miércoles, 7 de diciembre de 2016

La crisis del PSOE en perspectiva histórica II

La crisis del PSOE en perspectiva histórica II
 


La crisis del PSOE ha llegado a ser tan profunda que sus dirigentes reconocen abiertamente estar perdidos y desorientados. Sus propuestas, dicen ellos mismos, han quedado anticuadas; y a pesar del nombre obrero ya no saben a quién defienden y representan1.
La verdad es que una etapa histórica ha terminado para ellos y es muy difícil que logren repetir el éxito que tuvieron después de la segunda guerra mundial, cuando vivieron una situación similar. El keynesianismo permitió a los partidos socialistas rehacerse y ser hegemónicos en una época de salarios altos y pleno empleo, con suficientes recursos públicos para construir un estado del bienestar. Eran los tiempos en que los obreros organizados en sindicatos apoyaron estas políticas y votaron a los socialistas. Una identidad que Zapatero alegremente tiró por la borda con su famosa alianza con Rajoy para modificar el articulo 135 de la Constitución.

El PSOE parece estar liderado por enemigos trabajando desde dentro para dinamitarlo. Antes de Zapatero, Felipe González desmontó el tejido industrial desangrando su propia base social. La gran crisis económica en que estamos siguió cebándose con los obreros de mono pero esta vez no dejó en paz a los trabajadores de cuello blanco, sin que el PSOE en el gobierno o en la oposición hiciera nada para evitarlo. Sin programa y sin actores el PSOE va camino de convertirse en una anécdota de la política en el siglo XXI.

El PSOE, puño en alto, antes de llegar al poder.
 
El modelo socialdemócrata de la segunda mitad del siglo XX descansaba en un acuerdo clasista entre la burguesía y la clase obrera en una sociedad industrial. Las dos clases económicas estaban organizadas en tanto que clases. Los obreros en sindicatos aceptados, subvencionados y protegidos. Las dos clases centrales del sistema reconocían la existencia de un conflicto entre los niveles de beneficios y de salarios pero pensaban que se podía llegar a un punto aceptable. Las dos clases sacaban anualmente los cuchillos, había huelgas y manifestaciones cuando negociaban los convenios, pero volvían a enfeudarlos una vez alcanzado el acuerdo. La lucha de clases existía y era aceptada pero convertida en una especie de rito anual dentro de la democracia representativa. El liberalismo funcionaba con una lucha de clases de teatro.
 
El neoliberalismo acabó con este modelo. Fue una decisión política. Hubo una revolución neoconservadora impulsada por los capitalistas descontentos con sus beneficios y su subordinación a las políticas públicas. El capitalismo no aceptaba el nivel de las ganancias y decidió atacar a los salarios en el centro. No por casualidad lo primero que hicieron el Presidente Reagan y la primer ministro británica Margaret Thatcher fue golpear brutalmente a los sindicatos. Después desmantelaron el entramado social y cultural de la clase obrera: los cinturones industriales. En España el PSOE, con Felipe González al frente, fue en aquellos años quien gestionó el fin de los astilleros, las minas y las siderurgias, sectores que con sus grandes huelgas durante el franquismo tardío habían ayudado a subir los salarios. Las fábricas fueron desmanteladas, pasando a un lugar secundario dentro del sistema mientras las sedes bancarias ocupaban un lugar de privilegio. Era allí, dentro del sistema, en consulta con Wall Street y la City, donde se decidía el destino de los talleres y el del empleo.
 
 
Los bancos, apropiándose de la economía, hicieron bueno aquello de Marx de que el capitalismo no tiene otra patria que la del dinero. Las fábricas se desmantelaron y se las llevaron a países donde podían contaminar tanto como quisieran, en donde campesinos empobrecidos convertidos en obreros trabajaban por salarios de miseria y los capitalistas se libraban de pagar los impuestos de los beneficios. La desigualdad se convirtió en un monstruo. El poderoso sector textil catalán fue destruido. El lado de la oferta ganó predominancia sobre el de la demanda. Las empresas privadas sobre las públicas. Los viejos socialistas que ayudaron a este proceso, entre otras cosas facilitando las privatizaciones, se aficionaron a las puertas giratorias. Se pusieron en el otro lado de la mesa de las negociaciones colectivas como ejecutivos frente a los sindicatos, que dejaban caer. ¿Quién se acuerda de lo que llegaron a ser UGT y CCOO? El mundo donde el socialismo había crecido se desvanecía ante el estupor de sus militantes y la avaricia y la corrupción de sus dirigentes. La clase obrera que daba nombre al partido se pudría fragmentada, atomizada, desesperada, sin futuro, en las filas de las oficinas de empleo, entretenida con las banderas, la pandereta mediática y el fútbol, mientras dirigentes socialistas se fotografiaban sumergidos en el lujo de la mano de quienes les despedían.

Felipe González abraza a su ministro Barrionuevo en la puerta de la cárcel de Guadalajara, donde ingresaba el ministro condenado por terrorismo de estado.

La crisis del PSOE no puede entenderse sin la historia del desmantelamiento del viejo modelo productivo industrial y su sustitución por uno especulativo favorable a los bancos, constructores y especuladores. Los cambios estructurales han hecho inviables las viejas políticas keynesianas socialdemócratas con el agravante de que sus dirigentes han perdido cualquier autoridad moral. No es extraño que los dirigentes socialistas sientan el vacío bajo sus pies y su organización esté en ebullición evaporándose.
 
En América Latina el populismo ocupó el espacio que en Europa había ocupado la socialdemocracia. Por eso el populismo es extraño a Europa. El populismo nació en un momento de crisis del viejo modelo oligárquico, un mundo de excluidos a los que los populistas quisieron convertir en ciudadanos con derechos sociales. El populismo quiso sustituir la ausencia de un movimiento obrero importante e independiente con un Estado nacional antiimperialista que hablaba en nombre del pueblo. El populismo no se consolidó porque no logró articular un proyecto propositivo alternativo. De cualquier forma es un camino que tienta a parte del PSOE (y no solo). Sin clase obrera que representar, acarician la idea de convertirse en un agente político capaz de articular e integrar en las instituciones a los sectores empobrecidos por la crisis, defendiendo lo que queda del Estado del Bienestar mientras hablan de la nación, cualquiera que sea esta.
 
Son otros tiempos: Slim con González, su hombre de confianza.

El problema es que la socialdemocracia (la socialista y la keynesiana) tiene sentido histórico en tanto representa a la clase obrera con un programa independiente y propositivo. La paradoja que enfrenta hoy el PSOE es que al aceptar el neoliberalismo ha renunciado a organizar a la clase obrera de forma independiente en una coyuntura en que la clase obrera se rebela contra las elites de las que sus dirigentes forman parte. ¿No han sido sectores de la clase obrera los que propiciaron el Brexit en Gran Bretaña y la victoria de Trump en Estados Unidos?
 
En este callejón sin salida en que se encuentra la socialdemocracia, siempre le queda el camino más improbable de todos. Recuperar el reformismo socialista de la primera época y aliarse a los nuevos movimientos sociales postindustriales que defienden que otro mundo es posible. Al fin y al cabo, el conflicto entre propietarios de los medios de producción y sus asalariados seguirá siendo el conflicto central mientras exista el capitalismo. No hay proyecto propositivo alternativo sin los obreros, cualquiera que sea el rol que jueguen en él.

Nota
  1. Ver el articulo de Patxi López Un nuevo proyecto para un nuevo siglo El País 4 Nov. 20
-------------

No hay comentarios.:

Publicar un comentario