viernes, 20 de julio de 2018

Elecciones inusitadas para un cambio incierto


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Elecciones inusitadas para un cambio incierto

 

 


Huracán, tormenta, avalancha, tsunami, tales son algunos de los términos que más se han escrito y escuchado para definir la auténtica rebelión ciudadana que el domingo, 1 de julio, ha cimbrado a México a lo largo y a lo ancho de su territorio, votando arrasadoramente por Andrés Manuel López Obrador para presidente de la República 2018-2024.
Más de 30 millones de sufragios reunidos por medio de los partidos de su coalición Juntos Haremos Historia (Movimiento de Regeneración Nacional, Partido del Trabajo, Partido Encuentro Social), esto es 53 por ciento de la votación, dejando a Ricardo Anaya de Por México al Frente (Partido Acción Nacional, Partido de la Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano) con 12 millones (17 por ciento) y al candidato oficial, José Antonio Meade, de la coalición Todos por México (Partido Revolucionario Intitucional, Partido Verde Ecologista de México y Partido Nueva Alianza) con apenas 9 millones (13 por ciento), con una participación ciudadana de 63 por ciento del padrón electoral.
Como en 1988, millones de personas que se creyeron ciudadanos acudieron a las urnas para votar en condiciones adversas e inciertas por un candidato proscrito, diabolizado, salido de las filas del propio régimen, pero crítico, opuesto a las derivas y degradaciones del poder. A pesar de las persistentes amenazas de fraude renovadas en 2006 y de manipulación con la compra del voto que en 2012 impuso a Enrique Peña Nieto, así como del patente desprestigio de órganos electorales inseguros, arbitrarios y negligentes (Instituto Nacional Electoral, Tribunal Electoral de la Federación y Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos electorales), una ciudadanía acrecentada, rejuvenecida y madurada en los duros años del neoliberalismo y la descomposición político-social manifestó como nunca su hartazgo, su rebeldía y sus esperanzas de cambio.
Como en el 2000 que echó abajo un monopolio político autoritario de más de 70 años, el propósito expreso que motiva la nueva e inesperada movilización electoral es el repudio al régimen prevaleciente, pero ahora igualmente de todos los partidos que convirtieron la aternancia política en una mascarada que nada cambió y en su lugar precipitó al país hacia la descomposición del poder, la corrupción extrema, la guerra, el feminicidio, el despojo y la polarización económico-social. El gobierno del cambio de Vicente Fox (2000-2006) y la alternancia recurrente (2000, 2012) no democratizaron al régimen ni la vida nacional y más bien prosiguió su ocaso desordenado y la transfiguración de su decadencia en descomposición.
Pero si en la primera revuelta ciudadana de 1988 Cuauhtémoc Cárdenas se fue radicalizando en el transcurso de su campaña electoral mediante su encuentro con innumerables núcleos sociales, asumiendo en su programa las reivindicaciones y anhelos de sus luchas sofocadas por la puesta en práctica del viraje neoliberal iniciado en 1983, ahora Andrés Manuel López Obrador propagó más bien, hasta el cansancio, su discurso centrado en combatir los privilegios de la pretendida mafia del poder y la corrupción gubernamental que concibe como la fuente de todos los males. Demandas de ciertos sectores críticos y pueblos originarios que AMLO había asumido, como el rechazo de las llamadas reformas estructurales impuestas por el Pacto por México al inicio del gobierno de Peña Nieto (compuesto por la direcciones del PRI, el PAN y el PRD), la promesa de anular la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México en el lago de Texcoco y la lucha contra la inseguridad y la militarización del país, poco a poco se fueron distorsionando o diluyendo en su discurso, salvo tal vez la reforma educativa que hasta el final se comprometió a derogar. La prédica del candidato presidencial morenista, cada vez más despolitizada y cargada de un moralismo de tinte religioso, se dirigió a suscitar la creencia de que el cambio, tan anhelado, cualquiera que sea, derivará de la sola “honestidad valiente” del Presidente de la República. Todo vendría por añadidura al asumir López Obrador la Presidencia de la República.
