechas y las izquierdas más allá de los límites conceptuales de la ideología política moderna que pone de manifiesto el contexto de la Cuarta Teoría Política, fuertemente ligada a la TMM.
La contribución de J. Hobson al desarrollo de la contra-hegemonía inclusiva es extremadamente importante. Su llamada a construir una teoría no eurocéntrica de las RI encaja precisamente en el objetivo de la TMM. Las RI se deben pensar desde múltiples posiciones. Mientras se construye una teoría versátil real, todos los representantes de las diferentes culturas y civilizaciones, religiones y grupos étnicos, sociedades y comunidades, deben ser escuchados y tomados en cuenta. Cada sociedad tiene sus propios valores, su propia antropología, su ética, sus propias normas, su identidad, y sus propias ideas sobre el espacio y el tiempo, sobre lo general y lo particular. Cada sociedad tiene su propio “universalismo” – o por lo menos su propia comprensión de lo que se denomina “universalismo”. Sabemos muy bien lo que Occidente piensa sobre el universalismo. Es hora de dejar que el resto de la humanidad hable.
Eso es lo que llamamos multipolaridad en su dimensión fundamental: un libre polílogode sociedades, pueblos y culturas. Pero antes de que tal polílogo pueda iniciarse es necesario definir las normas generales. Y eso es la teoría de las Relaciones Internacionales, lo cual supone apertura de términos, conceptos, teorías, nociones, pluralidad de factores, la complejidad y la multiplicidad de significados de las exposiciones. No tolerancia, sino cooperación y comprensión mutua. En este caso, la TMM no es el final sino el comienzo, el punto de partida, la limpieza del espacio básico para el futuro orden mundial.
Sin embargo, la llamada a la multipolaridad no suena en el espacio vacío. La hegemonía domina el discurso sobre las relaciones internacionales en la práctica global política, económica y social. Vivimos en el rígido mundo eurocéntrico, donde una única superpotencia (los EEUU) domina de forma imperialista con sus aliados y vasallos (OTAN); donde las relaciones comerciales dictan todas las reglas de las prácticas empresariales; donde las normas políticas burguesas se toman como obligatorias; donde la tecnología y el grado de desarrollo material se consideran el más alto criterio; donde los valores del individualismo, la comodidad personal, el bienestar material y la “libertad de” son exaltados por encima de todos los demás. En definitiva, vivimos en el mundo de la hegemonía triunfante, que extiende su telaraña a través del planeta entero y subordina a toda la humanidad. Así que para crear la realidad de la multipolaridad es necesario hacer una oposición, lucha, confrontación radical. En otras palabras, es necesario que haya un bloque contra-hegemónico (en su sentido inclusivo).
Veamos, ¿qué recursos están disponibles para este potencial bloque?
La sintaxis de la hegemonía / sintaxis de la contra-hegemonía
La hegemonía en su holograma conceptual se basa en la convicción de que la modernidad supera a la antigüedad (el pasado) en todo. La modernidad triunfa sobre la premodernidad, y Occidente supera a lo no occidental (Oriente, Tercer Mundo) en todo.
Esta es la estructura de la sintaxis de la hegemonía en su forma más general:
Occidente (el Oeste) = Modernidad (Moderno) = objetivo = beneficio = progreso = valores universales = EEUU (OTAN +) = capitalismo = derechos humanos = mercado = democracia liberal = justicia.
versus
El resto (los demás) = retraso (premoderno) = necesidad de modernización (colonización/ayuda/control externo) = necesidad de occidentalización = barbarie (salvaje) = valores locales = precapitalismo ( todavía no capitalismo) = (falta de respeto por) los derechos humanos fallidos = mercado injusto (participación del Estado, clanes, preferencias de grupo) = pre-democracia = corrupción.
Estas fórmulas de la hegemonía son axiomáticas y autorreferenciales, como una especie de “profecía autocumplida”. Un término se justifica por otro en la cadena de equivalencias y se opone a cualquier término (ya sea simétrico o no) de la segunda cadena. De acuerdo con estas reglas sin pretensiones se construye cualquier discurso hegemónico. Puede parecer razonable, ilustrativo, descriptivo, analítico, previsor, fundado históricamente, socialmente prospectivo, de debate, de oposición, etc. Pero en su estructura la hegemonía se construye con el mismo esqueleto revestido por millones de variaciones e historias.
Si aceptamos estas dos series paralelas de ecuaciones, nos encontramos dentro de la hegemonía y estamos totalmente codificados por su sintaxis. Cualquier objeción será suprimida por nuevos pasajes sugestivos, galopando a través de uno u otro término hasta llegar a la tautología hegemónica deseada.
