sábado, 19 de noviembre de 2016

Trabajo social y anarquismo

Trabajo social y anarquismo


Publicado en rtsocial
¿Se puede practicar un trabajo social anarquista? La respuesta es no. Primero por ser trabajo asalariado; segundo, por ser institucional, ya sea gubernamental o no. Partiendo de esta premisa, la siguiente pregunta es, ¿se puede hacer trabajo social siguiendo los valores anarquistas? Y la respuesta por mucho que pueda doler es: muy difícilmente. No obstante, estas respuestas se comparten en todas y cada una de las profesiones que se enmarcan en un contexto de lógica capitalista, y algunas de ellas incluso con extenso recorrido histórico anarquista como la educación. Siguiendo la analogía, ¿se puede en un colegio actual hacer pedagogía libertaria? Y de nuevo la respuesta será: muy difícilmente.
Con esto no quiero decir sino que las contradicciones y tensiones entre la práctica y la teoría van a ser más que visibles y tangibles, van a chocar contra nosotres y nos intentarán cegar para caer en el inmovilismo. Y el inmovilismo −querámoslo o no− es más que tentador.
¿Quiero esto decir que estoy intentando –retorciendo la realidad− volver a mi futura profesión «revolucionaria»? NO. Intento que mis prácticas individuales, a pesar de mi “profesión”, lo sean en un sentido amplio y esto incluye mi trabajo ─que ojalá algún día podamos abolir. Es decir, intentar traspasar o acercarse lo máximo posible a esos límites posibilitadores de las prácticas institucionales. Y es ahí donde tenemos que retomar y ver qué se ha hecho y cómo, para aprender y ver qué se hace, y cómo tenemos que empezar a hacer. Decían Héctor García y Alfredo Olmeda en Aprendiendo a desobedecer: crítica del sistema de enseñanza, parafraseando a Karl Marx y a Friedrich Engels que un fantasma recorría las aulas: el fantasma del aburrimiento. Cuando hablamos del trabajo social tendríamos que decir, un fantasma recorre los servicios sociales: el fantasma de la gestión y la burocracia. Pero existen alternativas no conocidas fuera del mundo del trabajo social. Y estas son las que hay que potenciar, y no, no sólo desde los servicios sociales y sus ministerios, ya que sería un auténtico caos, horror y paternalismo lo que se potenciaría, sino desde las bases. La pregunta es: ¿son escuchadas? Y la respuesta entonces volverá a ser un no rotundo al igual que al alumnado no se escucha en las aulas. ¿La razón? La jerarquía y la verticalidad que a día de hoy traspasa todas las relaciones. Pero no todas las relaciones han de ser iguales. En la pedagogía libertaria se ha creado un debate más que interesante de cómo deben ser las relaciones entre alumnado y profesorado, ¿qué relaciones deben darse en la ayuda? Parece que aquí la discusión ha sido menos profunda y quizá la razón sea que porque la enseñanza la tiene que realizar alguien «que sabe» ─dando una definición muy a grandes rasgos y errónea─, mientras que la ayuda la puede realizar todo el mundo. Pero creo que aquí estaríamos partiendo de una definición de ayuda –dentro de las profesiones del trabajo social− que es precisamente la que le hace el juego al capitalismo, y es simplemente entender la ayuda hacia la pobreza de forma individual y por lo tanto, el trabajo social se limitaría a poner parches.
Pero el trabajo social evoluciona y lo que era beneficencia y asistencialismo está empezando a andar hacia el favorecimiento de un cambio social. Al menos, ese es el discurso que parece encontrarse en la facultad y el que de alguna forma hay que subrayar. Lo que en un principio bebía solo de otras ciencias sociales –véase por ejemplo el psicoanálisis freudiano en Mary Richmond, una de las pioneras− está empezando a fomentar una investigación propia. La pregunta: si el discurso del cambio social se convierte en real, ¿será una investigación que favorezca todo esto? ¿Podrá en algún momento beberse del trabajo social como en la sociología y otras disciplinas de lo «psi», siguiendo el calificativo que utilizaba Josep Alfons Arnau? Y la respuesta es que sí y es precisamente en momentos de punto de inflexión cuando hay que manifestar las necesidades tanto académicas, como prácticas, como críticas.
Y el anarquismo, en este último punto, tiene mucho que decir ya que ha sido uno de los sectores que más ha incidido en la crítica de una de las prácticas que ya a día de hoy se critican desde dentro: la caridad y el asistencialismo. Problema: vivimos en un mundo donde interiorizamos las relaciones de poder y el trabajo social no es menos, por lo que sería mentir decir que podemos deshacernos de una tradición que basaba –y basa− las relaciones en la verticalidad.
Y es por eso que mi respuesta a todo esto es clara: a pesar de todas y cada una de las contradicciones ─más que evidentes─, hay que recuperar definiciones como el de apoyo mutuo para que dejen de ser una fachada.
“La ayuda mutua no puede imponerse, es voluntaria; es una práctica libertaria que necesita de autonomía y libertad, no acepta jerarquías ni verticalidades, solo reciprocidades entre iguales. No hay ayuda mutua sin creación y resistencia, es por lo tanto presencial, se da entre cuerpos y codo a codo, no existe el anonimato. Su potencia es su práctica y desarrollo desde el territorio, desde la reinvención de lo comunitario para pensar juntos aquello por lo que nos vinculamos comunitariamente. La cooperación entre iguales frente al modelo dominante, que promueve la competición social, marca profundamente el territorio y la vida cotidiana en un sentido no capitalista y emancipatorio, pues cambiar el modo de vida de manera duradera es también la manera en que se produce el cambio evolutivo”. (Pepe Carballa, 2016)
Con esta definición comprobamos que la contradicción es flagrante. El hecho de que se configure como profesión rompe la voluntariedad y la horizontalidad, rompe con la libertad y la autonomía. La pregunta es, ¿yo, desde una posición crítica. podré realizar una profesión con estas contradicciones poniendo el énfasis en la forma de practicarlo de forma individual?
Y aquí está el quid de la cuestión. No se trata de romper con las contradicciones que a nivel individual son indestructibles, se trata, partiendo de estas ideas, de impulsar desde comportamientos individuales tensiones a la realidad. Y aquí sí que creo que desde el trabajo social se puede hacer mucho. Pero claro, siempre y cuando configuremos una especie de contra-trabajo social al igual que existe una contrapsicología o una antipsiquiatria.
Pero estamos en ello.
PD: Espero que esta sea sólo la primera parte de una reflexión constante. Así que aunque no pueda decir cuándo espero volver con el tema.

Bibliografía:
  • CARBALLA, Pepe. (2016) Ayuda mutua contra la barbarie capitalista. Contra la caridad, beneficencia y asistencia social. Tierra y Libertad : http://www.nodo50.org/tierraylibertad/332articulo7.html
  • ALFONS ARNAU, Josep. Escritos contrapsicológicos de un educador social.GARCÍA,
  • Héctor; OLMEDA, Alfredo. Aprendiendo a obedecer: crítica del sistema de enseñanza.
Nota de alasbarricadas: En el foro se habló de "¿trabajadores sociales anarquistas?" y recomendamos la lectura de Decimocuarto Asalto [pdf], donde Julio Rubio Gómez, educador social, relata sus experiencias, editado por Klinamen libros.
Enlaces relacionados / Fuente: 
https://rtsocial.wordpress.com/2016/11/08/trabajo-social-y-anarquismo/

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