Erdogan, del Golpe de Estado a la Dictadura. (1)
Eduardo Luque
«Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes».
Frase atribuida a Lord Palmerston.
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En un principio pudo parecer un autogolpe o un golpe cocinado. Hoy sabemos que fue un golpe mal planificado donde participaron dos helicópteros, siete tanques, un avión y 350 soldados. Sin embargo, el ejército turco tiene una larga experiencia en dar golpes de estado. En los últimos 50/60 años ha protagonizado con éxito por lo menos tres y un cuarto denominado el “golpe electrónico”. ¿Cómo puede organizarse una asonada militar con tan pocos efectivos para el segundo mayor ejército de la OTAN? Por ejemplo, el ataque al palacio presidencial, defendido por cientos de efectivos, fue realizado por un comandante y 13 soldados que fueron detenidos en la puerta. ¿Ha sido una asonada o un aviso? En cualquier caso, es, sin duda, un fiasco norteamericano.
Las acusaciones vertidas por el premier Erdogan lo corroboran. EEUU estuvo en la génesis de un golpe que contó con el silencio cómplice de la UE. Cuando se produjeron los atentados terroristas en Europa, los líderes europeos declararon al unísono “son ataques contra todos nosotros”; en cambio, en lugar de apoyar a Ankara algunos dirigentes europeos se inclinaron por el argumento del golpe “escenificado” lo que provocó una enorme irritación en Turquía. Tuvo que ser nada menos que Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional del ex presidente Jimmy Carter y cabeza pensante en la administración Obama, quien lo ha admitido en su cuenta de Twiter.
 El apoyo brindado por Estados Unidos a los golpistas ha destrozado la reputación de Washington, que durante décadas ha preferido los “golpes blandos” (léanse las “primaveras de colores” o las muertes por enfermedad, como en la Venezuela chavista) a verse implicados directamente en cambios de gobierno “manu militari”, como en épocas anteriores.
Erdogan se había convertido en un aliado incómodo y difícil de controlar. Uno de los últimos hechos más relevantes fue el derribo del caza ruso SU-24; con lo que se pretendía incrementar aún más la tensión entre la OTAN y Rusia para que aquella apoyara las reivindicaciones territoriales del sultán turco sobre Siria, aún a costa de un enfrentamiento directo con el ejército ruso. La respuesta evasiva de los socios otanistas, que no estaban dispuestos a ir a la guerra contra Rusia por una baladronada turca, marcó un antes y un después. En paralelo la existencia de un conflicto ideológico entre el ejército y las autoridades islamistas y el deterioro de las relaciones internacionales del país con sus antiguos aliados han sido elementos determinantes.
Sea golpe frustrado o pronunciamiento militar, las consecuencias han sido similares: detenciones masivas, depuraciones, represión en las calles (los barrios laicos y con mayoría opositora han sido objeto de ataques por parte de las fuerzas paramilitares del partido gobernante) … Todo ello dibuja un escenario que se había ido preparando en los últimos años. Los modos y maneras de Erdogan ya estaban presentes desde su elección, primero como alcalde de Estambul y segundo como presidente del país elegido en 2014. Su deseo era modificar la Constitución existente para instaurar un régimen presidencialista sin cortapisas opositoras. La irrupción en las elecciones de junio del 2015 de las fuerzas progresistas lo evitó. El presidente maniobró iniciando si reparos una guerra contra la minoría kurda. Unos cuantos atentados muy oportunos (en total 17 atentados con más de 300 muertos, de los cuales no se han realizado detenciones ni la policía conoce sus autores) le proporcionaron la excusa para asegurase una mayoría más amplia en las elecciones del 1 noviembre del 2015. Su argumento fue, no podía ser otro, la lucha contra el terrorismo.