Incluso las formas más críticas del discurso finalmente se deslizan en esta ruta constantemente renovada de sinónimos semánticos y se disuelven en ella. Una vez que se reconoce sólo uno de los modelos, todo está predestinado. Por lo tanto, la construcción de la contra-hegemonía comienza por la completa contradicción de ambas cadenas.
Vamos a construir la sintaxis simétrica de la contra-hegemonía:
Occidente ≠ presente (Moderno) ≠ meta ≠ riqueza ≠ progreso ≠ valores universales ≠ EEUU ≠ capitalismo ≠ derechos humanos ≠ mercado ≠ democracia liberal ≠ justicia.
versus
El resto ≠ atraso ≠ necesidad de modernización (colonización/ayuda/lección/dirección externa) ≠ necesidad de occidentalización ≠ barbarismo (salvaje) ≠ valores locales ≠ no capitalismo ≠ inobservancia ≠ derechos humanos ≠ mercado injusto (participación del Estado, clanes, preferencias de grupo) ≠ pre-democracia ≠ corrupción.
Si se insertan hipnóticamente signos de igualdad en la conciencia colectiva como algo evidente por sí mismo, la justificación desarrollada de cada signo de desigualdad exige sin embargo un texto o un conjunto de textos por separado. Hasta cierto punto, la TMM y la Cuarta Teoría Política, el eurasianismo, la “nueva derecha” (Alain de Benoist), la teoría no eurocéntrica de las RI (J.Hobson), el tradicionalismo, el posmodernismo, etc., realizan esta tarea en paralelo, pero ahora es importante ofrecer este esquema como la forma más general de la sintaxis contra-hegemónica. La negación de la declaración sustancial es sustancial por el mero hecho de la negación, por lo que la justificación de las desigualdades ya está cargada de significados y conexiones. Al cuestionar las cadenas de identificaciones hegemónicas, recibimos un campo semántico libre de la hegemonía y de sus sugestiones “axiomáticas”. Esto por sí solo desata nuestras manos para desplegar el discurso contra-hegemónico.
En este caso, proporcionamos esas normas básicas para un objetivo específico: hay que hacer una más general y preliminar enumeración de los recursos con los se puede contar en la creación del pacto contra-hegemónico.
Élite revolucionaria global
El bloque contra-hegemónico se está construyendo alrededor de intelectuales. Por lo tanto, su núcleo debe ser el rechazo de la élite revolucionaria global al “status quo” en su base más profunda. Esta élite revolucionaria global se forma alrededor de la sintaxis de la contra-hegemonía. Tratando de entender la situación desde cualquier lugar del mundo moderno – desde cualquier país, cultura, sociedad, clase social, función profesional, etc. – la persona que busca respuestas profundas acerca de la organización de la sociedad en la que vive, tarde o temprano llegará a comprender las tesis básicas del discurso hegemónico. Ciertamente, esto no es para todo el mundo, aunque de acuerdo con Gramsci todo el mundo es un intelectual en cierta medida. Pero sólo el intelectual de pleno derecho representa a la persona humana en sentido perfecto; es una especie de delegado, en el parlamento de la humanidad intelectual (homo sapiens), de sus representantes más modestos (aquellos que no pueden o no quieren darse cuenta plenamente de las capacidades y oportunidades dadas a la especie humana, que culminaron en la capacidad para pensar, esto es ser un intelectual). Cuando hablamos de la hegemonía, tenemos en mente a tal intelectual. En este momento él se enfrenta a una elección, es decir, tiene la oportunidad de convertirse en un “intelectual orgánico”: puede decir “sí” a la hegemonía y aceptar su sintaxis trabajando para promover su estructura, y puede decir que “no”. Cuando dice “no”, sale en busca de una contra-hegemonía, es decir, pretende acceder a la élite revolucionaria global.
Esta búsqueda se puede detener en la etapa intermedia: siempre hay estructuras locales (tradicionalistas, fundamentalistas, comunistas, anarquistas, etnocentristas, revolucionarios de diferentes tipos, etc.), que son conscientes del desafío hegemónico y lo rechazan, pero a nivel local. Aquí ya estamos en el nivel de los intelectuales orgánicos, pero que todavía no ven la necesidad de sintetizar su rechazo a la hegemonía en forma de una estrategia global universal. Sin embargo, al entrar en la pelea verdadera (no imaginaria) contra la hegemonía, cualquier revolucionario tarde o temprano descubre su carácter extraterritorial y transnacional: la hegemonía siempre recurre a una combinación de factores internos y externos para sus propios fines; ataca a lo que considera que se opone, o que es un obstáculo, a su dominación imperial (los elementos de la segunda cadena – los otros, ‘el resto’). Por lo tanto, la resistencia local a un desafío mundial en algún momento alcanza sus límites naturales; a veces la hegemonía puede retroceder, pero volverá de nuevo, y nadie será capaz de escapar de ella.
