domingo, 25 de marzo de 2018

Suecia: el monstruoso laboratorio de experimentos sociales


disidentia.com

Suecia: el monstruoso laboratorio de experimentos sociales

 

Juan M. Blanco

“‘No tiene ninguna importancia a quién votamos ni cuáles sean los resultados, ¿acaso no somos todos socialdemócratas?’, me dijo un hombre mientras alzaba un vaso de vino en una recepción electoral que, según adiviné, tenía como objetivo celebrar en privado la inminente victoria de Olof Palme“. “Luego resultó que ese hombre no era el secretario general de ningún sindicato sino un aguerrido periodista, autor de corrosivos editoriales en el principal diario conservador sueco“. Así comienza Hans Magnus Enzensberger la narración de su experiencia en Suecia, un país muy relevante en las políticas actuales por haber servido de laboratorio para experiencias de ingeniería social que luego se exportaron al resto del mundo.
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Los relatos de escritores extranjeros recogen vivencias y análisis muy ilustrativos de la sociedad sueca durante el siglo XX. El más antiguo y conocido de todos, Sweden: the Middle Way (1936) del periodista Marquis Childs, ejerció una enorme influencia en el gobierno y la intelectualidad norteamericana, contribuyendo a señalar al país nórdico como modelo de éxito que combinaba lo mejor del capitalismo y del socialismo. Para Childs, el sistema sueco era pragmático, alejado de dogmas, con agentes sociales siempre dispuestos a negociar, a llegar a acuerdos, un Estado que garantizaba la seguridad económica de todos, cooperativas que limitaban el poder de los monopolios y movimientos políticos que inducían a la gente a participar.
La visión idílica que los extranjeros tenían de Suecia tiende a difuminarse hacia los años 70 con nuevos viajeros que narran su experiencia
Pero esta visión idílica y apologética tiende a difuminarse, incluso a desvanecerse treinta o cuarenta años más tarde, cuando otros extranjeros narran o analizan su experiencia en Suecia. La norteamericana Susan Sontag aporta una visión cargada de sorpresa, el inglés Roland Huntford un análisis muy crítico y despiadado, mientras el alemán Enzensberger unas pinceladas no exentas de ironía y cinismo.
Suecia: el monstruoso laboratorio de experimentos sociales

La sorpresa de Susan Sontag

En su escrito A Letter from Sweden (1969), la escritora y cineasta Susan Sontag cuenta una anécdota, un tanto banal, pero que refleja un aspecto relevante de la mentalidad sueca: la enorme aversión de la gente a la discusión, la controversia o la discrepancia. “Nos dirigíamos en el automóvil hacia un nuevo restaurante pero ninguno estaba seguro de donde se encontraba. Alguien dijo ‘creo que debes cruzar dos calles más y girar a la derecha’. El conductor replicó ‘no, tres más y a la izquierda’. Y, en un tono tranquilo y reposado la primera persona repitió ‘No, dos y a la derecha’. En ese momento, intervino el tercer sueco: ‘Basta ya, por favor, nada de peleas’
Susan Sontag observó una enorme aversión de los suecos a la discusión, la controversia o la discrepancia
Sontag observó que la gente muy raramente hablaba de su vida privada, siendo las conversaciones favoritas el tiempo, el dinero o algún plan de futuro. “El silencio es el vicio nacional de Suecia“, “incluso estoy convencida de que ese carácter sueco tan razonable es profundamente anormal… Reprimir el enojo con tal intensidad excede los motivos de autocontrol racional. Lo encuentro casi patológico. Esta represión parece motivada por un ingenuo malentendido sobre las relaciones humanas: no es cierto que los sentimientos fuertes desemboquen inevitablemente en violencia“.
La misantropía era una cualidad abiertamente aceptada: nunca se entendería Suecia hasta captar el concepto de människortrött, es decir, harto de la gente. Además, los ciudadanos eran más o menos conscientes de vivir un experimento social, con innovaciones exportables: “más de un sueco me dijo que lo que ocurre aquí se aplica cinco, diez o quince años después en alguna otra parte del mundo desarrollado“.

