miércoles, 25 de enero de 2017

Donald Trump - Caballo de Troya de la Dictadura Militar Financiera que se avecina


RECOMENDADO - Donald Trump - Caballo de Troya de la Dictadura Militar Financiera que se avecina


Donald Trump - Caballo de Troya de la
dictadura militar financiera que se avecina




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14 de diciembre de 2016 - Ernst Wolff

Con afirmaciones como "Dry the swamp!" ("¡Sequemos la ciénaga!"), Donald Trump se presentó en la campaña electoral en EEUU como un decidido adversario del establishment de EEUU.


Millones de estadounidenses que dudan del sistema le creyeron, convencidos de que como presidente hará frente a la élite corrupta del país.




Mientras tanto el sector más informado entre ellos debe tener ya claro no sólo que se han equivocado, sino que fue un engaño realizado de manera deliberada: Trump demuestra desde su elección que es un caballo de Troya que no sólo no va a 'secar la ciénaga’ sino que, al contrario, la va a dar aún más poder.





Y no sólo eso: quienes creían durante la campaña electoral que con Hillary Clinton se decidía seguir con la política militarista de EEUU y con Trump por el contrario se acabaría con ella, desde hace dos semanas se frotaran con incredulidad sus ojos incrédulos:


El gabinete del 45º presidente de EEUU, con sus ex-generales y líderes empresariales se parece más a una mezcla de junta militar latinoamericana y la junta de una dirección de una empresa que a los gabinetes de los presidentes anteriores.


Semejante fraude descarado a los votantes no es nada nuevo en los EEUU, y por buenas razones: Por lo menos desde diciembre de 1913 la dirección de la política de Estados Unidos no se decide en la Casa Blanca en Washington, sino en Wall Street y su principal organización, la Reserva Federal, el banco central estadounidense. Ambos tienen una idea diferente sobre el futuro del país que la clase trabajadora.


Detrás de la política de Estados Unidos está siempre la industria financiera
Con el establecimiento de la Reserva Federal en 1913, un cartel de bancos de Estados Unidos y sus dueños ultra ricos se aseguró el control de la moneda estadounidense, el dólar.


De esta manera se hizo real el sueño del fundador de la dinastía Rothschild, Mayer Rothschild (1773-1855), que una vez dijo: "Dame el control sobre el dinero de una nación y no me importa quién haga sus leyes".


Desde 1913, el gobierno de Estados Unidos no es ni más ni menos que el ejecutor de la política de la Reserva Federal.


Su tarea más importante es vender al pueblo estadounidense para vender los intereses de la industria financiera como propios -por todos los medios.


Sólo tres años después de la fundación de la Reserva Federal, el candidato demócrata Woodrow Wilson se hizo votar con la promesa de mantener a los Estados Unidos fuera de la Primera Guerra Mundial que arrasaba Europa. Un mes después de su toma de posesión, declaró la guerra a Alemania.


¿Por qué?


Porque los grandes bancos de Wall Street habían concedido préstamos multimillonarios a Inglaterra, Francia e Italia, y temían que, en caso de una victoria alemana, tendrían que condonarlas.


Lo mismo es válido para la Segunda Guerra Mundial, que es de ninguna manera fue una confrontación entre democracia y dictadura -como se afirma en la mayoría de los libros de historia-.


Por un lado, los nazis de Hitler nunca habría podido mantenerse en el poder sin los créditos de Wall Street.


Y, por otro lado, la maquinaria económica más grande de todos los tiempos, levantada en Estados Unidos y financiado por Wall Street, había llegado a sus límites a comienzo de los años cuarenta.


Es decir: Los Estados Unidos necesitaban mercados para librarse de los productos que no se podían vender en el mercado interno.


Para lograrlo Wall Street estaba dispuesto a todo -desde participar en la Segunda Guerra Mundial hasta lanzar bombas atómicas.


Y también las otras guerras de los Estados Unidos –ya sea Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, Libia o Siria- se llevaron a cabo en defensa de los intereses de la élite financiera de Estados Unidos.


Lo mismo se aplica a las actividades llevadas a cabo con la ayuda de golpes organizados por los servicios de inteligencia de Estados Unidos en Asia, África y América del Sur, que en ningún caso pretendían acaban con dictaduras militares, como se afirmaba.


