sábado, 16 de junio de 2018

Algo enseña la historia


A dos semanas de las elecciones presidenciales, todos los indicios públicos disponibles auguran el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Y también van en ese sentido algunos indicios de carácter privado: muchos connotados pripanistas muestran un aire de resignación ante ese hecho que consideran inevitable. Algunos de éstos incluso señalan que en Los Pinos priva notoriamente esa misma atmósfera de resignación.
En todo esto no hay mucha materia para la sorpresa. Es más que evidente el cambio de postura de conocidos voceros del régimen pripanista que apenas ayer denostaban y descalificaban a López Obrador y hoy afirman con gran desparpajo y seguridad que sin duda sería un buen presidente de México.
Tampoco en esto hay lugar para la sorpresa. Es evidente que el tabasqueño ha resistido y vencido los feroces ataques mediáticos de que fue víctima, sobre todo en esta campaña electoral, pero que se remontan décadas atrás, desde que decidió abandonar a un derechizado PRI y buscar nuevas formas de participación política libres de la tutela de EU.
Pero no todo es aires de resignación en el PRIÁN. También hay signos de ira y desesperación. Como esas rabiosas declaraciones de Diego Fernández de Cevallos, jefe de campaña, consejero, tutor y abogado de Ricardo Anaya, en las que califica al tabasqueño de orate, de psicópata.
¿Debe pensarse, sin embargo, que Los Pinos han renunciado a su cuasi centenaria facultad de imponer sucesor en la casa presidencial? Es cierto que el actual mandatario, Enrique Peña Nieto, no ha roto lanzas abiertamente contra López Obrador, que ha guardado una conducta más o menos discreta y que sus ataques al tabasqueño han sido elípticos, sinuosos, sólo comprensibles para los iniciados. ¿Pero la mesura y la discreción son sinónimos de honradez personal y política? ¿Ya olvidamos los hechos de Atenco, Tlatlaya y Ayotzinapa?
¿Podemos confiar en la nunca demostrada imparcialidad y honradez de la autoridad electoral, hoy INE, ayer IFE? ¿Va a renunciar graciosamente a su innegable y siempre demostrada vocación para el fraude electoral tradicional y cibernético? ¿Ya olvidamos el monumental fraude en el Estado de México que impuso a Del Mazo en la gubernatura?
Está muy claro que el fraude electoral ha venido siendo trabajado con ahínco durante los últimos años y meses. ¿Decidió el gobierno renunciar a última hora al duro trabajo ya realizado? ¿La resignación, suponiendo que la haya, es fruto de la conciencia del fracaso de los ánimos defraudadores?
¿Ahora sí van a contar los votos? ¿No nos estarán creando simples ilusiones? A dos semanas del proceso electoral, ¿estamos convencidos de que México dejó de ser una dictadura para convertirse súbitamente, en menos de seis años, en una democracia?
¿No chocan estas expectativas de cambio pacífico por la vía electoral con toda la historia de México en los últimos cien años? ¿No decía José López Portillo que el presidente de la república era el fiel de la balanza, frase plena de retórica para disimular la decisiva intervención de Los Pinos en la designación del sucesor?
¿De veras dejó de existir la “dictadura perfecta” para dar paso a la “democracia sin adjetivos”? ¿Dejó de existir el fiel de la balanza? ¿De veras ya cambió el sistema político que sobreponía los acuerdos cupulares sobre el sufragio popular?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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