miércoles, 22 de marzo de 2017

Los oscuros orígenes de la Unión Europea





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Los oscuros orígenes de la Unión Europea



Firma de los Tratados de Roma, 25 de marzo de 1957. El viejo nazi Walter Hallstein, sexto por la izquierda.

La trama histórica que ha dado como resultado la actual Unión Europea ha sido compleja. Estudiar la historia de lo que ha venido a llamarse “integración europea” desde el objetivo originario de establecer un mercado común continental es sumergirse en una confusa marejada donde intervienen diferentes corrientes. Un océano plagado de tratados, informes, comités, declaraciones, acuerdos y desacuerdos con nombres propios. La sucesión, combinación y mutación de un sinfín de instituciones y organismos de naturaleza dudosa, a menudo en una definición ambigua, entre lo estatal y lo corporativo, compuestos de órganos y miembros dependientes de diversas lealtades y con pasados ocultos, en muchos casos.

Entre tantas firmas solemnes, una se ha pretendido erigir como fecha fundacional, año cero, para comenzar a contar la historia de la actual Unión Europea: el acto de firma de los conocidos como Tratados de Roma, el 25 de marzo de 1957. El establecimiento de la Comunidad Económica Europea —CEE— y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica —EURATOM— reforzaban el proceso abierto en 1951 por la Comunidad Económica del Carbon y del Acero —la famosa CECA, primer organismo supranacional de los monopolios europeos, en este caso, franceses y alemanes junto a los italianos y del BENELUX—. Pero comenzar a contar la historia del proceso de integración de los monopolios europeos en un mercado común continental partiendo de Roma en 1957 o del Tratado de París de 1951 —nacimiento de la CECA— supondría obviar parte de la historia, la génesis de un proceso ligado no sólo a la segunda postguerra mundial, sino consustancial al propio estallido de los dos conflictos mundiales que marcan la historia del siglo XX.

La Unión Europea y el proyecto de integración continental se suele presentar como un paradigma de la cooperación entre naciones y la superación de las diferencias en favor de la convivencia democrática. Sin embargo, es esta una historia con grandes capítulos velados. Habrán de ser obras de gran desarrollo las que expongan las contradicciones fundamentales de lo contado oficialmente con respecto a lo realmente sucedido. En el propio seno de las cúpulas que dirimieron el devenir de la integración europea en el siglo XX hubo enormes contradicciones tácticas. Diferencias entre federalistas y funcionalistas, entre quienes buscaban una formulación política supranacional desde el primer momento y entre quienes primaban la unidad de acción económica. En el contexto de las guerras mundiales, del capitalismo decididamente monopolista, del surgimiento de un bloque de naciones socialistas, la idea de Europa como polo de poder capitalista, la idea de unos Estados Unidos de Europa, fue la apuesta de los grandes capitales financieros —confluencia de los monopolios industriales y bancarios— del viejo continente, ante el temor de quedar asfixiados en las tierras intermedias que separaban a las dos grandes potencias mundiales. Una oligarquía que en función de sus intereses nacionales se había visto dividida en diferentes bandos durante las guerras mundiales y que, una vez pasadas, debía ponerse de acuerdo nuevamente si no quería perecer bajo el estirón del primo estadounidense o por el contagio soviético.

Un estudio pormenorizado, con nombres y apellidos, con datos económicos y sus traducciones políticas, puede y deberá abordarse. No obstante, a modo de casi curiosidad histórica y a poco que se rasque, es posible vislumbrar que el actual discurso histórico sobre la Unión Europea es una falacia. Los intereses económicos fueron y son el motor de tal unión continental, eso no se oculta, pero se alega como mero germen. Lo que sí se oculta deliberadamente es la participación de personalidades de oscuro pasado en el proceso de construcción de la UE. Porque una institución siempre puede vestirse bajo un manto de corrección política, pero las personas suelen quedar marcadas por sus acciones de una forma más indeleble, siendo símbolo de ideas y episodios históricos concretos. La Unión Europea puede presentar su historia como una epopeya de la democracia —concepto que merece un acercamiento aparte, para ver qué es exactamente—, pero el papel protagonista de ciertos “padres fundadores” que formaron parte —en la primera parte del partido— del nazifascismo o del conservadurismo más reaccionario, sirve para poner sobre la mesa unos entrantes de prueba de la falacia historiográfica europeísta.