A pesar de las advertencias de los organismos empresariales y de algunos de sus opositores intelectuales, como el magnate cultural del salinismo Enrique Krauze, en el sentido de pugnar por el voto cruzado para limitar el poder presidencial, la onda de choque generada por AMLO arrasó también casi en prácticamente todas las elecciones efectuadas: Congreso de la Unión, gubernaturas de los estados y hasta en congresos locales y municipios. Juntos Haremos Historia, especialmente el Movimiento de Regeneración Nacional (su partido), consiguieron una amplia mayoría (Cervantes, 2018; Villamil, 2018) que significa primero que nada el hundimiento catastrófico del bloque expresado en el Pacto por México, es decir de los partidos que han administrado la pretendida transición política desde 1988. 1/ De esta forma, la revuelta ciudadana dota a AMLO de una legitimidad democrática y de la capacidad de acción (con la reconcentración del poder estatal) que le pueden permitir realizar prácticamente el plan de gobierno y los cambios legislativos que quiera (hasta reformas constitucionales pues dominará más de 16 congresos locales), muy a pesar de las oposiciones que, débiles y fragilizadas, no cesarán de desgarrarse.
El hecho es que el triunfo de AMLO no se debe a sus promesas de transformación ni al ambigüo y contradictorio Nuevo Proyecto de Nación vagamente publicitado durante la campaña electoral por Morena. Se explica más bien porque López Obrador -con su actividad persistente y la presencia que le dieron sus campañas anteriores y sus frecuentes recorridos por todo México- logró simbolizar la disidencia del regimen, la proscripción por el abuso del poder, la persistencia en sus denuncias de vicios de arriba y sobre todo la esperanza de un cambio que cada quien percibe a su manera. Los demás candidatos aparecieron más bien como expresiones de un poder en descomposición, pasajeros de una nave que se hunde, lo que explica incluso su división en dos coaliciones violentamente enfrentadas en un sálvese quien pueda: Todos por México y Por México al Frente, que en los hechos se habían amalgamado en la defensa de un orden regido por la prepotencia, la exclusión y el abuso en todos los sentidos.
La austeridad valiente y el combate contra la corrupción, que Andrés Manuel fue publicitando en sus recurrentes campañas, sin duda encontraron eco en un pais hastiado de la corrupción extrema, el generalizado enriquecimiento inexplicable de la oligarquía estatal y la mercantilización de los partidos y su clientelismo generalizado. La invención de la República amorosa y las cada vez más extensas derivas religiosas de AMLO buscaron conectar con sectores de distintas clases de la sociedad, especialmente los sectores medios conservadores, más despolitizados (muchos inorganizados, sin experiencias de lucha) pero igualmente desencantados por la descomposición patente de los administradores del poder y de sus partidos, asemejados cada vez más. Pero su discurso -convertido en prédica matizada con pasajes bíblicos- y su simplificación “programática” (la lucha centrada en la corrupción) se dirigieron igualmente a atraer a las clases acomodadas, por más que siguiera atacando a la mafia del poder, la que por lo demás se afanaba en bloquear su camino a la presidencia a pesar de las garantías que López Obrador no dejó de ofrecerles (“justicia, no venganza”). De hecho, AMLO consideró de entrada que estaban con él buena parte de los núcleos sociales provenientes de los movimientos sociales o los medios académicos más politizados.
La forja del caudillo que lucha contra la mafia del poder se combinó con la figura del pastor que buscaba salvar las almas en una nación desgarrada y cargada de vicios como la corrupción desmesurada; procurar el bienestar material así fuera con medidas puramente asistencialitas, pero igualmente el bienestar del alma, como se cansó de predicarlo. Poco a poco se fue desarrollando un cierto culto (“Es un honor estar con Obrador”) a la altura de la dimensión religiosa que el candidato fue imprimiendo a su campaña. Sea lo que sea, el triunfo arrollador y la fiesta con la que la gente de todas las edades respondió la noche de la elecciones en la Alameda central y en el Zócalo de la Ciudad de México, emocionadas y conmovidas por el triunfo sin igual, reveló un apoyo social y un entusiasmo pocas veces visto. Evidentemente, las expectativas en el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se potenciaron sin mesura, lo que le ofrece a éste un bono democrático muy sólido que muy probablemente le permitirá comenzar su gobierno con un apoyo y una confianza sociales inéditos.