El ejemplo más reciente es la junta militar en Egipto: Sólo puede mantenerse en el poder gracias al apoyo financiero y militar de los Estados Unidos. Y por cierto ha sido durante décadas Arabia Saudita, una de las dictaduras más atrasadas de la tierra, el aliado más estrecho de los EE.UU. en el Oriente Medio.
El sistema se ha independizado hace mucho
A lo largo de sus más de cien años de historia, la industria financiera de Estados Unidos ha creado un aparato enorme para poder ejercer su poder sobre todos los aspectos de la sociedad americana.


Domina todos los mercados, el complejo militar-industrial, los medios de comunicación y la política.


Las elecciones sirven dentro de este sistema tan sólo para mantener la fe del pueblo estadounidense en la creencia errónea de que tienen algo que decir en la definición de su propio destino.


El tan nombrado conflicto entre demócratas y republicanos se manifiesta al mirarse de cerca como un método efectivo desde hace décadas para capturar las tendencias críticas dentro de la población y por lo tanto evitar una ruptura política en un amplio sector de la población.


Exactamente dicho mecanismo ha podido observarse en las pasadas elecciones con el ejemplo de Bernie Sanders: tal y como han demostrado los correos electrónicos publicados por Wikileaks, Sanders sirvió desde el principio en la campaña electoral para recuperar aquellos votantes que querían darle la espalda al Partido Demócrata y –tras acordar previamente su retirada con la dirección del partido- presentar a Hillary Clinton, que había sido objeto de duros ataques por Sanders en la campaña, como un "mal menor".


Al igual que Sanders, Trump centró su "campaña electoral" en el deseo de protestar de la población, fruto de un profundo descontento popular, con la diferencia de que en lugar de centrarse en una vía supuestamente socialista como hizo Sanders, se centró en una nacionalista ("Make America great again!", "¡Volver a hacer grande a Estados Unidos!"), y al hacerlo repetía incesantemente iba a "luchar contra el establishment".


Muchos observadores superficiales creyeron por eso que el tiburón inmobiliario multimillonario quería "secar la ciénaga de Washington" de verdad.


Dicha transformación, sin embargo, es algo tan realista como la cuadratura del círculo: significaría que la industria financiera de Estados Unidos se habría quedado mirando con los brazos cruzados tras de cien años de la dictadura ilimitada, como su poder se les escapa por la vía parlamentaria...


El mandato de Trump estará marcado por la decadencia de EEUU


Entre tanto, Donald Trump ha puesto de manifiesto que será un presidente que se basará más que cualquiera de sus predecesores en la industria financiera y los militares para el ejercicio del poder.


Esto no es casualidad, ya que Trump asume el cargo en un momento de problemas monumentales que empeoran de forma continua y se dirigen con la lógica inexorable hacia un Crash del sistema financiero y el fin de la dominación global del dólar.


Desde el colapso de Lehman Brothers a raíz de la crisis de hipotecas subprime, el sistema financiero mundial sólo se mantiene en pie gracias a las manipulaciones de la Reserva Federal y otros bancos centrales, de un nivel sin precedentes históricos.


Desde 2008, los bancos centrales han imprimido dinero por valor de varios dígitos de billones de dólares y han bajado más de 670 veces los tipos de interés.


Estas medidas no tienen, como se supone, la intención de facilitar la recuperación de la economía real.


El dinero se ha empleado casi exclusivamente en la especulación financiera y en generar burbujas gigantescas en los mercados de bonos, acciones y bienes raíces.


Los inversores conservadores han asumido riesgos mayores que nunca debido a las bajas tasas de interés, y muchos bancos de importancia sistémica en el mundo sólo se mantienen a flote de manera artificial, el sistema es más frágil que nunca.


Con una deuda pública de casi 20 billones de dólares lo que espera a la clase trabajadora de EEUU no es la recuperación prometida por Trump con puestos de trabajo bien pagados, sino la austeridad con recortes drásticos de todo tipo.


Una vez la inflación afecte a la economía real se harán visibles las consecuencias de que 60% de los estadounidenses no tienen más de 1.000 ahorrados.


Si Trump, como ha anunciado, pone en marcha además recortes de impuestos para los muy ricos, EEUU vivirá graves conflictos sociales.