En el momento de esta toma de conciencia, los representantes intelectualmente más desarrollados de la contra-hegemonía local sienten la necesidad de pasar al nivel de la alternativa fundamental, es decir, al dominio de la sintaxis contra-hegemónica. Y este es un camino directo a la Alianza Global Revolucionaria. De esta manera va a tomar forma objetiva y naturalmente la élite contra-hegemónica global. El destino de esta élite es convertirse en el núcleo de la contra-hegemonía. Sobre todo, la TMM se hace necesaria para ellos.
Recursos de la contra-hegemonía: “revisionistas” del orden mundial y sus niveles
Las teorías clásicas de las RI, particularmente el realismo, dividen a los países entre aquellos que están satisfechos con la situación actual y con el equilibrio de poder en el orden mundial, y aquellos que no están satisfechos y querrían un cambio a su favor.
Los primeros son los denominados “apologistas del status quo”, y los segundos son los llamados “revisionistas”. Las fuerzas del mundo que, independientemente de su tamaño e influencia, pasaron a la hegemonía y están satisfechas con ella, representan la mitad de los seres humanos pensantes; los revisionistas, la otra mitad. Por supuesto, la élite contra-hegemónica considera a todos los “revisionistas” como un recurso propio. Son los “revisionistas”, se den cuenta de ello o no, quienes necesitan la TMM. La necesidad de la TMM puede ser bastante inconsciente, pero incluso aunque asumamos el modelo de “cesarismo” y sugiramos que muchas figuras políticas sean ocupadas exclusivamente con los procesos “transformistas” (transformismo), la TMM les da un argumento adicional para oponerse a la presión de la hegemonía. En otras palabras, la élite contra-hegemónica (en el sentido amplio, en la manera estructurada descrita anteriormente – más allá de la izquierda y la derecha), tiene el poderoso recurso natural que representan los “revisionistas”.
Para que este recurso esté disponible no es en absoluto necesario que la élite política gobernante de los países “revisionistas” esté de acuerdo con la contra-hegemonía o acepte la TMM como guía para su política exterior. Y ahora es el momento de recordar la importancia del discurso intelectual en su estatuto autónomo (aquel en el que el neogramscismo insiste). Es suficiente con que los intelectuales de la Alianza Revolucionaria Global sean conscientes del significado y las funciones de los regímenes “cesaristas” en el campo mundial de la hegemonía; los propios “revisionistas” actúan intuitivamente, mientras que los representantes del pacto contra-hegemónico lo hacen conscientemente. Los intereses a medio plazo de ambos coinciden. Y eso hace del pacto contra-hegemónico una fuerza clave: el hardware es proporcionado por los “revisionistas”; el software, por parte de la élite revolucionaria global.
Los “revisionistas” del mundo moderno representan un gran número de estados-nación avanzados y poderosos, que debido a diferentes circunstancias históricas son situados por parte de la hegemonía mundial en un ambiente tal, que los mismos se sienten desfavorecidos, en desventaja. Su ulterior desarrollo, de acuerdo con la lógica impuesta por el discurso global, inevitablemente dará lugar, o a consecuencias no deseadas para las élites políticas actuales, o a un mayor deterioro de la situación en estos países. Los “revisionistas” son muy diferentes entre sí: algunos se inclinan por negociar con la hegemonía, mientras otros tratan por todos los medios de escapar a su influencia. Sin embargo, el campo de acción para las actividades de la elite revolucionaria global está en todas partes.
La unión más seria de países “revisionistas” es la de los BRICS. Cada uno de estos países es un recurso muy importante en sí mismo, y la administración del club del “Segundo Mundo” está objetivamente interesada ​​en la multipolaridad – por lo tanto, no hay nada que impida el avance de la TMM como su programa estratégico de política exterior.