Al final de cuentas Morena y su coalición Juntos Haremos Historia, compuesta por el camaleónico PT y el evangelista y ultraderechista PES, 2/ tuvieron menos peso en la promoción de la candidatura presidencial que la apertura indiscriminada de López Obrador hacia personajes provenientes de todos los partidos, capas sociales y trayectoria (derecha, izquierda, ultraderecha y el centro como impostura). Ante el diluvio en que naufraga el gobierno de Peña Nieto y que a todas luces amenazaba a la clase política toda, AMLO creó lo que Luis Hernández Navarro (2017) llamó su nueva Arca de Noé. El perdón del caudillo prepara la purificación y reconciliación que no dejan de transpirar impunidad.
La amalgama rara y contradictoria de partidos y personajes que fue sumando López Obrador y que no dejó de ser criticada incluso por algunos de sus partidarios, pareció sin importancia frente a la urgencia de derrotar a los partidos y personajes identificados con el gobierno de Peña Nieto. Tampoco las contradicciones de un discurso que se fue vaciando de contenidos.
Desde 1994 las campañas electorales se habían vuelto mediáticas y de hecho fueron reduciendo las movilizaciones sobre el terreno. Incluso en el 2000 se acusó a Cárdenas de perder por no haber comprendido el cambio del carácter de campañas sostenidas en cascadas de dinero público que iba a parar a las televisoras privadas.. En 2006 AMLO realmente sólo movilizó multitudes hasta después de las votaciones, ya en la lucha contra el fraude que impuso al panista Felipe Calderón (2006-2012). La de 2012 fue muy desangelada y se olvidó de desplegar acciones contra el fraude denunciado, pues -al igual que Cárdenas en 1988- optó mejor por organizar su propio partido, Morena, ya en el camino de su abandono del PRD. Pero en 2018 -tal vez emulando el caminar de la vocera de Concejo Indígena de Gobierno, María de Jesús Patricio, Marichuy, que recorría pueblos y comunidades para conseguir su registro como candidata independiente- (Anguiano, 2018), López Obrador optó claramente por la movilización electoral, buscando motivar concentraciones de multitudes que lo rodearan, aclamaran y proyectaran, por más que ahora también echara mano de los medios de comunicación privados e igualmente, en especial, de las redes sociales. Con esto daba continuidad al empuje que lo lleva a recorrer varias veces el país desde 2006 (prinero como “presidente legítimo”, luego como organizador partidario y siempre como candidato presidencial en ciernes), rentabilizando así su trabajo al potenciar su presencia inigualada por los demás candidatos.
Esta vez, incluso, las poco creíbles encuestas favorecieron todo el tiempo a López Obrador y los medios electrónicos cambiaron muy pronto de actitud frente al candidato antes apostrofado y combatido a muerte. Aunque al final AMLO reconoce a Peña Nieto supuestamente por no involucrarse en la campaña electoral -a la manera de Fox que lo hizo cínicamente a fondo-, pero la verdad es que en buena parte de la campaña el gobierno y la cúpula empresarial hicieron todo lo que pudieron para detener el avance del candidato de Juntos Haremos Historia, aunque al parecer el conflicto abierto del candidato del panista Anaya con el presidente Peña Nieto (a quien amenazó con encarcelarlo) concentró la atención del gobierno. Esta división sin duda favoreció todavía más la candidatura de Andrés Manuel.
El cierre de campaña de López Obrador en el Estadio Azteca el 27 de junio, publicitado como AMLOFest, esto es un espectáculo muy en el estilo de Televisa, puso de relieve cómo el viento había cambiado de aire, cómo el renovado aire del tiempo ahora lo favorecía. El espectáculo permitió a AMLO 3/el recuento triunfal en el que incluso trató de reivindicar para sí las principales luchas y personajes que se distinguen como aporte de la izquierda y el movimiento político social, desde las de los ferrocarrileros de 1958-59 y dirigentes encarcelados largo tiempo como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, Rubén Jaramillo asesinado junto con su familia en 1962 por el Ejército por orden del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), el dirigente magisterial comunista Othon Salazar, los jóvenes del 68, el nacionalista Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, pero igualmente Salvador Nava, los candidatos presidenciales del 88: el empresario Manuel Clouthier del PAN y Rosario Ibarra., luchadora por los desaparecidos, postulada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Lo mismo algunos intelectuales mal que bien identificados con ciertas expresiones de izquierda, como Carlos Monsiváis y Luis Javier Garrido. Olvidó, sin embargo a Rafael Galván, dirigente electricista promotor de la insurgencia sindical de los setenta y el amanecer de la rebelión indigena encabezada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que en desde 1994 cimbró y trastornó significativamente el panorama político nacional, y no sólo de la izquierda, la cual relanzó su recomposición. Un asidero en la izquierda y el liberalismo, cuando toda la campaña electoral se orientó por una “transformación pacífica, ordenada pero profunda y radical” para “arrancar de raíz al régimern corrupto de injusticias y privilegios”; una Cuarta Transformación de México, 4/ a sostenerse en el rescate del Estado de derecho y la democracia electoral, la austeridad republicana, la lucha contra la corrupción, programas asistenciales para los desvalidos y el apoyo a la inversión productiva por medio de la puesta al día de un moderado intervencionismo estatal. Un pretendido “cambio verdadero” que a pesar de su estrechez se fue diluyendo y simplificando en el transcurso de una campaña cargada de violencia en un país duramente violentado.
