sábado, 10 de febrero de 2018

Un panorama político muy dividido



El entonces nuevo primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, antes de que su gobierno obtuviera la aprobación del Parlamento, Bagdad, 8 de septiembre de 2014 (Reuters)
Las elecciones parlamentarias de Iraq, programadas para mayo de 2018, servirán como primer referéndum nacional desde la derrota del Estado Islámico (EI) en 2017. El sectarismo sigue siendo uno de los problemas en estas elecciones, una dinámica endémica en la política iraquí desde 2003, a partir del derrocamiento de Sadam Husein.
No obstante, hay un problema aún más grave, que va a seguir persistiendo y que raramente consigue llamar la atención de los medios y círculos políticos internacionales: el sectarismo interno.
Los observadores del período previo a las elecciones examinarán sin duda las rivalidades chiíes versus sunníes durante el proceso, pero creo que la dinámica más sobresaliente es la división interna dentro las elites políticas chiíes y sunníes, además de las tensiones internas entre los kurdos.
Una política interna que propicia la división
Aunque el sectarismo ha contribuido a azuzar el conflicto violento y un amargo discurso político en Iraq, las divisiones dentro de las respectivas elites políticas chiíes y sunníes han exacerbado aún más una política interna disgregadora en Iraq, entorpeciendo así la capacidad del gobierno para abordar cuestiones tan urgentes como la corrupción, la reconstrucción y la necesaria reconciliación para poder construir la paz.
Este problema, junto con las tensiones entre los partidos árabes y kurdos tras el fallido voto kurdo sobre la independencia, plantea dos preguntas acuciantes:
Primera, ¿cómo les irá a los partidos kurdos en un proceso electoral nacional teniendo en cuenta su frustrada iniciativa por la independencia?
Segunda, ¿cómo reaccionarán los votantes ante el controvertido papel de las milicias chiíes en el proceso electoral, a quienes –como grupos armados- la constitución iraquí impide técnicamente presentarse a las elecciones?
Las respuestas a estas preguntas vendrán determinadas por las urnas y decidirán si estos partidos pueden llegar a un consenso para poder abordar los inquietantes problemas humanitarios y económicos de Iraq.
Las acosadas coaliciones árabes sunníes
Aunque aún faltan algunos meses para las elecciones, los partidos árabes sunníes han pedido que se retrasen las votaciones a fin de permitir que las personas internamente desplazadas en Iraq dispongan del tiempo suficiente para regresar a sus hogares y emitir sus votos.
El bloque árabe sunní más importante, “Unidos” (al-Mutahidun), ha insistido en que sólo pueden celebrarse elecciones justas una vez que los refugiados hayan regresado a sus ciudades de origen. Las estimaciones indican que, a finales de 2017, había aún desplazadas en el interior del país alrededor de 2,6 millones de personas; y la mayoría son votantes árabes sunníes.
El Tribunal Supremo de Iraq, así como por el primer ministro en funciones, Haidar Abadi, han rechazado esa petición de demora, porque las elecciones se aplazaron ya en septiembre de 2017 debido a los combates con el EI.
Celebrar las elecciones a tiempo es uno de los muchos aspectos a los que Abadi tendrá que hacer frente en el período previo, porque hay toda una miríada de partidos chiíes rivales que tienen una actitud contraria a las urnas.
Las coaliciones chiíes
Desde 2003, las elecciones en Iraq se han basado en un sistema de listas donde los votos se emiten a favor de alianzas electorales en vez de directamente a favor de determinados políticos. Los partidos tienden a formar coaliciones antes de cada elección para maximizar los votos. En las primeras elecciones de 2005, casi todos los partidos chiíes se presentaron bajo una única lista electoral, al igual que hicieron los partidos kurdos.
Este modelo se ha venido abajo desde entonces. Por ejemplo, los partidos árabes sunníes han fracasado a la hora de acordar presentarse en una única lista en 2018, lo que divide aún más el voto sunní.
En el período previo a las elecciones de 2018, las coaliciones rivales chiíes de Iraq han incluido la de Abadi, que se presentará a la reelección como jefe del bloque de la “Victoria de Iraq” (Nasr al-Iraq), intentando capitalizar con ese nombre la victoria iraquí sobre el EI.
En segundo lugar, el ex primer ministro Nuri al-Maliki, desde su renuncia en 2014, no ceja en su intento de reaparecer políticamente al frente de la coalición “Estado de Derecho” (Dawlat al-Qanun).