Toda la constelación de las mayores potencias regionales gravita en torno a los países del “Segundo Mundo”, concretamente: Argentina, México, en Iberoamérica; Turquía, Pakistán, en el centro y el sudeste asiatico; Arabia Saudita, Egipto, en el mundo árabe; Vietnam, Indonesia, Malasia, Corea del Sur, en el Lejano Oriente, etc. Cada uno de estos países podría también hasta cierto punto ser incluido entre los “revisionistas”, y cuenta con una impresionante lista de ambiciones regionales difíciles o imposibles de alcanzar en el sistema hegemónico. Esos países tienen aún más temores y desafíos por su propia seguridad, y la hegemonía no facilita ningún tipo de protección en relación a eso. Además, hay toda una serie de países en directa oposición a la hegemonía (Irán, Corea del Norte, Serbia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.), que proporcionan a la Alianza Revolucionaria Global lugares estratégicos privilegiados.
En el siguiente nivel sub-estatal se necesita un análisis más detallado para identificar a los “revisionistas” a nivel político, es decir, a los partidos y movimientos políticos que, por razones ideológicas o de otro tipo, rechazan el discurso hegemónico en algún elemento esencial. Tales fuerzas políticas pueden ser de derecha o de izquierda, religiosas o laicas, nacionalistas o cosmopolitas, parlamentarias o de oposición, de masas o de élites. Todas ellas pueden ser integradas en la estrategia de la élite contra-hegemónica. Al mismo tiempo, tales partidos y movimientos pueden ubicarse tanto en el ámbito político de los “revisionistas”, como en el campo de los países en los que la hegemonía se estableció firmemente y por completo. Bajo ciertas circunstancias, sobre todo en condiciones de crisis o de reformas, se abren ciertas puertas para las fuerzas no conformistas y para su (relativo) éxito y progreso, incluso dentro de esas potencias.
En el segmento de la sociedad civil, las oportunidades de la contra-hegemonía son incluso más amplias ya que los portadores del discurso hegemónico actúan aquí directamente, sin máscaras y mediaciones. En el campo de la ciencia, de la cultura, de las artes y de la filosofía, los portadores de la contra-hegemonía que dominaron la sintaxis son capaces de resistir con eficacia a los adversarios ideológicos, en la medida en que la cantidad y el peso en este entorno son de mucha menor importancia. Un intelectual de la contra-hegemonía preparado y con talento puede valer por miles de opositores. En la esfera no política de las ciencias, la cultura, el arte y la filosofía, la contra-hegemonía puede utilizar un enorme arsenal de medios y métodos, contando desde los religiosos y tradicionalistas hasta los de la vanguardia y el posmodernismo. Guiado por un correcto entendimiento de la sintaxis contra-hegemónica, el despliegue de las diferentes estrategias intelectuales que desafíen la “axiomática” occidental de estilo modernista será extremadamente fácil. Este modelo puede ser fácilmente aplicado no sólo en las sociedades no occidentales, sino también en los países capitalistas desarrollados, repitiendo en la nueva situación histórica la exitosa experiencia del nuevo “gramscismo de izquierda” en Europa, en los años 60 y 70 del siglo XX.
El conjunto de estructuras políticas subestatales y la zona transfronteriza de la “sociedad civil” (en la interpretación de Gramsci), nos da el mesonivel, mientras que los Estados “revisionistas” pueden tomarse ellos mismos como macronivel para la práctica de la expansión contrahegemónica.
Y por último, el micronivel, que son los individuos independientes, quienes bajo ciertas condiciones también pueden ser portadores de la contra-hegemonía, ya que el campo de batalla de la TMM es la persona en sí misma en todas sus dimensiones – de la personal a la social y la política. La globalidad debe ser entendida antropológicamente.
Así recibimos la enorme reserva de recursos que está a disposición de la potencial élite revolucionaria global. En una situación en la que las reglas son establecidas por la hegemonía, y la “pre-hegemonía”, o simplemente la “no-hegemonía”, resiste pasivamente, este recurso es, o neutralizado, o involucrado hasta un grado infinitesimal en situaciones estrictamente locales, es decir, no se consolida, se dispersa y es expuesto a la entropía gradual. Para la propia hegemonía en sí, en este caso, esto no es más que un obstáculo pasivo, una inercia, y un objetivo a conquistar, “domesticar” o desmantelar (así, la construcción de carreteras requiere talar el bosque o drenar el pantano). Pero todo esto se convierte en un recurso de la contra-hegemonía cuando la contra-hegemonía se convierte en una fuerza consciente de sí misma, en un sujeto histórico, en el fenómeno. Todo esto se transforma en recurso cuando tenemos a la élite revolucionaria global orientada hacia la TMM como su base teórica. Antes de eso y sin eso, todo lo que se ha mencionado no existe en tanto recurso.
Contrahegemonía y Rusia
Todavía tenemos que proyectar los principios de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM, en la situación rusa.
