domingo, 13 de enero de 2013

El “pelotón de la muerte”, soldados con licencia para matar

El “pelotón de la muerte”, soldados con licencia para matar

Militares durante un operativo en Chihuahua. Foto: Eduardo Miranda.
Militares durante un operativo en Chihuahua.
Foto: Eduardo Miranda.
Desde septiembre pasado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que el caso del “pelotón de la muerte” de Ojinaga debe pasar al ámbito civil, pero no lo ha notificado y el proceso sigue en manos de la justicia militar. No es un caso más de abuso, sino la historia de asesinatos sistemáticos cometidos por un grupo de soldados y oficiales que actuaban como un grupo armado de la delincuencia organizada. Esta es parte de esa historia, reconstruida por Proceso con base en expedientes judiciales y testimonios de sus protagonistas.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La tarde del 22 de junio de 2008, a casi tres meses de haber iniciado el Operativo Conjunto Chihuahua ordenado por Felipe Calderón, un pelotón de la Tercera Compañía de Infantería No Encuadrada (CINE) en Ojinaga, bajo el mando del mayor Alejandro Rodas Cobón, salió a patrullar al área de Mulatos, un rancho al oriente de esa ciudad.
El oficial se subió a una camioneta Lobo de cabina y media que había sido asegurada a narcotraficantes y sobrepintada de verde militar con el número 8013148, como si fuera un vehículo oficial. El conductor era el sargento segundo hojalatero automotriz Andrés Becerra Vargas. El mayor Rodas Cobón portaba su arma de cargo, una pistola ametralladora MP-5, calibre 9 mm, y otra personal, calibre 40 mm, plateada con negro.
En una de las brechas hacia Mulatos, los militares vieron a un civil en una cuatrimoto. Vestía un amplio pantalón de mezclilla, playera blanca sin mangas y estaba rapado. El mayor mandó llamar a la patrulla urbana del Ejército para el municipio de Ojinaga, que comandaba el teniente de Infantería Gonzalo Arturo Huesca Isasi, quien iba en un vehículo Hummer al frente de un pelotón de fusileros.
De regreso a la CINE, en el camino de terracería entre Mulatos y Ojinaga, el grupo de militares se encontró de nuevo con Esaú Samaniego Rey, El Cholo o El Azteca. El mayor Rodas ordenó al sargento Becerra que detuviera la marcha. Le ordenó alumbrar al detenido con las luces de la camioneta.
“A este pendejo ya lo traigo en la lista”, le dijo Rodas Cobón a Becerra, en alusión a la base de datos sobre narcotraficantes que elaboraba como segundo comandante de la Tercera CINE, por lo que se le conocía también como Lince 1. El comandante de la compañía, José Julián Juárez Ramírez, Lince, estaba de vacaciones.
Rodas Cobón llamó a Verde (clave del teniente Huesca) y le ordenó levantar la playera al detenido, a quien le dieron la vuelta completa para que el mayor lo acabara de identificar. Lo ubicó como un “pinche azteca”, es decir, un integrante del grupo Los Aztecas, brazo armado del cártel de Juárez.
Rodas Cobón tomó su celular y llamó al cabo de Infantería Guillermo Arce García. “Espero que esté tu mujer contigo”, le dijo, y le ordenó al conductor que lo llevara al domicilio de ese elemento de tropa. Al llegar a la casa ubicada en calle 14 de la colonia Porfirio Ornelas, bajaron al detenido, que ya iba con los ojos vendados. La mujer del cabo lo identificó como quien había intentado secuestrar al hijo del matrimonio.
El mayor ordenó al teniente Huesca y a sus hombres que se llevaran al detenido a la CINE y lo “trabajara” para que dijera quién era su jefe, quién lo mandó a secuestrar al menor, quiénes iban con él y cuánto le iban a pagar. “De ser posible, mátalo”, le dijo el mayor al teniente, según el relato que hizo el sargento conductor a la justicia militar en la causa penal 1982/2009.
Huesca se llevó al detenido a una palapa que está detrás del comedor de esa instalación castrense. “Yo escuchaba los gritos del civil desde la camioneta, donde me quedé a dormir”, prosigue el sargento conductor. Cerca de las 4:00 de la mañana, el sargento Alberto Alvarado Vázquez lo despertó para transmitirle la orden del mayor Rodas de que abasteciera bien de combustible la camioneta y pusiera de reserva dos contenedores con 60 litros: uno de gasolina y otro de diesel.
“Yo pregunté que para qué el diesel, si la camioneta usa gasolina. El sargento me contestó ‘ya valió madres; se nos pasó la mano con el pinche azteca’”. Becerra asegura que Rodas Cobón le ordenó salir con el teniente Huesca a hacer un trabajo. Puso la camioneta a un lado de la palapa y subieron “un bulto encobijado”. El teniente Huesca y el sargento Alvarado se subieron a la cabina y, en la parte de atrás, los cabos de Infantería Carmen Omar Ramírez Jiménez y Rufino Pablo Cruz, así como los soldados Azael Santiago Luna y uno identificado como El Tacuarín o Pareja.
Según el conductor, Huesca le ordenó tomar la carretera hacia Camargo. Después de más de una hora de recorrido, antes de llegar a la minera La Perla, le dijo que se metiera a una brecha del rancho El Trece. Tomaron el camino del rancho Los Berrendos, lo cruzaron y como a media hora más de camino llegaron a unas galeras de madera y lámina. Huesca le ordenó al Tacuarín que se subiera a un cerro con un radiotransmisor para que avisara si alguien se acercaba.
El resto de los que iban en la caja de la camioneta tiraron una palapa para hacer leña. Levantaron una pila como de un metro de altura. El soldado de Infantería Santiago Luna fue al vehículo por el diesel, mientras los dos cabos bajaban el cuerpo. Luego rociaron el cadáver y la madera con el combustible. El cabo Carmen Omar Ramírez fue por pasto seco, lo prendió con un encendedor y lo aventó al montón.
Pasaron entre cinco y seis horas para que se consumieran hasta los huesos del cadáver. Subieron las cenizas de la fogata a la camioneta y las fueron dispersando por el camino con palas. Luego, con un manojo de hierbas, limpiaron la caja. El grupo regresó a la CINE entre las 16:00 y las 17:00 horas.
(Extracto del reportaje que se publica en Proceso 1889, ya en circulación)

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