viernes, 20 de julio de 2018

En Nicaragua no gobierna la izquierda


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En Nicaragua no gobierna la izquierda


Por Guido Proaño Andrade
El Ortega de hoy, al igual que el FSLN, no tienen nada que ver con lo que fueron hace 39 años. No son de izquierda, no son revolucionarios; los procesos degenerativos pueden presentarse en las  personas y en las organizaciones políticas cuando los principios no están plenamente afiirmados.
El pueblo nicaragüense siempre aborreció a los tiranos y ha hecho todo lo posible por librarse de ellos; ahora mismo asistimos a una nueva lección de esa rebeldía y anhelo de libertad, esta vez para echar del poder a la pareja Ortega–Murillo.
Hace 39 años, Nicaragua se ganó la solidaridad de los pueblos de todo el mundo cuando se conoció la heroicidad de su gente para poner fin a la dictadura de Anastacio Somoza Debayle, sucesor de una dinastía que inició en 1937 con su padre, Anastacio Somoza García, continuó con su hermano Luis, hasta que la revolución sandinista, el 19 de julio de 1979, acabó con medio siglo de una dinastía corrupta y despótica. Los Somoza, como ahora Ortega, controlaban todo en su país, y también se apropiaron de cosas que no les pertenecía; reprimieron a sangre y fuego protestas y levantamientos que exigían libertad y democracia, como ahora también ocurre.
La revolución sandinista llenó de optimismo y esperanza, principalmente a los jóvenes en quienes bullían ideales antiimperialistas y revolucionarios. Nicaragua mostraba la vía para derrocar el poder de las oligarquías, para expulsar a los yanquis de nuestros territorios, para hacer realidad los sueños de igualdad. Esos anhelos se alimentaban, además, con los combates y victorias logradas en El Salvador por el FMLN y con la lucha revolucionaria en Guatemala. Centroamérica era un foco insurreccional; lo que ocurrió después con cada uno de esos procesos es motivo de otro análisis. Pero sí hay que decir, que ellos también hubo traidores.
Daniel Ortega fue uno de los comandantes del Frente Sandinista, por ello cosechó aprecio y admiración en su país y a nivel internacional. Las fuerzas populares, los partidos y movimientos de izquierda del mundo, y particularmente de América Latina, dieron un cerrado apoyo a ese proceso, como había que hacerlo, aún cuando existían críticas a los límites políticos que se observaban en algunos de los dirigentes de la revolución. Ortega mismo no era expresión de lo más avanzado políticamente al interior del FSLN.
Pero el Ortega de hoy, al igual que el FSLN, no tienen nada que ver con lo que fueron hace 39 años. No son de izquierda, no son revolucionarios; lamentablemente, esos procesos degenerativos pueden presentarse en las  personas y en las organizaciones políticas cuando los principios no están plenamente afirmados.
Y eso no lo decimos ahora que Ortega, el ejército, la policía y grupos paramilitares a su servicio agreden, disparan a mansalva y asesinan al pueblo. Las derrotas político-electorales del FSLN y la sed de poder de Ortega llevaron a éste a crear  alianzas con poderosos grupos económicos y sectores políticos de derecha y la iglesia.
Desde su segunda elección presidencial (2007) Ortega ha caminado de la mano del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), que reúne a todas las cámaras de empresarios, y se ha sometido a los mandatos del Fondo Monetario Internacional. El mismo Ortega declaraba con orgullo que su gobierno “logró una hazaña en tiempo record, un acuerdo con el FMI que parecía una misión imposible”. Hoy se sienten contentos y satisfechos por lo que están haciendo, las delegaciones técnicas del FMI que supervisan la economía nicaragüense felicitan por la obediencia del gobierno, los empresarios y banqueros felices con el incremento de sus ganancias, aunque a momentos se sienten incómodos por la actitudes antidemocráticas de Ortega. Pero entre riqueza y democracia, para ellos no hay duda qué escoger.
En Nicaragua se ha fortalecido un régimen antidemocrático, en el que Ortega y su esposa, Rosario Murillo, controlan todos los puestos claves. La inmediata y violenta protesta de los trabajadores y la juventud a la propuesta de reforma al sistema de pensiones y jubilaciones, que Ortega se vio obligado a retirarla, se explica porque existe un descontento acumulado y un repudio al régimen. La pobreza crece, los salarios no cubren las necesidades básicas de los trabajadores, aumenta el desempleo y subempleo… las injusticias y la inequidad aumentan, pero también aumenta la concentración de las riquezas en pequeños grupos.
Ortega y quienes lo respaldan quieren convencer al mundo que la protesta social es fruto de la manipulación externa y de sectores de derecha, perverso argumento utilizado para enmascarar la realidad y cosechar apoyo de sectores que no han querido ver ni entender la metamorfosis del FSLN. Advertimos que el uso expreso de estas siglas se lo hace para diferenciarlo del sandinismo, de los auténticos herederos de Augusto César Sandino, el General de hombres libres, que con su ejército guerrillero resistió y expulsó de su país a las tropas invasoras estadounidenses.
No puede explicarse un movimiento tan generalizado si no es por el alto grado de descontento del pueblo con el gobierno; es el repudio al autoritarismo, a la corrupción, a la política antipopular lo que provoca la resistencia valerosa de esos jóvenes  –que inclusive están entregando sus vidas en los combates callejeros– y enfrentan en condiciones de absoluta desigualdad a las fuerza represivas del gobierno. Es absurdo creer que en un escenario político –de cualquier país- dejen de participar las distintas fuerzas y movimientos políticos existentes, y de hecho, en las movilizaciones que ahora se producen en Nicaragua actúan todas esas fuerzas, pero ello no le quita legitimidad a la protesta por que hay un pueblo que lucha por sus propias convicciones, no se puede negar el derecho de los trabajadores, la juventud y el pueblo en general a revelarse ante un gobierno despótico.
Gobiernos como éste, que se disfrazan de izquierda pero en realidad representan los intereses de la burguesía y el capital extranjero, hacen un grave daño a la izquierda revolucionaria y a las fuerzas progresistas porque logran confundir a sectores populares.
Ortega y Murillo debe responder por la vida de los más de 300 asesinados, los miles de heridos y desaparecidos. Su salida es una necesidad urgente.
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