El día de las votaciones parecía irremediable el triunfo de López Obrador, aunque todavía se mantenía la posibilidad de que la imaginación fraudulenta del PRI-Gobierno (y de los otros partidos, incluyendo el PRD), pudiera tratar de alterar los resultados electorales, más todavía con un árbitro electoral desacreditado. Pero la magnitud del triunfo de Andrés Manuel López Obrador y del casi recién creado Morena fueron considerados como el remedio que impidió que el fraude (considerado por el candidato como “tradición histórica”, López Obrador, 2012, pp. 65 y ss.) hubiera fructificado, que solamente apareciera localizadamente, minimizado y hasta irrevelante.
Esa tarde de domingo electoral del 1 de julio, el INE fue rebasado por todos los actores y antes de que ofreciera los resultados de la elección, los candidatos presidenciales Meade y Anaya habían reconocido el triunfo de AMLO, que luego el presidente Peña Nieto consideró contundente, lo cual no dejó de reconocerse como símbolo del significativo cambio, ahora sí democrático, que se alcanzaba por fin en México. Por la noche, tanto en su discurso en el Hotel Hilton de la Alameda Central dirigido a la prensa, como en el del Zócalo de la Ciudad de México, 5/ en plena fiesta multitudinaria, bajo el lema de “No voy a fallar”, el presidente virtualmente electo se dedicó a ofrecer seguridades a los mercados, a Estados Unidos, al presidente saliente y de manera especial a los capitales, a los núcleos empresariales con quienes se había enfrentado, poniendo por delante su respeto a las variables macroeconómicas impuestas por el neoliberalismo (autonomía del Banco de México, disciplina financiera y fiscal, reconocimiento a los compromisos contraídos con empresas, bancos nacionales y extranjeros, etc.), ofreció la reconciliación nacional y la pacificación del país, sostenidas en el respeto a la libertad empresarial, de asociación, de expresión y de creencias. El futuro presidente se comprometió a respetar toda la diversidad en la nación, desde los principios políticos, religiosos, ideológicos y de orientación sexual. En el Zócalo, ante una plaza desbordante por el festejo de sus seguidores, López Obrador destacó que “La transformación que llevaremos a cabo consistirá, básicamente, en desterrar la corrupción de nuestro país”.
Es significativo que en sus dos primeras manifestaciones como presidente virtual, López Obrador se presenta solo, acompañado únicamente de su esposa y su familia, en el Zócalo apenas atrás (como una sombra alargada), Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno electa en la Ciudad de México. Ausencia completa de los dirigentes de los partidos de la coalición que lo postuló y ninguna mención tampoco a sus dirigentes. Recuerda que México es un país presidencialista y se dispone a ser el actor único, todos los demás girando alrededor del Sol presidencial, para parodiar a Krauze. 6/ Es su triunfo, de nadie más, aunque agradece a quienes escucharon sus prédicas y lo acompañaron con su voto. En adelante, la campaña electoral más violenta de la historia del país, con cerca de cerca de 150 asesinados entre candidatos a distintos cargos y representantes políticos, se desvanece para dar cauce a la concordia entre adversarios y enemigos, en especial con la cargada empresarial dirigida por la “mafia del poder” denunciada por AMLO, cuyos miembros más notables se empeñan en expresar (incluso mediante videos pagados en los medios electrónicos) su disposición de apoyarlo en sus planes y a concederle toda su confianza. Es, pues, el tiempo de la cargada, esto es, del apoyo irrestricto siempre convenenciero, propio de la cultura política mexicana heredada por el PRI. Contra los pronósticos más escandalosos de los adversarios del candidato morenista, el peso empieza a revertir su larga caída estrepitosa y se irá recuperando en el transcurso de los interminables días de una transición tortuosa de cinco meses, que concluirá el primero de diciembre con la toma de posesión del nuevo presidente de la República imaginaria que no deja de prevalecer en México.