En tercer lugar, las milicias chiíes han presentado a sus candidatos en el bloque el “Conquistador” (al-Fatih). A pesar de que los candidatos renunciaron a sus puestos para presentarse a las elecciones, seguirán teniendo contactos informales con sus unidades militares, algunas de las cuales tienen conexiones con Irán.
Aunque estos candidatos habían programado inicialmente presentarse bajo la coalición de Abadi, esta alianza se desmoronó justo un día después de formarse. Las razones del fracaso no están nada claras, pero es muy probable que se debiera a los desacuerdos habidos durante las negociaciones a puerta cerrada.
En teoría, los candidatos de la milicia podrían haberse realineado con al-Maliki; sin embargo, decidieron presentarse independientemente.
Estas son sólo tres agrupaciones de entre una miríada de otras facciones políticas chiíes establecidas que han ido apareciendo desde 2003, un indicador de la división dentro de las elites políticas chiíes de Iraq.
Coaliciones kurdas rivales
Las urnas decidirán también el destino de dos partidos kurdos tradicionales. ¿Saldrá perjudicado el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) tras el fallido impulso por la independencia de los kurdos iraquíes de su líder Massoud Barzani?
¿Pagará la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) las consecuencias de no haber respaldado con firmeza ese esfuerzo y por su papel tácito al permitir que la ciudad de Kirkuk, tan rica en petróleo, esté de nuevo bajo control del gobierno de Iraq?
Siendo realistas, estos partidos podrían sufrir las consecuencias de ambas acciones, pero muy probablemente lo que les llevará a perder votos son las acusaciones de corrupción y fracaso a la hora de crear nuevos puestos de trabajo, cuestiones que han motivado ya una oleada de protestas contra el gobierno regional del Kurdistán.
Tres hombres iraquíes muestran sus dedos manchados de tinta tras emitir sus votos en un colegio electoral en 2010 (AFP)
Otros partidos politicos kurdos que sacarán provecho de este descontento, como el partido de la oposición “Cambio” (Gorran), se presentará con otros dos partidos de la oposición para formar una coalición denominada “Patria” (Nishtiman).
Será interesante ver a qué partido apoyarán los votantes en la controvertida ciudad de Kirkuk. En primer lugar, el PDK indicó que no presentará candidatos en esa ciudad debido a su disputado estatus .
Quizá la oposición kurda pueda aprovechar este boicot para aumentar allí su base de votantes.
No obstante, el fracturado escenario político kurdo, al igual que el chií, demuestra que la etnia kurda no es suficiente por sí misma para unir a los kurdos de Iraq, como ocurre en el caso de la identidad sectaria entre chiíes y árabes de Iraq.
Algunos indicadores positivos
A pesar de estos sombríos pronósticos para el ciclo electoral iraquí en 2018, hay algunos signos positivos.
En primer lugar, parece posible que los partidos políticos de Iraq se reinventen a sí mismos como movimientos nacionales. Los sadristas, seguidores del líder religioso chií Muqtada al-Sadr, estuvieron implicados en los asesinatos por venganzas sectarias durante el conflicto de 2006 a 2008. En 2018, Al-Sadr anunció una lista conjunta con el Partido Comunista de Iraq , un extraño ejemplo de islamistas uniéndose a un partido laico establecido.
En segundo lugar, las preguntas sobre las elecciones iraquíes son un recordatorio de que el resultado de la votación no está necesariamente predeterminado, una rareza en una región donde se celebran muy pocas elecciones, o cuyos resultados suelen ser al 99,9% favorables al líder de por vida.
Iraq es una democracia con fallos, pero en términos regionales relativos ofrece algunas perspectivas para que un nuevo gobierno iraquí pueda capitalizar la derrota del EI y enfrentarse a los problemas subyacentes que llevaron a su ascenso desde el principio. 

Ibrahim al-Marashi es profesor adjunto de Historia de Oriente Medio en la Universidad Estatal de San Marcos, California. Entre sus libros cabe destacar: Iraq's Armed Forces: An Analytical History (2008), The Modern History of Iraq (2017), y A Concise History of the Middle East (de publicación inminente).  
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/2018-iraqi-elections-and-its-divided-political-landscape-1398373136
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.  


No hay comentarios.:

Publicar un comentario