martes, 10 de abril de 2018

La rusofobia y el suicidio de la Unión Europea


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La rusofobia y el suicidio de la Unión Europea

 


El caso del exespía Skripal, supuestamente envenenado con un gas tóxico por espías rusos, ha servido de catapulta para una nueva oleada de histeria anti-rusa. La expulsión masiva de agentes diplomáticos rusos por una veintena de países (a la cabeza de ellos EEUU, con 60) echó leña al fuego de una situación que chirría por los cuatro costados y que puede llevar -y seguramente llevará, de seguir este derrotero-, a una confrontación más abierta y dura en la que la Unión Europea puede perder más que Rusia.
Nunca han sido fáciles las relaciones de la Europa vieja con la nueva que surgía al este, en las vastas llanuras ruso-ucranianas (pueblos que han sido y son uno, por más que desde la Europa vieja intenten dividirlos). Los eslavos protagonizaron las últimas grandes migraciones de pueblos del este, estableciéndose unos en dominios del imperio bizantino y otros entre Bizancio y el Volga. Rusia, como tal, no irrumpe como gran potencia europea hasta el siglo XVIII, en la Gran Guerra del Norte, después de lograr la derrota de los invasores suecos de Carlos II, vencido en Poltava en 1709. Esta derrota puso fin a la hegemonía de Suecia en el Báltico y norte de Europa, espacio que pasó a ocupar la Rusia de Pedro el Grande. Carlos II inició el periodo de invasiones extranjeras de Rusia, todas con igual fin. La Grande Armée de Napoleón fue enterrada en Rusia, en 1812, y ese entierro significó el fin de Napoleón. Hitler, psicópata e ignorante de la historia, repitió el aventurerismo de Carlos II y de Napoleón y la invasión de la Unión Soviética fue el fin del delirio nazi de los Mil Años del Reich. De igual forma que había sucedido al poderoso ejército sueco y al ejército inmenso de Napoleón, Alemania perdió en la URSS el 70% de sus efectivos y armamentos, lo que determinó su derrota total y la toma de Berlín y de media Europa por los heroicos soldados del Ejército Rojo.
Los tres episodios reseñados recogen dos hechos. El primero, que, hasta la fecha, Rusia ha sido invencible combatiendo en su territorio. La segunda, y no menos importante, que Rusia nunca ha invadido ningún país europeo. Ha sido invadida, y tres veces, tres. Perdón, cuatro, contando la Guerra de Crimea (1853-1856), cuando la península rusa fue atacada por fuerzas combinadas de Inglaterra, Francia y Cerdeña, siendo Rusia derrotada –su única derrota- dadas las pésimas líneas de comunicación entre Crimea y Moscú, lo que imposibilitó el suministro y flujo de tropas, vituallas y armas. ¿He dicho cuatro invasiones extranjeras? Vaya memoria. Son cuatro. Entre 1918 y 1920, después del triunfo de la revolución bolchevique, fuerzas de EEUU, Francia, Inglaterra y Japón invadieron el naciente Estado revolucionario. 100.000 soldados japoneses ocuparon el Lejano Oriente ruso; tropas anglo-francesas tomaron Sebastopol y Odesa y penetraron en Ucrania; una escuadra inglesa ocupó el Báltico y Tallín. Tropas de EEUU se apoderan de Murmansk. Otras fuerzas desembarcaron en el Cáucaso y Asia Central, incluyendo un ejército checo. En 1919, Polonia invadió Rusia. Una situación similar a la de la Francia revolucionaria entre 1792 y 1802. Con igual desenlace. El Ejército Rojo contraatacó y, para 1921, las tropas extranjeras fueron obligadas a abandonar el territorio ruso. Repitámoslo: Rusia nunca ha invadido Europa. Europa la ha invadido.
¿Vamos por el mismo camino? Desde el suicidio de la URSS, la OTAN no ha dejado de avanzar sobre las fronteras rusas. No ha cesado de acumular tropas, armamentos y sistemas de misiles, al punto que Rusia ha advertido que los misiles de la OTAN, hoy, están a minutos de Moscú. En la década de los 90, la Rusia del alcohólico Boris Yeltsin se entregó a Occidente y hasta sus asesores económicos llegaron de EEUU. Occidente no desaprovechó la ocasión y destruyó cuanto pudo la economía de Rusia. En 1998, Rusia era un despojo de país y Occidente jaleaba a Yeltsin, lo celebraba y aplaudía porque hacía lo que Occidente quería. Incluso cuando, en Washington, fue encontrado en la calle en calzoncillos, o cuando se dormía en actos oficiales con el rostro rojo del exceso de alcohol. Yeltsin era perfecto para Occidente y, en ese periodo, nunca, nunca, hubo mayores roces o desencuentros con Rusia. ¿Cómo iba a haberlos? Yeltsin había destruido a la URSS y destruido a Rusia y, debe pensarse, eso era lo que Occidente quería: que Rusia fuera destruida y desapareciera como potencia para siempre.