El bloque político heteróclito que amalgamó López Obrador para su postulación presidencial, sólo se compara y enturbia todavía más con el gabinete en ciernes con el que pretende iniciar su gobierno.
Amigos y enemigos del extractivismo minero, defensores del medio ambiente y promotores de larga data de las semillas transgénicas, neoliberales y desarrollistas, partidarios de los Acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas inspirados por el EZLN, junto con finqueros, paramilitares y defensores de ejecutores de la masacre de Acteal, en Chiapas; personajes siniestros sospechosos de vínculos con el crimen organizado y entusiastas recién llegados a la politica estatal. Priístas, panistas, perredistas, exmiembros de todos los partidos y destacados personeros de la mafia del poder como el multimillonario Alfonso Romo, quien procura convertir a México en “un paraíso de las inversiones extranjeras” y al parecer ha remodelado todas las promesas de AMLO, de manera de concretar el acuerdo con los empresarios. Se reafirman propuestas neocoloniales como Zonas Económicas Especiales, el corredor en el istmo de Tehuantepec (el Plan Puebla-Panamá de Fox) en la región mesoamericana al servicio del mercado estadounidense y las empresas mundiales, las Zonas libres en la fontera Norte promotoras de empresas y comercios estadounidenses, etc. Extractivismo y maquiladorización, los recursos naturales puestos a servicio del capital mundial se ratifican en los planes del nuevo gobierno, mientras se avanzan las promesas de programas asistenciales para jóvenes aprendices sin ningún compromiso empresarial de creación de empleos a cambio del subsidio gubernamental que aparentemente administrarán. 7/ Programas asistencialistas vigentes que se reciclarán (Enciso, 2018) sin más recursos que los provenientes de la limpia gubernamental, pues Andrés Manuel promete no subir los impuestos durante su gobierno, en un país en extremo desigual, con la tasa de imposición a las empresas más baja de toda la OCDE e incluso de América Latina. Nada de impuestos progresivos a las ganancias..., una fiscalidad sostenida como siempre en el trabajo cautivo y en el consumo.
Tal vez sea temprano para prejuzgar la falta de atención del presidente virtual respecto a los sectores sociales organizados y movilizados, al igual que de los millones de ciudadanos que lo convierten en presidente, pero es evidente que no han estado entre sus prioridades manifiestas hasta ahora. Atenco y Ayotzinapa esperan en la puerta de la casa del gobierno próximo. Para el grave problema de la inseguridad y la guerra contra el crimen organizado comienzan a prepararse consultas nacionales (que recuerdan una tradición nacional generalmente mistificadora) para delinear un plan crucial que no existe. La austeridad republicana, en cambio, base al parecer de la lucha contra la corrupción y los privilegios, parece adelantarse con un plan legislativo con 12 prioridades de impacto en los órganos institucionales y su operación (La Jornada, 12 de julio 2018).
