martes, 17 de marzo de 2015

INTELECTUALIDAD MERCENARIA

Félix Rodrigo Mora: http://felixrodrigomora.net/ INTELECTUALIDAD MERCENARIA La reciente entrega del Premio Nacional de Ensayo 2014, otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a Adela Cortina, debe ser objeto de un comentario. Dicho premio está dotado con 20.000 euros, más de lo que ingresa una familia media de trabajadores en un año. El galardón se ha concedido a la catedrática de ética y filosofía por su obra “¿Para qué sirve realmente la ética?” sobre la ética en el mundo empresarial y también de la relación entre moral y parlamentarismo, que trata en “Ética aplicada y democracia radical”. Cortina es, además, presidenta de la Fundación ÉTNOR, constituida por empresarios y directivos, académicos y otros pedantócratas, cuya meta es el análisis de “la ética de los negocios y las organizaciones”. Resulta chocarrero unir los vocablos “ética” y “negocios” pero esta autora lo hace con gran desparpajo… No es para menos. En 2007 recibió el premio Jovellanos, igualmente bien dotado; ÉTNOR ha llegado recientemente a un acuerdo de financiación con Bancaja, probablemente con clausulas sustanciosas para Cortina; disfruta de los derechos de autoría de sus libros, de obligada lectura en ciertos ambientes universitarios; recibe emolumentos por conferencias, artículos, tertulias, asesoramientos, etc. En suma, ha convertido a la ética en un saneado negocio. Si esta mujer fuera realmente ética haría públicos sus ingresos. Porque es una gran inmoralidad acumular más dinero del necesario para satisfacer las necesidades básicas de la existencia, dado que la riqueza en esencia es poder ilegítimo y no-ético sobre los demás y sobre el cuerpo social. Nadie que viva para enriquecerse, sea empresario o catedrática de ética y filosofía, puede ser tenido como persona moral. En esas condiciones lo que hace Elena Cortina es prostituir la ética, convertirla en un discurso justificativo del poder constituido, ponerla al servicio de la clase patronal y los cuerpos de altos funcionarios del Estado, ridiculizarla y dañarla de muchas maneras. Esta intelectualidad mercenaria cobra del Estado, de este, el otro y el otro Ministerio, y de la clase empresarial. Su ética está, por tanto, podrida, en una inmoralidad teorizada que justifica la codicia y el ansia de poder de las minorías poderhabientes y bienestantes. Dos conclusiones se imponen. La intelectualidad actual, devenida en pedantocracia, en casta social que vive para el dinero y su acumulación no puede ser más que lo que es, estéril intelectualmente. La verdad, el bien, la virtud, la ética y la belleza no pueden servirse y buscarse a la vez que el medrar y enriquecerse. Por eso lo que aquélla produce es aleccionamiento, propaganda, manipulación, mentiras astutas y taimadas. Hace falta que emerja una nueva forma de realizar el trabajo de reflexión, de producir ideas, y su fundamento último ha de ser el desinterés, la renuncia en actos a la codicia y al poder, con alejamiento de la clase empresarial y del aparato estatal. La otra conclusión es que frente a quienes arrastran a la ética por el fango hemos de proclamar la necesidad de la ética y la moralidad para regir nuestras vidas. Necesitamos un sistema de convicciones que nos permita diferenciar en concreto lo miserable de lo sublime, para hacernos sujetos de virtud. Y la ética cumple esa función. Precisamos de una ética natural, o ética popular, que resulte de la condición existencial misma del ser humano, como individuo y como ser social. En dos formas, una ética de la sociedad y una ética de la persona, ambas autoconstruidas. No puede haber cambio social, revolución integral, sin una robusta moralidad de la gente común que convierta al populacho en pueblo. Esto es muy diferente también de aquellos que creen que las clases populares sólo necesitan altos salarios pero no normas éticas, lo que les descubre como postulantes de la sociedad-granja, su meta permanente. La revolución integral será, también, consecuencia y causa de una revolución moral. Con ella viviremos en una sociedad ética que resultará de la desarticulación de la actual, inmoral y perversa de casi infinitas maneras. En ella no habrá mercaderes de palabras ni pedantócratas. No habrá intelectualidad mercenaria.

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