En un contexto de análisis neogramscista, la Rusia moderna representa el clásico “cesarismo” con todos sus atributos típicos. La hegemonía, por su parte, coloca a Rusia con firmeza en la cadena de los “Otros” (el resto), y construye su imagen de acuerdo con la sintaxis clásica: “autoritarismo” = “corrupción” = “necesidad de modernización” = “incumplimiento de los derechos humanos y de la libertad de prensa” = “el Estado interfiere en los asuntos de negocios”, etc.
Subjetivamente, la administración rusa está ocupada por los procesos de “transformismo”, en constante equilibrio entre las concesiones a la hegemonía (participación en organizaciones económicas internacionales como la OMC, privatizaciones, el mercado, democratización del sistema político, puesta a punto de las normas educativas occidentales, etc. ), y el impulso de preservar la soberanía y al mismo tiempo el poder de la élite dirigente apoyado sobre los estados de ánimo “patrióticos” de las masas. Al mismo tiempo, en las relaciones internacionales, Putin se adhiere personalmente de forma inequívoca al realismo, mientras que el gobierno y la comunidad de expertos gravita obviamente hacia el liberalismo, lo que provoca un “doble pensar” típico del “transformismo”.
Para la TMM y la élite contra-hegemónica, esta situación crea un ambiente favorable para la expansión de la actividad autónoma, y representa el enclave natural que promueve su desarrollo, fortalecimiento y consolidación. Rusia es inequívocamente relacionada con el campo “revisionista” en el sistema internacional, después de haber perdido su posición como uno de los dos super-Estados en los años 90 del siglo XX, y haber reducido drásticamente la esfera de su influencia incluso en sus fronteras. La unipolaridad del orden mundial y el fortalecimiento de la hegemonía en las últimas décadas (=globalización), trajeron a Rusia exclusivamente resultados negativos porque ambas fueron construidas – geopolítica, estratégica, ideológica, política y psicológicamente – a sus expensas. Y aunque las condiciones previas para una venganza activa no están maduras todavía, el ambiente general y las principales tendencias objetivas ayudan a establecer la TMM, y a promover el fortalecimiento y la cristalización del segmento ruso de la élite revolucionaria contra-hegemónica global. Además, muchas medidas adoptadas por Putin en temas de política exterior, dirigidas a fortalecer la soberanía de Rusia, sus intenciones de construir la Unión Euroasiática, su crítica del mundo unipolar y de la dominación de Estados Unidos, y también declaraciones afirmando que la multipolaridad es el más deseable orden mundial – todo esto amplía el campo de oportunidades para la creación orgánica de una completa y bien fundada teoría de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM.
Notas
1. Dugin A. G. Theory of Multi-polar World. M., Eurasian Stir, 2012.
2. Waltz tomó la confrontación entre los EEUU y la Unión Soviética como un ejemplo de dos hegemonías hasta el final de la “guerra fría”. Actualmente, se inclina por la idea de una nueva bipolaridad, donde China es el contrapeso a la hegemonía estadounidense.
3. “Podemos establecer ahora dos niveles superestructurales principales: uno que se puede llamar «sociedad civil», esto es, el conjunto de organismos llamados comúnmente «privados», y el otro el de la «sociedad política» o estado. Estos dos niveles corresponden, por una parte, a la función de la «hegemonía» que ejerce el grupo dominante a través de la sociedad y, por otra, a la de la «dominación directa», o mando ejercido a través del estado y del gobierno «jurídico»”, escribió Gramsci. Gramsci A.Prison Books. Part 1. – M. Publishing house of Political Literature, 1991.
4. Sombart Werner. Bourgeois, M. “Nauka”, 1994.
5. Hegel F. G. Phenomenology of spirit. St. Petersburg. “Nauka”, 1992
6. Gramsci A. Prison Books.
7. Cox R. “Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in Method”,Millennium 12, 1983.
8. Gill S. Gramsci, Historical Materialism and International Relations. Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
9. El neo-gramsciano Nichols Pratt define la contrahegemonía como “la creación de hegemonía alternativa en el área de la sociedad civil para la preparación de un cambio político”. Pratt. N. “Bringing politics back in: examining the link between globalization and democratization”, Review of International Political Economy. Vol. 11, No. 2, 2004.
10. Marx K., Engels G. Communist Manifesto / Marx K., Engels G. Essays – 2nd ed. – T. 4. –M.: State publishing house of Political Literature. 1955. P. 419-459.
11. Wallerstein I. After liberalism. Moscow: Editorial URSS, 2003.

FUENTE