Hay sin duda una gran ambigüedad en las posiciones de Andrés Manuel López Obrador. Puede inclinarse hacia el extractivismo y la maquiladorización que consagran la explotación y el despojo, o intentar delimitarlos y buscar opciones, pero todo dependerá de las presiones sociales, así como de su sensibilidad respecto a ellas. Su vínculo y promesas con los empresarios apuntan empero una estrategia de fondo que puede anular posibles cambios, dejando las cosas como están. La gente votó contra Peña Nieto y el PRI ahora alabados por AMLO. La gente votó contra los poderes fácticos y en especial contra la famosa mafia del poder por él denunciada, que para la mayoría de la gente son todos los de arriba, con quienes ahora el presidente virtual parece entrar en connivencia, en identidad de intereses y alianza de fondo. No se puede pensar que 30 millones de mentes rebeldes o hartas dieron un cheque en blanco al caudillo, al mensajero de la esperanza. Difícilmente bastarán medidas superficiales como la venta del avión presidencial, la cancelación de las pensiones millonarias de los expresidentes o la mutación de la residencial oficial de Los Pinos (creada por Lázaro Cárdenas para sacar a los presidentes del imperial Castillo de Chapultepec) en centro de cultura abierto y su decisión de vivir en su domicilio particular o en el Palacio Nacional, como amenaza. A pesar de la pluralidad y la apertura, de la democracia ofrecida y la promesa de respeto de las libertades y de las diferencias por parte del próximo presidente, parece que se empieza a avanzar por el camino de la intolerancia como lo apunta la reciente campaña contra el zapatismo que se ha negado a sumarse a la cargada de apoyos indiscriminados y ha cuestionado el significado del cambio por la elección presidencial. 8/
El primer “presidente del cambio y la alternacia”, Vicente Fox, perdió la legitimidad y la confianza lograda por ser el primer presidente electo democráticamente desde 1911 -cuando se eligió a Francisco I. Madero- en sólo tres meses, luego de la contrareforma indígena de marzo de 2000 impuesta por los tres poderes institucionales. De seguro Andrés Manuel López Obrador tendrá más tiempo, sobre todo por sus referencias a los movimientos sociales, el casi incondicional apoyo que le conceden la intelectualidad lopezobradorista y de corrientes de izquierda amplia, pero igualmente por las enormes esperanzas que serán alimentadas con programas asistencialistas (becas, pensiones, subsidios) con efectos en el corto plazo. AMLO no puede ser monedita de oro (para caerle bien a todos, como dice la canción), sino que las enormes desigualdades, las contradicciones sociales vueltas extremas por el neoliberalismo terminarán de imponerse, e imponerle decisiones. El racismo, la discriminación de género, el feminicidio y tantas otras formas de violencia no se superarán por ensalmo. Intereses arriba, necesidades vitales abajo no dejarán de chocar y producir contradicciones y conflictos. Su bloque de poder integrado a final de cuentas por la misma clase política (con personajes incluso reciclados apenas), su hegemonía que hoy se perfila exitosa, difícilmente dejará de fracturarse si no alcanza resultados palpables no en el “bienestar de las almas”, sino en las condiciones de existencia insoportables caracterizadas por la precariedad generalizada, el despojo, la militarización y la criminalidad que azota a la nación toda. La urgencia del cambio sentido por multitudes, la atmósfera que se airea por la necesidad vital de renovación, la disposición de cada vez más núcleos sociales organizados e inorganizados por intervenir, participar, vigilar, sentirse efectivamente ciudadanos inventando una política que va más allá de las urnas o de la espera a que se arreglen arriba los problemas, impondrán probablemente decisiones al nuevo presidente que serán cruciales y cargadas de consecuencias duraderas. La sociedad de 2018 es mucho más pensante, sensible y organizada que la de 1988 o 2000.
A la vuelta del siglo, con el deplome del viejo régimen autoritario identificado con el PRI-Gobierno, se empeñaron muchos intelectuales y políticos en hablar del fin de una transición democrática y de un cambio de régimen político. Poco a poco tuvieron que reconocer su equivocación y la existencia de una continuidad fundamental del régimen autoritario con sus instituciones frágiles, sus reglas jerárquicas y procesos democráticos simulados o restringidos, reformado apenas superficialmente. Ahora sucede lo mismo, ilusionados muchos incluso mayormente por la magnitud del triunfo personalizado por López Obrador y el desastre al parecer irremediable en especial de la mayoría de la clase política ampliada y sus partidos descompuestos, lanzados a un futuro turbio y sin perspectivas. De nuevo cambia el gobierno, pero el régimen presidencial sigue siendo el mismo, con todos sus controles y posibilidades de centralización del poder, sostenido en las desiguales relaciones clientelares que conlleva. López Obrador se ha olvidado de la largamente publicitada reforma del Estado, la democratización efectiva no parece entrar en sus planes de transformación, como fue el caso de su gobierno en la Ciudad de México, que no se distinguió por ninguna renovación de la participación ciudadana ni por el cambio de relaciones entre éstos y el gobierno. Aunque seguramente muchos de los 30 millones de ciudadanos que votaron por el nuevo presidente lo hicieron por la urgencia de cambiar un régimen político a todas luces en descomposición. Las demandas y presiones que pudieran desplegar podrían inclinar a AMLO a tratar de reformar el orden degradado y rebasar sus intenciones actuales.