El “Mundo Feliz” de Huxley se hace realidad en Suecia

Mucho más crítico y pesimista fue el escritor Roland Huntford en The New Totalitarians (1971): Suecia había evolucionado hacia una sociedad cercana a la célebre distopía de Aldous Huxley, Un Mundo Feliz. Estaría gobernada por una oligarquía tecnocrática que había inculcado en la gente una mentalidad materialista, la costumbre de recurrir al Estado para todo. Prevalecía así una actitud conformista mientras la libertad no representaba un valor fundamental. Las leyes y las normas estaban determinadas sólo por razones de índole técnico o práctico; nunca por consideraciones de carácter ético o moral.
El sometimiento indiscutido y acrítico de la gente a la autoridad del Estado y su reverencia hacia los expertos, conducía a una actitud de servidumbre
Los políticos habían delegado su poder en técnicos y expertos mientras el sometimiento indiscutido y acrítico de la gente a la autoridad del Estado y su reverencia hacia los expertos, conducía a una actitud de servidumbre. Según Huntford, el sistema utilizaba la escuela, la televisión o un tipo de neolengua para manipular a los ciudadanos. Y habría creado una especie de soma, la droga perfecta descrita por Huxley. En este aspecto, el autor parece apuntar al sexo, a la intervención de las autoridades para cambiar las conductas íntimas.
Suecia: el monstruoso laboratorio de experimentos sociales
En opinión de Huntford, los cambios en las costumbres sexuales partieron casi siempre de las propias sociedades, mientras las autoridades adaptaban la legislación y la política a estos cambios. Pero en Suecia habría ocurrido lo contrario: los gobernantes habrían sido la vanguardia de la revolución sexual, impulsando una permisividad poco habitual en aquella época. El motivo sería ir desplazando el significado de la palabra libertad: de la política a la sexualidad. La visión del escritor inglés es extremadamente tétrica: estos “nuevos totalitarios“, fundamentados en la manipulación y la persuasión, habían tenido más éxito que los “antiguos totalitarios“, que se apoyaban en la fuerza.

No puede ser tan bonito como lo pintan

Por su parte, la percepción de Hans Magnus Enzensberger no es tan lúgubre pero en absoluto positiva. En su ensayo, Otoño Sueco (1982), se sorprende de la aparente falta de egoísmo en la política, de la generosidad de todo el mundo: “¿Tal concordia, tanta solidaridad y olvido de sí mismos en el seno mismo del capitalismo? Caminaba a lo largo de las enormes ciudadelas de piedra y ladrillo de Östermalm con sus torres color verdín, esos monumentos de la burguesía sueca convertidos en piedra y, ¿debo decirlo?, una duda me heló. Me pregunté cuál era el precio de esta paz, el costo político de esta reeducación y me puse a olfatear por todas partes para descubrir a lo que se había renunciado, el olor a moho de una omnipresente, dulce y despiadada pedagogía“.
En Suecia, los ciudadanos ven la intervención del Estado con un ojo tan cándido y confiado, que consideraban su bondad como dogma de fe
Para Enzensberger, la burocracia había crecido en tamaño, complejidad y poder en todas las sociedades. Pero, en Suecia, los ciudadanos verían la intervención del Estado con un ojo tan cándido y confiado, que consideraban su bondad un dogma de fe, algo incomprensible en otros países donde la gente duda con fundadas razones. Así, las Instituciones del Estado gozarían en Suecia de una inmunidad moral que aplasta inmediatamente a cualquiera que se resista a su intervención. Y este poder crece de forma imparable, penetra en todos los aspectos de la vida privada “confiscando no sólo la mayor parte de las ganancias, sino también los valores morales de los ciudadanos“.

Quiénes mandarían realmente en Suecia no serían los políticos sino una burocracia de técnicos y expertos que experimentan e imponen sus criterios sin oposición alguna. Esto habría llevado a una supresión, de facto, de la separación de poderes y a una ruptura con el pasado, un abandono de la historia que, según el autor, resulta peligrosa.

La imagen general

Las pinceladas de todos estos autores permiten componer una imagen que, si bien parcial y limitada, apunta ciertos rasgos fundamentales. El modelo sueco tiene aspectos que resultan atractivos y eficientes. Es un país que eliminó la corrupción, desarrolló una burocracia eficaz y permitió durante casi todas las etapas una economía privada muy activa, con pocas trabas a la actividad, aun con impuestos muy elevados. Y, cuando el modelo económico entró en crisis, las élites se apresuraron a acometer las reformas necesarias para preservar la eficiencia.
La intensa intervención de los expertos en Suecia, sus experimentos, condujeron a una sociedad poco crítica, con mucha dependencia del Estado
Sin embargo, hay otros elementos que resultan inaceptables. La intensa intervención de los expertos, sus experimentos, condujeron a una sociedad poco crítica, con mucha dependencia del Estado; unas políticas que comenzaron ya en los años 30. En muchos detalles de las narraciones se adivinan ya los gérmenes de la actual corrección política, del conformismo, de la autocensura, del predominio de los expertos y su ingeniería social sobre las decisiones voluntarias del individuo, de la sociedad. Unas prácticas que comienzan a extenderse en nuestros países. ¿Imitar el modelo sueco? Bien, pero sólo sus aspectos positivos; nunca ese paquete completo que algunos intentan vender envuelto en un vistoso papel de regalo.



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