En realidad, su gobierno ha sido fundamental para los grupos terroristas que han intervenido en Siria e Irak. Amparándose en esta lucha “antiterrorista” ha ido recortando libertades públicas hasta extremos grotescos. Era motivo de divorcio el que un miembro de la pareja criticara al presidente, aunque fuera en la intimidad, pero este detalle nimio tiene su correlato en la detención de centenares de periodistas y la represión de los medios opositores. Los asesinatos y atentados a los candidatos opositores en las elecciones dibujan un panorama terriblemente preocupante: todo culmina el 29 de mayo del 2016 cuando fue aprobado un proyecto de ley que despojaba de la inmunidad a 148 parlamentarios incluyendo 53 miembros del pro-kurdo HDP. Como hemos dicho, pretendía constituir una Republica Presidencialista sin oposición laica que permitiera avanzar más rápido en la islamización del estado a todos los niveles . La falta de respeto por los derechos humanos más elementales como se ha visto con la actuación mafiosa en la crisis de los refugiados dan una idea de sus intenciones. El presidente turco ha promovido la polarización social dividiendo a la sociedad entre kurdos, alauitas, religiosos y seculares. Su concepción de la política, lo ha reconocido públicamente, es simple: “sólo me ocupo de los que me apoyan” ha llegado a decir. El golpe ha sido un regalo: “Este golpe, este levantamiento es una bendición de Alá porque nos permitirá purgar las Fuerzas Armadas” ha declarado el “premier” turco. Pero la represión ha alcanzado no sólo a los militares. El estamento judicial que había limitado alguno de los desmanes represivos del gobierno ha sido terriblemente depurado. Ha conseguido de esa forma que se difumine la posibilidad de que se le juzgue por múltiples delitos de “Lesa Humanidad”; los ganadores en un Golpe de Estado jamás van a juicio. Por otra parte, la legitimidad presidencial queda resuelta. Según la Constitución turca el presidente debe ostentar un título universitario, cosa más que discutible en el caso de Erdogan que nunca ha presentado los certificados correspondientes; pero el problema queda zanjado con el encarcelamiento de gran parte de la judicatura. La represión interna ha alcanzado y alcanzará aún más a toda la sociedad en un claro maniqueísmo de conmigo o contra mí. La posición de los partidos de la oposición, incluyendo el PKK, ha sido contradictoria puesto que Erdogan se presenta frente a la sociedad civil como valedor de la democracia y los derechos humanos cuando en realidad instaura una dictadura.
Erdogan había sido un fiel aliado de EEUU en la zona. Era pieza clave en la transferencia de armas y combatientes yihadistas hacia Siria. A su vez, también era amigo de las monarquías teocráticas del Golfo, en especial Arabia Saudita, que habían apoyado su campaña electoral con no menos de 200 millones de dólares; pero esta alianza se había deteriorado al mantener las relaciones económicas con Irán a pesar de las presiones ejercidas por la casa Saud para aislar a Teherán.
La resistencia siria a la guerra de agresión impuesta y el apoyo decidido de Rusia e Irán al gobierno de Damasco pusieron en crisis el modelo. Ankara vio cómo sus propuestas (invasión terrestre de Siria, exclusión aérea) fueron rechazadas, mientras que la proposición estadounidense de fraccionar Siria, creando un estado independiente kurdo en su frontera sur, se convertía en una cuestión inasumible para el régimen turco. Era pues necesario realizar un cambio de orientación.
El enfrentamiento con Moscú, provocado por el derribo del Su-24 el 23 de noviembre del 2015, trajo consigo sanciones que causaron una enorme sangría económica. Ésta, unida a los atentados sufridos en su propio territorio, ha tenido un gran impacto financiero (dos días antes del golpe, Standard and Poor calificaba la deuda turca como bono basura). Finalmente, su enfrentamiento con la UE por el tema de la crisis de los refugiados lo han convertido en un aliado indeseable. Son tantos y tan variados los elementos intervinientes (los kurdos, Siria, Irak, la OTAN…) que sería un error leer esta crisis en un aspecto meramente local. No es en definitiva un presidente que quiere islamizar el país frente a unas fuerzas armadas que pretenden asegurar la laicidad del Estado; es eso y mucho más que eso.