AMLO tendrá la mayoría legislativa en el Congreso y en la Federación en ciernes que caracteriza al régimen político (en los congresos locales) hasta contemplar la posibilidad de dar cauce a la demanda de llamar a un congreso constituyente que elabore una nueva Constitución efectivamente democrática. Pero, de entrada, tal vez como componente de su plan de austeridad republicana, podría promover el regreso del Congreso a su composición original, suprimiendo los diputados y senadores plurinominales que no representan a la ciudadanía ni a las entidades federativas sino a los aparatos partidarios. Igualmente cancelar los registros de partido ligados al financiamiento público y dar cauce a la original organización libre e irrestricta, a partidos financiados por sus miembros y solamente financiar con recursos del erario las candidaturas a cargos de representación, registradas a través de requisitos y reglas igualitarias y democráticas.
Se configuran condiciones para posibles cambios en el régimen político, pero que sean de fondo o no dependerá más que de arriba, de la capacidad de organización autónoma, de reivindicación y presión de los de abajo, esto es de la mayoría de la sociedad en movimiento. El gobierno de López Obrador podrá tener manos libres y administrar la conciliación de clases y el orden político-social hoy prevaleciente, si se hacen trizas los avances de la autonomía y si se paralizan (o asimilan) las luchas de los sectores rebeldes de la sociedad, como los pueblos originarios que en resistencia construyen sus propios caminos y formas de participación política.
La muy larga transición política anunciada en 1968 no concluirá hasta que se realice de manera efectiva y a fondo una transformación real del Estado, en lo que se refiere precisamente al régimen político, las formas de representación, las instituciones estatales que partan desde la comunidad y el aseguramiento irrestricto de las libertades y derechos humanos. La reforma económica neoliberal del Estado, de su intervencionismo en los procesos productivos y en la economía, igualmente tendría que ser desmontada o al menos matizada, a pesar por supuesto y a contracorriente de las tendencias de la hegemonía de la mundialización neoliberal del capitalismo. Sólo la sociedad diversa y plural, organizada autónomamente y conciente, puede favorecer esas transformaciones duraderas dirigidas a favorecer una vida democrática e igualitaria, para lo cual requiere fortalecerse, defender sus identidades y desplegar sus capacidades de expresión, organización y lucha siempre originales e imaginativas.
Fuentes
-Anguiano, Arturo (2018)”, Los caminos de Marichuy y la imposible democracia en México” <http://vientosur.info/spip.php?article13769,>
-Boltvinik, Julio (2018), “Economía moral”, La Jornada, 6 y 13 de julio.
-Cervantes, Jesusa (2018), “Aprobar las iniciativas de AMLO, prioridad de la proxima legislatura”, Proceso, nº 2175, 8 de julio.
-Enciso L., Angélica (2018), “Reestructurar la Sedesol y rediseñar los 18 programas, de propone Albores González”, La Jornada, 6 de julio.
-Flores, Nancy, 2018, “Elecciones 2018, las más violentas en la historia moderna de México <https://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/2018/06/27/elecciones-2018-las-mas-violentas-en-la-historia-moderna-de-mexico/>;
-Gómez, Magdalena (2017), “Triunfo social inédito y desafíos estructurales”, La Jornada, 10 de julio.
-Hernández Navarro, Luis (2017), “AMLO y la nueva arca de Noé”, La Jornada, 14 de marzo.
-López Obrador, Andrés Manuel (2012), No decir adiós a la esperanza, Grijalbo, México.
-López y Rivas, Gilberto (2018), “AMLO y los pueblos indígenas”, La Jornada, 13 de julio.
-Martín, Rubén, “AMLO-EZLN: do sproyectos irreconciliables” <http://www.sinembargo.mx/15-07-2018/3442692>;
-Muñoz, Alma E. y Néstor Jiménez (2018), “Presenta AMLO plan legislativo para lograr la transformación”, La Jornada, 12 de julio.