Luego Yeltsin, enfermo terminal por su alcoholismo, entregó el poder al jefe del Servicio Federal de Seguridad (sucesor del KGB), Vladimir Putin, y la historia cambió, como es sabido. Putin se aplicó a fondo a reconstruir Rusia y el poderío de Rusia, con tanto éxito que agarró desprevenido a Occidente, que estaba convencido de que Rusia había pasado a mejor vida. Ha ocurrido lo contrario. Putin rehízo las Fuerzas Armadas, la economía, la sociedad, devolvió la dignidad a un país que la había perdido. La guerra con Georgia, en 2008, fue la campanada de aviso. El golpe de estado en Ucrania –fatal error de cálculo de la OTAN- en 2014, desencadenó la crisis ucraniana y la recuperación de Crimea (perdón a quien enoje, pero esa península ha sido rusa desde el siglo XVIII) y el estallido en Donbás. La soberbia atlantista llevó a creer que Rusia encajaría resignada que la OTAN se tragara Ucrania y tarde se dieron cuenta del error.
Vinieron las sanciones económicas. Otro error. Aparte de que la experiencia ha demostrado una y otra vez que las sanciones sirven para poco, en el caso de Rusia fue el detonante para una revolución científico-técnica, agroindustrial y de alianzas políticas que fortalecieron Rusia y debilitaron a sus adversarios. Antes de las sanciones, Rusia importaba ingentes cantidades de alimentos, productos manufacturados, tecnología y etcétera de la UE. Pagaba con gas y así hubiera seguido sin las sanciones. Una relación beneficiosa para la UE y perjudicial para Rusia, pues era un modelo clásico neocolonial de relación centro-periferia, de importación de manufacturas a cambio de materias primas. Las sanciones hicieron ver a Rusia lo dañino de esa relación desigual, buscaron soluciones y las hallaron. Se puso en marcha un multimillonario plan de inversiones para reducir los niveles de dependencia en unos casos al mínimo, en otros a cero. Un nuevo y vigoroso proceso de industrialización, para situar a Rusia en la vanguardia.
Los resultados, a la vista. Rusia terminará de sustituir, en 2018, todos los productos importados para aviones de combate, transporte y estratégicos, alcanzando así una total autonomía. En esa línea, en 2020 terminará la sustitución de componentes importados de la UE y la OTAN para el sector de defensa. El programa de diversificación aprobado por el gobierno ruso está dedicando inversiones millonarias a los sectores energéticos, de equipos médicos, electrónicos, de telecomunicaciones y de informática, entre otros, con el objetivo de promover que empresas nacionales produzcan esos componentes y equipos y cubran con productos rusos la demanda interna. Esfuerzo nacional para optimizar los recursos del país, pues Rusia posee empresas con capacidad científico-técnica suficiente para fabricar una variada gama de productos de alta tecnología. No se olvide que la URSS y Rusia fueron –y es-, hoy, la mayor potencia espacial mundial
Otro campo beneficiado por las inversiones estatales ha sido el de la agroindustria. En 2017, Rusia alcanzó la cifra récord de 135 millones de toneladas de cereales cosechadas, convirtiéndose en el primer exportador mundial de trigo, superando a EEUU. Un dato más que relevante si se considera que Rusia, hace quince años, importaba cereales. Pero quieren más. Quieren destronar, antes de 2025, a la UE como el mayor productor de cereales del planeta. El país también ha logrado sustituir las importaciones de cerdo y pollo, multiplicar la producción de remolacha azucarera y triplicar la producción de hortalizas. En definitiva, las sanciones económicas sirvieron de acicate a Rusia y castigaron a las empresas europeas. Desde 2014, el país está inmerso en una auténtica revolución productiva en campos que van desde el aeronáutico y espacial al agroindustrial, pasando por el automotor. Además, las sanciones permitieron a Rusia asignar a países con los que tiene intereses estratégicos, como Irán, Turquía, Egipto e India, las cuotas de productos antes concedidas a países de la UE.