Si se decide rastrear los primeros pasos hacia la integración de los intereses monopolistas europeos hay que retrotraerse a los años de la primera postguerra mundial. Se configura entonces la Unión Paneuropea, fundada en 1922, que celebra su primer Congreso en 1926. Ideada y dirigida por el conde austro-húngaro Richard Nikolaus Coudenhove-Kalergi, plantea una unión federalista de las naciones europeas, tomando como base ideológica el cristianismo, como medios de acción la actividad económica dirigida a la formulación de un mercado común, y como objetivo construir una Europa “libre de nihilismo y ateísmo”, freno al posible avance del recién nacido comunismo soviético.


Cubierta del texto de “Paneuropa”, de Coudenhove-Kalergi

El Congreso de la Haya, también conocido como Congreso de Europa, del 7 al 11 de mayo de 1948, es el evento capital de la considerada protohistoria de la UE. Su discurso, con los campos de batalla aún humeantes, se llena de llamadas a la concordia. Pero ¿quién había detrás y cómo se convoca? El Comité Internacional para la Unidad Europea había sido el organismo convocante. No era un ente oficial de confluencia estatal, su devenir posterior en el muy laxo por definición Movimiento Europeo así lo atestigua. Este efímero Comité era el resultado de la unión de seis organizaciones no gubernamentales: la Unión Europea de Federalistas, compuesta por movimientos de Resistencia no comunistas; el Movimiento para la Europa Unida, liderado por Winston Churchill; la Liga Europea de Cooperación Económica, dirigida por Paul van Zeeland, Joseph Retinger y Pieter Kersten; los Nuevos Equipos Internacionales, bajo dirección de Robert Schumann, en el ámbito de la democracia-cristiana anticomunista; el Movimiento Socialista por los EEUU de Europa; y la Unión Parlamentaria Europea, liderada por Coudenhove-Kalergi.

Conviene detenerse en algunos de los nombres de este grupo heterogéneo, donde ya se destacan algunos próceres de la UE y en el que las voces hegemónicas serán las funcionalistas y las ubicadas en un espacio político-ideológico más a la derecha. Winston Churchill, su figura más conocida, es recordado adversario de Hitler en la guerra, paradojas de la historia, porque los puntos de conexión ideológica entre uno y otro son bastantes más de los que pudiera esperar el no iniciado en la materia. Churchill había sido durante décadas símbolo y azote de todo conato de movimiento obrero. Cruzado anticomunista de primera hora, en el marco de la huelga general de Inglaterra en 1926 —cuando era ministro de Hacienda— apuesta por utilizar las ametralladoras contra los huelguistas y alaba a la Italia de Mussolini, que ha “rendido un servicio al mundo, enseñando cómo se combaten las fuerzas de la subversión”.

Más en este Comité: Paul van Zeeland, primer ministro belga, del Partido Católico, terminará siendo Secretario General honorífico de un grupo hoy de reconocida impronta, el Club Bilderberg. El polaco Joseph Retinger, cofundador junto a Zeeland de la Liga Europea de Cooperación Económica, figura también como promotor del Bilderberg y embajador del sionismo en Europa. La democracia-cristiana: o el caso del francés Robert Schumann, uno de los más representativos de la calculada ambigüedad del animal político al servicio de los intereses financieros en los tiempos de entreguerras y de la segunda postguerra mundial. Schumann, recordado por la Declaración que pasaría a la historia con su nombre, que oficializó el 9 de mayo de 1950 el matrimonio del carbón y del acero alemanes y franceses como símbolo de la Europa unida, tuvo antes un papel menos rememorado. En sus inicios milita en las filas de uno de los partidos que conforman el Bloque Nacional de Raymond Poincaré, que esbozaba como ejes el patriotismo y el antibolchevismo; en 1938 declara su apoyo a los Acuerdos de Múnich, dirigidos por Mussolini y en los que Francia e Inglaterra consentían la anexión de parte de Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi.