Precisamente en ese momento se verá por qué el establishment de EEUU, que durante mucho tiempo apoyó a Hillary Clinton, en la etapa final de la campaña electoral pasó a apoyar a Trump:


para reprimir la explosión social inevitable provocada por el desarrollo actual del sistema financiero hace falta en primer lugar un gobierno que distraiga de los verdaderos culpables de Wall Street y presente como cabeza de turco a las minorías –algo que ya ha recomendado Trump, entre otras cosas con sus ataques contra los musulmanes durante la campaña electoral.


Si eso no funciona, se necesita un gobierno al estilo de las dictaduras latinoamericanas, que solucione la cuestión social mediante el uso de la violencia -es decir, un gabinete como el de Donald Trump, en el que el área de la"seguridad nacional" se ha puesto directamente en las manos de los militares.


http://noticiasayr.blogspot.com.es/2017/01/donald-trump-caballo-de-troya-dela.html

POSDATA:
Por eso es tan necesario, que cuando el próximo crack financiero aparezca y no queda mucho para ello, nos gobierne un partido que como en Islandia, esté dispuesto a meter mano a los auténticos responsables de la crisis: los banqueros y políticos corruptos al servicio de las corporaciones, así como nacionalizar todo lo nacionalizable para salvaguardar los intereses de los ciudadanos.

Y no ese otro, como ya hemos tenido en todo Occidente, que nos ahogue aún más, con más austeridad y recortes, ya que esto conducirá a todo tipo de protestas, que es lo que el sistema quiere, para implantar de una su dictadura político-militar-financiera.

El país que sustente en el poder, tenga las siglas que tenga y ya sea aparentenmente de izquierdas o derechas, un partido al servicio de la oligarquía... lo lleva claro. Y sus ciudadanos, crudo, muy crudo.

O sea, o hacemos lo que no hicimos en el 2008: refundar el sistema o éste nos expoliará sin compasión y convertirá nuestra existencia en algo indigno y miserable.

ARMAK de ODELOT


Trump presidente: las palabras y los hechos

El personaje es voluble, caprichoso e impredecible, pero el “estado profundo” que administra los negocios del imperio a largo plazo lo es mucho menos



Este viernes Donald Trump se convirtió en el 45avo. presidente de EEUU. El consenso entre los analistas, salvo pocas excepciones, es que durante su gestión “veremos cosas terribles”, como asegura Immanuel Wallerstein refiriéndose al primer año de su gestión.


También dice, y lo subraya con razón el especialista panameño en asuntos estadounidenses Marco Gandásegui, que el magnate neoyorquino es un personaje “totalmente impredecible”. [1]


De ningún presidente estadounidense podemos esperar nada bueno. No porque sean malvados sino porque su condición de jefes del imperio les impone ciertas decisiones que en la soledad de su escritorio probablemente no tomarían.


Jimmy Carter es un ejemplo de ello; un buen hombre, como tantas veces lo recordara Fidel. Y Raúl más de una vez se encargó de decir que el bloqueo contra Cuba y la invasión de Bahía Cochinos comenzaron cuando Obama ni había nacido, y apenas contaba un año cuando se produjo la crisis de los misiles en Octubre de 1962.

¿Adónde voy con esta reflexión?


A señalar que no sería para nada extraño que bien pronto la inflamada retórica de DT deje de tener un correlato concreto en el plano más proteico de los hechos políticos, económicos y militares.


Trump es lo que en la jerga popular norteamericana se llama “un bocón”.


Por eso habrá que ver qué es lo que logra concretar de sus flamígeras amenazas una vez que deje de vociferar desde el llano y se inserte en los gigantescos y complicadísimos engranajes administrativos del imperio.


No cabe la menor duda de que el personaje es un hábil demagogo, que agita con maestría un discurso reaccionario, racista, homófobo, belicista, transgresor y “políticamente incorrecto” por designio propio.


Pero su irresistible ascenso no sólo es un efecto de su habilidad como publicista y la eficacia de su interpelación demagógica.


Es síntoma de dos procesos de fondo que están socavando la primacía de EEUU en el sistema internacional: uno, la ruptura en la unidad política-programática de la “burguesía imperial” norteamericana, dividida por primera vez en más de medio siglo en torno a cuál debería ser la estrategia más apropiada para salvaguardar la primacía norteamericana.


