jueves, 13 de septiembre de 2018

¿Viva el rey?

¿Viva el rey?

Por juan santiso iglesias
La monarquía española, especialmente la rama borbónica que nos azota, y que va y viene como el Guadiana, siempre ha lucido un tono entre astracán y esperpento, y ha hecho de la campechanería una extraña virtud por la que presumir y marcar palmito.
   Por Juan Santiso Iglesias

 ¿Viva el rey?

Mantener la inviolabilidad de tan altas figuras ante sospechas de delincuencia no es de recibo y requiere una urgente modificación de la norma.  
 
 
Rafael Alonso Solís*
La monarquía británica procede de relatos elaborados durante un sueño brumoso, nacidos en una época en que los dragones velaban el honor de quienes ejercían el liderazgo, los caballeros lucían armaduras luminosas cuya prestancia no se alteraba durante las contiendas y las damas de la corte consumían su belleza en oscuros aposentos, mientras la brujería dominaba los espíritus que moran en la niebla y diseñaba talleres especializados para fabricar espadones mágicos y pabellones de descanso regio en la isla de Avalon. Los ingleses siempre han sido respetuosos con sus monarcas o, al menos, han tenido la habilidad de generar esa sensación de cara al turismo, y suelen pedir a Dios que salve al rey o a la reina en cuanto tienen ocasión, le pagan un sueldo generoso y parecen orgullosos de que los visitantes se hagan fotos frente al palacio de Buckingham.
La monarquía española, especialmente la rama borbónica que nos azota, y que va y viene como el Guadiana, siempre ha lucido un tono entre astracán y esperpento, y ha hecho de la campechanería una extraña virtud por la que presumir y marcar palmito. Valle-Inclán, que tenía una mirada sensible para captar las imágenes y los sonidos de la calle, nos habló de los calores de la reina castiza, a la que “un temblor cachondo le sube del papo al anca fondona de yegua real”, cada vez que algún amante le olía los sudores y le manoseaba las nalgas. Es cierto que, en el caso de la institución española, la nómina suele ser más liviana, y tal vez por ello a lo largo de la historia hayan sentido la necesidad de desarrollar actividades de emprendeduría y tener cierta presencia en el mundo de los negocios. El casticismo de la saga viene de lejos, dicen los expertos que desde Fernando VII, es decir, a partir de la llamada primera restauración, y ha estado marcada por el morro, una supuesta cercanía con la basca, amplia tolerancia a los aromas de los garitos, un fuerte componente rijoso y una indiscutible vocación por la cópula. Si Andy Warhol afirmó en una ocasión que el sexo es nostalgia del sexo, podría decirse que el casticismo regio de los borbones más recientes se ha movido entre la filmografía erótica, la afición al café cantante y la admiración por las vicetiples. La segunda restauración está representada por los Alfonsos, que reinaron unos 55 años, si bien el segundo lo hizo de forma casi apócrifa, ya que en la primera fase quien rigió fue su madre, y en la última el mismo monarca colocó a un milico en el poder. Ahora vivimos la tercera, de génesis similar a la anterior, pero a la inversa, puesto que fue otro militar quien dió un golpe de Estado y, con objeto de garantizar la continuidad de su obra, puso de nuevo a un borbón en el trono. Mantener la inviolabilidad de tan altas figuras ante sospechas de delincuencia no es de recibo y requiere una urgente modificación de la norma.
(*Rafael Alonso Solís, MD, PhD Profesor de Fisiología y director del Instituto de Tecnologías Biomédicas Centro de Investigación Biomédica de las Islas Canarias Universidad de La Laguna)

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