La declaración Schumann llevaba a efectos otro de esos planes con nombre propio que ordenan la cronología integracionista, el Plan Monnet. Debe su nombre a Jean Monnet, banquero y hombre de negocios francés, que propone la elevación del poder de un pool de empresas del carbón y del acero. Su contribución le vale el honor de “padre fundador” de la Europa comunitaria. No en vano era un hombre con experiencia en eso de invertir en terrenos devastados, de hecho, entre 1934 y 1936 vive en China, asesorando y trabajando para el gobierno anticomunista y ultranacionalista de Chiang Kai-shek, que le había invitado explícitamente a Shangai para dirigir la construcción de ferrocarriles.

Ha sido tradición bautizar los informes, declaraciones, planes y otros elaborados teóricos de la Unión Europea con el nombre de sus autores. Los mencionados Plan Monnet, la Declaración Schumann, u otros como el Informe Tindemans —por Leo Tindemans, primer ministro belga y primer Secretario General del Partido Popular Europeo— o el Plan Genscher-Colombo son solo pequeña muestra de una larga relación. Una tradición bautismal poco a poco abandonada, porque a los nombres limpios de un tiempo se les termina por caer el maquillaje, en ocasiones. El caso del Plan Genscher-Colombo es muestra de ello. Hans-Dietrich Genscher, antes de ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania Occidental y autor de un nuevo plan de profundización de la Unión Europea, fue miembro de las Juventudes Hitlerianas y de la Luftwafe —las fuerzas áreas nazis—, además de miembro del Partido Nazi —carnet NSDAP nº 10.123.636—. Su pasado nazi militante y su condición de prisionero de guerra alemán no fue óbice para alcanzar las más altas instancias del Estado en la Alemania occidental y, como se ve, tampoco para reconvertirse en otro de los pilares y desarrolladores de la Unión Europea.

Los viejos políticos y militares nazis encontraron un acomodo en las instituciones de la Alemania occidental y en las europeas. Son notorios, aunque se velen, casos como el de Genscher, que no es, pese a todo, el más evidente. Quizás el más significativo es el de Walter Hallstein, abogado del Partido Nacionalsocialista, estratega político del Estado nazi y, décadas después, primer presidente de la Comisión Europea y uno de los doce firmantes de los Tratados de Roma. Hallstein, Decano de la Facultad de Derecho y Economía de la Universidad de Rostock, pronuncia un discurso el 23 de enero de 1939 sobre “La entidad jurídica de la Gran Alemania”. El discurso, conocido —o desconocido— como “Discurso de la conquista”, defendía los planes de anexión alemana que ya estaban en marcha.


© CVCE
Walter Hallstein, Jean Monnet y Konrad Adenauer, 5 de abril de 1951

Otros miembros del Partido Nazi vieron convenientemente borrado su pasado, a fin de poder seguir siendo funcionales a los monopolios que les habían aupado al poder antes de la guerra y que, después de ella, trataban de recomponerse en alianza con sus viejos enemigos. El caso del cartel químico alemán IG Farben, que comprendía a las conocidas marcas BAYER, BASF y Hoechst —entre otras— es de sobra conocido. Hallstein y otros tantos nazis vinculados a IG Farben —como Carl Friedrich Ophüls, afiliado al Partido nazi de 1933 a 1945 y representante permanente de la CEE y EURATOM desde 1960— no tuvieron problemas en hacer el tránsito de la institucionalidad nazi a la comunitaria europea de postguerra. Pero no fueron solo los gestores políticos de los monopolios que financiaron a los nazis, sino los propios dueños de esas empresas quienes se vieron prontamente recuperados para la legalidad europea. Fritz Ter Meer, Director de IG Farben condenado en Núremberg, alcanza de nuevo la presidencia de BAYER en 1956. Y no es el único caso.

Los nombres más respetados hoy día como padres fundadores de la Unión Europea tienen un pasado oscuro. Se irán desvelando capítulos ocultos. Un famoso fotomontaje del artista alemán John Heartfield denunciaba en su momento la financiación del nazismo por parte de los grandes capitales. Los millones que auparon al poder a los nazis, en efecto, no fueron precisamente de votos. La misma lógica y casi idénticos protagonistas servirían para montar el collage de los orígenes de la Unión Europea.

Luisen Segura
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