Dos, los devastadores efectos de las políticas neoliberales con sus secuelas de exclusión social, explotación económica y analfabetismo político inducido por las elites dominantes y que arrojó a grandes sectores de la población en brazos de un outsider político como Trump que en épocas más felices para el imperio hubiera sido barrido de la escena pública en las primarias de New Hampshire.

Trump dijo, e hizo, antes de entrar a la Casa Blanca, cosas terribles: desde acusar a los mexicanos (y por extensión a todos los “latinos”) de ser violadores seriales, narcotraficantes y asesinos hasta declarar públicamente, para horror de los alemanes, que era “germanofóbico”.


O de provocar al dragón chino llamando por teléfono a la presidenta de Taiwán, lo que motivó una inusualmente dura protesta de Beijing; decirles a los europeos que la OTAN es una organización obsoleta y que lo del Brexit fue una buena decisión.


Pero como aseguran los más incisivos analistas de la vida política norteamericana, por debajo de la figura presidencial (o, según se lo mire, por encima de ella) está aquello que Peter Dale Scott denominó como “estado profundo”: el entramado de agencias federales, comisiones del Congreso, lobbies multimillonarios que por años y años han financiado a políticos, jueces y periodistas, el complejo militar-industrial-financiero, las dieciséis agencias que conforman la “comunidad de inteligencia” , tanques de pensamiento del establishment y las distintas ramas de las fuerzas armadas, todas las cuales son las que tendrán que llevar a la práctica –o “vender” política o diplomáticamente- las bravuconadas de Trump.


Pero esos actores, a quienes nadie elige y que ante nadie deben rendir cuentas, tienen una agenda de largo plazo que sólo en parte coincide con la de los presidentes. Ocurrió con Kennedy, después con Carter y Obama, y seguramente volverá a pasar ahora.


Dos ejemplos: el jefe del Pentágono James “Perro Rabioso” Mattis puede hacer honor a su apodo pero difícilmente sea un idiota y por buenas razones -desde el punto de vista de la seguridad del imperio- no quiere saber nada con debilitar a la OTAN.


Y va a ser difícil que Stephen Mnuchin, el Secretario del Tesoro designado, un hombre surgido de las entrañas de Goldman Sachs, vaya a presidir una cruzada proteccionista y auspiciar el “populismo económico” contra el cual combatió sin resuello durante décadas desde Wall Street.

¿Significa esto que deben tenernos sin cuidado los exabruptos verbales de Trump? De ninguna manera. Será preciso, más que nunca, estar alertas ante cualquier tropelía que pretenda hacer en Nuestra América.


Sin duda continuará con la agenda de Obama: desestabilizar a Venezuela, promover el “cambio de régimen” (vulgo: contrarrevolución) en Cuba, acabar con los gobiernos de Bolivia y Ecuador y encuadrar, una vez más, a los países del área como obedientes satélites de Washington.


Para lograr este objetivo, ¿irá a escalar esta agresión, que Obama no quiso, o no pudo, detener?


Es muy poco probable. Ronald Reagan, con quienes a veces torpemente se lo compara, intervino abiertamente en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Granada y en la Guerra de las Malvinas.


Pero era otro contexto internacional: había un fenomenal tridente reaccionario formado por el propio Reagan con Margaret Thatcher y Juan Pablo II empeñado en demoler los restos del Estado de Bienestar y los proyectos socialistas; el Muro de Berlín estaba agrietado y la URSS venía cayendo en picada, sepultando a Rusia; y China no era ni remotamente lo que es hoy.


EEUU estaba llegando al apogeo de su poderío internacional. Hoy, en cambio, ya comenzó su irreversible declinación y el equilibrio geopolítico mundial es mucho menos favorable para Washington.


Difícil, por no decir imposible, que el descarado intervencionismo reaganiano pueda ser replicado por DT en esta parte del mundo. Y si lo hiciera tropezaría con una generalizada repulsa popular que, como lo advirtiera Rafael Correa, movilizaría en contra de Washington a grandes masas en toda la región.

Conclusión: el personaje es voluble, caprichoso e impredecible, pero el “estado profundo” que administra los negocios del imperio a largo plazo lo es mucho menos. Y en estos pasados quince años los pueblos de Nuestra América aprendieron varias lecciones.

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Nota: [1] Cf. “Donald Trump llega a la presidencia de EEUU”, en
http://laestrella.com.pa/opinion/columnistas/donald-trump-llega-presidencia-eeuu/23981819




Atilio BoronLa Haine

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