Finalmente, Ankara inicia un cambio político que se formaliza el 27 de junio del 2016. Turquía, a la vista de una guerra que no puede ganar, cambia de orientación en un giro copernicano y parecer ser que inesperado para las cancillerías occidentales. A finales de abril, utilizando como mediadores a empresarios turcos con intereses en Rusia y al presidente de Kazajistán, se redacta y entrega el comunicado de disculpas del presidente Erdogan condición impuesta por Putin para reconsiderar las relaciones con Ankara. El presidente turco pide perdón por el derribo del avión ruso y se reinician los contactos políticos con el Kremlin. EEUU no puede permitir este cambio de actitud. El golpe se produce el 15 de julio. En este contexto, la inteligencia rusa e iraní pusieron sobre aviso al presidente turco unas horas antes del golpe de estado militar.
Su archienemigo sirio, Al-Assad, condenó el golpe a las pocas horas. Erdogan calificó de puñalada por la espalda la postura de Occidente y elogió el posicionamiento de Irán, Rusia y Siria, que le apoyaron en esos momentos críticos. Erdogan tardó dos días en responder a las llamadas de Obama, mientras Arabia Saudita tardó aún más en condenar de forma formal el golpe militar. EEUU no pudo disimular su intervención en el golpe puesto que los aviones que habían bombardeado el Parlamento turco, matando a 15 parlamentarios, habían repostado en la base de Incirclik. La respuesta de Erdogan como sabemos fue cercar con tropas la base de la OTAN, cortar la electricidad al complejo militar y, en un remedo de chantaje, exigir a EEUU la entrega de su enemigo político Fethullah Gülen. Este antiguo mentor y aliado de Erdogan, actualmente asilado en EEUU, ha sido acusado de ser el posible autor intelectual de la asonada. La financiación del golpe, unos 600 millones de dólares, provino de las arcas de Qatar y Arabia Saudita, muy preocupados por el nuevo giro de la política turca respecto a Rusia e Irán.
Erdogan ha conseguido estabilizar a su favor la situación interna. Ha aumentado su popularidad. Sus votantes no tendrán ningún tipo de dudas y se mantendrán fieles como se vio con las grandes concentraciones de masas en Estambul convocadas por el partido gobernante en defensa de la “democracia” el 7 de agosto.
De cara a la opinión pública, el presidente turco ejercerá, ya lo está haciendo, de nuevo Saddam Hussein. La cancillería de exteriores alemana acusaba hace pocas horas al gobierno turco por amparar a los grupos terroristas del Ejército Islámico. El gobierno Merkel se da cuenta ahora, cuatro meses después de que Rusia aportara y denunciara en el Consejo de Seguridad de la ONU, la concomitancia entre el gobierno turco y los grupos terroristas en el desarrollo del terrorismo en Oriente Medio. El cambio de orientación política que vivirá Estambul en las próximas semanas nos deparará enormes sorpresas, en especial en el caso sirio, ¿Por qué sino ha podido abrazar a Putin tras el derribo del Su-24, no podría hacerlo con Al-Assad? En las últimas horas se han extendido rumores indicando que Turquía podría ofrecer la base de la OTAN de Incirclik a la aviación rusa para golpear con mayor eficacia a los grupos terroristas. Un hecho comprobado es el cierre de algunos pasos fronterizos con Siria por parte del ejército turco que han provocado duros combates acabados con la muerte de decenas de terroristas que pretendían refugiarse en suelo turco. Las consecuencias del golpe fallido aún están por ver en toda su totalidad. Lo previsible es que las fuerzas responsables de la asonada más temprano que tarde volverán a intentarlo. Las fuerzas jihadistas derrotadas finalmente penetrarán de nuevo en Turquía y animadas por los servicios secretos occidentales dejarán un rastro de atentados en todo el país que lo teñirán de dolor y sangre. Mucho más dolor y mucha más sangre.
Eduardo Luque.
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