Cercada por la Europa atlantista, Rusia se ha vuelto cada vez más a China y a Asia en general, otro favor que le han hecho a Rusia, pues el corazón de la economía mundial está hoy firmemente asentado en Asia. La alianza con China –más sólida que una montaña, según funcionarios chinos- ha aportado a Rusia ingentes beneficios. China es un mercado insaciable de gas y petróleo rusos, un primer comprador de armamentos y, ahora, comprador neto de cereales. Ambos países decidieron unir la rusa UAC y la china Comac para crear un consorcio aeronáutico que compita con Airbus y Boeing. El primer modelo, el C929 está en pruebas desde 2017 y entraría en servicio en 2025. El C929 será competidor directo de los A350 y A330, así como del B-797. Los primeros aviones llevarán motores occidentales. Los siguientes no: Rusia está aplicada a fondo para producir sus propios motores de aviación, gracias al impulso de las sanciones. Y aunque no exista un acuerdo formal, tipo OTAN, la cooperación política y militar entre Rusia y China ha alcanzado niveles sin precedentes, que ambos países desean extender.
La OTAN se afana en cercar a Rusia y EEUU construye estaciones de su escudo antimisiles en Polonia, Bulgaria y España. Rusia desarrolla armas hipersónicas capaces de burlar cualquier escudo y blinda las zonas estratégicas del país con sofisticados sistemas antimisiles. Es la consabida dinámica del cazador y la presa. También se modernizan las armas nucleares, al tiempo que EEUU habla de guerras nucleares limitadas o de ataques nucleares fulminantes contra Rusia y China y distribuye sus bombitas atómicas por media Europa. Rusia desarrolla las suyas, además de construir misiles como el Sarmat, con capacidad uno solo de evaporar un país como Holanda.
¿Qué quiere Europa con Rusia? ¿La guerra? Las sanciones han tenido un efecto contrario al buscado. El cerco a Rusia ha resultado en una férrea alianza ruso-china, que ha hecho más poderosos a los dos países. Europa necesita perentoriamente el gas ruso o se queda helada, pues los yacimientos del Mar del Norte se agotan, los norteafricanos son insuficientes y el estadounidense es un 30% más caro. Rusia, contrario a lo que pueda creerse, necesita cada día menos de Europa, por el enorme empuje económico de Asia, que es y será el mayor mercado del mundo, con sus 4.000 millones de habitantes.
Putin afirmó que Rusia marcha hacia el éxito y es cierto. La economía rusa ha vuelto al crecimiento, sus reservas de oro superan a las de China y reduce sus reservas en euros y bonos del tesoro de EEUU para seguir comprando más oro. El petróleo está afianzado en 60 dólares barril, el doble que hace dos años, oxigenando una economía en plena ebullición. Rusia, además, para quien no haya querido enterarse, es el único país-continente del mundo, con 17 millones de kilómetros cuadrados, por 10 millones Europa. Su geografía, del mar de Barents a las Kuriles, es un poder en sí misma, que la hace militarmente imposible de vencer y económicamente imposible de quebrar. El poder militar ruso es incontestable, sus 7.000 ojivas nucleares desplegadas lo hacen indiscutible y su alianza con China convierte a Rusia en un adversario formidable.
Entonces ¿qué pretende la Unión Europea? ¿A dónde nos lleva la OTAN? ¿Para qué está pidiendo un Schengen militar, que permita trasladar todo tipo de armas, equipos y tropas atlantistas contra Rusia? ¿Por qué EEUU va a desplegar centenares de armas nucleares tácticas en Alemania y otros países? ¿Por qué llevan años acumulando armamento pesado en Polonia, vecina de Kaliningrado? ¿Están preparando una guerra nuclear/convencional contra Rusia? ¿Una nueva Blitzkrieg? ¿Se han olvidado ya de la suerte de Carlos II, Napoleón y Hitler? ¿De Hiroshima y Nagasaki? Y la izquierda ¿se quedó muda, paralítica, o se ha hecho atlantista? ¿Hay todavía algo que pueda llamarse izquierda? ¿Queda alguien que entienda que el tema catalán es patético sainete de barrio y la OTAN una amenaza a la supervivencia de Europa y a la paz mundial? ¿Aló?
Augusto Zamora R., autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 3º edición, enero 2018.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
 

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