-Ramírez, Érika, “Conflictos sociales, el reto de López Obrador” <https://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/2018/07/05/conflictos-sociales-el-reto-de-lopez-obrador/>;
-Villamil, Jenaro,(2018), “Para la coalición de Morena, carro semicompleto en el Senado y en los estados”, Proceso, nº 2175, 8 de julio.
-Villoro, Juan (2018), “El caudillo mexicano ante su gente” <https://elpais.com/elpais/2018/07/05/opinion/1530808255_260867.html>
Notas
1/ El Pacto por México se creó a iniciativa de Enrique Peña Nieto y se firmó como primer acto simbólico de su gobierno, un día después de su toma de posesión, el 2 diciembre de 2012,. Participaron los dirigentes principales de PRI, PAN y PRD, y entre 2013 y 2014 se concretó en 11 reformas estructurales aprobadas por el Congreso, entre las más significativas: la reforma energética y la reforma educativa. Todas implicaron rechazos críticos de vastos sectores y algunas, como las mencionadas, movilizaciones sociales importantes que confrontaron a los partidos y que no dejaron de tener repercusiones al interior del PRD.
2/ El PT obtuvo apenas 3 millones 396 mil 805 votos, 6 por ciento, y el PES apenas un millón 530 mil 101, dos 2.70 por ciento con lo que incluso pierde su registro legal, al no alcanzar el mínimo tres por ciento requerido. Morena, en cambio, obtuvo 25 millones 186 mil 577 sufragios (La Jornada, 14 de julio 2018)..
3/ https://regeneracion.mx/discurso-completo-de-amlo-en-el-estadio-azteca-video/
4/ Habla de una Cuarta transformación “pacífica y radical” de carácter histórico. Pero a fin de cuentas la primera, Independencia, desembocó en una mascarada criolla que nos impuso un Imperio de pacotilla con Agustín de Iturbide, la Reforma, la segunda, con todo y Benito Juárez, se dedicó a despojar y discriminar a los pueblos originarios a quienes condenó a desaparecer, incluso más que en la Colonia, donde los Virreyes se preocupaban por no agotar la mano de obra imprescindible, mientras que la Republica y la Federación estipuladas en la Constitución de 1857 desembocaron en la larga dictadura unipersonal de Porfirio Díaz. La Revolución mexicana, que sería la tercera transformación, tuvo una solución contrarrevolucionaria, luego de la guerra civil y el aplastamento de la revolución campesina... Y se trató, empero, de grandes procesos no de un simple cambio electoral con un programa ambiguo, limitado y condicionado que AMLO anuncia como la base de lo que también llama la IV República, cuando él mismo reconoce que la República en México ha sido solamente una simulación. Su visión de la historia mexicana es bastante elemental, aprehendida en las versiones mistificadas del propio régimen priista que lo formó.
5/ Los discurso en https://expansion.mx/nacional/2018/07/02/este-es-discurso-completo-que-dio-amlo-en-el-zocalo?internal_source=PLAYLIST; https://www.youtube.com/watch?v=YpgUAEUXb04
6/ Enrique Krauze, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), Tusqets Editores, México, 1997, p. 16.
7/ Respecto uno de los puntos más sensibles, Alfonso Romo declaró recientemente: “El virtual presidente electo no utilizará su mayoría en el Congreso para dar marcha atrás a la histórica reforma que permitió el regreso de las petroleras extranjeras al país” (Regeneración.mx, 6 de julio de 2018), cuando mucho tiempo su caballito de batalla era echar abajo la crucial reforma energética.
8/ http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2018/07/05/convocatoria-a-un-encuentro-de-redes-de-apoyo-al-cig-al-comparte-2018-por-la-vida-y-la-libertad-y-al-15-aniversario-de-los-caracoles-zapatistas-pintale-caracolitos/. Cfr. Rubén, Martín, “AMLO-EZLN: dos proyectos irreconciliables” <http://www.sinembargo.mx/15-07-2018/3442692>;
Arturo Anguiano es Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (México). Sus más recientes libros: José Revueltas, un rebelde melancólico, Pensamiento Crítico Ediciones, México, 2017 y El ocaso interminable. Política y sociedad en el México de los cambios rotos, Era, México 2010. Actualmente en proceso de edición: Resistir la pesadilla. La izquierda en México entre dos siglos.
Fuente original: http://www.vientosur.info/spip.php?article14019

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