martes, 13 de noviembre de 2012

Un presidente -o un país- con muy mala suerte


Por: Ramón Beltrán López
2012-11-13 04:00:00
Después de haber convertido la lucha contra el narco, entendiendo esto como el combate –o la guerra– contra las organizaciones, bandas o cárteles (así con acento, aunque no nos agrade) que se dedican a comercializar drogas naturales o sintéticas, en uno de los objetivos primordiales de su gobierno, Felipe Calderón  enfrenta, a solamente tres semanas de dejar el poder,  una situación inédita, absolutamente inesperada, y que seguramente convertirá en el corto o mediano plazo a su gestión no solamente en una de las más sangrientas, más violentas y más dolorosas de la historia reciente, sino como ejemplo de que, finalmente, todo ello terminó en un fracaso absoluto.
La aprobación del uso de la marihuana para “fines recreativos” en dos estados más de la Unión Americana pone el dedo en la llaga respecto a las muchas diferencias y contrastes que existen  entre los dos países vecinos.
Calderón ha satanizado en múltiples ocasiones a los gobiernos anteriores, supongo que  incluyó entre estos al de Vicente Fox por haber efectuado “pactos” con esas organizaciones criminales a las que él decidió combatir. Combatir, iniciando una guerra para la cual no estábamos preparados, ni contábamos con los cuerpos policiacos capacitados y confiables, ni un poder judicial que estuviera ya dispuesto para la parte final de la lucha, el enjuiciamiento de los delincuentes, y mucho menos con un sistema carcelario que pudiera resistir los embates, los ataques corruptores del inmenso poderío económico del narco.
Apenas hace unas cuantas semanas exigió a Enrique Peña Nieto continuar la “guerra” y no llegar a ningún tipo de pacto.
Pero para su mala suerte, a muy poco de concluir el sexenio y como si fuera una última maldición, los gringos deciden, mediante el referéndum o plebiscito, que esos “pactos” tan odiados por Calderón pueden llegar, inclusive, a convertirse en leyes estatales que permitan la producción, transporte, venta y consumo de la marihuana.
¿Y para eso murieron tantas decenas de miles de mexicanos?
¿Y eso, acaso,  no equivale a llevar a cabo un pacto con quienes la comercializan?
¿A convertirla en algo similar al tabaco? En un producto dañino para la salud, pero que pague impuestos y sea enfocado y tratado por las autoridades   como un problema de Salud Pública.
A cambiar todo nuestro enfoque y perspectiva del problema; algo que se inició en los Países Bajos y en Portugal desde  hace ya muchos años y que hasta donde se sabe no ha causado problemas de violencia como en México, ni tampoco ha incrementado sensiblemente su consumo. Aclarando además que aún no se ha demostrado que el consumo de esta hierba produzca adicción,  como otras drogas, naturales o artificiales. Pero que actualmente representa 50 por ciento del mercado de estupefacientes y que ya desde antes se producía y comercializaba en California para “fines medicinales”.
¿Y ahora que haremos? ¿Legalizarla también? ¿O convencer a soldados y policías de que deben combatir en contra de algo que allá es legal?
¿Atreverse a preguntar a los mexicanos que opinan sobre este asunto; algo que  parece suceder únicamente en algunos países democráticos?
¿O persistiremos en combatir su comercio, quemando plantíos, encarcelando campesinos y transportistas? Menudo dilema.
Y ahora, para nuestra sorpresa, Calderón se reúne con cuatro mandatarios centroamericanos y se atreve a solicitar “...a la comunidad internacional buscar estrategias de control de los mercados de drogas, a partir de estudios científicos, para evitar que continúen los altos niveles de violencia y crimen en Latinoamérica”.
Y ya entrado en gastos, encarrerado pues, en unión con sus colegas solicita que “...a más tardar en 2015 se realice una sesión especial de la asamblea general de la ONU sobre los logros y limitaciones de la actual política mundial prohibicionista de las drogas...”
Y así, al final, hasta ahora, y ya después de ahogado el niño, pretende tapar el pozo. Dar un salto mortal de 180 grados,  antes de abandonar el barco.
¿Y los muertos, los heridos, los ejecutados, sus viudas y huérfanos, que harán?
¿Y pase lo que pase en nuestro país, ahora que ese mercado se traslade a los EU, que harán los sicarios desempleados? ¿Y todos aquello que han medrado del mercado clandestino de las drogas y de la violencia que se ha desatado en torno a ellas? ¿Aceptarán poner un puesto de tacos o tortas en la banqueta de cualquier ciudad? ¿Engrosarán el ejército de desempleados?
Lo más probable es que por la inercia de la “guerra” y el número de personas involucradas en ella a partir  del inicio de  ésta, opten por buscar fuentes alternas de ingreso: la extorsión, el secuestro, el robo, en fin cualquiera o varias de las actividades delictivas que satisfagan sus necesidades económicas. Y en ese caso la violencia en México y Centroamérica se prolongará por varios sexenios. Y ya no hay forma de regresar a esos pactos. Si es que los hubo. Porque ahora los estadounidenses controlarán el mercado legal. Por lo pronto el de la cannabis. Después, lo que más les convenga.
Así, y a tres semanas de que nos abandone Felipe Calderon Hinojosa, solamente nos queda concluir que alguien tiene mala suerte, o él o nosotros. O todos. A él se le murieron dos secretarios de Gobernación (uno de ellos su consentido y probable delfín), un secretario de Seguridad Pública, y muy poco antes de terminar su gobierno,  su mala suerte hace que el principal consumidor de drogas en el mundo inicie el proceso de su legalización y así  le arrebate la razón principal de la “guerra” que marcó a su sexenio.
Ah, y además deberá entregar la banda presidencial a un priista.
No soy supersticioso, pero mejor que se vaya a otro país. Y mientras más lejos, mejor.

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